martes, 26 de febrero de 2013

EL ZORRUNO TIGRE DE GUAITÓ.

          Amigos invisibles. Uno de los grandes problemas a resolver cuando alguien se enfrenta con el llamado “título” para colocar en cualquier escrito que debe hacer mella, porque así lo requiere el autor y las circunstancias, es precisamente aquel que impresione en el orgasmo mental, como tantos atrevidos ahora lo definen, porque dentro del espacio corto requerido la mente precisa de ser exacta sobre el tratamiento de la materia a desarrollar dirigida al gran público, y en este caso específico en cuanto a un hombre guerrero por antonomasia, escurridizo por convicción, hecho a la medida del tiempo y de su ser, que sin mayor cultura pero pleno de astucia se eleva entre los demás para ocupar un sitio excepcional en el mundo que le tocó soñar y que por ello fue transformándose en un ser entrado en el campo de lo irracional, del mito, de lo imposible quizás, donde ha seguido viviendo para beneficio de sus cultores y de los muchos que lo admiran debido a las hazañas que rayan en lo fantasioso, como pudiéramos creer en un Robin Hood montañero nacido para enaltecer al campo y a los desprotegidos de ese entorno, por lo que algunos llegan a compararlo con el fuego sagrado de Emiliano Zapata y otros tantos héroes de tal talante emocional. Esa historia campesina en nuestra América tropical fue construida a base de tropiezos pedagógicos que retoñan de tanto en tanto para hacer proezas increíbles, dejando sembrado el corazón de la esperanza entre los pobres de espíritu y otros despiertos que con los buenos ejemplos fraguados en el combate diario sobreponiendo tantas dificultades mediante la persistencia puesta arriba de sus ojos han podido cambiar la geografía espiritual y la historia pendiente con el claro propósito de llevar adelante la razón de la sinrazón, mientras se lucha en beneficio de una idea y hasta de una humanidad compartida. Eso creo yo que aquí se pueda entender, para utilizar pocos sintagmas.
           Pues bien, este personaje de quien aspiro hablar sin palabras modélicas aunque con hechos fehacientes, es alguien nacido en la plenitud de la montaña andina de Venezuela, donde sobra mucha voluntad pero la pobreza abunda azuzada por vicios lastrados coloniales que subsistían para el tiempo en que Rafael Montilla Petaquero, que así se llamaba y llama el que presentaré ante ustedes como un vástago nacido en medio de la penuria ancestral en tiempos del conuco, la casa de palma, las gallinas caseras y el puerco esperanzador para diciembre. Vino al mundo, pues, en un triángulo de ventiscas sugestivo, enmarcado por el divisorio territorial que agrupaba ciertos fundos establecidos con desamparo en los límites estratégicos de los estados Lara, Trujillo y Portuguesa, en el pueblo interior llamado Guaitó, suerte de montaña escondida donde se podía perder hasta el sentido orientador que le sirviera a nuestro infante como punto de conducción y de guarida en las tantas veces que fue perseguido por causas políticas, sin que se diera con su paradero, ya que por intuición y en aquel medio que dominaba entre las sombras y los caminos, perdíase ágilmente para escapar de quienes querían hacerle el mal.
            Su nacimiento ocurrió el 16 de septiembre de 1859 en San Miguel de Boconó, tierra materna, precisamente cuando comienza la desoladora Guerra Federal y los caudillos liberales o conservadores hacen de las suyas en tiempos de penurias y hambruna provocadas por tal contienda, que nada produjo en positivo sino gran cantidad de muertos, aunque en el aspecto político si hay algunos ajustes que redundan en cambios de banderas no ideológicas sino de compadrazgos caudillescos. Es el tiempo, por tanto, en que aparecen otras figuras usufructuarias de los desastres, aunque por vías de la buena suerte en los cinco años guerreros el mundo global de esos Andes sufridos se mantuvo un tanto al margen de muchos horrores del recuerdo, para de esta manera formarse grupos caudillistas regionales que detentan el poder, como el caso de los Araujos, Baptistas, González, Saavedra, Cañizález y muchos por el estilo que en la segunda mitad del siglo XIX ahogaron en sangre, persecuciones y otros desmanes la tranquilidad del paisaje trujillano. De allí sale precisamente Rafael Montilla, mestizo de barba luenga, formado al vaivén del tiempo borrascoso, como nieto de un soldado boyacense de la guerra magna, nombrado Gauma, quien ya inválido aposentó su hogar en las serranías de Guaitó, por 1822, siendo su madre la indígena Juana Natividad, casada con Custodio Montilla.
            Por esa rebeldía racial tan característica y los desajustes sociales con que se eleva, dentro de un país en permanente conflicto atenta contra la vida del hacendado Francisco Baptista, de la estirpe conservadora trujillana, y luego en 1875 ya libre de su conciencia sana es asistente del general Juan Bautista Saavedra, mientras que durante el llamado continuismo se afilia en las filas liberales, y en 1892, pasada la treintena en la constante lucha y sin aparente porvenir, el robusto “indio” Montilla se alista en las fuerzas del general Diego Bautista Ferrer, defensor del presidente Andueza Palacio, con quien derrota en Carache a fuerzas conservadoras de Federico Araujo. Donde obtiene por su arrojo en el campo de batalla las presillas combatientes de General montonero es ese mismo año en el páramo La Mocotí (1892), arriba de La Puerta, en que junto a Ferrer, quien sale lisiado de la mano, sostiene una enconada refriega con buen número de muertos de ambos lados y que dura dos días luchando contra fuerzas araujistas, mediante terribles cargas a machete, salvando así el ejército anduecista, con lo que ganan la batalla y le hace decir a Ferrer “¡Viva el general Rafael Montilla¡”, como queda escrito. Luego, al ser derrocado el presidente Andueza por Joaquín Crespo y después de combatir grupos armados de araujistas y baptisteros en Mérida y Trujillo, Montilla regresa al pequeño feudo agrícola de las montañas aledañas de Guaitó para reunirse con sus campesinos, cuando ya existe la división del liberalismo trujillano entre moderados partidarios de cooperar con el guzmancismo en el poder andino, e intransigentes, enemigos de toda colaboración, lo que delata una hostilidad permanente por once años (1892-1903), cuando ya se destacan dos figuras políticas regionales que fueron el liberal Rafael González Pacheco y el conservador Juan Bautista Araujo y sus oportunos conmilitones. A la muerte de Crespo en Mata Carmelera, ante el desafío de los godos conservadores trujillanos los liberales de la misma región se reúnen en Mérida y junto con Espíritu Santos Morales, González Pacheco y Montilla asaltan el feudo de Jajó para destrozar in situ el poderío conservador al mando de Blas Briceño. En abril de 1898 Montilla asiste en Trujillo a la Convención liberal en que toma la batuta de esta facción de poder el general González Pacheco, en reemplazo del veterano general Santana Saavedra, pasando Montilla a comandar en Boconó a este grupo político, en medio de disensiones internas, mientras este “tigre” el 20 de abril en fiero combate derrota al ejército de Juan Bautista Bravo Cañizález en Sans Soucí, de Boconó. Aquí el indio Montilla inicia una campaña de limpieza por la región bajo su mando, que incluye cinco encuentros militares contra los opositores, incluido el doctor y general Leopoldo Baptista, lo que coincide con que el grupo conservador pierde su elemento fuerte de cohesión, al fallecer en febrero de 1898 el conocido y respetado general Juan Bautista Araujo, “El León de los Andes”, que ejerció un poder férreo durante 25 años.
