sábado, 26 de mayo de 2012

LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL: UNA COMEDIA TEATRAL.



          Amigos invisibles. No otro señalamiento pude encontrar para describir con largueza todo lo que aconteció desde el punto de vista histórico con respecto a aquel hecho fundamental que ocurriera a las márgenes del río Guayas, cuando el libertador Simón Bolívar atenaceado por su propia estructura inquieta y desbordante de optimismo cuanto de enderezar entuertos, desde Bogotá decide marchar rumbo a tierras sureñas incógnitas, llenas de desconocimientos absolutos, y comenzó a pelear a diestra y siniestro hasta con la propia sombra, a objeto de acabar definitivamente el imperio español, cosa que en verdad vino a suceder con la guerra hispano americana ocurrida apenas en 1898, es decir como 70 y pico de años más tarde. Sin embargo, frente el empeño de esta suerte de personas que imitaran al corso Napoleón, aunque guardando distancias por el éxito y los fracasos, con ese anhelo de luchar contra la naturaleza para hacer que le obedezca, según expresión suya ante el terremoto ocurrido en Caracas durante marzo de  1812, que vivió en toda su magnitud, al frente de una legión de colombianos y con el  apoyo guerrero que tuviera desde Bogotá, inicia tal dura tarea que va a producirle satisfacciones y alguna que otra desilusión para entristecerle la vida, porque ya no es lo mismo combatir en Colombia  que al sur de ese Rubicón que encuentra al trasponer la cuenca del Patía payanés para entrar en las rutas y senderos impresionantemente monárquicos con que se tropieza desde Pasto, algo así como vencer o morir, pero donde lo ayuda mucho el coraje y la brillantez imaginaria de esa promesa militar que era el general Antonio José de Sucre, es decir el oficial más grande que ha tenido Colombia para el momento en que anduvo cazando triunfos y nada de tragedias. Salvo el detalle de Ambato.

          Pero aquí dentro de este episodio histórico que con alguna originalidad risueña vamos a abordar, utilizando las nuevas ideas que nos ocurren para explicar lo ocurrido en el teatro de los acontecimientos y hacer más ligero por entendible la trama sostenida en una relación de causa-efecto a fin de obtener los frutos requeridos, con la sumisión necesaria que no considero correcta para un serio investigador, vamos a comenzar la materia de este estudio con un concepto clásico de diseño revestido del ribete universitario, para que los alumnos sin chistar asimilen una tesis ajustada a las conveniencias que se deben imponer, pero desde luego que alejadas de la realidad histórica, cuya aplicación exacta en el estudio objetivo sobre Bolívar estuvo vedada hacia el gran público desde los tiempos de su deceso hasta los últimos decenios del siglo XX, casi como un dogma sujeto de pecado, por lo que proliferaron es ese período de leyendas las enseñanzas escolásticas primarias sobre la grandeza de Bolívar sujetas a los designios esquemáticos de Larrazábal, Guzmán Blanco y Vicente Lecuna o Cristóbal Mendoza, entre otros, para repetir con pelos y señales acomodaticias la doctrina icónica de un Bolívar mesiánico que se sustentara hasta tiempos muy cercanos a nuestra existencia donde la razón comienza a ser más clara. Y como la Historia se puede entender de diversa manera, a pesar de las presiones  o sesgos que puedan aparecer en el camino, voy a señalar como ejemplo de estas diferencias sustanciales las ideas expuestas y estudiadas en algo sobre la entrevista sostenida en Guayaquil por Simón Bolívar y el argentino José de San Martín, repito, bajo la batuta oficial, pundonorosa, intachable, con que nuestro admirado académico José Luis Salcedo Bastardo analiza el tema tratando de no herir susceptibilidades o alguna reputación consagrada, y la que modestamente haré mediante comentarios al margen en referencia a lo que pasó con la tergiversada reunión de Guayaquil. En efecto Salcedo Bastardo asevera que las conversaciones entre ambos jefes patriotas fueron secretas del todo y que por ello dieron ocasión a muchas interpretaciones de lo ocurrido en tales conciliábulos a puerta cerrada. Mas la polémica se enciende cuando Salcedo aduce la falsedad del escrito elaborado por un testigo presencial de tales hechos, o sea del joven marino y acucioso investigador Gabriel Lafond, quien llega a conocer personalmente a Bolívar, San Martín y a Demarquet, éste muy vinculado al caraqueño general, allí presentes para aquellas fechas de importancia. El todo de la charada consiste en que Lafond asevera mediante carta exhibida y no
sujeta a experticia suficiente, que Bolívar  “le negó a San Martín su concurso para libertar el Perú”, de lo que duda Salcedo en escrito suyo aparecido en el Diccionario de Historia de Venezuela (Caracas, 1988), lo que no es del todo cierto.  Mas adelante y sobre este mismo tema se agudiza el problema a través de documentos publicados por Eduardo Colombres Mármol, que le echan más castañas al fuego, sobre las secas relaciones sostenidas en Guayaquil entre los caudillos San Martín y
Bolívar. Y Salcedo para cubrir ciertas tendencias que a su criterio expone, da fe documental basándose en papeles poco exactos salidos de la pluma secretarial de José Gabriel Pérez, Antonio José de Sucre, la relación que se le envía al general Sucre y la carta de Bolívar a Santander con referencia al tema señalado. Y aquí viene otra cuestión puesta en duda, porque el caraqueño libertador pretende adscribir Guayaquil a Colombia, cosa que aspira también San Martín para el Perú.

