sábado, 25 de febrero de 2012

EL INICUO TRATADO SOBRE EL ESEQUIBO.

             
         Amigos invisibles. La república de Venezuela en sus ya dilatadas dos centurias de existencia complicada, ha tenido problemas muy delicados con su vecindario en cuanto a la delimitación geográfica, y esto se debe, lo supongo, a las constantes guerras y sofocos mantenidos durante el formativo siglo XIX que impidieron tomar cartas serias en el asunto, y de cuyo resultado el país mal nutrido, enfermizo y sin aguja de marear fue mutilado por los cuatro costados, o sea por la franja marítima, porque salvamos apenas la barataria y mínima isla de Aves; por el lado occidental, donde perdimos desde el Cabo de la Vela y hacia abajo por vía serrana de Valledupar, el río de Oro y San Faustino, donde nació el general Santander, o sea en suelo entonces venezolano, rumbo a los llanos del río Meta, el Vichada, la costa occidental del Orinoco hasta su media agua, y rumbo al Sur, a la Piedra del Cocuy y más allá, que en l941 y para “evitar una guerra” el general Eleazar López Contreras concertó con el entonces presidente colombiano Eduardo Santos, tío abuelo del actual presidente de Colombia, la entrega de ese inmenso territorio, firmado y sellado para recuerdo de las generaciones. Si fue por el Sur de la patria, que llegaba hasta los límites del río Amazonas, según documentos de la época, por convenios entre las casas reales Braganza y Borbón, “para evitar pleitos” entre los nobles reinantes se le cedió a los portugueses y bajo presión desde luego otro inmenso territorio que mediando nuevos detalles cubría la cuenca del extenso río Branco, donde existieron cinco dinámicos asientos humanos establecidos y dependientes de los frailes capuchinos que desde Upata manejaban aquel determinado territorio.
            Pero como “con la Iglesia te has topado, hijo mío”, según el decir antiguo, en cuanto al costado oriental de Venezuela o la Nueva Andalucía, según el trato de la época, la cosa fue más seria, porque a partir del Tratado delimitante de Tordesillas también Venezuela limitaba por leguas en esa dirección hasta las bocas del río Amazonas, lo que nunca se llevó a efecto en el uti possidetis iuris, o sea el derecho mediante la posesión del terreno, pues de antaño en aquellos lejanos parajes se establecieron dependencias francesas y holandesas, de lo que España se hacía de la vista gorda, e incluso llega a reconocerse esa posesión al oriente del río Esequibo, que primero fue holandés y luego británico, por convenios del tiempo, de donde a partir de la línea marcada por las aguas del Esequibo, del naciente a su desembocadura en el Atlántico, siempre se consideró de Venezuela, salvo algunos castilletes y vanas ocupaciones temporales que hacían los holandeses en busca de esclavos y, como siempre, en pos del oro.   Por causa, pues, de este noble metal, que desorbitaba los ojos a muchos imperios, como también el dominio sobre las bocas de los grandes ríos [el Nilo, etc.], puesto que tales cursos de agua eran para la época las solas vías importantes de comunicación interioranas rumbo a la riqueza o la muerte, Inglaterra, que desde el siglo XVI discute con España la colonización de América, en Venezuela tocó ese movido papel desde tiempos de Walter Raleigh y su idea de El Dorado, deseo que se mantiene en el tiempo y más cuando a nivel del siglo XIX se descubren vetas auríferas y diamantíferas en el río Caroní, que es afluente del padre río Orinoco. Entonces ardió Troya, porque los ingleses ni cortos ni perezosos empezaron a correr los flacos linderos de su Guayana rumbo al oeste y de pronto el avance paulatino se encontró con que el Tío Sam moviendo la bandera de la Union Yack avanzaba sin parar en territorio venezolano, que es cuando en tiempos del presidente Antonio Guzmán Blanco se forma la marimorena de la copla en el sentido grande de expulsar a los venezolanos que se resistan mediante  las diabluras de un geógrafo bandido, venal y tarifado que allí ejecutan y traído desde Afganistán, donde había cometido las mismas pilatunas de linderos a favor de Inglaterra y llamado Robert Schombruck. Pues bien, como escribo en mi libro “Historia Oculta de Venezuela”, para el año de 1885 Venezuela produjo 8.200 kilogramos de oro puro o sea de 24 quilates en sus minas de Guayana, de donde se apresura la invasión inglesa del territorio cruzando el río Yuruary, mientras por si acaso los britanos mantienen dos cañoneras en las bocas del río Orinoco [cobrando luego un peaje marítimo], a sabiendas que este país  produce al momento el 6% del total mundial de esta áurea riqueza, y ya para el año 1887 con el mayor desparpajo de los mapas sube la extensión guayanesa británica de un área de 33.000 millas cuadradas a 76.000, sin que tiemble el vocero londinense para manifestarlo. Y para 1890 el voraz imperio inglés había ocupado 203.310 kilómetros cuadrados, contándose entre ellos la cuenca aurífera del río Cuyuni y los caseríos circundantes, lo que trae por consecuencia que para 1896 Venezuela rompe relaciones diplomáticas con el imperio inglés, mientras otros territorios americanos permanecen bajo su garra, como el caso extremo de las islas Malvinas.
            A estas alturas del calendario y por cuanto Inglaterra no cede en sus pretensiones geofágicas en tiempos del presidente Andueza Palacio mueve teclas internacionales que lo favorezcan en el asunto fronterizo, y como quiera que los Estados Unidos siempre han tenido intereses solapados en toda la América Latina desde los tiempos del presidente Monroe y su conocida doctrina, que impide a las naciones extracontinentales  intervenir por estas tierras americanas, salvo que ellos lo permitan en su “patio trasero”, como en lo despectivo se señala, el gringo presidente Grover Cleveland una vez rotas las relaciones diplomáticas inicia gestiones para que el asunto se someta a un arbitraje internacional, y que por tanto se nombre un tribunal en tal sentido. Aquí es donde comienza la trama minuciosamente elaborada por los dos imperios mellizos en estos menesteres, el gringo y el inglés, con el fin de arrebatarle a Venezuela 50.000 millas cuadradas de su territorio, lo que se hace con sapiencia, conocimiento de causa, astucia por demás y robo, así como se expresa, para no utilizar términos más jurídicos. Y para conocer toda la tramoya de la usurpación diremos que en el diario caraqueño El Universal, del 6 de febrero de 1975, publiqué un artículo alusivo, intitulado “La inicua sentencia sobre nuestra Guayana Esequiba”, donde explico con cierto detenimiento los pormenores del ultraje, que ahora amplío pasados varios lustros de esa relación, y que en sus puntos álgidos volveré a recordar, para el conocimiento internacional de los interesados. En efecto, de aquel inicuo laudo, que fue todo contrario a la Venezuela pobre e impotente de aquella época, nada quedó sino cumplir con lo acordado en la sentencia, o mejor en la desgracia, y mantenerse callados por largo tiempo, ya que no había elementos sustentables ni históricos ni jurídicos que pudieran  destruir esa falsía. Sin embargo, para bien de Venezuela y la justicia el año l949 falleció el abogado norteamericano Severo Mallet-Prevost, quien arrepentido de aquellos hechos en que formó parte y como respuesta a tal infamia, escribe un trabajo referido a tal expoliación, donde narra la verdad de los hechos, que entrega al jurista Otto Shoenrich, miembro de una conocida firma de 5 abogados de Nueva Cork, en febrero de 1944, para la publicación del libelo después de su fallecimiento. Hasta entonces Venezuela desconocía toda la tramoya realizada con respecto al despojo, por lo que calladamente reconocía el funesto laudo arbitral o farsa colonialista, como poco después así la denuncia en la Organización de Naciones Unidas el propio Canciller venezolano, doctor Luís Emilio Gómez Ruiz.
