EL PEQUEÑO GRAN REINO DE LILIPUT.
Amigos invisibles. Dentro de tantos temas a tratar ahora recuerdo
tiempos pretéritos cuando acariciábamos sueños infantiles que con alguna
facilidad acicalada de picardía pudo enseñarnos muchas maneras de pensar al
momento en que uno despega de ese Shangri-la dubitativo, para enterarse que a
los quince años el ser ya despìerta algunos con bigotes y ojos saltarines para
escudriñar en realidades aunque no suelta prendas en eso que llaman compostura
emocional y tendencias subjetivas, según lo describiera Carl Jung. Pues bien y
como hoy amanecí de bala, acorde con la aguda expresión del poeta izquierdoso Víctor
Valera Mora, voy a tratar de reconstruir el mundo de Liliput, que había sido agitado
por un estruendoso terremoto desde las épocas del zar Josef y que resucitó hace
poco tiempo, para que juntadas las piezas requeridas de aquel reino que leyera en
retrospectiva época familiar, poder así dar cuerpo y vida a ese franquestein
icónico y tropical que hemos creado (futuro santurrón) para el solaz de los
locos y la distracción de los cuerdos. Voy a contar pues, como me lo contaron,
y valga la redundancia, en busca de su satisfacción.
“HABÍA
UNA VEZ un reino proveniente de atrás, desde tiempos del incomprendido Simón
Bolívar, que venía manejando a los súbditos con los mayores inconvenientes
donde los señores todopoderosos se embolsillaban las ganancias pero no las
pérdidas, que con habilidad contable eran dejadas por pagar a la gleba mediante
la utilización de costosos impuestos o gabelas, y sin sentir tamaño sacrificio
el tiempo transcurría mientras algunos se quejaron con angustia y otros
lloraban de felicidad, lo que llevó a correr la cortina del tiempo a través de
tantos caudillos macheteros y de infelices vástagos que caían en los campos pestíferos
de la malaria, la barriga hinchada, la tuberculosis, el hambre y la fraudulenta
Guerra Federal, donde olían los cadáveres por todas partes ya que los zamuros no se daban abasto, para
así continuar en un vaivén inagotable a través de otros compulsores tenaces
dejando correr los años que restaban del siglo XIX mientras satisfacían el ego viendo
el increíble nacimiento del telégrafo, las carreteras de pico y pala, la radio
y hasta las nuevas estafas engañosas y maneras cínicas de vivir de los demás. Ya
habían pasado los recuerdos de la nobleza colonial fundadora del reino, desde
los tiempos del asustado marqués del Toro y de atrás, que apenas dejaron una
estela de contradicciones y de lagunas mentales productoras de ceguera entre
los más cuerdos. Pero llegó el momento en que dentro del reino resquebrajado todo
quería como cambiar a mediados del siglo pasado, luego del paso del cometa
Halley, porque ya no se aguantaba la verborrea abstracta del medio conservador
de ideas y la inercia de algunos liberales obtusos que sin hacer ruido por nada
querían salirse de sus casillas programáticas. Y parece que aquello fue una
suerte de revolución evolutiva (¡caramba¡) porque desde nuestro amo y señor Carlomagno,
el fiero, no se había sentido tanto peso en el malabarismo de la palabra
discursiva ni menos en la escasa sucesión de los hechos, porque a decir verdad
dentro de los estamentos sociales apenas se entendió hablar a ratos mascullante
y de cosa parecida sobre un tal Lenin, que según recuerdan los de aquel tiempo
de su bautizo espiritual, era pedante, echado para atrás, medio barrigón, con
el dedo alzado cual director de orquesta, chiquito, calvo y barbudo, pero con
una cabeza rabelesiana y un genio rocambolesco que ni el mismo Verlaine hubiera
podido con ese espíritu jacarandoso y bohemio, que no quiere decir etílico.
Pues bien, como vamos andando en el hilo torcido de lo escrito, en ese medio
siglo aparecieron por el reino unas cabezas calientes con razonamientos muy
raros, hablando de cosas incomprensibles como el cuento de la propiedad, de los
derechos aún no escritos y desde luego que de las izquierdas, que en ese batiburrillo
que se forma, los pares, los infanzones y los hijosdalgo se pusieron temerosos
del presente porque contradecía el espíritu de la realidad venida de lejos.”
