sábado, 15 de diciembre de 2012




                      EL PEQUEÑO GRAN REINO DE LILIPUT.


 Amigos invisibles. Dentro de tantos temas a tratar ahora recuerdo tiempos pretéritos cuando acariciábamos sueños infantiles que con alguna facilidad acicalada de picardía pudo enseñarnos muchas maneras de pensar al momento en que uno despega de ese Shangri-la dubitativo, para enterarse que a los quince años el ser ya despìerta algunos con bigotes y ojos saltarines para escudriñar en realidades aunque no suelta prendas en eso que llaman compostura emocional y tendencias subjetivas, según lo describiera Carl Jung. Pues bien y como hoy amanecí de bala, acorde con la aguda expresión del poeta izquierdoso Víctor Valera Mora, voy a tratar de reconstruir el mundo de Liliput, que había sido agitado por un estruendoso terremoto desde las épocas del zar Josef y que resucitó hace poco tiempo, para que juntadas las piezas requeridas de aquel reino que leyera en retrospectiva época familiar, poder así dar cuerpo y vida a ese franquestein icónico y tropical que hemos creado (futuro santurrón) para el solaz de los locos y la distracción de los cuerdos. Voy a contar pues, como me lo contaron, y valga la redundancia, en busca de su satisfacción.
            “HABÍA UNA VEZ un reino proveniente de atrás, desde tiempos del incomprendido Simón Bolívar, que venía manejando a los súbditos con los mayores inconvenientes donde los señores todopoderosos se embolsillaban las ganancias pero no las pérdidas, que con habilidad contable eran dejadas por pagar a la gleba mediante la utilización de costosos impuestos o gabelas, y sin sentir tamaño sacrificio el tiempo transcurría mientras algunos se quejaron con angustia y otros lloraban de felicidad, lo que llevó a correr la cortina del tiempo a través de tantos caudillos macheteros y de infelices vástagos que caían en los campos pestíferos de la malaria, la barriga hinchada, la tuberculosis, el hambre y la fraudulenta Guerra Federal, donde olían los cadáveres por todas partes  ya que los zamuros no se daban abasto, para así continuar en un vaivén inagotable a través de otros compulsores tenaces dejando correr los años que restaban del siglo XIX mientras satisfacían el ego viendo el increíble nacimiento del telégrafo, las carreteras de pico y pala, la radio y hasta las nuevas estafas engañosas y maneras cínicas de vivir de los demás. Ya habían pasado los recuerdos de la nobleza colonial fundadora del reino, desde los tiempos del asustado marqués del Toro y de atrás, que apenas dejaron una estela de contradicciones y de lagunas mentales productoras de ceguera entre los más cuerdos. Pero llegó el momento en que dentro del reino resquebrajado todo quería como cambiar a mediados del siglo pasado, luego del paso del cometa Halley, porque ya no se aguantaba la verborrea abstracta del medio conservador de ideas y la inercia de algunos liberales obtusos que sin hacer ruido por nada querían salirse de sus casillas programáticas. Y parece que aquello fue una suerte de revolución evolutiva (¡caramba¡) porque desde nuestro amo y señor Carlomagno, el fiero, no se había sentido tanto peso en el malabarismo de la palabra discursiva ni menos en la escasa sucesión de los hechos, porque a decir verdad dentro de los estamentos sociales apenas se entendió hablar a ratos mascullante y de cosa parecida sobre un tal Lenin, que según recuerdan los de aquel tiempo de su bautizo espiritual, era pedante, echado para atrás, medio barrigón, con el dedo alzado cual director de orquesta, chiquito, calvo y barbudo, pero con una cabeza rabelesiana y un genio rocambolesco que ni el mismo Verlaine hubiera podido con ese espíritu jacarandoso y bohemio, que no quiere decir etílico. Pues bien, como vamos andando en el hilo torcido de lo escrito, en ese medio siglo aparecieron por el reino unas cabezas calientes con razonamientos muy raros, hablando de cosas incomprensibles como el cuento de la propiedad, de los derechos aún no escritos y desde luego que de las izquierdas, que en ese batiburrillo que se forma, los pares, los infanzones y los hijosdalgo se pusieron temerosos del presente porque contradecía el espíritu de la realidad venida de lejos.”