            Con anterioridad a esta discusión la Gran Bretaña no había querido llegar a un acuerdo para la delimitación de sus territorios adquiridos de antemano a Holanda, mas con esta presión ostentada y los acontecimientos ya existentes, esos escarceos diplomáticos que se ventilasen de una manera superficial, bajo la presión de los Estados Unidos y por intermedio de Washington  su apreciada socia en correrías geofágicas acepta algo tratar porque ya no podía más rebelarse, y en consecuencia con sus especialistas expectantes se sientan ante una mesa para discutir sobre los términos del arbitraje internacional en mientes. Para llevar a cabo el cometido  se constituyó un Tribunal adhoc, integrado por dos miembros de la Corte de Justicia americana, uno de ellos apenas designado por la usurpada Venezuela, o sea los magistrados Fuller y Brewer, que representarían a nuestro país; y dos por la Corte Británica de Justicia, que fueron lord Russell of Kelowen y  lord Heun Collins, quienes tanto americanos como ingleses escogieron para “mayor equilibrio” al ruso pro inglés y hasta amigo de la reina de Inglaterra Fiodor o Federico de Martens, del entorno de la plutocracia y nobleza de ese país zarista y quien representaba dentro del disimulo imperial a la Corte Internacional de La Haya. Asesores de los delegados venezolanos  fueron el expresidente americano Benjamín Harrison, achacoso de 67 años, y los abogados Tracy y el joven Severo Mallet-Prevost, quien anduvo alerta en todo el tejemaneje del arbitraje y así pudo dejar escrita para la posteridad la infamia de que hablamos. Y como las negociaciones se llevarían a cabo en París, el juez Brewer y el asesor Mallet-Prevost salieron con rapidez para por barco trasladarse al punto de reunión de la primera conferencia, que se haría en la Ciudad Luz en enero de 1899, deteniéndose en Londres, donde el diplomático americano allá destacado  Henry White los invita a cenar, a cuyo ágape “por casualidad” asiste el juez lord Russell of Kalowen, yantar en el que el doctor Mallet-Prevost sorprendido oye comentar a lord Russell que los arbitrajes internacionales no podían basarse en decisiones legales, sino considerando las cuestiones de política internacional, razonamiento del inglés imperial que indica a las claras la motivación de la sentencia contra Venezuela que esgrimirá por su parte este juez inglés Russell.
                          En el verano siguiente y según escribe el doctor Mallet-Prevost el equipo arbitral se reunió en París, donde este joven letrado conoce al juez inglés Collins, quien en busca de la verdad no era muy proclive al despojo colonialista hecho por Inglaterra, por lo que criticaba esa actitud, dando a entender por sus estudios que se inclinaba a favor del argumento devolutorio sostenido por Venezuela.  Luego el Tribunal entró en receso por dos semanas, mientras los árbitros ingleses viajan a Londres en compañía del árbitro juez De Martens. A la vuelta de este rápido viaje Mallet notó con sorpresa que el inglés doctor Collins, con algún lavado de cerebro de estos tres acompañantes, sufre un cambio notable frente al problema pendiente, en que hacía pocas preguntas, de donde los representantes de Venezuela Fuller y Brewer, entendieron que en Londres se habían resuelto algunos de los pedimentos sostenidos por la demandante. En ese septiembre próximo y agotado el temario se suspenden las sesiones para que los magistrados árbitros conferenciaran y luego puedan presentar una decisión. A poco Mallet-Prevost recibió un mensaje de Brewer, donde le decía que junto con Fuller deseaban hablar inmediatamente con él, por lo que acto seguido se encamina a la residencia de ambos jueces, donde de un inicio Brewer alterado  le expresó que era inútil seguir en esa farsa de Tribunal, por lo que ambos jueces se confiesan ante el incrédulo Mallet que el bandido de De Martens les informó que los ingleses Russell  y Collins iban a decidir a favor de la línea de demarcación sostenida por la Gran Bretaña, es decir la línea impresa del tarifado Robert Schombourgk, por la que a Inglaterra le entregaban el control de la boca principal navegable del río Orinoco, y que si la pretensión venezolana seguía insistiendo crear frontera desde el río Moruca, ellos votarían con la razón británica, pero que De Martens aspiraba a una decisión unánime para llevar a cabo la frontera actual,  que apenas daba a Venezuela la boca del Orinoco y unas 5.000 millas cuadradas de tan extenso territorio entornando a la boca. El problema era peludo y donde no había escapatoria, o sea, para Brewer y Fuller decidir en la conveniencia de la proposición de Martens o hacer constar el disentimiento, con sus consecuencias, de donde se notaba el cambio radical en lord Collins y la componenda habida entre Rusia y Gran Bretaña, porque el Zar de Rusia y la Reina Victoria eran primos muy afines. Mallet desde luego fue en consulta donde el expresidente Harrison, quien como dice él mismo, se indigna de tal canallada y profirió términos “que no necesito repetir”, pensando de inmediato en el disentimiento, aunque al recapacitar ya sosegado dijo a Mallet que si Venezuela supiera que por sus manos se perdió las bocas del Orinoco y lo demás en juego, no lo perdonarían, agregando muy triste el expresidente “Lo que propone Martens es inicuo, pero no queda otro camino a Fuller y Brewer que consentir”.  Así se consumó el indigno despojo, a través de esa presión unánime, de lo cual como dijera Mallet y antes de su muerte a su colega de bufete, que se entregó a Albión “un importante territorio al cual Gran Bretaña no tenía ningún derecho”.
