martes, 10 de marzo de 2015

LA HORRIPILANTE VIDA EN GALIPÁN.


Amigos invisibles. Deseo complacer en este trabajo a muchos quienes  conocedores de mis diversas preocupaciones intelectuales han querido indagar sobre cualquier novela que haya escrito, cuyo capítulo quinto en la ocasión se referirá a un personaje de la profundidad caraqueña y fuera de serie, disciplinado como alemán, sabio pero monstruo al que aquí trato en buena extensión. Me refiero al galeno doctor Gottfried Knoche  (1813-1901), cuya vida y misterios en lo expuesto le colmarán el alma, llena de horror. Si a alguien  convence para mirar esta leyenda intitulada “Doctor Knoche, el Vampiro de Galipán” (nombre registrado) en el ámbito comercial, puede escribirme insertando un serio proyecto de ejecución.  Ah!, y sobre el desastre que ahora vive Venezuela con sus “amigos” izquierdosos orientales en el nuevo capítulo del usurpado Territorio Esequibo, como acostumbro luego escribiremos a conciencia.

 

 Lo vi entrar por el portillo grande y no a través del empedrado donde penetran los bueyes exhaustos, ciertas carretas del tráfico local y algunas cabalgaduras sudorosas. Venía a paso tranquilo, eso sí con un rictus profundo de tristeza en la cara, creyendo le sucede alguna desgracia de contar, seguida de tantas que en ese tiempo necio de la Guerra Federal anterior se abatieron en derroche sobre este pobre y ruinoso país sudamericano.

Dr. Knoche.
 ----Guten Tag, asienta. Sí, buenos días, aunque vengo destruido por lo de Frau Henrietta, que me abandona y marcha por siempre de Venezuela, con los tres retoños del hogar, que rompe ese cordón umbilical de amantes ante Dios para volverlo apenas trizas. Ich verstehe Sie nicht. Se alejan los queridos Adolfo y Catalina, tan bulliciosos ellos, la suave criatura de Brunilda, y apenas me deja como recuerdo emblemático a la anciana pareja de perros pastores alemanes, que de pastores en la flojera natal nunca sirvieron, los que por tanto orinar e incontinencia escatológica no pueden ir con ella en el angosto barco de ilusión, y a quienes pusiera por sonoros recuerdos alusivos los nombres musicales de Tristán e Isolda. Es toda una tragedia de familia, idéntica a las que compone con profundidad  ancestral mi admirado mago y maestro en el pentagrama de leyendas nórdicas, Richard Wagner.

Serían las once de la mañana de un día fuertemente cálido por estropeado y cruel cuando de esta manera escueta pero llena de desastres ocultos el doctor Knoche penetró en la surtida tienda que mantengo al costado de la Casa Vasca y lateral de la Fonda del Espíritu, provista de múltiples bebidas espirituosas, para adquirir una nueva silla de montar de las llamadas chocontanas, proveniente de la reinosa o lanuda sierra oriental de Colombia. En ese momento cumbre aunque siniestro dentro de sus ojos cubiertos por las nubes borrosas y el monóculo de oro que le cuelga, pude apreciar y casi reflejada una sombra de llanto pertinaz, mientras el fuego alentador, ahora decadente en la desgracia, yacía vuelto añicos por la siniestra fatalidad que lo emociona.

----Ponte en mi puesto, herr Federico, y piensa lo que significa para los sentidos informes que mantengo esa marcha en regreso hacia el nunca más volver, luego de dieciséis largos años de andar juntos aunque no revueltos por estas tierras agrestes, en pareja imperfecta, dando de comer la fémina a los loros reales, cotorros, cacatúas, guacamayos, monos  o pericos cautivos y yo a las serpientes ponzoñosas, mientras en la comunión idónea por tres veces diarias manosear la Santa Biblia reformada de Lutero, ella entre lloriqueos nostálgicos por la patria prusiana, la del rugir de los gruesos tambores de Nabimia y las descargas mortales selectivas, en el tarareo melifluo o sin desentono de oírla cantar a ratos trozos y arias enteras del Anillo de los Nibelungos, con Sigfrido a la cabeza de las gestas, las Walkirias o Lohengrin, que son porciones desgarradas de nuestra propia y difícil identidad germana. Jawohl que voy a lamentar mucho su partida, con un regreso por demás imposible, como el chivo que al volver se esnuca, al decir coloquial, aunque ella tenga razón en parte, que es como decir a medias, porque así pueden educarse los protegidos vástagos en colegios militares de alcurnia, tal cual lo hicieron cabalmente cerca de Postdam su padre y su madre y los abuelos, y ya el mayor de ellos, Adolfo, al tiempo en el alerta de proseguir sabias tareas académicas quiere iniciar estudios hipocráticos en la insólita universidad humboldtiana de Berlín.