            “Así, de estas remembranzas insalvables y frente a tanto bicho de uña aparecido, según contaba el pueblo olvidadizo, volviose al curso ingenuo de lo anterior, es decir a los recuerdos preñados de aquella frase sentimental de que “todo tiempo pasado fue mejor”, aunque ahora oliera a aceite quemado, a estiércol del demonio y a gasolina barata por doquier, que contradecía la vivencia anterior, al extremo que jugando a Rosalinda entre militares obsoletos pero que eran de escuela marruñera y una juventud desbocada con tantos grillos en la cabeza, fuimos andando por un período superior al que Luís XIV mandara desde Versalles, pero con el mismo tronío de la buena mesa, entre licores, manjares, putas acicaladas y la mejor vida real. Desde luego que existían enanos por doquier y hasta gigantes y cabezudos que asustaban a los herederos del status que fuera construyéndose, mientras ya se oía hablar de alguien que iba creciendo dentro del mayor anonimato, el olvido hasta de los pájaros chillones y de nombre Gulliver, porque engullía mucho y nada engordaba, de donde dentro del espíritu llanero groserón que vio crecer sus pasos mal llevados siempre lo llamaron Tribilín por lo flaco y viva la pepa en que anduviera, queriendo ser una suerte de mago siniestro dentro de lo que amaba, o sea de un tal béisbol traído por los conquistadores americanos, que imitando a Colón se llevaban el petróleo gasolinero y apenas dejaron espejitos de apuestas y conchas marinas por recambio. En ese período tan especial previo y hacia la debacle total dominada por una claque afanosa en busca como Midas para encontrar el camino de El Dorado, es cuando se le abren las agallas a un grupo inexperto en la caza y la pesca de las oportunidades, por lo que de orden del Inquisidor presumido son tirados en un calabozo del palacio para purgar las culpas, pero como siempre sucede un príncipe viejo, engominado y agalludo mayor, luego de dos años de cana o de chirona, porque aquí también se usan términos de germanía gitanesca, les abrió las puertas de la prisión que no era tal, para que con  aquello de “Idos, y que Dios os proteja”, echar a correr envenenados con tanto alboroto mental que portaban, porque muchos habían sido entrenados por la momia mayor del Caribe en eso de la conspiración constante, o sea de poner bombas, encapucharse, secuestrar, vacunar, tirar piedras, disparar a mansalva, aliarse con grupos mercachifles de drogas, utilizar sicarios, lanzar bombas incendiarias que el vulgo llamara en ortodoxo ruso Molotov, formar guarimbas, presionar y odiar siempre por consigna de cartilla que envilece, y otros desmanes predeterminados estilo guerrilla en un largo cuestionario que los tenían como envueltos en niebla e inflamados de pasión mediante globos caseros aerostáticos, a los medio sumisos contribuyentes de ese reino de tucusiapón tan cuestionado, que me recuerda al momento los signos oníricos de la disparatada ínsula Barataria”.
            “Pero bueno es ahora referirnos a esta suerte de príncipe mendigo que apareciera nacido con partera humilde en los entresijos interioranos del llano adentro, en el reino opositor de la mentira tenida por fachada y como elemento vital, donde nada se creía para poder creer todo y donde la rapiña, el plagio y el abigeato por la pobreza ancestral era el modus vivendi de esas comunidades atenaceadas por la peste, las garrapatas y los enemigos de siempre. Nuestro príncipe viviente al estilo quijotesco nació en aquel medio tan rastrero, criado con leche de cabra hipnotizante, y con tal o cual paliza sobre las costillas enclenques que de nada sirvieran para enderezarle el carácter burlón y juglaresco, porque desde mocoso se creyó superdotado en el canto que desafina  y a la tierra enviado por Zeus para acabar con los grandes imperios y hasta con el reino mismo, según instrucciones habaneras que en un lavado de cerebro le fueron calmando los pelos de tornillo camita arriba de los ojos con tales inventos mentirosos cada vez mayores, al extremo que en consejo del reino se propuso darle el título de bufón mayor y de entretenido payaso de la corte para hacer reír a las meninas, atrayentes damiselas de alcoba y selectas encopetadas, como a los borrachos del barrio, aunque él siempre cuando se acostaba con hambre soñó que algún día iba a emular al famoso Marqués de Barinas y al de Guanaguanare, a unos tales ricachones Pulido, como al no menos feudal propietario de inmensas sabanas con hatos, de nombre Ramírez, y hasta la misma familia Bolívar, cuyas posesiones y riqueza llegaban hasta los Tiznados, en el Guárico Central. Esa obsesión persecutoria de envidia permanente lo llevaba en la sangre como algo muy profundo que le dominó el seso, aunque dicha tara la escondía con sonrisitas de cochino muy bien plasmadas debajo de la boína roja, que en un rictus portaba desde cuando fue execrado del medio militar por recias fallas de valentía, pero como el que busca encuentra y esperando no las de Villadiego, que era su costumbre, sino aquella oportunidad que la pintaran calva, por descarte y suerte de unos tales santeros que le ensalmaron a la orilla del malecón de La Habana invocando a babalú, por acaso del destino confuso en que se hallaba el reino llegó a ganar la lotería mayor a punta de hacerse el sumiso, el yo no fui, el si te miro no te veo, el empuja que voy atrás, el manso franciscano de Asís, y así tejiendo toda una telaraña inútil dentro de un inmenso engaño en medio de discusiones vacías logró ponerle la mano al trono reinal ubicado en un palacio rococó feo e incómodo que en las Américas llaman Miraflores, que por cierto no se ven si no se siembran, y con esas artimañas de siempre y haciéndose el santurrón al estilo del humilde y cojo Sixto Vº papal trentino, desde que agarra el toro por los cachos en el reino primero entra en una lloradera a fin de convencer a los paniaguados mediante la operación fraguada de dar lástima para que esos aturdidos votaran a fin de reformar la sacra y seria Constitución con el objeto de hacerla a su medida, o de plastilina, y una vez de nuevo engañados los votantes cegatos por el polvo de alguna burundanga que echara ante los ojos, comenzó a salir de sus entrañas el tremendo aventurero Gulliver que sin contar con la astucia habanera guardara por dentro de sus entresijos para hincar mediante el fraude y siempre el engaño, la más desacertada escena teatral que haya conocido la humanidad desde tiempos del tirano Adolfo, porque a partir de entonces el reino de guatepeor comenzó a dar saltos sin sentido hacia las sombras y a vivir del mal de San Vito, que ahora intrusos sabelotodo llaman de Parkinson.
