Amigos invisibles. La república de Venezuela en sus ya dilatadas dos centurias de existencia complicada, ha tenido problemas muy delicados con su vecindario en cuanto a la delimitación geográfica, y esto se debe, lo supongo, a las constantes guerras y sofocos mantenidos durante el formativo siglo XIX que impidieron tomar cartas serias en el asunto, y de cuyo resultado el país mal nutrido, enfermizo y sin aguja de marear fue mutilado por los cuatro costados, o sea por la franja marítima, porque salvamos apenas la barataria y mínima isla de Aves; por el lado occidental, donde perdimos desde el Cabo de la Vela y hacia abajo por vía serrana de Valledupar, el río de Oro y San Faustino, donde nació el general Santander, o sea en suelo entonces venezolano, rumbo a los llanos del río Meta, el Vichada, la costa occidental del Orinoco hasta su media agua, y rumbo al Sur, a la Piedra del Cocuy y más allá, que en l941 y para “evitar una guerra” el general Eleazar López Contreras concertó con el entonces presidente colombiano Eduardo Santos, tío abuelo del actual presidente de Colombia, la entrega de ese inmenso territorio, firmado y sellado para recuerdo de las generaciones. Si fue por el Sur de la patria, que llegaba hasta los límites del río Amazonas, según documentos de la época, por convenios entre las casas reales Braganza y Borbón, “para evitar pleitos” entre los nobles reinantes se le cedió a los portugueses y bajo presión desde luego otro inmenso territorio que mediando nuevos detalles cubría la cuenca del extenso río Branco, donde existieron cinco dinámicos asientos humanos establecidos y dependientes de los frailes capuchinos que desde Upata manejaban aquel determinado territorio.
Pero como “con la Iglesia te has topado, hijo mío”, según el decir antiguo, en cuanto al costado oriental de Venezuela o la Nueva Andalucía , según el trato de la época, la cosa fue más seria, porque a partir del Tratado delimitante de Tordesillas también Venezuela limitaba por leguas en esa dirección hasta las bocas del río Amazonas, lo que nunca se llevó a efecto en el uti possidetis iuris, o sea el derecho mediante la posesión del terreno, pues de antaño en aquellos lejanos parajes se establecieron dependencias francesas y holandesas, de lo que España se hacía de la vista gorda, e incluso llega a reconocerse esa posesión al oriente del río Esequibo, que primero fue holandés y luego británico, por convenios del tiempo, de donde a partir de la línea marcada por las aguas del Esequibo, del naciente a su desembocadura en el Atlántico, siempre se consideró de Venezuela, salvo algunos castilletes y vanas ocupaciones temporales que hacían los holandeses en busca de esclavos y, como siempre, en pos del oro. Por causa, pues, de este noble metal, que desorbitaba los ojos a muchos imperios, como también el dominio sobre las bocas de los grandes ríos [el Nilo, etc.], puesto que tales cursos de agua eran para la época las solas vías importantes de comunicación interioranas rumbo a la riqueza o la muerte, Inglaterra, que desde el siglo XVI discute con España la colonización de América, en Venezuela tocó ese movido papel desde tiempos de Walter Raleigh y su idea de El Dorado, deseo que se mantiene en el tiempo y más cuando a nivel del siglo XIX se descubren vetas auríferas y diamantíferas en el río Caroní, que es afluente del padre río Orinoco. Entonces ardió Troya, porque los ingleses ni cortos ni perezosos empezaron a correr los flacos linderos de su Guayana rumbo al oeste y de pronto el avance paulatino se encontró con que el Tío Sam moviendo la bandera de la Union Yack avanzaba sin parar en territorio venezolano, que es cuando en tiempos del presidente Antonio Guzmán Blanco se forma la marimorena de la copla en el sentido grande de expulsar a los venezolanos que se resistan mediante las diabluras de un geógrafo bandido, venal y tarifado que allí ejecutan y traído desde Afganistán, donde había cometido las mismas pilatunas de linderos a favor de Inglaterra y llamado Robert Schombruck. Pues bien, como escribo en mi libro “Historia Oculta de Venezuela”, para el año de 1885 Venezuela produjo 8.200 kilogramos de oro puro o sea de 24 quilates en sus minas de Guayana, de donde se apresura la invasión inglesa del territorio cruzando el río Yuruary, mientras por si acaso los britanos mantienen dos cañoneras en las bocas del río Orinoco [cobrando luego un peaje marítimo], a sabiendas que este país produce al momento el 6% del total mundial de esta áurea riqueza, y ya para el año 1887 con el mayor desparpajo de los mapas sube la extensión guayanesa británica de un área de 33.000 millas cuadradas a 76.000, sin que tiemble el vocero londinense para manifestarlo. Y para 1890 el voraz imperio inglés había ocupado 203.310 kilómetros cuadrados, contándose entre ellos la cuenca aurífera del río Cuyuni y los caseríos circundantes, lo que trae por consecuencia que para 1896 Venezuela rompe relaciones diplomáticas con el imperio inglés, mientras otros territorios americanos permanecen bajo su garra, como el caso extremo de las islas Malvinas.
