sábado, 28 de abril de 2012

DICCIONARIO DE LOS INDIOS CUICAS.


              Amigos invisibles. Este trabajo que voy a elaborar para el conocimiento de quienes andan interesados en descubrir retazos emocionales de nuestra América, es por demás cariñoso en ese mundo interior que mediante diversos cauces me envuelve, ya que por tener atados un corazón de afecto y un espíritu latente hacia lo que sobresale, me han permitido en este momento volcar conocimientos subjetivos para servir de contribución a ese pueblo original y pacífico, erigido por la senda del recuerdo en todo ese estímulo visceral que guardo desde la infancia, que fue cuando en los inicios de mi formación y descubrimiento del mundo, vine a medio entender lo que significaba la raza indígena americana y por ende todo el trasmutar permanente  de los llamados indios cuicas, que para el arribo de los conquistadores españoles a Venezuela poblaran una región en apariencia tranquila pero llena de sigilos con que resguardaron su manera de ser, metidos por allá en medio de un cerco de serranías limitantes en las fronteras luego llamadas trujillanas, y en cuyas montañas, valles y sabanas vivían identificándose como hermanos entre tribus afines en cultura, lenguaje y manera de ser, conformando así  un micromundo que para el conocimiento de la Historia arranca con el paso fugaz de Pedro de San Martín y desde 1547 cuando una avanzada española al mando del maestre de campo Diego Ruiz de Vallejo, proveniente de El Tocuyo irrumpe en la quietud del arco iris montañero servido de orquídeas, cóndores y picaflores que otros llaman colibríes. Pero fue en 1557, en tiempos del gobernador Arias de Villasinda, cuando el conocido extremeño Diego García de Paredes al mando de una tropa y proveniente también de El Tocuyo, que es como capìtal de la provincia ya fundada de Venezuela, se adentra por el noreste de esta región trujillana que luego en el repartimiento geográfico arropa algunos 8.000 kilómetros cuadrados, para de esta forma tomar posesión del amplio territorio.
            Y aquí es donde debo aclarar que entre mis travesuras intelectuales, que son muchas, de tiempo atrás a lo Julio Verne había leído bastantes temas atinentes sobre ese conglomerado étnico por demás valioso, que desde luego me fascinaba al formar parte del solar natal y porque su gente tan humilde y condescendiente con el ser me llamara poderosamente la atención.  Pero ya que el asunto es complejo como para sintetizar en este trabajo, vamos a señalarlo de manera pedagógica, a objeto de obtener puntos a favor en cuanto a su aprendizaje que ya es mucho, de modo que al agotar el intento se pueda tener conciencia en el esbozo genérico pero acertado sobre esta comunidad indígena americana en principio amante de la paz, pero sin querer decir pacifista. Vamos pues así a comenzar con sus ORÍGENES: Los indios cuicas provienen de una masa social formada por asentamientos establecidos en la meseta central de Colombia, que constituyeron la gran nación muisca de elevada cultura en su momento y que por el lenguaje utilizado, según estudios fonéticos y lingüísticos oportunos, sus orígenes arrancan de Centro América, entre Honduras y Costa Rica, y que una vez transmigrados al territorio colombiano, desde la gran meseta de Cundinamarca  hacia el Oriente frío y montañoso de Boyacá y los Santanderes entran en comunicación con tribus originarias de Venezuela, antes venidas del Sur amazónico, principalmente arhuacos, estableciéndose así una mixtura de razas que con ciertas diferencias mas hermanadas llegan a ocupar los estados andinos del Táchira, Mérida y Trujillo, aunque el Táchira por las oleadas sucesivas de indios caribes provenientes  del lago marabino y algunos por el llano barinés, configuran en el tiempo un grupo parecido aunque no hermanado, como si lo fueron  las comunidades de la nación chama, o sea vinculada al río mayor merideño, y de la nación cuicas, que se forma por varias parcialidades de un tronco común y que debido a las razones históricas viene a tener ese nombre diferencial, porque en la entrada de los españoles a esa zona indígena se encuentran con el numeroso grupo denominado cuicas, y de entonces acá se tomó dicho apelativo para llamarlos a todos con esta palabra identificadora, de donde sea bueno aclarar que el término timotocuicas es inexistente, superpuesto y obra quizás de un escritor romántico que por razones familiares pensó en establecer este maridaje que repito es inexistente.
            Los CUICAS ya señalados según cuentas de la época ocupaban una extensión de 362 leguas que se extendían desde el páramo de Serrada hasta el inicio de los llanos de Carora, por el poniente de El Tocuyo, la quebrada Tafajes y las aguas que corren hacia el lago de Maracaibo, con su principal vertiente, que es el río Motatán, aunque el Misturnucú o Jiménez fue cantado hasta por poetas de sólido estro musical. En su territorio hay treinta ríos  o cursos de agua y treinta y cuatro picos de montaña con más de 3000 metros de altura. El territorio de su jurisdicción lindaba con otras comunidades diferentes, que por lo común mantenían la paz dentro de una defensa permanente, pudiéndose contar por el norte a los temibles jirajaras, a los aliles y quiriquires lacustres, los betoyes, gayones, caquetíos, ayamanes, ajaguas y omocaros, limitando por el estado Lara, los aracayes y coyones por el lado de Portuguesa, los calderas, caratanes y cambambas por el estado Barinas, y los chamas, de la cultura chama, por el estado Mérida, haciendo constar que estas parcialidades indígenas en su mayoría y en tiempos necesarios, eran migratorias. El nombre Cuicas es de origen chibcha,  la nación más desarrollada de los ancestros muiscas, y equivale en ese lenguaje occidental a “tierras altas”, porque en verdad buena parte de los asentamientos cuicas existían en las tierras altas del hoy Estado Trujillo. Se componían principalmente de 17 comunidades organizadas que andaban establecidas en forma sedentaria, lo que era un progreso para la época, dependiendo de la agricultura, la caza y pesca, la cría menor desde luego y las artes manuales, en la cual eran expertos como el caso de los objetos en cerámica o de barro cocido, arcilla y la cestería,  pulían la piedra, el cuarzo, silex, el azabache, la pizarra y elaboraban los tejidos de colores, como chinchorros y piezas de calzado (alpargatas o cotizas), que tuvieron fama en el período de la Colonia. Además las mujeres y los hombres usaron prendas pectorales de dos alas, en forma de ave estilizada,  gargantillas, collares, adornos diversos, colgantes, mantas de algodón etc. Las cuatro más importantes familias de esta nación fueron los tostóses,  que desde las fronteras de Boconó llegaron hasta ocupar algunas vegas de Timotes, de donde toman su nombre en ese piedemonte andino; los escuques, que es como la parte central indígena de la zona, con doce parcialidades, y la numerosa nación cuicas, que le da el nombre a todo el conglomerado indígena por referirse a ello y en genérico los primeros cronistas españoles que se impusieron estudiar a dicho territorio y sus pobladores. En ese tiempo primigenio se contaban cuatro centros o villajes extendidos llamados Boconó, Jajó, Escuque y Carache, con un dialecto común  que surtía  a dieciséis pueblos aborígenes,  y numerosas parcialidades indígenas, entre ellos los tirandáes, que pronto esos españoles mediante los sistemas de asentamiento y colonización comienzan a catequizar olvidando sus tradiciones ancestrales, e imponiendo al tiempo los sistemas traídos desde Europa, con fines personales, mediante leyes de sumisión con que se obliga a aprender el rigorismo de la lengua castellana y el olvido de sus credos animistas legendarios so pena de incurrir en delitos eclesiales, entre ellos la mohanería ejercida por piaches idólatras, mientras al mismo tiempo y para suavizar  la  dureza de tales disposiciones, los Reyes Católicos, con Isabel a la cabeza y hasta en tiempos de Felipe II, por Reales Órdenes se dispuso hacer ciertas concesiones de hidalguía a los caciques indígenas de la zona, cuestión extensiva a toda América, para así darles el título de Don, utilizar un bastón de mando con efecto en las comunidades  sufragáneas y al tiempo reglamentando ciertas maneras de vida entre sus dependientes, acordes desde luego con lo dispuesto por las autoridades hispanas y sus instituciones, ergo el Cabildo y las leyes de Indias.
