lunes, 26 de diciembre de 2011

VIDA Y PASIÓN DE RAMÓN URDANETA.

Amigos invisibles. Dentro de las cuarenta y tantas crónicas que he escrito en este blog, desde mayo del presente año por fenecer y que ya alcanza más de 20.000 lectores, quizás sea ésta la más difícil, porque resulta cierto que referirse al  presente y al pasado de la misma persona, parece que compromete la realidad para entrar en aquella paradoja que algunos podrían calificar de mantenerse en el reino de los pavos reales; pero para los que esculcan el tema planteado sin rezagos, pueden considerarla dentro del tornaviajes viviente, como la carrera del avestruz, que corriendo en su galope, de pronto se detiene para esconder bajo tierra la testuz. Así, pues, dentro de lo absurdo del momento vivido voy a tratar de poner en conocimiento al estilo Borges de los muchos que en lugares lejanos y de otros continentes pueden interesarse en conocer quién soy desde otros ángulos vitales, puesto que aquellos que pertenecen a la categoría de viejos amigos y compañeros de ruta en el mundo de lo intelectual y sus secuelas, ya mueven las llaves del teclado de  mi vida. Sin embargo, para los más animados en tratar la cuestión, sí recomiendo que por allí en esas librerías llamadas de viejo y raro, puede que encuentren algún ejemplar sobrado de dos libros donde el periodista español José Luis Ballester, y el suscrito, sí tratan con mayor amplitud sobre el tema en cuestión, llamados ambos “La visión interior” (editado por FLASOES en Caracas, en marzo de 1996), y el otro “50 veces yo” (Editores Best Seller, Caracas, 2005).
            Pues bien, entrando ya en materia y para ganar tiempo y espacio, les diré que nací en la ciudad venezolana de Trujillo, tierra de leyendas y de caudillos que desde tiempo infantil me refrescaran la memoria, y que desde el momento en el cual se tiene noción de la realidad (que algunos osados con otro tratamiento llaman “la comezón del séptimo año), me lancé al aprendizaje propio dentro de una cultura incipiente aunque eficaz, que con los años y por ser lector, como algunas veces pensador sobre lo digerido, me sirvió de motor de arranque para el resto de mi vida. Por ese sendero juvenil estudié en la ciudad natal en instituto de un  sacerdote doctorado en Roma, y en el famoso “Colegio San Luís Gonzaga”, de Bogotá. El Bachillerato lo cursé en el natal Trujillo y en Caracas, desde donde poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial viajé a Europa para continuar mi formación intelectual  que se tradujo en numerosos viajes de estudio, conocimiento de idiomas, análisis detenidos de muchos países, visitas de bibliotecas y escritos diversos que realizara para publicar los primeros libros de la cosecha que ahora suman 44 volúmenes, mientras proseguía estudios universitarios de Derecho y Administración Comercial en las Universidades de París, Grenoble, Zaragoza y Salamanca, plurisecular casa de estudios afamada, donde obtuve el lauro académico el 17 de marzo 1958. Esta enorme pasantía por tan distinguidas universidades formó el pensamiento que aún conservo y que ha dado numerosos frutos a lo largo de mi vida.
            Regresé a Venezuela a la caída del dictador “constructivista” general Marcos Pérez Jiménez, y con el ambiente de alborozo que reinaba pronto me incorporo a diversas actividades que, como se dice, fueron a tiempo completo. Trabajé con el nuevo gobierno democrático en el campo de la jurisdicción penal, como a los treinta años que dedico  luego al área del ejercicio profesional en las especialidades Civil y Mercantil, dentro de este tiempo, reitero, en las horas libres que fueron hasta nocturnas mantuve  una activa actividad intelectual  en la áreas de prosa y de la poesía, publicando cinco libros en este campo del espíritu, desde el primero editado en Madrid, bajo la supervisión del conocido crítico y bardo malagueño José Luís Cano, creador de la Colección Adonais de Poesía. En el curso de esos años juveniles fui directivo del Hogar Americano, que tenía su centro en Madrid, y del Instituto Venezolano de Cultura Hispánica, en el cual alcanzo a ser elegido Presidente en tres oportunidades. En esos años de la carrera intelectual fui elegido miembro numerario del Centro de Historia del Estado Trujillo, hasta llegar a ser su Decano y Presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela, en dos oportunidades, con más de 400 miembros, que albergaba escritores de la talla internacional de Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos y Miguel Otero Silva. Al mismo tiempo se me distinguió con la membresía de treinta o cuarenta instituciones culturales de dentro y fuera del país (Socio Honorario de la Unión Brasilera de Escritores), y al correr de este lapso temporal recibí la imposición de trece condecoraciones nacionales (Francisco de Miranda, Andrés Bello, Cecilio Acosta,  del Trabajo, etc.)  y extranjeras, entre ellas de España (Isabel La Católica), Bulgaria y Chile.
            En el curso de esos años de intensa actividad no escatimé esfuerzos para visitar en varias oportunidades y darle la vuelta al mundo, conociendo a 62 países y al asistir oficialmente, que recuerde, a muchos Congresos nacionales y extranjeros, como los de Bagdad, Sofía, Damasco, La Habana, Bogotá, Sevilla, Guatemala, Belgrado, París, Caracas (en calidad de Presidente) y Santo Domingo. En Caracas durante la Presidencia de la Asociación de Escritores de Venezuela fundamos el Inprescritor, la Sociedad de Derechos de Autor y la Federación Latinoamericana de Sociedades de Escritores (FLASOES), con 17 entidades adscritas, incluida la Sáharahui, que aún presido, como también soy Vicepresidente del Centro Internacional de la Paz.
            En el terreno de la bibliografía voy a señalar algunos títulos representativos de mi obra creadora, y entre ellos recuerdo a “Diego García de Paredes, conquistador de América”, “Vida y pasíón del capitán Juan Pacheco Maldonado”, cuyo título por cierto presto para este trabajo, “El sentido de la tradición” (Ediciones Tercer Mundo, Bogotá), “Caracas, soledad”, Alonso Briceño, primer filósofo de América (Universidad Católica Andrés Bello), “El pensamiento histórico venezolano”, “Discurso barroco” (AEV), “La verdadera historia de los trece apóstoles” (Marymar, Buenos Aires), “Los amores de Simón Bolívar” (con cinco ediciones agotadas), “Cantos asiáticos”, la novela editada por Planeta “El laberinto loco”, “La vida íntima de la Presidentes de Venezuela” que comprende cinco volúmenes, “Arturo Uslar Pietri”, “Veinte crímenes inolvidables” (Panapo), “Diccionario general de los indios cuicas”, “Marco y retrato de Granmont (Francia el Caribe en el siglo XVII), editado por el Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad Simón Bolívar, la novela “Adán y Eva se odiaban”, la novela histórica “Si el papa fuera mujer” (la Papisa Juana), “El libro de las profecías”, el grueso texto histórico y muy pronto vendido “Historia oculta de Venezuela”, y el reciente trabajo publicado por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela y de la que soy miembro, que se intitula “Los 42 firmantes del Acta de Independencia de Venezuela”. Fuera de ello tengo terminados pero esperando mejores tiempos por venir en este país cuna de Simón Bolívar, la novela  “Doctor Knoche. El vampiro de Galipán” y el para mí muy importante estudio “Desenterrando a Bolívar”, que relata sin cortapisas la verdadera historia del conocido Libertador, aunque no en todas sus facetas positivas o de reproche. No debo olvidar para esta síntesis estrecha mi numerosa colaboración al “Diccionario Histórico de Venezuela”, de la Fundación Polar.