A estas alturas del calendario y por cuanto Inglaterra no cede en sus pretensiones geofágicas en tiempos del presidente Andueza Palacio mueve teclas internacionales que lo favorezcan en el asunto fronterizo, y como quiera que los Estados Unidos siempre han tenido intereses solapados en toda la América Latina desde los tiempos del presidente Monroe y su conocida doctrina, que impide a las naciones extracontinentales intervenir por estas tierras americanas, salvo que ellos lo permitan en su “patio trasero”, como en lo despectivo se señala, el gringo presidente Grover Cleveland una vez rotas las relaciones diplomáticas inicia gestiones para que el asunto se someta a un arbitraje internacional, y que por tanto se nombre un tribunal en tal sentido. Aquí es donde comienza la trama minuciosamente elaborada por los dos imperios mellizos en estos menesteres, el gringo y el inglés, con el fin de arrebatarle a Venezuela 50.000 millas cuadradas de su territorio, lo que se hace con sapiencia, conocimiento de causa, astucia por demás y robo, así como se expresa, para no utilizar términos más jurídicos. Y para conocer toda la tramoya de la usurpación diremos que en el diario caraqueño El Universal, del 6 de febrero de 1975, publiqué un artículo alusivo, intitulado “La inicua sentencia sobre nuestra Guayana Esequiba”, donde explico con cierto detenimiento los pormenores del ultraje, que ahora amplío pasados varios lustros de esa relación, y que en sus puntos álgidos volveré a recordar, para el conocimiento internacional de los interesados. En efecto, de aquel inicuo laudo, que fue todo contrario a la Venezuela pobre e impotente de aquella época, nada quedó sino cumplir con lo acordado en la sentencia, o mejor en la desgracia, y mantenerse callados por largo tiempo, ya que no había elementos sustentables ni históricos ni jurídicos que pudieran destruir esa falsía. Sin embargo, para bien de Venezuela y la justicia el año l949 falleció el abogado norteamericano Severo Mallet-Prevost, quien arrepentido de aquellos hechos en que formó parte y como respuesta a tal infamia, escribe un trabajo referido a tal expoliación, donde narra la verdad de los hechos, que entrega al jurista Otto Shoenrich, miembro de una conocida firma de 5 abogados de Nueva Cork, en febrero de 1944, para la publicación del libelo después de su fallecimiento. Hasta entonces Venezuela desconocía toda la tramoya realizada con respecto al despojo, por lo que calladamente reconocía el funesto laudo arbitral o farsa colonialista, como poco después así la denuncia en la Organización de Naciones Unidas el propio Canciller venezolano, doctor Luís Emilio Gómez Ruiz.