            A los jefes de estas tribus se les identificaba con el nombre de chacoy, y el principal se le llamó tabisquey, pero para las decisiones de importancia había reunión del colectivo de ancianos a fin de conocer sobre sus experiencias,  en esta comunidad que tenía la mayor población para el momento de la llegada de los hispanos a dicha tierra, estimándose en más de 20.000 indígenas, manejados por una cincuentena de caciques, que en obra de veinte años largos fueron sometidos, procediéndose así al mestizaje y la transculturización.
            En cuanto a sus creencias, bien emparentadas con la de los muiscas colombianos, utilizaban en ello el difundido animismo, y dentro de tales manifestaciones espirituales rendían culto al sol (reupa), la luna (chaseugn), el Ser Supremo creador (Kchutá), el murciélago, la rana cantora [símbolo chibcha de la lluvia], la luz, el calor, las estrellas, el viento, la lluvia, el agua  y la centella. Profesaban el culto a los cuerpos celestes, enterrando a los muertos en mintoyes bajo forma sedente o en cuclillas. Dentro del primitivismo ancestral temían a los seres maléficos como Keuña (diablo), Quiaque (ser patriarcal azotador) y Quirachú (dios maligno presente en el templo de sus recogimientos). Los dioses para adorar eran simbolizados  en forma de muñecos de barro cocido, algunos en el interior hueco contentivo de piedras pequeñas que podían sonar (chorotes),  parecidos a los tunjos chibchas, y vistos en modelo estatuario bajo diversas concepciones culturales como erguidos, sedentes, con utensilios en las manos, y hasta servidos del nervio viril, etc. En los numerosos adoratorios descubiertos, principalmente cuevas (existen 32 cuevas y cavernas, entre ellas las conocidas de Niquitao)), ordenados destruir por la Inquisición que manejara la orden dominica,  y más en tiempos del obispo vasco fray Antonio de Alcega, se realizaba el culto mayor, con una ofrenda de manteca de cacao, mientras se danza en grupos  acompañados de fotutos, chirimías, maracas y tamborcillos.
            A objeto de corregir estas perversiones de la idolatría para 1608 ya se habían quemado 1.514 santuarios indígenas en la “provincia de cuycas”, como se le llamara entonces, y aún para 1714 en Carache se liquidaron 24 adoratorios y 74 ídolos que representaban estas manifestaciones paganas, pues hay que recordar, además, que al gran ídolo de la región los españoles lo encontraron a su entrada por Escuque, que era llamado Ikaque, establecido por tierra de los escuqueyes, en Quibao, donde tenía su adoración ferviente y ofrenda en un templo de tres naves sobre horcones adornado con astas de venado, lugar en que se rendía culto a una estatuilla perdidosa, redonda y fabricada en oro, representado a la diosa de las cosechas. En referencia a la vida particular de estas sociedades autóctonas diremos que mantenían afinidades raciales y etnográficas con los chibchas de Colombia, mientras existía la poligamia y la virginidad no era un secreto y menos virtud dentro de su manera de vivir. Ya para la época en que fueron destruidos sus adoratorios el Obispo de Caracas ordenó reunir a los cuicas para distribuirlos en diez doctrinas y bajo la protección física de los señores principales de la región, mientras que en 1621 el gobernador Francisco De la Hoz Berrío redujo a diez pueblos la organización social de dichos indígenas, y en 1687 la provincia de Cuycas albergaba  49 encomiendas indígenas, según el censo establecido.
            En cuanto a la VIDA COTIDIANA de los cuicas diremos que eran callados y melancólicos, algo parecido a su música. Cosechaban maíz como elemento esencial, legumbres y algodón, usaron bolas de hilo en el trueque o transacciones comerciales y vivían en chozas de palma dentro de los poblados. Su cuenta era decenal, con las dos manos, y usos de nudos de a cinco porciones, equivalente a cada mano. La semana era de cinco días, de acuerdo con el cambio de la luna, y no eran belicosos, salvo en el resguardo de sus territorios y familias. Su lenguaje de reminiscencia muisca era sencillo, carente muchas veces de sonidos fuertes, y desde luego que desconocían la forma escrita, salvo excepciones pictográficas en piedras y grutas. Su idioma vale decir aún se hablaba en las altas montañas del  diario recorrer a fines del siglo XIX, salvándose del olvido total gracias a los trabajos que sobre ello realizaran autoridades como Rafael María Urrecheaga, Amílcar Fonseca, Alfredo Jahn y Julio César Salas.
            En cuanto al arribo de los españoles  a la provincia de Cuycas lo hicieron por  tierras de la llamada tribu cuicas, cuyo topónimo en adelante los identifican en total, y con 70 infantes, indios yanaconas y caballerías penetran hasta el lugar de Escuque, donde fundan la ciudad de Nueva Trujillo, en recuerdo de la patria del conductor Diego García de Paredes, hacia mayo de 1557, y una vez construido el palenque que defiende a la población hispana, De Paredes regresa a El Tocuyo para dar cuenta de esta fundación, mientras que los neotrujillanos se extralimitan frente a la población indígena, cometiendo delitos y entre ellos violaciones, que exacerban a los naturales, quienes mediante el llamado de la sangre en las partes altas reúnen a las tribus vecinas y así cuatro comunidades declaran la guerra al ocupante, al mando del recio cacique Jaruma, “el del penacho de diez plumas” y otros asistentes a la guazábara, de donde los sitian y bombardean con fuego, flechas envenenadas, lanzas, cerbatanas y enormes pedruzcos o galgas que lanzan desde estribaciones altas, por lo que de noche y sin  ruido, salvo el canil, los temerosos habitantes hispanos que montan a casi un centenar se escoden entre las sombras para huir rumbo a Barquisimeto, pero pronto y por la riqueza del lugar los conquistadores regresan a este sitio para refundar con el nombre de Mirabel a la ciudad deshecha, lo que harán en forma consecutiva y por siete veces a la dicha Nuestra Señora de la Paz de Trujillo, nombre final de tales ejecutorias, conocida de entonces como “ciudad portátil”, para quedar asentada por siempre en el poblado valle de los indios mucas, en el año de 1570. Ya para entonces los naturales indígenas habían tenido diversos enfrentamientos con los opositores hispanos, distinguiéndose entre ellos el chacoy Pitijoc, de la comunidad visupite, quien muere luchando en el cerro El Conquistado, el valiente cacique Carachy, de origen jirajara, ejecutado por Francisco Gómez Cornieles,  y el valioso protector de dicha raza, que se distinguió por sus hazañas, o sea el tabisquey  Pitijai, de la tribu estavayas, último de los valientes defensores de su mundo prehistórico quien en 1575 debió rendir la vida luchando luego de dieciocho años de dura oposición formal, en época del gobernador Diego de Mazariego.
            He titulado este trabajo informativo bajo el nombre DICCIONARIO GENERAL DE LOS INDIOS CUICAS, porque con ello quise recordar a esos  intrépidos naturales que fueron el primer lindero humano existente y establecido con la Nueva Granada o Santa Fe, del Corregimiento de Pamplona, hecho ocurrido en 1559 cuando Juan de Maldonado y Francisco Ruiz con poderes para ello en el valle de Tostós (Boconó) establecen los límites de ambas regiones, o sea referido al cauce naciente del río Motatán, lo que perdura durante el período colonial. El diccionario fue mandado a editar por la Sociedad de Amigos de la Biblioteca de Trujillo, en mayo de 1997, impreso en mil ejemplares, que a poco se presentaron ante el público reunido al efecto y en el antiguo convento Regina Angelorum citadino, mediante un acto especial, a objeto de difundir o mejor conocer la vida y el desempeño histórico de esta importante comunidad americana.

