domingo, 24 de marzo de 2013

¡FUEGO!, PARA 420 MUERTOS.



           Amigos invisibles. Este título que  encabeza el blog estremece hasta los tuétanos, porque semeja arrancado de una película terrorífica y sin embargo no lo es, como pareciera serlo, pues  es viva presencia de un episodio horrible acaecido en la Venezuela del siglo XX, por allá en el fondo selvático del territorio Amazonas mediando el Río Negro y cuando la vida no valiera nada, ya que pendía de sutiles interpretaciones existenciales en que la ley existente para dicho lugar era la traición, el mando salvaje e indiscutido y el deseo ferviente e irrefrenable de muchos hacerse ricos con la mayor prontitud y a como diere lugar.
            Remontándonos a los orígenes genéticos de los habitantes venezolanos de aquel entonces bueno es decir que parten de troncales indígenas la mayoría luchadores entre sí y hasta caníbales, que unidos por las mezclas raciales con los españoles, para aparecer el mestizo, o con sangre africana para procrear mulatos, mediante esta ensalada ancestral unida en diferentes formas sanguíneas y mentales a fin de producir algunas diez amalgamas representativas de sufrimientos y razzias personales que terminaban en la muerte, con este potpourri de circunstancias imprevistas nada tenía de raro que acontecieran episodios verdaderamente tristes para la entonces allá alejada primitiva sociedad venezolana. Pero como todo tiene su principio y su fin, es necesario aclarar que durante la segunda mitad del siglo XIX en la extensa región de la Guayana venezolana surgieron minas de oro catalogadas entre las mejores del mundo (El Callao), y diamantes (río Caroní), riqueza que aunada a la producción de cueros de res (corambre) para la exportación a Europa, pieles de lujo, de finas plumas de garza para vestir a las mujeres del “can can” en París como igualmente en otras capitales de placer,  la explotación de la sarrapia tan valiosa para producir los mejores perfumes, maderas preciosas, el balatá, y a la creciente producción del “purguo” o bolas de caucho naturales a fin de suplir la creciente industria europea, todo ello hizo aparecer una sociedad violenta a lo largo del amazónico y extenso río Orinoco, que dio lugar a novelas, leyendas, cuentos, medias verdades, sustos, envidias, resquemores y a un bandolerismo sin igual al estilo de Bucht Cassidy, que ni el mismo gobierno central venezolano podía destruir ni menos aplacar. De allí, de ese mundo inhóspito y mucho más peligroso que el Oeste norteamericano, se desprende, pues, lo que voy a explicar hacia regusto y deleite de algunos o a objeto del castigo mental de tantos otros.
            Para nuestro apasionante comentario todo comienza a ocurrir al inicio de la segunda década del siglo XIX, cuando ya establecido en el máximo poder caraqueño el presidente general Juan Vicente Gómez procede a designar autoridades regionales afines a su causa y por ello  en 1911 envía a ese olvidado pero rico territorio selvático al ventrudo “coronel” tachirense Roberto Pulido Briceño, quien para posesionarse de su cargo en tal ostracista pero lucrativo lugar, de Caracas debe emprender el viaje por barco a la isla de Trinidad y remontando el caudaloso Orinoco durante largos días y penurias a montón, sigue camino a San Fernando de Atabapo, pueblo capital de entonces recostado casi en la frontera con Brasil, pero como el hombre era mujeriego y se las daba de bravucón, por la lejanía del hogar mantenido en Caracas decide llevarlo consigo hasta ese peligroso apartadero, y para colmo de males cargó también con la bella y distinguida esposa, Mercedes Baldó de Pulido, blanca, de ojos picarones, llena de carnes atractivas como de boca y nariz envidiables, lo que desde un inicio llevó por la calle de la amargura a tantos hombres eróticos que habitaban aquella escondida comunidad. Es en este escenario tan sensible donde habrá de desarrollarse uno de los más trágicos asesinatos globales y consecutivos en la historia venezolana, de hombres, mujeres y niños,  cuya planificación y desenlace fue dispuesto con la mayor frialdad por el llamado coronel Tomás Funes.  Alto, huesudo, delgado, zambo, de ojos zahoríes con mirada penetrante, bigotes finos cuidados, negra su piel lisa y tostada, manos como garras de tigre, el cabello hecho sortijas y corto, la nariz puntiaguda, de buen vestir y mejores tratos, eso sí, de pocas palabras y decisiones rápidas. Nacido en Cúpira de Barlovento, tierra africana cacaotera, su infancia fue difícil en medio de una negritud desbordante, siendo hijo ilegítimo del caudillo oriental Manuel Guevara y la madre resultó ser una lugareña aindiada que le diera su apellido. De joven viaja a Caracas, pelea en las revoluciones legalista y libertadora, y ya en conocimiento de las armas con el empresario de caucho Julio Díez resuelve trasladarse a ese El Dorado que es Guayana, polo atractivo de la entonces juventud aventurera.
En Ciudad Bolívar donde se establece forma un grupo juvenil dispuesto a todo, y con el rigor de aquel tiempo jugándose la vida pronto este conjunto decide incursionar hacia el Alto Orinoco, extenso sitio poco visitado para su penetración aguas arriba pero donde corría dinero suficiente. Andamos  caminando en el año 1913, consolidado ya el poder del presidente general Gómez, y como era su costumbre en la designación de tachirenses gobernaba dicho territorio el violento coronel Pulido, a su  creyente saber y entendimiento. Para comenzar y con licencia de escrúpulos el tal Pulido decreta 14 impuestos propios para el cobro compulsivo, como igualmente maneja el monopolio del transporte fluvial,  lo que en el fondo disgusta a la población servil  principalmente aindiada y mestiza, mientras los deudores esperan arreglar tales excesos con el “general”, a quien de veras le temen. Esta situación dolorosa de los bolsillos en que todos murmuran, es aprovechada por el taimado Funes y los suyos, quienes resuelven acabar con aquel paraíso de Pulido y sus secuaces, de donde con un plan premeditado el  8 de mayo de 1913 y cuando el gobernador regresa a la capital San Fernando de Atabapo, 300 bestias asesinas al mando del tirano Funes en un santiamén detienen por sorpresa a Pulido para atravesarle el cuerpo con cinco tiros certeros, mientras Balbino Ruiz de un tajo por la nuca le cercena la cabeza, y con rapidez, mediante cuenta preparada desde esa misma noche al estilo de la San Bartolomé hugonote se inicia la matanza de 122 personas  asesinadas impunemente entre los habitantes del poblado y arrebatándoles de seguidas todas sus propiedades.  Como mayor oprobio vengativo esta imborrable noche fue sacrificada cruelmente la linda y atractiva Mercedes Baldó de Pulido, mientras sin escrúpulos de inmediato era ultrajada por el sátiro “coronel” Manuel González, segundo jefe de aquellos animales  forajidos, quien a continuación y a objeto de proseguir en la orgía de los actos carnales in crescendo  “se la echó a la tropa para que 15 bandidos siguieran violándola” a regusto de las ambiciones morbosas. Llevada luego a Maipures esta desgraciada y donde estaban secuestrados sus hijos, menores de diez años, todos fueron asesinados de manera salvaje. De esta manera tremebunda el moreno barloventeño Funes se inicia en una ola de crímenes que comete o manda a realizar, en un período de ocho largos años que fueron de perturbación y miedo para todos los habitantes de aquel peligroso enclave venezolano, mientras reunía riquezas a montón e iba aniquilando a más de cuatrocientas personas que no pudieron salvar la vida, en esa larga noche de asesinatos en que gana con creces los recuerdos siempre presentes del tarado asturiano Lope de Aguirre.
