domingo, 25 de marzo de 2012

LOS GRANDES ENEMIGOS DE SIMÓN BOLÍVAR.

Amigos invisibles. Para ser fieles a la realidad histórica y sin tapaderas de ninguna clase, la verdad es que Bolívar tuvo muchos enemigos y con el transcurso de los años fueron más, pues por encima de que “el poder desgasta”, el carácter de este caraqueño y algunas resoluciones que tuvo rayanas en violencia, como el desarrollo superior del ego en estos personajes que hoy consideran paranoicos, no tiene fronteras, desde luego por la intereses creados de cada uno, de donde pasado el tiempo todos esos factores se unieron al extremo que Bolívar no fuere amado por muchos, entre los diversos estratos que le tratan, al extremo de esa fuerza corriente en este sentido que ya en los últimos tiempos de su existencia la soterrada enemistad se mostró presente de tal forma que casi en cadena sucedieron una serie de atentados contra su vida, dejando mal parados estos sentimientos iniciales de apoyo para transformarse a poco en rebeldía y adversidad, por lo que en varias conjuras planificadas, sostenidas y puestas a cabo, o no, se atenta contra su vida, deseándole la muerte.
Lo primero que vamos a recordar sobre este tema es que en el blog no ha mucho tiempo  impreso (15-12-2011) hay un trabajo en el que tratamos sobre los 20 atentados mortales que le hicieran para sacarlo fuera de la escena, en diversos grados de ejecución y que como hombre de suerte en tal sentido, no pudieron llegar a su fin, En dicho estudio analítico de una manera simple pero explícita saqué a colación la presencia de personas que lo adversaran en sus intenciones, en una y cualquier otra oportunidad, como Antonio Nicolás Briceño, los conspiradores en Lima, de 1826, entre otros Mariano Pascual Necochea, el vicealmirante Martín Jorge Guise, los hermanos Mariátegui, el futuro arzobispo de Lima Luna Pizarro, los coroneles Vidal, Prieto y Tur, el general Correa y muchos más, y en cuanto a Bogotá surgen varias conspiraciones soterradas donde se destacan fuertes contrincantes como los presentes en la Convención de Ocaña y los tumultuosos y hasta educados rivales que fomentan la más grande confabulación en su contra materializada mediante diversas fases en septiembre de 1828 y cuyos siete cabecillas estrellas son el intrigante y raquítico Florentino González, el joven filósofo sectario Pedro Azuero, el poeta Vargas Tejada, el gabacho Agustín Horment, el venezolano borrachón y conspirador nato Pedro Carujo, el inculpado coronel Ramón Guerra y el fraile renegado Juan Francisco Arganil, mas otros tantos y valga señalar al venezolano Emigdio Briceño, el bartolino Mariano Ospina Rodríguez, Wenceslado Zuláibar, Francisco Soto, y otra canalla mal habida, todos bajo el sutil y siniestro manejo del aspirante a la Presidencia, general Francisco de Paula Santander.
Pero como la mención de tantos enemigos es larga, fuera de los que se olvidan o pasan de bajo perfil, para dar razón a esta crónica que es real por histórica desde un comienzo iremos dando cuenta de esos no comulgantes con la persona de este caraqueño mantuano o con sus ideas a veces distintas e incompatibles,  que cambian cuando menos se espera o que se mantienen en contra de la voluntad de muchos, como fue el tema de la monarquía que quiso instaurar en Colombia, lo que de consuno le atrajo tantos adversarios. Mas cuando aparece tirante la situación de la enemistad con Bolívar y la oficialidad  que le rodea casi como nudo gordiano, resulta al momento en que el caraqueño pierde la confianza de sus actos ya dictatoriales que venía arrastrándolos desde la época de Miranda y sus diferencias con este viejo general, porque a partir de entonces para Bolívar ocurre una serie de reveses, algunos atribuidos a su carácter irreflexivo que culminaron en el desastre de la guerra a muerte, la entrega de Miranda al enemigo español, y los trágicos errores de la guerra no ya contra Monteverde sino en el repliegue mortal de la emigración a Oriente y el desbarate de los dos primeras repúblicas que a él se le achacaban, por lo que estos generales que le siguen ya no creen en él, en su capacidad de ser el líder indiscutible de la guerra en función y en progreso, cuando dicha oficialidad anda de baja estatura debido a los fracasos, y así aparecen serias disensiones contra Bolívar, sobretodo en el Oriente de la república, que piensan dividirla sus actores en dos partes y cuyo eje motor de esta general conspiración era el margariteño general Santiago Mariño.  Vamos pues ahora a señalar los cabecillas de este tiempo, con nombres y apellidos.
Santiago Mariño: temerario, intrigante, eje de conspiraciones por mucho tiempo y cabecilla de tal enemistad, siempre enemigo del Libertador, como el mismo lo escribió, artífice del Congresillo de Cariaco con Urbaneja, Madariaga, Brion, Zea, Mayz, y de otras conjuras, para desprestigiar al emprendedor caraqueño, quien sostiene una acción antibolivariana eminente a partir de enero de 1814, lo que determinó la división provisoria de Venezuela en dos mitades, manteniéndose así hasta mayo de 1816, cuando en la margariteña Santa Ana del Norte se aprueba la reunificación del país.
Juan Bautista Arismendi, también margariteño, frío, carnicero como en la guerra a muerte, falso, divisionista, salvaje mercader de almas y cruel oficial, quien actúa por detrás siempre vacilante en contra de la autoridad bolivariana, tal el caso de cuando en Ciudad Bolívar destituye al Vicepresidente Encargado Francisco Antonio Zea y se adueña por poco tiempo de la Colombia que deja Bolívar en Angostura. Jamás se sació de víctimas su cruel corazón, dijo de él Juan Vicente González.
José Félix Ribas, tío político y competidor de este caraqueño, violento, complotista, quien llega a hacer preso a Bolívar en Carúpano, por “desertor y mal ciudadano”, cobarde del que pide juicio militar contra él para fusilarle, intrigante y amigo de los pardos, quien olvida prontamente que sus méritos y ascensos militares se los debía al propio Bolívar, y el que en la disputa por el mando es parte de la tragedia que se vive en el tremendo año de 1814, hasta llegar a ser delatado por un esclavo y su cabeza frita en aceite se expuso por mucho tiempo en la salida de Caracas al puerto de La Guaira.
José Francisco Bermúdez, oriental temible, iletrado, vengativo, disidente, salvaje,  escaso de pensares,  malhumorado y brusco, alto, de complexión atlética y mostachos gruesos característicos, turbulento, otro de quien decía Bolívar que era “mi enemigo”, sin inmutarse fusilaba adversarios por hileras en Cumaná, pero de pretensiones de mando en que incluye atentar contra la vida de Don Simón, porque este hijo de don Juan Vicente lo había regañado en la primera batalla de Carabobo, y creyéndose superior al Libertador (la ignorancia es agresiva) se le opone desde Los Cayos de Haití, y en Güiria empuña arma blanca contra el caraqueño mientras trata de asesinarlo por dos veces. Tiempo después Bolívar intentó fusilarle, pero no lo hizo.
