

Y como el problema era entre potencias europeas pero con proyección hacia América, bien pronto se dieron cuenta los mantuanos conservadores del estatus y otros dirigentes de Venezuela que como con Francia no podía existir algún arreglo, porque privaba en ella el espíritu de la guillotina que le cortara la cabeza al borbón Luis XVI y a su esposa María Antonieta de Austria, queriendo imponer otra república para destruir la monarquía y acabar con la decadente Corte de Madrid, el peligro era tan grande que a pesar del entreguismo en las fauces del león inglés prefirieron pactar con este enemigo potencial, que ya tenía por dos siglos colonias en América. Por esta circunstancia a los revoltosos de Caracas que el 19 de abril de 1810 con la tramoya de la defensa de los derechos de Fernando VII dan el primer golpe de estado en Venezuela y destituyen al Gobernador Vicente Emparan, haciéndole preso y pronto expulsándolo del país, una vez puestos en el ejercicio del poder ilegítimo deben pensar seriamente en acercarse a Londres en busca de protección y ayuda, porque sabían lo que les esperaba. Y es aquí precisamente cuando aparece la figura no tanto conocida en esos predios rebeldes de Simón Bolívar. En efecto, si bien este caraqueño conocía en síntesis lo que estaba pasando, sin embargo su posición era un tanto neutra porque no creía que con eliminar a los españoles del mando colonial y entregar el nuevo poder a un grupo heterogéneo ávido de provechos y de asumir posiciones en ascenso, se iba a remediar la difícil situación atravesada, puesto que para sus adentros tal cambio seguía en detrimento de los intereses clasistas, puesto que el levantamiento acaecido distaba lejos de su grupo y solo algunos connotados de esa banda estaban acordes de verdad con este movimiento usurpador. Pero cuando hubo la necesidad de enviar una pequeña delegación a Londres con el fin de la ayuda inicial, el prócer allegado y pariente Martín Tovar Ponte luego de mucha labia constructiva pudo convencer al señorito de Caracas para que fuera ante la Corte de San Jaime con un reducido séquito por él pagados en los gastos, para que abogara a favor de la colonia insurgida y deseosa de alguna libertad, pero en lo bisoño de su inicio no se dio cuenta o le tuvo poca importancia, que si bien tras corrales los ingleses luchaban contra los españoles por el dominio de los mares, de otra parte muy importante del juego y con las impertinencias del deseo libertario y no de defensa de los derechos reales, como inicialmente se esgrimió para lograr una entrevista secreta y nada oficial con el Ministro marqués de Wellesley, de inmediato con la prudencia diplomática necesaria el gobierno inglés desestimó cualquier ayuda hacia Caracas, archivando el episodio, pues Inglaterra era una monarquía y andaba cerca de España en la lucha contra Napoleón. De este chasco diplomático y a pesar de todos los parabienes esgrimidos por Bolívar a favor de la Casa reinante de Windsor, que nada pudieron hacer hacia su causa, sí comprendió de inmediato que Inglaterra era la única solución para poder libertar a la América hispana, por lo que a partir de tal viaje comienza a desarrollar una suerte de admiración exacerbada por lo inglés, que mantendrá hasta los últimos días, sin calcular, no digámoslo por ignorancia, que con esa posición para muchos entreguista, solo quiso cambiar de patrón colonial, lo que ya es mucho decir y da pie a bastantes interrogantes sobre su persona e ideas verdaderamente libertarias.

En este tono del entreguismo o algo por el estilo el Libertador al argentino Bernardo Monteagudo en buenas paces escribe, en agosto de 1823: “Luego que la Inglaterra se ponga a la cabeza de esta Liga, seremos sus humildes servidores”, de donde por siempre calló lo relativo con la ocupación británica de la venezolana isla de Trinidad. ¿Porqué nunca habló de ello?. Es otra mancha que se debe analizar a la luz de estos descubrimientos, pues dentro de la alabanza a lo monárquico inglés don Simón sin aspavientos expresa: “No hay país más libre (?) que Inglaterra…. Inglaterra es la envidia de todos los países del mundo y el modelo que todos debiéramos imitar… y si viniera del Gabinete británico una propuesta para que se estableciese una monarquía o monarquías en el Nuevo Mundo, hallarán (en mí) firme y seguro apoyo… a sostener el soberano que Inglaterra propusiese…”. Por ello expresa Carlos Villanueva “Bolívar pensó en una monarquía criolla, disfrazada o declarada, bajo el protectorado de Inglaterra”. Y así el caraqueño demostraba el amor por Inglaterra, incluso antes y después que lord Arthur Welleshey en 1807 trajera un ejército inglés de ocupación hacia Puerto Cabello en Venezuela, pero que en el camino, con una contraorden sobrevenida los expedicionarios se desviaron hacia la sevillana Cádiz, por causa de la guerra sostenida con los intrusos franceses.