Pero sucedió que como el general Gómez no pensaba acabar con el despotismo desatado en Amazonas, teniéndolo apenas lejano y sin mayor peligro contra él,  sí hubo un  guerrillero que para hacerle pasar malos ratos porque nunca lo podía destruir, intentó con su gente penetrar en aquel laberinto exótico y tremendista, para así recordarle al Presidente que él existía y que ingresaba al país  a su guisa, como lo hizo siete veces y durante veintiún años, con este ánimo de combate querido pero irrealizable. Así me refiero al pequeño, delgado, mestizo, con arrestos de independiente, llanero vallepascuense y además valiente a quien por sus dotes carismáticas siempre le seguía una guerrilla combativa, o viceversa. Por cierto que Arévalo pudo conocer a este sanguinario en tiempos de mocedad cuando vivió en San José de Río Chico, como escribe, y por saber quién era lo mantenía en consecuencia frente a la mira mortal de un destino que todo bandolero debe tener. Lo que pudo llevar a cabo dieciséis años después, cuando pensaba destruir dos pájaros de un tiro, en el sentido  de debilitar a la dictadura gomecista, por un  lado, y por el otro llegarse hasta la propia guarida del batallador Funes, para imponerle un castigo ejemplar, que entre paréntesis esgrimía frente a los suyos como “la obsesión de mi vida”.  Con este pensamiento que lo arrebata en la resolución ejemplar adoptada sale de Puerto Rico, donde parlamenta entre jefes guerrilleros antigomecistas, y con la facilidad del conocedor de aquellos contornos de la sabana extensa mas quinientos escasos dólares que apenas le acompañan, logra reunir y convencer a un grupo  de guerrilleros antigomecistas, para acompañarlo en esa travesía peligrosa que entonces se desprende  de la frontera colombiana  en las playas extensas del río Arauca para luego penetrar en Venezuela en un recorrido intenso y muy difícil, lleno de peligros, que en 35 días de viaje por agua y tierra lo enfrentará al terrible tigre de Funes, enfurecido por cierto, cuyo duro final pero feliz haría noticia no solo en Venezuela sino en Europa y los Estados Unidos.
En ese noviembre de 1920 doscientos guerrilleros antigomecistas le acompañaron en la hazaña, donde una vez aprobada la acción de combate para jugarse la vida caminante, en que a marchas difíciles y a través del Orinoco con el mayor sigilo fueron acercándose  hasta el profundo, turbio y tranquilo a veces río Orinoco, casi cerca de sus nacientes, epopeya desigual que había partido en caravana desde Casanare para atravesar el Meta y seguir adelante, el último día de 1920, con el ánimo cerrado y colectivo de pedir cuentas al temible y sanguinario tirano, viajando así sobre parajes desconocidos, rodeados de una selva húmeda y tupida, como encima de embarcaciones viejas y a punto de zozobrar, escaso de provisiones y con armas restringidas por su ausencia, siempre bajo el ánimo de reclamar justicia, mientras atraviesan de manera nocturna el ancho río Meta que los espera con vientos encontrados, odisea parcial en que permanecen con ajetreos durante siete días calurosos. Luego, una vez adentrados en el caudal del Orinoco aumentó el concepto de riesgo por las crecidas estrepitosas del mismo y los saltos traicioneros acechantes en dicho cauce, como la presencia de enfermedades, animales ponzoñosos y saurios “en boca de caños”, por lo que esas 27  jornadas de tal travesía fueron tenebrosas al extremo de nadie dormir frente a los raudales y cataratas existentes, faltos además de comer y recorriendo río arriba hasta sesenta kilómetros a pie para salvar diferentes escollos, y con material pesado remontando su caudal mientras este se hacía menos peligroso. En cierta oportunidad cuatro días duraron sin probar siquiera un bocado y les vino un ataque de úlceras y fiebres, por lo que ese ejército de idealistas parecía más un hospital de enfermos de cuidado que la columna libertadora en marcha. De esta manera con el tesón emprendido se pudo llegar a la confluencia de los enormes ríos Atabapo, Orinoco y Guaviare, para ver de lejos la guarida, bestiario y fortaleza del temible Tomás Funes, mas preparándose para algún desembarco, la columna militar tuvo el desencanto de esperar en tal ímpetu pues el Estado Mayor reunido dispuso proseguir remontando el Orinoco durante dos horas agregadas para apenas pisar tierra en la Pica de Tití, y de allí mediante baqueanos conocedores en la espesura abrir un camino oportuno para en la sorpresa requerida salir en los propios corrales del poblado.
Iniciándose el siglo XX, en la madrugada del 27 de enero y luego de un descanso necesario el ejército invasor ingresó en las afueras de Atabapo, mediante una acción repentina para tomar casa por casa y con poco poder de fuego debido  a la ausencia de algunos sitiados al andar ellos en faenas propias recolectoras del balatá. A los primeros disparos  Funes como fiera acorralada saltó de la hamaca en que descansa y corre hasta su cuartel de guerra, que es un bastión fuertemente resguardado, donde se inicia la defensa vital, hacia el camino de la muerte. El bandolero, que es macho al estilo de los revolucionarios mexicanos, posee además bravura, manteniendo con fusiles modernos un fuego cerrado  hacia las posiciones de Arévalo Cedeño, mientras caen los primeros heridos y muertos del combate. El mulato y zambo acorralado con la sagacidad que tiene cambia de posición sosteniéndose en zanjas, árboles gruesos y muros escogidos  al tanto que prosigue la balacera durante varias horas, mientras con el pumpum de la metralla avanza el día y llega la tarde con los riegos de sangre y el terco Funes jugándose la última carta existencial aunque con el poder de combatiente intacto, pero pasando el tiempo de la ofensiva los invasores deben economizar los restos de 5.000 municiones con que empezaron la refriega, mientras Funes prosigue con el fuego nutrido, al disponer de un gran parque operacional. La noche inmediata estuvo en calma preventiva, atendiendo heridos en hospitales de sangre y velando las armas por si acaso surge el canto de gallos metálicos y algunas detonaciones esporádicas sentidas en aquel acontecer pendiente, evitando que la gente de Arévalo se acercara hasta el sostenido bastión de Funes. En el amanecer del 28 de enero empezó de nuevo el recio ajetreo salpicado con el tronar de la pólvora y el ojo despierto de cada bando, mientras el estratega sitiador al entender que el tira y encoje de la refriega podía extenderse por más tiempo, en que contaba el poco parque aún mantenido, ante esta situación extrema el atacante resuelve  y ordena a las ocho de la mañana que varios subalternos comenzaran a esparcir gasolina de unos tambores existentes, con lo que se petrolizan las puertas y aleros del edificio que guarecía al tirano, buscando el fin de incendiarlo, en vista del terrible poder de contraataque que desde allí se desprendiera hacia las ya decadentes filas invasoras. De donde para destruir al diablo de Funes, al monstruo de Atabapo, Arévalo y los suyos resuelven incendiar el reducto donde se aloja dicho personaje maligno, pues de otra forma de razocinio por acabarse la munición debería tocar a retirada el tozudo general llanero, por lo que vista la intención y puesta en práctica de abrasar el sitio que permaneciera en juego, evitando ser inmolado como correspondía y vistos todos los extremos cerrados, Funes ordena levantar la bandera blanca de la rendición, al tiempo que destaca un asistente ante el cuartel arevalista para anunciarle al propio jefe su deseo de deponer las armas y entregarse, solicitando protección frente la ira colectiva de los fernandinos. Para entonces había transcurrido veintiocho horas de lucha incesante, como también veintiocho días de ajetreo marcial para finalmente vencer  a este vulgar asesino.