Con anterioridad a esta discusión la Gran Bretaña no había querido llegar a un acuerdo para la delimitación de sus territorios adquiridos de antemano a Holanda, mas con esta presión ostentada y los acontecimientos ya existentes, esos escarceos diplomáticos que se ventilasen de una manera superficial, bajo la presión de los Estados Unidos y por intermedio de Washington su apreciada socia en correrías geofágicas acepta algo tratar porque ya no podía más rebelarse, y en consecuencia con sus especialistas expectantes se sientan ante una mesa para discutir sobre los términos del arbitraje internacional en mientes. Para llevar a cabo el cometido se constituyó un Tribunal adhoc, integrado por dos miembros de la Corte de Justicia americana, uno de ellos apenas designado por la usurpada Venezuela, o sea los magistrados Fuller y Brewer, que representarían a nuestro país; y dos por la Corte Británica de Justicia, que fueron lord Russell of Kelowen y lord Heun Collins, quienes tanto americanos como ingleses escogieron para “mayor equilibrio” al ruso pro inglés y hasta amigo de la reina de Inglaterra Fiodor o Federico de Martens, del entorno de la plutocracia y nobleza de ese país zarista y quien representaba dentro del disimulo imperial a la Corte Internacional de La Haya. Asesores de los delegados venezolanos fueron el expresidente americano Benjamín Harrison, achacoso de 67 años, y los abogados Tracy y el joven Severo Mallet-Prevost, quien anduvo alerta en todo el tejemaneje del arbitraje y así pudo dejar escrita para la posteridad la infamia de que hablamos. Y como las negociaciones se llevarían a cabo en París, el juez Brewer y el asesor Mallet-Prevost salieron con rapidez para por barco trasladarse al punto de reunión de la primera conferencia, que se haría en la Ciudad Luz en enero de 1899, deteniéndose en Londres, donde el diplomático americano allá destacado Henry White los invita a cenar, a cuyo ágape “por casualidad” asiste el juez lord Russell of Kalowen, yantar en el que el doctor Mallet-Prevost sorprendido oye comentar a lord Russell que los arbitrajes internacionales no podían basarse en decisiones legales, sino considerando las cuestiones de política internacional, razonamiento del inglés imperial que indica a las claras la motivación de la sentencia contra Venezuela que esgrimirá por su parte este juez inglés Russell.
En el verano siguiente y según escribe el doctor Mallet-Prevost el equipo arbitral se reunió en París, donde este joven letrado conoce al juez inglés Collins, quien en busca de la verdad no era muy proclive al despojo colonialista hecho por Inglaterra, por lo que criticaba esa actitud, dando a entender por sus estudios que se inclinaba a favor del argumento devolutorio sostenido por Venezuela. Luego el Tribunal entró en receso por dos semanas, mientras los árbitros ingleses viajan a Londres en compañía del árbitro juez De Martens. A la vuelta de este rápido viaje Mallet notó con sorpresa que el inglés doctor Collins, con algún lavado de cerebro de estos tres acompañantes, sufre un cambio notable frente al problema pendiente, en que hacía pocas preguntas, de donde los representantes de Venezuela Fuller y Brewer, entendieron que en Londres se habían resuelto algunos de los pedimentos sostenidos por la demandante. En ese septiembre próximo y agotado el temario se suspenden las sesiones para que los magistrados árbitros conferenciaran y luego puedan presentar una decisión. A poco Mallet-Prevost recibió un mensaje de Brewer, donde le decía que junto con Fuller deseaban hablar inmediatamente con él, por lo que acto seguido se encamina a la residencia de ambos jueces, donde de un inicio Brewer alterado le expresó que era inútil seguir en esa farsa de Tribunal, por lo que ambos jueces se confiesan ante el incrédulo Mallet que el bandido de De Martens les informó que los ingleses Russell y Collins iban a decidir a favor de la línea de demarcación sostenida por la Gran Bretaña , es decir la línea impresa del tarifado Robert Schombourgk, por la que a Inglaterra le entregaban el control de la boca principal navegable del río Orinoco, y que si la pretensión venezolana seguía insistiendo crear frontera desde el río Moruca, ellos votarían con la razón británica, pero que De Martens aspiraba a una decisión unánime para llevar a cabo la frontera actual, que apenas daba a Venezuela la boca del Orinoco y unas 5.000 millas cuadradas de tan extenso territorio entornando a la boca. El problema era peludo y donde no había escapatoria, o sea, para Brewer y Fuller decidir en la conveniencia de la proposición de Martens o hacer constar el disentimiento, con sus consecuencias, de donde se notaba el cambio radical en lord Collins y la componenda habida entre Rusia y Gran Bretaña, porque el Zar de Rusia y la Reina Victoria eran primos muy afines. Mallet desde luego fue en consulta donde el expresidente Harrison, quien como dice él mismo, se indigna de tal canallada y profirió términos “que no necesito repetir”, pensando de inmediato en el disentimiento, aunque al recapacitar ya sosegado dijo a Mallet que si Venezuela supiera que por sus manos se perdió las bocas del Orinoco y lo demás en juego, no lo perdonarían, agregando muy triste el expresidente “Lo que propone Martens es inicuo, pero no queda otro camino a Fuller y Brewer que consentir”. Así se consumó el indigno despojo, a través de esa presión unánime, de lo cual como dijera Mallet y antes de su muerte a su colega de bufete, que se entregó a Albión “un importante territorio al cual Gran Bretaña no tenía ningún derecho”.