          Al conocer Bolívar que San Martín piensa visitar a Guayaquil, una vez que el rioplatense desiste de no emprender tal viaje, pues llega a sus oídos la intención anexionista, el caraqueño y como aclara José Manuel Restrepo a caballo vuela desde Quito a la ciudad del Guayas para preparar la coartada que impida tal pretensión adherente por parte del argentino, de donde se desprende todo el aparato dispuesto para tal recibimiento, de modo que al conocer la noticia del hecho acaecido a favor de Colombia, el rioplatense espera que a través del diálogo perspicaz pueda convencer a Bolívar para llegar a un consenso viable y más por la tendencia properuana de sus habitantes, tanto pueblo como adinerados, lo que según sabemos no se lleva a cabo y todo queda en un saludo a la bandera, sea dicho la frustrada idea de una confederación de las antiguas colonias españolas. Sobre las formas de gobierno conocemos tras corrales que también difieren, pues el monarquista rioplatense no puede siquiera intentar de persuadir al caraqueño en este sentido de las viejas ideas, y menos Don Simón que por el momento esgrime la tendencia republicana al estilo gatopardiano, para no sugerir maquiavélico. Y sobre el resto de la entrevista fría, cortesana, acaso esquemática. dejando afuera el problema de las fronteras por demarcar, Salcedo señala que todo quedó muy bien y que fue satisfecha la expectativa programada, lo que en el fondo no es verdad, pues a pesar del sesgo y la manipulación oficial manifiesta, todo está escrito como para transitar un camino preconcebido en cuanto a los textos escolares. Así, al regresar a Lima San Martín sobre el buque Macedonia, dirá a su interlocutor que “Bolívar nos ha ganado de mano”, mientras guardando en el fondo de su alma el efecto de la derrota ante el caraqueño, con cierto lenguaje al estilo diplomático de Talleyrand expresará, como de dientes para afuera: “Tuve la satisfacción de abrazar al Héroe del Sur de América. Fue uno de los días más felices de mi vida”, sin recordar entonces que su estancia en Guayaquil había sido contrariada y por muy poco tiempo, pues decepcionado con lo de la entrevista y sus resultados, ante aquello expuesto de que los dos (San Martín y Bolívar) no cabían al mismo tiempo en su famosa “Sur de América”, o sea el Perú, según le dice a Tomás Guido,  el Protector San Martín hace pronto equipaje para salir aún disgustado con los hechos ocurridos ]y que nadie espero diga lo contrario], para irse no solo del Perú, donde reina la anarquía, según también expresa, sino de América, y hasta siempre. Salcedo agrega también que Bolívar auxilia al Perú “con tres de sus bravos batallones”, cuestión que pudo ser posterior a la ida de San Martín, pues es conocido mediante información emanada de los mismos acontecimientos realizados por aquello de la filtración de noticias entre los allegados, que cuando San Martín le pidió colaboración material para proseguir su campaña del Perú, recordándose que el rioplatense le envió buena porción militar de 1.600 hombres equipados al mando del coronel
De Santa Cruz, y de bastimentos al general Sucre para el triunfo de Riobamba y de Pichincha, olvidando esta importante contribución el general Bolívar sacó a relucir su imposibilidad, y que caso dado de alguna ayuda tendría que ser para tropa colombiana que siguiera hacia el Perú, pero nunca para el ejército de San Martín, a lo que se agrega otras cosillas e impotencias, mientras Bolívar para ablandar aquella situación tirante le obsequia con un medallón contentivo de su efigie, según relata el propio Salcedo Bastardo, quien parece no conocer sobre este capítulo de la Historia americana el libro que el ecuatoriano A. Darío Lara ha condimentado sobre el asunto espinoso, grueso volumen que fue tema para obtener su doctorado en la Universidad de París. Lo demás de la infructuosa entrevista preparada por Bolívar, que en verdad fue un “desencuentro” o desacuerdo, porque algunos así la describen, se redujo a otro manejo más de la diplomacia, como poco antes lo había hecho con el general Pablo Morillo en Trujillo de Venezuela, mientras el Santo de la Espada, título con se le llamara a San Martín, apretando los dientes por los hechos consumados y una tristeza en lo interior que demuestra, hace el mutis de aquella fiesta estéril y sin que nadie vea la falta de pañuelos despidiendo a la una de la madrugada alza los mástiles del velero zarpador y se encamina con rapidez rumbo a El Callao. En verdad, como en el dicho popular para bailar el tango se necesitan dos.
          