Manuel Carlos Piar, quien es primo ilegítimo del Libertador y buen militar, héroe de varios combates, como San Félix, que pesaba mucho frente a su pariente, por los éxitos obtenidos en el campo de Marte. Violento y ambicioso, pardócrata y racista que solivianta grupos en este sentido, por la competencia en el predominio y el mando, ambos jugaban a esa posición con bandas aparte de oficiales, pero Bolívar diseñó una estrategia y lo hizo preso, condenándolo a morir en la apelación del juicio, siendo fusilado sin perdonarlo el Libertador, en la plaza de Angostura, hoy Ciudad Bolívar. Así dejó cumplido el hado como fuerza de que ambos no cabían en el mismo escenario. Sea oportuno hacer una personal referencia de los personajes que fueron enemigos de Bolívar, según anota el maestro Luis Martínez Salas: Piar, Mariño, Bermúdez, Ribas, Arismendi, el general Páez, Francisco Esteban Gómez, Mariano Montilla, José Tadeo Monagas, Miguel Peña, el padre José Cortés de Madariaga, Francisco Antonio Zea, Francisco Javier Mayz, y muchos más que no es posible aquí indicar, como otros por aparecer, aunque si bien fueron enemigos de Bolívar por diversas circunstancias, algunos con el tiempo volvieron al redil bolívariano y sin pedir excusas, porque tanto la política como la guerra así lo ameritaban y por la volubilidad del ser humano. Eso acaso sería materia de otra crónica.
Vamos ahora a realizar un salto en cuanto nos concierne al asunto inamistoso con el caraqueño, para referirnos a las personas importantes que lo adversaron desde su campaña del Sur, es decir a partir de su escapada rumbo al Ecuador por conquistar y la toma que hizo con el Perú, con la posterior creación bolivariana del Alto Perú, desmembrando así una buena parte al virreinato peruano.  Allí, para situarlo en el centro de la animadversión por obra de sus hechos considerados en contra de los intereses de aquel extenso país y como anteriormente  lo he referido, “plagado de traidores”, según  lo asienta el propio Bolívar, tendremos por tanto que señalar específicamente el malévolo y despreciable  Riva Agüero, a Mariano Portocarrero, al consumado tránsfuga marqués de Torre Tagle, al vizconde Juan de Berindoaga, que entonces le era Ministro de Guerra, el luego asesinado y radical Bernardo Monteagudo, el general Santa Cruz, el intelectual y arzobispo Luna Pizarro, el más tarde acérrimo enemigo Manuel Lorenzo Vidaurre, el acaudalado José Terón y otros que se pueden agregar a la resaltante lista. Y viajando al nororiente del país aparecen nuevos adversarios como el mariscal Gamarra y el general independiente Olañeta, que pronto desaparece de la escena. Durante su corta permanencia por esas crestas andinas un  diferente panorama con el mismo sentido de aversión pudo atender y hasta vislumbrar, no solo con los barones de la tierra sino con figuras importantes como Dom Pedro Iº de Brasil, que había invadido una parte de Bolivia detestando a Bolívar en privado, y con el dictador paraguayo doctor Rodríguez de Francia, sin contar con los numerosos oponentes y rivales (Rivadavia, luego Mitre, etc.) que contra él pulularon por tierras del Río de la Plata, o en la misma región Oriental que es el Uruguay de hoy, gente por cierto opresora que veía la concepción libertaria de Bolívar como peligrosa para con sus intereses, mientras pensaban llegar a un acuerdo con Inglaterra o acaso con Francia, y sin olvidar los rivales advenedizos que residían en Chile, sobretodo después de la conspiración limeña de julio de 1826.
Como este es un estudio compendiado para leer sin erudición ni detalles bibliográficos, porque esa no fue mi intención, para que pueda llegar a mucho público interesado sin perder el norte de los hechos reales, reiteraremos que donde existe más oposición hacia el pensamiento autocrático bolivariano, por razones plausibles, es en el Perú, país en el que se han escrito  numerosos trabajos al respecto, y dentro de cuyos autores citaremos a Ortega, Morote, el embajador Calderón Urtecho,  Félix C. Calderón, Mujica Rojas y al Premio Nobel Mario Vargas Llosa, peruano conocedor de la filosa historia de Don Simón en aquel su país, cuando el dicho escritor prologa una importante obra sobre el tema del rector universitario español Pedro González Trevijano.
Oportuno es agregar aquí el caso del pensador, estadista y fílósofo francés Benjamín Constant, quien luego de alabar a Bolívar durante mucho tiempo, a partir de enero de 1829 se convierte en vocero de su oposición a través de fuertes escritos que publica en el importante “Courrier Francais”, de Paris, por la postura dictatorial con que actúa el caraqueño, sobretodo después de la liberación del Perú, creando allí instituciones desagradables, donde hace correr sangre en dicha tierra, creando una constitución ausente de libertad, con usurpación de mando, maniobra con lo que aspira a la perseverancia de la tiranía, pretendiendo además coronarse y sostener una conducta desleal en el Perú y Colombia.
     Ya de vuelta a Nueva Granada el Libertador se encuentra que Bogotá soterradamente anda en función conspirativa contra él, que pronto el admirado José María Córdoba se le insubordina, de donde con guantes de seda lo manda a eliminar a través de un personaje irlandés de confianza, a lo que se suma el fracaso del Congreso de Panamá, que le resta méritos, el lío invasor del Perú al Ecuador y el tremendo problema in situ porque de veras aspiraba a la Corona en Colombia y en ello gran parte de la inteligencia del país estaba opuesta, lo que da pie a que exista una conspiración diaria contra su persona, al tiempo que por el stress y la melancolía pronto comienza a enfermar dentro de un caos o vacío que se instaura por doquier, mientras toma cariz las riendas de la insubordinación ya manifestada  en la Convención de Ocaña, por el conjuro del general Francisco de Paula Santander. Colombia, su criatura artificial, viene a ser el fin, el canto del cisne de todas sus aspiraciones y decepciones, porque hasta la patria natal lo adversa a través de un muy vasto complot que va formándose en Valencia y Caracas  liderados por el centauro general Páez y los de la llamada Cosiata, porque según asienta Lino Duarte Level “el nombre del Libertador se hundía en el fango de las derrotas y en el desprestigio de los errores”. Bolívar sabe que ya nadie lo quiere, como bien le escribe a Del Castillo y Rada.