Se secó la cara con el pañuelo bordado de sus siglas en monograma, empuña en tarro cualquier copiosa por espumante cerveza traída desde el extranjero de Pilsen, Bavaria o la propia Munich, para sentarse luego enseñando la bragueta como abierta en una silla rústica de cuero repujado con tachuelas redondas en bronce, al tiempo que me dice, sin rodeos:

Sarcófagos Siniestros.
 ----Amigo Federico, entre nos, tu padre debió ser muy feliz porque cuando establece la Casa Blohm aquí en La Guaira toda su prole de varones despiertos y el rosario de rubias hijas  aceitosas, incluida la mongólica que como me has explicado a mucha honra recuerda la tara facial de las hordas tártaras, quienes siempre lo rodearon en círculo tenaz y nunca pensó abandonar a Venezuela, ni en épocas tan tristes como la vez que sin piedad o contención e insultando con el tono de altura se saqueara a los judíos o marranos curazoleños en Coro y la costa de Puerto Cabello, ni ahora que los locos liberales guzmancistas cubiertos de odio familiar fusilan por doquier a los adversarios conservadores y viceversa para el mismo trato vital, en una bendita guerra sin cuartel que nunca  termina ni esperan suprimir, y en verdad que he visto mucho crecer la reciente población de zamuros gallinazos, incluidos los carirosados con el pico blanco, porque no dan cabida los cadáveres en cualquiera de los cementerios clientelares lugareños y menos dentro de  los camposantos de categoría, como el cercano de Punta Mulatos.

----Sie haben recht. Pero lo de Frau Henrietta es más patético o doloroso, porque en esos casi cuatro lustros que conviviéramos allá en Buenavista, con aquel panorama estético pintado desde nuestro patio por el paisano Bellermann y tan encantador que se pierde de vista en la lejanía, rodeados de animales exóticos y aves agoreras, de cayenas dispersas, enredaderas, plantas atrapa moscas, orquídeas y bromelias fugaces, luego de lecturas escalofriantes o aterradoras inglesas de las ergástulas y cuchitriles ella siempre sufrió de achaques de salud, de sarpullido alérgico con piquiña y del espíritu agónico vagante que sin más sacudidas siempre la entristecía. No hubo momento adrede que no se quejara de algún mal hipocondríaco, verdadero o ficticio, entre ellos que los perros lobatos no dejaban dormir por sus tristes ladridos prolongados, que en el ambiente claro y con reposo de Buenavista había aires mefíticos similares a carne en descomposición, que sintiera pasos de ultratumba alrededor de la residencia o vampiros volando bajo y ansiosos en busca de sangre humana, que hasta en somnolencias pesadas se le aparecían fantasmas traslúcidos asustándola y poniéndole la carne de gallina, que alguna vez desorientada miró por la alta ventana en tiempos de luna llena y hacia la medianoche pudo ver sin equívocos un ejército de monstruos cadavéricos salidos de la tierra que caminaban acarreando cadenas y a paso por demás cansino, que otras veces en la terrible tormenta eléctrica aérea del momento el hogar en parálisis permanecía rodeado de enormes espectros o duendes cornudos montados sobre dragones fogosos de siete colas, después de las doce horas nocturnas en reloj sin retraso, oyéndose a coro gritos, clamores, alaridos, súplicas, sollozos, quebrantos, chillidos, palabras obscenas, gimoteos, gemidos, arrastre de serpientes cascabeles y otros desmanes tenaces que su cerebro trastornado pudo a tiempo detectar.


Entrada al Laboratorio.
 ----Ante este cuadro tan típico de sicosis achacosa, que nuestro admirado profesor vienés Sigmund Freud años más tarde supo demostrar ante infieles probando los hechos estudiados hasta el cansancio, he tomado la firme determinación que mi dulce Henrietta ande de vuelta con toda la parafernalia mental y sus muchachos al acurrucado Halberstadt, pueblo tranquilo a veces donde sí podrá deleitarse de manjares apetitosos al masticar fresca cecina, tasajo curado, criadillas de cerdo, o sopas de grasa vieja, gordo de la carne, fritangas familiares, rodilla de cochino eisbein, la papada del marrano o chicharrones  de puerco derramando calorías, caldo de manteca recién colada, patas aceitosas de chancho y sauerkraut con gruesa salsa tártara junto a salchichas de Frankfurt refritas en viejo vino del Rin, sin que se queje de las horribles acideces y los sarpullidos viajeros de que aquí siempre padeció.  