           En ese andar de la convulsiva situación nuestro Montilla en el mismo 1898 se alza contra el débil presidente Ignacio Andrade, y ya gustoso de la duradera contienda emprendida enfila su caballo hacia la frontera colombiana y en Cordero se bate contra el invasor Cipriano Castro, mientras siguen las rencillas políticas en Trujillo, uniéndose luego a González Pacheco para con 1.000 hombres ambos atacar a la ciudad de Trujillo el 20 de septiembre de 1899 y en doce horas de brava lucha, mandada entonces por el conservador Carrillo Guerra, a quien le imponen condiciones para liberar dicha ciudad. Después con el mismo Ferrer ya reunidos pronto también peleará en la batalla de Tocuyito (9-1999), en inolvidable carga de arma blanca (machete), al estilo del peruano Junín, que prácticamente abre al victorioso Castro las puertas de Caracas. Con la llegada del tachirense al poder, que derrumba aspiraciones a muchos interesados, entre ellos a ciertas huestes andinas, da pie a que al carácter caudillesco del nuevo entronizado tome más arraigo, lo que arrastra inicialmente a su favor el grupo afín liberal de trujillanos como forma de lucha, al tiempo que Montilla se distancia de González Pacheco por disensiones internas, hasta que en 1901 este guerrillero trujillano rompe definitivamente con Castro, saliendo así del estratégico Guaitó con 150 hombres, y el 20 de octubre ocupa El Tocuyo; después en ese andar rinde a Carora, se bate en Las Cocuizas contra González Pacheco, adquiriendo entonces gran relieve popular y campesino con efigie propia y para ser temido en la lucha abierta sostenida, erigiéndose de esta forma en campeón de leyendas, al que se estrellarán muchos batallones enviados por Castro para perseguirle. Una vez iniciada la Revolución Libertadora que comanda el aristócrata general Manuel Antonio Matos, se afilia a ella por el hecho de ser anticastrista, realizando muchas campañas principales (1901-O3, como Los Bucares, La Victoria, Barquisimeto, San Felipe, Guama y Aroa), con sistemas tácticos de guerrilla, marchas y contramarchas en que aparece y desaparece de la escena, siendo casi imposible sorprenderlo. Ataca y derrota en Humocaro Alto, se une al viejo general Jacinto Lara, contribuye al triunfo de la primera batalla de Barquisimeto, penetra en el estado Guárico y para rematar regresa triunfante a Guaitó.
          En 1902 abre otra campaña exitosa, cuando derrota ejércitos contrarios trujillanos, y en agosto con el célebre Luciano Mendoza por Cerritos Blancos al mando de 1.000 hombres toma a Barquisimeto, que en el vivac guerrero vuelve a manos de González Pacheco. El mes siguiente como Comandante del 10° Cuerpo de Ejército combate en Los Pegones, y junto a Luciano Mendoza emprende otra refriega exitosa contra los castristas en Tinaquillo y El Naipe, hasta ser destruidos. Cambia entonces de derrotero estratégico y va a Coro, donde en Tarana Y Aracagual vence a Ceferino Castillo, tomando un gran parque de guerra. Baja luego a Lara, y en diciembre cerca de Barquisimeto (Caja de Agua) derrota a fuerzas opositoras truijillanas, y el 15 de febrero de 1903 en terrible encuentro al mando de l000 hombres en Urachiche bate al temible rival González Pacheco, se repliega luego como tigre adiestrado para volver a combatir, que lo hace triunfar otra vez contra González en persecución que hace desde El Tocuyo a Humocaro Bajo. Cumplida la tarea vuelve al inexpugnable Guaitó, anda en Carora, y engaña al ahora opositor Ferrer, con lo que esconde buena parte de su nutrido armamento, mientras permanece intacto y dispuesto al eterno combate. Y visto el peligro que ocasiona la libertad de Montilla, el presidente Castro mediante halagos anteriores y otras artimañas convence al indio para que en la trampa esgrimida sea Jefe del castillo de San Carlos, cerca de Maracaibo, prisión dorada donde en abril de 1901 se finge enfermo grave para regresar a la montaña, en una escapada sin igual, y hasta tiempo después se atreve aceptarle la Jefatura militar de la frontera con Colombia, cuando le acompañan 60 oficiales de confianza, íntimos y espalderos, instalándose en Capacho Nuevo, “aprovechando que Castro no lo ha llevado allí por amistad”, mientras espera oportunidades y contactos valiosos con anticastristas residentes en Colombia, porque sabe que lo vigila muy de cerca el hermano de Castro y célebre confidente, Don Carmelito, hombre curtido en inteligencia de fronteras, por lo que viendo la celada tendida Montilla con rapidez se esfuma por la frontera colombiana entrevistándose con figuras anticastristas, de donde luego prosigue al llano de Apure, Barinas, Desembocadura del Portuguesa, y regresa sigilosamente a las montañas sagradas de Guaitó, salvando así su preciado pellejo.
           Siempre en el ajetreo marcial, porque le bullía la sangre con el olor a pólvora, en diciembre siguiente va a Barquisimeto contra los alzamientos “mochistas” del general José Manuel Hernández, que los derrota en Burere, mientras para ese tiempo por tantas jugarretas como dije ya ha despegado su apoyo afectivo al despierto Presidente Cipriano Castro. Vuelve otra vez a su bastión montañero y en octubre siguiente se une a la nutrida Revolución Libertadora (1901-03) que conduce Manuel Antonio Matos, participando en combates ocurridos en Lara y Trujillo, habiendo perdido en buena lid la dura refriega de Barquisimeto (5-1903), por lo que regresa transido de angustia a sus montañas de Guaitó este peligroso militar curtido al que con un machete le siguieran montones de indígenas que lo sabían apreciar como un verdadero líder campesino. Allí con 300 hombres escogidos y fieles servidores el indomable indio armará nueva guerrilla poniendo en jaque al gobierno central, principalmente en la región boconesa y un extenso territorio que le es adicto, con nueve ciudades y campos aledaños, por lo que Caracas preocupado y temeroso refuerza con tropas entrenadas la región, e inicia un largo movimiento envolvente llamado por el vulgo “la cacería de los tigres de Guaitó”, que durará muchos meses y sin resultados positivos, porque se le conoce, aprecia y respeta hasta en las toldas enemigas. Incluso en la osadía siempre demostrada el año 1906 Montilla toma a Humocaro Bajo y se acerca hasta El Tocuyo, por lo que ante el nuevo peligro demostrado el presidente Castro decide movilizar numerosos contingentes militares creando una fuerza coaligada al mando del valiente Emilio Rivas, reuniendo para ello tropas en cuatro estados cercanos que envía a esas indómitas montañas, donde se bate Montilla “haciendo evocar en sus proezas al héroe de Las Queseras del Medio”. Para entonces el indio guarda escondidos suficientes pertrechos, elabora otros, desentierra algunos, almacena alimentos, de donde lucha por doquier, sin que valga que el gobierno corte comunicaciones, desaloje a campesinos, detenga sospechosos, prohíba vender sal, y otras medidas que no hacen mella en la voluntad de estos montañeros. Incluso la fuerza de mayor empuje que penetra en los lugares montilleros, es la del coronel Lagos, Jefe de las tropas provenientes de Portuguesa y Cojedes que en octubre de 1906 llegan hasta Guaitó, donde en respuesta una terrible carga de machete los recibe, con que van cayendo uno a uno los expedicionarios en causa, sin que ni el mismo Lagos se salve de esta carnicería. Entonces el gobierno nacional ante tremenda derrota emplea otra estrategia retirando las tropas para dejar apenas pequeños pelotones a fin de evitar que el indio pueda extender su guerra en otros estados vecinos. Así el valiente general es dejado en paz, entre los campesinos que por tanto lo admiran. No incursionarán más contra él. Le temerán porque ha vencido, con las armas y sin ellas, a todo un ejército expedicionario. Y solo el general Juan Vicente Gómez, cuando llegue al poder verdadero y cual otro zorro cubierto de prestigio pactará con este guerrillero campesino, el invencible Montilla, a través del confidente Leopoldo Baptista, con mensajes cruzados entre ambos Jefes. Así vendrá la paz en aquella primera década alargada del siglo XX.