            Para seguir tocando estos temas atinentes es lógico decir que entre otros medios conocidos he pronunciado numerosas conferencias dentro y fuera del país, sea dicho discursos que se me han solicitado y que acepté en su oportunidad, como que numerosos escritores, historiadores y críticos se han referido a mi trabajo en diversos campos de la actividad que llevara cabo. En cuanto a colaboraciones  en periódicos y revistas son múltiples, dentro y fuera de Venezuela, como ponencias y debates, siendo colaborador de los diarios “El Nacional” y columnista de “El Universal”, ambos de Caracas. Amigos escritores y conocidos de importancia son bastantes, dentro y fuera del país (Eugenio Evtuckenko, Raúl Guerra Garrido, Víctor Villegas, Joao Fagundes de Menezes, Arturo Alape, Oscar Echeverry Mejía, Víctor Villegas,  Juan Rulfo, etc, etc.)
            Ahora  voy a referirme a este blog de “Venezuela y el mundo”, con el que he tenido la oportunidad placentera para mí de relacionarme con todos ustedes, amigos invisibles, que espero hasta ahora les haya gustado en los 41 trabajos que he presentado para su distracción, escritos basados desde luego en fundamentos históricos que manejo en diferentes áreas y con temas tan palpitantes como el de las guerrillas, los dictadores latinoamericanos, los terroristas al estilo Bin Laden,  personajes excéntricos y otros que deben bien conocerse en nuestro mundo, como el maestro Simón Rodríguez, el vampiro caraqueño de Galipán (Dr. Gottfield Knoche), el caballero y jefe filibustero del Caribe, o sea el francés Granmont, el general amigo de los turcos Nogales Méndez, el superespía catalán Juan Miguel García Pujol, quien vivía escondido en Venezuela  y el caraqueño Carlos El Chacal Ramírez, condenado hasta ahora a dos cadenas perpetuas. Otros temas apasionantes que se pueden visitar en el blog son, por ejemplo, el análisis que hago de nuevos y viejos imperios, como el chino, el soviético y el ruso, el aspirante brasileño y el norteamericano, además de los estudios actualizados que se realizan sobre el Islam, la agitada cuenca del mar Mediterráneo, sobre Cuba, Puerto Rico, la cultura en los países caribeños,  el problema de la vieja y nueva esclavitud, la difícil geografía política desde el río Atrato colombiano al territorio de Tapachula mexicano, el reconocimiento de España a la Independencia de sus colonias en América, el auge y caída del petróleo en Venezuela (y vendrá otro artículo complementario), y el último trabajo de indagación histórica referente al coronel Apolinar Morillo, famoso por ser el autor material del asesinato de Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho.
            Y como el origen que me motivó para escribir el presente blog fue la desenfadada manera de inventar sobre la vida de Simón Bolívar, el hombre de carne y hueso que se ha elevado a mito o icono revolucionario de algo inexistente, llenado la cabeza de mentiras de los crédulos como hasta de algunos incrédulos, ello forzó a mi pluma para escribir sobre tantas falsías o medias verdades en una suerte de reescribir la Historia a todas luces inexistente, por lo que forcé el material didáctico en mi mano para que sea conocido por el mundo, y así he ensayado sobre este caraqueño empecinado en tantas cosas buenas como de muchas malas, y por ello en el redondeo sobre el tema en mientes traté sobre Marx y Bolívar, el padre desprejuiciado y libidinoso de Don Simón, la familia de este caraqueño y su non sancta hermana María Antonia, las numerosas amantes de Simón Bolívar, los dos hijos certeros de este caraqueño, el fracaso bolivariano del Congreso de Panamá,  los veinte atentados con que quisieron ajusticiarlo, la supuesta y mentirosa pobreza de este mantuano de derechas, los últimos días de su vida cuando confiesa que ha arado en el mar, y la treta  que utiliza en Trujillo de Venezuela con que se obtiene de facto la Independencia política de los países hispanoamericanos, desde Méjico hasta el Cabo de Hornos. De todo esto y más iré informando a mis lectores a partir del mes de enero, en que reinicio labores, con el tema tan inédito como fundamental por las controversias que plantea: BOLÍVAR AMABA A LOS INGLESES.  Paciencia, pues, que Time are (para algunos es is) Money, si no estoy equivocado.

Y que se distraigan bastante en Navidad y Año Nuevo.  Les desea ramonurdaneta30@hotmail.com

sábado, 17 de diciembre de 2011

LA INVEROSÍMIL HISTORIA DE APOLINAR MORILLO.

Amigos invisibles. En verdad que la Historia como un cajón de sastre o una caja de Pandora dentro de la variedad con que tanto juega y nos deleita es a veces impredecible, y viene a cuenta esta situación porque ahora voy a tratar sobre un personaje que de héroe de la Independencia lleno de fe en cuanto sustentara, de la noche a la mañana se vio envuelto en manejos inesperados aparecidos en su vida dentro de un mundo confuso donde se jugaba a la buena suerte, porque la vida y el prestigio valieran poco ante el descalabro que producía una guerra encarnizada  y las consecuencias derivadas dentro de un caudillismo en formación, que trajo como consecuencia dos siglos de desgaste moral y de errores para no hablar de aciertos, que se pagaron caros. Una de esas  historias veladas que ahora traigo al recuerdo se refiere a cierto osado trujillano de Venezuela, del que según dijera otrora de recordado hombre hecho de la nada pudo llegar a coronel graduado en los ejércitos de Colombia, la de Bolívar, y por acasos malparidos del destino vino a transformarse en el antihéroe de la película dramática, porque liquidar a un hombre justo sin pensar en las consecuencias dentro de una guerra prolongada y llena de secuencias, era algo del común. Pero que el muerto haya sido el Gran Mariscal de Ayacucho, y el conductor de tal asesinato por encargo responda al nombre de Apolinar Morillo, ya tiene otra connotación, que transforma esta trama en algo de terror.
Apolinar Morillo nace en el burgo serrano de San Lázaro, no lejos de Trujillo de Venezuela, tierra de pan coger donde se asientan los indios tirandáes mientras es regado por la cuenca del río Jiménez, y ello acontece hacia 1787 en un hogar compuesto por el ejemplo del trabajo y la rectitud de sus ejecutorias. Y allí crece Apolinar en un medio cerrado con el campo agrícola que tiene ante los ojos, sin mayores vaivenes, hasta que los sucesos confusos oídos en la turbamulta de los hechos sobre los acontecimientos invasores  que ocurren en España y sus repercusiones en América reavivan el celo y la desconfianza, y cuando en 1810 la provincia comienza a arder con los bandos patriota y monárquico ya en juego, tal vez por un sentimiento lógico de compañerismo el san lazareño entra a pensar en la necesidad de hacerle compañía a una patria americana de la que se habla,  por lo que con este impulso inicial abandona el lar nativo para enrolarse con la rueda de la fortuna en las primeras acciones militares que aprendiendo sobre la marcha se suceden en estas Primera y Segunda efímeras repúblicas de ensueño, de cuyos trasteos y acciones en que interviene en 1813 el soldado Morillo es ascendido a Alférez (subteniente), y pronto, ya en los aciagos días de 1814 en que aparece la sombra siniestra del bravo militar astur José Tomás Bobes, las insignias que corresponden le son conferidas con el ascenso a Teniente del Ejército en que lucha, desde luego que por méritos obtenidos en los campos de batalla.