Sí, como lo han leído con esta carta confesión aparece en pleno el título de propiedad de nuestro territorio mal habido por ese expoliador universal de siempre que es la Gran Bretaña , aunque ahora esté de capa caída y hasta de sirviente de su socio mundial, el imperio americano. Lo demás de este casi cuento de hadas pero con brujas es más o menos basado en la terquedad ignara de los ingleses, por lo que el presidente general Pérez Jiménez ya preparaba un ejército de paracaidistas con detalles a fin de que en marzo de 1958 poder recuperar para la soberanía nacional el territorio tan vilmente usurpado y a sabiendas que la dependencia del petróleo por parte de Inglaterra hacia Venezuela, la obligaba a negociar. Pero como sabemos Pérez fue derrocado. Luego vino la diplomacia y el forcejeo para darle largas al asunto sin decir que no, mientras Inglaterra da cierta libertad a la Guayana Británica y así crea un tercero en discordia, ficticio desde luego, y donde cae en la trampa el gobierno venezolano, que así congela por un tiempo la reclamación, hasta que la descongela el presidente Luis Herrera, para no hacer nada mientras en los corrillos diplomáticos se acuerda utilizar los fatuos servicios de “buenos oficiantes”, nombrados siempre con “expertos” del lado inglés por cuenta de la ONU , para mantener ese juego inoficioso y mientras los terceros en discordia hacen y deshacen con el territorio patrio, entregan una parte a una iglesia americana que se inmola en ese sitio reclamado, aspiran a montar una estación satelital, dan concesiones madereras y ahora auríferas, proyectan crear un centro hidroeléctrico de importancia en el territorio en disputa, permiten una gran carretera que lo atraviesa para darle suficiente salida al Brasil hacia el Atlántico, y otras ilegalidades más en contra de lo convenido, como el caso de ampliar el límite acuático de esa zona marítima, con lo que se dañan los derechos de la plataforma submarina de Venezuela. Y mientras tanto el gobierno de Venezuela aplaude al de la Guayana Esequiba o como la llame, puesto que el regimen imperante allá es procomunista en el fondo de su autoridad minusválida, debe por lógica defenderlos, sin poder chistar y a sabiendas que nadie de ese mundo colonial, dado el concepto de apharteid insuflado por los ingleses, digo, nada quieren con Venezuela. Así seguimos en ese vaivén de nunca acabar, recordando que cuando el presidente Raúl Leoni se rescata parte de la pequeña isla fluvial de Anacoco, y que en tiempos del ministro Gonzalo Barrios se ayudó a regresar al suelo venezolano a los alzados en el Rupununi, pero con la mala suerte que el avión con las armas de apoyo a su causa, se cayó. Así seguimos navegando en la incertidumbre de los hechos mientras avalamos a la Argentina en la reivindicación de las Malvinas, pero nada decimos sobre nuestro problema vivo y lacerante de la Guayana Inglesa , porque hasta le quitaron el nombre por Guyana, esperando que aparezca un hombre o mujer con verdadero guáramo para devolvernos esa novena estrella de la bandera nacional.