De acuerdo a la rendición incondicional Emilio Arévalo Cedeño destaca una partida de oficiales y ayudantes escogidos  para detener al criminal  y posesionarse del edificio o cuartel bajado en armas, como del sustancioso parque allí guarecido. Acto continuo un Consejo de Oficiales se reunió para deliberar sobre la suerte de Funes y de su inmediato secuaz Luciano López,  mientras algunos prisioneros pasaron detenidos  a la cárcel local en espera de iniciarse los juicios ordinarios, otros fueron liberados mediante la averiguación respectiva y los demás se incorporaron a las filas guerrilleras.  El rápido dictamen del Consejo de Oficiales  terminó creando un Tribunal de Guerra en campaña que dio comienzo a la elaboración del expediente sumario  respectivo, donde se llama a declarar muchas personas como testigos, perjudicados y sobre los terribles ocho años del inaudito despotismo.  Por su parte los presos Funes y López expusieron en un largo y personal cuestionario, en que trataron de justificar algunas de sus fechorías. Y ante la catarata de denuncias habidas y probadas en mayoría el defensor de oficio, coronel Eliseo Henríquez, no pudo sino solicitar el perdón sobre el sacrificio inhumano e inaudito de las 420 personas ya indicadas,  muchos de cuyos retratos aparecen en el libro de memorias cuyo autor es el general Arévalo, clemencia reiterada por el aludido defensor, aunque el peso de las pruebas condenatorias fue tal, con su descripción macabra,  que sin escatimar esfuerzos de tiempo la Junta de Oficiales (los seis jefes de las fuerzas expedicionarias mas otros tres oficiales de ayudantía) el 30 de enero a las 9 de la mañana y ya leído el expediente acordó pasar por las armas a los condenados Tomás Funes y Luciano Gómez, dadas  sus culpabilidades respectivas. De inmediato el general Arévalo comunicó a los reos los dictámenes expedidos, designando en consecuencia las fuerzas a cubrir el evento mortal y el pelotón ejecutor para hacer ciertas dichas sentencias, comandado éste por el coronel Elías Aponte Hernández, mi amigo de mucho tiempo y quien me relató años ha parte de esos acontecimientos. Así el primero situado ante el pelotón de milicianos correspondió al zambo por mezclado Tomás Funes, bien vestido esta vez, con sombrero, chaqueta y pantalón blancos, ahora  erguido, imponente, esperando la muerte a la sombra de una mata de mango, atado de manos y sin que se le venda a petición, con la cara en alto y fruncido el seño, esperando esas balas de seis fusiles que le atravesaran el pecho por las cuatro décadas malditas de su mando, para liberarlo de los malos espíritus  y en pago de sus tantas fechorías. Era entonces las diez en punto de la mañana. De inmediato tocó el puesto en que espera la Parca al coronel López, quien en última instancia trató de sobornar al comandante del pelotón que dirigía el ajusticiamiento mediante fuerte suma de dinero, con la respuesta necesaria y sin que ello detuviera su ejecución. Había triunfado la vindicta pública para vengar los noventa y tres meses de barbarie en que tuvo sumido el tal Funes a la querencia amazónica del Río Negro.   Vade retro, Satanás.

viernes, 15 de marzo de 2013

EL PATRIARCA “LEÓN DE LOS ANDES”.



LAS 200.000 VISITAS. Abierto este blog el |° de mayo de 2.011, ya ha rebasado la cantidad indicada por el marcador respectivo, de lo que me considero agradado porque en el mundo con la centena de trabajos a la fecha escritos he hecho conocer el alma del país de diferentes formas, como podrán observar a fin de  leer los diversos artículos e interpretaciones que aquí se contienen. Para todos, muy agradecido.

Amigos invisibles. La Historia de Venezuela se ha caracterizado por ser como un volcán en erupción, pues si a ver vamos, los personajes que en ella se incluyen, por obra de la casualidad o del  momento vivido se impregnan de características especiales que salidas del marco de lo común se dibujan o deslíen de una manera circunstancial, al extremo de no coincidir, por ejemplo, con lo que pudiera parecer veinte años atrás, que viene a ser aquello en la jerga común llamado camaleonismo.  Sin embargo esta manera o razón de existir no se aviene con el colectivo que por razones ajenas puede gobernar, sino que es parte de una idiosincrasia adquirida y refinada con el tiempo y según la variedad social en que se nace o vive, porque las mentalidades que inicialmente conformaron el país fueron desarrollando sus propios usos y costumbres al extremo de con facilidad entender lo que piensa y construye un oriental, un guayanés, el zuliano, el llanero y el andino, para citar algunos, que dan cabida cierta a la manera de ser y razonar dentro del mundo  que a uno le sirve de tránsito.