“Así, de
estas remembranzas insalvables y frente a tanto bicho de uña aparecido, según contaba
el pueblo olvidadizo, volviose al curso ingenuo de lo anterior, es decir a los
recuerdos preñados de aquella frase sentimental de que “todo tiempo pasado fue
mejor”, aunque ahora oliera a aceite quemado, a estiércol del demonio y a
gasolina barata por doquier, que contradecía la vivencia anterior, al extremo
que jugando a Rosalinda entre militares obsoletos pero que eran de escuela
marruñera y una juventud desbocada con tantos grillos en la cabeza, fuimos
andando por un período superior al que Luís XIV mandara desde Versalles, pero
con el mismo tronío de la buena mesa, entre licores, manjares, putas acicaladas
y la mejor vida real. Desde luego que existían enanos por doquier y hasta
gigantes y cabezudos que asustaban a los herederos del status que fuera
construyéndose, mientras ya se oía hablar de alguien que iba creciendo dentro
del mayor anonimato, el olvido hasta de los pájaros chillones y de nombre
Gulliver, porque engullía mucho y nada engordaba, de donde dentro del espíritu
llanero groserón que vio crecer sus pasos mal llevados siempre lo llamaron
Tribilín por lo flaco y viva la pepa en que anduviera, queriendo ser una suerte
de mago siniestro dentro de lo que amaba, o sea de un tal béisbol traído por
los conquistadores americanos, que imitando a Colón se llevaban el petróleo
gasolinero y apenas dejaron espejitos de apuestas y conchas marinas por
recambio. En ese período tan especial previo y hacia la debacle total dominada
por una claque afanosa en busca como Midas para encontrar el camino de El
Dorado, es cuando se le abren las agallas a un grupo inexperto en la caza y la
pesca de las oportunidades, por lo que de orden del Inquisidor presumido son tirados
en un calabozo del palacio para purgar las culpas, pero como siempre sucede un
príncipe viejo, engominado y agalludo mayor, luego de dos años de cana o de
chirona, porque aquí también se usan términos de germanía gitanesca, les abrió
las puertas de la prisión que no era tal, para que con aquello de “Idos, y que Dios os proteja”,
echar a correr envenenados con tanto alboroto mental que portaban, porque
muchos habían sido entrenados por la momia mayor del Caribe en eso de la
conspiración constante, o sea de poner bombas, encapucharse, secuestrar,
vacunar, tirar piedras, disparar a mansalva, aliarse con grupos mercachifles de
drogas, utilizar sicarios, lanzar bombas incendiarias que el vulgo llamara en
ortodoxo ruso Molotov, formar guarimbas, presionar y odiar siempre por consigna
de cartilla que envilece, y otros desmanes predeterminados estilo guerrilla en un
largo cuestionario que los tenían como envueltos en niebla e inflamados de
pasión mediante globos caseros aerostáticos, a los medio sumisos contribuyentes
de ese reino de tucusiapón tan cuestionado, que me recuerda al momento los
signos oníricos de la disparatada ínsula Barataria”.
“Pero
bueno es ahora referirnos a esta suerte de príncipe mendigo que apareciera
nacido con partera humilde en los entresijos interioranos del llano adentro, en
el reino opositor de la mentira tenida por fachada y como elemento vital, donde
nada se creía para poder creer todo y donde la rapiña, el plagio y el abigeato
por la pobreza ancestral era el modus vivendi de esas comunidades atenaceadas
por la peste, las garrapatas y los enemigos de siempre. Nuestro príncipe
viviente al estilo quijotesco nació en aquel medio tan rastrero, criado con
leche de cabra hipnotizante, y con tal o cual paliza sobre las costillas
enclenques que de nada sirvieran para enderezarle el carácter burlón y juglaresco,
porque desde mocoso se creyó superdotado en el canto que desafina y a la tierra enviado por Zeus para acabar con
los grandes imperios y hasta con el reino mismo, según instrucciones habaneras
que en un lavado de cerebro le fueron calmando los pelos de tornillo camita arriba
de los ojos con tales inventos mentirosos cada vez mayores, al extremo que en
consejo del reino se propuso darle el título de bufón mayor y de entretenido
payaso de la corte para hacer reír a las meninas, atrayentes damiselas de
alcoba y selectas encopetadas, como a los borrachos del barrio, aunque él siempre
cuando se acostaba con hambre soñó que algún día iba a emular al famoso Marqués
de Barinas y al de Guanaguanare, a unos tales ricachones Pulido, como al no
menos feudal propietario de inmensas sabanas con hatos, de nombre Ramírez, y
hasta la misma familia Bolívar, cuyas posesiones y riqueza llegaban hasta los
Tiznados, en el Guárico Central. Esa obsesión persecutoria de envidia
permanente lo llevaba en la sangre como algo muy profundo que le dominó el
seso, aunque dicha tara la escondía con sonrisitas de cochino muy bien plasmadas
debajo de la boína roja, que en un rictus portaba desde cuando fue execrado del
medio militar por recias fallas de valentía, pero como el que busca encuentra y
esperando no las de Villadiego, que era su costumbre, sino aquella oportunidad
que la pintaran calva, por descarte y suerte de unos tales santeros que le
ensalmaron a la orilla del malecón de La Habana invocando a babalú, por acaso del destino confuso
en que se hallaba el reino llegó a ganar la lotería mayor a punta de hacerse el