----La llevé a Caracas donde el mañoso yerbatero aragüeño Ñigüín, que trabaja con clientela escogida mediante cita anticipada en el cercano pueblo de Chacao.   La vio también bajo atención insólita el admirado brujo cicatero Ño Leandro, presunto padre del mulato general Joaquín Crespo, que agarrado del bolsillo monedero cura tantas dolencias particulares con la amarga pócima alquímica del Tacamajaca.   La conduje a la tenebrosa choza de Curiepe, para que con hojas urticantes y aguardiente de caña en buches soplados con saliva de chimó la ensalmara el rechoncho brujo Poncho, a menudo vestido de satín playero y con costuras de armiño, o de falso guayuco, famoso además por su macana milagrosa al servicio de clientes circunspectos pero de excepción, lleno entonces de collares y conchas marinas hasta en los testículos peneales, aunque con terquedad pasmosa me opuse a que ese brujo mañoso se encerrara junto a la consentida Henrietta en un cuarto sagrado cubierto de mantas y por dos horas continuas de su cura, en la metáfora sublime de Juan Vicente González “zamuro comiendo alpiste”, como bien pretendiera con la rubia garbosa, para así  de las entrañas “sacarle todas las desgracias y dejarla casi nueva”.  Y hasta se la entregué con buena intención a otro hechicero insigne, autodidacta y doctor “in pectoris”, traído también desde los remotos frígidos Andes neogranadinos por el astuto caudillo llanero Joaquín Crespo, llamado para muchos Telmo Romero Villamizar, quien con pirotecnias de un verbo magistral,  retóricas banales, brebajes amargosos y ácidos condimentos en tapara, experimentadas pociones populares, supercherías pegajosas, trácalas o engañifas bastardas, baños fríos o de asiento, aguas aromáticas como penetrantes, parches de ají picante del chirere andino, sobas calenturientas y hasta unos largos tornillos con orín oxidados que bajo presión en alza pretendiera introducir por la cabeza del paciente, y a quienes entre otros aplicara este tormento medieval al enajenado disparatero general Pedro Izaguirre, pero el forajido caradura en causa a instancias del miedo terrorífico indudable que sembrara y ante el presente temor diabólico impuesto, de súbito por reacción contradicha y al susto contumaz a la intención, en un casi milagro celestial curaba toda clase de daños cerebrales, y así el santo varón del que recuerdo en el desquicio imprudente de los hechos, con la leyenda popular encima de improviso sana a un lázaro insepulto e hizo discutir sin continencia, por el espanto incluido, a una muda y a ratos tartamuda de nacimiento.

----De nada valió tanto trabajo de ensalmos y rezos paralelos, Federico, porque al final tuve que enviarla con premura a Alemania, en vísperas de volverme loco frente a sus dramatizadas pesadillas llenas de piratas asesinos, tierra de historias donde a base de hipnóticos sedantes y de sueños profundos casi mortales, la mantienen en calma a toda hora, y ya no canta ni en la bañera veraniega de tina sino que llora a ratos, mientras el hijo de sus entrañas estudia a intervalos pero de la mejor forma académica, la segundona Catalina muy resignada le aguanta toda suerte de crisis burlescas o histéricas, y la cariñosa Brunilda, que de pequeña otros le llamaron Anna, en recuerdo de una heroína de esos lares peleones, vuelta mujer y  también con los senos pronunciados como  las mansas ubres de las vacas danesas, parece que anda seriamente enamorada de cierto picaflor andariego, un tal Müller ido a educarse allá según me han afirmado entre vecinos y a soto vocce desde el trasmundo arrabalero de Puerto Cabello, que así relatan secamente los suegros alarmados en su última carta contagiada de noticias fatales.