Sobre estas simples líneas o parámetros y a fuer de pensar que los militares se hicieron sólo para  vivir en los cuarteles, vengo pues hoy a desenvolver la existencia de un caudillo de quilates, caballero de la guerra, del cual había escrito años atrás un completo trabajo en la revista Estampas del caraqueño periódico El Universal, e impreso el 2 de noviembre de 1969, que recomiendo todavía su lectura, porque de ese estudio se puede vislumbrar con claridad el avance de penetración que en el escenario nacional tuvieron los andinos hacia el ejercicio del poder, bajo la conducción del recordado general Juan Bautista Araujo, a quien sus admiradores le llamaran con justicia “El León de los Andes” o “El León de la cordillera” y quien mediante su firme personalidad militar y bajo la mentalidad conservadora que le ayuda, enrumbó las huestes políticas del occidente venezolano bajo una paz octaviana, diplomática y precisa, por cierto espacio arriba de 25 años, como término e inicio de la etapa seguida a esa contienda y feroz Guerra Federal, porque atravesando este período conflictivo los Andes transitaron bajo su acerada conducción con el arreglo y calor localista de otros caudillos regionales, todo ello protegido por ese manto de quietud “con balas” que el lento proceso guzmancista desde Caracas apoya a este león montañero, dueño de una numerosa familia con dos troncos de origen pero siempre unificados, que mantuvieron en alto sus consignas triunfales, hasta cuando aburridos del éxito en marzo de 1892 y con el agrio combate de El Topón en tierras tachirenses, el poderío andino araujista que naciera con las huestes marciales trujillanas y merideñas agrupadas alrededor de un caudillo supremo, comienza a descender porque las fuerzas comarcales de 2.000 hombres comandadas por Eliseo y Pedro Araujo son superadas ante la viveza pleitista de Cipriano Castro, y con ello comienza a posicionarse este nuevo caudillo tachirense que a la larga será Presidente de la república. Para comenzar con la figura carismática, prestante y mosaica del viejo Araujo y cuya redacción no será lineal sino a medida de los acontecimientos resaltantes, pues de otro modo sería imposible este trabajo dada una extensión mayor, diremos que el trujillano Juan Bautista Araujo nació en tierras altas montañosas el 24 de junio de 1833, en sitio llamado El Lamedero, por Las Mesitas de Boconó, tiempos aún beligerantes con el desarrollo de la Revolución de las Reformas y la sombra perturbadora del mundo militar, cuando Venezuela distaba mucho de ser tranquila, porque la figura del centauro Páez también mantenía en vela su poder y ejercicio de mando. Juan Araujo crece en el medio rural donde vinieron al mundo otros pequeños caudillos regionales, siendo hijo natural del sargento mayor Juan Bautista Baptista (nacido el día de san Juan Bautista), trujillano avecindado en esas montañas luego de la guerra larga y quien al estilo detectivesco de Agatha Christie o de Conan Doyle  viviera con dos hermanas que le dieron hijos macizos, mas como casó con una de ellas estos bravos retoños firmaron Baptista Araujo, y como la otra, María de Las Mercedes, hermana de la esposa, fue su amante por toda la vida, para zanjar el problema social peliagudo o de la bigamía al ilegítimo Juan lo llamó desde la pila bautismal Juan Bautista Araujo, y los otros medio hermanos, gente muy importante también, se llamaron Baptista Araujo, que en el fondo fueron una misma familia de siempre, conservadora y leal, de alta significación y escena en los Andes venezolanos. Nuestro Juan Bautista Araujo viene pues del mundo campesino, y por su carácter agradable, sereno y de empatía innata, pronto se hace dueño del corazón trujillano para así emprender grandes hazañas guerreras, que le llevan a combatir en cinco revoluciones de aquel tiempo, como demostrar dentro de su medio y época la capacidad política característica que poseía y el don de mando indiscutible. Al poco tiempo y por la adquisición de nuevas tierras la familia se traslada a Jajó, lo que la avecinda más con importantes sectores merideños que servirán de base para futuros entendimientos con los sempiternos caudillos locales andinos.
Dentro de su formación campesina a lo que está ligado por el interés familiar y porque el país se halla envuelto en la llamada Guerra Federal, muy joven se une al prócer general José Escolástico Andrade a fin de combatir en ella ideas adversas manejadas por Ezequiel Zamora, para la defensa de la posición gubernamental, cuando ya en Boconó el mozalbete airoso se destacara apoyando al presidente José Tadeo Monagas (“sometiendo a rebeldes en la constitucionalidad monaguera”) durante los sucesos ocurridos en 1848 y, restableciéndose de este modo la paz. Luego Araujo ya conocido por su arrojo actúa en la Revolución Azul de tinte guzmancistal (1868-70), por lo que mantiene un importante foco de resistencia contra el presidente Antonio Guzmán Blanco (triunfo de La Mora, cerca de Barquisimeto, y el arduo combate de Guama, 1870-71), volviendo luego a Trujillo, cuya capital es tomada en 13 horas de ardiente combate y al mando de 1.000 hombres por el liberal Rafael María Daboín.  Ante tal situación Araujo regresa al feudo conservador de Jajó, sostiene un juego de guerrillas y viaja luego a Colombia, para volver en poco tiempo a las montañas de Jajó, lugar geoestratégico, desde donde puede dominar los tres estados andinos. Mas para evitar cualquier enfrentamiento contra el fuerte ejército zuliano de Venancio Pulgar, por estrategia momentánea que obliga y ya con un ejército de 1.000 hombres armado por la Revolución Azul, Araujo en Mucuche de Pampan mediante una emboscada exitosa derrota a González  y a Inocencio Carvallo (1871), consumándose así el triunfo conservador contra las apetencias liberales en Trujillo.  Finalmente el 18 de octubre de 1871 Araujo entra triunfalmente en la propia Trujillo, extiende su poder feudal en todo el territorio estadal, y de entonces será pecado dejarse llamar liberal.
Para continuar en sus triunfos por Betijoque derrota a fuerzas maracaiberas que expulsa fuera del Estado. Pero al momento del apoyo local que Guzmán Blanco da a los liberales, lo que promueve encuentros o escaramuzas en ocho ocasiones, por viveza Araujo con lo granado de sus oficiales y atravesando el camino del llano logra retirarse hacia Colombia, en tierras conservadoras, sin resultar mayores pérdidas de su parte. Allí vive establecido en Chinácota, cerca de Cúcuta, donde adquiere terrenos y en cuya reflexión y ayuda mantiene despierto un foco de política que atiende los problemas principalmente andinos de Venezuela. Desde dicho enclave aprende a conquistar el Táchira mediante el estudio de la idiosincrasia local y el estímulo de sus bases determinantes. En ese tiempo y a raíz del terrible terremoto de Cúcuta (mayo de 1875), que asola la ciudad y porque se desata un bandidaje extremo con el saqueo y exterminio de muchos vivientes, con su grupo armado que siempre ha tenido amen de las milicias que incorpora, resuelve tomar la derruida ciudad santandereana para imponer el orden asumiendo la Jefatura de la plaza y de aquí que practica el estado de sitio, lo que luego le es reconocido por el gobierno central colombiano (bajo el mando del conservador Pérez Manosalva), al aceptarlo como general, y además al valioso trujillano le designa General efectivo del ejército de Colombia, por lo que su título y bravura se extenderán a los dos países. Entonces toda la región andina tanto lo acata como lo aclama.  Y porque en política lo grandes amigos de hoy pueden ser adversarios del mañana, el general Araujo resuelve regresar a Venezuela cuando Guzmán viaja a Europa y ejerce de Presidente segundón el general Linares Alcántara, en 1877. Dos años más tarde vuelve Guzmán Blanco al país  con la idea de reagrupar los estados Federales, por lo que sorprende el deseo de limar asperezas con el fuerte adversario conservador Araujo, a quien para sorpresa nombra Presidente del Estado Trujillo.  Ahora será Jefe del Distrito Militar de Los Andes  y una de las principales columnas del gobierno guzmancista. Después de la Revolución Reivindicadora (1879) el general Guzmán Blanco y viendo los méritos que de continuo recaen sobre el trujillano, mas  por la valía que reconoce al militar, se lo atrae para lograr la incorporación de ese andino a su propia causa política (de Abril), al tiempo que con el indiscutido peso del caudillo Araujo aspira pacificar la región trujillana  y hasta en cierto modo la andina, ofreciéndole el gobierno central garantías suficientes para el fin señalado, a través del general Santana Saavedra, nombrándolo luego Jefe Militar del distrito La Cordillera. De seguidas y por causa de acordarse con Guzmán en los tratos políticos,  Araujo ocupa la Presidencia del Estado Trujillo y bien pronto (1880) el caraqueño presidente en prueba de alto afecto le otorga el grado de General en Jefe de los Ejércitos de Venezuela.  Para este tiempo ya el prestigioso caudillo Juan Bautista Araujo pacta o tranquiliza apetencias reprimidas con todas las aspiraciones de quienes desde la frontera cucuteña hasta los Humocaros, en el límite larense, promueven la independencia en sus reacciones personales, aunque debiendo buscar la protección del general trujillano, a quien se guarda respeto y fidelidad en la demarcación señalada,  porque es ahora la primera figura política de los Andes, en que toda la montaña ha caído en su poder, dado que es general de dos ejércitos de nombre, porque tiene en el puño de su mano a los habitantes de dicho territorio, sean conservadores o liberales acallados, y porque es hombre de toda la confianza guzmancista, sea o no esté en el poder este caudillo, es decir del Presidente de la República. Y ello lo entendieron muy bien los jóvenes y no tanto Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, que en ese tiempo del siglo antepasado estuvieron bajo el amparo y directriz de Juan Bautista Araujo, como oficiales subalternos. Por esta causa ante su solo nombre Trujillo callaba, Mérida asentía, y el Táchira le rendía respeto. Será entonces, desde la culta Mérida donde se instala este trujillano, el caudillo de la paz y el orden preestablecido.