            Sí, como lo han leído con esta carta confesión aparece en pleno el título de propiedad de nuestro territorio mal habido por ese expoliador universal de siempre que es la Gran Bretaña, aunque ahora esté de capa caída y hasta de sirviente de su socio mundial, el imperio americano. Lo demás de este casi cuento de hadas pero con brujas es más o menos basado en la terquedad ignara de los ingleses, por lo que el presidente general Pérez Jiménez ya preparaba un ejército de paracaidistas con detalles a fin de que en marzo de 1958 poder  recuperar para la soberanía nacional el territorio tan vilmente usurpado y a sabiendas que la dependencia del petróleo por parte de Inglaterra hacia Venezuela, la obligaba a negociar. Pero como sabemos Pérez fue derrocado. Luego vino la diplomacia y el forcejeo para darle largas al asunto sin decir que no, mientras Inglaterra da cierta libertad a la Guayana Británica y así crea un tercero en discordia, ficticio desde luego, y donde cae en la trampa el gobierno venezolano, que así congela por un tiempo la reclamación, hasta que la descongela el presidente Luis Herrera, para no hacer nada mientras en los corrillos diplomáticos se acuerda utilizar los fatuos servicios de “buenos oficiantes”, nombrados siempre con “expertos” del lado inglés por cuenta de la ONU, para mantener ese juego inoficioso y mientras los terceros en discordia hacen y deshacen con el territorio patrio, entregan una parte a una iglesia americana que se inmola en ese sitio reclamado, aspiran a montar una estación satelital, dan concesiones madereras y ahora auríferas, proyectan crear un centro hidroeléctrico de importancia en el territorio en disputa, permiten una gran carretera que lo atraviesa para darle suficiente salida al Brasil hacia el Atlántico, y otras ilegalidades más en contra de lo convenido, como el caso de ampliar el límite acuático de esa zona marítima, con lo que se dañan los derechos de la plataforma submarina de Venezuela. Y mientras tanto el gobierno de Venezuela aplaude al de la Guayana Esequiba o como la llame, puesto que el regimen imperante allá es procomunista en el fondo de su autoridad minusválida, debe por lógica defenderlos, sin poder chistar y a sabiendas que nadie de ese mundo colonial, dado el concepto de apharteid insuflado por los ingleses, digo, nada quieren con Venezuela. Así seguimos en ese vaivén de nunca acabar, recordando que cuando el presidente Raúl Leoni se rescata parte de la pequeña isla fluvial de Anacoco, y que en tiempos del ministro Gonzalo Barrios se ayudó a regresar al suelo venezolano a los alzados en el Rupununi, pero con la mala suerte que el avión con las armas de apoyo a su causa, se cayó. Así seguimos navegando en la incertidumbre de los hechos mientras avalamos a la Argentina en la reivindicación de las Malvinas, pero nada decimos sobre nuestro problema vivo y lacerante de la Guayana Inglesa, porque hasta le quitaron el nombre por Guyana, esperando que aparezca un hombre o mujer con verdadero guáramo para devolvernos esa novena estrella de la bandera nacional.

sábado, 18 de febrero de 2012

¿SIMÓN BOLÍVAR ESTABA LOCO?

Amigos invisibles. ¡Caramba!, si loco es posible que sea el escritor bloguero, dirán ustedes. Y en parte tienen razón, porque con  el estribillo corriente aquel que “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco” vamos encaminando el título de este trabajo a buen recaudo de las críticas. Pues bien y como se dice que de diez personas que uno encuentra en la calle del andar viajero, algo así como dos paseantes bien estudiados gozan de algún desliz de esos que llaman insanía, desde los tics característicos a las manías o complejos consuetudinarios, y no se diga nada si cuando nos ponemos bravos [no lo agrego por mí] se dispara “el loco a millón”, siendo capaz de lo más grave, y pìense usted al buen gusto de su cabeza.
Pues bien y sin necesidad de ser siquiatra, ni psicólogo, ni cosa parecida, es de ocasión afirmarlo que en la personalidad del libertador Simón Bolívar afloraron situaciones rayanas en esos dejos de locura gradual de que venimos tocando, porque los numerosos escritos censores y trabajos de fondo sobre él, así lo confirman. Y vamos a comenzar por el principio, como se estila, para ir tejiendo parte del enramado que a primera vista se presenta y que para un falso conocedor del tema puede llevarlo hacia los laberintos insondables del subconsciente, mundos ignotos que en cierto sentido han sido tratados por algunos especialistas de tales alborotos mentales.
Para despejar incógnitas de la herencia biológica iremos afirmando que desde el arribo del primer Simón de Bolívar a Venezuela, en el inicio de la  colonia española, el viejo Simón ya presentaba signos de este mal, según se desprende de papeles del tiempo, en cuanto a que por el dinero que malgasta, que no es de él, y la vida extraña que representa, lo llevan a morir en la miseria y casi el desamparo, a no ser que por el vivaracho de su hijo a quien le decían “el mozo”, pudo tener algún entierro decente aunque de mala fama, para utilizar este tropo. Y así corrió la genética de los Bolívar hasta en el padre de Don Simón, o sea Juan Vicente, que con una sangre mezclada y que le prohíbe ser noble de baja estola, ni a sus hijos, el  barraganismo, los negocios no muy santos, con el soborno y la especulación de por medio y otros males del tiempo descendió a la tumba, y de cuyo personaje ya he tratado en este blog. No se olvide  además de su hija María Antonia, para citar apenas a dos de la familia, que dejó una fama tremenda en la historia local, porque le cayó a palos a varias personas, se rió de su marido a escondidas cuando ya no la podía satisfacer en la alcoba, y tuvo varios hijos ilegítimos con el furor a cuestas, de los que se recuerdan sus nombres y apellidos. Y así eran buena parte de los Bolívar conocidos. Pero por el lado de los Palacios pertenecientes a la familia de su madre también aparecen con la semilla de esta enfermedad, de lo que conocemos en líneas generales y no personales. Sin pensar en lo característico que pudo tener el vivaracho negociante del abuelo Ponte y Jaspe de Montenegro y el otro abuelo Francisco Marín de Narváez, que con sus aventuras entre indias mestizas y zambas debieron acordarse de la tenebrosa e insana sífilis, que se puede transmitir entre las familias y dejar tal o cual mancha de degeneración, según especulamos. Pero entremos ahora en algo más profundo que el crítico historiador Aarón de Truman ha escrito sobre el particular y que es bueno tener presente en este caso, puesto que el caraqueño  de que  tratamos era atropellado de carácter desde la propia infancia, taciturno a veces y malentendido con su familia, que hasta se fuga de los hogares en reclusión, con ideas desbordadas que apenas congeniaron con las de Simón Rodríguez, otro raro personaje de estudio en este caso y que recomiendo leer el trabajo que le dedico en este blog [“La magia dudosa de Simón Rodríguez”], mientras es correlón o hiperquinético, a veces malhumorado, o parlanchín e irónico, exagerado y mentía por cálculo, terco, rencoroso, capaz de odiar [según lo afirma cuando el Decreto de Guerra a Muerte], precipitado, propenso a insultar [lo afirma el general Guillermo Miller en sus cavilosas memorias], arrogante, caprichoso, con expresiones contradictorias o equívocas, sufriendo de significativas “alucinaciones” [lo dice su hermana María Antonia], con la manía persecutoria de su gloria, sin mirar a su interlocutor sino hacia abajo, y a ratos es arisco. A veces entraba en un estado de honda tristeza “heterogéneo y complejo como el resto de su carácter” [lo expone el biógrafo Salvador de Madariaga], y “rara vez supo obedecer”, confiesa de él el colombiano José María Samper. Además era enfermizo, con diarreas y otras características, lo que pudo también  incidir en su lenta y persistente enfermedad.