A partir de este tiempo su actividad es varia en Venezuela, siempre en el terreno patriota, porque el teniente Morillo supo mantenerse en los momentos de peligro y con la verticalidad necesaria, de donde entre otros encuentros bélicos se conoce que asiste al combate de Bárbula (30-9-1813), cerca de Valencia, a las órdenes de Rafael Urdaneta, donde fallece heroicamente el neogranadino Atanasio Girardot. Desde luego y como era costumbre sigue en el ejercicio militar (que se desconoce en los detalles) por varios años de dura lucha, hasta guerrillera, donde se enfrentan facciones diversas caudillistas y sobresalen los más valiosos, entre derrotas y triunfos, mientras aparecen las figuras deslumbrantes de Bolívar y José Antonio Páez y algunos quieren dividir la república en dos mitades. En esos tiempos ya  finales de la segunda década novecentista los acontecimientos políticos y militares toman un giro mayor debido, entre otras causas, al agotamiento del erario español para sostener la Guerra en América y sobretodo con el recalcitrante Simón Bolívar, de donde mediante los tratados de Paz firmados en Trujillo, de una guerra bastante perdida para los patriotas con rapidez se transforma en algo exitoso que culmina para Venezuela en la batalla de Carabobo (24-6-1821), a la que asiste Apolinar Morillo, con la experiencia que ya tiene en estas lides guerreras, agregando el detalle para el trujillano que a partir del año anterior de 1820, según cuenta la Historia, éste se ha incorporado el risueño ejército que se destina hacia la llamada Campaña del Sur, de la nueva Colombia desde luego, de donde se presume que por ese regreso temporal a Venezuela ya anda a las órdenes del propio libertador Bolívar.
Sigue así el camino bélico hacia el Sur para guerrear en el extenso Cauca cuyo epicentro político es Popayán, y así asiste a la dura por difícil batalla de Bomboná (cerca de Pasto, el 7-4-1822), donde se distingue al  lado del caroreño Pedro León Torres, y por cuyo valor a Morillo pronto se le asciende al rango de Capitán efectivo, mientras debe incorporarse a las llamadas “represalias de Pasto”, con que Bolívar ordena duramente castigar con tropas  entrenadas a los testarudos monárquicos que en el lugar habitan, comandadas en este caso por Bartolomé Salón y Antonio José de Sucre. De allí el trujillano militar junto con otros ejércitos bolivarianos que marchan rumbo al Sur sigue el derrotero de la conquista y en 1823 penetra en el disputado Ecuador, actúa militarmente en el trágico Riobamba como también en el norteño Imbabura, y de entonces allí permanece frente al valle que domina el Pichincha, donde se asienta con cargas emocionales hasta 1826, cuando por los servicios distinguidos que presta es ascendido a Teniente Coronel graduado, alcanzando posteriormente el grado de Coronel, desde luego de la República de Colombia. Pero en verdad lo que verdaderamente guarda un  halo triste hacia la memoria de Morillo es su intervención directa, acaso obligada y por complacencia tribal, en el vil asesinato del cumanés general Antonio José de Sucre, ocurrida por circunstancias políticas del momento y para Morillo de la manera más sucedánea, porque nadie esperaba que algo así ocurriera.
Bueno es recordar en este aparte que el Gran Mariscal de Ayacucho es una figura que se agiganta después de esa famosa batalla peruana, a quien muchos le temían por tantos éxitos no solo militares sino políticos o de Estado, al consolidar la República Boliviana, creada por el caraqueño Bolívar. Si a esto sumamos que el cumanés a su paso por Quito se enamora de una dama de la localidad algo gordita, que llega a aprisionarle el corazón, o sea la ennoblecida doña Mariana Carcelén y Larrea, que usara el título nobiliario de Marquesa de Solanda, con quien casa por poder dado sus trajines políticos que lleva a cabo muy lejos de Quito, y con quien piensa desde luego establecerse en dicha ciudad, una vez terminados los afanes que lleva a cabo. La noticia de su residencia en dicha ciudad no cae muy bien que digamos dentro del grupo de caudillos que están dispuestos a gobernar por siempre en aquellos territorios que en su amplitud de extienden desde Popayán  hasta el sur de Guayaquil, para lindar con el Perú, y entre estos capitostes de fortuna se hallaban algunos como Juan José Flores, nativo de Puerto Cabello en Venezuela, que será Presidente del Ecuador, hombre tenebroso y de marramucias capaz de cualquier cosa para arribar al poder, José  Hilario López, payanés, sibilino en el trato que es otro general de cuidado, luego Presidente de Colombia, y el tenebroso payanés José María Obando, también futuro Primer Magistrado de Colombia, quien no se detiene en el asesinato para obtener ganancias y poderío. Así las cosas, tanto para el general Flores como para el otro José María Obando, la figura del mariscal Sucre sobraba en Quito, y por tanto había que eliminar solapadamente al recio contendor. Como antes lo habían querido hacer en Bolivia. En los preparativos serios del magnicidio dio la coincidencia que el coronel Apolinar Morillo decidió regresar hacia el Norte, con la intención de volver a Venezuela y posiblemente a su terruño de San Lázaro, donde le esperaba alguna familia que tenía muchos años de no verlo, y como para aquel tiempo a fin de viajar se requería una autorización especial o pasaporte para evitar inconvenientes, el trujillano visita a su paisano general Flores en la solicitud de este salvoconducto viajero, a lo que desde luego éste no se opone y al contrario le entrega una carta cerrada y acaso lacrada para que con   lo  privado que contiene Morillo la entregue en Popayán y en propia mano al “tigre” (alias o apelativo por el olor que despedía) José María Obando. Y con este pasaporte Apolinar Morillo se despide de Flores y de Quito para tramontar la sierra que lo espera al paso de buena caballería mular, de donde transita por el camino real de  Tulcán, Pasto y con calor y vientos fríos entra en el neogranadino Popayán, asiento y cuartel del general Obando, donde no está al cabo de saber la misión que le espera y el suplicio mental que lo acompañará para toda la vida.
La entrevista de ambos personajes fue larga y cordial, con muchas imágenes de la guerra, mientras a Obando se le iluminaba el seso, que no el entendimiento, al pensar de una manera horrible, que fue cuando le dijo a Morillo, sin mayores rodeos que dada su condición de militar y como hombre de confianza, que ya se lo expresara Flores, lo tenía escogido para llevar a cabo una misión secreta en la serranía cercana con personal a  su mando, o sea eliminar físicamente al cumanés Antonio José de Sucre, por el temor que se tenía respecto al mando definitivo que iba a ejercer en amplios lugares del Ecuador y sur de Colombia. Por el principio castrense de la ciega obediencia, que no puede ser rechazado y para evitar consecuencias en su persona y traslado, ayuno de disputas tuvo que aceptar la encomienda fatal sin esgrimir objeciones, poniéndose así en contacto con el guerrillero mestizo José Eraso (cómplice que indica el sendero a seguir), pastuso de la confianza de Obando y con dos más ayudantes,  de donde tal cuarteto siniestro se dirige hacia el sitio montuoso de Berruecos, en el camino que viene de Neiva por Popayán, y que  con poca escolta transitara plácidamente ese gris viernes 4 de junio de 1830 el mariscal Sucre proveniente de Bogotá y una vez terminada la labor parlamentaria que a la cabeza  del Congreso Admirable efectuara en la capital de la república, así como de haberse despedido, quizás presintiendo ambas muertes, con el Presidente de Colombia, Simón Bolívar. Sobre este vil asesinato en que participan además dos peruanos y un colombiano tolimense, fuera del coronel Morillo, quien es considerado el autor material, porque el intelectual hoy nadie niega que fue Obando, se ha escrito innumerables estudios, dada la importancia a fin de recuperar información por la calidad que tenía el occiso, aunque para otros este hecho bochornoso no era entendido tan grave dentro de la situación de la época, al considerarlo uno más caído en la contienda. Sobre este muerto de lujo, “el Abel de Colombia”, como lo llamara Bolívar, se ha escrito mucho en el trance hacia la vida eterna, y para ello basta con citar los estudios que reposan en la fundación-biblioteca Luís Ángel Arango, de Bogotá, y el excelente trabajo de análisis e interpretación llevado a cabo por el erudito académico de origen catalán Manuel Pérez Vila.