Como buen estratega al iniciar el mando convocará a los liberales para que entren a formar parte del gobierno godo, y en 1880 viaja a Caracas a objeto de entrevistarse con el Ilustre Americano Guzmán, conversaciones en que se reorienta la política ya tenida en mente, de donde surge la creación del Gran Estado Los Andes, con el predominio desde luego del caudillo conservador, siendo elegido primer Presidente, en 1881, con el beneplácito guzmancista y el apoyo unánime conservador y de los grupos araujo-baptisteros, mientras las tres secciones andinas se hallan en paz y se desenvuelven institucionalmente. En 1884 y sosteniendo a Guzmán, unidos los Baptista y Araujo se enfrentan en Carvajal contra los 2.000 hombres que comanda el crespista Rosendo Medina, Presidente del Gran Estado, quien es desarmado sin disparar un tiro, y de allí acorde con el llanero Joaquín Crespo el trujillano Araujo viaja al Táchira para luchar contra los invasores penetrados desde Colombia, generales Morales y Alvarado, con lo que acaba la rebelión liberal para diciembre de 1884 y mientras el ejército conservador trujillano se pasea triunfante por todas las regiones tachirenses, lo que tendrá en cuenta el general Juan Vicente Gómez por su evidente peligro, para cuando sea Presidente de la República. En 1885 Araujo permanece en Mérida, permitiendo a Rosendo Medina y por orden de Crespo ejercer la presidencia del Gran Estado, pero bajo condiciones especiales. En 1886 Araujo manteniéndose en Trujillo se dispone viajar hacia Mérida para imponer el orden soliviantado por un liberal allá en el ejercicio del poder, lo que desiste a última hora porque Guzmán Blanco lo llama a fin de parlamentar juntos en Caracas, y luego de permanecer dos meses en esa capital del país, según lo convenido en aras de la paz desarma su propio ejército (aunque esconde enterrando armas, según costumbre local), mientras Araujo respeta el compromiso con Guzmán y los débiles liberales nada tendrán que temer, al tanto que el patriarca Araujo prospera  en nombre y poderío político al extremo de ser señalado como único candidato para ser Presidente de la República, el año 1897, sin querer retirarse de su heredad que tanto le apasiona, lo que aprovecha para salvar tal dificultad cuando al año siguiente surge la candidatura de Raimundo Andueza Palacios, a la cual se acoge, renunciando por tanto la suya para defender la del llanero Andueza, con quien la unía una estrecha y vieja amistad. Y pronto aparecerá en el Gran Estado andino y en su honor el Distrito Araujo, cuya capital será la inefable Jajó. Pero en la última década del siglo XIX y por el deseo continuista de Andueza en el poder, Araujo descontento se margina de los afanes de gobierno, rompe la espada con pomo de oro que le obsequiara Andueza, y se retira a su feudo de Tuñame, cerca de Jajó, “a rugir como los leones heridos”, mientras una parte de la familia apoya el crespismo, escisión política que acerca el fantasma de una nueva guerra civil.
Baptistas y Araujos se dividen temporalmente en cuanto a ideas políticas de mando, oponiéndose así al luchador Cipriano Castro, como  dije antiguo oficial araujista, mientras Crespo triunfa y Castro se exilia en Colombia. Sin embargo el viejo León ya separado de compromisos reorganiza las fuerzas  y el mando político para regresar a sus campos con el soporte indiscutible de los conservadores, manteniéndose Araujo en el poder, con presidentes subalternos y el apoyo decisivo de Joaquín Crespo y su Revolución Legalista (1892). Así manda desde su casa, sin ninguna vacilación, aunque manteniendo el ojo avizor con la amplitud del campo liberal que toma fuerza en el país, mientras que al término del ejercicio del general Crespo ya la talla de los Andes por obra de Araujo, de su amplia familia y de quienes le rodean, es nacional. Así las cosas el montañés Ignacio Andrade asoma como nuevo aspirante presidencial del gobierno, mientras los conservadores trujillanos deciden apoyar a solapo y por la amistad con Crespo, al nacionalista y novedoso general José Manuel “mocho” Hernández.  A cambio de este pacto Araujo surge como candidato seguro para presidir el Gran Estado Los Andes, yendo por tanto contra el pretendiente crespista, a lo que se agrega en su apoyo todo el conservatismo trujillano y merideño, mientras se discute sobre tal nombramiento de Araujo con los  inquietos conservadores tachirenses Rangel Garbiras y Castro, caudillo éste de Capacho en auge a quien le escribe el propio León de los Andes solicitando el apoyo frontal de su candidatura. Pero ante esa misiva tan excluyente Castro que no es tonto se acuerda que al anciano patriarca no puede dar beligerancia, recordándose de cuando Araujo se paseaba triunfante por el Táchira, de donde resultaba imposible avalar esta candidatura, al tiempo que con los vientos cambiantes y el siglo XIX que se va el caudillismo liberal crece en Trujillo para pasar a las manos seguras del general Rafael González Pacheco, lo que acontece al tiempo que el tiro de muerte que asesina al mulato llanero Joaquín Crespo cambia definitivamente el rumbo de la política nacional. Han pasado los nubarrones y el tiempo apremia, cuando Juan Bautista Araujo ya de 63 años, que es mucho vivir en aquel entonces, calvo, aún con el cuerpo escultural, y la barba elongada, bellida como la del Cid pero hecha en dos trazos robustos y unos ojos agudos de mirada, aún con el mando conservador encima que ya no insufla fuerza porque el patriarca anda de cuidado, en el segundo mes de 1898 enferma por un tiempo en la fase final de su existencia, y bien rodeado de ese clan íntimo que conforman dos familias unidas del gran espíritu guerrero, los Araujos y los Baptistas,  el viernes 11  de febrero de 1898, en la quietud patriarcal de su Jajó apreciado como ciudad santa y cuna del conservatismo trujillano que ahora anda más poderoso, en la casona de la Plaza Bolívar que tanto lo guardara con sus sueños, entrega el alma al Creador en medio de un inmenso luto local y nacional, mientras los numerosos acuerdos de duelo hacían sentir el peso de este supremo caudillo trujillano.