                        En la continuación del tema de la locura que esta vez no se elogia haremos referencia al galeno venezolano Diego Carbonell [y su consultada obra “Psicopatología de Bolívar”], como algunos otros médicos especialistas en tratar estos temas punzantes, en relación con el estado psíquico, anímico, temporal o patológico, con las crisis nerviosas sufridas, influenciado desde luego por la carga genética expuesta por el coriano historiador Pedro Manuel Arcaya. Taciturno, a veces con neurosis y peligroso impulsivo, sombrío a ratos, como dijimos proclive a las crisis de cólera [en la rapidez a que todo aspira, sus secretarios, como el coronel Jacinto Martel, las sentían], y una tendencia epileptoide, porque ha sufrido ataques de pasajera demencia en los cuales perdía la razón, sin padecer de dolor o enfermedad, como en tal sentido escribiera al general Francisco de Paula Santander. Sobre esta amalgama interior encontrada el científico y humanista colombiano Luis López de Mesa asienta que “en Bolívar convergen en su constitución somática y en su carácter varias estirpes raciales, pues tuvo de vasco [además gallegos y canarios] y andaluz, con una pincelada de negro, mestizo y acaso zambo que proviene de la morena abuela que llaman Josefa en placeres de libertinaje sexual con el tatarabuelo del Libertador, a lo que entendidos califican “el enredo de la Marín”, y que se demuestra en el rizado de sus cabellos, la boca áspera, el matiz trigueño y su dolicocefalia peculiar, que se define como “prominente negroide”, a lo que se suma esos restos de algún hebreo remoto, pues tenía ancestros de las familias Rojas, Blanco y Ochoa, de ascendencia escondida sefardí. Con esto, pues, me refiero a los rasgos  específicos de su persona, a lo impulsivo y exasperante, verbigracia el caso de los intentos reiterados de suicidio que a lo largo de los años Bolívar mantuvo incrustado en el ego interior como última vía de escape en situaciones dramáticas y para momentos extremos de las ejecutorias diarias, como en la respuesta inmediata al peligro inminente, y ante lo que iba a suceder con su detención, que lo manifiesta en varias oportunidades.
Vaya a ejemplos y sobre el tema de la obsesión suicida,  la melancolía o abatimiento que le causa el estado de miseria en que se halla en Jamaica, en época de la famosa Carta (1815), cuando ahogado de deudas escribe a su confidente Maxwell Hyslop “Ya no tengo un duro…. terminar mis días de un modo violento….  es preferible la muerte a una existencia tan poco honrosa”.  Y ante el riesgo inmediato de caer prisionero como faccioso  en la playa de Ocumare junto a su amante Josefina Machado, “presto estaba a dispararme en la sien”, para evitar la deshonra, el patíbulo y el fusilamiento o algo peor. Otro tanto del desespero ansioso sucede en las coyunturas gravísimas  de la ciénega guayanesa donde se encuentra, hundido en el tremedal viscoso de Casacoima (1817), pues al perder sus pistolas y al frente del enemigo e indefenso en que se hallaba piensa de inmediato en degollarse, por lo que  ya “había desnudado su garganta”, según asienta O’Leary. De esas resultas el edecán Jacinto Martel agrega que pronto el caraqueño entra en un estado de alucinación, por lo que comenta a Briceño Méndez: “!Todo está perdido…  helo aquí loco, está delirando…¡”.  Otro episodio de este sino vigente se presenta a Bolívar a raíz del combate de Pantano de Vargas, en 1819, y sobre lo impreciso de su final el libertador presto escribe a un amigo: “…. Pensando en las terribles consecuencias de la derrota…. [combate muy superior al de Boyacá y por no poder escapar]…. habría tenido que suicidarme”. Igualmente ocurrió en Carúpano, cuando por obra de las graves discrepancias intestinas con otros oficiales de su entorno, como medida última piensa en suicidarse. Años después aún persiste con esta tendencia mortal, cuando viéndose perdido en el torbellino desastroso de Colombia “…. su alma se agita entre las tinieblas”, por lo que ante el fracaso que ocurre en la Convención de Ocaña sus asistentes lo sienten desalentado, `pesimista, en busca de la soledad, temiendo que en Bolívar “aliéntase propósitos suicidas” [lo escribe Luis Peru de Lacroix], y desde la valluna Cartago a principios de 1830 el caraqueño le confiesa a un amigo sobre el aletazo de suicidio que golpea una vez más en sus sienes, porque en el abatimiento  embriagante le expresa “Deseo casi con ansia un momento de desesperación para terminar una vida que es mi oprobio”. Meses antes de morir, en mayo de 1830 y al estar en un sendero sin salida, envuelto de alucinaciones escribirá todo angustiado y así mismo deprimido: “La desesperación sola puede hacerme variar de resolución”. La imagen de la Parca, pues, ronda como un espectro alrededor de Bolívar, lo persigue con insano juicio, según se ha visto, vivida por él mismo en Ocumare, Kingston, Casacoima, o cuando no puede más, al salir desterrado de La Guaira, de aquí su carta a Antonio Leleux, dirigida a Curazao, del 1º de diciembre de 1812, donde le afirma que prefiere ser  pasado por las armas a no morir de hambre y sed. Y por este camino siniestro sería conveniente analizar en la psiquis bolivariana la ambición desmedida, los amagos de locura ya mencionados [el sabio larense y médico Lisandro Alvarado en carta de agosto de 1891 le asienta a su paisano José Gil Fortoul “Ya había pensado varias veces escribir algo sobre Bolívar “el más grande de nuestros locos” (sic),  o sea sobre los estados cambiantes relativos a los continuos delirios, sueños, soledades y fantasías ansiosas, el tormento de la vaga incertidumbre, la búsqueda permanente de la gloria, algo así como la inmortalidad, o la depresión de los fracasos, en medio de estados ciclotímicos, obsesivos, para ahondar en los campos de la inconciencia freudiana o en la teoría de los conflictos del alma colectiva de Jung y sus secuelas. En lo interior de esa crisis permanente Bolívar dentro de la mentalidad que ejercita no aceptaba la palabra derrota, que las hubo en muchas ocasiones. Por ello el erudito colombiano monseñor Rafael María Carrasquilla pudo escribir, pensándolo dos veces: “Los locos y los genios nos desconciertan, porque aquellos no nos entienden, y a estos no alcanzamos a comprenderlos”. O como asienta el exquisito antioqueño Fernando González, que para decir grandes verdades hay que fingirse de loco. Y hasta Carlos Marx, en sus manoseados escritos, según  ya lo dijimos, le tildó de loco. En fin, el caraqueño vivió loco y pudo morir en sano juicio, concorde con las desmesuras de nuestro señor Don Quijote.
Y volviendo de luego a los estudios del doctor Diego Carbonell, que lo trata de acuerdo con el tema, dice que por las ramas sanguíneas materna y paterna Bolívar hereda el misticismo, la pasión, la lucha, la fobia patriótica y hasta lo histeroepiléptico, que se demuestra en su hermana María Antonia, hasta lo megalómano paterno y el dejo microbiano del morbo gálico como castigo divino. Agrega el científico oriental  que con el tiempo su neurosis se complica, y hasta confiesa que padece algunas crisis de ataques durante las cuales pierde la razón, como respuesta con lo que acontece en ciertos neurópatas que soportan ausencias de personalidad. Los ataques de nervios que sufriera tal vez fueron pasajeros aunque convulsivos. Otra demostración palpable de sus riesgos lindantes con lo anormal lo vemos en cuanto a que Bolívar alardeó de la imposible [que los siquiatras llaman narcisismo], pues quería superar a todos dentro del orgullo excesivo que portaba, de donde en la Campaña del Guayana del año 1817, dejando de lado su tamaño escaso, frente a Angostura del Orinoco y queriendo demostrar capacidad, en desafío inaudito hizo un esfuerzo sobrehumano para en un brinco impensable atravesar por sobre el lomo y de punta a punta, desde las ancas hasta el final de la cabeza, a un caballo grande y corredor de su propiedad, lo que logra rematar con éxito en la tercera intentona frente al contendor y robusto edecán Diego Ibarra. “Confieso que cometí una locura”, anotará más tarde.  También en 1826 en apuesta inconcebible que lo extasía ante otro rasgo de locura [Lacroix dixit], al borde de la roca y frente al abismo y sin temor alguno salta de una piedra a la otra del ancho fluvial, resbaladizas por el rocío,  en medio del precipicio de 150 metros de hondonada que allí sostiene el río Funza, en el llamado Salto de Tequendama, a 30 kilómetros de Bogotá. Y más increíble aún es la apuesta que sostiene como alarde de coraje al estilo Houdini, cuando desafía al coronel Jacinto Martel, lanzándose a nado en Angostura del Orinoco, con las manos sujetas atrás de su cuerpo, hasta llegar a una cañonera fondeada a cuadra y media de la playa. A poco el susodicho caraqueño conceptuará la hazaña como “aventura singular propia de loco”. Por ello mismo y confirmando lo anterior al propio general Santander en enero de 1824 le confiesa por escrito: “… me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia, aún cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón”.  