           Hombre de barba imponente, ojos con fuego eterno, frente despejada, de temperamento fuerte que “sujetaba un toro por los cuernos, tenía gran viveza, era activo, oportuno y valiente sin igual”, así fue el “indómito tigre de Guaitó”, como lo llamara el buen conocedor de esas luchas José Rafael Pocaterra.
Ahora toca narrar lo más triste de su existencia como exitoso hombre y soldado, porque en verdad no se encuentra razón alguna para que este representante de la raza americana que se decanta en el transcurso de las generaciones, haya perecido de una forma tan absurda, o mejor, extraña, porque alguien de su categoría debió desaparecer al filo de su espada o en medio de alguna de las salidas espectaculares que viviera en esa suerte de misterioso andar a lo largo de su exitosa biografía. Pues bien, nuestro personaje de pronto, como el rayo desaparece aunque dejando rastros, para sin saberse a ciencia cierta el porqué de su extraño despedir, y hasta alguno habla de faldas, pues sin son ni ton, como se expresa y casi ajustando los 48 años, en la flor de una vida que lo marca para la posteridad, el miércoles 20 de noviembre de 1907 este apacible caudillo de campesinos, paternalista, asimilado al medio, comprendido pero con odios desatados por su origen, bien pudieron crear una grieta en la muralla del afecto. De esta manera séase por el interés de baptisteros regionales o por descontento primitivo y rencoroso del peón de hacienda Florencio Rodríguez, como lo reseña el Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, en ese mundo introspectivo lleno de problemas para plantear al doctor Sigmund Freud, en medio de una rabia descompuesta y sorpresiva, como producto de disputas banales este desquiciado asesino que le tenía la vista puesta, cosa que no lo pudo hacer ni el más perspicaz de sus enemigos, en un descuido del valiente trujillano y amparado por la sombra tardía de la montaña traicionera, fue a “aguaitarlo” a quien aspiraba con razón sentarse en la silla de Miraflores, para en mala hora el vengativo criminal como se hizo con Sucre en Berruecos, asesinarlo en un pequeño puente misterioso de la quebrada Agua Blanca, que Montilla debía cruzar. Y allí al hombre que transformara una derrota en victoria y un victoria en derrota, que como fantasma aparecía en lugares imposibles, el traidor Rodríguez cae con el machete desenvainado, a mansalva, sin espera, sobre el cuerpo del intrépido general, quien en el trance inesperado tuvo escaso tiempo de defenderse mientras le disparó con la errancia del tiro y la agonía, aunque el filo del arma cortante y la pasión venenosa desatada pudieron más que todas las batallas y encuentros que había ganado el bravo general. Rodríguez de inmediato pagó también con su vida, por obra de la peonada que castiga. Allí termina su grave existencia física y se consolida esta figura de leyendas, adversario de las oligarquías regionales, cuyo nombre no ha muerto porque fue popularizado por numerosos corridos musicales que relatan sus tantas aventuras exitosas. Y entre la copla y el amor al estilo Zapata sigue viviendo en el corazón de los admiradores trujillanos.

jueves, 14 de febrero de 2013

EL VALIENTE EMPECINADO GONZÁLEZ PACHECO.



Amigos  invisibles. Dentro de los andares que transito en este espacio histórico  quiero ahora referirme a un personaje  como de ficción, de quien siempre oyera bien hablar, es decir a favor, desde mi infancia andina, en un terreno siempre cruzado por disputas intestinas y donde la palabra empeñada era el mejor instrumento de relación, porque el honor se mantenía en alto en aquella sociedad cerrada donde los caudillos de diversa índole aparecían para el provecho personal y donde también las tribus establecidas permitieron el encumbramiento de la política local en respaldo posible de la nacional, con que se apaciguara  la región andina de Trujillo mientras por acasos del tiempo y la razón no tocara a rebato otra fuerza militar en contrario. Pues bien, ese desangre paulatino permitió a las huestes armadas trujillanas mantenerse en el poder andino de Venezuela  bajo la dirección de recios militares cuyos  títulos fueron conquistados en los campos de batalla, unos con más disposición que otros, pero entre los que descollaron se encuentra uno con suficientes méritos para ser señalado en este escrito a una centuria larga  de su desaparición, dentro de ese tira y encoje que ocupó medio siglo de historia regional, valiente e ilustrado hombre de quien me voy a referir porque bien lo merece, en el presente escrito.
Como abre boca de este tema a tratar y para los desconocedores del camino que recorreré ejerciendo el mandato de señalar la verdad, debo  decir que Venezuela es posible sea el país más convulsivo que se ha conformado en nuestro subcontinente latinoamericano, quizás por el intercambio racial donde prevalecieron los recios indios caribes, que a pesar de sus cultores sembraron una estela de canibalismo en aquel tiempo colonial lleno de angustias, lo que sumado a la robusta raza africana importada en calidad de esclava y de otros detonantes sanguíneos como la invasión de piratas, filibusteros, corsarios y demás gentes advenedizas con poco escrúpulo humano y de lo cual descendemos muchos, así sean escondidos algunos parientes, por si acaso, de esa amalgama tremenda y sin olvidar a Lope de Aguirre, Bobes, Ezequiel Zamora y tantos desadaptados que pululan en la historia patria, el pueblo venezolano es recio, digo, muy duro si se quiere, como en estos tiempos lo apreciamos, de donde han salido personas y personajes que guardan sitio escondido en la razón diaria  por sus ejecuciones, y ya lo señaló  Bolívar que Venezuela era un cuartel,  agregándole a ello el pensar y la ejecución de lo que se tiene a flor de mente. Por eso nada es de extrañar  lo que puede acaecer en cuanto a los desatinos y manera de vivir, que son bien conocidos por nuestros hermanos y aún en lugares más apartados de todo acontecer. Por ello Venezuela ha dado un Bolívar, un Páez, un aprendiz de brujo que fue Gómez y hasta un Chávez acaso militar, de quien la historia se encargará  de contar con pelos y señales del mundanal ruido de sus ejecutorias inesperadas que harán un tomo aparte de esos pasos terrestres, combates imperialistas, excentricidades estudiadas y tamaños planteamientos ideológicos y de la economía en que buscando un fin como realidad extraña navegó  el país durante su  mandato pleno de interrogantes. Pero el hecho de que hayan existido estos personajes mencionados no significa que otros fueran expuestos al rezago de la historia y de aquí que después de la hecatombe dejada por el fragor sanguinario de la Independencia como de sus secuelas, comenzaron a aparecer todo un sin cesar de caudillos, caudillotes, caudillejos, gente que se creyó  la sumatoria de esos estilos y toda una buena colección que entre olvidados y presentes hallamos en las páginas del diario acontecer.