sumiso, el yo no fui, el si te miro no te veo, el empuja que voy atrás, el
manso franciscano de Asís, y así tejiendo toda una telaraña inútil dentro de un
inmenso engaño en medio de discusiones vacías logró ponerle la mano al trono
reinal ubicado en un palacio rococó feo e incómodo que en las Américas llaman Miraflores,
que por cierto no se ven si no se siembran, y con esas artimañas de siempre y
haciéndose el santurrón al estilo del humilde y cojo Sixto Vº papal trentino,
desde que agarra el toro por los cachos en el reino primero entra en una
lloradera a fin de convencer a los paniaguados mediante la operación fraguada
de dar lástima para que esos aturdidos votaran a fin de reformar la sacra y
seria Constitución con el objeto de hacerla a su medida, o de plastilina, y una
vez de nuevo engañados los votantes cegatos por el polvo de alguna burundanga que
echara ante los ojos, comenzó a salir de sus entrañas el tremendo aventurero
Gulliver que sin contar con la astucia habanera guardara por dentro de sus entresijos
para hincar mediante el fraude y siempre el engaño, la más desacertada escena
teatral que haya conocido la humanidad desde tiempos del tirano Adolfo, porque
a partir de entonces el reino de guatepeor comenzó a dar saltos sin sentido
hacia las sombras y a vivir del mal de San Vito, que ahora intrusos sabelotodo llaman
de Parkinson.
Comenzó como
cualquier mísero dictador imitando a los romanos Mario y Sila, hasta en eso de
la tierra, de la pachamama indígena como gustaba entenderla, de donde se dedica
a engañar al mundo pero que no fue siempre, en un viaje constante fuera del
reino para inventar mentiras o falsías (dicen sin inmutarse que la política es
la ciencia de las mentiras), mientras en lo interior de su mando y para otro
engaño más decide establecer un juego electoral novedoso, permanente, lleno de
máquinas electrónicas manejables a distancia y otros artilugios sesgantes con
lo que el mundo ajeno a la realidad se congratula en la trampa y así lo erigen
como patriarca de la democracia, de gestor imponente de los derechos humanos, de
padre bíblico de los desposeídos, de califa de la arepa y la mantequilla de
coco, hasta cuando descubren sus intenciones drásticas, odiosas, guerreristas y
llenas de saña, como Pio Gil pudo cantar al cabito Cipriano Castro, en que todo
fue colocado a su medida para gobernar sin barreras, mientras el reino con la
luz exterior agonizante y a través del terror se sumía en un país sin alma, callado
con tirro, lleno de miedo, porque a través de una famosa lista de Sir Tascon,
que maneja a su antojo, acabó con todos los adversarios solapados, y los 20.000
técnicos petroleros también, mientras los barones del país y de la droga manejados
por la industria minúscula, el colapso caótico y las fuerzas vivas en terapia
intensiva, como el vasto mundo petrolero deudor, hacen un paro que se
transforma en golpe de estado, en que se entrega a sus adversarios el alicaído
rey de bastos o de opereta, aunque luego reviva porque sus opresores con el
cuento de vacío de poder no se ponen de acuerdo sobre el valor de esta presa
codiciada, de donde por arte de magia de los babalaos el omnipresente y todopoderoso
patriarca del espacio regresa a ese Trianón que es Miraflores para atornillar
más al reino que cada día se centraliza con mayor vigor y donde no se mueve una
paja sin salir de su boca alguna orden expresa. Como todo dictador ya declarado
y conocido por el mundo, dejó de viajar porque nadie con este rabo de paja lo
invitaba, ni siquiera autoinvitándose, sino los más abyectos dictadores de
otras localidades, de donde se esmera en molestarle la paciencia a los
súbditos, y como nunca tuvo nada decidió tener todo, comenzando por la tierra
privada, con la maestría de un caco de alcurnia, porque su abuelo fue lo mismo
en cuanto al hurto permanente y murió en la cárcel pagando tantas culpas
sumadas, de donde la extensa provincia natal ganadera fue expropiada con un
úkase inapelable, al estilo de Atila, para así reunir a la numerosa familia
imperial con sus cachorros que con rapidez exhibía la riqueza en hatos, vehículos
blindados lujosos, guardias pretorianas, prendas de alto valor y fajos de
billetes de esos que llaman verdes, y donde Madame Pompadour con el chihuaua en
su mano y el profe Baco atarantado y mudo, vivían en otro reino imaginario,
mientras el aventurero Tribilín estudió artes marciales para sacar las peores
notas y por ello el reino antecedente en respuesta lo destina a cuidar
fronteras perdidas donde también reinaban los malhechores, los guerrilleros
amigos del desterrado y toda clase de crápulas sin ley ni castigo, porque era
difícil reconocerlos. Pero nuestro príncipe y antes de asaltar el poder, que lo
hizo por los medios más bajos, se dedicó a ratos a leer libros que confundía
con Maquiavelo y sin sacar sustancia leía el Corán de derecha a izquierda
porque nada entendía, la Biblia
de Lutero llena de contradicciones contra la sagrada palabra del Vaticano, algo
de Confucio en mandarín con diccionario adjunto, que no entendía ni papa porque
se lee de arriba para abajo, y así otras barbaridades que a su inteligencia
hueca le sirvieron como un nirvana indetenible.