            Comenzó como cualquier mísero dictador imitando a los romanos Mario y Sila, hasta en eso de la tierra, de la pachamama indígena como gustaba entenderla, de donde se dedica a engañar al mundo pero que no fue siempre, en un viaje constante fuera del reino para inventar mentiras o falsías (dicen sin inmutarse que la política es la ciencia de las mentiras), mientras en lo interior de su mando y para otro engaño más decide establecer un juego electoral novedoso, permanente, lleno de máquinas electrónicas manejables a distancia y otros artilugios sesgantes con lo que el mundo ajeno a la realidad se congratula en la trampa y así lo erigen como patriarca de la democracia, de gestor imponente de los derechos humanos, de padre bíblico de los desposeídos, de califa de la arepa y la mantequilla de coco, hasta cuando descubren sus intenciones drásticas, odiosas, guerreristas y llenas de saña, como Pio Gil pudo cantar al cabito Cipriano Castro, en que todo fue colocado a su medida para gobernar sin barreras, mientras el reino con la luz exterior agonizante y a través del terror se sumía en un país sin alma, callado con tirro, lleno de miedo, porque a través de una famosa lista de Sir Tascon, que maneja a su antojo, acabó con todos los adversarios solapados, y los 20.000 técnicos petroleros también, mientras los barones del país y de la droga manejados por la industria minúscula, el colapso caótico y las fuerzas vivas en terapia intensiva, como el vasto mundo petrolero deudor, hacen un paro que se transforma en golpe de estado, en que se entrega a sus adversarios el alicaído rey de bastos o de opereta, aunque luego reviva porque sus opresores con el cuento de vacío de poder no se ponen de acuerdo sobre el valor de esta presa codiciada, de donde por arte de magia de los babalaos el omnipresente y todopoderoso patriarca del espacio regresa a ese Trianón que es Miraflores para atornillar más al reino que cada día se centraliza con mayor vigor y donde no se mueve una paja sin salir de su boca alguna orden expresa. Como todo dictador ya declarado y conocido por el mundo, dejó de viajar porque nadie con este rabo de paja lo invitaba, ni siquiera autoinvitándose, sino los más abyectos dictadores de otras localidades, de donde se esmera en molestarle la paciencia a los súbditos, y como nunca tuvo nada decidió tener todo, comenzando por la tierra privada, con la maestría de un caco de alcurnia, porque su abuelo fue lo mismo en cuanto al hurto permanente y murió en la cárcel pagando tantas culpas sumadas, de donde la extensa provincia natal ganadera fue expropiada con un úkase inapelable, al estilo de Atila, para así reunir a la numerosa familia imperial con sus cachorros que con rapidez exhibía la riqueza en hatos, vehículos blindados lujosos, guardias pretorianas, prendas de alto valor y fajos de billetes de esos que llaman verdes, y donde Madame Pompadour con el chihuaua en su mano y el profe Baco atarantado y mudo, vivían en otro reino imaginario, mientras el aventurero Tribilín estudió artes marciales para sacar las peores notas y por ello el reino antecedente en respuesta lo destina a cuidar fronteras perdidas donde también reinaban los malhechores, los guerrilleros amigos del desterrado y toda clase de crápulas sin ley ni castigo, porque era difícil reconocerlos. Pero nuestro príncipe y antes de asaltar el poder, que lo hizo por los medios más bajos, se dedicó a ratos a leer libros que confundía con Maquiavelo y sin sacar sustancia leía el Corán de derecha a izquierda porque nada entendía, la Biblia de Lutero llena de contradicciones contra la sagrada palabra del Vaticano, algo de Confucio en mandarín con diccionario adjunto, que no entendía ni papa porque se lee de arriba para abajo, y así otras barbaridades que a su inteligencia hueca le sirvieron como un nirvana indetenible.
            En ese entonces comenzó a conspirar contra su propio juramento de lealtad al reino, uniéndose con oficiales del imperio engatusados por el marxismo venenoso y la traición, haciéndose el paladín, o el comodín de esas encerronas sediciosas, pero cuando le tocó de veras echar plomo, plomo tenía debajo de las alas y ese mesías creído se acorbadó al extremo que todos sus compañeros en la asonada triunfaron menos él, que acoquinado y con la lengua suelta se esconde en una castillo parapeto sin almenas, ni puentes ni nada ventajoso, y así se entrega en las primeras de cambio, de todos cuyas jerigonzas aquí vuelvo a contar entre chascarrillos, melodramas y guasas chistosas que en mayoría conocen y se desternillan en la hora de sus recuerdos malogrados. Pero porque las cosas no son como se piensan, el cabecilla de la asonada se rajó, le dio culillo y el pretendiente a la comiquería, una vez estudiado por el viejo habanero, en él pudo apreciar un filón para ir adelante sobre sus pretensiones políticas trasnochadas, que se asientan en sangre, dándole así la mano del apoyo internacional incuidos sus denuestos e imprudencias, que el insular toreaba de manera sibilina, porque a partir de entonces el reino se hizo proveedor no solo de la arruinada segunda ínsula barataria, sino de ese complejo de personajes atornillados entre coqueros, timadores del estado, defraudadores bancarios, borrachos violadores, exguerrilleros tupamaros o de otras pintas, selectos pensadores ultrosos, y toda esa parranda de circo de pueblo que tanta bulla y alharaca montan para como David contra Goliat intentar destruir un imperio más tecnológico y potente que nunca. El reino miniimperial que recibiera el príncipe, que se cree aún saudita, ahora vuelto un desastre y empobrecido por demás, con inmensas deudas a pagar por generaciones, salió de una potencia imperial  especialista para entregarse a otra poderosa que es Catay, mientras la jauría insulsa que al estilo norcoreano aplaude sin cesar y menos chistar al todopoderoso Alá que él transforma en comiquita, y perdóname Dios, se ha enriquecido al extremo que salidos sus áulicos de los cerros y quebradas más desguarnecidas ahora viven en mansiones lujosas atiborrados de chequeras corruptas que se manejan fuera del imperio y pretenciosos se codean con los restos  de las familias nobles descendientes de Bolívar”.