sábado, 21 de abril de 2012

LA PIRATERÍA JUEGA GARROTE EN VENEZUELA.


              Amigos invisibles. Debemos comenzar aclarando que la expresión “jugar garrote” en estos predios latinoamericanos y en especial en Venezuela equivale a exceso, saciedad o algo por el estilo, para no entrar en detalles pirotécnicos contenidos en el por demás serio Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, expresión que traigo para dar inicio a eso que en tantas formas de presentarse se ha batido de manera informal sobre nuestro país desde tiempos remotos, por allá desde cuando el inefable Cristóbal Colón nos “descubriera”, y lo pongo entre comillas para no zaherir a quienes piensan de manera contraria, que sus razones tendrán puesto que la Historia tiene diversas maneras de entenderse según el criterio personal y los condimentos digeridos por el manifestante. Pues bien y sin salir del tema desde que los españoles arribaron por el Oriente de Venezuela, en época de otro descubrimiento, o sea de las perlas que subyacían frente a la isla de Cubagua, el simple deseo de poseerlas desató un frenético sentimiento de eso que llaman codicia y que muchos lo tienen, de donde a poco ya se vieron algunos bajeles merodeando el lucrativo mercado perlífero, con ganas de ponerle la mano, porque si a ver vamos como reguero de pólvora corrió en Europa y entre hombres de mar que frente a Tierra Firme, como se conocía entonces a esa porción de Venezuela, había un manadero de riqueza compuesto por perlas de calidad, oro por encontrar en el famoso paraíso de El Dorado y otras tentaciones como el mercado cotizador de seres humanos de la esclavitud indígena o negra africana, y otras lindezas de tal estilo.
            Pues bien, enfilados por este camino de la interpretación necesaria diremos que en Venezuela de siempre han existido piratas por doquier y hasta en los tiempos actuales cuyos destacados representantes  pululan alrededor de la miel que destila el poder sustentado en los petrodólares que ahora por arte de magia y no por el trabajo entran como maná a las arcas estatales y los bolsillos escogidos para salir disparados en inauditas empresas fantasmas y ayudas simbólicas que nada le aportan a Venezuela, sino el sentido hipócrita de la adulación, hasta que el cuerpo aguante, y mucho de los lectores entenderán qué quiero decir. De estos piratas profesionales que viven a las costillas de otros los vemos transitar por las veredas de la sin razón, olvidando que son  los dignos descendientes de quienes desde Cubagua se arraigaron para vivir de una manera incierta, constituyendo una casta humana vergonzante. Sobre esta base teórica que sostengo voy ahora a trazar un ligero esquema de personajes que así se consideran en estos siglos de historia nacional, puesto que hasta inicios del siglo XX se extendieron patentes de corso en el caso marino, que es una suerte de piratería de longa data. Pues, para ser más exactos en este deambular histórico y a través del esquema cronológico trataremos de traer a estas páginas algunos conocidos piratas que infestaron el mar correspondiente y esta tierra de gracia con ánimos de botín o del comercio ilegal, y también hasta con deseos de quedarse mediante la invasión un tanto callada, como el caso de los holandeses, colonizadora además, valga expresar los intentos en el lago marabino o de ataque a las posesiones españolas en decadencia, sobrevenidos a lo largo de las costas hasta por funcionarios de países enemigos y que tuvieron mayor relevancia a lo ancho de los siglos XVI y XVII, cuando se acaba esa clase diversa de piratería, por lo que ya en el inicio de 1528 se avistan filibusteros [que usan un navío largo y delgado con el nombre de filibote] como Jacques FAIN y Simón ANSED por las costas de Margarita y Cubagua. Y así diremos que el insistente “enemigo holandés” se instalará con los fines de robo a mano armada, en este caso de la valiosa sal, en la península oriental de Araya y desde 1542, para vivir explotando lo ilegal por 83 años más (1625), pero es en el año de 1565 cuando arriba a nuestras costas el famoso marino JOHN HAWKINS, mitad bandido mitad señor de la Corte de Inglaterra, quien se sumerge en esas suertes aventureras para mejorar la bolsa con una armada británica que bajo su mando se adentra en Venezuela por el Oriente para cometer numerosos desmanes y quien tiene como socia en estos desmanes nada menos que a la propia reina Isabel Iª de Inglaterra, acompañándole  oficiales de la aristocracia británica y nada menos que el jovenzuelo FRANCIS DRAKE, de notorio recuerdo en el mundo pirático internacional. Luego en Borburata y bajo presión el capitán supremo obliga al gobernador Bernáldez, alias Ojo de Plata, a que le compre 150 negros guineanos que carga en sus cinco bajeles y otros artículos comerciales que porta, de donde a Bernáldez se le seguirá Juicio de Residencia ante esa culpa, para castigarle por tal debilidad. En este mismo año merodea la costa venezolana el corsario francés luterano JEAN DE BON TEMPS, que entra por Margarita y sigue a Coro, todos los que visitan a Borburata como son los ya citados y además JACQUES DE SORES, el negrero PIERRE LA BARCA y NICOLÁS VALIER, quien en 1577 se apodera de Coro, de donde en la carrera nocturna salen el gobernador y el obispo desnudos. Antes el inglés ANDRÉS BARKER (1576), azotará el Oriente y a Curazao. Tres años más tarde el holandés llamado en español ADRIANO SANSÓN navega por el Orinoco haciendo de las suyas en la incursión pirática.  Y en 1593 el distinguido sir JOHN BURG anda por la margariteña Porlamar fomentando la maldad y el robo, mientras el capitán JAMES LANGTON, dependiente del conde de Cumberland, por su lado entra a Porlamar y recibe un alto rescate, que se pagó en preciadas perlas.
            Atención preferencial merece los asaltos que directa o a través de otro hiciera contra Venezuela el noble inglés sir WALTER RALEIGH, historiador y poeta, y hasta amante de turno de la nombrada fea reina inglesa, quien en 1595 con una distinguida oficialidad británica penetra por el río Orinoco en busca del famoso El Dorado o Manoa, y que le dará nombre en los anales de la ficción y de los sueños, desastre que poco tiempo después lo llevan a cortarle la cabeza en la oscura Torre de Londres. Raleigh en esta primera ocasión entra por Trinidad y dura siete meses en el empeño de no encontrar las supuestas riquezas, pero debe regresar a Londres por la via de Cumaná, no sin antes dejar dos espías británicos en el lugar, para que de todo le informen. Mas en Londres el iluso escritor no fue bien recibido por la Reina, y en consecuencia le destinan por trece años una celda de presidiario en la Torre de Londres, antes de convencer a Su Majestad la Reina sobre un segundo viaje a Venezuela [1617], que resultó también otro fracaso, al mando de LAURENCE KEYMIS, de donde a su regreso por engaño le tajan el pescuezo.  Tiempo posterior a este retorno otro prominente marino y compinche de Raleigh, noble también, llamado AMYAS PRESTON, el 28 de mayo de 1595 al frente de seis barcos y 500 hombres que cruzan por el Oriente venezolano y Coro se presenta en el sitio de Macuto y subiendo una difícil cuesta indígena los corsarios irrumpen en Caracas por sorpresa y toman la ciudad y sus pocas riquezas, para luego de permanecer seis días la incendian antes de devolverse victoriosos a sus bajeles. Poco después el capitán inglés WILLIAM PARKER, merodeará por las rancherías perlíferas  de Margarita, y luego en l607 el holandés DANIEL DE MOUCHERON, cuidará hasta con su muerte a las provechosas salinas de Araya.