Pues bien dentro de ese ajetreo posterior a la quinquenaria Guerra Federal y porque los Andes venezolanos mantuvieron una paz relativa en que emergen posiciones conservadoras y liberales (llamados ponchos y lagartijos) bajo el manto jerárquico  del caudillo supremo, general Juan Bautista Araujo, Jefe indiscutido puesto a la cabeza desde la sacrosanta Jajó por algunas tres décadas y bajo el patrocinio caraqueño del guzmancismo alborotado, en este medio difícil y empobrecido el 7 de enero de 1857 nace en Santiago de El Burrero Rafael González Pacheco, hijo de abogado y político reconocido en los anales del liberalismo de su tiempo. En 1874 se gradúa de Bachiller en Trujillo, junto con el futuro Presidente Márquez Bustillos y el sabio Lisandro Alvarado, y ya en 1879 se alista en el ejército revolucionario de los generales Pulido y Ayala donde estrena armas en la Campaña del Centro. Dos años más tarde recibe en la Universidad Central los títulos de Doctor en Ciencias Políticas y Abogado de la República, para de inmediato viajar a Europa a fin de adentrarse en la cultura de esos pueblos y el mejor conocimiento del Derecho. A su regreso se encarga de las haciendas familiares y del ejercicio profesional, mientras se afilia ya dispuesto al calor del Partido Liberal, del cual su padre era uno de los principales caudillos. A la muerte de este progenitor ya es Jefe de Estado Mayor en las fuerzas del general León, mientras recorre la región boconesa  y se le designa (1892) como Agente del Gobierno  Central en la Sección Trujillo del Gran Estado Los Andes. Imagínese usted todo lo que González Pacheco ya ha recorrido en una escala de valores y a los 37 años de edad.
En 1896 y mediante acrisolados méritos a  nuestro  personaje  se le nombra Gobernador de Trujillo. y al año siguiente con la personalidad cívica y de buen militar que ostenta  dada su vasta preparación sustituye al veterano jefe liberal Santana Saavedra, proclamándosele así como líder indiscutido del liberalismo trujillano, en Trujillo, el 6 de abril de 1898, jefatura que ostenta hasta la hora de su muerte, aunque para la confirmación de ello  tenga que abatir en Boconó un grupo saavedrista que se aisla, capitaneado por los doctores González Villegas. El 20 de junio siguiente junto a Rafael Montilla derrota en Sans Souci, de Boconó, a los 200 hombres que acompañan a Juan Bautista Bravo Cañizales, mas de seguidas, para los que estudian esta hoja de méritos, inicia una nueva campaña por los páramos altos boconeses, en cinco sitios de la geografía trujillana, enfrentándose en las alturas de Niquitao a las fuerzas conservadoras del doctor y general Leopoldo Baptista. El 12 de mayo de 1898 se encara igualmente en Chipuén a las fuerzas baptisteras, en unión de sus medio hermanos los Baptista, toma luego a Boconó, en contra de fuerte resistencia, para seguir en la montaña  y  unirse en Cacute con el ejército del andino Espíritu Santos Morales.  Aquí, el 6 de junio junto a los generales Morales, Vásquez y Montilla en la madrugada  atacan a Jajó, ciudad santa del conservatismo trujillano, cuyos defensores luchan fieramente, mientras Morales puede entrar a la plaza sitiada  cuando González Pacheco acomete en forma envolvente por Tuñame, combatiéndose hasta el medio día, con la victoria liberal asegurada, en esta primera vez que dicha atalaya conservadora es asediada.  Luego de ese triunfo valioso  González Pacheco va a Trujillo reincidiendo como Agente Ejecutivo Occidental, que ya lo era en la práctica,  y para ocupar una curul legislativa del Gran Estado Los Andes.
En 1899, mientras permanece en Caracas y según órdenes del presidente Ignacio Andrade, en ese mayo regresa a Trujillo con un ejército de 1600 hombres que gracias a su carisma o capacidad recluta en 48 horas, para oponerse a la invasión castrista, que desde la frontera occidental viene en marcha forzosa,  lo que le obliga  ir hasta  La Ceiba para buscar un parque enviado por Andrade y el que recibe en forma exigua, de donde disgustado pero con la palabra empeñada se dirige a Mérida apenas al mando de 250 soldados, y de allí sigue con alguna escaramuza a Tovar, donde bajo la conducción de 300 hombres el 6 de agosto de 1899 se enfrenta a los 500 bien pertrechados soldados castristas, y en reñido combate muere el segundo jefe revolucionario castrista, general José María Méndez, por lo que el propio Cipriano Castro al frente de 1500 hombres va contra González Pacheco, quien al abrir las cajas de municiones para cargar sus armas se encuentra con que han sido cambiadas por otros calibres, de donde casi ganando la batalla debe tocar a “honrosa  retirada”, “el militar altivo que no supo jamás capitular ni transar”. De estas resultas disuelve su ejército y con nueve oficiales de a caballo se retira hacia los páramos de Trujillo que le son de gran afecto y cobijo. Una vez en Santiago  la ciudad cuna del liberalismo trujillano y para responder a la afrenta militar ocurrida que provenía del mismo Ignacio Andrade, con algunas fuerzas montilleras que se le unen, al comando de 900 hombres mal equipados el 20 de septiembre del 99 ataca las fuerzas conservadoras en la capital trujillana  al mando de Fabricio Vásquez, las que vence en reñido combate luego de doce horas de verdadera lucha.
Vengada la afrenta militar  y recuperado el honor se retira de Trujillo  y el 3 de octubre  con 750 hombres ataca a José Manuel Baptista en Carvajal y a su familia militar, que agrupa más de 1500 hombres, combate feroz que dura tres días y sus noches, con 200 muertos y 400 heridos, retirándose luego González Pacheco para ir en busca de un parque militar que llegaría por tren a Sabana de Mendoza. Pero es en Isnotú, la cuna del beato  José Gregorio Hernández, donde González Pacheco trabará otro combate con los Araujos y Baptistas el 13 de octubre, en igual feroz batalla  “donde suceden escenas dignas  de las mejores páginas militares”, en cuatro días de permanentes refriegas. El final trágico dejará en el campo otros 300 muertos y 400 heridos, mientras González con poco parque y menos soldados que alcanzan 150 hombres se repliega hacia Pampán, Monay y rumbo al estado Lara, para seguir camino a Caracas, capital donde al reconocerle los méritos el general Cipriano Castro, lo designa Auditor de Guerra en Maracaibo, y luego se instala en Barquisimeto como Jefe Civil y Militar (3-1900), al lado de sus oficiales de confianza, para así  dominar la revolución anticastrista en marcha.  En este Estado Lara se desarrollará una segunda etapa muy importante de su vida, pues al sustituir en firme al viejo general Jacinto Lara en funciones de Presidente de Estado (4-1901), por cuestiones de competencia se crean conflictos regionales, porque espada en mano y con la serenidad ecuánime siempre debe imponer el orden necesario, frente a algunos resentidos insurrectos como a otros partidarios del general José Manuel “mocho” Hernández.  También le tocará perseguir al escurridizo general (nota: puede usted observar que sobran los generales en estas guerras intestinas) Rafael Montilla, ahora enemistado contra Castro, para luego seguir a Caracas y volver a su residencia en  Barquisimeto.