            “Ah, pero decidió ver si era un Bolívar envenenado y por ello la calavera y algunos huesos los desentierra en un ritual de medianoche que no se acaba, donde el status que lo entorna en el jalabolismo admite ahora que debe  ser enterrado junto a él, mientras todos los organismos del Estado, pero todos, están a su mandar sin objetar conciencias ni menos disentir en lo más mínimo, porque serán barridos de inmediato rumbo al tacho de la basura. Recordemos los casos de Lange y Pérez Roque habaneros. Los poderes ejecutivo, legislativo, judicial (donde superabundan enanos), electoral, militar, que son por millones de seres, están a su entero mandar.  Y como era grande, omnipotente, omnipresente, comparándose siempre con un Bolívar hecho a la medida, modificando sus ideales, el príncipe de opereta optó por crear todo un mercado de inteligencias manipulables como Correa, para rendirle pleitesía internacional, o el nuevo inquilino intelectual que es un Pepe senil, el de barriga cervecera, con los votos necesarios en cualquier cenáculo comprados con el dinero faraónico. Por otra parte el príncipe de marras y desde hace tiempo fue escogido por la internacional socialista, la chucuta, y guardando las distancias, para esparcir la semilla comunista o comunal luego del traspié ocurrido con el tovarich Gorbachov, por lo que atrincherados en este país del petróleo a punta de publicidad sin freno, ventajismo electoral y de todo tipo, y leyes que aparecen por docenas como las penales y represivas, no teniendo tiempo ni para leerlas y menos entenderlas siembran el desconcierto por doquier, aunque su triunfo temporal sea pírrico por obra de la naturaleza que tampoco pudo vencer. Mas como nada es perfecto en la vida, ésta ha castigado sin contemplaciones al derrochador de la fortuna venezolana hasta llevarla a la ruina, mientras los mediocres barones del poder, entre ellos la claque narcoterrorista, se dan la gran vida, dentro y fuera del reino de quita pesares”.
            “Sin embargo como nada es perfecto, ni siquiera en la maldad y cuando el príncipe que manejaba varios estados títeres, alguna media docena en territorio continental, y otros varios en el Caribe principalmente angloparlante, como otros asociados en pilatunas y negocios como se mencionan los guyaneses, persas, los bielorusos, ahora la socia Cristina, y demás comparsa usufructuaria, porque ni bambarito lo salvó de caer en esas redes perniciosas, al robusto príncipe se le presenta y sin esperar un cáncer con tres fases que en cosa de año y medio escondiéndolo todo, hasta el menor resquicio de noticías, ha hecho de tal enfermedad un tinglado noticioso de medios en la primera página de lo escabroso, de donde mantiene una línea aérea directa y de lujo permanente con La Habana, incluso su familia principesca, que pudiéramos comparar con el caso de otro súbdito que hizo fama en los salones de la locura y la lujuria, o sea el cabito Cipriano Castro, de donde nuestro noble señor de sangre azul desteñida y sin medir los gastos ha puesto la bolsa rota que de ingente manera cancela el gobierno nacional, para buscar galenos, hechiceros y clínicas siempre habaneras, para guardar el secreto de Estado de lo que acontece en su tan deteriorado cuerpo, y porque desde luego que su desaparición no acarreará –por ahora- un cambio sustancial en el principado, sino en todos los súbditos y payasos internacionales que por dinero le aplauden, de donde verlo de otra forma sería una catástrofe pensar en que su muerte acabaría con todo el tinglado montado a lo largo y ancho de los intereses mundiales izquierdistas, para mejor decir comunistas de antaño, con los velos requeridos, de donde fuerza es decir que se va al abismo con un príncipe virtual que despacha desde predios habaneros, con una firma virtual que no es la suya y una voz desencajada, con la industria, el campo, las ciudades, las vías, la construcción en parálisis total, la inflación galopante y no se diga de la moneda “fuerte” nacional, que en 15 días se ha depreciado en un 90 por ciento, y el alma del trabajo acabados, mientras en la desbandada y la incertidumbre crece la yerba como verdolaga en los matorrales del reino y se asesinan miles porque la justicia y menos la seguridad existen.
            Ahora están los miembros del imperio angustiados y en espera del desenlace de la enfermedad del caudillo continental e intergaláctico, como lo llama la prensa venezolana, a ver qué cambia dentro de los cuatro sectores chavistas que se disputan el futuro mando, y las logias militares del grupo también, mientras algunos especulan que de desaparecer el príncipe de la epopeya inmortal, se enterrará en el sitio que ocupa el Palacio Blanco una vez demolido, para que desde allí y frente a su cercana silla de Miraflores continúe manejando la mediocridad algo así como Cristo entre sus apóstoles analfabetos, lo que cuesta decirlo y por siglos de los siglos. Mediante los ojos de la cerradura están mirando el fin de la comedia dolorosa del Franklin Brito agricultor, el caso emblemático de la jueza Afiuni, quien jugó a perder o sea el brujo Baduel,  y así usted con perspicacia complete la lista, que no demorará en llenarla. Y bien, ojalá sus cabezas no den vueltas con este relato pintoresco de tiempos antañones “cuando viene el coco y te comerá”, como se mantiene la mía”. Recordemos la conocida sentencia de Winston Churchill: “El comunismo es la manera más equitativa de repartir la miseria”.       