            Para 1626 quien se llama por los españoles BALDUINO HENRÍQUEZ, holandés venido de Puerto Rico con una gruesa escuadra y más de 3.000 marinos a objeto de hacer una razzia de arrase con triunfos en Margarita, Araya, Coche, Cumaná y Bonaire, luego, en las vueltas que da el destino por dichas aguas morirá ese General “de constipación, fiebre y sangrías que le practicaron”, lo que es triste para un marino de prestigio. Poco tiempo después, en julio de 1627 otro conocido neerlandés, PIETER HEYN anduvo merodeando y en la aguada insular de La Blanquilla, como de coger carne fresca de cabra, antes de proseguir a la cubana bahía de Matanzas, donde se cubre de gloria y de montones de oro español. Meses después el famoso holandés ADRIANO SANSÓN, como lo llaman los españoles para evitar nombres enrevesados, anduvo [con el llamado CAPITÁN LLANES] haciendo de las suyas y durante un  mes, por las nada tranquilas aguas del extenso río Orinoco y en Trinidad, al tiempo que otra escuadra holandesa ocupa la isla venezolana de La Tortuga, marinos y asaltantes que luego serán desalojados por el valiente capitán gobernador Benito Arias Montano. Y en el asedio permanente holandés hacia Venezuela, en 1634 le toca la invasión a Curazao, Aruba y Bonaire, al mando de JUAN VAN WALBEECK y el franchute PIERRE LE GRAND, apuntalados con prontitud por el almirante corsario CORNELIS JOL llamado por el vulgo Pata de Palo, sin necesidad de explicarlo,  con el detalle que desde entonces los holandeses luego de tomar este enclave insular importante, se quedarán allí para siempre. En 1641 tocará el asedio pirata a los pueblos del lago de Maracaibo por el holandés ENRIQUE GERARDO, con cinco buques veleros, que le produce un grueso botín y más de 30.000 ducados, mientras el gobernador de Curazao, STUYVESANT, en venganza ataca a Puerto Cabello.
Dentro de estos episodios ocurridos en la Venezuela colonial a manos de piratas ahora toca la cuenta al almirante corsario inglés WILLIAM JACKSON, quien el mando de 1.000 hombres hará una larga correría y depredando por muchas costas de Venezuela con inclusión de seis puertos y el lago marabino, lo que lleva a cabo en 1642, antes de seguir hacia Kingston, con un enorme botín. A poco, en 1654, por Cumaná aparecen unas partidas de corsarios franceses, los que son repelidos con la valentía de muchos de sus habitantes, por lo que tales piratas se retiran hacia Trinidad.  Y cuatro años después (1658) aparece en el mar venezolano el reputado capitán británico sir CRISTOPHER MYNGS, que ataca saqueando a Cumaná, Puerto Cabello y Coro, de donde se lleva hacia Port Royal, capital de Jamaica, algo así como 300.000 libras esterlinas, en dinero, joyas, nueve mil libras de plata y muchas cosas más de valor. Y así las cosas de piratería, en 1663 el corsario flamenco BARTOLOMÉ BARNARD incursiona por el tan cantado río Orinoco, donde saquea a Santo Tomás de Guayana y otros caseríos fluviales allí establecidos, para luego de una larga correría regresar con riqueza y dinero al Port Royal jamaiquino. JUAN DAVID NAU, “EL OLONÉS”, famoso e implacable pirata galo, personaje de novela que arrancaba corazones y lenguas a los prisioneros, con 7 naves y 440 hombres durante ocho semanas ataca a Maracaibo y Gibraltar, mientras provoca incendios para sembrar terror.  Gibraltar se salvó de arder por el pago de 10.000 reales de a ocho, y de Maracaibo el tributo o rescate fue doble. En total  Olonés hecho un Robin Hood o un Giuliano sin alma repartió entre los suyos y en esa ocasión 260.000 reales de plata de a ocho, o sea 360.000 escudos, como vacas, esclavos y cacao, fuera de otros artículos robados. Poco tiempo después (1670) a Olonés se lo comieron asado los indios del Darién colombiano.
Otro de los grandes depredadores que incursionaron sobre Venezuela en esa época fue el corsario inglés sir HENRY MORGAN, quien con 7 navíos y 500 hombres feroces, desde Aruba atraviesa la barra de Maracaibo, toma la fortaleza de Zaparas y desembarca en Maracaibo, burgo abandonado por sus habitantes, para seguir  a Gibraltar, donde fuera de violaciones múltiples practica numerosas torturas a los residentes que encuentra, a objeto de un mejor pillaje monetario. Cinco semanas durará en esta faena corsaria dentro del lago marabino, sin mayor oposición, y a base de trucos marineros de vuelta logra pasar la barra marabina, entonces defendida con fiereza por el vicealmirante español Del Campo y Espinoza, y ya afuera del Golfo de Coquivacoa repartirá con los suyos, además de otras prendas recogidas, la suma de 250.000 reales de a ocho, como aparece en los documentos respectivos. Entretanto el inglés capitán AMSEL ataca las costas de Cumaná, siendo repelido al momento, de donde se retira de tal intentona. El año 1677 luego de merodear por las costas de Caracas con la ayuda de filibusteros de La Tortuga haitiana y 600 hombres bajo su mando desembarca en Margarita el noble francés MARQUÉS DE MAINTENON [Charles François D´Argennes], lugar donde permanecen durante ocho días con el destrozo y la rapiña respectiva, siendo repelidos por el gobernador insular, para seguir luego hacia Trinidad, que al final se rescata por 10.000 piezas de a ocho.
El 11 de junio de 1678 al mando de una flota de filibusteros proveniente del cercano archipiélago de las Aves el gentilhombre caballero francés FRANCISCO GRANMONT DE LA MOTHE ataca el castillo de la barra de Zaparas y entra al Lago de Maracaibo, en una odisea de 6 meses, que lo llevará después a las ciudades de Maracaibo, Gibraltar, Moporo y Trujillo, la cual incendia, por no pagarse el rescate total acordado. Saldrá del lago marabino el 9 de diciembre, con la escuadra intacta, con mucho dinero desde luego y rumbo a la base filibustera de la isla de La Tortuga, al norte de Haití. Año y medio después [26-6-1680], el mismo Granmont, Jefe de los Hermanos de la Costa, por comisión del Gobernador de Pouançay y al mando de 5 navíos y siete piraguas marineras al frente de 180 hombres entrenados desembarca en Macuto, cerca de Caracas, y de allí pasa al puerto de La Guaira, donde durará dos días en el empeño de la presa o botín, como se llama en términos marinos, aunque en el ataque final a dicho puerto y luego de vencer las dos fuerzas militares que se le oponen, como de enfrentarse en lucha a cuerpo contra 300 hombres provenientes del fortín de Salto de Agua, en el camino real hacia la capital Caracas, de pronto una flecha indígena a Granmont le atraviesa el cuello, debiendo retirarse del combate porque la herida “le inutilizaba el brazo y le puso en grave riesgo”, de donde Granmont se embarca rumbo al archipiélago Las Aves, sitio en el que había estado ha poco tiempo con el almirante Jean De Estrees, no sin antes llevarse prisionero al Castellano de la plaza, De Alberró, junto con 150 cautivos, para de ello obtener el rescate que se acostumbraba en tales hechos de mar.
Este es un resumen franco pero significativo de lo que ocurrió en Venezuela  durante alrededor de 250 años en esa pelea tan original y mezclada con piratería, como también con oportunidades no solo para saquear la riqueza de Indias que iban hacia España, sino para debilitar el poder imperial de los Austrias que gobernaban donde todavía, “mutatis mutandis” no se ponía el Sol. Pero como las circunstancias habían cambiado, esa forma de hacer la guerra a veces entre forajidos y corsarios, por acuerdos de las casas reales europeas y otra diplomacia que se emplea viene a disminuir en su terror, por lo que pronto se entra en convenios y componendas de estado a estado que ya hacen nulo ese combate feroz que se venía utilizando. Así con el Tratado de Paz firmado precisamente en la holandesa Nimega [país sometido que tanto combate a España] el mismo día que Granmont incendia a la ciudad americana de Trujillo, con el vuelco radical que da esa manera de discutir y guerrear a lo largo del mundo, toca a su culminación y con ello el final de la piratería que de manera inmisericorde se llevaba a cabo en América. Algunos casos aislados se dieron desde entonces, pero los grandes capitanes que sostenían la lucha asimétrica por obra de los tratados que se firman en Europa, desaparecieron para siempre.