Para terminar es bueno traer al recuerdo que el primero de talla internacional que se opone a la personalidad e ideas sostenidas por Bolívar es el ideólogo comunista Carlos Marx, quien en lo escrito para la enciclopedia “New American Ciclopedia” según el pensamiento que sostiene bajo la forma de epítetos y otras maneras de tratarlo demuestra ser totalmente contrario, al extremo de compararlo con el vil rey Souluque de Haití.  El magistrado colombiano doctor José Rafael Sañudo, natural del heroico Pasto, es otro que le denigra, cuando recuerda lo que Bolívar ordenó hacer con su región natal (ver “Estudios sobre la vida de Bolívar”). Entre los venezolanos podemos contar al mentor ideológico de Páez, doctor Ángel Quintero, quien afirmó ante el Congreso sesionando en Valencia, que “Bolívar es el eje de todos los males…”, el panfletario Rafael Diego Mérida, el médico José Domingo Díaz, quien en sus recuerdos sobre los revoltosos de Caracas lo deja mal parado, por conocerlo desde niño, el ácido Luis Level de Goda, el colombiano Manuel Del Castillo, que estuvo muy cerca de él, y en los últimos tiempos con el siquiatra Herrera Luque, Carrera Damas, Pino, Caballero y tantos más que analizan a fondo a este personaje, no dejándolo por cierto bien parado. Desde el precursor Miranda para acá, quien tenía por malo o medio  loco a Don Simón, y viceversa, es mucho lo que se ha escrito en este sentido inculpador, como los casos de Posada Gutiérrez, Madariaga, Obando, Hilario López, Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre, y una serie de nuevas plumas que lo analizan ahora de manera académica más profunda.  Pero es en los Estados Unidos donde más se ha proliferado sobre el tema por la suerte de rencilla con que el caraqueño trataba a los norteamericanos, al extremo que no los tomara en cuenta considerándolos adversarios, y de allí también surge la Doctrina de James Monroe, que corta de raíz las pretensiones de Bolívar sobre la expansión de su trabajo político, digámoslo libertario. También en España y en Latinoamérica se estudia esta relación de odio con amor, para llegar a la intimidad del pensamiento, aún deforme, sobre el ilustre caraqueño, quien en su lecho de muerte no solo temía del falso Santander sino que elucubrando a voces pidió que sacaran de la habitación al general Páez, que es el verdadero creador de la Venezuela independiente. Oh tempora, oh mores. Ave, Caesar, morituri te salutant.

domingo, 18 de marzo de 2012

PRESENCIA INMORTAL DE ALONSO BRICEÑO.

          Amigos invisibles. La verdad es que me estoy metiendo en honduras, porque salirse de las casillas naturales o sea de navegar en la Historia y las Letras, como acostumbro, así de simple, para entrar en el insondable campo de la Filosofía, ya de por sí es un riesgo y bien pensado; pero inmiscuirse en asuntos más relacionados con la Iglesia católica de Pedro, donde predominan cultores de los temas ofrecidos a Dios, sobrepasa el peligro, aunque como “para bachaco, chivo” según expresan en la jerga popular venezolana, por dichos caminos andaré en el presente trabajo dedicado a una persona fuera de serie y de gran proyección intelectual, que falleciera en la ciudad venezolana donde nací, o sea en Trujillo, y al que durante años persiguiera con lupa por diversos países y bibliotecas para encontrar la profundidad de su ser, que ahora a grandes rasgos voy a presentar, porque en las casi últimas cuatro décadas, o sea desde que la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas publicara el libro de mi autoría intitulado “Alonso Briceño, Primer Filósofo De América” (l973), mucha agua ha corrido tras esa figura continental, por lo que ya existen numerosos estudios sobre su obra filosófica, es decir la emanada de su maestro Juan Duns Scoto, que buena tarea me costó, y al extremo de tal riqueza contenida en ella, que el Pontífice Juan Pablo II, dada su condición de  "Doctor sutil” de la Iglesia, como le llaman, después de varios siglos de su muerte a Duns Scoto lo eleva a la categoría de Beato (honrado para el culto), cuya sabiduría recala en este humilde franciscano y eximio pensador que es Alonso Briceño, quien con tal espaldarazo de razón y fe ha entrado por la puerta grande en la historia teólogo filosófica de la misma Iglesia de Cristo.
Doctor en teología y filósofo de renombre internacional, Lector Jubilado dos veces, erudito, crítico, políglota e indigenista, orador y literato, Alonso Briceño, uno de los grandes pensadores americanos del siglo XVII nació en el austral Santiago de Chile en el año 1587, en tiempos cuando otro inmortal, don Alonso de Ercilla y Zúñiga, había compuesto en verso, tan parecido al de nuestro Juan de Castellanos en su estilo, la epopeya insurreccional de los indios araucanos, llamada “La Araucana”. Era hijo del hidalgo castellano Alfonso Briceño de Arévalo, quien emigrado por la conquista hacia el reino del Perú luego prosigue hacia el Sur, a Chile, donde casa con doña Jerónima Arias para fundar familia. Y como desde muy joven Alonso demuestra el querer servir a Dios y a la Iglesia, pronto viaja hacia Lima, importante ciudad virreinal en cuyo centro está construyéndose por partes el que será famoso convento franciscano, con numerosos alumnos y maestros, donde vive Briceño para allí finalmente luego del noviciado tomar el hábito franciscano el 31 de enero de 1605, y al año siguiente, en febrero, después de otros estudios realizados profesa en la Orden Tercera, mas luego por su capacidad didáctica en que descuella allí como maestro y mediante concurso de oposición regentando la Cátedra de Artes (menores) ejerce por tres lustros en la doctrina filosófica el digno magisterio de la Orden, es decir hasta 1621. Será entonces Guardián del Colegio, Definidor o Consejero provincial, Comisario, Visitador de la Provincia de los Doce Apóstoles, en Santiago de Chile también celebra Capítulo Provincial y preside elección de Superiores, mientras recorre conventos franciscanos en Perú, Chile y Bolivia, como Cajamarca, Jauja y Charcas. Después, según disposiciones superiores se le destina a Chuquisaca (Bolivia), donde va designado con el cargo de Coadjutor de esa Provincia misionera, encontrándose allí para febrero de 1629. Y en el largo transcurrir de su vida intelectual para 1636 lo hallamos como profesor superior (magíster) de Teología en el nutrido convento franciscano de Lima, donde en la Sala Capitular existe una hermosa talla de madera del célebre teólogo, maestro y fraile Juan Duns Scoto, contendor filosófico del afamado sabio dominico Tomás de Aquino. Pero ya para este tiempo y con el transcurso de los años el franciscano fray Alonso ha atesorado una suma de conocimientos que tiene escritos en diversos pergaminos y papeles, porque al año siguiente de 1637 y con el permiso superior respectivo zarpa del puerto de El Callao, cruza a Panamá, Portobelo, y en febrero de ese año que transcurre arriba al andaluz fondeadero de San Lúcar de Barrameda, cerca de Cádiz, con 50 años de edad. Y como va provisto de numerosos trabajos que piensa publicar con el consentimiento respectivo, sigue a Madrid para hospedarse en el capitalino convento franciscano de Jesús María y donde pronto, en 1638, como un éxito por su sólida formación que pasa barreras casi imposibles, publica el Primer Volumen sobre filosofía (llamada teología en la época) escotista, cuyo padre espiritual, Juan Duns, es el maestro supremo de la Orden Franciscana, y al cual ya le lleva años de estudios y meditación. Aquí es necesario añadir que por el hecho de ser este fraile indiano u originario de Chile, se le tenía prohibido el publicar cualquier obra de divulgación, pues tal privilegio era destinado solamente a los nacidos en España, pero es tan grande el valor de dicho texto crítico atenido a las pautas existentes, que el humilde fraile Briceño recibe el Nihil Obstat, incluso del censor Santo Oficio (manejado por el contendiente grupo de Tomás de Aquino) eliminando así tal discriminación, dada la importancia teológica de dicho trabajo, con lo que rompe ese impedimento prohibitivo, convirtiéndose entonces, como se ha escrito, en el primer filósofo de América. Así se le abren las puertas de la Corte española, aceptándosele para los cargos a los cuales estaba destinado.