EL PEQUEÑO GRAN REINO DE LILIPUT.




                      EL PEQUEÑO GRAN REINO DE LILIPUT.


 Amigos invisibles. Dentro de tantos temas a tratar ahora recuerdo tiempos pretéritos cuando acariciábamos sueños infantiles que con alguna facilidad acicalada de picardía pudo enseñarnos muchas maneras de pensar al momento en que uno despega de ese Shangri-la dubitativo, para enterarse que a los quince años el ser ya despìerta algunos con bigotes y ojos saltarines para escudriñar en realidades aunque no suelta prendas en eso que llaman compostura emocional y tendencias subjetivas, según lo describiera Carl Jung. Pues bien y como hoy amanecí de bala, acorde con la aguda expresión del poeta izquierdoso Víctor Valera Mora, voy a tratar de reconstruir el mundo de Liliput, que había sido agitado por un estruendoso terremoto desde las épocas del zar Josef y que resucitó hace poco tiempo, para que juntadas las piezas requeridas de aquel reino que leyera en retrospectiva época familiar, poder así dar cuerpo y vida a ese franquestein icónico y tropical que hemos creado (futuro santurrón) para el solaz de los locos y la distracción de los cuerdos. Voy a contar pues, como me lo contaron, y valga la redundancia, en busca de su satisfacción.
            “HABÍA UNA VEZ un reino proveniente de atrás, desde tiempos del incomprendido Simón Bolívar, que venía manejando a los súbditos con los mayores inconvenientes donde los señores todopoderosos se embolsillaban las ganancias pero no las pérdidas, que con habilidad contable eran dejadas por pagar a la gleba mediante la utilización de costosos impuestos o gabelas, y sin sentir tamaño sacrificio el tiempo transcurría mientras algunos se quejaron con angustia y otros lloraban de felicidad, lo que llevó a correr la cortina del tiempo a través de tantos caudillos macheteros y de infelices vástagos que caían en los campos pestíferos de la malaria, la barriga hinchada, la tuberculosis, el hambre y la fraudulenta Guerra Federal, donde olían los cadáveres por todas partes  ya que los zamuros no se daban abasto, para así continuar en un vaivén inagotable a través de otros compulsores tenaces dejando correr los años que restaban del siglo XIX mientras satisfacían el ego viendo el increíble nacimiento del telégrafo, las carreteras de pico y pala, la radio y hasta las nuevas estafas engañosas y maneras cínicas de vivir de los demás. Ya habían pasado los recuerdos de la nobleza colonial fundadora del reino, desde los tiempos del asustado marqués del Toro y de atrás, que apenas dejaron una estela de contradicciones y de lagunas mentales productoras de ceguera entre los más cuerdos. Pero llegó el momento en que dentro del reino resquebrajado todo quería como cambiar a mediados del siglo pasado, luego del paso del cometa Halley, porque ya no se aguantaba la verborrea abstracta del medio conservador de ideas y la inercia de algunos liberales obtusos que sin hacer ruido por nada querían salirse de sus casillas programáticas. Y parece que aquello fue una suerte de revolución evolutiva (¡caramba¡) porque desde nuestro amo y señor Carlomagno, el fiero, no se había sentido tanto peso en el malabarismo de la palabra discursiva ni menos en la escasa sucesión de los hechos, porque a decir verdad dentro de los estamentos sociales apenas se entendió hablar a ratos mascullante y de cosa parecida sobre un tal Lenin, que según recuerdan los de aquel tiempo de su bautizo espiritual, era pedante, echado para atrás, medio barrigón, con el dedo alzado cual director de orquesta, chiquito, calvo y barbudo, pero con una cabeza rabelesiana y un genio rocambolesco que ni el mismo Verlaine hubiera podido con ese espíritu jacarandoso y bohemio, que no quiere decir etílico. Pues bien, como vamos andando en el hilo torcido de lo escrito, en ese medio siglo aparecieron por el reino unas cabezas calientes con razonamientos muy raros, hablando de cosas incomprensibles como el cuento de la propiedad, de los derechos aún no escritos y desde luego que de las izquierdas, que en ese batiburrillo que se forma, los pares, los infanzones y los hijosdalgo se pusieron temerosos del presente porque contradecía el espíritu de la realidad venida de lejos.”