Luego del deceso del Mariscal llovieron publicaciones, y aún llueven sobre tan maligno hecho, pero como el tiempo olvida, aunque no todo, así como el amor deja rescoldos, y en cuanto nos corresponde hablar del coronel Morillo continuaremos diciendo que durante un tiempo permanece por tierras payanesas, a las órdenes y el patrocinio de Obando, quien por cierto afirma al escribir sobre el trujillano militar que “gozaba de una reputación de conocimientos militares”, al tiempo que combate en Popayán y el sitio de García, como también en La Chanca, donde es herido en combate, desde luego bajo la protección caudillesca de José María Obando, aunque cansado de este trajinar guerrero y obtenido el permiso respectivo con la idea y el recuerdo del San Lázaro natal resuelve proseguir el viaje de regreso a Venezuela, pero los manes del destino le hacen otra jugada, esta vez con Cupido, pues en la acogedora región caleña en ese viaje sin retorno se enamora y decide formar hogar o pareja con alguna dama del lugar, retirándose así de la vida pública para vivir al calor de la familia y de los hijos que procrea, aunque nobleza obliga y por ello tiene una nueva actuación guerrera en Palmira, cerca de Cali. Los años pasan, el trabajo de la tierra en que se desempeña es sin cesar, aunque la falta de sueño le cambia el carácter, al recordar el momento en que ve caer a Sucre atravesado por una bala, de donde se vuelve locuaz y más cuando el aguardiente cañero estremece su alma, de donde también por esa vida intranquila que le ataca comienza a envejecer en forma prematura.
Pero ocurrió un hecho inesperado que va a permitir desencadenar toda esa acumulación de sufrimientos que llevaba adheridos al espíritu el trujillano por aquello de la muerte de Sucre, y fue que a mediados del año 1839 en la ciudad de Pasto es detenido por un hecho severo pero de menor cuantía el mestizo José Eraso, y en los recios interrogatorios a que se le destina, por causas circunstanciales advenidas que nada tienen que ver con esa detención, algún interrogador perspicaz atrapa una evidencia sobre la muerte de Sucre, de donde cercado por  las razones que le endilgan Eraso declara que acompañó a Morillo y sus seguidores hasta el sitio de Berruecos, y que el autor material de ese deceso había sido el coronel Apolinar Morillo. Ante esta confesión clara que no tiene salidas, el gobierno local despacha una comisión a Cali, donde el 14 de noviembre de 1839 se detiene al venezolano culpable, quien sin mucho trajín con prontitud confiesa el crimen, aunque explica sin ambajes que lo hizo por cuenta de José María Obando, mas como el tigre Obando ya sostenía un alto poder en la política de Colombia e incluso había ejercido la Vicepresidencia de la República, nadie osó abrirle juicio penal por esta causa  del asesinato, y el problema con respecto a la inclusión de Obando siempre quedó en veremos y se tocaba apenas de soslayo.
Morillo fue llevado preso a Bogotá y allí se le siguió un juicio con toda objetividad legal. Declararon muchos testigos y el expediente, que luego se publicara, engrosó en demasía, incluso con las pruebas determinantes. Allí pudo demostrar el trujillano en descargo de la conciencia la cultura que llevaba por dentro con la elegancia de su hablar y la claridad de conceptos en cuanto a su arrepentimiento. Confeso en su culpabilidad el tribunal militar o Consejo de Guerra respectivo lo condenó a muerte para ser pasado por las armas de cuatro soldados, siendo pues fusilado a las cuatro de la tarde del 30 de noviembre de 1842 en acto solemne que se llevara a cabo en la hoy Plaza de Bolívar (Plaza Mayor), con delegados presentes de Artillería, Infantería y Guardia Nacional. Fue puesto en Capilla Ardiente  dentro del cercano Cuartel de San Agustín, mientras dos sacerdotes escogidos, o sea Antonio Herrán, que luego fuera arzobispo de Bogotá, y Margallo, lo auxiliaran espiritualmente, una vez que el Presidente de Colombia (Nueva Granada), Pedro Alcántara Herrán, negóse a conmutar la pena. Ascendió al patíbulo con energía y entereza para pagar su culpa. El cadáver fue depositado para las exequias en la iglesia de la Veracruz, pero en la noche la caja mortuoria fue abierta, bajo la sospecha de que no había muerto.  Como epitafio de la Historia entonces alguien escribió, con certeza: “Hizo grandes servicios a la Patria”. Hasta aquí esta vida misteriosa e inverosímil del venezolano y trujillano Apolinar Morillo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

USO Y ABUSO DE LA ESCLAVITUD EN VENEZUELA.

Amigos invisibles. Define el académico Diccionario de la Lengua  Española en cuanto nos concierne y para mejor asesoría,  que esclavo es el hombre o mujer que por estar bajo el dominio de otro carece de libertad.  Y en forma figurada también asienta ese cuerpo de doctrina suprema, que ser esclavo  equivale a trabajar  mucho y estar siempre aplicado a cuidar de su casa o hacienda, o a cumplir con las obligaciones de su empleo. Pues bien bajo los lineamientos de esos parámetros  y con la condición internacional que se merece vamos a trabajar hoy sobre el tema de la esclavitud en Venezuela, que la existe y en muchas formas, para develar así otra manifestación inicua del diario acontecer en la tierra natal de Simón Bolívar.