En referencia a los episodios de locura que venimos informando  y sobre el incidente juvenil que Bolívar sostiene en Madrid durante cierta discusión con un Oficial real, entonces se pone furioso, desenvaina la espada que lo enajena de rabia [digamos violencia], y como asienta Abel Carbonell, el futuro suegro viéndolo tan airado “tuvo la impresión de que Bolívar estaba loco”. Recordemos además que la hermana de Bolívar, María Antonia, siempre lo llamaba en tono cariñoso “el loco”. Por algo sería.  Y el neogranadino Manuel del Castillo y Rada lo tilda de “cabeza delirante”. Otro rasgo de aquella alienación que podía invadir al Libertador, la encontramos cuando en Lima supo que el general Sucre había triunfado en Ayacucho, pues según cuentan los recuerdos el caraqueño al momento se encuentra enajenado y a punto de volverse loco, poniéndose a bailar solo y gritando ¡Victoria¡, en el parco recinto de su cuarto. Pero caso contrario en su personalidad es lo que ocurre con la conspiración septembrina de Bogotá, en 1828, pues de seguidas queda en estado depresivo, “padeciendo manía persecutoria con alucinaciones”, según explica R. D. Silva Uzcátegui, de donde pasa a tener “una desconfianza sin igual”, como comenta el general Santander. El concepto megalómano del poder y el temor a que atentasen contra su vida, fueron de los últimos problemas espirituales y síquicos que tuvo antes de dejar apartada su huesa en la costeña catedral de Santa Marta.
Como verán en esta crónica para un verdadero estudio existe bastante tela que cortar. Yo no soy siquiatra pero con la experiencia que me ha dado la vida y todo lo que aquí se narra emanado de fuentes seguras, cualquiera podrá formarse una opinión bastante aproximada de este Bolívar inédito que como en el descenso de la Cruz tan bien pintado por Pedro de Campaña y con la técnica del palentino Berruguete, muestra de dónde sacó tantos artificios para quedar prendido en la Historia, tal como fue, con las locuras, desatinos y desafueros, o con los éxitos que tuvo en este portal de un hombre de carne y hueso, lo que pretendo demostrar a ustedes en función de entendedores de estos conflictos emocionales y sus secuelas que aún ruedan por allí, así como para la observancia y el conocimiento de sus fans admiradores.

sábado, 11 de febrero de 2012

ESPOSAS Y AMANTES DE LOS PRESIDENTES.

                       Amigos invisibles. Como ahora nos vamos a referir al sexo opuesto de quienes han tenido el privilegio de ser Presidentes de Venezuela y entre cuya selva animal se cuentan desde antaño gente de toda especie, a partir de buenas personas razonables, pero también y para llenar la nota muchos venezolanos y algunos extranjeros que dejaron huella de la gruesa como bandidos, asesinos y hasta genocidas, según ahora les llaman con cierto lenguaje culterano, estupradores, locos sin pare usted de contar, que por lo especializado del tema sería materia de otro blog, y en fin, una colección de seres anormales que han llenado las páginas de nuestra Historia republicana con sus excesos y arbitrariedades, en los casi doscientos años del lento divagar. Pero como quiera que en esta ocasión oportuna nos vamos a referir tomando en cuenta a las mujeres, sea momento de afirmar que por el origen moruno que aún circula en nuestra sangre, lo que da pie a la promiscuidad en este sentido, y a las situaciones tan conflictivas por las que ha cursado la sociedad venezolana, con los altibajos de los asaltos y las guerras nefastas, tal el caso de la llamada Federal, tan conocida por lo sangrienta y mentirosa, al extremo de terminar en estafa pública, todo ello hizo que el venezolano se cobijase de una manera anómala, adaptándose así a una sociedad imperfecta, donde la esposa, las amantes y tanta variedad salida de ese campo sexual, en el medio del tiempo vivieron frente a un espacio que todo lo aceptaba en este sentido no de la depravación sino de lo pragmático, y ello ha perdurado en estos dos siglos de ajetreo acomodaticio [el cuero, el resuelve, el segundo frente, etc.] hasta no hace mucho, cuando la amante de un presidente democrático mandaba más que un general de opereta y hasta se vistió con el atuendo castrense. Así de simple se vivía.
                      Para ir al meollo de la materia, debo decir que el año 1995 el Fondo Editorial Venezolano, bajo los auspicios del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) y con la dirección del conocido editor Domingo Fuentes, en cinco volúmenes puso a la venta un  libro de mi autoría, intitulado “Los Presidentes” para hacerlo más cómodo a los patrocinantes, que no querían así herir en mucho a las susceptibilidades engreídas, como bien pudo decirlo Manuel Vicente Romero García, porque yo, más contundente en el asunto, lo tenía y lo tengo por nombre de bautismo como “La vida íntima de los Presidentes de Venezuela”. De esa vida, pues, íntima, ahora voy a recordar a los lectores interesados en rebuscar lo escondido y oscuro de esos seres que son parte de la Historia de Venezuela, y como se trata de amantes y esposas de apariencia y presencia voy a referirme a tales temas, en un cronograma acomodado a ese tiempo coincidente con estos episodios ligados a la Primera Magistratura Nacional. Claro que muchas otras mujeres de segunda mano, y me refiero a su importancia, existieron en ese camino del concubinato, la barraganía o del altar, que cumplimentaron a dichos seres  emblemáticos con cantidad de hijos naturales, pero aquí aparecerán las más importantes.
              En cuanto al primer presidente de Venezuela, Cristóbal Hurtado de Mendoza, que no anduvo con escapadas nocharniegas ni en captación de féminas fugaces, debemos decir que con la adustez necesaria lo enterró su tercera esposa, Gertrudis Buroz y Tovar, y que en ese aspecto mujeril tuvo 16 hijos legítimos, con las tremendas dificultades que sufrió, por obra de tantas bocas y de otras penas que en el tiempo de suyo sufriera. Sus anteriores esposas habían sido la prima Juana María Briceño Méndez, que le da cinco hijos, y su otra prima Regina Montilla Pumar, que le regala otra hija.
