Amigos invisibles. Uno de los grandes problemas a resolver cuando
alguien se enfrenta con el llamado “título” para colocar en cualquier
escrito que debe hacer mella, porque así lo requiere el autor y las
circunstancias, es precisamente aquel que impresione en el orgasmo
mental, como tantos atrevidos ahora lo definen, porque dentro del
espacio corto requerido la mente precisa de ser exacta sobre el
tratamiento de la materia a desarrollar dirigida al gran público, y en
este caso específico en cuanto a un hombre guerrero por antonomasia,
escurridizo por convicción, hecho a la medida del tiempo y de su ser,
que sin mayor cultura pero pleno de astucia se eleva entre los demás
para ocupar un sitio excepcional en el mundo que le tocó soñar y que por
ello fue transformándose en un ser entrado en el campo de lo
irracional, del mito, de lo imposible quizás, donde ha seguido viviendo
para beneficio de sus cultores y de los muchos que lo admiran debido a
las hazañas que rayan en lo fantasioso, como pudiéramos creer en un
Robin Hood montañero nacido para enaltecer al campo y a los
desprotegidos de ese entorno, por lo que algunos llegan a compararlo con
el fuego sagrado de Emiliano Zapata y otros tantos héroes de tal
talante emocional. Esa historia campesina en nuestra América tropical
fue construida a base de tropiezos pedagógicos que retoñan de tanto en
tanto para hacer proezas increíbles, dejando sembrado el corazón de la
esperanza entre los pobres de espíritu y otros despiertos que con los
buenos ejemplos fraguados en el combate diario sobreponiendo tantas
dificultades mediante la persistencia puesta arriba de sus ojos han
podido cambiar la geografía espiritual y la historia pendiente con el
claro propósito de llevar adelante la razón de la sinrazón, mientras se
lucha en beneficio de una idea y hasta de una humanidad compartida. Eso
creo yo que aquí se pueda entender, para utilizar pocos sintagmas.
Pues bien, este personaje de quien aspiro hablar sin palabras modélicas
aunque con hechos fehacientes, es alguien nacido en la plenitud de la
montaña andina de Venezuela, donde sobra mucha voluntad pero la pobreza
abunda azuzada por vicios lastrados coloniales que subsistían para el
tiempo en que Rafael Montilla Petaquero, que así se llamaba y llama el
que presentaré ante ustedes como un vástago nacido en medio de la
penuria ancestral en tiempos del conuco, la casa de palma, las gallinas
caseras y el puerco esperanzador para diciembre. Vino al mundo, pues, en
un triángulo de ventiscas sugestivo, enmarcado por el divisorio
territorial que agrupaba ciertos fundos establecidos con desamparo en
los límites estratégicos de los estados Lara, Trujillo y Portuguesa, en
el pueblo interior llamado Guaitó, suerte de montaña escondida donde se
podía perder hasta el sentido orientador que le sirviera a nuestro
infante como punto de conducción y de guarida en las tantas veces que
fue perseguido por causas políticas, sin que se diera con su
paradero, ya que por intuición y en aquel medio que dominaba entre las
sombras y los caminos, perdíase ágilmente para escapar de quienes
querían hacerle el mal.
Su nacimiento ocurrió el 16 de septiembre
de 1859 en San Miguel de Boconó, tierra materna, precisamente cuando
comienza la desoladora Guerra Federal y los caudillos liberales o
conservadores hacen de las suyas en tiempos de penurias y hambruna
provocadas por tal contienda, que nada produjo en positivo sino gran
cantidad de muertos, aunque en el aspecto político si hay algunos
ajustes que redundan en cambios de banderas no ideológicas sino de
compadrazgos caudillescos. Es el tiempo, por tanto, en que aparecen
otras figuras usufructuarias de los desastres, aunque por vías de la
buena suerte en los cinco años guerreros el mundo global de esos Andes
sufridos se mantuvo un tanto al margen de muchos horrores del recuerdo,
para de esta manera formarse grupos caudillistas regionales que detentan
el poder, como el caso de los Araujos, Baptistas, González, Saavedra,
Cañizález y muchos por el estilo que en la segunda mitad del siglo XIX
ahogaron en sangre, persecuciones y otros desmanes la tranquilidad del
paisaje trujillano. De allí sale precisamente Rafael Montilla, mestizo
de barba luenga, formado al vaivén del tiempo borrascoso, como nieto de
un soldado boyacense de la guerra magna, nombrado Gauma, quien ya
inválido aposentó su hogar en las serranías de Guaitó, por 1822, siendo
su madre la indígena Juana Natividad, casada con Custodio Montilla.
Por esa rebeldía racial tan característica y los desajustes sociales
con que se eleva, dentro de un país en permanente conflicto atenta
contra la vida del hacendado Francisco Baptista, de la estirpe
conservadora trujillana, y luego en 1875 ya libre de su conciencia sana
es asistente del general Juan Bautista Saavedra, mientras que durante el
llamado continuismo se afilia en las filas liberales, y en 1892, pasada
la treintena en la constante lucha y sin aparente porvenir, el robusto
“indio” Montilla se alista en las fuerzas del general Diego Bautista
Ferrer, defensor del presidente Andueza Palacio, con quien derrota en
Carache a fuerzas conservadoras de Federico Araujo. Donde obtiene por su
arrojo en el campo de batalla las presillas combatientes de General
montonero es ese mismo año en el páramo La Mocotí (1892), arriba de La
Puerta, en que junto a Ferrer, quien sale lisiado de la mano, sostiene
una enconada refriega con buen número de muertos de ambos lados y que
dura dos días luchando contra fuerzas araujistas, mediante terribles
cargas a machete, salvando así el ejército anduecista, con lo que ganan
la batalla y le hace decir a Ferrer “¡Viva el general Rafael Montilla¡”,
como queda escrito. Luego, al ser derrocado el presidente Andueza por
Joaquín Crespo y después de combatir grupos armados de araujistas y
baptisteros en Mérida y Trujillo, Montilla regresa al pequeño feudo
agrícola de las montañas aledañas de Guaitó para reunirse con sus
campesinos, cuando ya existe la división del liberalismo trujillano
entre moderados partidarios de cooperar con el guzmancismo en el poder
andino, e intransigentes, enemigos de toda colaboración, lo que
delata una hostilidad permanente por once años (1892-1903), cuando ya
se destacan dos figuras políticas regionales que fueron el liberal
Rafael González Pacheco y el conservador Juan Bautista Araujo y sus
oportunos conmilitones. A la muerte de Crespo en Mata Carmelera, ante el
desafío de los godos conservadores trujillanos los liberales de la
misma región se reúnen en Mérida y junto con Espíritu Santos Morales,
González Pacheco y Montilla asaltan el feudo de Jajó para destrozar in
situ el poderío conservador al mando de Blas Briceño. En abril de 1898
Montilla asiste en Trujillo a la Convención liberal en que toma la
batuta de esta facción de poder el general González Pacheco, en
reemplazo del veterano general Santana Saavedra, pasando Montilla a
comandar en Boconó a este grupo político, en medio de disensiones
internas, mientras este “tigre” el 20 de abril en fiero combate derrota
al ejército de Juan Bautista Bravo Cañizález en Sans Soucí, de Boconó.
Aquí el indio Montilla inicia una campaña de limpieza por la región bajo
su mando, que incluye cinco encuentros militares contra los opositores,
incluido el doctor y general Leopoldo Baptista, lo que coincide con que
el grupo conservador pierde su elemento fuerte de cohesión, al fallecer
en febrero de 1898 el conocido y respetado general Juan Bautista
Araujo, “El León de los Andes”, que ejerció un poder férreo durante 25
años.