           Ya para dicho tiempo la gloria de lo escrito recae en este modesto fraile franciscano, que sublima la capacidad teológica de Duns Scoto, quien compite como dije en el seno de la Iglesia con igual capacidad teológica a Santo Tomás de Aquino, protector de la entonces inquisidora Orden Dominica, lo que prueba a través de sus “Disquisiciones” o precisiones tan comentadas, de donde el año siguiente de 1639 siendo Juez de Apelaciones en las causas grandes de las provincias de España y representante del Rey “por especial orden de Su Majestad” Felipe IV, en el Capítulo General de Roma, parte de Madrid para asistir con tal encargo a dicha magna Asamblea franciscana, que se desarrolla frente al Tíber en el famoso convento de Araceli, durante el papado de Urbano VIII (quien lo recibe en audiencia privada, por considerársele el “Segundo Scoto”), encumbrado lugar donde defiende unas conocidas sagradas “conclusiones teológicas”, dedicadas al cardenal Albornoz, “con muy grande honor de sus letras” y en cuya sede pontificia nuevamente por la capacidad demostrada en estas lides del espíritu, se le permite permanecer tres años en la Ciudad Eterna, dentro de los intensos estudios teológicos que conserva, al tiempo que es Consultor del Santo Oficio y Procurador ante Roma para la canonización de San Francisco Solano, a quien conociera en Lima, lo que le vale igualmente a que en 1641 y en representación del Rey Católico (Felipe IV) asista al Capítulo General Cisterciense (vieja e importante Orden del Císter), que abarca toda la Provincia Española, lo que le posibilita discutir con figuras de máxima categoría y autoridad en estos asuntos eclesiales. Y por haberse realizado tal evento capitular fuera de la capital hispana, en Valladolid, pronto vuelve a Madrid, para imprimir, en 1642, o sea cuatro años después, el Segundo Volumen de su gruesa obra escotista, que le consagra a nivel de entendidos como máximo conocedor de la figura intelectual del beato Juan Duns Scoto.
          Ya ha demostrado lo que vale como analista del pensamiento escótico y por ende filosófico, pero como es hombre de conducta vertical arraigada en la sumisión y el mandato superior, a este santo varón y gloria intelectual del siglo XVII que ama la predicación de la doctrina eclesiástica, en América la Orden franciscana le destina para que en función misionera y además episcopal regrese a tierra americana (febrero de 1645), en este caso a Panamá, donde previa la postulación de Felipe IV le hace el nombramiento de Obispo la santidad de Inocencio Xº, ante la vacancia del titular Hernando Núñez de Sagrado, siendo consagrado Briceño el 12 de noviembre siguiente por el Mitrado Diocesano Hernando de Ramírez (1640-1652), en Panamá la Vieja, para continuar de seguidas a la Sede asignada en Nicaragua, donde en el diciembre posterior toma posesión de su cargo, mientras reside en Granada, pero en 1650 se traslada a Subtiava, barrio indígena de León, lugar en el que nuestro humilde sacerdote ejercerá el apostolado misional entre las comunidades que lo rodean, hablándoles en lengua mangue y ayudando en la construcción de su iglesia parroquial, aunque por causas diferentes pronto en la visita pastoral para 1652 de nuevo reside en Granada, y al año siguiente se halla en Santiago de Cartago, ciudad de Costa Rica muy cerca del volcán Irazú, posiblemente durante otra visita pastoral. En los 5 años posteriores y debido a cierta prórroga de su ministerio, el teólogo Briceño ejercerá el apostolado de Obispo con luces en el ámbito de su jurisdicción, que abarca tanto Nicaragua como Costa Rica. Y lo digo así, porque en el año de 1653 el furibundo obispo de Caracas, fray Mauro de Tovar, fue trasladado a la Sede centroamericana de Chiapas, demorándose un tiempo sin partir hacia el nuevo destino, pues como el designado obispo fray Alonso Briceño al conocer que De Tovar era poco querido en Caracas, por lo fanático y pleitista de su talante, no deseaba venir a ocupar el nuevo destino de la Silla Episcopal, alegando muchas dificultades para ello y manteniéndose primero en Panamá, donde consagra como obispo de Guatemala al ilustrísimo agustino fray Payo Enríquez de Ribera, amigo, teólogo, culto por demás y filósofo de valía, futuro arzobispo y virrey de Nueva España (México 1673-1680), y en Cartagena de Indias (donde reside en abril de 1659) atendiendo la espera de la salida de ese Obispo malquerido citado, mientras le escribe el Cabildo Eclesiástico de Caracas y el Gobernador de Venezuela, Porres Toledo (19-5-1658) para que venga al país por las “siete plagas de Egipto” que existen, y hasta que interviene el propio Consejo de Indias de Sevilla, viéndose así forzado en 1660 a emprender el viaje marítimo y por la ruta lacustre de Maracaibo, a donde llega el 27 de diciembre para detenerse en el convento franciscano de la ciudad, pero no sigue a la capital de la Gobernación, o sea a Caracas, sino que se residencia en la tranquila y serrana ciudad de Trujillo, tierra de paz donde tiene familia por la rama Briceño, y allí se asienta definitivamente en 1661, como XIII Obispo de Venezuela, escogiendo para vivir el convento suyo (San Antonio de Padua de la Recolección) de la dinámica ciudad, que por ser cruce de caminos comerciales rivaliza con Caracas en tamaño y población, como en su construcción colonial de primer orden arquitectónico. Toma posesión del cargo el 14 de julio de 1661, mientras gobierna la diócesis como Designado el Vicario trujillano Hernando Sánchez Mejía, y allí trabajará silenciosamente [como relato en el Diccionario de Historia de Venezuela] en la redacción de sus escritos y en el beneficio de los fieles. De buen porte, delgado, de nariz perfilada y los ojos serenos, llega a Trujillo con séquito, incluidos familiares, pajes y secretarios, siendo recibido conforme al protocolo respectivo y mientras descarga una biblioteca compuesta por más de l.000 libros de grueso porte y pasta, sobretodo religiosos, y en especial la Biblia, que “conocía de memoria”, según anota el cronista franciscano Blas José Terrero, librería que es una de las mejores de la colonia venezolana y que luego vino a ser obra de litigio en cuanto a su propiedad.