miércoles, 11 de abril de 2012

EL MUY DISCUTIDO BOLÍVAR MILITAR.

             Amigos invisibles. Desde que me interesé hace tiempo sobre las cuestiones bolivarianas, que tantas facetas demuestran, fue para mi importante el intento de desenmascarar a la patraña tejida sobre aquello de los fervorosos admiradores del caraqueño, que mirándolo como héroe impoluto no le encontraban ningún defecto, y entre ellos el militar, mientras que otros con mayor o menor fuerza de razón esgrimían los sucesivos reveses que Don Simón dentro de su vida pública había tenido en materia tan delicada como es esa de las armas, y más durante ese siglo XIX en que edifica su estructura vital como personaje histórico, cuando los cañones cambian y las armas manuales también, fuera de otras tácticas estratégicas que ceden al olvido otras clásicas maneras de pensar, porque aparecen novedosos estudios que transforman por siempre el espíritu de la guerra, dejando obsoleto lo convencional para dentro de la evolución rápida que se sigue en el manejo de una campaña y la técnica de un combate y a través de expertos experimentados en la materia o de textos nutridos de ejemplos y de innovaciones, todo el conjunto hace, pues, que la guerra cambie en ese siglo lleno de inventos y mejoras, cuando se trazan los nuevos límites de los poderíos en trance de ser supremos, y más cuando aparece un genio de la guerra que se llama Napoleón Bonaparte.
              Para iniciar diremos que el nativo de Indias y mantuano Simón Bolívar es producto de una escasa zona de combates, salvo los lejanos encuentros con diversas parcialidades indígenas, que llamaban guazábaras, y los encontronazos con los negros rebeldes o cimarrones, que fueron sojuzgados mediante severas penas mortales, aunque sí existió el peligro latente para con los llamados piratas, gente de mar que fueron marinos de variada clase, como oficiales para el desgaste del imperio español o de algún asentamiento terrestre, o simplemente aventureros en busca del copioso botín, por cuyo motivo se construyeron en Venezuela castillos, fortines, murallas y otras defensas de manera preventiva y ofensiva contra aquellos pretensos intrusos a la fuerza. De estos antecedentes  pequeños en valor emerge la historia militar que aquí se va a desarrollar y donde crece el infante caraqueño apreciando trajes militares pomposos que casi nunca usaron, cuando su padre y abuelos fueron militares de renombre pero que en verdad jamás pelearon salvo cualquier pequeña escaramuza, e incluso pudo apreciar al conocido marqués del Toro muy disfrazado de oficial mayor pero que alicaído regresara de la campaña de Coro en medio del peor fracaso habido en la primera salida militar que se hizo en Venezuela, porque viéndolo bien de guerrero no tenía nada, sino un vago prestigio que fue destruido por los hechos palpables. En parecida forma ya el joven Simón Bolívar durante algunas ocasiones vistió el planchado uniforme del Batallón Blancos de Aragua, que le pertenecía por asuntos de herencia, y si acaso como buen lector había bebido algunos clásicos comentarios militares de guerras europeas, que nada tenían que ver con nuestra América.
            Luego de las bravuconadas de la Puerta de Toledo en Madrid y del permiso militar que solicitara para casarse en la capital de Reino, regresa a Venezuela, enviuda pronto y entristecido vuelve a Europa para darse la gran vida entre juergas metódicas y estudios autodidactos que realiza de manera teórica y erudita, mientras ya anda por Caracas y sus propiedades terrenas que comienzan a arder con el fuego desenfrenado de la pasión libertaria y que a la larga envuelven, como es de esperar, a este joven Simón que sabe mucho aunque disperso pero que digiere poco. Con el rango prestado de coronel va a Londres en una misión encomendada por el gobierno de facto que existe fracasando en sus empeños, pero allá obtiene una tabla de salvación que es convencer al viejo general Francisco de Miranda a fin de que regrese a su patria y con rapidez se ponga al mando de un  ejército desigual, sin disciplina y lleno de quimeras, que desde luego pronto entra en la retirada mientras Bolívar, a quien se le encomienda el cuido de la principal plaza fuerte de los alzados independentistas, que es Puerto Cabello, por imprudencias que demuestra y el abandono de dicha plaza al bajar a tierra en dicho puerto, es derrotado de la más triste manera, que le corroe el corazón y que como contrapartida, triste porque no ha debido ser, Bolívar la coge en ojeriza con el propio Miranda, al que mediante una conjura con otros amigos y él como la voz cantante del grupo, le hace preso para llevarlo a la inmolación de sus encarnizados enemigos españoles monárquicos, que entre cadenas lo conducen para podrir su huesa en la oscura ergástula andaluza de Cádiz. Con la huida hacia delante que realiza en tiempos de Domingo Monteverde termina exiliado en Cartagena y mediante artificios y desconocimientos de la jerarquía militar en una imprevisible y sortaria Campaña Admirable con un mar de piruetas que imagina salta órdenes y planes concebidos para llegar a Caracas triunfante pero con el horrible terror del Decreto de Guerra a Muerte que desata en Trujillo contra los españoles y canarios de una manera despiadada, lo que le trae innumeras enemistades en los bandos patriotas y realistas.
            Sin embargo como a partir de estos tiempos y por obra de la experiencia que a veces vale más que la doctrina, vamos a demorarnos ahora en algunos tratadistas que indagan sobre el Bolívar militar que ya aparece por fuerza de las circunstancias, en medio de encuentros de escasa importancia, ligeros combates, escaramuzas y algunas batallas que en realidad se libraron, donde actúa este improvisador y caprichoso que innova pero lleno de audacia, lo que señalaremos con el colombiano José María Samper, equilibrado de razones porque no es de los que le adulan y ensalzan sin visión de futuro, como sucede otros mitómanos al estilo del honorable Vicente Lecuna, que sin causarles escozor y menos pena lo pintan en el empíreo supremo, valga expresarlo, de la actuación militar. Así diremos con Samper que el Libertador dirigió 36 batallas o refriegas, saliendo airoso apenas en 18, es decir que la mitad de ellas terminaron en pérdida. Al entendido Cornelio Hispano [Ismael López, vallecaucano] y más explícito en los números la cuenta le cuadra diferente, pues afirma que el caraqueño “dirigió 27 batallas, ganó [apenas] 18, fue derrotado en 6 y se retira en 12. Veinticinco veces estuvo a punto de perecer y tres veces intentó suicidarse”.  Por su parte el combativo socialista prusiano Carlos Marx, que en el fondo no admira al llamado Libertador,  asienta que “para fines de mayo de 1818 [tiempo trágico militar en que ya lo supera en la lucha el general Páez] Bolívar había perdido más de doce batallas y todas las provincias situadas al norte del [río] Orinoco”, ello por dispersión de fuerzas y malas tácticas a desplegar. Y sobre el mismo tema expuesto el conocido plumario Rufino Blanco Bombona recuerda que su carrera militar en el desastre este caraqueño la inició con una espantosa derrota [¿San Felipe de Puerto Cabello?, 1812] y que dos veces en el sitio estrecho de La Puerta [cerca de San Juan de Los Morros] el asturiano José Tomás Boves lo humilló en el aspecto militar.