Al estallar la conocida Revolución Libertadora, que dirige a nivel nacional el banquero general Manuel Antonio Matos, el larense Amábile Solagnie con su tropa se levanta para acompañar a Matos, por lo que el trujillano entabla varios combates contra el insurrecto y su seguidor Colmenares, sobretodo en la línea del ferrocarril que va a Tucacas y en el propio Barquisimeto (1-6-1902), que defiende, mientras envía un ejército de 2.000 combatientes al mando del general Varela  para combatir a los alzados en la región de Coro. Bien pronto el importante bastión que es Barquisimeto entra en delicado conflicto al ser sitiado por 3.000 hombres al mando del viejo y corajudo Luciano Mendoza, en un encuentro feroz sostenido en quince cuadras y trincheras abiertas por González con apenas 400 soldados y en 13 días y 14 noches de tal hecho histórico, donde el pundonoroso y valiente andino demostró su valía militar, no permitiendo caer la plaza en manos enemigas sino luego de un honroso armisticio propuesto por los mismos revolucionarios, en que sale de la plaza  “a banderas desplegadas y tambor batiente”. De allí va a El Tocuyo, Humocaro Bajo y se une con las fuerzas de Leopoldo Baptista, pero al entrar a Barquisimeto se encuentra con que lo han abandonado los revolucionarios. Luego, al aproximarse un numeroso ejército proveniente de Coro al mando de Gregorio Segundo Riera y para evitar que el parque en custodia caiga en manos enemigas, burla al mismo falconiano Riera y emprende una famosa “retirada de Barquisimeto” que por la pericia militar y estrategia utilizada fue noticia internacional, maniobra hecha clásica en estos anales de combate, pues hace creer al enemigo que marcha hacia Trujillo y en verdad es que sostiene una escaramuza contra Rafael Montilla para luego contramarchar  entre dos fuegos por desfiladeros cubiertos de una lluvia de balas, mientras sigiloso pasa por Cabudare con sus 900 hombres y sin ser vistos, de puntillas, por las barbas del enemigo. Así conduciendo el parque bajo su custodia con suma cautela cruza por Yaritagua, Chivacoa, con pequeños encuentros bélicos hasta su total salvación, que lo hace en Nirgua donde entra sano y salvo el 17 de agosto, en horas de la tarde. De allí sigue a El Tinaco y Tinaquillo, sitio en que combate nuevamente, ya reunido con Leopoldo Baptista, continuando rumbo a El Naipe, lugar en que se opone al curtido Luciano Mendoza, cortándole toda intención invasora a los Valles de Aragua, hecho que fue decisivo en el destino derrotista de la Revolución Libertadora.
En la misma guerra fratricida sigue a Valencia, al duro batallar y decisivo en La Victoria (octubre y noviembre de 1902) y a Caracas, donde con el general Juan Vicente Gómez personalmente revisan posiciones militares defensivas de la ciudad, como el cuido de la vía a El Tuy y su ferrocarril. El 19 de octubre continúa hacia Caracas a Los Teques, y con apenas 200 hombres defiende la plaza  frente a un enemigo superior, donde quedan 100 heridos y cerca de 200 muertos. En el mismo empeño ataca a Los Canales y despeja tal posición  rumbo a Tejerías, fundamental en la guerra que defiende Castro. Luego en esta pelea de posiciones González por orden superior invade a Falcón y atraviesa Coro para continuar al estado Lara, en poder del enemigo. Así, como Jefe de Estado Mayor actúa en el cuerpo expedicionario de 3.000 hombres que hacia allí dirige  el doctor y general trujillano Leopoldo Baptista, venido ahora de Falcón  y que una vez reunidos ambos jefes marchan a Quíbor, donde logran atacar a los revolucionarios, y antes de seguir en campaña algunas de estas fuerzas castristas  continúan hacia el centro de la república  para reforzar el ejército gubernamental, mientras los generales González y Batista en combate cuerpo a cuerpo se enfrentan a los alzados revoltosos Rafael Montilla y Juan Pablo Peñaloza, desde luego que con numerosas bajas en el campo. Después dentro de un juego militar de posiciones González y Baptista andan en Caja de Agua (Barquisimeto),  siguen hacia El Tocuyo, aunque por falta de parque suficiente Baptista va a Maracaibo en su búsqueda, y luego de regresar Baptista ambos trujillanos van de El Tocuyo a Barquisimeto, pero avisados los revolucionarios de la estrategia doble abandonan el Estado Lara  partiendo por la vía férrea. De la capital larense mientras Batista con dos batallones regresa a Trujillo, González abre nueva campaña militar rumbo a Tucacas y la vía del ferrocarril, como Jefe del Ejército de Occidente, batiéndose en Yaritagua  (15-2-1903), y contra el paisano Montilla  que allí lo espera con 1.000 hombres y a quien ataca con seis batallones y un cuerpo de fogosa artillería. En tal encuentro hubo un total de 250 bajas, y contra pronósticos contrarios a González, sobre el resultado de esa lucha, huye el presunto ganador “con los estruendos de sus cañones” que lo acometen. El general Norberto Jiménez, hijo, sobre este recio combate escribe “Allí vi por primera vez a González Pacheco  en el fuego  y pude admirar su intrepidez, bajo el ala amenazadora de la metralla” (de izquierda, derecha y centro).
Pacificado el estado Yaracuy nuestro valioso militar vuelve al Barquisimeto que gobierna, oponiéndose con 700 hombres a los restos inútiles de Solagnie que pululan cerca del ferrocarril. Viaja con rapidez a Agua de Obispos, cerca de Carache, para dialogar con Leopoldo Baptista, y de regreso a Barquisimeto pasa su ejército por entre el fuego nutrido contrario, aunque fuera desmontado  por la bala certera  que derribó a su caballo. El 20 de mayo de 1903 extenuado de tanto quehacer se entrevista en Yaritagua con el Jefe Expedicionario Juan Vicente Gómez y el numeroso ejército que lo acompaña, y juntos ambos jefes siguen para atacar la plaza de Barquisimeto, que otra vez deja innumerables muertos y heridos, mientras Gómez luego sigue en persecución del enemigo hasta vencerlo definitivamente en Matapalo. Así termina  González Pacheco con sus deberes de soldado, con que también acaba esa lucha de armas y entra el pacificamiento de la región, volviendo luego a la vida civil para ejercer el gobierno del Estado Lara, o sea a la paz que con arduo tesón ha construido, y como buen magistrado, realiza numerosas obras culturales, asistenciales, viales y otras de carácter público. Mas en premio a su conducta el Gobierno Nacional lo nombra  Presidente del Estado Carabobo (2-6-1903), en cuya capital dura poco tiempo, pues el general Castro lo requiere nuevamente en ese estado Lara al que González siempre admira y ama, de donde regresa como Comandante de Armas del Estado Lara, y por las grandes simpatías que allí mantiene las fuerzas vivas le ofrecen un extraordinario recibimiento, a lo que se acompaña una manifestación insólita  en los anales de esa entidad, pues muchos miles de personas fueron a  recibirle en la estación de ferrocarril, cuya periferia no podía contener la multitud asistente. Así era el casi postrero tributo al trujillano caudillo de la valentía y del pueblo. Y como corolario, en el siguiente diciembre el primer magistrado  general Castro lo designa de nuevo Presidente del Estado Lara. Pero ya su salud andaba deteriorada y por ello en septiembre de 1905 viaja con su familia y en ferrocarril hasta Caracas, acompañado “con treinta fuertes por todo capital”, tal era su pulcritud administrativa y ya aquejado de la gravedad final, que le impide regresar a Barquisimeto porque la tuberculosis común mina entonces su delgada figura.