            “Así, de estas remembranzas insalvables y frente a tanto bicho de uña aparecido, según contaba el pueblo olvidadizo, volviose al curso ingenuo de lo anterior, es decir a los recuerdos preñados de aquella frase sentimental de que “todo tiempo pasado fue mejor”, aunque ahora oliera a aceite quemado, a estiércol del demonio y a gasolina barata por doquier, que contradecía la vivencia anterior, al extremo que jugando a Rosalinda entre militares obsoletos pero que eran de escuela marruñera y una juventud desbocada con tantos grillos en la cabeza, fuimos andando por un período superior al que Luís XIV mandara desde Versalles, pero con el mismo tronío de la buena mesa, entre licores, manjares, putas acicaladas y la mejor vida real. Desde luego que existían enanos por doquier y hasta gigantes y cabezudos que asustaban a los herederos del status que fuera construyéndose, mientras ya se oía hablar de alguien que iba creciendo dentro del mayor anonimato, el olvido hasta de los pájaros chillones y de nombre Gulliver, porque engullía mucho y nada engordaba, de donde dentro del espíritu llanero groserón que vio crecer sus pasos mal llevados siempre lo llamaron Tribilín por lo flaco y viva la pepa en que anduviera, queriendo ser una suerte de mago siniestro dentro de lo que amaba, o sea de un tal béisbol traído por los conquistadores americanos, que imitando a Colón se llevaban el petróleo gasolinero y apenas dejaron espejitos de apuestas y conchas marinas por recambio. En ese período tan especial previo y hacia la debacle total dominada por una claque afanosa en busca como Midas para encontrar el camino de El Dorado, es cuando se le abren las agallas a un grupo inexperto en la caza y la pesca de las oportunidades, por lo que de orden del Inquisidor presumido son tirados en un calabozo del palacio para purgar las culpas, pero como siempre sucede un príncipe viejo, engominado y agalludo mayor, luego de dos años de cana o de chirona, porque aquí también se usan términos de germanía gitanesca, les abrió las puertas de la prisión que no era tal, para que con  aquello de “Idos, y que Dios os proteja”, echar a correr envenenados con tanto alboroto mental que portaban, porque muchos habían sido entrenados por la momia mayor del Caribe en eso de la conspiración constante, o sea de poner bombas, encapucharse, secuestrar, vacunar, tirar piedras, disparar a mansalva, aliarse con grupos mercachifles de drogas, utilizar sicarios, lanzar bombas incendiarias que el vulgo llamara en ortodoxo ruso Molotov, formar guarimbas, presionar y odiar siempre por consigna de cartilla que envilece, y otros desmanes predeterminados estilo guerrilla en un largo cuestionario que los tenían como envueltos en niebla e inflamados de pasión mediante globos caseros aerostáticos, a los medio sumisos contribuyentes de ese reino de tucusiapón tan cuestionado, que me recuerda al momento los signos oníricos de la disparatada ínsula Barataria”.
            “Pero bueno es ahora referirnos a esta suerte de príncipe mendigo que apareciera nacido con partera humilde en los entresijos interioranos del llano adentro, en el reino opositor de la mentira tenida por fachada y como elemento vital, donde nada se creía para poder creer todo y donde la rapiña, el plagio y el abigeato por la pobreza ancestral era el modus vivendi de esas comunidades atenaceadas por la peste, las garrapatas y los enemigos de siempre. Nuestro príncipe viviente al estilo quijotesco nació en aquel medio tan rastrero, criado con leche de cabra hipnotizante, y con tal o cual paliza sobre las costillas enclenques que de nada sirvieran para enderezarle el carácter burlón y juglaresco, porque desde mocoso se creyó superdotado en el canto que desafina  y a la tierra enviado por Zeus para acabar con los grandes imperios y hasta con el reino mismo, según instrucciones habaneras que en un lavado de cerebro le fueron calmando los pelos de tornillo camita arriba de los ojos con tales inventos mentirosos cada vez mayores, al extremo que en consejo del reino se propuso darle el título de bufón mayor y de entretenido payaso de la corte para hacer reír a las meninas, atrayentes damiselas de alcoba y selectas encopetadas, como a los borrachos del barrio, aunque él siempre cuando se acostaba con hambre soñó que algún día iba a emular al famoso Marqués de Barinas y al de Guanaguanare, a unos tales ricachones Pulido, como al no menos feudal propietario de inmensas sabanas con hatos, de nombre Ramírez, y hasta la misma familia Bolívar, cuyas posesiones y riqueza llegaban hasta los Tiznados, en el Guárico Central. Esa obsesión persecutoria de envidia permanente lo llevaba en la sangre como algo muy profundo que le dominó el seso, aunque dicha tara la escondía con sonrisitas de cochino muy bien plasmadas debajo de la boína roja, que en un rictus portaba desde cuando fue execrado del medio militar por recias fallas de valentía, pero como el que busca encuentra y esperando no las de Villadiego, que era su costumbre, sino aquella oportunidad que la pintaran calva, por descarte y suerte de unos tales santeros que le ensalmaron a la orilla del malecón de La Habana invocando a babalú, por acaso del destino confuso en que se hallaba el reino llegó a ganar la lotería mayor a punta de hacerse el sumiso, el yo no fui, el si te miro no te veo, el empuja que voy atrás, el manso franciscano de Asís, y así tejiendo toda una telaraña inútil dentro de un inmenso engaño en medio de discusiones vacías logró ponerle la mano al trono reinal ubicado en un palacio rococó feo e incómodo que en las Américas llaman Miraflores, que por cierto no se ven si no se siembran, y con esas artimañas de siempre y haciéndose el santurrón al estilo del humilde y cojo Sixto Vº papal trentino, desde que agarra el toro por los cachos en el reino primero entra en una lloradera a fin de convencer a los paniaguados mediante la operación fraguada de dar lástima para que esos aturdidos votaran a fin de reformar la sacra y seria Constitución con el objeto de hacerla a su medida, o de plastilina, y una vez de nuevo engañados los votantes cegatos por el polvo de alguna burundanga que echara ante los ojos, comenzó a salir de sus entrañas el tremendo aventurero Gulliver que sin contar con la astucia habanera guardara por dentro de sus entresijos para hincar mediante el fraude y siempre el engaño, la más desacertada escena teatral que haya conocido la humanidad desde tiempos del tirano Adolfo, porque a partir de entonces el reino de guatepeor comenzó a dar saltos sin sentido hacia las sombras y a vivir del mal de San Vito, que ahora intrusos sabelotodo llaman de Parkinson.