               El llanero general José Antonio Páez, de extracción humilde,  enamora a la doncella llanera  de 17 años Domingo Ortiz Orzúa, modesta y huérfana pero con un hato de su propiedad, casa en 1809 con ella y pronto la deja medio abandonada, en los doce años en que a ratos convivieran, cuando  le da dos hijos, por su vida trashumante y guerrera, mientras la esposa regresa a la soledad. Sin embargo existe el hecho novelesco que por 1850 y mientras caído en desgracia el general Páez anda encarcelado en Cumaná de manera vil, esta legítima esposa se presenta en Cumaná para atender a su marido ante Dios y los hombres, y cuando ya se obtiene el decreto de expulsión del general doña Dominga regresa al anonimato, pese a los requiebros y galanteos de nueva unión que le formulara el taimado llanero.  Hacia 1821 Páez había comocido en Valencia a la apureña Barbarita Nieves, de 18 abriles, con quien pronto vive en la intimidad, la que en medio del boato y los ambientes culturales sobrevivirá esta unión  por 26 años como amante y Primera Dama del poderoso caudillo llanero.  Barbarita cambió a Páez y de hombre tosco, rudo, analfabeto, lo hizo un caballero de salón, porque además era músico y admirador de las artes. Con ella tuvo tres hembras y un varón, muriendo la madre en Maracay, el 14 de diciembre de 1847. Páez por otra cuenta procreó varios hijos naturales.
             El guaireño doctor José María Vargas,   
hombre apagado pero con
alguna suerte no fue muy ducho en estos ajetreos románticos, mas sin embargo tuvo una hija natural, Josefa María, y en 1826 se desposó con la adinerada mujer rubia  Encarnación Martín Laredo, viuda y paciente de él, quien antes había casado a los quince años, y la que pronto fallece dejando al nuevo marido viudo luego de once meses de tranquilo connubio.   
             El próximo en aparecer de este trabajo orientador es el mantuano general Carlos Soublette, guaireño también, largo, flaco, sereno y de pocos admiradores, cuya madre era una de las “nueve musas” que dieron mucho de qué hablar en la Caracas revoltosa y conventual. Por medio del galanteo rebuscador dejó bastantes hijos naturales y legítimos, mientras lo celaba sin respiro su esposa, que ya dormía en cama separada, de nombre Olaya Buroz Tovar, caraqueña pero muy fea por cierto [mi urraca, la llama el marido], por pequeña casi enana, flaca, de ojos saltones, de labios gruesos. En ese tejemaneje vivió por mucho tiempo esta pareja desalmada.
              En cuanto al llanero oriental José Tadeo Monagas casó con doña Luisa Oriach Ladrón de Guevara, sin bienes de fortuna, que ya había sido esposa de otro soldado de fortuna, y quien a los 86 años de su vida pudo contar con 89 herederos, mujer seria y de consejo para con su marido, así como ya era dueña de un inmenso capital.
              El hermano y seductor José Gregorio Monagas casa dos veces con mujeres del entorno familiar, o sea con la mestiza Benita Marrero, hija de un cacique indígena, con dos hijos a cuestas en la partida, y luego como viudo le echa el ojo y se desposa con su cuñada Clara, que entonces era casi una niña, siendo mujer inteligente, astuta y muy callada, quien muere ochentona en Curazao, dejando nueve vástagos de dicho matrimonio.
              El avinagrado hijo de José Tadeo, que es José Ruperto Monagas, y desde luego sobrino de José Gregorio, entre tantos brincos de la vida casó en Barcelona con Esperanza Hernández Guevara, mujer del común quien sin ninguna esperanza de mejora luego de ser Primera Dama le toca regresar a Barcelona, para vivir una viudez menesterosa, donde tan grave fue la cosa que debió cubrir la subsistencia vital con plebeyos trabajos manuales.
              El humilde petareño [Petare, lugar cerca de Caracas] Julián Castro era hijo del “medio loco” Julián Pérez, pero con otros padres, fue un títere despreciado de la política y no se sabe cómo pudo ser Presidente de la República. De 22 años se unió en concubinato con la mulata María Nieves Briceño, hija ilegítima del general moreno José Laurencio Silva, valenciana melancólica que le aguanta muchos desafueros a su pareja, y que se casan en 1843 cuando ya tienen cuatro hijos bastardos. María Nieves sobrevivió al  ninguneado marido, quien fallece en la Casa de Beneficencia de Valencia, triste y con una mísera pensión vitalicia.
               La infancia del caraqueño doctor Pedro Gual acaece en La Guaira, ciudad de contrastes con su historia personal, pero el sitio escogido para casarse es en Bogotá, con Rosa María Domínguez, donde tiene con ella varios hijos y quien le acompaña en los conflictos de la dureza económica y el exilio. Gual continuó siendo pobre, hasta que así muere de ochenta años, en el ecuatoriano puerto de Guayaquil.
                Manuel Felipe de Tovar, caraqueño, rico noble de abolengo e hijo de dos primos hermanos, de 27 años casa con su prima Encarnación Rivas Pacheco y Tovar, rubia mantuana, aunque ella tenía entonces amores con otro primo hermano, mas en la escogencia prefiere a Manuel Felipe, y quien a poco del enlace debido a una alta fiebre tifoidea se vuelve loca, “y desde entonces la sombra de la locura se impregnó de ese hogar”. No tuvo hijos dentro de la lucidez ni fuera del matrimonio, desde luego, y ya pasados los años caraqueños, don Manuel Felipe con la tragedia encima y doña Encarnación a cuestas se establecen en Francia por cinco años, donde fallece este patricio en Epinay sur Seine, debiendo repatriarse a la viuda insana a su palacio caraqueño de la esquina de El Conde, sitio en el cual fallece con más pena que olvido.
              El ventrudo falconiano Juan Crisóstomo Falcón, uno de los actores de la Guerra Federal e hijo de dominicano, en 1857 casa con la blanca Luisa Isabel Pachano Muñoz, cuyo hermano acuña la primer moneda de oro en Venezuela. Luisa Isabel acompaña al marido en el lento trajinar de sus estancias, principalmente falconianas, y al enviudar se retira un tiempo largo a Curazao, aunque vuelve a Coro, ya para morir, y si  tener hijos. Ardiente en lo sexual este coriano, sus amantes fueron mujeres de extracción humilde, creyéndose ser padre de muchos hijos, aunque  en realidad se reconoce que fueron dos naturales.
              El avispado caraqueño Antonio Guzmán Blanco, de origen controversial y lleno de historias de alcoba, botarate y enamoradizo, genio prestidigitador del peculado, con la prieta curazoleña Ventura Lobo, tuvo un hijo natural apodado “el negro Guzmán”, como se dice tal origen bastardo es también del escritor y político César Zumeta, hijo de Tomasa Zumeta. Casó con la rancia caraqueña Ana Teresa Ibarra, 17 años menor que él, y mantuvo un triángulo amatorio con su cuñada Anastasia Ibarra. De ambos lados se celaban, el uno sin fundamento, y la otra porque conocía de lo mujeriego que era. Tuvo con Ana Teresa seis hijos, tres hembras y lo demás varones. Y los tres del triángulo amoroso fueron a vivir a París, pero vino a ser tan fuerte el deceso de Tasi (Anastasía), que el recio general en muy pocos meses  se murió.
            El zambo Francisco Linares Alcántara, turmereño, hijo natural de madre trujillana y servicio de adentro del general Alcántara. En 1864 casó con la llanera Belén Esteves Yanes, de 15 años floridos, elevada en colegio de monjas, con quien tuvo seis hijos. Mujer blanca, de físico vistoso e influencia en el marido,  igualmente influye en él para que apadrine en la Presidencia a Raimundo Andueza Palacio, casado con una prima, y luego de enviudar por fallecer el zambo general envenenado, doña Belén para no sentirse sola casó con el rezandero doctor Francisco Yépez, con quien procreó otros cuatro hijos.