En ese
entonces comenzó a conspirar contra su propio juramento de lealtad al reino,
uniéndose con oficiales del imperio engatusados por el marxismo venenoso y la traición,
haciéndose el paladín, o el comodín de esas encerronas sediciosas, pero cuando
le tocó de veras echar plomo, plomo tenía debajo de las alas y ese mesías creído
se acorbadó al extremo que todos sus compañeros en la asonada triunfaron menos
él, que acoquinado y con la lengua suelta se esconde en una castillo parapeto sin
almenas, ni puentes ni nada ventajoso, y así se entrega en las primeras de cambio,
de todos cuyas jerigonzas aquí vuelvo a contar entre chascarrillos, melodramas
y guasas chistosas que en mayoría conocen y se desternillan en la hora de sus
recuerdos malogrados. Pero porque las cosas no son como se piensan, el
cabecilla de la asonada se rajó, le dio culillo y el pretendiente a la
comiquería, una vez estudiado por el viejo habanero, en él pudo apreciar un
filón para ir adelante sobre sus pretensiones políticas trasnochadas, que se
asientan en sangre, dándole así la mano del apoyo internacional incuidos sus
denuestos e imprudencias, que el insular toreaba de manera sibilina, porque a
partir de entonces el reino se hizo proveedor no solo de la arruinada segunda
ínsula barataria, sino de ese complejo de personajes atornillados entre coqueros,
timadores del estado, defraudadores bancarios, borrachos violadores, exguerrilleros
tupamaros o de otras pintas, selectos pensadores ultrosos, y toda esa parranda
de circo de pueblo que tanta bulla y alharaca montan para como David contra
Goliat intentar destruir un imperio más tecnológico y potente que nunca. El
reino miniimperial que recibiera el príncipe, que se cree aún saudita, ahora
vuelto un desastre y empobrecido por demás, con inmensas deudas a pagar por generaciones,
salió de una potencia imperial
especialista para entregarse a otra poderosa que es Catay, mientras la
jauría insulsa que al estilo norcoreano aplaude sin cesar y menos chistar al
todopoderoso Alá que él transforma en comiquita, y perdóname Dios, se ha
enriquecido al extremo que salidos sus áulicos de los cerros y quebradas más desguarnecidas
ahora viven en mansiones lujosas atiborrados de chequeras corruptas que se
manejan fuera del imperio y pretenciosos se codean con los restos de las familias nobles descendientes de
Bolívar”.