           Briceño destaca no solo por la originalidad de sus tratados, acordes con la estricta ortodoxia religiosa, sino por haber sido como dije, el primer nativo de las tierras de América que obtuvo la dispensa para publicar, por vez primera, un formal estudio sobre los fundamentos filosóficos y teológicos de la corriente escotista, que era la sostenida por la comunidad franciscana mundial, “el primer teólogo que de las Indias surgió”, de tal suerte que los contemporáneos a su obra lo calificaron con precisión como “el Segundo Scoto” o el Escoto Americano. Por ocho años de su vida colmada de saberes permanece arraigado en Trujillo sin viajar nunca a la sede de la diócesis, y donde luego de detenido estudio autoriza el culto a la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela, como por ser alto honor que le dispensa en agosto de 1663 y en la Iglesia Matriz revestido del ministerio litúrgico consagra en calidad de arzobispo de Santo Domingo (Primado de América), al ilustrísimo monseñor Francisco de la Cueva y Maldonado, curador de los restos de Colón, venido de la isla con ese fin consagratorio, y donde Briceño hará beneficios materiales y espirituales a la grey trujillana, siempre rodeado de familiares y de clérigos, hasta que luego de unas “conclusiones teológicas” que presidiera en la referida Iglesia Matriz de Trujillo, a la que ayuda en su construcción final, parecida por cierto salvo en su torre a la nicaragüense de Subtiava, en la continuación de la visita pastoral que realiza por tierras malsanas de Carora, enfermó de “calenturas palúdicas” que se agravan en su residencia trujillana, y luego de innumerables remedios de la época como zumo de mastuerzo, piedra bezoar, plantillas de piel de gato, palomitas abiertas en su vientre y hasta cierto dedo con engaste en metal del amigo cordobés San Francisco Solano, muere rodeado de un gran aprecio ciudadano, eclesiástico y de otras personalidades asistentes. Falleció este “Teólogo del amor a Dios” el l5 de noviembre de 1668, de 81 años, edad provecta para entonces, siendo enterrado con pompa de difuntos en la Capilla Mayor, al lado del Evangelio, de la Iglesia que tanto oyera su palabra, donde reposan los sagrados restos, y los valiosos bienes materiales suyos dieron origen a ruidosos pleitos por varios años, entre el Cabildo Eclesiástico, la Orden franciscana y los familiares del extinto. La pacífica ciudad de Trujillo, donde viviera y dirige la Gobernación eclesiástica de Venezuela por ocho años, está en deuda permanente con el ilustre pensador, para erigirle una estatua recordatoria a uno de las grandes filósofos de América, que allí reposa por siempre.
           En lo referente a su obra intelectual podemos agregar que es vasta tanto en conocimientos teólogo-filosóficos como en el manejo de la Iglesia, de su Orden franciscana y del tiempo que le tocó vivir, distribuyéndose esos estudios en libros, folletos y papeles de un profundo conocimiento. Escribió cinco grandes trabajos de valía, como se conoce hasta ahora. La obra más reputada es desde luego la que publica en dos tomos y que dedica al rey Felipe IV (1638 y 1639 para el primer tomo y 1642 del segundo, con 1.303 páginas en total), siendo la de tantas controversias o disputas filosóficas escotistas, editada en la Imprenta Real madrileña, con Privilegio, y en la de Antonio Bello, obra de largo título y traducida del latín original al castellano como “Controversias sobre el Primero de las Sentencias de Escoto”, que le dio renombre universal, a los que le seguía un tercer volumen, sobre sentencias escotistas siguiendo en ello el canon fundamental del italiano Pedro Lombardo, texto enteramente terminado, como anota el sacerdote Atanasio López OFM, que no fue puesto a impresión por las dificultades de la época y por haber viajado Briceño con cierta rapidez rumbo a su destino centroamericano. De este sesudo trabajo escotista que utiliza el plan heraclitiano de polémica sobre un fondo puro de metafísica, imbuido de aristotelismo, atractivo además con algo de la visión existencialista, como anota el maestro Juan David García Bacca, quien lo divide en cuatro disputaciones metafísicas, pues, se han escrito cientos de análisis, imposibles de reseñar aquí, por lo que el ilustre Marcelino Menéndez y Pelayo lo coloca entre los grandes teólogos del Siglo de Oro español. De seguidas diremos que Briceño anota y corrige el tratado “Política Indiana”, del notable jurisconsulto Juan de Solórzano Pereira, madrileño graduado en Salamanca y luego Consejero de Felipe IV, cuya obra fue de consulta obligada en el período colonial americano, trabajo que Briceño ejecutara cuando Solórzano fue Oidor del Virreinato limeño, luego de 1610. Además Briceño el 19 de octubre de 1629 en Lima como Definidor, Lector Jubilado dos veces y Calificador (censor) del Santo Oficio, mediante escrito aprobatorio permite la publicación de un Tratado sobre la vida y milagros de San Francisco Solano, patrono de Lima, obra del instruido franciscano Diego de Córdoba.

           Pero a su muerte en Trujillo, el obispo Briceño dejó bajo inéditos expedientes separados cuatro cuerpos de libros de folio entero, inventariados, que según escribiera el doctor Amílcar Fonseca los intituló para la posteridad “Briceño in Scot”, en tres cuerpos de libros, y “Briceño in Sententiis”, que abarca el tomo primero. Acaso fueren estudios mejorados sobre sus empeñosos análisis escotistas. Todo este material de gran valor metafísico, teológico y filosófico, tiempo después se le llevó al convento franciscano de Caracas, y allí se pierde o extravía la huella de este inmenso reservorio de la obra capital del gran obispo y pensador católico fray Alonso Briceño. Por cierto en ese legajo de papeles también iba incluida la carta para su honra en que el doctor salmantino Juan de Solórzano Pereira le exigía al franciscano corrigiera y anotara su elocuente obra “Política Indiana”, lo que realiza fielmente en próxima oportunidad. Dejo así cumplida la síntesis existencial que nuevamente me propuse, para que la conozca el mundo, de un fraile que como el fundador San Francisco de Asís, “il poverello”, fue manso, amigo de la naturaleza y humilde como el que más. Quiera el aquitense Francisco, que muchos sigan este sabio camino.