El hombre noble, prototipo de personajes, afable, generoso, el gigante iba entonces a descansar a la sombra de su gloria, desapareciendo así toda una época. Porque con él, su prestigio y autoridad se cierra una etapa fecunda de titanes que hicieron posible la Revolución Restauradora, que llevaría a los andinos definitivamente al poder presidencial, con el triunfo posterior del general Cipriano Castro. Personaje de talla espiritual y humana, concibe y mantiene el mando a la manera de los grandes jefes, con un ejército siempre entrenado para el despliegue de hazañas a montón, donde el respeto y la gloria marcan su poder, que le reconocen los liberales, por lo que entonces el adversario general Fabricio Vásquez dijo de él que era “uno de los jefes  de la oligarquía andina, pero su corazón era liberal, extraordinariamente magnánimo y hacía el bien sin distinción de colores, a todo el que lo merecía”. Meses después de su sentido deceso, como queriendo sellar la muerte y sin que aún descanse Araujo en el Panteón Nacional, desaparece el Gran Estado los Andes, creado para él, y por otros cauces, hacia el dinámico Táchira cambia el eje de la política andina, con Cipriano Castro en el poder, o sea el arribo del conocido grupo Uribante a Miraflores. El último de los grandes caudillos del siglo XIX después de muerto con su familia siguió jugando un papel histórico relevante, como lo demuestra el doctor y general Leopoldo Baptista en el tiempo del general Juan Vicente Gómez, otro Juan Araujo hijo que en Tuñame se alza el 1946 contra el orden constitucional poniendo en jaque al ejército venezolano, y finalmente el recordado Atilio Araujo, que fue buen gobernante de Trujillo y por varios años durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, lo que suma 125 años de lucha y poder araujista dentro de la política venezolana.  


jueves, 7 de marzo de 2013

EL ARISTÓCRATA PACHECO MALDONADO.



Amigos invisibles. En el agite permanente de la vida uno se encuentra con problemas de diversa factura que hacen necesario escudriñar, porque en ese revoltillo en que a diario se sumerge la persona navega mentalmente desde lo más minúsculo hasta algo grande como aquel buque Titanic, tan fuerte y poderoso que de titánico ni el nombre le hizo mella en su estructura, ya que pronto y hasta de un susto de sus gélidas máquinas con rapidez se hundió. Y traigo a colación esta metáfora de imagen porque durante mis estudios primerizos cruzando allá esa docena de años juveniles la pasión por la lectura en una vieja biblioteca de provincia saboreando noticias tropecé con una serie de personajes simbólicos que hicieron patria en mi pueblo natal, y tanto como bien cumplieran lo acabado que por esta sencilla razón permanecieron en mi recuerdo de aprendiz y hasta de brujo, ya que con paciencia del justo fui interesándome por los primigenios fundadores de aquellos contornos familiares, que al entrecruzar como en el juego de ajedrez las piezas útiles fueron perfilando personajes poco conocidos salvo por algunos historiadores de antaño y uno nuevo que tenía metido en el corazón a su patria chica, como fue el conocido Mario Briceño Iragorry, junto a su antecesor Amílcar Fonseca. Con ellos a la cabeza de estos incipientes saberes me di a la tarea tranquila de ir llenando ventanas de conocimiento sobre tales figuras, a quienes durante varias décadas perseguí entre libros agotados y estantes de bibliotecas lejanas, para  finalmente regodearme con esos candidatos a no morir de olvido que en cierta forma llenaron mis saberes para por medios impresos en diferente forma transmitir su valía a muchos lectores de los cinco continentes, como lo hago ahora mediante tales indagaciones estructuradas en una forma entendible y provechosa.
            De esas secuelas y dentro de este blog han aparecido algunas personalidades de la saga que forman parte propicia de cualquier investigación para ampliar, y entre los indicados recuerdo al conquistador Diego García de Paredes, al corsario francés Francisco Granmont de La Mothe, al sabio filósofo escotista y obispo fray Alonso Briceño, al venerable y casi obispo que en verdad lo fue de manera virtual y por bastante tiempo, Pedro de Graterol Escoto, y otro que se ha quedado en la fila de los preferidos para una biografía a insertar, que es el tenaz obispo González de Acuña, reiterando que estas figuras recuperadas con pinzas pertenecen al período colonial trujillano, o sea del territorio venezolano al cual estoy haciendo referencia. Pero como faltaba dentro de la lista uno señero y por cierto muy importante ha llegado la hora de destaparlo para el conocimiento y estudio de quienes repasan este blog sin afeites y con lo que se desecha la sórdida tesis de muchos historiadores cataratosos o creyentes a estas alturas que la patria apenas nació en 1811, cuando olvidan y no por ignorancia que Venezuela a los ojos de la Historia y ante los vitrales del mundo aparece cuando el almirante Colón descubre las costas orientales de  Trinidad y Macuro, abismado de indios y escribiendo detalles sobre tal espectáculo en su registro de bitácora, durante el canicular julio de 1498, lo que simboliza la partida de nacimiento del país.
            Y ya explicados estos pormenores introductorios señalaré a las claras que el personaje al que me refiero es un trujillano de buena cepa, a quien en la pila bautismal se le llamó hacia la posteridad Juan Pacheco Maldonado. Nació en Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, ubicado en el valle de los indios mucas en su séptimo traslado poblacional de esta “ciudad portátil” para pertenecer con el tiempo a la llamada nobleza criolla que se forma con el cruce de familias conocidas y el valimiento meritorio de sus faenas. Por esta razón sencilla al cabo de los años y luego de una correcta carrera militar en donde debe luchar contra la fiera naturaleza envolvente, o en el campo civil mediante el ejercicio de serias funciones encomendadas, ya en las postrimerías de la vida podrá disfrutar en su natal ciudad y en medio de la paz, aquello que ha sembrado y cosecha, es decir una familia por demás reconocida y otra amistad que en sus valores intrínsecos lo destacan entre los descollantes del Trujillo colonial. De aquí que Briceño Iragorry  lo definió con toda certeza como “el primer gran criollo venezolano”.  Por la rama de su padre fue hijo del extremeño Alonso Pacheco Jiménez, ilustre apellido conquense que entroncará luego con la descendencia de nuestro biografiado para formar mediante matrimonio una familia caraqueña con el rango condal que hasta se relaciona con la independencia de Venezuela. Don Alonso debe luchar duro contra la larga rebelión indígena desatada y con razón vista desde el ángulo de su conquista, por lo que desde joven sin demeritar combate a los cuicas, itotos y caparis, es importante personaje municipal en Trujillo, funda a Ciudad Rodrigo de Maracaibo, en honor a su terruño natal y como hombre culto entre tantos desconocedores de aquel término que lo rodean en un mundo semisalvaje, escribe una primigenia “Relación geográfica de la ciudad de Trujillo”, en 1576,  que incluye sus lejanos términos lacustres, de fino entendimiento y que lo acreditan entre los primeros geógrafos del país. Por la rama materna de quien hablamos es nieto del veneciano capitán Francisco de Graterol, de las mejores familias de aquel ducado itálico, según constancia que a través de testigos conocedores el propio Juan Pacheco levanta en Madrid, en diciembre de 1622. Hombre culto también el veneciano, escribano oficial de profesión, que está entre los fundadores de Barquisimeto, alcalde y regidor perpetuo de Trujillo y uno de sus fundadores. Casó con la andaluza Juana de Escoto, de reconocida familia también y cuyo hijo el ejemplar presbítero Pedro de Graterol Escoto, de gran valimiento intelectual y honor de la Iglesia venezolana, ya fue analizado en este blog (vid.  PEDRO DE GRATEROL ESCOTO: EL OBISPO QUE NO FUE).