Finalmente Rafael González Pacheco muere el 17 de diciembre (como Bolívar) en Caracas, de 47 años (como Bolívar). Apagó su luz en la hacienda Tócome, aunque hubo decreto de duelo nacional y de los Estados, mientras el Presidente Gómez luego ordenó colocar sobre la tumba del ínclito militar un monumento conmemorativo, con su busto, en recuerdo del héroe y mientras él reconoce que González “lo sacrificó todo por su patria, por su nombre y por su gloria”.  Considerado el Sucre de nuestras guerras civiles, como político y militar  “probaba su gran valor, pues intrépido entraba en el fuego y daba aliento a sus compañeros”, por lo que “supo mantenerse en el digno nivel de la justicia”. Alto, delgado, pálido, de gran personalidad moral, hombre de soluciones inteligentes, como dije vivió y  muere en la pobreza, a la sombra de su bandera y rodeado de intelectuales, a quienes como militar culto y abogado gustaba oír para sacar conclusiones oportunas. En su tiempo era de otra visión política, siendo un verdadero hidalgo de la guerra  con la gentileza y el heroísmo  de un caballero medieval. Aunaba a la disciplina la caballerosidad, siendo un táctico, un estratega, de concepciones originales, vivo y astuto como su padre, sin que nunca le faltase la cinta amarilla liberal en el sombrero de fina jipijapa que utilizara. Vestía siempre de negro, usando levita larga y calzado de esmero, y bien se le recuerda en Barquisimeto con un busto y una plaza  en su honor, aunque debo decir que en el hogareño Trujillo no existe alguna estatua en  lo llamado Parque de los Ilustres, que ya es buena hora para colocarla, porque “es una gloria nacional”, como asienta Gonzalo Picón Febres.  Y para completar agrego que usaba barba castaña, con los ojos negros dormidos como en ensueño. Conciliador, demócrata, pulquérrimo en el manejo de los fondos públicos y de una fuerza moral avasalladora, ahora dirigiéndome a los trujillanos que esto leen recuerdo que existe una autopista o eje vial entre Trujillo y Valera que arranca desde la plaza Cruz Carrillo en adelante y que con toda razón superadas las rencillas antiguas debe llamarse con suficiente justicia y recuerdo  RAFAEL GONZÁLEZ PACHECO, porque los trujillanos tenemos en alto el aprecio de los nacidos en esa tierra de María Santísima, según se la conoce y porque ustedes como yo, leyendo estas líneas escritas sobre el personaje nacido en Santiago de Trujillo, bien, con el ejemplo de su dignidad pero muy bien se lo merece.  Honrar, honra.                  

lunes, 4 de febrero de 2013

EL NEFASTO CLAN DE LOS MONAGAS.



            Amigos invisibles. Cuando cualquiera entra a esculcar en los meandros de la Historia se tropieza con situaciones agradables que algunos transforman en cuentos de hadas, y en otras ocasiones, acaso las más variadas, nos hallamos con etapas esperpénticas salidas de imaginaciones calenturientas que a veces pueden provocar risa o en su defecto llanto, dadas las excentricidades y terrores que tales etapas conllevan, donde ni las ficciones más aterradoras pudieran enderezar los hechos circunscritos esta vez puestos en función de verdad, pero que por debajo de la manga o costura zurcida con intenciones dirigidas hacia un fin, demuestran lo irracional de sus posturas.
            Pues bien, sobre esa clasificación frontal a la que dirijo cierto análisis freudiano desprendido en cuanto a los hechos y personajes que saldrán oportunos en esta pantalla representativa de su tiempo, no es de extrañar que aparezcan situaciones difíciles de comprender en cuanto a la evolución de una familia formada con la punta de sus lanzas que desde los albores de la Independencia se enrolaron en la lucha carnicera entonces llevaba a cabo, pues en principio no había otra cosa a qué dedicarse porque los campos nutricios de que al tiempo se vivía por causa de los conflictos permanentes fueron arrasados de ambos bandos en disputa y como sucede en toda guerra, para beneficio de quienes participaban en ella dejaron siempre como un principio consagrado a eso que denominan pillaje o vulgar saqueo, variedad delictiva que podía enriquecer a algunos, aunque otros sí combatieran por aquello que llaman una bandera con convicción idealista y toda la parafernalia seguida, fuesen monárquicos seculares o patriotas republicanos, aunque muchos cambiaron del campo de batalla según las circunstancias y el manoseo o avance del conflicto. Dentro de estas causas mencionadas al recuerdo y con la mentalidad llanera tan característica, zorruna, astuta, acomodaticia, cuyo fin último es el de los intereses personales, en ese vasto mundo del llano oriental de Venezuela, que algo difiere con los llaneros occidentales, aparece de pronto la figura de un cualquiera llamado José Tadeo Monagas, despierto, valeroso y que cuando sus afines sean personas de valía alejados de los detalles intracendentes y con ánimos de seguir adelante, este caballero de sangre criolla mezclada  liderará a cierto grupo que iba a dejar una huella o roncha no muy brillante en la trascendental Historia de Venezuela.
El inicio de esta refistolera familia Monagas que se cría al vaivén del tiempo y la soledad llaneras haciendo proezas vitales de subsistencia en esa grandes extensiones de sabanas difíciles de dominar salvo con la llamada “ley de la selva”, que equivale a la del más fuerte y sin contemplación alguna para resolver las pendencias, por los meandros de un caño ubicado cerca de  Maturín y a la sombra oportuna de cualquier árbol frondoso nace, pues, José Tadeo (en verdad Judas Tadeo), al más avispado de los tres jefes montoneros, y junto con el  fraterno José Gregorio constituirán la dupla para sobrevivir de cualquier forma, mientras se extasían viendo crecer a la familia que en aquel llano adentro y por la pobreza de algunos existente desde que calzan lanzas o palos con estacas hicieron una labor simple de cuatreros, asaltadores de viandantes que vuelan al más allá, y todas las picardías necesarias para la sobrevivencia en aquellos lugares donde la verdadera ley  prácticamente no existía. Como bandoleros a lo Sierra Morena acordes con este axioma definitorio crecen José Tadeo y los suyos, hasta cuando la revolución o la guerra en causa  que para aquellas mentes analfabetas no se entendía del todo,  fue tomando calor al frente de su banda de malhechores, y para lavar culpas terribles que impliquen impunidad, quien había sido peón de haciendas y hasta administrador (caporal) de propiedades junto a esa caterva pendenciera de criminales, para señalarlos en algo, de lleno entraron en la guerra colocados en ese tumultuoso bando patriota, donde iban a continuar en sus pilatunas perversas. Allí en el trasegar  de las campañas y por la experiencia que da la vida José Tadeo y quienes lo rodean irán aprendiendo “au jour le jour” entre el vivac de la postura diaria, mientras recorre el tiempo y este llanero se hace más importante. Así inicia la carrera militar con el fragor de la lucha a las órdenes patriotas del hispano Manuel Villapol, y como hábil jinete y magnífico lancero en estos avatares marcianos es herido varias veces por lanzazos y disparos, como en La Puerta y Aragua de Barcelona, ascendiendo a general de división en 1821, y pronto se le inunda la cabeza de aspiraciones políticas por lo que junto con personajes siniestros conspira contra el Presidente José María Vargas en la Revolución de las Reformas, en 1835, que lo llevarán en 1854 a ser General en Jefe. Sin embargo en el transcurrir de su larga actuación fue una figura contradictoria, entre el rechazo y apoyo a la Gran Colombia y el nacimiento del sedicioso Estado de Oriente, efímero, separatista, que cristaliza apenas con Santiago Mariño en 1831, siendo Monagas el Segundo Jefe de este sueño perdido. Luego en las volteretas políticas que efectúa aliado con Páez y Soublette, como algo impuesto triunfa en las elecciones presidenciales de 1847, de donde salta a la Presidencia de la República. Sin embargo a poco se distancia del general Páez, lo que desemboca en una inestabilidad política que tendría un grave desenlace para Monagas.