            Empezaremos primero por la parte histórica como matriz de opinión sobre tema por demás candente, para ir así desarrollando tan espinosa cuestión a objeto de que como buen lector y suficiente intérprete de lo expuesto saque conclusiones necesarias a fin de desenredar tan amplio tema, por cuyo camino pueda entender mi exposición que parece referirse a situaciones y hechos pasados, pero que en realidad son presentes, aunque se disfracen con técnicas novedosas de desconcierto o mentira. Pues bien, para arrancar en la materia debemos afirmar que la esclavitud del hombre existe desde las sociedades más primitivas, como manera de subsistir y de desarrollar entes en estado de embrión. Y puesto que en América, para no referirnos a lo feudal y más atrás, existían sociedades indígenas con cierta organización adelantada, como el caso de los mayas y los incas, aunque disfrutaron de incruenta esclavitud hacia los subordinados, bien fuera sus propios pueblos sometidos a inicuas vías de hecho, o peor, en referencia con grupos de esclavos que se mantenían bajo la férula del patrón inmisericorde llevada su condición hasta el extremo de la muerte. Bajo esta circunstancia extrema fuera de lo común en nuestro medio donde se encuentra la Venezuela actual, para la etapa de la conquista española de estas tierras brillaba por su poder y extrema fiereza un grupo racista y explotador en demasía, porque bajo la técnica del exterminio se consideraba superior a los demás, altanero, avasallador, dominante al máximo, que llega al extremo de ser por entero un pueblo antropófago, torturador, de donde las proteínas que ingería a través del tiempo lo hicieron musculoso, hábil e inteligente o suspicaz dentro de aquel entorno disímil, al extremo que no solo sacrificara a los enemigos prisioneros, que pasaban por un período previo de engorde obligatorio antes de su sacrificio, sino que a los hijos de ellos mismos pero habidos en otras mujeres que no fueren de la etnia caribe, como así se señalaban tales bárbaros, que ahora son objeto de culto, con el cuento mentado del grito ¡ANA KARINA ROTE¡, feroz expresión que se identifica con una consigna nazi, fueron esclavizando una enorme zona continental que abarcó desde el norte de México, todo el insular antillano y hasta el interior de la Guayana amazónica, de donde eran originarios, por lo que de allí se dispersaron dentro del genocidio y canibalismo indígena por todo el territorio venezolano, salvo pequeñas excepciones de terreno que no llegaron a esclavizar, como el caso de los indios cuicas,  habitantes entonces de lugares situados  en los Andes de Venezuela.
            El tratamiento que se dio a los indígenas en este país no fue tan horripilante como algunos demagogos lo tergiversan por interés propio de reconcomios inexcusables o de ideas retrógradas, porque en general Venezuela era un país despoblado para aquel entonces, con grandes extensiones de soledad humana debido a la antropofagia reinante y porque las enfermedades recurrentes diezmaban a los pocos pobladores, dado que la contextura de sus cuerpos débiles alimentados con productos de baja nutrición impedían el crecimiento poblacional de estos grupos sin destino que vivían de la caza y la pesca de una manera mísera, sujetos al nomadismo a fin de poder subsistir y sin base elemental para fijar metas hacia cualquier sociedad estable. Esto no quiere decir que los españoles venidos en son de conquista y colonización fueran unos siervos del Señor, porque de acuerdo con el tiempo ellos mismos debieron luchar contra un territorio inclemente, lleno de animales feroces como los caimanes, las grandes serpientes y las pirañas asesinas (o peces caribe), de donde con fiereza fueron obligados a abrirse paso en un mundo desconocido deseosos de adelantar caminos entre las angustias y de cambiar la vida miserable que llevaban, por lo que no se consideran extraños los tantos delitos cometidos, que a veces se urdían de parte y parte, episodios por cierto escritos con detalles por investigadores, pero que se extreman para su comparación con los viles asesinatos habidos entre indígenas sobretodo entre sus llamados caciques. Valga la ocasión entonces de señalar a Guaicaipuro, Tiuna, Tamanaco, Paramacomi, Sorocaima y otros dignos de aquí traer al recuerdo, que rindieron tributo a la tierra en defensa de sus patrimonios y familias. Pero lo que se les olvida a muchos historiadores  parciales y cuenta cuentos de oficio es decir la verdad en su conjunto, pura y simple para ser más sinceros, o sea en referencia al descenso que por entonces ocurrió con la poca población indígena habida en Venezuela, pues dentro de la conocida “leyenda negra” tejida por enemigos de lo positivo que pudo tener el mestizaje en sangre y cultura, atribuyendo todo lo malo a esa conquista, que pudo ser como la romana, o la franca, o la germana en territorios europeos, dentro del despotricar de tal coyuntura histórica que tantos países han tenido, desde luego con más pros que contras, esos vociferantes de la maldad se olvidan o se callan en su interés solapado sobre que el despoblamiento indígena no fue por obra en sí del español que desembarca en América, como ahora se demuestra científicamente, sino que por la insuficiencia inmunológica de ese natural indígena lo hacía proclive a ciertas enfermedades traídas de Europa sin ninguna malévola intención, como el caso de la fatal por asesina viruela (para ejemplo de un mismo caso, la famosa peste negra del siglo XIV que acabó con una tercera parte de personas [50 millones] en Europa, se debió a las ratas transmisoras de la peste bubónica). Así es que estos ignorantes atrevidos deben callarse o hacer mutis, que ya es ocasión elegante de hacerlo.
            Valga aquí recordar igualmente que la masa indígena y al contrario de lo que alegan esos tarifados de pacotilla, fue más bien protegida por orden de los Reyes Católicos y sus sucesores, cuando a oídos de la familia real llegaron noticias de desmanes ocurridos y  de la despoblación de los territorios, por lo que hemos señalado, de donde la reina Isabel y hasta Felipe II ordenan expresamente protegerlos de algún modo y dar categoría y cierto mando a los caciques de esas comunidades y hasta con sendos títulos de Don, reglamentando igualmente su forma de trabajo, como el destino de las familias dentro de algún régimen servicial de mitas y colonización, cuyos beneficios y daños no son motivo de este trabajo. Todo ello desde luego una vez que se reconoció el alma y la calidad de seres humanos de tales subordinados y el mal trato al indígena que tenían, sobre lo que abogó suficiente y hasta en la Corte española que ordenara un estudio ante el caso planteado, el conocido fraile Bartolomé de Las Casas, quien por cierto en esos andares de investigación y defensa sobre tal maltrato anduvo por estas tierras del Oriente venezolano.
            Pero el problema de la esclavitud se hace más patente desde cuando los hispanos cavilan sobre la manera de trabajar la tierra y explotan algunas minas aparecidas, por lo que no cuentan para ello con la mano de obra indígena, no acostumbrada a la labor “de sol a sol”, donde murieron muchos naturales, recordándose entonces que por el mar Caribe había aparecido un  nuevo comercio, “de ébano” llamado, o sea de mano de obra esclava traída desde la costa occidental de África principalmente por portugueses de la “trata” de esclavos”, como por ingleses (y famoso se hizo en tal menester un socio de la reina Isabel, o sea sir John Hawkins) y holandeses para lo cual se venden o permutan esclavos desde niños  hasta mayores de edad primero en sitios costeros invadidos con el fin de la venta obligatoria, como el caso del puerto de Borburata y luego en lugares hechos como un gran mercado esclavista, donde se lavaban y untan de aceite a los esclavos en venta, correspondiendo a Venezuela los cercanos lugares de Cumaná, La Guaira, Curazao y Coro, y cuyos precios oscilaban de irrisorios para los infantes recién nacidos, hasta los trescientos pesos (ducados) españoles a pagar por un esclavo de veinte años y que a partir de los 50 años disminuía el precio en forma acelerada, pues a los 65 años el precio era nulo, de los que aún subsistían. Para decir verdad la mano de obra  esclava de origen africano y sus hijos mulatos o no (o zambos, etc.) nacidos en Venezuela, formaron el país del inicio, y ello hay que reconocerlo, por encima de la condición innoble que se tuvo con este grupo social al que durante tres siglos y medio por obra de las circunstancias del tiempo y no solo de Venezuela, se les trató como cosas y no seres humanos, sujetos a ventas, horribles castigos, mutilaciones y otras barbaridades que ustedes conocen reflejados con tino en los escritos y los audiovisuales que cruzan el planeta, barbaridades, repito, que no fueron solo de uso en nuestro entorno territorial, sino en cualquier parte donde existieren esclavos, fueran de raza blanca europea, asiática y africana, o las mezclas consiguientes. A los esclavos africanos debemos pues el trabajo de las minas de oro, el desarrollo enorme de la agricultura, tal el caso de la producción de cacao, producto de gran valor en tiempos coloniales, como el trabajo fuerte de la ganadería, la faena marítima, cuyo conjunto de primer orden se viviera durante siglos a lo largo y extenso de nuestros llanos occidentales y orientales.