            El mulato general llanero Joaquín Crespo, “El bemba”, como lo llamaban, hijo de un curandero y de un pueblo guariqueño perdido. De 23 años y en Parapara casó con la viuda Ana Jacinta Parejo, “pitonisa que cual bola de cristal cree leer el futuro en una tapara llena de abejorros”. Casto y de fugaces aventuras amorosas, como el caso de la isleña de Caño Amarillo, con Ana Jacinta tuvo once hijos, que con el tiempo quedaron arruinados por la mala cabeza. Astuta, intrigante pero inteligente, se metió en los asuntos de Estado para influir sobre su marido y además era hábil administradora. Debió llorar mucho cuando don Joaquín por cierta estupidez fue bajado de su caballo de un tiro certero, en la cojedeña Mata Carmelera.
            El caraqueño Juan Pablo Rojas Paúl, hombre docto pero de gran doblez, enjuto y pálido, maestro de niñas por muchos años, católico a la antigua. Vivía en casa humilde, y en 1853 se desposa con la aragüeña María Josefa Báez Reverón, morena clara y robusta mujer, con quien no tuvo hijos pero sí dos adoptados. Hecho el tonto Rojas Paúl fue algo enamorado, valga el ejemplo con la contralto italiana Larguerccia, Olimpia Guelcher, teniendo hijos como el llamado José Pérez y aparentemente el pintor Armando Reverón. Murió viudo y ochentón, lleno de arrugas y con el hígado vuelto nada, el 22 de julio de 1905.
         El llanero Raimundo Andueza Palacio era de clase media hecho a la medida de su prestancia, donde se eleva con cargos públicos y la amistad burocrática En 1872 y previa negativas familiares, por fin casa en La Victoria con Isabel González Esteves, de origen isleño, que le da tres hijos, quien a poco se hace proclive al lujo y las joyas costosas. Andueza era robusto e insomne, beodo, buen tribuno y comelón, mujeriego por demás, acaso tuvo un hijo con una Figueredo, “oloroso a brandy y a puta barata”. En ese mundo recóndito del sexo y la bebida vivió agazapado hasta que hipertenso y diabético murió a principios del siglo XX sin pena ni gloria, porque pocos lo lloraron.
         El primer presidente andino de Venezuela, Ignacio Andrade, con lugar de nacimiento incierto, del año 1839, era también mujeriego, porque una cocotte mundana caraqueña entraba en su despacho sin pedir permiso. Casó de 50 años con una victoriana de 15, Isabel Sosa Saá, bonita y rellena de carnes, con quien tuvo nueve descendientes. Alguien escribió: “Se ha casado viejo, ha tenido más hijos que un piojo, y está clueco con ellos; nadie lo saca de la alcoba; hace seis años que no hace sino criar hijos. Ese hombre es una partera”. Como Presidente huye del país por La Guaira, con su esposa e hijos, para vivir un exilio miserable. Regresó y en el porteño La Guaira fallece de 89 años. Blanco Bombona dijo de él que lo único grande que tenía eran los dientes.
         Ya entrados en el siglo XX el primer Presidente de Venezuela es el general andino Cipriano Castro, alborotado, pendenciero, bailarín, bebedor y mujeriego, que tuvo muchos hijos pero no dentro del matrimonio, sufriendo de “erotismo agudizado y sueños libidinosos”. Casó con la cucuteña Zoila Rosa Martínez, astuta, presentable e irónica, hija ilegítima, entonces de 16 años. Orillero en mujeres, las prefería altas y primerizas, escogidas por alcahuetes, teniendo más de 22 concubinas, que le dieron hijos [Angulo, Torres. Alemán, Jiménez, etc.], algunos muy bien educados y útiles a la Patria. Entre las mujeres se cuenta a la distinguida dama Domínguez, Domitila Hernández, Rosa Gutiérrez,  Luciana “La Chanito”, la Fuentes, la Rodríguez, Blanca Gouvirand,  la señora Alemán, Berenice y la madre de Manuel Jiménez Macías. En el exilio de Puerto Rico lo atendía una hija, porque su mujer doña Zoila residía en casa aparte, viviendo ambos en la pobreza, a pesar de cuanto había expoliado Castro.
              El otro andino tachirense Juan Vicente Gómez fue muy distinto en el hacer y pensar del anterior “cabito”, como le llamaban. Blanco, aindiado, tuvo muchas mujeres concubinas, porque nunca se casó, y entre ellas sobresalen la buenamoza y dominante Dionisia Bello de Torres, raptada a su marido en San Cristóbal, con quien tuvo siete hijos, dentro de un clan formado por la familia Gómez  que maneja el país rural entre 1.909 y 1935. Desde los 18 años aparecen muchas mujeres en su vida, como Elena, Gertrudis y Pastora, pero jamás durmió con mujer alguna, sino que las visitaba oportunamente en sus deseos sexuales, dejando dos papeles escritos sobre 33 amantes [Ladera, Pernía, la Rojitas, Carmen Rodríguez, la Catalana, una bailarina española (acaso la españolita), su primera novia Josefina Jaimes, etc.] que tuvo en el Táchira y Caracas, con el número de hijos en cada concubina, que elevara a 74 hijos censados. En 1904 Gómez se une  a Dolores Amelia Núñez de Cáceres y con ella tiene una segunda  y decenal generación de hijos.
          El andino tachirense Eleazar López Contreras, hijo único de Catalina Contreras. Hombre sobrio en eso de las mujeres, casó con Luz María Wolkmar, quien le abandona antes de morir, dejándole seis hijos. Luego casa con Luisa Elena Mijares, sin hijos, matrimonio tormentoso de la que se divorcia en 1934, para reincidir luego con María Teresa Núñez Tovar, teniendo así dos hijas y quien lo enterrará oportunamente.
           El tachirense andino Isaías Medina Angarita, simpático general de borracheras y orgías, casó con Irma Felizola Fernández, divorciada de Luís Vegas, cinco días antes de ser Presidente de la República. Ella de familia “revólver en mano” le da cuatro hijos en el matrimonio. Tuvo de amante a la pecosa Carmen Luisa Duque, mientras mantenía noviazgo con la rubia Carmen Julia Sarría, quien se suicida de un disparo, acaso por celos desatados en el triángulo amoroso que mantiene Medina. Después y antes del turno de la Felizola  procreó dos hijos con la modesta Estrella Serfatty, quien luego aconsejada a Medina le entabló juicio de inquisición de paternidad en la promiscua Miami.
              El escritor caraqueño Rómulo Gallegos muy joven se enamora de su futura esposa Teotiste Candelaria Arocha, mujer de consejos, ella de 17 años, amor que perdura 45 años y aún después de ambas muertes. De seguro que nunca le fue infiel. Fumador él empedernido, su casa era reposo de fantasmas y silencio, para la creación estética del buen novelista Gallegos. Al no tener hijos por acasos del destino, adoptaron a dos, Sonia y Alexis. En 1950 doña Teotiste muere en el exilio de México, enterrándola allí en el Cementerio Español, pero a la que visita Rómulo casi  diariamente, hasta que puede trasladarla a Caracas en el propio avión del retorno, donde dormirá el sueño de la eternidad, junto desde luego a su   marido.