En efecto, el 19 de enero de 1848 varios congresistas seguidores del caudillo Páez deciden cambiar el Congreso de la República alejando su sede de Caracas, para así enjuiciar al propio Presidente Monagas,  por lo que José Tadeo en prevención de lo que espera con rapidez y nocturnidad mueve una muchedumbre adepta y la establece frente al Congreso, que piensa de todas sesionar en Puerto Cabello. La situación va poniéndose tensa, color de hormiga, mientras el insomne José Tadeo vela nervioso por los acontecimientos que ya están a vuelta de la esquina. Así las cosas el 24 de enero, frente a una guardia amodorrada por el cansancio y la falta de sueño, a las 3 de la tarde en traje de etiqueta ante el Congreso se presenta el monaguense Ministro del Interior, Tomás José Sanabria, e ingresa al recinto, mientras entre el populacho establecido ante el edificio legislativo se corre la voz falsa que los godos (paecistas) han asesinado al portavoz Sanabria, lo que de inmediato mueve a la enfurecida plebe con ansias de ingresar a este recinto, que incita a la guardia de custodia a efectuar disparos en su defensa, mientras con bayoneta y de gravedad se hiere al director del grupo centinela, coronel Guillermo Smith, cayendo en la refriega iniciada tres miembros del pueblo allí aposentado y entretanto se pelea con toda suerte de armas mortales. Así, al tiempo que se amenaza de muerte con puñal al mensajero Sanabria, ante el pavor desatado los representantes allí reunidos se lanzan por escaleras y balcones para salvar la vida, y el obeso pensador Juan Vicente González salta una pared como si fuera gamo, al hacendista Santos Michelena lo atraviesan con otra bayoneta, de lo que pronto muere, y los representantes  Salas, Argote y García también son sacrificados en la reyerta. Pero al aparecer bajo fuerte escolta y montado a caballo el presidente Monagas, este populacho se contiene cediendo las iras del tumulto desatado, mas ante el deseo  presidencial de asumir entonces la dictadura, bajo el consejo prudente de Diego Bautista Urbaneja baja la presión suscitada convocándose a una asamblea espuria del asaltado Congreso, donde temerosos del mal algunos miembros deciden asistir. Este hecho sangriento, el más vil del monagato en causa, sería continuado mediante frías relaciones mantenidas con la Iglesia católica, que llevan a enemistar al prelado Fernández Peña con el gobierno, a tal punto que en acalorada discusión suscitada con el ministro Antonio Leocadio Guzmán, de la furia que le envuelve el prelado arzobispo sufre un violento ataque cerebral, que lo lleva al sepulcro.
Bien pronto el general Páez se alza contra Monagas  pero la suerte le es adversa al centauro José Antonio, que por ello se exilia del país, mientras jubiloso entra a Caracas José Tadeo, acompañado de su grupo y del alter ego José Gregorio Monagas, que para entonces ejercía “mientras tanto” la Presidencia de la república. Recuperada una segunda presidencia republicana, el caudillo de marras se alía con grupos autocráticos, para seguir mandando de forma dictatorial mientras escoge como Presidente del Senado al manipulable arzobispo Guevara y Lira.  Fueron tiempos entonces de conflictos producidos por Monagas cuando se malpone con Holanda porque este reino somete a posesión propia la isla guanera de Aves, venezolana situada al sur de Puerto Rico, de donde buques neerlandeses  bloquean a La Guaira presionando con intenciones aviesas, al tiempo que Tadeo alcanza diez años de gobierno tiránico y por ello guardando las espaldas elige Vicepresidente del país a su hijo político Francisco Oriach, aunque siguen los pleitos diplomáticos con Francia y Gran Bretaña, que ocasionan otros bloqueos de puertos venezolanos, hasta que Monagas se va del país muy rico pero considerado traidor a la patria y siendo degradado, como también se le priva de todas las condecoraciones, alejándose por tanto de su añorado refugio o hato El Roble, y de la casona caraqueña familiar de San Pablo, que fue por mucho tiempo centro de conspiraciones y madeja de problemas políticos, como el caso en que allí indulta al peligroso enemigo Antonio Leocadio Guzmán, condenado a muerte y a quien dos años después lo hace Vicepresidente de la república. Lidia todavía con la suerte, pero ante la insurgencia del inepto y sortario Julián Castro se exilia por seis años, a través de la Legación de Francia en Caracas que lo acoge, para regresar ya de 84 años este anciano tozudo que reúne diversas mesnadas de variopinto origen y al frente de la Revolución Azul, para rendir a Caracas en medio de tantos incrédulos, y convocar a nuevas elecciones presidenciales, mientras la longeva Parca le pisa los talones y luego en otro desacierto decide entregar la presidencia que ostenta a su menguado hijo José Ruperto. Pero con la edad provecta José Tadeo enferma de cuidado, al extremo que 18 galenos le atendieron en su última gravedad, que le arrebata la vida con distintos desarreglos para rematarlo con una bronquitis aguda. El cadáver fue velado en casa de su sobrino y ministro de guerra Domingo Monagas. Al morir Tadeo era el segundo hombre más rico de Venezuela, donde manejara el peculado en gran escala por más de once años, como también el nepotismo y el gobierno tribal, de esta “partida de ladrones”, según lo señalara el gobierno americano. Ese clan de sinverguenzas monagueros estuvo constituido principalmente por siete socios, agregándose entre ellos al cuñadísimo  Francisco Oriach y el sobrino Lino Marrero, su hijo el doctor José Tadeo, Pío Ceballos y el medio hermano José Gerardo, incluyendo a Tadeo y Gregorio, José Ruperto (con quien se extingue el clan por querer mantenerse en la cabeza del poder por seis años más), Domingo y Gregorio, hijos de José Gregorio, amén de otros rufianes consentidos  que promovieron nueve insurrecciones a favor. A su muerte el país queda en completa anarquía regionalista donde privan los saqueos y atentados a montón.
El clan fue además inmoral, peculador, mediocre, demagógico, tracalero y engañoso (dirá Tadeo “La constitución sirve para todo”), terrorista, tribal, tiránico, perseguidor, alevoso, asesino (como las cabezas de los hermanos Belisario), inmoral, incapaz, creador de empréstitos forzosos, que aplicó en múltiples veces la llamada “ley de fugas”, y como buen llanero fue intrigante, maniobrero y experto en el arte de la comedia humana. En fin, estos Monagas pasan a la pequeña historia como despóticos, oligarcas y tenebrosos dueños de vidas y haciendas.