En ese andar de la convulsiva situación nuestro Montilla
en el mismo 1898 se alza contra el débil presidente Ignacio Andrade, y
ya gustoso de la duradera contienda emprendida enfila su caballo hacia
la frontera colombiana y en Cordero se bate contra el invasor Cipriano
Castro, mientras siguen las rencillas políticas en Trujillo, uniéndose
luego a González Pacheco para con 1.000 hombres ambos atacar a la ciudad
de Trujillo el 20 de septiembre de 1899 y en doce horas de brava lucha,
mandada entonces por el conservador Carrillo Guerra, a quien le imponen
condiciones para liberar dicha ciudad. Después con el mismo Ferrer ya
reunidos pronto también peleará en la batalla de Tocuyito (9-1999), en
inolvidable carga de arma blanca (machete), al estilo del peruano Junín,
que prácticamente abre al victorioso Castro las puertas de Caracas. Con
la llegada del tachirense al poder, que derrumba aspiraciones a muchos
interesados, entre ellos a ciertas huestes andinas, da pie a que al
carácter caudillesco del nuevo entronizado tome más arraigo, lo que
arrastra inicialmente a su favor el grupo afín liberal de trujillanos
como forma de lucha, al tiempo que Montilla se distancia de González
Pacheco por disensiones internas, hasta que en 1901 este guerrillero
trujillano rompe definitivamente con Castro, saliendo así del
estratégico Guaitó con 150 hombres, y el 20 de octubre ocupa El Tocuyo;
después en ese andar rinde a Carora, se bate en Las Cocuizas contra
González Pacheco, adquiriendo entonces gran relieve popular y campesino
con efigie propia y para ser temido en la lucha abierta sostenida,
erigiéndose de esta forma en campeón de leyendas, al que se estrellarán
muchos batallones enviados por Castro para perseguirle. Una vez iniciada
la Revolución Libertadora que comanda el aristócrata general Manuel
Antonio Matos, se afilia a ella por el hecho de ser anticastrista,
realizando muchas campañas principales (1901-O3, como Los
Bucares, La Victoria, Barquisimeto, San Felipe, Guama y Aroa), con
sistemas tácticos de guerrilla, marchas y contramarchas en que aparece y
desaparece de la escena, siendo casi imposible sorprenderlo. Ataca y
derrota en Humocaro Alto, se une al viejo general Jacinto Lara,
contribuye al triunfo de la primera batalla de Barquisimeto, penetra en
el estado Guárico y para rematar regresa triunfante a Guaitó.
En
1902 abre otra campaña exitosa, cuando derrota ejércitos contrarios
trujillanos, y en agosto con el célebre Luciano Mendoza por Cerritos
Blancos al mando de 1.000 hombres toma a Barquisimeto, que en el vivac
guerrero vuelve a manos de González Pacheco. El mes siguiente como
Comandante del 10° Cuerpo de Ejército combate en Los Pegones, y junto a
Luciano Mendoza emprende otra refriega exitosa contra los castristas en
Tinaquillo y El Naipe, hasta ser destruidos. Cambia entonces de
derrotero estratégico y va a Coro, donde en Tarana Y Aracagual vence a
Ceferino Castillo, tomando un gran parque de guerra. Baja luego a Lara, y
en diciembre cerca de Barquisimeto (Caja de Agua) derrota a fuerzas
opositoras truijillanas, y el 15 de febrero de 1903 en terrible
encuentro al mando de l000 hombres en Urachiche bate al temible rival
González Pacheco, se repliega luego como tigre adiestrado para volver a
combatir, que lo hace triunfar otra vez contra González en persecución
que hace desde El Tocuyo a Humocaro Bajo. Cumplida la tarea vuelve al
inexpugnable Guaitó, anda en Carora, y engaña al ahora opositor Ferrer,
con lo que esconde buena parte de su nutrido armamento, mientras
permanece intacto y dispuesto al eterno combate. Y visto el peligro que
ocasiona la libertad de Montilla, el presidente Castro mediante halagos
anteriores y otras artimañas convence al indio para que en la trampa
esgrimida sea Jefe del castillo de San Carlos, cerca de Maracaibo,
prisión dorada donde en abril de 1901 se finge enfermo grave para
regresar a la montaña, en una escapada sin igual, y hasta tiempo después
se atreve aceptarle la Jefatura militar de la frontera con Colombia,
cuando le acompañan 60 oficiales de confianza, íntimos y espalderos,
instalándose en Capacho Nuevo, “aprovechando que Castro no lo ha llevado
allí por amistad”, mientras espera oportunidades y contactos valiosos
con anticastristas residentes en Colombia, porque sabe que lo vigila muy
de cerca el hermano de Castro y célebre confidente, Don Carmelito,
hombre curtido en inteligencia de fronteras, por lo que viendo la celada
tendida Montilla con rapidez se esfuma por la frontera colombiana
entrevistándose con figuras anticastristas, de donde luego prosigue al
llano de Apure, Barinas, Desembocadura del Portuguesa, y regresa
sigilosamente a las montañas sagradas de Guaitó, salvando así su
preciado pellejo.
Siempre en el ajetreo marcial, porque
le bullía la sangre con el olor a pólvora, en diciembre siguiente va a
Barquisimeto contra los alzamientos “mochistas” del general José Manuel
Hernández, que los derrota en Burere, mientras para ese tiempo por
tantas jugarretas como dije ya ha despegado su apoyo afectivo al
despierto Presidente Cipriano Castro. Vuelve otra vez a su bastión
montañero y en octubre siguiente se une a la nutrida Revolución
Libertadora (1901-03) que conduce Manuel Antonio Matos, participando en
combates ocurridos en Lara y Trujillo, habiendo perdido en buena lid la
dura refriega de Barquisimeto (5-1903), por lo que regresa transido de
angustia a sus montañas de Guaitó este peligroso militar curtido al que
con un machete le siguieran montones de indígenas que lo sabían apreciar
como un verdadero líder campesino. Allí con 300 hombres escogidos y
fieles servidores el indomable indio armará nueva guerrilla poniendo en
jaque al gobierno central, principalmente en la región boconesa y un
extenso territorio que le es adicto, con nueve ciudades y campos
aledaños, por lo que Caracas preocupado y temeroso refuerza con tropas
entrenadas la región, e inicia un largo movimiento envolvente llamado
por el vulgo “la cacería de los tigres de Guaitó”, que durará muchos
meses y sin resultados positivos, porque se le conoce, aprecia y respeta
hasta en las toldas enemigas. Incluso en la osadía siempre demostrada
el año 1906 Montilla toma a Humocaro Bajo y se acerca hasta El Tocuyo,
por lo que ante el nuevo peligro demostrado el presidente Castro decide
movilizar numerosos contingentes militares creando una fuerza coaligada
al mando del valiente Emilio Rivas, reuniendo para ello tropas en cuatro
estados cercanos que envía a esas indómitas montañas, donde se bate
Montilla “haciendo evocar en sus proezas al héroe de Las Queseras del
Medio”. Para entonces el indio guarda escondidos suficientes
pertrechos, elabora otros, desentierra algunos, almacena alimentos, de
donde lucha por doquier, sin que valga que el gobierno corte
comunicaciones, desaloje a campesinos, detenga sospechosos, prohíba
vender sal, y otras medidas que no hacen mella en la voluntad de estos
montañeros. Incluso la fuerza de mayor empuje que penetra en los lugares
montilleros, es la del coronel Lagos, Jefe de las tropas provenientes
de Portuguesa y Cojedes que en octubre de 1906 llegan hasta Guaitó,
donde en respuesta una terrible carga de machete los recibe, con que van
cayendo uno a uno los expedicionarios en causa, sin que ni el mismo
Lagos se salve de esta carnicería. Entonces el gobierno nacional ante
tremenda derrota emplea otra estrategia retirando las tropas para dejar
apenas pequeños pelotones a fin de evitar que el indio pueda extender su
guerra en otros estados vecinos. Así el valiente general es dejado en
paz, entre los campesinos que por tanto lo admiran. No incursionarán
más contra él. Le temerán porque ha vencido, con las armas y sin ellas, a
todo un ejército expedicionario. Y solo el general Juan Vicente Gómez,
cuando llegue al poder verdadero y cual otro zorro cubierto de prestigio
pactará con este guerrillero campesino, el invencible Montilla, a
través del confidente Leopoldo Baptista, con mensajes cruzados
entre ambos Jefes. Así vendrá la paz en aquella primera década alargada
del siglo XX.