            El joven Juan Pacheco por deducción lógica de los hechos y costumbres de su tiempo debió nacer el 24 de junio, día de San Juan Bautista, el año de 1578, siendo bautizado el 4 de julio siguiente. Con la rapidez necesaria, condición y linaje que ostenta, el padre lo inscribe en la Escuela Superior de Artes y Teología fundada en Trujillo por el obispo fray Pedro de Ágreda, suerte de seminario menor y para la educación de las buenas familias regionales, es decir de sus vástagos. Ya para los 17 años vividos y por la condición de hijodalgo es Alférez Mayor de Trujillo, con los derechos que de él derivan, según título expedido en Madrid, en 1598. Luego con ese cargo de valer y en servicio del Rey combate a los indios jirajaras, de fiera nación caribe, que “ infestaban” las bocas del navegable río Motatán, atemorizando a los cercanos establecimientos españoles, y en el 1600 recibe una de las varas de Alcalde de Trujillo, mas debido al fallecimiento del gobernador Piña Ludueña asume directamente la Gobernación de Trujillo, con lo que se ejecuta, por primera vez, el “gobierno de los cabildos”, hecho tan importante en el desarrollo colonial venezolano.  En 1606, por despacho del gobernador Sancho de Alquiza le ordena que vaya a contener la extensa sublevación indígena desatada en el lago marabino y que puede afectar a Trujillo,  guasábaras en que ya habían perecido más de 200 españoles, por lo que al frente de cincuenta hombres llevados de Mérida y Trujillo por el puerto de Moporo entra al lago para enfrentarse al natural, casi sin pérdida de vidas.  Para entonces los belicosos zaparas, que habitan en la barra marabina y que desde 1598 andaban sublevados al mando de los caciques Nigale y Tolemigaste poniendo en permanente aprieto a Maracaibo, en este 1606 acaudillan un levantamiento general de las parcialidades aliles, toas, anzales y arubaes, seguidos por los parautes, misoas y quiriquires, dominando ya gran parte de la región lacustre, pues previamente los zaparas habían vencido a los tomoporos, moporos y misoas, fieles entonces a la corona española. Era tal el peligro existente que las autoridades hispanas calculaban una fuerza de 500 hombres para luchar contra tal rebelión, acaudillada durante nueve años por el feroz Nigale (antiguo criado de Alonso Pacheco), en las bocas del lago, y por Tolemigaste igualmente, quienes barrían con sus piraguas a la extensa región acuífera. Así las cosas presentadas entra para actuar en la revuelta el corajudo Pacheco Maldonado, quien somete primero a los toas y luego a los parautes, cerca de Lagunillas, en cuyas montañas aledañas vence y detiene a sus caciques  Juan Pérez Mateguelo y a Camiseto, quienes llevados a Maracaibo por tantos crímenes cometidos según la probanza respectiva, fueron ajusticiados.
            Luego para dar término a las órdenes de Alquiza, sobre la rebelión extensa con miles de indios en campaña, en la estrategia que traza el trujillano Pacheco ataca y somete primero a los temidos zaparas, con una flotilla que levanta, y en junio de 1607 junto a los suyos desembarca en la isla de Zapara simulando que andan desarmados, mientras del otro lado isleño desemboca otro grueso contingente bien armado, con lo que en rápida maniobra envolvente detienen a Nigale, Tolemigaste y sus cuadrillas de ataque, mientras otros expedicionarios por la fuerza sacaban de los manglares y pantanos vecinos, como del caño Oribor, a muchos que allí se escondían, siendo ejecutados en breve y sumario juicio. Igual suerte tocó al intransigente Nigale, que no llegó con Pacheco a un entendimiento de pacificación, por lo que fue de seguidas ahorcado. Finalmente Pacheco ataca a los aliles en dos ocasiones, a quienes arrebata cien piraguas, con inmensas pérdidas de los naturales en estos seis meses de campaña que buscando el fin apaciguador dirigiera con éxito el mencionado Pacheco Maldonado. Así el trujillano acabó con el permanente peligro indígena en el lago, donde habían muerto tantos españoles. Por su parte el gobernador Alquiza mediante documento en agosto de 1607 lo felicita, terminando con catorce años de zozobras, como al gobernador escribe al Rey el 24 de septiembre de 1609. Previamente este monarca Felipe III y a sabiendas de la hazaña militar el 23 de mayo de 1608 congratula al trujillano “por el señalado servicio que había prestado a su real corona”. De otra parte los cabildos de Maracaibo, La Grita, Mérida, Pamplona, Tunja, Cartagena y Santo Domingo lo recomiendan al monarca, por la merecida aureola conquistada y su augusta personalidad. A mediados de 1608 Pacheco Maldonado con tropa también acompañará al prelado Antonio de Alcega, para que sin angustias pueda atravesar la región infestada de los belicosos jirajaras y en su regreso a Caracas de la visita pastoral, nación indígena aún rebelde que se mantenía en pie de combate desde el sureste marabino hasta las montañas de Nirgua y donde intervinieron muchos trujillanos en su apaciguamiento. Como resultado de estos éxitos el Rey por Real Cédula del 21 de agosto de 1612 concede al trujillano una renta vitalicia de mil ducados anuales, en oro, con indios vacos, por dos vidas, renta que se pospuso entregar por no haber al momento encomienda disponible de estas características. Pero como en la penosa campaña del lago marabino y las regiones insalubres enfermara de cuidado, de esas resultas posteriores  Pacheco debió recluirse un tiempo para convalecer en Trujillo. Este período de reposo no fue óbice para que el Real Consejo de Indias de Sevilla lo proponga ante el Rey en sustitución de Domingo de Erazo para ocupar el cargo de Capitán General de la Provincia de Muzos y Colimas, ubicada en el Noroeste de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada y entre los valles calurosos del río Magdalena, territorio habitado por muchos indios pacíficos (salvo algunas tribus de muzos) y donde aún existen provechosas minas de preciadas esmeraldas, que Pacheco estimula su producción, como el cultivo del cacao, empleo que desempeña con éxito “tino y probidad” en los cinco años de su mandato (1614-1619).  La actuación de Pacheco al frente de este trabajo delicado fue ejemplar y brillante, al extremo que en carta al monarca hispano (8-2-1619) se expresa que es una de las personas más confidentes que tiene el Rey en Indias, solicitando los cabildantes de Muzo que le prorrogue su mandato “de cuya absencia queda esta ciudad lastimadísima”. Como protector de los menesterosos, pobres y oprimidos “Muzo llora su ausencia”, según escriben los siete sacerdotes misioneros que laboran en la ciudad y sus contornos, “porque ha aventajado a los demás gobernadores que en esta provincia hemos conocido”.