“Ah,
pero decidió ver si era un Bolívar envenenado y por ello la calavera y algunos
huesos los desentierra en un ritual de medianoche que no se acaba, donde el
status que lo entorna en el jalabolismo admite ahora que debe ser enterrado junto a él, mientras todos los
organismos del Estado, pero todos, están a su mandar sin objetar conciencias ni
menos disentir en lo más mínimo, porque serán barridos de inmediato rumbo al
tacho de la basura. Recordemos los casos de Lange y Pérez Roque habaneros. Los
poderes ejecutivo, legislativo, judicial (donde superabundan enanos),
electoral, militar, que son por millones de seres, están a su entero mandar. Y como era grande, omnipotente, omnipresente, comparándose
siempre con un Bolívar hecho a la medida, modificando sus ideales, el príncipe
de opereta optó por crear todo un mercado de inteligencias manipulables como
Correa, para rendirle pleitesía internacional, o el nuevo inquilino intelectual
que es un Pepe senil, el de barriga cervecera, con los votos necesarios en
cualquier cenáculo comprados con el dinero faraónico. Por otra parte el
príncipe de marras y desde hace tiempo fue escogido por la internacional
socialista, la chucuta, y guardando las distancias, para esparcir la semilla
comunista o comunal luego del traspié ocurrido con el tovarich Gorbachov, por
lo que atrincherados en este país del petróleo a punta de publicidad sin freno,
ventajismo electoral y de todo tipo, y leyes que aparecen por docenas como las
penales y represivas, no teniendo tiempo ni para leerlas y menos entenderlas
siembran el desconcierto por doquier, aunque su triunfo temporal sea pírrico
por obra de la naturaleza que tampoco pudo vencer. Mas como nada es perfecto en
la vida, ésta ha castigado sin contemplaciones al derrochador de la fortuna
venezolana hasta llevarla a la ruina, mientras los mediocres barones del poder,
entre ellos la claque narcoterrorista, se dan la gran vida, dentro y fuera del
reino de quita pesares”.
“Sin
embargo como nada es perfecto, ni siquiera en la maldad y cuando el príncipe
que manejaba varios estados títeres, alguna media docena en territorio
continental, y otros varios en el Caribe principalmente angloparlante, como
otros asociados en pilatunas y negocios como se mencionan los guyaneses, persas,
los bielorusos, ahora la socia Cristina, y demás comparsa usufructuaria, porque
ni bambarito lo salvó de caer en esas redes perniciosas, al robusto príncipe se
le presenta y sin esperar un cáncer con tres fases que en cosa de año y medio
escondiéndolo todo, hasta el menor resquicio de noticías, ha hecho de tal enfermedad
un tinglado noticioso de medios en la primera página de lo escabroso, de donde
mantiene una línea aérea directa y de lujo permanente con La Habana, incluso su familia
principesca, que pudiéramos comparar con el caso de otro súbdito que hizo fama
en los salones de la locura y la lujuria, o sea el cabito Cipriano Castro, de
donde nuestro noble señor de sangre azul desteñida y sin medir los gastos ha
puesto la bolsa rota que de ingente manera cancela el gobierno nacional, para buscar
galenos, hechiceros y clínicas siempre habaneras, para guardar el secreto de
Estado de lo que acontece en su tan deteriorado cuerpo, y porque desde luego
que su desaparición no acarreará –por ahora- un cambio sustancial en el
principado, sino en todos los súbditos y payasos internacionales que por dinero
le aplauden, de donde verlo de otra forma sería una catástrofe pensar en que su
muerte acabaría con todo el tinglado montado a lo largo y ancho de los
intereses mundiales izquierdistas, para mejor decir comunistas de antaño, con
los velos requeridos, de donde fuerza es decir que se va al abismo con un príncipe
virtual que despacha desde predios habaneros, con una firma virtual que no es
la suya y una voz desencajada, con la industria, el campo, las ciudades, las
vías, la construcción en parálisis total, la inflación galopante y no se diga
de la moneda “fuerte” nacional, que en 15 días se ha depreciado en un 90 por
ciento, y el alma del trabajo acabados, mientras en la desbandada y la
incertidumbre crece la yerba como verdolaga en los matorrales del reino y se
asesinan miles porque la justicia y menos la seguridad existen.
Ahora están los miembros del imperio
angustiados y en espera del desenlace de la enfermedad del caudillo continental
e intergaláctico, como lo llama la prensa venezolana, a ver qué cambia dentro
de los cuatro sectores chavistas que se disputan el futuro mando, y las logias
militares del grupo también, mientras algunos especulan que de desaparecer el
príncipe de la epopeya inmortal, se enterrará en el sitio que ocupa el Palacio
Blanco una vez demolido, para que desde allí y frente a su cercana silla de
Miraflores continúe manejando la mediocridad algo así como Cristo entre sus
apóstoles analfabetos, lo que cuesta decirlo y por siglos de los siglos.
Mediante los ojos de la cerradura están mirando el fin de la comedia dolorosa
del Franklin Brito agricultor, el caso emblemático de la jueza Afiuni, quien
jugó a perder o sea el brujo Baduel, y
así usted con perspicacia complete la lista, que no demorará en llenarla. Y
bien, ojalá sus cabezas no den vueltas con este relato pintoresco de tiempos
antañones “cuando viene el coco y te comerá”, como se mantiene la mía”.
Recordemos la conocida sentencia de Winston Churchill: “El comunismo es la
manera más equitativa de repartir la miseria”.