Hombre de barba imponente, ojos con fuego eterno,
frente despejada, de temperamento fuerte que “sujetaba un toro por los
cuernos, tenía gran viveza, era activo, oportuno y valiente sin igual”,
así fue el “indómito tigre de Guaitó”, como lo llamara el buen conocedor
de esas luchas José Rafael Pocaterra.
Ahora toca narrar lo más
triste de su existencia como exitoso hombre y soldado, porque en verdad
no se encuentra razón alguna para que este representante de la raza
americana que se decanta en el transcurso de las generaciones, haya
perecido de una forma tan absurda, o mejor, extraña, porque alguien de
su categoría debió desaparecer al filo de su espada o en medio de alguna
de las salidas espectaculares que viviera en esa suerte de misterioso
andar a lo largo de su exitosa biografía. Pues bien, nuestro personaje
de pronto, como el rayo desaparece aunque dejando rastros, para sin
saberse a ciencia cierta el porqué de su extraño despedir, y hasta
alguno habla de faldas, pues sin son ni ton, como se expresa y casi
ajustando los 48 años, en la flor de una vida que lo marca para la
posteridad, el miércoles 20 de noviembre de 1907 este apacible caudillo
de campesinos, paternalista, asimilado al medio, comprendido pero con
odios desatados por su origen, bien pudieron crear una grieta en la
muralla del afecto. De esta manera séase por el interés de baptisteros
regionales o por descontento primitivo y rencoroso del peón de hacienda
Florencio Rodríguez, como lo reseña el Boletín del Archivo Histórico de
Miraflores, en ese mundo introspectivo lleno de problemas para plantear
al doctor Sigmund Freud, en medio de una rabia descompuesta y
sorpresiva, como producto de disputas banales este desquiciado asesino
que le tenía la vista puesta, cosa que no lo pudo hacer ni el más
perspicaz de sus enemigos, en un descuido del valiente trujillano y
amparado por la sombra tardía de la montaña traicionera, fue a
“aguaitarlo” a quien aspiraba con razón sentarse en la silla de
Miraflores, para en mala hora el vengativo criminal como se hizo con
Sucre en Berruecos, asesinarlo en un pequeño puente misterioso de la
quebrada Agua Blanca, que Montilla debía cruzar. Y allí al hombre que
transformara una derrota en victoria y un victoria en derrota, que como
fantasma aparecía en lugares imposibles, el traidor Rodríguez cae con el
machete desenvainado, a mansalva, sin espera, sobre el cuerpo del
intrépido general, quien en el trance inesperado tuvo escaso tiempo de
defenderse mientras le disparó con la errancia del tiro y la agonía,
aunque el filo del arma cortante y la pasión venenosa desatada pudieron
más que todas las batallas y encuentros que había ganado el bravo
general. Rodríguez de inmediato pagó también con su vida, por obra de la
peonada que castiga. Allí termina su grave existencia física y se
consolida esta figura de leyendas, adversario de las oligarquías
regionales, cuyo nombre no ha muerto porque fue popularizado por
numerosos corridos musicales que relatan sus tantas aventuras
exitosas. Y entre la copla y el amor al estilo Zapata sigue viviendo en
el corazón de los admiradores trujillanos.
Venezuela, its presence in the world today is popular due to its importance in the international political scene and the many resources available: the black gold (oil), yellow gold (Mining) and white gold (Hydropower) . The blog is aimed at all groups concerned, to keep the community informed on various issues and developments needed to know about news and culture.
martes, 26 de febrero de 2013
jueves, 14 de febrero de 2013
EL VALIENTE EMPECINADO GONZÁLEZ PACHECO.
Amigos invisibles. Dentro de los andares que transito
en este espacio histórico quiero ahora
referirme a un personaje como de
ficción, de quien siempre oyera bien hablar, es decir a favor, desde mi
infancia andina, en un terreno siempre cruzado por disputas intestinas y donde
la palabra empeñada era el mejor instrumento de relación, porque el honor se
mantenía en alto en aquella sociedad cerrada donde los caudillos de diversa
índole aparecían para el provecho personal y donde también las tribus
establecidas permitieron el encumbramiento de la política local en respaldo
posible de la nacional, con que se apaciguara
la región andina de Trujillo mientras por acasos del tiempo y la razón
no tocara a rebato otra fuerza militar en contrario. Pues bien, ese desangre
paulatino permitió a las huestes armadas trujillanas mantenerse en el poder
andino de Venezuela bajo la dirección de
recios militares cuyos títulos fueron
conquistados en los campos de batalla, unos con más disposición que otros, pero
entre los que descollaron se encuentra uno con suficientes méritos para ser
señalado en este escrito a una centuria larga
de su desaparición, dentro de ese tira y encoje que ocupó medio siglo de
historia regional, valiente e ilustrado hombre de quien me voy a referir porque
bien lo merece, en el presente escrito.
Como abre boca de este tema a tratar y para los desconocedores
del camino que recorreré ejerciendo el mandato de señalar la verdad, debo decir que Venezuela es posible sea el país
más convulsivo que se ha conformado en nuestro subcontinente latinoamericano,
quizás por el intercambio racial donde prevalecieron los recios indios caribes,
que a pesar de sus cultores sembraron una estela de canibalismo en aquel tiempo
colonial lleno de angustias, lo que sumado a la robusta raza africana importada
en calidad de esclava y de otros detonantes sanguíneos como la invasión de
piratas, filibusteros, corsarios y demás gentes advenedizas con poco escrúpulo
humano y de lo cual descendemos muchos, así sean escondidos algunos parientes,
por si acaso, de esa amalgama tremenda y sin olvidar a Lope de Aguirre, Bobes,
Ezequiel Zamora y tantos desadaptados que pululan en la historia patria, el
pueblo venezolano es recio, digo, muy duro si se quiere, como en estos tiempos
lo apreciamos, de donde han salido personas y personajes que guardan sitio
escondido en la razón diaria por sus
ejecuciones, y ya lo señaló Bolívar que
Venezuela era un cuartel, agregándole a
ello el pensar y la ejecución de lo que se tiene a flor de mente. Por eso nada
es de extrañar lo que puede acaecer en
cuanto a los desatinos y manera de vivir, que son bien conocidos por nuestros
hermanos y aún en lugares más apartados de todo acontecer. Por ello Venezuela
ha dado un Bolívar, un Páez, un aprendiz de brujo que fue Gómez y hasta un
Chávez acaso militar, de quien la historia se encargará de contar con pelos y señales del mundanal
ruido de sus ejecutorias inesperadas que harán un tomo aparte de esos pasos
terrestres, combates imperialistas, excentricidades estudiadas y tamaños
planteamientos ideológicos y de la economía en que buscando un fin como
realidad extraña navegó el país durante
su mandato pleno de interrogantes. Pero
el hecho de que hayan existido estos personajes mencionados no significa que
otros fueran expuestos al rezago de la historia y de aquí que después de la
hecatombe dejada por el fragor sanguinario de la Independencia como de sus
secuelas, comenzaron a aparecer todo un sin cesar de caudillos, caudillotes,
caudillejos, gente que se creyó la
sumatoria de esos estilos y toda una buena colección que entre olvidados y
presentes hallamos en las páginas del diario acontecer.