            Mas sea oportuno recordar que el encuentro y vivencia de los amos para con los siervos, fuesen ya de confianza y hasta con los cimarrones en fuga recuperados, como los que atendían las labores del hogar y no del campo, fue siempre comprometido y hasta contrapuesto, lo que a lo largo del tiempo dio ocasión a levantamientos que representan un germen revolucionario de aquellos tiempos, muchas veces ahogados en sangre, como el caso del alzamiento del Negro “rey” Miguel, en Buría, por los lados agresivos de Barquisimeto, o el de José Leonardo Chirino, en la serranía de Falcón, cuando ya la política estaba de por medio, pues de las islas vecinas y sobre todo de Haití, donde triunfara la negritud contra los expedicionarios franceses, había corrido la mentira de un tal “código negro” que bien los favorecía en la búsqueda de la libertad y hasta de la manumisión, que también de podía comprar, mediante el pago indemnizatorio respectivo a sus amos. Así las cosas por estas vías tan subjetivas de la interpretación llegamos al tiempo de la Guerra de Independencia, donde se incorporan algunos negros a la guerra, sobre todo del lado monárquico, porque los dueños de tales grupos se presume formaban parte de ese bando obediente al status dominante, o a través de los señuelos de libertad pregonados en alta voz para quienes se unieran en tal o cual partido en conflicto, lo que se haría posible una vez terminada la contienda, cuestión que en verdad no se cumplió, salvo algunas excepciones determinadas dentro de la leyenda que se eleva al mito y donde hace lucimiento de inexactitudes del lado patriota un negro famoso, tildado el Negro Primero o Pedro Camejo, como se llamara, quien muere peleando en la batalla de Carabobo.
            La condición de esclavitud siguió manteniéndose luego de terminada la cruenta Guerra de Independencia, con altibajos demagógicos, aunque ya la familia esclava no sostenía tal Inri dentro de la sociedad actuante, y ello debido a una serie de circunstancias que afloraban en el nuevo escenarios nacional. Recordemos entonces, como simple ejemplo, que al libertador Simón Bolívar lo amamantó la negra Hipólita, y ayudó a criarlo en el cuido y asistencia por ser huérfano de padres,  otro servicio esclavo también de la hacienda de San Mateo, la negra Matea, porque para entonces los negros y las negras del recato familiar, y muchos otros en la escala social ya se veían formando parte de un gran conglomerado humano, con nombre y apellido, muchas veces adquirido a través del coito. Por ese camino los esfuerzos de libertad adquirida para los esclavos eran ciertos pero se tropezaban con el impedimento económico, o sea la indemnización a los dueños por parte del Estado, para poder ser manumisos a los de origen africano, lo que por fin se llega a decretar mediante una ley especial refrendada por el llanero presidente José Gregorio Monagas del 24 de marzo de 1854, que dio luego muchos dolores de cabeza a las partes involucradas, porque el Estado carecía de dinero para liberar mediante compra a los dueños de tales venezolanos en sumisión, y por ende seguían en calidad de esclavos; o porque los exesclavos no querían abandonar a sus dueños o patrones ya que no tenían donde ir y menos de morar, quedando entonces en la vagancia sospechosa y deambulando por los campos como mendigos sin Dios y sin patria. Esta situación anómala continuó por mucho tiempo y solo su transcurso permitió a medias nivelar dicho problema que nos facilita hoy vivir como un pueblo mestizo de tres razas, con las mujeres más bellas, que permite tener siete misses universo y que por encima de tanta cantinflería barata que hoy abunda en nuestro medio seguimos avanzando, aunque con dos pasos adelante y uno hacia atrás, acaso por efecto del remordimiento.
            Cabe anotar a manera de reflexión última que en la actualidad por causa del efecto de enfoque todos de manera sibilina somos esclavos del medio en que vivimos, porque la esclavitud antigua desapareció en los principios del siglo XX y ahora nadie piensa en ser presa esclava de seres humanos, ya que eso es antieconómico (salvo casos anómalos como la prostitución, la droga y otros daños sociales). Porque debemos preguntarnos para plantear este dilema laberíntico: ¿Quién no es esclavo hoy de un salario, de una educación buena para sus hijos, de una vacación soñada en tiempo oportuno, de nadar, ir a la montaña, largarse hasta el Tibet o Timboctú, y hacer lo que le venga en gana, saboreando un whisky de 18 años, mientras desea ser esclavo de la moda, de tal perfume, de una corriente de pensar, de una idea loca que toca a la puerta o de sus conclusiones trasnochadas, y de la sarta de esclavitudes de que ahora está lleno el mundo. Piénselo para darse cuenta, según dicen en mi tierra los sumisos: “el mismo musiú con distinta cachimba”.  Dentro de lo absurdo aún todavía exclaman en Venezuela, como García Márquez vive para contarlo: ¡Viva Gadafi!, ¡Viva Fidel!, Viva Assad!, ¡Viva Mugabe!, ¡Viva Lukashenko!, ¡Viva Ahmadineyad”, Putin, Ortega, Evo, la Kirchner de Antonetti. ¡Caramba, es que todavía la esclavitud no ha terminado¡. Ni espera acabar porque de ella está colmada el mundo. Creo por tanto que usted hasta cierto punto puede estar de acuerdo conmigo. 

ramonurdaneta30@hotmail.com

sábado, 3 de diciembre de 2011

DE COMO ESPAÑA RECONOCE LA LIBERTAD DE AMERICA.


Amigos invisibles. Un tema trascendental para muchos de los que indagan en nuestro blog es el que ahora vamos a tratar, porque en el desconocimiento aún se encuentra esta materia histórica que dio origen legal a todos los países americanos como naciones independientes. El problema se plantea desde un principio cuando a raíz de los acontecimientos subversivos que hacia 1810 acaecen en estas provincias indianas con motivo de la detención de los reyes Carlos IV y Fernando VII  por obra de Napoleón Bonaparte, y se insurreccionan las colonias en defensa de los derechos reales, que en síntesis fue una mascarada para conseguir cierta soberanía, como aspiraban las clases mandantes en estos países americanos. Pues bien, de allí arranca todo el rompecabezas puesto que a dichas clases dirigentes se les subieron los humos al cerebro, y con los líderes o caudillos que tal situación genera, comienzan a maniobrar en un zigzag para la liberación total de este continente hispano americano.
            Como es de esperar que todos conocen las peripecias ocurridas durante la sangrienta guerra de liberación, en que un poder constituido en la metrópoli y en gobierno durante más de trescientos años sujeta al toro por los cuernos en estas provincias de ultramar, lógico era que con el desgaste político y económico ocurrido en la península española con motivo de tantos sinsabores que acaecen por aquellas tierras de la Mancha y con quijotes incluso, se fuera fortaleciendo el poder provincial americano cuando fallan los suministros para la guerra, se desprestigia la razón de ser de un imperio que puede dar pérdidas en una economía vacilante como la española y que, en fin, por obra de tantos tropìezos políticos que acaecen en el corazón hispano que tambalea por tanto chasco entre unas cortes desabridas que cambian constituciones por obra de la presión interna y la posición mal secuente –y valga el neologismo- del dominante Fernando VII, que en la miopía política no mira lo que existe debajo de la alfombra, todo ello da por resultado que fuerzas internas comiencen a pensar de muchas maneras y hasta de constituir a las Américas en reinos dependientes de Madrid, para así disipar temores fundados en la realidad y a la vez dar respiro a la tensa situación que se vive en las capitales y otras zonas de redención hispanoamericanas.