            Comenzó como cualquier mísero dictador imitando a los romanos Mario y Sila, hasta en eso de la tierra, de la pachamama indígena como gustaba entenderla, de donde se dedica a engañar al mundo pero que no fue siempre, en un viaje constante fuera del reino para inventar mentiras o falsías (dicen sin inmutarse que la política es la ciencia de las mentiras), mientras en lo interior de su mando y para otro engaño más decide establecer un juego electoral novedoso, permanente, lleno de máquinas electrónicas manejables a distancia y otros artilugios sesgantes con lo que el mundo ajeno a la realidad se congratula en la trampa y así lo erigen como patriarca de la democracia, de gestor imponente de los derechos humanos, de padre bíblico de los desposeídos, de califa de la arepa y la mantequilla de coco, hasta cuando descubren sus intenciones drásticas, odiosas, guerreristas y llenas de saña, como Pio Gil pudo cantar al cabito Cipriano Castro, en que todo fue colocado a su medida para gobernar sin barreras, mientras el reino con la luz exterior agonizante y a través del terror se sumía en un país sin alma, callado con tirro, lleno de miedo, porque a través de una famosa lista de Sir Tascon, que maneja a su antojo, acabó con todos los adversarios solapados, y los 20.000 técnicos petroleros también, mientras los barones del país y de la droga manejados por la industria minúscula, el colapso caótico y las fuerzas vivas en terapia intensiva, como el vasto mundo petrolero deudor, hacen un paro que se transforma en golpe de estado, en que se entrega a sus adversarios el alicaído rey de bastos o de opereta, aunque luego reviva porque sus opresores con el cuento de vacío de poder no se ponen de acuerdo sobre el valor de esta presa codiciada, de donde por arte de magia de los babalaos el omnipresente y todopoderoso patriarca del espacio regresa a ese Trianón que es Miraflores para atornillar más al reino que cada día se centraliza con mayor vigor y donde no se mueve una paja sin salir de su boca alguna orden expresa. Como todo dictador ya declarado y conocido por el mundo, dejó de viajar porque nadie con este rabo de paja lo invitaba, ni siquiera autoinvitándose, sino los más abyectos dictadores de otras localidades, de donde se esmera en molestarle la paciencia a los súbditos, y como nunca tuvo nada decidió tener todo, comenzando por la tierra privada, con la maestría de un caco de alcurnia, porque su abuelo fue lo mismo en cuanto al hurto permanente y murió en la cárcel pagando tantas culpas sumadas, de donde la extensa provincia natal ganadera fue expropiada con un úkase inapelable, al estilo de Atila, para así reunir a la numerosa familia imperial con sus cachorros que con rapidez exhibía la riqueza en hatos, vehículos blindados lujosos, guardias pretorianas, prendas de alto valor y fajos de billetes de esos que llaman verdes, y donde Madame Pompadour con el chihuaua en su mano y el profe Baco atarantado y mudo, vivían en otro reino imaginario, mientras el aventurero Tribilín estudió artes marciales para sacar las peores notas y por ello el reino antecedente en respuesta lo destina a cuidar fronteras perdidas donde también reinaban los malhechores, los guerrilleros amigos del desterrado y toda clase de crápulas sin ley ni castigo, porque era difícil reconocerlos. Pero nuestro príncipe y antes de asaltar el poder, que lo hizo por los medios más bajos, se dedicó a ratos a leer libros que confundía con Maquiavelo y sin sacar sustancia leía el Corán de derecha a izquierda porque nada entendía, la Biblia de Lutero llena de contradicciones contra la sagrada palabra del Vaticano, algo de Confucio en mandarín con diccionario adjunto, que no entendía ni papa porque se lee de arriba para abajo, y así otras barbaridades que a su inteligencia hueca le sirvieron como un nirvana indetenible.
            En ese entonces comenzó a conspirar contra su propio juramento de lealtad al reino, uniéndose con oficiales del imperio engatusados por el marxismo venenoso y la traición, haciéndose el paladín, o el comodín de esas encerronas sediciosas, pero cuando le tocó de veras echar plomo, plomo tenía debajo de las alas y ese mesías creído se acorbadó al extremo que todos sus compañeros en la asonada triunfaron menos él, que acoquinado y con la lengua suelta se esconde en una castillo parapeto sin almenas, ni puentes ni nada ventajoso, y así se entrega en las primeras de cambio, de todos cuyas jerigonzas aquí vuelvo a contar entre chascarrillos, melodramas y guasas chistosas que en mayoría conocen y se desternillan en la hora de sus recuerdos malogrados. Pero porque las cosas no son como se piensan, el cabecilla de la asonada se rajó, le dio culillo y el pretendiente a la comiquería, una vez estudiado por el viejo habanero, en él pudo apreciar un filón para ir adelante sobre sus pretensiones políticas trasnochadas, que se asientan en sangre, dándole así la mano del apoyo internacional incuidos sus denuestos e imprudencias, que el insular toreaba de manera sibilina, porque a partir de entonces el reino se hizo proveedor no solo de la arruinada segunda ínsula barataria, sino de ese complejo de personajes atornillados entre coqueros, timadores del estado, defraudadores bancarios, borrachos violadores, exguerrilleros tupamaros o de otras pintas, selectos pensadores ultrosos, y toda esa parranda de circo de pueblo que tanta bulla y alharaca montan para como David contra Goliat intentar destruir un imperio más tecnológico y potente que nunca. El reino miniimperial que recibiera el príncipe, que se cree aún saudita, ahora vuelto un desastre y empobrecido por demás, con inmensas deudas a pagar por generaciones, salió de una potencia imperial  especialista para entregarse a otra poderosa que es Catay, mientras la jauría insulsa que al estilo norcoreano aplaude sin cesar y menos chistar al todopoderoso Alá que él transforma en comiquita, y perdóname Dios, se ha enriquecido al extremo que salidos sus áulicos de los cerros y quebradas más desguarnecidas ahora viven en mansiones lujosas atiborrados de chequeras corruptas que se manejan fuera del imperio y pretenciosos se codean con los restos  de las familias nobles descendientes de Bolívar”.