Pues bien dentro de ese ajetreo posterior a la
quinquenaria Guerra Federal y porque los Andes venezolanos mantuvieron una paz
relativa en que emergen posiciones conservadoras y liberales (llamados ponchos
y lagartijos) bajo el manto jerárquico
del caudillo supremo, general Juan Bautista Araujo, Jefe indiscutido
puesto a la cabeza desde la sacrosanta Jajó por algunas tres décadas y bajo el
patrocinio caraqueño del guzmancismo alborotado, en este medio difícil y
empobrecido el 7 de enero de 1857 nace en Santiago de El Burrero Rafael
González Pacheco, hijo de abogado y político reconocido en los anales del
liberalismo de su tiempo. En 1874 se gradúa de Bachiller en Trujillo, junto con
el futuro Presidente Márquez Bustillos y el sabio Lisandro Alvarado, y ya en
1879 se alista en el ejército revolucionario de los generales Pulido y Ayala
donde estrena armas en la Campaña del Centro. Dos años más tarde recibe en la
Universidad Central los títulos de Doctor en Ciencias Políticas y Abogado de la
República, para de inmediato viajar a Europa a fin de adentrarse en la cultura
de esos pueblos y el mejor conocimiento del Derecho. A su regreso se encarga de
las haciendas familiares y del ejercicio profesional, mientras se afilia ya
dispuesto al calor del Partido Liberal, del cual su padre era uno de los
principales caudillos. A la muerte de este progenitor ya es Jefe de Estado
Mayor en las fuerzas del general León, mientras recorre la región boconesa y se le designa (1892) como Agente del Gobierno Central en la Sección Trujillo del Gran
Estado Los Andes. Imagínese usted todo lo que González Pacheco ya ha recorrido
en una escala de valores y a los 37 años de edad.
En 1896 y mediante acrisolados méritos a nuestro
personaje se le nombra Gobernador
de Trujillo. y al año siguiente con la personalidad cívica y de buen militar
que ostenta dada su vasta preparación
sustituye al veterano jefe liberal Santana Saavedra, proclamándosele así como
líder indiscutido del liberalismo trujillano, en Trujillo, el 6 de abril de
1898, jefatura que ostenta hasta la hora de su muerte, aunque para la
confirmación de ello tenga que abatir en
Boconó un grupo saavedrista que se aisla, capitaneado por los doctores González
Villegas. El 20 de junio siguiente junto a Rafael Montilla derrota en Sans
Souci, de Boconó, a los 200 hombres que acompañan a Juan Bautista Bravo
Cañizales, mas de seguidas, para los que estudian esta hoja de méritos, inicia
una nueva campaña por los páramos altos boconeses, en cinco sitios de la geografía
trujillana, enfrentándose en las alturas de Niquitao a las fuerzas
conservadoras del doctor y general Leopoldo Baptista. El 12 de mayo de 1898 se
encara igualmente en Chipuén a las fuerzas baptisteras, en unión de sus medio
hermanos los Baptista, toma luego a Boconó, en contra de fuerte resistencia,
para seguir en la montaña y unirse en Cacute con el ejército del andino
Espíritu Santos Morales. Aquí, el 6 de
junio junto a los generales Morales, Vásquez y Montilla en la madrugada atacan a Jajó, ciudad santa del conservatismo
trujillano, cuyos defensores luchan fieramente, mientras Morales puede entrar a
la plaza sitiada cuando González Pacheco
acomete en forma envolvente por Tuñame, combatiéndose hasta el medio día, con
la victoria liberal asegurada, en esta primera vez que dicha atalaya
conservadora es asediada. Luego de ese
triunfo valioso González Pacheco va a
Trujillo reincidiendo como Agente Ejecutivo Occidental, que ya lo era en la
práctica, y para ocupar una curul
legislativa del Gran Estado Los Andes.
En 1899, mientras permanece en Caracas y según órdenes
del presidente Ignacio Andrade, en ese mayo regresa a Trujillo con un ejército
de 1600 hombres que gracias a su carisma o capacidad recluta en 48 horas, para
oponerse a la invasión castrista, que desde la frontera occidental viene en
marcha forzosa, lo que le obliga ir hasta
La Ceiba para buscar un parque enviado por Andrade y el que recibe en
forma exigua, de donde disgustado pero con la palabra empeñada se dirige a
Mérida apenas al mando de 250 soldados, y de allí sigue con alguna escaramuza a
Tovar, donde bajo la conducción de 300 hombres el 6 de agosto de 1899 se
enfrenta a los 500 bien pertrechados soldados castristas, y en reñido combate
muere el segundo jefe revolucionario castrista, general José María Méndez, por
lo que el propio Cipriano Castro al frente de 1500 hombres va contra González
Pacheco, quien al abrir las cajas de municiones para cargar sus armas se
encuentra con que han sido cambiadas por otros calibres, de donde casi ganando
la batalla debe tocar a “honrosa
retirada”, “el militar altivo que no supo jamás capitular ni transar”.
De estas resultas disuelve su ejército y con nueve oficiales de a caballo se
retira hacia los páramos de Trujillo que le son de gran afecto y cobijo. Una
vez en Santiago la ciudad cuna del
liberalismo trujillano y para responder a la afrenta militar ocurrida que
provenía del mismo Ignacio Andrade, con algunas fuerzas montilleras que se le
unen, al comando de 900 hombres mal equipados el 20 de septiembre del 99 ataca
las fuerzas conservadoras en la capital trujillana al mando de Fabricio Vásquez, las que vence
en reñido combate luego de doce horas de verdadera lucha.
Vengada la afrenta militar y recuperado el honor se retira de
Trujillo y el 3 de octubre con 750 hombres ataca a José Manuel Baptista
en Carvajal y a su familia militar, que agrupa más de 1500 hombres, combate
feroz que dura tres días y sus noches, con 200 muertos y 400 heridos, retirándose
luego González Pacheco para ir en busca de un parque militar que llegaría por
tren a Sabana de Mendoza. Pero es en Isnotú, la cuna del beato José Gregorio Hernández, donde González
Pacheco trabará otro combate con los Araujos y Baptistas el 13 de octubre, en
igual feroz batalla “donde suceden
escenas dignas de las mejores páginas
militares”, en cuatro días de permanentes refriegas. El final trágico dejará en
el campo otros 300 muertos y 400 heridos, mientras González con poco parque y
menos soldados que alcanzan 150 hombres se repliega hacia Pampán, Monay y rumbo
al estado Lara, para seguir camino a Caracas, capital donde al reconocerle los
méritos el general Cipriano Castro, lo designa Auditor de Guerra en Maracaibo,
y luego se instala en Barquisimeto como Jefe Civil y Militar (3-1900), al lado
de sus oficiales de confianza, para así
dominar la revolución anticastrista en marcha. En este Estado Lara se desarrollará una
segunda etapa muy importante de su vida, pues al sustituir en firme al viejo
general Jacinto Lara en funciones de Presidente de Estado (4-1901), por
cuestiones de competencia se crean conflictos regionales, porque espada en mano
y con la serenidad ecuánime siempre debe imponer el orden necesario, frente a
algunos resentidos insurrectos como a otros partidarios del general José Manuel
“mocho” Hernández. También le tocará
perseguir al escurridizo general (nota: puede usted observar que sobran los
generales en estas guerras intestinas) Rafael Montilla, ahora enemistado contra
Castro, para luego seguir a Caracas y volver a su residencia en Barquisimeto.