            Mientras tanto la guerra de desgaste se mantenía tensa por estos lares de aquende el océano, con figuras como Bolívar que exaltados buscaban la independencia total a toda costa, en la contrapartida el ejército que comanda el pacificador Pablo Morillo anduvo en aprietos diversos y por falta de auxilio ya que de España nada venía en este sentido, al tanto que los patriotas de Venezuela se mantienen de capa caída en una guerra perdidosa, por falta de espíritu marcial y porque la contienda en muchos aspectos se expresa a favor del zamorano Morillo sobretodo desde 1816 hasta 1819, cuando manejaba casi todo el territorio la bandera hispana del “non plus ultra”, y los patriotas se refugian entonces a la sombra del caudillo general José Antonio Páez, que con sus hábiles lanceros defendía la situación en ese trienio de  desastres. Por manera que dentro de la estrategia que traza el caraqueño Bolívar está la del aguante, mientras se recupera terreno, se puede incorporar más gente a las filas guerreras que se golpean con la falta de estímulo y la deserción, y porque hay que establecer nuevos planes de lucha, al tiempo que se pìensa en ataques decisivos al enemigo y en crear a la Gran Colombia para de esta manera poder destruir el poderío sempiterno de Iberia en este continente dominado por sus garras.
            De otro contexto a sabiendas Morillo de su avance y su seguridad de un triunfo acaso pírrico porque el corazón de la contienda por lógica razón se mantenía del lado republicano, sin embargo como buen militar no daba el brazo a torcer y más cuando conoce que en Hispania se prepara un ejército de 6.000 efectivos que vendrá a socorrerlo (entonces se decía como ardid militar que iba para Méjico) en sus menguadas tropas, lo que le mantiene el espíritu tranquilo y consciente de que la misión emprendida anda en el camino correcto. Pero dio la mala suerte para el Pacificador que como en la Península seguía en ascuas la situación política con los desmanes insensatos de Fernando VII, este ejército ya formado y que a punto de embarcar rumbo a la América se mantenía presente en Cabezas de San Juan, cerca de Cádiz, esa tropa de regimientos preparados reacciona en contrario, pues como el jefe masón de dicho contingente militar,  teniente coronel Rafael del Riego, tiene otras ideas en mente, en mala hora junto con otros tres militares de mando que allí se encuentran deciden dar un golpe militar en el sentido de rebelarse contra el viaje, exigir la puesta en vigencia de la constitución liberal de 1812, lo que consigue, y dispersar a los combatientes, situación en la que casi ahogado de tal empresa inesperada acepta el pusilánime Fernando VII, mientras el rebelde asturiano Riego se convierte en héroe nacional.
            Ante esta situación trágica el compungido rey Fernando decide tomar las de Villadiego, como se dice, y sin otra espera que amaine la descarga, por lo de la pobreza del erario español de inmediato y por Real Orden del 11 de abril de 1820 que se materializa el 21 de junio siguiente, dispone que el pacificador Pablo Morillo entre en conversaciones con los insurgentes, liderados por Simón Bolívar y hable, por primera vez en América, de un alto al fuego y un Armisticio, con que se podrá llegar a un arreglo de la Paz. Este documento fundamental  e hito máximo en la guerra libertadora, cuando cerca de un mes después es recibido por Morillo, cuentan las buenas lenguas que el zamorano entró en furia porque vio toda su labor destruida, cuando él pensaba ganar mejor dicha contienda, y ya que el rey le coloca en un callejón sin salida ordena a sus subalternos prepararse para este descalabro, porque él como buen militar fogueado en tantos combates guerreros esta vez debía obedecer las disposiciones emanadas de Madrid.  Mientras tanto y del lado patriota se revisa el escenario de la contienda y los planes a seguir, en lo que el libertador Bolívar anda sumido, más cuando recibe de parte de Morillo el oficio en que el zamorano le pide iniciar conversaciones para buscar la paz, entra en júbilo como todos los presentes, aunque desde ya se planifica toda una estrategia para aprovechar el tiempo, moviendo regimientos y ejércitos locales, como otros servicios necesarios, a fin de con estas tretas encercar al viejo y herido león hispano. El tiempo fue precario de ambas partes, por cuanto Bolívar aprovecha la situación para moverse por Angostura, el Apure y el Ande tachirense, preparando el escenario oportuno a conducir, hasta cuando por fin decide acordar en lo planteado comunica a Morillo su postura, quien le sigue los pasos no muy lejos, al conocer que la ciudad de Trujillo fue acordada como el sitio escogido para los encuentros, precisamente en la urbe donde siete años antes Bolívar había decretado la tenebrosa Guerra a Muerte que colmara el país con millares de muertos, de donde el zamorano le comunica al Libertador que ya anda por el larense Humocaro Bajo y que para llevar a cabo la encomienda piensa establecerse en el monárquico burgo de Carache, mientras el Libertador desciende por las montañas de Mérida, designa al general Rafael Urdaneta como su sustituto  para seguir la guerra, en caso de que ocurra algo en su contra,  y al frente de 3.000 soldados se establece en la Sabanalarga de Carvajal, cerca de Valera, cuando recibe en el correo monárquico que la Junta de Pacificación erigida en Caracas ha resuelto designar como comisionados plenipotenciarios para llevar a feliz término el encuentro, al brigadier Ramón Correa de Guevara, al noble caraqueño Juan Rodríguez del Toro, y al español cantábrico Francisco González de Linares, todos muy bien conocidos por Bolívar.
            Como era de esperar y ya hablando en términos diplomáticos los representantes reales para tal encuentro no podían ser mejores escogidos para atemperar cualquier indisposición bolivariana, pues si a ver vamos el excelente caballero Don Ramón Correa estaba casado con una hija de doña Inés Mancebo de Miyares, quien inicialmente amamanta a Simón Bolívar por no poderlo hacer su verdadera madre, y quien además luchara en forma gallarda desde 1813 enfrente de Bolívar, pero que desde luego a título personal ambos mantenían una buena amistad. De otra parte el segundo comisionado a tal evento era Don Juan Rodríguez del Toro, viejo conocido de Bolívar por ser de las primeras familias de Caracas y hermano del Marqués del Toro, gran amigo además del Libertador, hermanos quienes con  el también fraterno Fernando mantenían lazos indisolubles, por encima de que Juan y el propio Marqués hubieran dejado sus veleidades patrióticas para volver al campo monárquico, y el último de los comisionados era un gran señor establecido con sus negocios en Caracas, en que trajo una primera imprenta a Venezuela, y que como realista a rajatabla con sus hermanos había sustentado la llamada Conspiración de los Linares, en la Caracas revuelta de 1808. Por parte de los defensores del estatus imperante, pronto supieron oficialmente que los comisionados patriotas designados para tal encuentro eran el joven general Antonio José de Sucre, de la absoluta confianza del Libertador, de mente distinguida y apacible,  estratega de primer orden que ya se perfilaba como gran diplomático y héroe impar en la batalla de Ayacucho que dirige, de donde por dicho triunfo inigualable es ascendido a Gran Mariscal. Le sigue en el grupo de comisionados el coronel Pedro Briceño Méndez, quien como Secretario particular de Bolívar y Secretario de Estado varias veces, lució una honrosa carrera pública y militar, quien acompañara a Bolívar en 1813 cuando firma en Trujillo el triste pero necesario Decreto de Guerra a Muerte, que ahora en la misma ciudad van a enterrar. Además estuvo casado con una sobrina del general Bolívar. Y como tercer comisionado se designa también al teniente coronel José Gabriel Pérez, caraqueño, de la confianza del Libertador, el que presta servicios como Secretario oficial y quien cumple una diversa e importante función pública y militar en las llamadas Campañas del Sur, a la orden siempre de Simón Bolívar.
