Amigos invisibles. En verdad que, si a ver vamos, son muchos los empeñados que de una y otra forma han ejercido los poderes dictatoriales en nuestro subcontinente, como producto de una manera de ser machista heredada de viejos ancestros, lo que siempre se refleja en la conducta personal interna y social del individuo latinoamericano. Esta posición anómala es innegable y para estar más cerca de los ejemplos la hemos vivido no solo desde el tiempo colonial esclavista de patronos e iglesias en pugna, sino a través de personeros destacados de nuestra nacionalidad, valga la referencia, como lo fue el propio Simón Bolívar, quien por encima de sus modales refinados a veces entraba en grandes rabietas que han hecho historia conocida, y porque a lo largo de su gestión política dentro del mundo que libera a medias, se dio el lujo de nada menos que cinco veces declararse dictador con todos los hierros, y como se dice, sin conmover sus ánimos, cosa que no lo hubiera podido hacer hoy por los frenos que existen pero que aún se alargan por ciertas circunstancias acaso de debilidad oportuna.
Esta fauna que existe tan variada, llámense caudillos, líderes cleptómanos, jefes en campaña, conductores, salvadores de la patria, mesias y cuantos epítetos puedan dárseles, infestaron la tranquilidad de nuestros países y aún la intoxican bajo juegos de palabras vacías, de esperanzas inalcanzables y otros trucos que con la bendita democracia amañada que ahora se utiliza para engañar a los menesterosos, que son la mayoría de votantes, con la suavidad de la vaselina se va introduciendo en el cuerpo social para terminar todo en algo así como una tiranía disfrazada, con acólitos haciendo el juego de payasos que reciben a cambio limosnas o buenos usufructos gubernamentales. Como patrón de estas malandanzas actuales, valga recordar que está de moda entre usurpadores que llegan al solio presidencial por carambola, el servirse del comodín de la reelección necesaria al cambiar este texto explícito de la constitución con el fin de perpetuarse en el poder, práctica ilegal que intentan utilizar a las anchas algunos descastados cuanto mafiosos jefes de estado y sus acólitos en tal cargo y en otras latitudes de la geografía regional, pero como ya se conoce por demás las trampas de este juego procaz, las fuerzas vivas cuanto despiertas del entorno con antídotos constitucionales impiden el vulgar ejercicio de la tiranía a estos desagradecidos sinvergüenzas.
Después del período de la Independencia comienzan a aparecer esos señores todopoderosos, que no mediaron en ocultar sus apetencias totalitarias en juego de represiones y torturas, como las hubo en el Sur del continente y el caso específico del paraguayo doctor Francia, mientras algunos enfermos y mediocres en distintos países se quedaron esperando que la suerte fatal los defendiera, sin poder alcanzar la rueda de la fortuna. Valga el ejemplo casero de Venezuela con personajes rocambolescos como Páez, que sí mandó tras bambalinas por unas cuatro décadas, la década de los llaneros hermanos Monagas, el folclórico llanero Joaquín Crespo, el exótico señorito general Guzmán Blanco, de larga duración en el mando, y para cerrar con broche de oro, valga la metáfora corriente, aparece una figura caudillesca, guapetón y extravagante que se pelea y guerrea con todo el mundo, que a nadie quiere pagar y que en un vacilón permanente manda como le da la gana, llamado por cierto Cipriano Castro, que es quien mediante espectáculos circenses pone llave al candado del siglo XIX en Venezuela. Mientras tanto en la vecina república colombiana los caudillos conservadores hacen de las suyas en un interminable juego desde la muerte de Bolívar y el poder que ejerce el hombre de las leyes Santander, para terminar a sangre y fuego, o entre discursos muy bien comedidos, en una guerra fratricida de los mil días, que deja miles de muertos, al lado de la sombra castrista que se eleva en Venezuela.