               El infortunado caraqueño Carlos Delgado Chalbaud, militar graduado en Francia, por   azares de la política llega a ser cabeza de la Junta Militar que gobierna a Venezuela en 1948. En Francia exiliado y enfermo conoció a la enfermera Lucía Levine, rumana, a quien recibe en matrimonio, rubia comunistoide y alocada, con la que al no avenirse por incompatibles sostiene relaciones íntimas con la encopetada pintora Ana Teresa Dagnino, como también con la glamorosa Mimí Herrera y una dama de apellido Capriles, que en un tiempo lo sacó de quicio. En París tuvo de hijos a unos gemelos bastardos. Murió asesinado en 1950, siendo cabeza de la Junta Militar, cuya autoría genocida se debe a Rafael Simón Urbina.
               El tachirense Marcos Pérez Jiménez le sucede, bajo y rechoncho, de origen humilde y emprendedor. Mujeriego, como en el caso de la actriz Silvana Pampanini, destinó la isla militar de La Orchila para grandes encerronas con mujeres traídas especialmente de  La Habana, Miami y Santo Domingo. Casó con la celosa y regañona Flor Chalbaud, hija natural de un merideño militar, con quien tuvo  tres hijas. Sus líos femeninos fueron muchos, prefiriendo mujeres blancas y de tipo europeo,  contándose entre ellas a Clara Carías Policastro, que le da un hijo, Edda Margulis, la rubia “miss” Olga Bouvat Capriles, la morena guayanesa Silva Inserri, hermana de otra Miss Venezuela, la cubana Martha Lorenz, con quien tiene una hija [y un hijo ésta tiene con Fidel Castro], y hasta alguna peruana ventiló en Miami la paternidad de su hijo. Además tuvo otro hijo con cierta dama farmaceuta, y uno “que no heredó su afición al sexo femenino”.
              El oriental Wolfang Larrazábal Ugueto, vicealmirante de la flota, músico y hombre serio aunque populista o demagogo, que yo sepa se desconocen a fondo sus líos de faldas, pero casó y por muchos años con la señora Mercedes Peláez.
           El zambo guatireño Rómulo Betancourt Bello, contrae matrimonio en Costa Rica con la humilde maestra y camarada Carmen Valverde Zeledón, a quien dio mala vida, de cuyo connubio nace una hija. De voz chillona e irritante, en cierta ocasión el  opuesto coriano  Rafael Simón Urbina agregando datos y documentos lo acusó de prácticas sodómicas, y Pérez Jiménez lo sabía. Después el guatireño se une con la doctora médico René Hartman, y con quien después contraerá nupcias.
            Del guayanés Raúl Leoni, tímido y festivo, débil, mediocre y bebedor, con dificultad en el hablar, diré que casí ya vejentón casa con su prima Carmen América Fernández, Doña Menca, gran dama inteligente, de carácter y cariñosa que fue una exquisita Primera Dama de la República, complaciente y amante de sus hijos, que valía mas que el propio marido. Poco antes Leoni había tenido enredos amatorios con la morena azambada y periodista Ana Luisa Lovera, quien vivía instalada en el palacio presidencial de Miraflores. Después  la pareja falleció, ambos por cáncer generalizado.
                  El llanero supersticioso Luis Herrera Campins,  abogado, social cristiano y comelón, fue un hombre recatado en eso de mujeres. Antes de casarse tuvo relaciones íntimas con la periodista de izquierda y luego expulsada del país Gud Olbrich, con quien tuvo una hija. Casó con la trujillana y prima Betty Urdaneta Campins, recatada y hogareña, con quien tuvo cinco hijos.
               El médico doctor Jaime Lusinchi, clarinés, simpático y amigo de Baco, hijo natural del ganadero oriental  Manuel Gregorio Chacín, se enamora en el estudio de Medicina de su compañera Gladys Castillo, oriental de carácter, con quien casa y tiene cinco hijos. Ya en el Congreso de la República conoció a Blanca Ibáñez Piña, de origen colombiano y con dos hijos anteriores, quien se transforma en Secretaria Privada del parlamentario, al tiempo que es su amante. El período del triángulo amoroso es toda una novela por entregas, con juicios determinantes [seis años dura el litigio], hasta que la demandante por divorcio se instala en Miami y Jaime puede casarse con la todopoderosa Blanquita. Exiliados luego de Venezuela, años después se separan en Miami, para residir luego el doctor Lusinchi, en la pobreza y el mayor anonimato, en un anexo de la casa de su hijo Álvaro, en Caracas.
               El tachirense rayano Carlos Andrés Pérez, de origen humilde, de cabeza cónica y achatada, de ancestros colombianos, quien durante muchos años (4) sostiene amores y luego casa con su prima Blanca Rodríguez, teniendo seis hijos en el matrimonio, por cierto con taras de familia debido a los enlaces sanguíneos. En el Congreso de la República se enreda con una empleada, de nombre Cecilia Matos Melero, bella, despierta y distinguida zuliana, con quien se pone a vivir y tiene dos hijas, una de ellas adoptiva. La vida de esta pareja ha dado mucho quehacer dentro de Venezuela y en el exilio. El mujeriego Carlos Andrés por su lado es parte de orgías bien conocidas, y hasta de los affaires con azafatas y con Tiqui Atencio, de lo que se cuenta muchas anécdotas. No hace mucho el expresidente fallece en Miami, y para finalizar un gran lío se presentó con su entierro, donde las dos damas, su esposa, la verdadera, y el “segundo frente”, por acasos del dinero se disputaban esos apreciados restos.
              El tachirense doctor Ramón J, Velásquez duró varios meses en el poder interino, y estaba casado con la doctora Ligia Betancourt, con una vida privada al parecer oscura.
            El yaracuyano Rafael Caldera Rodríguez, de extracción derechista, nada mujeriego casó con la agradable Alicia Pietri Montemayor, con quien tuvo cinco descendientes. Sin embargo como el diablo toca a los humanos tuvo una hija, nacida en el Canadá y llamada Marie Bernice Barry, luego rebautizada con el nombre familiar de Corina Escobar.
          El llanero teniente coronel Hugo Chávez Frías, barinés dicharachero y controversial político, prestidigitador de la palabra, como dicen de izquierda socialista, casó en primeras nupcias con su paisana Nancy Colmenares, viviente pero desconocida para todos, con quien en quince años tuvo tres hijos. Luego se empata y casa con la periodista larense Marisabel Rodríguez, de carácter, con la que vive poco tiempo por delicadas desavenencias entre ellos y de cuyo enlace tiene una hija, Rosinés. Fuera de esto es muy poco lo que se conoce de su vida privada en referencia con las mujeres, salvo Herma Marksman, izquierdista, que convivió con él diez años. De otras como Noemí Campbell, Alicia Castro y Ruddy Rodríguez, es acaso un falso supuesto. Ha dicho siempre que su esposa en verdad es Venezuela y que su padre se llama Simón Bolívar, en medio de la mayor diatriba que levanta una gran polvareda. Un Salomón Fernández asegura ser hijo de Chávez.
              Quiero terminar, porque ya basta, este cuestionario sobre la vida y misterios de quienes han pasado por la Presidencia de la República, ahora Bolivariana de Venezuela, y su vida en pareja, permanente  u ocasional, y hasta con otros deslices extraños de los que se comenta, pero ¡cállate!, porque en boca cerrada no entran moscas, ni menos en pico de las águilas. Sueñe usted con lo que asiento y luego piense como yo, para intentar acudir a lo sereno y por veraz cierto de estas acuciantes historias.