            Como era de suponer y previo los preparativos del caso para realizar la famosa Semana Diplomática a realizarse en Trujillo, que como vemos anda en manos patriotas, la delegación española arribó sin contratiempos a la vieja ciudad en la tarde del día martes 21 de noviembre de 1820, cuya patrona es Nuestra Señora de la Paz y que hoy ostenta una estatua de la Virgen montante a 47 metros de altura, la que se hospeda con sus respectivos servicios en la amplia casona de dos pisos del andaluz malagueño José de Gabaldón, establecida en la parte baja de ese poblado de algunos 15.000 habitantes, mientras que la delegación republicana de Colombia, que así se llama el nuevo país,  ya había llegado a Trujillo y se aloja con el séquito acompañante en un ángulo de la Plaza Mayor y frente al edificio del Estanco de Tabaco, en cuya parte interior se acomodan porque los dos amplios salones que miran a la calle se habilitan con muebles y escribanos para que allí funcionen por separado tanto la delegación española como la patriota. No es de extrañar que esa misma tarde ambas comisiones se hayan saludado de manera informal, de acuerdo con el protocolo y la etiqueta sustentados, en el hospedaje de la delegación monárquica recién llegada, por ser en este caso anfitriones los republicanos.
El miércoles 22 de noviembre, día segundo del encuentro y ya reunidas oficialmente  ambas embajadas, se procedió a realizar el canje necesario de los poderes plenipotenciarios, una vez revisados los documentos respectivos, mientras que por los representantes de cada parte se procede a conformar como a dar el visto bueno de la agenda respectiva, al tiempo que los agentes del general Morillo hacen entrega al general Sucre, en larga y detallada comunicación, de las bases o proyectos contenidos en los convenios para aprobar en dicha controversia, los que de inmediato se comienzan a revisar, por la parte republicana.  En la tarde y de nuevo reunidos, los diplomáticos colombianos y por escrito contestan a la pretensiones españolas, agregando a su vez   los objetivos, propósitos o enmiendas con que se empeña la delegación republicana, lo que deriva en conferencias intergrupales, largas y penosas de un principio, pero cortesanas, cordiales y distinguidas.
El 23 de noviembre, día jueves y tercero de las entrevistas, se inicia con un arduo debate  que ocupa buena parte de la jornada, con el tira y encoge de las peticiones mutuas, en el ámbito diplomático, cuando la delegación colombiana acuerda modificar sus pretensiones y luego, cediendo posturas en la discusión al ver que los delegados españoles agotada la materia en mesa amenazan con regresar hasta Carache, su punto de partida (“regresamos inmediatamente”), donde se aloja el conde de Cartagena, Pablo Morillo. Mas vista la nueva posición colombiana, expuesta por boca del diplomático general Sucre, se apaciguan los ánimos caldeados, con lo que los hispanos aceptan seguir en las conversaciones respectivas.  El cuarto día de las entrevistas, viernes 24 de noviembre, continúan las conferencias para aclarar aspectos conflictivos, afinando los términos de una posible resolución, “sin que tuviesen ahora los términos [de parte y parte] ninguna proposición exagerada”.
En el quinto día de las reuniones (sábado 25 de noviembre), luego de afinar términos y de achicar pretensiones coincidiendo ahora en lo fundamental, ante escribanos y amanuenses diestros que deben realizar los sendos documentos con premura y “bella” letra, sin tacha y menos enmiendas para la firma y refrendo de cada parte en litigio, se procede a firmar, iniciándose ese día con el básico Tratado de Armisticio, que contentivo de quince artículos en los detalles revisa en su morada el propio Bolívar, recién venido de Sabanalarga, con duración de seis meses y extensivo a los tres departamentos de Colombia, con el que concluye la horrible Guerra a Muerte, que había descendido en intensidad desde 1816,  tratado que se firma a las diez de la noche de ese sábado, y que una vez ratificado por Bolívar el domingo siguiente, y cuando lo hace también el general Morillo, de inmediato se envía a los cuarteles generales de ambos bandos, para el cumplimiento definitivo.
Ese domingo 26 y luego de los servicios religiosos de rigor se procede a concluir los protocolos de un Segundo Tratado, acordado en las mesas de debate y desde luego que con el beneplácito de Bolívar y Morillo, o sea el de Regularización de la Guerra, contentivo de catorce artículos referentes al ejercicio de la misma contienda (prisioneros, muertos, etc.), el que se firma también a las diez de la noche de ese día festivo. Una vez concluido este ejercicio de honda repercusión histórica para todos los países hispanoamericanos, en que dejaron de ser simples insurgentes para considerárseles a la luz del Derecho Internacional Público como beligerantes, con todos los derechos que el término conlleva, el principal brigadier y amigo Ramón Correa insinuó a Bolívar, presente en la asamblea, que accediese a la invitación que le hacía el general Morillo para entrevistarse en el cercano pueblo de Santa Ana, equidistante de los cuarteles de ambos opositores, lo que se lleva a cabo el lunes siguiente y 7º de los Tratados, donde finalmente el zamorano allí rubrica en el refrendo y por España, tan por demás importantes documentos, que dados su contenido explícito e implícito son base de la independencia de cada país americano y desde luego que el reconocimiento tácito de Colombia, según lo escribe el jurista Nemesio García Naranjo, porque cada uno de tales instrumentos bien claro comienza “Deseando los gobiernos de España y Colombia manifestar…”. Allí en Santa Ana se conocieron esos dos grandes hombres y luego del abrazo y la recepción ofrecida por Morillo no se volvieron a ver (donde estaban presentes grandes figuras del momento como don Miguel de La Torre, ya designado Conde de Torre Pando, el futuro Mariscal Sucre, el distinguido patriota coronel Diego Ibarra, el coronel Tello, el comandante Pita, oficiales ingleses, el Secretario Caparrós, y acaso los Estados Mayores de ambos Generales, como otras distinguidas personas), porque sus destinos eran diferentes.
En resumidas cuentas y como se comenta tras corrales, de esta historia muy cierta la intención de Bolívar con aquella Semana Diplomática y sus resultas fue obtener más tiempo para reforzar sus tropas y así disponer mejor al ejército, con miras a triunfar en Carabobo, y luego en Boyacá, y en Pichincha, y en Junín y con su pupilo Sucre al frente, en la inmortal batalla de Ayacucho. Como dicen muchos historiadores aquello fue una mascarada, una comedia más de Bolívar para ganar la guerra. Pero no se crea que el cazurro Morillo había caído en la trampa,  porque como está escrito en sus memorias la famosa Orden Real de abril de 1820 decapitó la historia española en América, y Morillo, como hombre vertical, debió cumplir esa orden para los españoles maldita, porque con ella se perdió América.


ramonurdaneta30@hotmail.com