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viernes, 9 de marzo de 2012

BOLIVAR QUISO SER REY, PERO NO PUDO.

Amigos invisibles. Si, como lo digo a cuatro vientos y luego de pensarlo y estudiarlo mucho, porque sobrepuesto a tantas silvestres intenciones no comulgo con ruedas de molino ni menos con mitos incensarios  en este siglo XXI. La ficción o leyenda y la historia verdadera  son cosas diferentes, aunque se puede rediseñar esta última con fines comprometidos, pero eso es otra posición escogida. En este caso hay que llamar a las cosas por su nombre, de donde al momento me propongo derrumbar otro mito sobre el republicanismo del caraqueño libertador Simón Bolívar, porque si bien capeaba las situaciones a la conveniencia del momento, y en el fondo y hasta por causa de su nacimiento fue monárquico, en lo interior y siempre anduvo tras de esa intención esencial, aunque las circunstancias en varias oportunidades se lo impidieron, y finalmente, en dos platos, no pudo serlo.
    Desde la infancia de este prócer americano y a pesar de las disputas que le rodearon desde siempre, en la pacata Caracas colonial donde naciera y vivía a partir de los tiempos del uso de la razón, pudo darse cuenta que todo el mundo que le rodeaba era monárquico en sentimientos y manera de ser, donde existía una pequeña sociedad con títulos otorgados por el rey español, a los Rodríguez del Toro, a los Tovar, los Mijares, Ustáriz y otros tantos que pudo conocer y apreciar de un tiempo por allá en la  primera década de su vida. Pero lo que más debe haberle llamado la atención es cuando supo que su familia era muy rica en esclavos y propiedades terrenales, y más cuando le comentan que su adinerado abuelo con buen pago de doblones solicitaba para sí el reluciente título de marqués de San Luís, por haber fundado la villa de San Luis de Cura y el prestar desde luego servicios al monarca, y que ya la familia, o sea los tíos maternos, le buscaban tanto al mayor hermano, heredero de la primogenitura, Juan Vicente, otra vez el título del marquesado de San Luis, que se había quedado en veremos y hasta por avaricia del viejo Juan Vicente, y al retoño segundón se le destinara el ostentoso título de Conde de Casa Palacios, así solicitado mientras se elabora el pesado expediente nobiliario lleno de fes de bautismo, declaraciones testimoniales y muchos otros requisitos burocráticos que impedían entrar al cenáculo de la nobleza a gentes como herejes protestantes, hijos con no limpio nacimiento, o de orígenes morunos y sefarditas, en todo lo cual permanecían muy prestos los sacerdotes para cumplir una misión calificadora ejemplar. Ya los hermanos Juan Vicente y Simón estaban avisados de ello y hasta recibíeron clases de buenos modales, esgrima,  danza y otras necesarias para representar bien el papel de la nobleza local, donde había muchos mantuanos entrometidos, cuando de pronto estalla una bomba atómica o un tsunami quizás, porque se recibió de la capital del reino, es decir de Madrid, una mala noticia en cuanto que los muchos papeles esponsalicios, de nacimientos y de legitimidad fueron muy bien llevados hacia el atrás generacional, pero que cuando en la pesquisa obligatoria llegaron a la tatarabuela  de ambos jóvenes, Josefa Marín de Narváez, habían caído en cuenta los estudiosos del caso que no era hija legítima y que por ello continuar en el empeño era sencillamente perder el tiempo. Cuántos lloros debió ocurrir en aquellos momentos de rabia e indignación, viéndose así desposeídos de algo que ya consideraban suyos, como de la buena cantidad en monedas de oro que habían entregado al monasterio catalán de Monserrat, para que con prontitud los monjes benedictinos expidieran tales distinciones nobiliarias. Así el gozo se fue para el abismo del pozo.
    Aquello debió sentirse en el alma de Don Simón como algo extraño, porque dentro de sus pocos conocimientos no llegaba a digerir ese rechazo, que pudo producirle ira y soledad. Sin embargo frente a otros pormenores este desarrollo habitual continuó pasando como si nada hubiere acontecido, a pesar de los corrillos y murmuraciones que se pudieron presentar, mientras el mantuano y burgués Simón Bolívar crecía junto a la generación pudiente que le entorna y al tiempo se apresta para viajar a Europa en busca de nuevos conocimientos y otra educación más refinada. Pero es bueno señalar que en su viaje a Europa y de tiernos dieciséis años, durante una estancia que hace en la virreinal ciudad de México va a residir en la mansión de la marquesa de Uluapa, y allí en medio de la nobleza que le acoge conoce a la famosa María Ignacia “Güera” Rodríguez, mientras se codea con gente de su rango y donde según se ha escrito saborea las primeras intimidades de alcoba. Y llegado a Madrid se aloja en casa del munífico pariente marqués Jerónimo de Uztáriz, y allí pronto entra en contacto con Manuel Mallo, amante de la reina María Luisa de Parma, y por ese conducto llegará a jugar pelota hasta con el futuro rey Fernando VII, según se cuenta en las crónicas reales oportunas. Durante su estancia en Madrid el caraqueño Bolívar pronto casa con la aristócrata española María Teresa del Toro, prima de los marqueses del Toro, pero al  enviudar de ella en Caracas Don Simón regresa a Europa, y en París se vuelve amante de Fanny Dervieux du Villard, esposa del barón Trobriand de Kenderlen, por medio de la cual se codea con la alta y noble sociedad francesa.