Momia del Soldado Federal.
 ----Henrietta y yo fuimos felices durante muchos años, porque ella viviendo en nebulosas sabía poco de mis trabajos ocultos o de misterio, y menos mal que sobre ese delicado quehacer sin desconfianza se entregaba en manos de la fiel Amalia, que la conducía astutamente, sin introducirse para nada en los experimentos con seres cadavéricos, creciéndoles las uñas y los pelos hasta del pubis, en lo que te puedo referir a cabalidad que ella nunca pisó los escenarios sobrenaturales del misterio científico, y al pasar cerca de tales sitios escondidos por rejas muy seguras, una mueca de horror y reacción hipersensible mental brotaba en el fondo de su cara blonda, los ojos azules querían como salirse de las órbitas, entrando en el temblor del cuerpo al tiempo que la piel de gallina hirsuta transpira copiosamente, además de otras gotas frías por amargas de sudor que corren de complemento, todo ello en medio del ladrar continuo monótono y a dúo con los dientes prestos de los enfurecidos canes rocheleros Tristán e Isolda.

---“¡Yo  no  entiendo  cómo   fue  su   compromiso matrimonial,  si  eran  personas  tan dispares¡”, agrega con firmeza el comerciante teutón.

----Bueno, Federico, matrimonio y mortaja del cielo empujan, según corre el refrán también en Alemania. A Henrietta desde que la conocí me gustó por el impacto que produjo en los adentros nerviosos que poseo, ya que al doblar imprudente en una pierna hermosa pude verle la pantorrilla blanca hasta la tibia y casi el peroné, el pelo era sedoso, la piel suave también y cualquier miriñaque que le ajustara las faldas con la cintura de avispa lo que no impidiera el paso de mi mano despierta cuanto acuciosa e investigadora, para en el manoseo tocar disfrutando de lugares sagrados de su carne escondida mientras la futura suegra haciéndose como turca o despistada iba rumbo a la larga cocina con cierta doble intención libertaria de preparar algún postre Strüdel de manzana o arándano, o tortas de chocolate con suficiente crema, que tanto le atraían en aquellas tardes otoñales de solaz. Esos minutos eran preciosos para mí, a objeto de levantar el ánimo de Henrietta acariciando al roce puntos delicados de su esbeltez, a pesar de ser indiferente  y frígida en esos campos por naturaleza, según se destaca o recuerda sobre las novias trasnochadas pero activas del transilvano conde  Vlad Drácula. Y cuando pasado el rato lisonjero regresa oronda doña Carlota con las golosinas calientes, aunque también calientes por el roce continuo ya nos habíamos compuesto la indumentaria de visita, ella arreglando el traje muy alborotado, como las sueltas ballenas del corsé, que le daban estilo y talle artificial, y yo poniendo en su debido sitio a la corbata mariposa de lazos gruesos en colores, a pesar de lo intranquilo por engorroso que mantenía cualquier malestar húmedo entre ambas piernas que transpiran, de donde con cierto ritmo de rapidez y contención ingeniosa las entrecruzara.

----Sin embargo la novia blanca, pálida o de aspecto del nácar en su concha, porque para así lucir elegante copas de vinagre diario consumía, no reaccionaba  a las primeras excitaciones a modo de caricias, como siente por fuerza mi amiga morena de La Guaira, que es todo un bocado “de cardenal” y mejor elixir de provocación, pero pensándolo bien decidí escogerla por mujer casada a fin de procrear hijos arios, blondos, con ojos azules, teniendo a su vez de cerca la morena amante hija de Krassus en el empeño bifronte de obtener placeres exclusivos de pareja, y sin que lo vayas a comentar, Amalia es buena amiga y complaciente al extremo, de manera que como jamás se niega a los deleites eróticos por ratos renuevo el gusto femenino de lo abstracto para satisfacer los apetitos sexuales fáusticos, es decir donjuanescos, aunque lo de Henrietta tenía distinta significación emotiva en este dominio de lo apasionado, y más cuando ella atando cabos ciertos pudo deducir otros enredos amatorios de mi parte, por la fragancia estercolaria de la ropa íntima, lo que ante el postrero desengaño que en volandas descubre de esas resultas ulteriores la llevó a ser profundamente desinteresada, contradictoria y difícil cuanto más de encenderle el ánimo a cualquiera, pues en los últimos tiempos de nuestro amargo pero tierno idilio picaresco sajón la mujer se mantuvo compitiendo con un iceberg traído a rastras de Groenlandia, período negativo en que, precisamente, para calmar lujurias imprevistas tuve más acercamiento sexual con Amalia, mujer menuda, pequeña, tirando a pelirroja pero de buenos pechos erguidos con pezón en negro y dientes de porcelana, pecosa hasta en la espalda y el trasero puntual, y con ella sí seguí una relación oportuna aunque a veces monótona que bajo el manto espacioso de las investigaciones nocturnas se hizo pacífica y sin nervios desviados, diferente a lo sumo, pero no por ello menos importante en el goce continuo del placer.