                       Vistos esos cálculos de conocedores en la materia, que no se pueden dejar olvidados en este examen de sus cualidades militares, agregaremos que con la Emigración a Oriente [1814] y los encuentros provisorios que Bolívar pudo tener, que lo hacen varias veces salir del país porque muchos oficiales no lo quieren, acaso por conflictos entre ellos sobre como llevar la guerra de ese entonces, las permanencias en las Antillas y las expediciones marinas que terminan en bajo rendimiento militar y los pleitos mayores, como el fusilamiento del general Piar, la pronta presencia del curtido general Pablo Morillo que viene a oponérsele de veras y la aparición del general José Antonio Páez, que con sus audacias y visiones de triunfo, en contra de las opiniones del Libertador lleva a cabo una guerra de desgaste que taladra en el seno militar monárquico, pues si no hubiese emergido ese centauro llanero, con seguridad habría acabado la guerra para quedar reducida a simples guerrillas y otros asaltos ocasionales. Sobre esta sucesión de ideas imbricadas con los sucesos en aparición agreguemos, pues, y sin entrar en detalles, que Bolívar bien que dirigiera [ojo, se retira en doce combates] los encuentros en persona o indirectamente, pierde seis de ellos mediante fracasos anotados, verbigracia la triste refriega aragüeña de San Mateo, en tierras familiares, el de las afueras de Puerto Cabello, el desastroso  de las escarpadas alturas de Los Aguacates [Mariara, Carabobo], en julio de 1816, el desorden que prevalece en el mismo combate de Semén, que colinda con La Puerta, en marzo de 1818, tan grave por cierto que todo parece perdido para los insurgentes, por encima de que Morillo allí es alanceado de gravedad, el repentino ¡sálvese quien pueda!, que ocurre en el guariqueño Rincón de los Toros [abril de 1818], y donde estuvo a punto de ser muerto, la triste campaña de Ocumare, oportunidad en que lo dejan solo, el encuentro de Barquisimeto [noviembre del año 1813], cuando a poco de cantar victoria  el caraqueño también pierde el 75% del ejército, o sea 800 hombres que comanda, para seguir con Santa Rosa, Yaritagua en Yaracuy, el encuentro cerca de Barcelona, el episodio negativo de Cumaná, el horrible ya mencionado y el otro por desastroso segundo encuentro de La Puerta, el 15 de junio de 1814, a un año exacto del Decreto [proclama] de Guerra a Muerte, como también las grandes derrotas de ese año  que sufre bajo el ímpetu arrollador del huracán Boves, el determinante para la suerte de la República ocurrido en Aragua de Barcelona [17-8-1814], “la batalla más sangrienta de la guerra de Independencia”, el mal cálculo que utiliza en La Hogaza, y el encuentro ocurrido en el oriental río Unare o Clarines [enero de 1817], donde por una falsa estrategia se pierden muchas vidas, como otros combates ocurridos en Villa de Cura, Las Adjuntas, La Esmeralda, San Carlos de Cojedes, La Victoria, la desastrosa Campaña de Calabozo [que en síntesis es una derrota abrumadora, dentro de esa acumulación de fracasos militares que le ocurren entre 1814 y 1818], cuando pierde con suficiente tropa y ocurren bajas por causa de su terquedad, pudiendo fácilmente haber destruido al ejército español contendiente, como en el guariqueño Ortiz [1818], donde es derrotado por el general La Torre, en el cercano El Sombrero esta vez contra las tropas comandadas por Pablo Morillo, el delirante como sabemos desastre de Casacoima, en Guayana, las dos fracasadas ofensivas sobre Caracas, la triste retirada mortal hacia Oriente del año 14 y su destierro, el doble desastre  de la atolondrada expedición de Los Cayos, de 1816, la adversa empresa militar de 1818, con dos campañas, que por no reunir las fuerzas combativas [al contrario, disgrega] alarga la guerra por muchos meses, como igual acaeció en la dura acción sostenida en el Perú y el desacierto de la guerra defensiva, al no oír el Libertador los sabios consejos del general Antonio José de Sucre.  Y otros ejemplos más por el estilo que podemos aportar.
            Una vez reunido el deliberante Congreso de Angostura el Libertador resuelve emprender la campaña libertaria para penetrar en el corazón de la Nueva Granada, por lo que con un ejército de llaneros mal vestidos y escaso de alimentos protectores emprende el famoso Paso de los Andes que en el fondo fue otro fracaso bolivariano por dentro de su capricho escoger el peor camino para atravesar las empinadas montañas que van hacia Boyacá, sendero que por esta tozudez se cubre de muertos tanto de sus acompañantes como de las acémilas y otro ganado que transporta, lo que verdaderamente es horrible contemplar este dantesco episodio que ya he narrado en otra ocasión. La disparatada rapidez por impericia en el río Gámeza, de donde se pierden muchas vidas patriotas, y después la imprudente batalla de Pantano de Vargas (-7-1819, cerca de Paipa) que luego ejecuta, fue casi una derrota, por lo agotado del ejército que comanda y la desorganización existente, una vez que bajara del helado páramo de Pisba. A esto hay que agregar otros recuerdos pesarosos, como el de Cartagena, la estrategia a usar en Cachirí [Santander, Colombia], las operaciones militares del Bajo Magdalena, el combate de El Mamón [norte de Colombia, 1815], etc.
            Y prosigamos no echándole leña al fuego sino auscultando en los rincones profundos de la verdad, diciendo entonces que Don Simón siete veces se dejó sorprender en su propio campo, lo que no se excusa como tragedia digo yo, según afirma Gustavo Hippisley, agregando además dentro de su falsa estrategia que de ocho generales en Jefe  en funciones que nombrara  [por cierto ninguno fue neogranadino], al final cinco no comulgaron con él, y las deserciones en masa le fueron comunes. Ahora diferenciando estas campañas con las a proseguir hacia el Sur en su carrera militar, debemos agregar entre tantos yerros, el desastre de la “batalla” de Bomboná, cerca de Pasto, “una de las derrotas más graves de Bolívar”, según asienta el historiador Madariaga, descalabro grave por rechazo de la indecisa cuanto sangrienta y humillante contienda, episodios por los cuales y con anterioridad el general Piar utilizando el sarcasmo lo llamara “el Napoleón de las retiradas”. Sea oportuno incluir  hacia delante que las contundentes victorias del pronto Mariscal Sucre en Cuenca y Quito evitaron que Bolívar fuese derrotado en su camino hacia el Perú. Valga aquí agregar ya de pasada, porque de otra forma para analizar lo que aconteció al sur de Bomboná y hasta Bolivia en cuanto al proceder militar de Bolívar, sería necesario otro prolijo trabajo de orientación, que lo del combate de Junín [8-1824], con una duración de 45 minutos y que Bolívar dirige de lejos con un catalejo, se debe al valiente general Mariano Necochea mediante un triunfo fortuito e inesperado [por los equívocos garrafales dictados por el caraqueño], quien arrecia el combate mudo por no utilizarse en ella pólvora sino acero afilado. Además si a ver vamos entre las batallas decisivas de la gran guerra bolivariana, podemos afirmar que Carabobo se debe a la fiereza militar de Páez, Boyacá se gana además con la acción militar de los generales Anzoátegui y Santander, Pichincha es obra íntegra del genio militar que es Sucre, y la extraordinaria batalla de Ayacucho es creación y gracia de ese cumanés ilustre gloria de los combates guerreros y cuya estrategia de dicha batalla se estudia en academias militares de reputada calidad. Como corolario de tanto desafuero sin entrar en detalles de logística, táctica y otras técnicas usadas, aquí diremos que Roberto Botero en su libro “El libertador Presidente” asienta que “Bolívar fue el autor de la guerra con el Perú”, ya casi al final de su existencia, sacrificando 3000 soldados colombianos en los insalubres alrededores de Guayaquil por no aguardar la entrega de la ciudad, como se esperaba” y donde fusila a muchos militares colombianos [los supongo adversarios o desertores], lo que es otro descalabro del Bolívar guerrero. Dejo así culminado este trabajo, y supongo que usted estará lleno de dudas, que con paciencia y sabiduría metódicas sabrá entender. ¡Ah¡, y para que no olvide en la discusión recuerde que el valeroso Bolívar nunca, pero nunca fue herido en una acción militar, pues solo Manuela Sáenz le arañó la cara en Lima. ¿Extraño, eh?.