            Antes de su regreso a Venezuela el reputado e importante Pacheco Maldonado en la Real Audiencia de Santa Fe levanta probanza de méritos y servicios, pidiendo en consecuencia el hábito militar de Santiago, honorífica orden establecida en el siglo XIII (como también el pago de 2.000 pesos de oro de 20 quilates de la caja de Su Majestad), por lo que esa Audiencia bogotana el 15 de enero de 1616 al Rey escribe que analizada tal petición “se juzga merecedor de las mercedes que suplica se le hagan”.   Sin embargo, ante la nueva insurrección de naturales, como el caso de los motilones, “gente feroz y cruel” que durante 20 años ha sembrado zozobra en el río Zulia y costas marabinas, impidiendo el comercio normal de la vasta zona, Don Juan de Borja, Presidente de la Real Audiencia santafereña en 1620 pacta con Pacheco Maldonado una capitulación encauzada al sometimiento de los revoltosos indios motilones. Para obtener la confirmación de este pacto el trujillano a fines de 1621  viaja a Madrid a objeto de “entrevistarse con el Rey, presentarle su solicitud y pedirle mercedes”, en lo que le acompaña su hijo Lucas, que va a cursar estudios de Leyes en la conocida Universidad de Salamanca. Una vez que se entrevista con el Rey, Pacheco mediante la Real Cédula del 3 de noviembre de 1622 obtiene que sea creada la Provincia de La Grita y Mérida, que ya había agenciado con la Real Audiencia de Santa Fe, cabiéndole el honor de ser nombrado por 8 años como Primer Gobernador y Capitán General, a comenzar su función  luego que se retire el Corregidor Juan Pacheco de Velasco (1625). La nueva extensa provincia abarcaba seis ciudades y sus territorios, con residencia en Mérida, y en Madrid (9-11-1622) presta debido juramento del cargo, con un sueldo anual de 450.000 maravedises, al tiempo que  en su regreso  a América trae licencia para fundar en Trujillo el importante convento de religiosas dominicas de clausura “Regina Angelorum”, donde convivirán ilustres damas de la sociedad trujillana y que tuvo importancia hasta en los sucesos independentistas de 1810.
            Establecido en Mérida, cabeza de la Gobernación y de donde era nativa su esposa Doña Juana Serrada y Mejía, nieta de conquistadores neogranadinos de postín,  emprende una obra que será  de mérito y recuerdo. Pronto inicia otra campaña para someter a los insurrectos motilones que infestan el río Zulia, arteria vial para trasladarse hasta Pamplona y Tunja, a los que somete luego de afanosos combates y cambio poblacional, aunque estos aguerridos e indómitos naturales siempre se mantuvieron en una lucha sorda, hasta que decidieran pacificarse en los finales del siglo XIX. Por otra parte este Gobernador ayuda en algunos aspectos sociales a los indígenas de esa jurisdicción, como propende a su mejoramiento vital, cargo en el cual permanecerá por nueve años de acción constructora.  En dicho ejercicio administrativo organiza encomiendas, impulsa la producción del famoso tabaco barinés, de gran demanda en Europa, activa la función benéfica, propende al proceso de transculturización indígena y africana a fin de  acrecentar la agricultura, hace visitas a sitios de la Gobernación, corrige abusos y mejora con empeño el puerto de Gibraltar, de buen desarrollo para su época, y además traslada a mejor área la ciudad de Barinas, lugar donde hoy radica la próspera urbe de Barinitas. Finalizado su gobierno y como en el caso del neogranadino Muzo, muchos de los pobladores contentos de la administración del trujillano pidieron al Rey que el mandato fuera vitalicio, en lo que Pacheco no hizo empeño, porque ya cansado de tanto trajín prefería regresar a la paz y el cariño de la tierra que lo vio nacer. Por esta causa en 1635 vuelve al lar nativo para como buen terrateniente encargarse de sus numerosas propiedades agrícolas, pecuarias, hatos y encomiendas. Sin embargo con el trabajo activo que desarrolla  en julio de 1639 asiste a la profesión de las primeras quince monjas del convento Regina Angelorum, en el que había puesto tanto empeño, es Teniente Gobernador de Trujillo durante cuatro años, y como Capitán a Guerra “por sus muchos portes, calidad, abilidad (sic), suficiencia y servicios” debe reclutar un importante contingente de trujillanos que se desplazan a Maracaibo para combatir la incursión pirática del almirante y corsario inglés William Jackson (1642).
En Trujillo, donde había casado el 14 de abril de 1606, volverá a las labores pastoriles de aquel Cincinato de ese tiempo, rodeado de su importante familia, en que “los hombres estudiaban en Salamanca y desposaban a hijas de virreyes”. De donde con el carácter aristócrata de la estirpe que forma y desde luego que con el consejo paterno, su hija Doña María del Águila casó con Don Juan Meneses y Padilla, marqués de Marianela, Caballero de la orden de Santiago, último fundador de Nirgua, Gobernador y Capitán General de Venezuela  (1624-1630), del Consejo de Guerra de Flandes, gentilhombre de Archiduque Alberto, etc., etc., que terminó con relevantes cargos y muere como Gobernador de Murcia, Lorca y Cartagena. Pero otra hija de este aristócrata señor, Doña Juana, se desposa con el Gobernador del importante puerto Cartagena de Indias, Francisco de La Torre Barreda, Corregidor de Tunja y del hábito de Calatrava; más tarde, al enviudar, casó con el madrileño Manuel Felipe De Tovar y Mendieta, sobrino del célebre obispo Mauro de Tovar y Caballero de la Orden de Santiago.  Una tercera hija, Doña Josefa, contrae nupcias con el acaudalado mayorazgo y maestre de campo trujillano Francisco Cornieles Briceño, cuyos bienes materiales en su tiempo (1610-1672) fueron de los más importantes que hubo en esta parte de las Indias, caudales inmobiliarios que perduraron hasta 1883, por desamortizarlos el general presidente Guzmán Blanco. Y para agregar, el bisnieto de Don Juan Pacheco Maldonado será el primer Conde de San Javier (título expedido el 11-2-1732, y su blasón familiar proveniente de Trujillo es: Dos calderas de oro con sierpes de sinople, en campo de plata), de la nobleza colonial venezolana en cuyo palacio caraqueño posteriormente se inició el Congreso que proclamara la Independencia a Venezuela.  La “más destacada figura del Trujillo colonial” murió en esa ciudad andina el año de 1655, revestido como Caballero de la orden de Santiago (fundada como dije en el siglo XIII, para nobles figuras sin tachas), rodeado de un inmenso cariño, y se le sepulta en sitio preferente, por cesión sepulcral del obispo Antonio de Alcega, como benefactor que fue de la Iglesia de dicha ciudad, en la capilla de San José, construida a sus expensas. Ahora, apreciado amigo lector, en su propio pensar haga un balance de este personaje tan audaz, perseverante y acomodado al peligroso siglo en que viviera, para que observe a la opinión pública aceptando al trujillano como personalidad reconocida de Venezuela y de su patrimonio histórico.