Dentro de la política del Buen Vecino que auspicia el Departamento de Estado para con la América Latina y siempre manteniendo la doctrina de Monroe, luego de la Primera Guerra Mundial vemos aparecer otras dictaduras en el semillero de este subcontinente, más tirantes hacia un autoritarismo militar que defienda los intereses gringos al sur del río Grande, que se dice llamar también el patio trasero. En este sentido si bien Puerto Rico tiene un sistema de protección muy ligado al gobierno americano y por ello no convergen en él gobiernos dictadores como los que señalamos, en cambio sí los hay en el variado ejercicio político que se lleva en Cuba, con figuras autócratas como Gerardo Machado y el sargento Fulgencio Batista, quien ejerce un poder suficiente y bajo el amparo de los Estados Unidos hasta que se va del país el 1º de enero de 1959, decepcionado por la batalla de Santa Clara, mientras se instaura un régimen dictatorial comunista al estilo soviético, por más de 50 años.
Volviendo a Venezuela, en el recuento del siglo XX un dictador rural salido de contiendas guerreras toma el poder en 1908 y se baja del mismo en 1935, cuando muere en su cama. Astuto, sereno, con visión de futuro en un país atrasado que para él es una gran hacienda particular, se rodea de grandes figuras al tanto que florece el petróleo y algunas cárceles se colman de enemigos, aunque deja un país consolidado. Años después aparece otro dictador, Marcos Pérez Jiménez (su compadre el coronel Delgado Chalbaud fue asesinado), militar de escuela que si bien durante diez años sostiene el poder con fuerza, al tiempo es un profesional serio que proyecta y construye un estado de futuro, mediante obras de importancia realizadas que fueron la base para el desarrollo posterior de la patria, la que de esta forma pudo entrar luego en cuarenta años de democracia y prosperidad. En los tiempos actuales otro tipo de gobierno militar y populista se mantiene en el poder, con casi doce años de mandato que ellos llaman socialista, al estilo de Cuba. En cuanto al caudillismo atemperado de Colombia con eje de políticos de lustre salidos de Popayán, Antioquia y los Santanderes, la democracia progresó de tiempo atrás, salvo el caso del general Gustavo Rojas Pinilla, militar de avance que quiso eternizarse en el poder, cuestión que le impidieran y con razón legal el “stablishment” que siempre ha gobernado en la patria de Santander.
Perón, de raigambre fascista es hombre de micrófono, de atildada presencia y junto con el ángel benéfico de su mujer, Eva Duarte o “Evita”, logra cambiar la faz de la política argentina y del país, en sus dos gobiernos tormentosos, para insuflar presencia de la gente de abajo y de los sindicaos, mientras la próspera economía enmarcada con leyes y tributos se viene abajo, al extremo que con sus sucesores, como Menem y los Kirchner, no han podido hacer de nuevo un gran país. Al otro lado de la cordillera pacífica aparece la figura golpista del general Augusto Pinochet, prusiano, sereno y zorro de vieja cepa, frío, calculador, que acaba con la pretensión comunista de adueñarse de Chile mientras se descerraja un tiro el Presidente Allende en la casa presidencial de La Moneda. Con sus represiones y muertes de enemigos, sin embargo sacó de abajo a aquel país austral, lleno de deudas y pobreza, preparando el ambiente con el duro camino que sembró, para el resurgir de un país laborioso, ahora de nuevo en vida democrática.
Resta por señalar en este trabajo, como dije, la aparición de esos regímenes militares de carácter dictatorial perseguidores de ideas extremas en América Latina, que en Brasil (de 1964 a 1985, con Castelo Branco, Costa e Silva, Geisel, etc.), Uruguay (entre 1973 y 1985, con una represión bárbara, para perseguir principalmente a los tupamaros) y Argentina (de 1955 a 1983, que ya he señalado), los que permanecieron cazando enemigos por décadas de odio, como también fue el caso específico del oprobioso y eterno general Alfredo Strossner, Yo Supremo, en Paraguay, internacional de las espadas que en definitiva mantuvieron a raya esas pretensiones extremas, en medio de una represión atroz, muchos de cuyos capitostes a buen resguardo viven tras las rejas para pagar sus deudas con la sociedad. He aquí, a grandes pasos, un capítulo trágico o de humor negro en América Latina.