domingo, 1 de abril de 2012

LOS INDIOS CARIBES, ASESINOS CANÍBALES.

            Amigos invisibles. Para entrar en razón quiero hoy referirme  a esta endemoniada raza indígena americana, que proveniente del Matto Grosso brasileño y por el río Xingú que se desplaza al lado derecho del río Amazonas, atravesaron las meseta circundante para acercarse al caudaloso río Branco y en ligeras canoas fueron viniéndose hasta invadir el Orinoco y sus afluentes, lugares donde ejercerían un poder brutal mediante la ley del arrase terrestre, para salir por el dicho Orinoco hacia el mar antillano que por teñirse de sangre se volvió caribe, ya que estas hordas al estilo de Genghis Khan sin  ningún miramiento ni fuerza que las pudieran contener aplicaron la ley del más fuerte al acabar así en buena parte con la población primitiva e incluso despoblando a muchas islas, como el caso de Barbados, que estaba vacía de humanos para cuando llegaron los ingleses a poblarla. Y no solo en esta razzia espantosa mantenida se hicieron dueños del mar abierto que en los mapas se describe está situado al norte de Venezuela, sino que los emponzoñados indígenas por manadas asaltantes que se sepa introdujeron sus huestes asesinas desde el golfo de Méjico y los alrededores, para seguir hacia el sur en algunos lugares de Centroamérica, y siguieron andando en el regreso americano a fin de introducirse por el río Magdalena hacia el interior de Colombia y establecer comunidades caribeñas que sembraran guerra y desolación por las riberas de tal río y hacia las ubérrimas tierras del Tolima y el Valle del Cauca.
                          Pero refiriéndonos en especial a Venezuela agregaremos que a su llegada los caribes tuvieron numerosos encuentros con los que en mayoría la ocupaban, como eran los arahuacos, también originados en el Brasil, aunque antes llegaron para poblar estos territorios, mientras en feroces combates los neoaposentados utilizando su grito de guerra que era “Ana karina rote”, con el paso del tiempo fueron diezmando a los arahuacos y sacándolos así de las regiones llaneras, del centro y el oriente del país, para reducirlos en la emigración a bandadas que corrieron hacia las montañas andinas y otros lugares protegidos, mientras los caribes sin nadie detenerlos prosiguieron adueñándose de las intensas sabanas extendidas del Orinoco abajo, para ampliar su ley del más fuerte. Bueno es, por tanto, referirnos a eso que asiento o al concepto del más fuerte, pues exhibiendo una contextura musculosa por estar bien alimentados con carne humana, frente a los contrincantes que utilizaban otros elementos inferiores en proteínas, fácil eran desbaratarlos por la potencia de las macanas caribes y del bien templado arco flechero, en cuyas puntas se exhibía el mortal veneno llamado curare, de rápida eficacia paralizante. Por manera que para el arribo de los españoles a Venezuela la extensa comunidad caribe era dueña de las tierras que no trabajaban desde luego por el nomadismo de su permanencia, desde el oriente del río Esequibo hasta las estribaciones andinas, aunque en algunas zonas habían podido penetrar a esos lugares por el lago de Maracaibo y los ríos afluentes como el Catatumbo, el Escalante y otros, para aposentarse en los valles del hoy Estado Táchira.
            Así las cosas vamos ahora a referirnos  a la vida de estos temibles indígenas, que hasta no lejana época tuvieron en jaque a muchos sitios de Venezuela, como el de las zonas petroleras, con los kariñas en el Oriente y los motilones en el lago marabino, donde abundaban numerosas etnias de esta raza, puesto que para decir verdad todo el centro del país y en ello se incluye a Caracas y sus alrededores hasta el mar, el Oriente desde Barlovento a Chacopata y más allá, al término de Güiria o Trinidad, y una franja extensa enteramente dominada por ellos, esta vez de nación jirajara, que salía desde los alrededores de Mene Grande en el lago de Maracaibo, atravesando los llanos trujillanos, el territorio larense por arriba de El Tocuyo y que iba a terminar con mucha fortaleza en el sitio montañoso de Nirgua, donde combatieron por mucho tiempo a los hispanos, pero fueron los fornidos negros allí establecidos en calidad de esclavos quienes dieron la batalla contra los prepotentes caribes, lográndolos vencer y luego de décadas de asaltos, en tiempos del severo conquistador Garci González de Silva. Para poder consignar algunos aspectos de su vida social y como lo narra el misionero padre José Gumilla, voy a recordar aquí la nota 812 que se contiene en mi libro “Historia Oculta de Venezuela” (Caracas, 2007, págs. 195 y 196), donde el  valenciano jesuita español para demostrar lo inhumano y de horror de sus procederes inserta las sádicas pruebas excitantes a que en el mejor conciliábulo aquerralense de las tribus debe someterse un pretendiente a ser caudillo caribe y donde no fue de extrañar que durante la intención por lo extremado y lento del examen el interesado haya fallecido antes de culminar el maratón aterrador. Por manera que el escogido para tal ocasión debía someterse: 1º Con sus manos sacrificar matando a  tres indios enemigos, y traer las presas de los mismos (cabezas, la carne asada, y también las mujeres y muchachos detenidos) para que puedan ser vistos por todos los del convite, y después es de presumir lo que harían con tales sobrevivientes;  2º Hacer un lento ayuno a durar por seis meses lunares, sin hablar con nadie aunque vigilado, y navegando en canoas fluviales en todo este tiempo; 3º Acabado el fuerte ayuno se invita a los presentes llamados para la ocasión, oriundos de naciones caribes vecinas y con obligatoria asistencia, a objeto de realizar una macabra ceremonia que dura tres días, al tiempo de ingerir licor, masticar o fumar algo excitante, y donde una vieja india sin inmutarse cocina la carne humana preservada, de las tres víctimas ya dichas, y luego este manjar de dioses se reparte entre los convidados para comer a dedo, mientras en jolgorio de voces y de danzas beben y se embriagan;  4º Acto seguido  se coloca el candidato a cacique sobre hojas que se soasan lentamente, donde el aspirante debe permanecer por horas en tal calor, sudando y sin quejarse, y luego bailándole alrededor otra vieja caribe que le dará una escudilla o totuma de ají picante molido, espeso, lo que debe beber sin inmutarse; 5º De seguidas la misma anciana volcará una cazuela o totuma mayor, llena de grandes hormigas negras o bachacos, de estilo carniceras, para disgregarse sobre la hamaca o chinchorro donde yace atado el candidato, y allí mismo al revolver ella irritando a esos insectos ponzoñosos, lo muerden por doquier, la que será testigo de su cruel sufrimiento, en el que tampoco ha de quejarse.  