    De vuelta a Caracas y ya pasada esta etapa formativa y social, Bolívar se encuentra con que en ebullición se halla el país a causa de los sucesos acaecidos en España. De un inicio, Bolívar que es conservador anda apartado de los conatos insurrecciónales contra la monarquía que acaecen en el entorno, porque ellos no defienden a fondo el estatus imperante del cual él forma parte, y solo toma ingerencia en los asuntos públicos cuando triunfa el movimiento secesionista del 19 de abril de 1810, porque lo convence el mantuano Martín Tovar Ponte, segundo conde de Tovar, para que en solicitud de ayuda vaya a Londres con una delegación cuyos gastos sufraga y en calidad de representante del nuevo gobierno que se pretende imponer, donde logra reunirse en privado y de manera no oficial con el ministro marqués de  Wellesley, quien si bien lo recibe de una manera fría, nada le ofrece de cooperación a la causa libertaria, por lo que Bolívar luego sostiene conversaciones con el allí exiliado general Francisco de Miranda, convenciéndolo para que vuelva a Venezuela y se ponga al frente de las tropas americanas. La traída de Miranda a Caracas termina en un fracaso, por la incomprensión de las partes y la ojeriza que se le tenía al considerársele un extranjero en su propia tierra, de donde Miranda es detenido y enviado preso a España para pronto morir  lleno de tristeza y olvido. Sin embargo la avanzada monárquica que defiende los intereses españoles al mando de Domingo Monteverde enarbola de nuevo la bandera a favor de Fernando VII y Bolívar entonces se exilia rumbo a Cartagena. Pero en Colombia ya la contrarrevolución da sus frutos con la avanzada de los ejércitos bajo pabellón español, que el caraqueño los combate y en rápida campaña llega a Caracas triunfante, aunque bien pronto el huracán astur que es José Tomás Boves se alza en Calabozo, y es cuando por primera vez vemos a Bolívar pensar en firme sobre sus pretensiones monárquicas, pues pretende hacerse Virrey para luchar con mejor opción contra el tenebroso Boves que avanza indetenible, según lo propone por carta al arzobispo Narciso Coll y Prat, aunque con rapidez se da cuenta de lo imposible de su idea y decide entonces abandonar ese intento para salvar el pellejo, iniciando la conocida emigración a Oriente. A partir de ese momento trágico la vida de Bolívar entra en un vaivén de circunstancias, con algunos triunfos militares y muchos fracasos, mientras escribe numerosas cartas que sería oportuno revisar por sus atisbos  monárquicos.
El tiempo vuela y las páginas de la historia que se hace son cambiantes, mientras de la Península llegan figuras para la guerra larga que obtendrán sus títulos de nobleza aquí, en la campaña, como el general Pablo Morillo, que será Conde de Cartagena y luego Marqués de La Puerta, y el general Miguel de la Torre y Pando, ennoblecido como Conde de Torrepando, al tanto que Bolívar conoce de estas actitudes y en contrapartida trae legionarios británicos para el combate, algunos de casas nobles, mientras aparece otro guerrero fenomenal, que es el general José Antonio Páez, quien con su conducta militar pronto hace correr la balanza del triunfo a favor del grupo llamado patriota.  Pero el salto grande en eso de ser Rey, Bolívar, que acariciaba la idea desde antaño y que por ende había creado una estructura autócrata en ese sentido, sintió que ya era oportunidad de lanzarse por este camino napoleónico, desde luego a hurtadillas de un comienzo, pero con todas las razones para así pensar hacia el cambio posterior que gira en 180 grados. Puesto y reconocido ya como dictador absoluto, según lo asienta el reverendo John Hambleton, y por tanto acabado parcialmente el problema de sus enemigos que le serruchan el paso, proyecta crear un país bajo el estilo personal autócrata y por esto congrega en Angostura del Orinoco a muchos de sus seguidores, que se reunirán en febrero de 1819, y donde luego por su voz cantante y buena sindéresis de convencimiento se discute una Constitución que es obra suya, para que rija en la República de Colombia, que se acaba de fundar como algo en el fondo quimérico. Este proyecto constitucional, a todas luces monárquico aunque disfrazado, resguarda el poder omnipotente de Bolívar donde el caraqueño plantea una Presidencia vitalicia y dictatorial asistido de inviolabilidad personal, con facultad de elegir sucesor, asistido de un senado hereditario, de notables aristócratas, que tras bambalinas desde 1813 la ejerce. Dicho gobierno artificial que crea, el Presidente de Colombia Bolívar así lo hace con miras a su futura visión monárquica de Rey sin Corona, que pronto en cuatro meses de vida es rechazada por los constituyentes, dentro del fracaso que conlleva tal utopía personalista.
Con la ilusión de una Colombia formada por tres países distintos, anda en la batalla de Boyacá y regresa a Venezuela con el fracaso de su Constitución monárquica a todas luces, aunque empeñoso en su definitiva imposición vuelve al Rosario de Cúcuta, para continuar remachando sobre ese proyecto constitucional en un Congreso reunido mas falto de legitimidad, “no menos cómico que los dos de Angostura”, según asienta Luis Level de Goda, donde luego de utilizar como táctica una renuncia al cargo que ostenta y con muchas correcciones que le incluyen al proyecto en cuestión, entre ellas el suprimir los senadores vitalicios, y eliminándose las ideas bolivarianas que sustenta para esa Carta Magna, se hace aprobar dicha Constitución cojitranca, que en el fondo es el principio del fin de Colombia. “Las campanas están doblando por Colombia”, lo dirá el propio Bolívar. Una vez superado este empeño desastroso el caraqueño se bate en Carabobo, y pronto regresa a la Nueva Granada, para preparar la campaña que lo orientará hacia el Sur del continente, entrando así por la vía de Popayán, el monárquico Pasto y Quito, que conquista para anexarlo a Colombia, como hace luego con Guayaquil, donde se entrevista y en la diplomacia que utiliza engaña al general San Martín sobre sus intenciones seguidas y dictatoriales, aunque no dejan de hablar en tal encuentro sobre las tendencias monárquicas de un futuro gobierno en el Perú, porque en ello ambos coincidían. Y así el caraqueño Don Simón prosigue rumbo a Lima, donde nadie deseaba por cierto romper con la realeza española, porque todos se sentían súbditos del Rey.
En Lima el Libertador inicia otro período autoritario de gobierno, ya en calidad de Dictador, con altos funcionarios que pronto le traicionan, como el marqués Riva Agüero,  el marqués de Torre Tagle y Mariano Portocarrero, pues vista la situación planteada aspiran el regreso de la colonia española al Perú, país donde predominan muchos nobles de alcurnia, aunque se comenta a sotto voce, que el retorno será bajo el dominio de Colombia. Y vista esta situación excepcional mientras a  Bolívar se le calientan las orejas con lo de la monarquía propia, extralimita el mando con pelotones de ejecución sumaria, como el caso del Vizconde de San Jonás, o Juan de Berindoaga, Bernardo Monteagudo, y otros que son así eliminados y algunos que se salvan a última hora. Mientras tanto el general Antonio José de Sucre triunfa en la batalla de Ayacucho, lo que pronto cambia la situación de Bolívar, porque ya piensa en grande, extralimitándose de fronteras y con mayor ambición de poder, por lo que inicia el viaje hacia el Alto Perú, al que pronto aspira independizar por conveniencia vista su relación hacia el futuro, y sobre el paso de las bayonetas colombianas ocupantes nuevamente saca debajo de la manga su comentada Presidencia Vitalicia, conservadora, constitución que elabora y envía desde Lima para su aprobación, que es “una monarquía  con otro nombre”, llamándola así Bartolomé Mitre, o “monarquía disfrazada de república”, según anota el venezolano Carlos Irazábal, Carta Magna despótica  y contraria al ejercicio representativo, calcada de los resabios monárquicos sostenidos en Angostura y Cúcuta, como la presidencia perpetua, el senado vitalicio y hereditario o “cámara de lores”, que pronto se rechazan, dentro del rápido declive político que se nota en Bolívar. Pero antes de regresar el caraqueño a Lima, en la nueva Bolivia sostiene conversaciones con  delegados argentinos [Alvear, Díaz Vélez, etc.], que le tientan nuevamente a Bolívar para el ejercicio monárquico del Estado, mientras piensa, además, en una “Federación Boliviana”, que abarque a Colombia, el Perú y a Bolivia, y donde ya algunos impulsores en tiempo oportuno creían que el caraqueño podía ser nombrado como “Emperador de los Andes”. De esta manera se forman ya grupos pro monárquicos con Hipólito Unanue a la cabeza, y en Bogotá con dificultad existe el colectivo monárquico pero de tendencia francesa, y hasta en Caracas ronda por sí otro sector duro que con el fin de sostener a Páez en el poder piensa en el rey “Simón 1º”, aunque residiendo en Bogotá. Juntos pero no revueltos. Así se despeja la idea de traer príncipes borbones para reinar en América, como algunos sostenían, mientras en Venezuela  se forma un corro a favor de la corona a fin de colocar sobre la testa bolivariana [para que reine pero no gobierne] sostenido dentro y fuera de sus alcances por Antonio Leocadio Guzmán, Rafael Urdaneta, Sucre, Flores [entonces Morillo comunica a Madrid que en Caracas pensaban proclamarlo rey  como “Simón 1º, Rey de las Américas”], Ibarra, Montilla, Valdés, Briceño Méndez, O´Leary, Mariño, Rivas, Soublette, Carabaño, también Mosquera, Vergara, Restrepo y hasta Santander, mientras Bolívar le responde a éste, como buen Maquiavelo, “que se persuada todo el mundo que yo no seré rey…”.