En cuanto a José Gregorio Monagas, que fue el menos malo de ellos, era blanco, quemado por el sol, generoso y convive lejos de toda educación siendo campechano y hasta campuruzo. El menos tiránico del clan, su ley era la fuerza del machete y de la lanza, aunque vivió siempre amparado por el ala protectora de su hermano José Tadeo. Sencillo, aldeano, mujeriego, campesino y rudo militar que comía con las manos chupándose los dedos, formado en el vivac al que aprecia la tropa y quien en el fondo despreció a la política, donde fue arrojado por el interés de su propio hermano. Es el otro yo e inseparable de José Tadeo, a pesar de pequeñas divergencias políticas que tuvieron, y el segundo en casos de poder, el suplente necesario, pero de gran fiereza, por lo que adquiere el cognomento de “Primera lanza de Oriente”.  Nació en el caserón del hato El Roble, cerca de Aragua de Barcelona, el año 1795, para elevarse entre el trabajo ganadero de la estancia y el calor de los nueve hermanos del matrimonio Monagas Burgos, formándose allí buen jinete en tiempos del bandolerismo que practica para terminar agregado a la sanguinaria guerra de Independencia que se lleva a cabo, y ya de oficial de caballería combate a favor y en contra en acciones recordadas de Guayana, La Puerta, Aragua de Barcelona, Los Magueyes, Urica, Maturín, Maracay, Semen, Ortiz y otras escaramuzas, que le dieron nombre militar y de ellas en muchas anduvo con su hermano mayor, José Tadeo, que era un protector y ángel de la guarda en sus ejecutorias. Comandante General de Barcelona, en 1822, a pesar de ser hermano de quien le nombra al puesto, de nada vale este impedimento dinástico o nepótico, y como General viaja al Perú incaico con un refuerzo militar que no triunfa en Ayacucho porque ya está dada la batalla, y apenas por estos ya escasos fines guerreros aparece en el sitio de El Callao, bajo las órdenes del general Bartolomé Salom. Con ese aval poco valioso regresa a la querencia familiar de Barcelona. Allí el fraterno José Tadeo, como “padrino” con el poder que ostenta lo hace General de División y a quien pronto mediante el apremio ejercido designa Presidente de la República, en febrero de 1851, con lo que Caracas se invade de orientales, de la estrecha confianza monaguera, ellos en busca de nombre oportuno y de algún buen dinero por detrás, mientras Gregorio debe enfrentar revueltas de facciones conservadoras, en que se fusila y asesina en las cárceles, distanciándose algo del protector, aunque sin romper la unidad familiar. Mientras prepara con cuidado y debates el famoso decreto de la abolición esclava a favor de la negritud, fechado el 24 de marzo de 1854, que en realidad fue un negocio más de muchos comerciantes y que poco ayudó en la verdadera liberación de los oprimidos, abarcando a algo menos del dos por ciento de la población nacional, entre esclavos y manumisos. Gregorio apoya además la Unión Grancolombiana, en tiempos que ya no privaba tal deseo, y se aleja de Tadeo cuando a este lo  secundan los conservadores  para aspirar a la Presidencia, que también desea Gregorio y sus compinches “gregorianos”, aunque con el amparo de los liberales, de donde al final quien obtiene el pendón en esta lid es desde luego que José Tadeo.  Mientras gobierna Gregorio apoyado ya a las trancas anda en auge el agio, el cuatrerismo, el contrabando exportador de cueros, la venta de los sueldos, y se especula con las tierras baldías, cuyo once por ciento diferencial  para  entonces fue a parar en sucias manos monagueras. Finalizado su período presidencial entrega el poder a Tadeo, que aprovecha para “despedir de las prebendas” a algunos gregoristas, aunque nombre al hermano cesante y para tranquilizarlo Jefe de las Fuerzas Armadas, hasta que el “boss” fue derrocado en 1858. Así regresa Gregorio a Barcelona, pero las autoridades recelosas lo hacen preso para enviarlo a la húmeda ergástula de Puerto Cabello, donde enferma, y luego al lúgubre penal de San Carlos, en la barra de Maracaibo, muriendo allí como olvidado en julio de 1858. Tuvo nueve hijos de matrimonio, uno de los cuales, Domingo fue educado en la academia militar americana y muy conocida de West Point
Y para recordar a José Ruperto, el menos importante de la troika, era avinagrado, áspero, lacónico, entregado a los hatos del despotismo tiránico, usaba bigote caído y barba en perilla descuidada. Hijo de papá, inepto, ignorante cuanto incapaz descendiente  del monarca José Tadeo. Y como la ignorancia es agresiva creyéndose omnipotente  es decir todopoderoso por la elección a dedo, repasa algunos cargos públicos como diputado por Maturín, Comandante  de Barcelona, donde por desconfiar en su persona termina preso, el burocrático cargo de Jefe del Estado Mayor, y quien en medio de este desbarajuste por salvarlo la suerte de la Revolución Azul, a ese híbrido sin sujeción  el octogenario padre para salvar la asonada, su país y la dinastía por no encontrar otro a escoger en última instancia le deja el coroto o fardo pesado del poder porque viendo que el barco se hunde del reñido clan de familia no hay interesado alguno en suplantar la tentativa de intención sucesoria, por lo que sonándole la flauta mágica el menguado Ruperto ejercerá funciones presidenciales por pocos meses en medio de la anarquía nacional en vigor y hasta del separatismo regional grave que se presenta con la proclamada “República del Zulia”, que durará más de un mes en estas funciones trágicas.  Y porque no le ratifican el nombramiento vacuo el tristemente recordado Ruperto en la venganza vil disuelve el Congreso,  en medio de una gran crisis fiscal que no permite pagar sueldos, mientras se convierte en un tiranuelo más, las fincas son de nuevo saqueadas y las doncellas entre alaridos pierden su virginidad, en medio de un gobierno guerrero, caótico y lleno de desastres. Pero muy pronto y a fin de zanjar diferencias el pretendiente caraqueño Antonio Guzmán Blanco invade el país, en febrero de 1870, y en el próximo abril ya es asaltada Caracas por 8.000 bárbaros guzmancistas insensibilizados por el aguardiente, mientras el “imbécil” Ruperto lleno de miedo por lo que le espera se refugia en el palacio arzobispal, firma la rendición de su efímero gobierno  y se va al tacho de la basura con los restos podridos de aquella dinastía por demás corrupta y miserable, que entra en decadencia y poco tiempo después habrá de desaparecer. Su esposa, ex Primera Dama de la República y ya en Barcelona, para poder subsistir habrá de ejercer trabajos manuales de muy baja condición. Imagínelo usted. Así son las cosas, diría el periodista caraqueño Oscar Yánez.
No quiero sacar conclusiones de este tiempo nefasto republicano cuando mandaron en el poder los llaneros, pero su argucia, como avisado lector, podrá hilar fino para atar cabos calientes, porque mucho de este período que trazo a mi manera es como una copia fiel de lo que en los últimos años ha ocurrido en Venezuela, claro, guardando las distancias y el reparto escénico. Vale la pena una segunda lectura de este artículo para entender cómo es que se bate el cobre, según el oportuno refrán castellano. Y hasta pronto.