Al estallar la conocida Revolución Libertadora, que
dirige a nivel nacional el banquero general Manuel Antonio Matos, el larense
Amábile Solagnie con su tropa se levanta para acompañar a Matos, por lo que el
trujillano entabla varios combates contra el insurrecto y su seguidor
Colmenares, sobretodo en la línea del ferrocarril que va a Tucacas y en el
propio Barquisimeto (1-6-1902), que defiende, mientras envía un ejército de
2.000 combatientes al mando del general Varela
para combatir a los alzados en la región de Coro. Bien pronto el
importante bastión que es Barquisimeto entra en delicado conflicto al ser
sitiado por 3.000 hombres al mando del viejo y corajudo Luciano Mendoza, en un
encuentro feroz sostenido en quince cuadras y trincheras abiertas por González
con apenas 400 soldados y en 13 días y 14 noches de tal hecho histórico, donde
el pundonoroso y valiente andino demostró su valía militar, no permitiendo caer
la plaza en manos enemigas sino luego de un honroso armisticio propuesto por
los mismos revolucionarios, en que sale de la plaza “a banderas desplegadas y tambor batiente”.
De allí va a El Tocuyo, Humocaro Bajo y se une con las fuerzas de Leopoldo
Baptista, pero al entrar a Barquisimeto se encuentra con que lo han abandonado
los revolucionarios. Luego, al aproximarse un numeroso ejército proveniente de
Coro al mando de Gregorio Segundo Riera y para evitar que el parque en custodia
caiga en manos enemigas, burla al mismo falconiano Riera y emprende una famosa
“retirada de Barquisimeto” que por la pericia militar y estrategia utilizada
fue noticia internacional, maniobra hecha clásica en estos anales de combate,
pues hace creer al enemigo que marcha hacia Trujillo y en verdad es que
sostiene una escaramuza contra Rafael Montilla para luego contramarchar entre dos fuegos por desfiladeros cubiertos
de una lluvia de balas, mientras sigiloso pasa por Cabudare con sus 900 hombres
y sin ser vistos, de puntillas, por las barbas del enemigo. Así conduciendo el
parque bajo su custodia con suma cautela cruza por Yaritagua, Chivacoa, con
pequeños encuentros bélicos hasta su total salvación, que lo hace en Nirgua
donde entra sano y salvo el 17 de agosto, en horas de la tarde. De allí sigue a
El Tinaco y Tinaquillo, sitio en que combate nuevamente, ya reunido con
Leopoldo Baptista, continuando rumbo a El Naipe, lugar en que se opone al
curtido Luciano Mendoza, cortándole toda intención invasora a los Valles de
Aragua, hecho que fue decisivo en el destino derrotista de la Revolución Libertadora.
En la misma guerra fratricida sigue a Valencia, al
duro batallar y decisivo en La Victoria (octubre y noviembre de 1902) y a
Caracas, donde con el general Juan Vicente Gómez personalmente revisan
posiciones militares defensivas de la ciudad, como el cuido de la vía a El Tuy
y su ferrocarril. El 19 de octubre continúa hacia Caracas a Los Teques, y con
apenas 200 hombres defiende la plaza
frente a un enemigo superior, donde quedan 100 heridos y cerca de 200
muertos. En el mismo empeño ataca a Los Canales y despeja tal posición rumbo a Tejerías, fundamental en la guerra
que defiende Castro. Luego en esta pelea de posiciones González por orden
superior invade a Falcón y atraviesa Coro para continuar al estado Lara, en
poder del enemigo. Así, como Jefe de Estado Mayor actúa en el cuerpo
expedicionario de 3.000 hombres que hacia allí dirige el doctor y general trujillano Leopoldo
Baptista, venido ahora de Falcón y que
una vez reunidos ambos jefes marchan a Quíbor, donde logran atacar a los
revolucionarios, y antes de seguir en campaña algunas de estas fuerzas
castristas continúan hacia el centro de
la república para reforzar el ejército
gubernamental, mientras los generales González y Batista en combate cuerpo a
cuerpo se enfrentan a los alzados revoltosos Rafael Montilla y Juan Pablo
Peñaloza, desde luego que con numerosas bajas en el campo. Después dentro de un
juego militar de posiciones González y Baptista andan en Caja de Agua
(Barquisimeto), siguen hacia El Tocuyo,
aunque por falta de parque suficiente Baptista va a Maracaibo en su búsqueda, y
luego de regresar Baptista ambos trujillanos van de El Tocuyo a Barquisimeto,
pero avisados los revolucionarios de la estrategia doble abandonan el Estado
Lara partiendo por la vía férrea. De la
capital larense mientras Batista con dos batallones regresa a Trujillo,
González abre nueva campaña militar rumbo a Tucacas y la vía del ferrocarril,
como Jefe del Ejército de Occidente, batiéndose en Yaritagua (15-2-1903), y contra el paisano
Montilla que allí lo espera con 1.000
hombres y a quien ataca con seis batallones y un cuerpo de fogosa artillería.
En tal encuentro hubo un total de 250 bajas, y contra pronósticos contrarios a
González, sobre el resultado de esa lucha, huye el presunto ganador “con los estruendos
de sus cañones” que lo acometen. El general Norberto Jiménez, hijo, sobre este
recio combate escribe “Allí vi por primera vez a González Pacheco en el fuego
y pude admirar su intrepidez, bajo el ala amenazadora de la metralla”
(de izquierda, derecha y centro).
Pacificado el estado Yaracuy nuestro valioso militar
vuelve al Barquisimeto que gobierna, oponiéndose con 700 hombres a los restos
inútiles de Solagnie que pululan cerca del ferrocarril. Viaja con rapidez a
Agua de Obispos, cerca de Carache, para dialogar con Leopoldo Baptista, y de
regreso a Barquisimeto pasa su ejército por entre el fuego nutrido contrario,
aunque fuera desmontado por la bala
certera que derribó a su caballo. El 20
de mayo de 1903 extenuado de tanto quehacer se entrevista en Yaritagua con el
Jefe Expedicionario Juan Vicente Gómez y el numeroso ejército que lo acompaña,
y juntos ambos jefes siguen para atacar la plaza de Barquisimeto, que otra vez
deja innumerables muertos y heridos, mientras Gómez luego sigue en persecución
del enemigo hasta vencerlo definitivamente en Matapalo. Así termina González Pacheco con sus deberes de soldado,
con que también acaba esa lucha de armas y entra el pacificamiento de la
región, volviendo luego a la vida civil para ejercer el gobierno del Estado
Lara, o sea a la paz que con arduo tesón ha construido, y como buen magistrado,
realiza numerosas obras culturales, asistenciales, viales y otras de carácter
público. Mas en premio a su conducta el Gobierno Nacional lo nombra Presidente del Estado Carabobo (2-6-1903), en
cuya capital dura poco tiempo, pues el general Castro lo requiere nuevamente en
ese estado Lara al que González siempre admira y ama, de donde regresa como
Comandante de Armas del Estado Lara, y por las grandes simpatías que allí
mantiene las fuerzas vivas le ofrecen un extraordinario recibimiento, a lo que
se acompaña una manifestación insólita
en los anales de esa entidad, pues muchos miles de personas fueron a recibirle en la estación de ferrocarril, cuya
periferia no podía contener la multitud asistente. Así era el casi postrero
tributo al trujillano caudillo de la valentía y del pueblo. Y como corolario,
en el siguiente diciembre el primer magistrado
general Castro lo designa de nuevo Presidente del Estado Lara. Pero ya
su salud andaba deteriorada y por ello en septiembre de 1905 viaja con su
familia y en ferrocarril hasta Caracas, acompañado “con treinta fuertes por
todo capital”, tal era su pulcritud administrativa y ya aquejado de la gravedad
final, que le impide regresar a Barquisimeto porque la tuberculosis común mina
entonces su delgada figura.