            “Ah, pero decidió ver si era un Bolívar envenenado y por ello la calavera y algunos huesos los desentierra en un ritual de medianoche que no se acaba, donde el status que lo entorna en el jalabolismo admite ahora que debe  ser enterrado junto a él, mientras todos los organismos del Estado, pero todos, están a su mandar sin objetar conciencias ni menos disentir en lo más mínimo, porque serán barridos de inmediato rumbo al tacho de la basura. Recordemos los casos de Lange y Pérez Roque habaneros. Los poderes ejecutivo, legislativo, judicial (donde superabundan enanos), electoral, militar, que son por millones de seres, están a su entero mandar.  Y como era grande, omnipotente, omnipresente, comparándose siempre con un Bolívar hecho a la medida, modificando sus ideales, el príncipe de opereta optó por crear todo un mercado de inteligencias manipulables como Correa, para rendirle pleitesía internacional, o el nuevo inquilino intelectual que es un Pepe senil, el de barriga cervecera, con los votos necesarios en cualquier cenáculo comprados con el dinero faraónico. Por otra parte el príncipe de marras y desde hace tiempo fue escogido por la internacional socialista, la chucuta, y guardando las distancias, para esparcir la semilla comunista o comunal luego del traspié ocurrido con el tovarich Gorbachov, por lo que atrincherados en este país del petróleo a punta de publicidad sin freno, ventajismo electoral y de todo tipo, y leyes que aparecen por docenas como las penales y represivas, no teniendo tiempo ni para leerlas y menos entenderlas siembran el desconcierto por doquier, aunque su triunfo temporal sea pírrico por obra de la naturaleza que tampoco pudo vencer. Mas como nada es perfecto en la vida, ésta ha castigado sin contemplaciones al derrochador de la fortuna venezolana hasta llevarla a la ruina, mientras los mediocres barones del poder, entre ellos la claque narcoterrorista, se dan la gran vida, dentro y fuera del reino de quita pesares”.
            “Sin embargo como nada es perfecto, ni siquiera en la maldad y cuando el príncipe que manejaba varios estados títeres, alguna media docena en territorio continental, y otros varios en el Caribe principalmente angloparlante, como otros asociados en pilatunas y negocios como se mencionan los guyaneses, persas, los bielorusos, ahora la socia Cristina, y demás comparsa usufructuaria, porque ni bambarito lo salvó de caer en esas redes perniciosas, al robusto príncipe se le presenta y sin esperar un cáncer con tres fases que en cosa de año y medio escondiéndolo todo, hasta el menor resquicio de noticías, ha hecho de tal enfermedad un tinglado noticioso de medios en la primera página de lo escabroso, de donde mantiene una línea aérea directa y de lujo permanente con La Habana, incluso su familia principesca, que pudiéramos comparar con el caso de otro súbdito que hizo fama en los salones de la locura y la lujuria, o sea el cabito Cipriano Castro, de donde nuestro noble señor de sangre azul desteñida y sin medir los gastos ha puesto la bolsa rota que de ingente manera cancela el gobierno nacional, para buscar galenos, hechiceros y clínicas siempre habaneras, para guardar el secreto de Estado de lo que acontece en su tan deteriorado cuerpo, y porque desde luego que su desaparición no acarreará –por ahora- un cambio sustancial en el principado, sino en todos los súbditos y payasos internacionales que por dinero le aplauden, de donde verlo de otra forma sería una catástrofe pensar en que su muerte acabaría con todo el tinglado montado a lo largo y ancho de los intereses mundiales izquierdistas, para mejor decir comunistas de antaño, con los velos requeridos, de donde fuerza es decir que se va al abismo con un príncipe virtual que despacha desde predios habaneros, con una firma virtual que no es la suya y una voz desencajada, con la industria, el campo, las ciudades, las vías, la construcción en parálisis total, la inflación galopante y no se diga de la moneda “fuerte” nacional, que en 15 días se ha depreciado en un 90 por ciento, y el alma del trabajo acabados, mientras en la desbandada y la incertidumbre crece la yerba como verdolaga en los matorrales del reino y se asesinan miles porque la justicia y menos la seguridad existen.
            Ahora están los miembros del imperio angustiados y en espera del desenlace de la enfermedad del caudillo continental e intergaláctico, como lo llama la prensa venezolana, a ver qué cambia dentro de los cuatro sectores chavistas que se disputan el futuro mando, y las logias militares del grupo también, mientras algunos especulan que de desaparecer el príncipe de la epopeya inmortal, se enterrará en el sitio que ocupa el Palacio Blanco una vez demolido, para que desde allí y frente a su cercana silla de Miraflores continúe manejando la mediocridad algo así como Cristo entre sus apóstoles analfabetos, lo que cuesta decirlo y por siglos de los siglos. Mediante los ojos de la cerradura están mirando el fin de la comedia dolorosa del Franklin Brito agricultor, el caso emblemático de la jueza Afiuni, quien jugó a perder o sea el brujo Baduel,  y así usted con perspicacia complete la lista, que no demorará en llenarla. Y bien, ojalá sus cabezas no den vueltas con este relato pintoresco de tiempos antañones “cuando viene el coco y te comerá”, como se mantiene la mía”. Recordemos la conocida sentencia de Winston Churchill: “El comunismo es la manera más equitativa de repartir la miseria”.