En este tiempo y ya en el Lima que no lo quiere y antes de partir a Bogotá luego de un lustro de discordias, el caraqueño clausura el Congreso adversario a sus ideas, y mientras sateliza el Perú a favor de Colombia, triste por no haber tenido éxito sus intenciones personales de coronarse en el Perú de un reino imperial que se extendía del Orinoco a más al Sur de Bolivia, fracasado parte rumbo a la Nueva Granada, donde le esperan tiempos muy amargos, pues quienes pueden circundarle ya conocen bien sus intenciones políticas finales y porque además se ha afianzado en el poder un rival de peso que es el general Francisco de Paula Santander. Allí entrará de nuevo la política en juego, porque salvo sus amigos ahora disminuidos por las ideas monárquicas a que aspira para Colombia, lo tienen sentenciado a la perdición.  De regreso, pues, en Bogotá, el aspecto político está revuelto por demás, no solo debido al fracaso del Congreso de Panamá, donde se trata el tema de la monarquía bolivariana en boga, sino porque también el desasosiego y desunión cunde en Venezuela, por lo que Bolívar parte hacia la Caracas del revoltoso general Páez, mientras se llega a un acuerdo salvador en que ese militar llanero presida el gobierno departamental de Venezuela, porque en compensación reinará desde Bogotá el caraqueño Bolívar. Y con este compromiso al estilo inglés de Chamberlain para evitar la ruptura del país Don Simón regresa a Bogotá, ciudad a la que encuentra casi en estado de ebullición, porque la mayoría no acepta que Bolívar sea Rey de Colombia; mas como las noticias vuelan aunque los correos sean muy lentos, a las coronas europeas les interesa designar cualquier príncipe que venga a gobernar en Colombia, por asuntos de negocios y a objeto de cortar un poco la tendencia republicana que se amplía para el momento, con amigos de Bolívar  que están en el Consejo de Estado en Bogotá y para evitar mayores males, bajo la anuencia incluso del general Santander, que aspira ser Presidente de Colombia, en aquel juego empeñado mientras se ciñe la corona monárquica y apenas protocolaria Don Simón [o una Federación de los Andes a presidir],  el histórico 3 de septiembre de 1829 oficialmente dicho Consejo y por unanimidad acepta el proyecto de establecer en la existente Colombia una Monarquía Constitucional, pues “presenta todo el vigor y estabilidad que debe tener un gobierno bien cimentado”.
Esta idea monárquica subsistente, que incluso en medio de la efervescencia se mantendrá hasta el Congreso Admirable de 1830, ya era protegida por el obispo malinés De Pradt, de donde a principios de 1829 llegaron a Bogotá los delegados franceses  Conde Charles de Bresson [quien luego escribe que Bolívar “terminará por aceptar el trono que se le ha ofrecido”], a quien acompaña el Par de Francia y Duque de Montebello Napoleón Augusto Lannes, enviado por el Rey Carlos Xº a este efecto constitucional, para que Bolívar sea el rey Simón lº, o Presidente Vitalicio, que nombre un monarca sucesor, de la casa francesa de Orleáns, opinión a la que se ha sumado el ultraaristócrata príncipe galo Jules Auguste de Polignac. Sin embargo este empeño hecho por Francia  debido a las fluctuaciones ocasionadas en Colombia, al final no avanza y quedó como mero proyecto.
Es de recordar que para ese tiempo existieron varios reinos en América, como el de México, Brasil, Haití, y otros a crear que con impulsores como San Martín, Puerreydon y Rivadavia apostaban por colocar un príncipe europeo en tierras delimitadas de América [fuere inglés, germano  y hasta sueco]. En cuanto a Colombia por las disensiones internas no se pudo llegar a culminar ese propósito bolivariano, que incluyó llegar hasta una Federación de monarquías. Ya antes sus oficiales de confianza como José Gabriel Pérez sobre el Perú afirma que “hemos de coronar al Libertador”, y Valdés le pide en carta que se proclame Rey, “que ese era el voto de todos en Quito y Guayaquil”. Mosquera le dice que el “ejército está decidido por una monarquía”, mientras Restrepo le recuerda en igual sentido, y Montilla le reitera que “en una monarquía y que os coloquéis  a la cabeza de ella”. Estanislao Vergara le comenta igualmente  sobre que Vuestra Excelencia sea Presidente Vitalicio y después venga un Rey. Más radical es Urdaneta, quien le comenta a Sutherland así: “Bolívar tenía la intención de formar una monarquía, bajo la protección inglesa”, para colocarse luego la corona, mientras el irónico Santander, le escribe que acepta que mande [a los colombianos] “porque nos gobernará según las leyes”. Y en verdad no gobernó como monarca quedándose con las ganas, a pesar de su maniobra siempre maquiavélica, porque ya estaba en las últimas y pronto iba a morir. De otra forma a lo mejor tendríamos duques y marqueses por doquier, amarillos y negros, analfabetos y analfabestias, según los identifican en el Perú, locos y ladrones, siempre a la espera de que cuaje un pequeño y diabólico sueño de esos que suceden a veces quizás debido a una mala digestión. Y como dicen por aquí en Venezuela, “los deseos no empreñan”.