Finalmente Rafael González Pacheco muere el 17 de
diciembre (como Bolívar) en Caracas, de 47 años (como Bolívar). Apagó su luz en
la hacienda Tócome, aunque hubo decreto de duelo nacional y de los Estados,
mientras el Presidente Gómez luego ordenó colocar sobre la tumba del ínclito
militar un monumento conmemorativo, con su busto, en recuerdo del héroe y
mientras él reconoce que González “lo sacrificó todo por su patria, por su nombre
y por su gloria”. Considerado el Sucre
de nuestras guerras civiles, como político y militar “probaba su gran valor, pues intrépido
entraba en el fuego y daba aliento a sus compañeros”, por lo que “supo
mantenerse en el digno nivel de la justicia”. Alto, delgado, pálido, de gran
personalidad moral, hombre de soluciones inteligentes, como dije vivió y muere en la pobreza, a la sombra de su
bandera y rodeado de intelectuales, a quienes como militar culto y abogado
gustaba oír para sacar conclusiones oportunas. En su tiempo era de otra visión
política, siendo un verdadero hidalgo de la guerra con la gentileza y el heroísmo de un caballero medieval. Aunaba a la
disciplina la caballerosidad, siendo un táctico, un estratega, de concepciones
originales, vivo y astuto como su padre, sin que nunca le faltase la cinta
amarilla liberal en el sombrero de fina jipijapa que utilizara. Vestía siempre
de negro, usando levita larga y calzado de esmero, y bien se le recuerda en
Barquisimeto con un busto y una plaza en
su honor, aunque debo decir que en el hogareño Trujillo no existe alguna
estatua en lo llamado Parque de los
Ilustres, que ya es buena hora para colocarla, porque “es una gloria nacional”,
como asienta Gonzalo Picón Febres. Y
para completar agrego que usaba barba castaña, con los ojos negros dormidos
como en ensueño. Conciliador, demócrata, pulquérrimo en el manejo de los fondos
públicos y de una fuerza moral avasalladora, ahora dirigiéndome a los
trujillanos que esto leen recuerdo que existe una autopista o eje vial entre
Trujillo y Valera que arranca desde la plaza Cruz Carrillo en adelante y que
con toda razón superadas las rencillas antiguas debe llamarse con suficiente
justicia y recuerdo RAFAEL GONZÁLEZ PACHECO,
porque los trujillanos tenemos en alto el aprecio de los nacidos en esa tierra
de María Santísima, según se la conoce y porque ustedes como yo, leyendo estas
líneas escritas sobre el personaje nacido en Santiago de Trujillo, bien, con el
ejemplo de su dignidad pero muy bien se lo merece. Honrar, honra.
Publicado por
Ramón Urdaneta
en
9:38:00 a. m.
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lunes, 4 de febrero de 2013
EL NEFASTO CLAN DE LOS MONAGAS.
Amigos invisibles. Cuando cualquiera
entra a esculcar en los meandros de la Historia se tropieza con situaciones
agradables que algunos transforman en cuentos de hadas, y en otras ocasiones, acaso
las más variadas, nos hallamos con etapas esperpénticas salidas de
imaginaciones calenturientas que a veces pueden provocar risa o en su defecto
llanto, dadas las excentricidades y terrores que tales etapas conllevan, donde
ni las ficciones más aterradoras pudieran enderezar los hechos circunscritos
esta vez puestos en función de verdad, pero que por debajo de la manga o
costura zurcida con intenciones dirigidas hacia un fin, demuestran lo
irracional de sus posturas.
Pues
bien, sobre esa clasificación frontal a la que dirijo cierto análisis freudiano
desprendido en cuanto a los hechos y personajes que saldrán oportunos en esta
pantalla representativa de su tiempo, no es de extrañar que aparezcan
situaciones difíciles de comprender en cuanto a la evolución de una familia
formada con la punta de sus lanzas que desde los albores de la Independencia se
enrolaron en la lucha carnicera entonces llevaba a cabo, pues en principio no
había otra cosa a qué dedicarse porque los campos nutricios de que al tiempo se
vivía por causa de los conflictos permanentes fueron arrasados de ambos bandos
en disputa y como sucede en toda guerra, para beneficio de quienes participaban
en ella dejaron siempre como un principio consagrado a eso que denominan
pillaje o vulgar saqueo, variedad delictiva que podía enriquecer a algunos,
aunque otros sí combatieran por aquello que llaman una bandera con convicción
idealista y toda la parafernalia seguida, fuesen monárquicos seculares o
patriotas republicanos, aunque muchos cambiaron del campo de batalla según las
circunstancias y el manoseo o avance del conflicto. Dentro de estas causas
mencionadas al recuerdo y con la mentalidad llanera tan característica,
zorruna, astuta, acomodaticia, cuyo fin último es el de los intereses
personales, en ese vasto mundo del llano oriental de Venezuela, que algo
difiere con los llaneros occidentales, aparece de pronto la figura de un
cualquiera llamado José Tadeo Monagas, despierto, valeroso y que cuando sus
afines sean personas de valía alejados de los detalles intracendentes y con
ánimos de seguir adelante, este caballero de sangre criolla mezclada liderará a cierto grupo que iba a dejar una
huella o roncha no muy brillante en la trascendental Historia de Venezuela.
El inicio de esta
refistolera familia Monagas que se cría al vaivén del tiempo y la soledad
llaneras haciendo proezas vitales de subsistencia en esa grandes extensiones de
sabanas difíciles de dominar salvo con la llamada “ley de la selva”, que
equivale a la del más fuerte y sin contemplación alguna para resolver las
pendencias, por los meandros de un caño ubicado cerca de Maturín y a la sombra oportuna de cualquier
árbol frondoso nace, pues, José Tadeo (en verdad Judas Tadeo), al más avispado
de los tres jefes montoneros, y junto con el
fraterno José Gregorio constituirán la dupla para sobrevivir de
cualquier forma, mientras se extasían viendo crecer a la familia que en aquel
llano adentro y por la pobreza de algunos existente desde que calzan lanzas o
palos con estacas hicieron una labor simple de cuatreros, asaltadores de
viandantes que vuelan al más allá, y todas las picardías necesarias para la
sobrevivencia en aquellos lugares donde la verdadera ley prácticamente no existía. Como bandoleros a
lo Sierra Morena acordes con este axioma definitorio crecen José Tadeo y los
suyos, hasta cuando la revolución o la guerra en causa que para aquellas mentes analfabetas no se
entendía del todo, fue tomando calor al
frente de su banda de malhechores, y para lavar culpas terribles que impliquen
impunidad, quien había sido peón de haciendas y hasta administrador (caporal)
de propiedades junto a esa caterva pendenciera de criminales, para señalarlos
en algo, de lleno entraron en la guerra colocados en ese tumultuoso bando
patriota, donde iban a continuar en sus pilatunas perversas. Allí en el
trasegar de las campañas y por la
experiencia que da la vida José Tadeo y quienes lo rodean irán aprendiendo “au
jour le jour” entre el vivac de la postura diaria, mientras recorre el tiempo y
este llanero se hace más importante. Así inicia la carrera militar con el
fragor de la lucha a las órdenes patriotas del hispano Manuel Villapol, y como
hábil jinete y magnífico lancero en estos avatares marcianos es herido varias
veces por lanzazos y disparos, como en La Puerta y Aragua de Barcelona,
ascendiendo a general de división en 1821, y pronto se le inunda la cabeza de
aspiraciones políticas por lo que junto con personajes siniestros conspira
contra el Presidente José María Vargas en la Revolución de las Reformas, en
1835, que lo llevarán en 1854 a ser General en Jefe. Sin embargo en el
transcurrir de su larga actuación fue una figura contradictoria, entre el
rechazo y apoyo a la Gran Colombia y el nacimiento del sedicioso Estado de
Oriente, efímero, separatista, que cristaliza apenas con Santiago Mariño en
1831, siendo Monagas el Segundo Jefe de este sueño perdido. Luego en las
volteretas políticas que efectúa aliado con Páez y Soublette, como algo
impuesto triunfa en las elecciones presidenciales de 1847, de donde salta a la
Presidencia de la República. Sin embargo a poco se distancia del general Páez,
lo que desemboca en una inestabilidad política que tendría un grave desenlace
para Monagas.