              
Entrada del Castillo Buenavista.
En ese momento inoportuno
en la tienda de Herr Federico apareció corriendo, como alma que lleva el diablo mefisto embestido por el viento, un empleado del tren trepidante de pasajeros y carga que en 34 millas australianas conduce servicios muy quedos de La Guaira a Caracas, o viceversa, y en correcto alemán bávaro informa de prisa que a mitad del camino ferroso en la fuerte subida de zigzag había descarrilado la locomotora que llaman Marrana y el último vagón, contándose por ello varios aporreados, algunos heridos y una señorita  “sehr schön” caraqueña de apellido Blaubach, que casi se muere de susto cuando sintió lo del encontronazo y la caída brusca del equipaje frente a su nariz, lo que de todas formas o más miedo le produjo un molesto chichón doloroso en la cabeza. La pobre muchacha cariacontecida vivía en casa diagonal con los Arriens, y era miembro afortunado de las elitescas familias germanas que se establecieron en Caracas a orillas del glamoroso río Guaire y su vecindario murmurador, luego de finalizada a medias por continuar los odios, o sea la cruel y prematura contienda de Independencia, que en el fondo nada liberó.

----Este tren es muy peligroso, como todo lo inglés, comenta Federico, porque a punto de reventar las calderas, apestoso a aguardiente o caña blanca sube sin cese  y casi empujado por la necesidad del servicio desde el puerto de La Guaira hasta la estación terminal Hauptbahnhof caraqueña de Caño Amarillo, por entre numerosos túneles o cuevas con murciélagos de visita y puentes solitarios en el aire pesado del sofoco, ahogante, que lo mantienen a uno en vilo y menos sueño durante todo el peliagudo trayecto, puesto que cubiertos de humo cenizoso del carbón mineral pareciera que como ave sin norte o seña vamos volando al mirar las alturas y las oquedades en que se anda por entre los abismos profundos del abra de Tacagua o, al contrario, repuestos de este inicial terror da la impresión optimista que el osado viajero en sentido inverso de la mano del Dante prosigue del Purgatorio de las almas débiles hacia el propio Infierno de los espíritus rebeldes, pues en las angostas galerías llenas al tiempo de humareda pegajosa como producto del tizne aéreo que todo lo embarga, se siente en nuestra garganta de agalludos la preocupante asfixia de una muerte anunciada.

Dr. Knoche en sus últimos años.
 ----Mira, bueno, lieber Federico, yo prefiero ese trayecto férreo que entre pinares, algunos abedules importados con nidos de oropéndolas, hortensias y eucaliptus cruza despacio por las encrucijadas de Los Teques, hecho realidad mediante la memoria poco conocida del ingeniero Knopp y sus empleados alemanes, que en la comparación posible se haga con el viejo camino de a caballo y diligencias vencidas antes utilizado para llegar hasta Caracas. Acuérdate que nuestro plan ferrovial fue diseñado en el propio Berlín y que el dinero para realizar la obra maestra debió prestarse por intermedio del banco Disconto Gesellschaft, representado aquí por el hebreo hamburgués Isaac Pardo, el mismo del negocio redondo que hizo con el vivazo, ladrón almibarado, bellaco y avaro de Guzmán Blanco. Por cierto que recuerdo como si fuera hoy la regia fiesta de inauguración del viaje sobre rieles tudescos “uber alles” hacia Valencia, a la que fui invitado y donde entre consortes imaginarios amén de muchas joyas fantasiosas la esbelta condesa von Kleist vestía traje de tafetán, de anchos pliegues, la señora Müller lució de colmada muselina color ladrillo, a excepción del pliegue de los codos, con guantes en cabritilla, y la pretenciosa Frau Schiricke anduvo envuelta de seda rayada en tono marino, donde en medio de mostachos gruesos todo vibró al tiempo de la batahola de discursos rimbombantes y hasta quejumbrosos que suceden en honor de nuestro amado Reich y el destape sonoro de botellas vinícolas riesling del espumoso Rin o el cantarino Mosela, rindiéndose tributo necesario en aquella oportuna rochela de ocasión al divino dios Baco, compinche de Dionisos, mediante cosechas escogidas del rubio néctar dulzaino de Liebfraumilch, cargadas desde Hamburgo y puestas en La Guaira por la suerte de veleros precoces y algún viento de proa como parte festiva para realzar tan magno acontecimiento de postín.

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