No menos cierto es que Bolívar recibió veladamente y hasta por compras armas y bastimentos de aquel imperio opresor, que mira a la América como un negocio lucrativo de amplio espectro, sobretodo desde el siglo XVIII y en el contexto del imperio español que se derrumba, al tiempo que dentro del desastre fiscal en que se encuentra inmersa la república colombiana, el centro de la corrupción financiera de los préstamos que se reciben bajo la orden de Bolívar persisten radicados en Londres, lo que dará pie a un próximo artículo en que trataremos con pelos y señales tal suma de desastres bancarios, porque el desconocedor de finanzas que es Bolívar daba “facultades ilimitadas” en este sentido, por lo que el vivazo y “bon vivant” paisa Francisco Antonio Zea, con ese aval ilimitado del caraqueño hizo de las suyas en el aquel predio de la raponería y el descaro plutócrata. Valga recordar aquí lo que vino a ser el desastre de la Legión Británica, mercenarios traídos con paga y pertrechos, pero luego dejados a la bartola y a las anchas mientras unos murieron de enfermedades como la fiebre amarilla, el paludismo o las diarreas, otros saquearon sin detenerse como acaeció en Río Hacha, y del total de seis mil cien que vinieron en los viajes muchos eran aventureros borrachos, insurrectos, desertores, busca pleitos enfermizos e inadaptados de fortuna, con condenas en su país por servir a otros gobiernos sin permiso, por lo que Bolívar en el desencanto y el fracaso de los hechos, a pesar de la valentía del algunos, en julio de 1820 adolorido sobre ello escribe a Mariano Montilla: “…verdugos que si no los pagan no matan y que son como aquellas cortesanas que no se rinden sino después del cohecho”. Pero por encima de este amor desenfrenado y con la óptica que miraba el Libertador aquel futuro, desde luego triste para él porque murió abatido por el desengaño, no debemos olvidar que algunos jóvenes incursos en tal grupo llamado Británico, porque con él también vinieron soldados en el paro forzoso pero valerosos procedentes de Escocia, Gales, Hannover y otros lugares sin trabajo, y algunos jóvenes dinámicos y llenos del romanticismo de su tiempo al estilo Lord Byron que en grupo se unieron al Libertador y de los que saca provecho teniéndolos bien cerca de su actividad, sirviendo muchos en su Estado Mayor, o como Edecanes, que hasta coloca por encima de la oficialidad criolla, dados para algunos sus conocimientos y estudios, o bien su conducta guerrera, como acontece con el íntimo O’leary, O’Connor, Robertson, Devereaux, Peru de Lacroix, Boussingault, Mac Gregor, el infaltable para muchos Henry Wilson (de quien por cierto se dijo, infundadamente, que “era un espía español” infiltrado, a la orden del Duque de San Carlos), Belford Wilson, Sandes, Miller, Ferguson, el héroe Rooke, el recio Ferriar y tantos otros que dieron lustre a los salones bolivarianos con su prestancia, que en buena parte sustituyeron a los ayudantes del General caraqueño y que algunos inmolaron la vida al servicio patriota de ideales dispersos.
En conclusión, vistas estas exposiciones sobre el cariño compulsivo que Simón Bolívar sentía por todo lo inglés y en especial sobre la política y el poderío militar de ese imperio que domina el siglo XIX y parte del siglo XX, hecho a punta de vivezas y hasta de genocidios y donde ante tantos intervinientes aquí señalados,
como la propia palabra de Bolívar, que de manera escrita plasman la realidad de lo planteado, no debemos sino reiterar nuestro punto de vista en el sentido que el Libertador por intereses propios o de aquel Estado un tanto artificial que creara, porque pronto fue disuelto, de acuerdo con la documentación que en síntesis se aporta se extralimitó sin medir consecuencias, como era natural en su persona, puesto que analizados uno a uno el substrato contenido y la pasión con que lo expone para buscar los resultados, dentro del espíritu que tiene dominante deja muy en claro el comportamiento personal frente a ese enorme imperio absorbente que de haber caído en sus fauces hoy practicaríamos el apharteid dentro de un calvinismo a la manera anglicana y utilizáramos todos los sistemas que dicho imperio hizo uso en forma sibilina para con los subordinados. Que Dios nos ampare en estas cavilaciones que ahora se nos presentan. Por manera que, dejando a mis pacientes lectores para que piensen a las anchas o mejor mediten sobre lo expuesto de esta importante faceta del Libertador, para el buen desenlace de esta crónica afirmaremos una vez más que Bolívar amaba a los ingleses, pero supongo que nunca quiso nada con el británico doctor Jaime Thorne, que era el marido de su mujer Manuela.
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