En efecto, el 19 de enero
de 1848 varios congresistas seguidores del caudillo Páez deciden cambiar el
Congreso de la República alejando su sede de Caracas, para así enjuiciar al
propio Presidente Monagas, por lo que
José Tadeo en prevención de lo que espera con rapidez y nocturnidad mueve una
muchedumbre adepta y la establece frente al Congreso, que piensa de todas
sesionar en Puerto Cabello. La situación va poniéndose tensa, color de hormiga,
mientras el insomne José Tadeo vela nervioso por los acontecimientos que ya
están a vuelta de la esquina. Así las cosas el 24 de enero, frente a una
guardia amodorrada por el cansancio y la falta de sueño, a las 3 de la tarde en
traje de etiqueta ante el Congreso se presenta el monaguense Ministro del
Interior, Tomás José Sanabria, e ingresa al recinto, mientras entre el
populacho establecido ante el edificio legislativo se corre la voz falsa que
los godos (paecistas) han asesinado al portavoz Sanabria, lo que de inmediato
mueve a la enfurecida plebe con ansias de ingresar a este recinto, que incita a
la guardia de custodia a efectuar disparos en su defensa, mientras con bayoneta
y de gravedad se hiere al director del grupo centinela, coronel Guillermo
Smith, cayendo en la refriega iniciada tres miembros del pueblo allí aposentado
y entretanto se pelea con toda suerte de armas mortales. Así, al tiempo que se
amenaza de muerte con puñal al mensajero Sanabria, ante el pavor desatado los
representantes allí reunidos se lanzan por escaleras y balcones para salvar la
vida, y el obeso pensador Juan Vicente González salta una pared como si fuera
gamo, al hacendista Santos Michelena lo atraviesan con otra bayoneta, de lo que
pronto muere, y los representantes
Salas, Argote y García también son sacrificados en la reyerta. Pero al
aparecer bajo fuerte escolta y montado a caballo el presidente Monagas, este
populacho se contiene cediendo las iras del tumulto desatado, mas ante el
deseo presidencial de asumir entonces la
dictadura, bajo el consejo prudente de Diego Bautista Urbaneja baja la presión
suscitada convocándose a una asamblea espuria del asaltado Congreso, donde
temerosos del mal algunos miembros deciden asistir. Este hecho sangriento, el
más vil del monagato en causa, sería continuado mediante frías relaciones
mantenidas con la Iglesia católica, que llevan a enemistar al prelado Fernández
Peña con el gobierno, a tal punto que en acalorada discusión suscitada con el
ministro Antonio Leocadio Guzmán, de la furia que le envuelve el prelado
arzobispo sufre un violento ataque cerebral, que lo lleva al sepulcro.
Bien pronto el general
Páez se alza contra Monagas pero la
suerte le es adversa al centauro José Antonio, que por ello se exilia del país,
mientras jubiloso entra a Caracas José Tadeo, acompañado de su grupo y del
alter ego José Gregorio Monagas, que para entonces ejercía “mientras tanto” la
Presidencia de la república. Recuperada una segunda presidencia republicana, el
caudillo de marras se alía con grupos autocráticos, para seguir mandando de
forma dictatorial mientras escoge como Presidente del Senado al manipulable
arzobispo Guevara y Lira. Fueron tiempos
entonces de conflictos producidos por Monagas cuando se malpone con Holanda
porque este reino somete a posesión propia la isla guanera de Aves, venezolana
situada al sur de Puerto Rico, de donde buques neerlandeses bloquean a La Guaira presionando con
intenciones aviesas, al tiempo que Tadeo alcanza diez años de gobierno tiránico
y por ello guardando las espaldas elige Vicepresidente del país a su hijo
político Francisco Oriach, aunque siguen los pleitos diplomáticos con Francia y
Gran Bretaña, que ocasionan otros bloqueos de puertos venezolanos, hasta que
Monagas se va del país muy rico pero considerado traidor a la patria y siendo
degradado, como también se le priva de todas las condecoraciones, alejándose
por tanto de su añorado refugio o hato El Roble, y de la casona caraqueña
familiar de San Pablo, que fue por mucho tiempo centro de conspiraciones y
madeja de problemas políticos, como el caso en que allí indulta al peligroso
enemigo Antonio Leocadio Guzmán, condenado a muerte y a quien dos años después
lo hace Vicepresidente de la república. Lidia todavía con la suerte, pero ante
la insurgencia del inepto y sortario Julián Castro se exilia por seis años, a
través de la Legación de Francia en Caracas que lo acoge, para regresar ya de
84 años este anciano tozudo que reúne diversas mesnadas de variopinto origen y
al frente de la Revolución Azul, para rendir a Caracas en medio de tantos
incrédulos, y convocar a nuevas elecciones presidenciales, mientras la longeva
Parca le pisa los talones y luego en otro desacierto decide entregar la
presidencia que ostenta a su menguado hijo José Ruperto. Pero con la edad
provecta José Tadeo enferma de cuidado, al extremo que 18 galenos le atendieron
en su última gravedad, que le arrebata la vida con distintos desarreglos para
rematarlo con una bronquitis aguda. El cadáver fue velado en casa de su sobrino
y ministro de guerra Domingo Monagas. Al morir Tadeo era el segundo hombre más
rico de Venezuela, donde manejara el peculado en gran escala por más de once
años, como también el nepotismo y el gobierno tribal, de esta “partida de
ladrones”, según lo señalara el gobierno americano. Ese clan de sinverguenzas
monagueros estuvo constituido principalmente por siete socios, agregándose
entre ellos al cuñadísimo Francisco
Oriach y el sobrino Lino Marrero, su hijo el doctor José Tadeo, Pío Ceballos y
el medio hermano José Gerardo, incluyendo a Tadeo y Gregorio, José Ruperto (con
quien se extingue el clan por querer mantenerse en la cabeza del poder por seis
años más), Domingo y Gregorio, hijos de José Gregorio, amén de otros rufianes
consentidos que promovieron nueve
insurrecciones a favor. A su muerte el país queda en completa anarquía
regionalista donde privan los saqueos y atentados a montón.
El clan fue además
inmoral, peculador, mediocre, demagógico, tracalero y engañoso (dirá Tadeo “La
constitución sirve para todo”), terrorista, tribal, tiránico, perseguidor,
alevoso, asesino (como las cabezas de los hermanos Belisario), inmoral,
incapaz, creador de empréstitos forzosos, que aplicó en múltiples veces la
llamada “ley de fugas”, y como buen llanero fue intrigante, maniobrero y
experto en el arte de la comedia humana. En fin, estos Monagas pasan a la
pequeña historia como despóticos, oligarcas y tenebrosos dueños de vidas y
haciendas.