            Una vez pasadas estas escenas de dolor atroz, los jefes convidados celebrarán el coraje del indio sometido a tales pruebas de resistencia, mientras para seguir en el ritual se le lleva a una plaza o descampado del caserío, donde cada invitado le asesta dos latigazos machistas, que debe recibir sereno con los brazos cruzados, en signo de resignación. Sobrepuesto este último sacrificio al estilo alucinado de Edgar Allan Poe, el cacique principal le entrega una maza o macana, y por tres veces con el grito colectivo que retumba en la selva, se le aclama como nuevo y bravo cacique, aunque esté desfalleciente por las atrocidades torturantes que ha recibido en el cuerpo y en el alma. Como acto final de esa comedia de suspenso  al adolorido aunque callado  jefe caribe en compensación se le obsequian numerosos presentes, entre ellos para procrear entréganle una mujer de preferencia núbil y alta o espigada, como todo ser de raza caribe, que en este caso debe ser hija del cacique principal, al tiempo que se le adjudican no menos de cincuenta indios caribes  y sus respectivas familias, con que empieza a ascender hacia la cúpula de la jefatura indígena. Compadezco así al padre Gumilla en cuanto pudo entender y digerir sobre este episodio alucinante de nuestros antepasados originarios de esos entornos y vericuetos donde la vida terrenal nada valía, según se desprende de los datos fehacientes, traídos a estas páginas amarillas e indagantes para que los lectores se den cuenta de que no es oro todo lo que brilla, porque muchos por allí andan creyendo que esos antepasados fueron unos niños de pecho y que todos los conquistadores eran unos muérganos vagabundos. Que de todo hay en el mundo del Señor, porque es bueno aclarar tantos infundios y mentiras sesgadas.
            En cuanto al aspecto social de los caribes y según la pauta de mi libro, agrego que eran polígamos, viviendo en amplios bohíos  redondos (churuatas) y utilizando la venganza como manera de actuar, en general andaban pintados de rojo color onoto, sirviéndose de adornos con plumas, que robaban mujeres y niños para satisfacer sus placeres sexuales (nota 15), castrando a los pequeños prisioneros  para comérselos al tener más edad, y como buenos racistas, entre otras características repudiables sacrificaban también a los hijos paridos por mujeres extrañas a su casta, para con ello sostener la pureza racial caribe. Así de simple. En cuanto a la sujeción del prisionero capturado en combate, preferían mantenerlo vivo, para darle una muerte cruel y ritual, devorando el hígado y bebiendo la sangre caliente con gran cuidado para que no se derramara y así les diera fuerza y valor. Y como esto igualmente lo hacían con los españoles apresados, los Reyes Católicos por Real Cédula (Burgos, 23-12-1511) en cuanto a los caribes los declararon sujetos a esclavitud, por el nefando pecado de sodomía a que estaban acostumbrados, por lo que al no ser cristianos y comer carne humana “se pueden cautivar, vender y aprovecharse de ellos”, sin incurrir en pena alguna, lo que ante su ferocidad y vileza con el rompimiento del mito que algunos mantienen en la “leyenda negra”, se demuestra el peligro de estas huestes dañinas incluso para la paz y convivencia con otros indígenas americanos.  Como ejemplos  de tales atrocidades indignantes (y no dejamos sin culpa a los españoles, desde luego), en 1520 vemos que son devorados por los caribes, tres frailes conventuales de Píritu de Maracapana, mientras apunta el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo sobre los mismos caribes, hallarse “una muy grande cantidad de calaveras de cabezas de hombres, embijadas como los trofeos, de los hombres que allí habían devorado y comido, y en uno de estos bohíos estaban dos indios atados para comerlos, (pues) estaban muy gruesos, porque así los engordan allí para eso…” (nota 81). Igualmente queda escrito que en la expedición de Alonso de Herrera por el Orinoco (1534, nota l05) este conquistador arremetió contra varios caribes que se solazaban en la ribera con un banquete de carne humana, liberando además a ciertos indios que atados a los árboles esperaban la hora de su sacrificio también carnívoro. Y para cerrar con broche de oro agregaremos que en 1570 (nota 227) Garci González de Silva lleno de ira empala a numerosos caribes al presenciar  a orillas del río Tiznados (Guárico) un montón de 200 cabezas humanas puestas sobre unas barbacoas, dejadas allí por estos indios caníbales como “restos de víctimas devoradas antes”.
            Dentro de los tantos ejemplos de brutalidad caribe que podemos traer a colación, señalaremos aquí la destrucción del simbólico Manso, pueblo de indios guaraúnos establecidos en el Orinoco y donde el 18 de septiembre  de 1735 con ferocidad inusual irrumpieron los cuatrocientos caribes provenientes del río Caura, pereciendo destrozados por su obra los seis hijos del moreno capitán Juan Miguel, como igualmente su esposa, y él se salvó de chiripa, pero salió bien herido del encuentro campal. Ante esta avalancha feroz inusitada murieron la mayoría de los guaraúnos pobladores, pero a quien tocó la peor suerte en la faena final fue al tranquilo fraile Andrés López, el que dentro de ese holocausto sanguinario se ofreció a los temibles invasores para que cesara la matanza incontrolable de los hermanos indígenas, por lo que al aceptar el reto del incauto religioso primero le quebraron la cabeza con macanas y luego le echaron una soga al cuello, arrastrándolo por el suelo, para después colgarlo desnudo en un árbol chaparro, y acto continuo dentro del jolgorio caribe y el sadismo exacerbado al cadáver le cortaron los brazos por el sitio de los codos, para conducirlos como trofeos de guerra, mientras incendian el poblado, acaban con la iglesia, que fue entregada al fuego, y de seguro que se llevaron a muchos prisioneros para hacer con ellos lo que ya he explicado líneas arriba.
            Pero volvamos ahora a lo escrito por el padre Gumilla, que bien conocía a esta bandada de salvajes incultos, en cuanto podemos considerarlos así, y para no caer en los criterios obsoletos de quienes aún mantienen la ya destruida “leyenda negra” antihispana y negativa a más no poder, vale decir que los caribes de tontos no tenían un pelo, siendo buenos comerciantes y aliándose por ello con adversarios de los españoles, como el caso de los holandeses y franceses que andaban dando guerra por eso que hoy se llama Guyana, o sea la Guayana Esequiba, que además eran buenos navegantes de mar y ríos, y que el Prefecto de misiones fray Benito de la Garriga estima que para 1758 la venta anual de esclavos hecha por los caribes a los holandeses, y dejando ya un poco atrás la antropofagia en estos menesteres, alcanza a los trescientos indios jóvenes, pues con viejos nada quisieron ya que no tenían mercado de salida y en consecuencia matan a los ancianos considerados así en esos tiempos calamitosos (más de cuatrocientos), por no poder venderlos, y cuya carne acaso no sería apropiada para el condumio, teniendo los caribes espacio de cacería para estos menesteres de esclavitud a vender, en las regiones selváticas y sabaneras  del Esequibo, norte del Orinoco, Caroní y Caura, en cuyos mismos lugares los holandeses compran tales esclavos cautivos (nota 880).
            Y andando siempre de manos históricas con el valenciano jesuita padre Gumilla, que bien se las ingenió para reunir tantos comentarios indígenas en tiempos asustadizos en que faltaban la tinta, la pluma y la hoja de papel, agrega  en lo mortuorio de estas etnias que al fallecer un cacique en extraño y oloroso ritual los parientes del difunto introducen el cadáver en una hamaca y luego lo cuelgan en el mismo utensilio receptor, mientras le custodian permanentemente las mujeres temerosas que eran propiedad del mismo finado, permaneciendo de pie junto a sus restos en vigilancia eterna y turnándose entre ellas esta velación ceremonial enojosa, sin permitir que durante el largo término de treinta días ose parase alguna mosca ponedora de larvas sobre el cadáver ya decompuesto y cuyo olor nauseabundo invade el firmamento, pero al cabo de vencer ese mes de culto mórbido, obsesivo y sacramental los hijos y parientes del muerto escogen a una de las concubinas del difunto, que suele ser la de mayor edad, con la intención de que lo cuide y acompañe hacia la eternidad virgiliana o paradisíaca de aquellas costumbres asesinas, que bien podía demostrar el entendido Erich Fromm. Y para regusto o disgusto del heredero o hijo mayor del cacique cuyos restos cuelgan del chinchorro simbólico, mientras encuentran la forma de eliminar a esa vieja condenada a la última pena del amor sin fronteras, quiéranlo o no, las demás barraganas para uso y disfrute pasan a poder del premiado heredero, con la sola excepción de la india que lo parió, que ya sería como decir bastante.