En cuanto a José Gregorio
Monagas, que fue el menos malo de ellos, era blanco, quemado por el sol,
generoso y convive lejos de toda educación siendo campechano y hasta campuruzo.
El menos tiránico del clan, su ley era la fuerza del machete y de la lanza,
aunque vivió siempre amparado por el ala protectora de su hermano José Tadeo.
Sencillo, aldeano, mujeriego, campesino y rudo militar que comía con las manos
chupándose los dedos, formado en el vivac al que aprecia la tropa y quien en el
fondo despreció a la política, donde fue arrojado por el interés de su propio
hermano. Es el otro yo e inseparable de José Tadeo, a pesar de pequeñas
divergencias políticas que tuvieron, y el segundo en casos de poder, el
suplente necesario, pero de gran fiereza, por lo que adquiere el cognomento de
“Primera lanza de Oriente”. Nació en el
caserón del hato El Roble, cerca de Aragua de Barcelona, el año 1795, para elevarse
entre el trabajo ganadero de la estancia y el calor de los nueve hermanos del
matrimonio Monagas Burgos, formándose allí buen jinete en tiempos del
bandolerismo que practica para terminar agregado a la sanguinaria guerra de
Independencia que se lleva a cabo, y ya de oficial de caballería combate a
favor y en contra en acciones recordadas de Guayana, La Puerta, Aragua de
Barcelona, Los Magueyes, Urica, Maturín, Maracay, Semen, Ortiz y otras
escaramuzas, que le dieron nombre militar y de ellas en muchas anduvo con su
hermano mayor, José Tadeo, que era un protector y ángel de la guarda en sus
ejecutorias. Comandante General de Barcelona, en 1822, a pesar de ser hermano
de quien le nombra al puesto, de nada vale este impedimento dinástico o
nepótico, y como General viaja al Perú incaico con un refuerzo militar que no
triunfa en Ayacucho porque ya está dada la batalla, y apenas por estos ya
escasos fines guerreros aparece en el sitio de El Callao, bajo las órdenes del
general Bartolomé Salom. Con ese aval poco valioso regresa a la querencia
familiar de Barcelona. Allí el fraterno José Tadeo, como “padrino” con el poder
que ostenta lo hace General de División y a quien pronto mediante el apremio
ejercido designa Presidente de la República, en febrero de 1851, con lo que
Caracas se invade de orientales, de la estrecha confianza monaguera, ellos en
busca de nombre oportuno y de algún buen dinero por detrás, mientras Gregorio
debe enfrentar revueltas de facciones conservadoras, en que se fusila y asesina
en las cárceles, distanciándose algo del protector, aunque sin romper la unidad
familiar. Mientras prepara con cuidado y debates el famoso decreto de la
abolición esclava a favor de la negritud, fechado el 24 de marzo de 1854, que
en realidad fue un negocio más de muchos comerciantes y que poco ayudó en la
verdadera liberación de los oprimidos, abarcando a algo menos del dos por
ciento de la población nacional, entre esclavos y manumisos. Gregorio apoya
además la Unión Grancolombiana, en tiempos que ya no privaba tal deseo, y se
aleja de Tadeo cuando a este lo secundan
los conservadores para aspirar a la
Presidencia, que también desea Gregorio y sus compinches “gregorianos”, aunque
con el amparo de los liberales, de donde al final quien obtiene el pendón en
esta lid es desde luego que José Tadeo.
Mientras gobierna Gregorio apoyado ya a las trancas anda en auge el
agio, el cuatrerismo, el contrabando exportador de cueros, la venta de los
sueldos, y se especula con las tierras baldías, cuyo once por ciento diferencial para
entonces fue a parar en sucias manos monagueras. Finalizado su período
presidencial entrega el poder a Tadeo, que aprovecha para “despedir de las
prebendas” a algunos gregoristas, aunque nombre al hermano cesante y para
tranquilizarlo Jefe de las Fuerzas Armadas, hasta que el “boss” fue derrocado
en 1858. Así regresa Gregorio a Barcelona, pero las autoridades recelosas lo
hacen preso para enviarlo a la húmeda ergástula de Puerto Cabello, donde
enferma, y luego al lúgubre penal de San Carlos, en la barra de Maracaibo,
muriendo allí como olvidado en julio de 1858. Tuvo nueve hijos de matrimonio,
uno de los cuales, Domingo fue educado en la academia militar americana y muy
conocida de West Point
Y para recordar a José
Ruperto, el menos importante de la troika, era avinagrado, áspero, lacónico,
entregado a los hatos del despotismo tiránico, usaba bigote caído y barba en
perilla descuidada. Hijo de papá, inepto, ignorante cuanto incapaz
descendiente del monarca José Tadeo. Y
como la ignorancia es agresiva creyéndose omnipotente es decir todopoderoso por la elección a dedo,
repasa algunos cargos públicos como diputado por Maturín, Comandante de Barcelona, donde por desconfiar en su
persona termina preso, el burocrático cargo de Jefe del Estado Mayor, y quien
en medio de este desbarajuste por salvarlo la suerte de la Revolución Azul, a
ese híbrido sin sujeción el octogenario
padre para salvar la asonada, su país y la dinastía por no encontrar otro a
escoger en última instancia le deja el coroto o fardo pesado del poder porque
viendo que el barco se hunde del reñido clan de familia no hay interesado
alguno en suplantar la tentativa de intención sucesoria, por lo que sonándole
la flauta mágica el menguado Ruperto ejercerá funciones presidenciales por pocos
meses en medio de la anarquía nacional en vigor y hasta del separatismo
regional grave que se presenta con la proclamada “República del Zulia”, que
durará más de un mes en estas funciones trágicas. Y porque no le ratifican el nombramiento
vacuo el tristemente recordado Ruperto en la venganza vil disuelve el
Congreso, en medio de una gran crisis
fiscal que no permite pagar sueldos, mientras se convierte en un tiranuelo más,
las fincas son de nuevo saqueadas y las doncellas entre alaridos pierden su
virginidad, en medio de un gobierno guerrero, caótico y lleno de desastres.
Pero muy pronto y a fin de zanjar diferencias el pretendiente caraqueño Antonio
Guzmán Blanco invade el país, en febrero de 1870, y en el próximo abril ya es
asaltada Caracas por 8.000 bárbaros guzmancistas insensibilizados por el
aguardiente, mientras el “imbécil” Ruperto lleno de miedo por lo que le espera
se refugia en el palacio arzobispal, firma la rendición de su efímero
gobierno y se va al tacho de la basura
con los restos podridos de aquella dinastía por demás corrupta y miserable, que
entra en decadencia y poco tiempo después habrá de desaparecer. Su esposa, ex
Primera Dama de la República y ya en Barcelona, para poder subsistir habrá de
ejercer trabajos manuales de muy baja condición. Imagínelo usted. Así son las
cosas, diría el periodista caraqueño Oscar Yánez.
No quiero sacar
conclusiones de este tiempo nefasto republicano cuando mandaron en el poder los
llaneros, pero su argucia, como avisado lector, podrá hilar fino para atar
cabos calientes, porque mucho de este período que trazo a mi manera es como una
copia fiel de lo que en los últimos años ha ocurrido en Venezuela, claro,
guardando las distancias y el reparto escénico. Vale la pena una segunda
lectura de este artículo para entender cómo es que se bate el cobre, según el
oportuno refrán castellano. Y hasta pronto.
Publicado por
Ramón Urdaneta
en
7:05:00 p. m.
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