          Al parecer todo lució bien acomodado y muy bonito, con la salvedad que sobre el mismo tema he escrito un trabajo que permanece inédito, con profusión de datos, donde desvirtúo algunos hechos a partir de sólidas razones, así como señalo en anteriores blogs aquí aparecidos esta tragedia de teatro griego que se viviera en esas casi cuarenta horas de suspenso, o sea el tiempo que permaneció San Martín en Guayaquil.  Ahora vamos a referirnos, y dejando de lado la oscura obra del embajador Colombres Mármol, a otra visión disímil de esta entrevista, para que cotejando opiniones situadas desde ángulos distintos, como puede ser la oficial y la de quienes no dependen  de un estatus previamente establecido por compromisos académicos, como ya dije, puedan ser salsa para un mismo aderezo. Pues bien,   deslastrados de compromisos emocionales aunque forman parte del conocimiento que pueden tener ciertas inclinaciones o tendencias de las escuelas y hasta de grupos que piensan a su libre albedrío, por esa vía  me encaminé para dentro de un juicio menos solemne poder mejor discernir lo ocurrido en Guayaquil y sus secuelas, razón que aún anda dando por ahí tumbos históricos porque como se dice es mucha la mies pero pocos los escogidos. En efecto, bien es sabido que la primera parte de la campaña militar del general San Martín en el Perú, tuvo su éxito al extremo que las tropas monárquicas españolas luego de combates aguerridos y con un nuevo plan en desarrollo se atrincheran en la montaña andina, mientras San Martín, investido de Protector, maneja la parte baja que confina hasta el mar y el Perú es declarado independiente un año antes de los acontecimientos que se indican. Sin embargo, en el supuesto firme que el combate libertario podía continuar y San Martín andaba ya escaso de elementos para satisfacer otra campaña, y por cuanto Guayaquil y su provincia querían adherirse al Perú junto a sus riquezas, desde luego, el rioplatense piensa viajar hasta aquel puerto en busca de la unidad anhelada, que es cuando Bolívar se atrinchera en la serranía quiteña en espera de realizar otra campaña esta vez hacia el deseado puerto de Guayaquil, que espera integrarlo con Colombia, pues sacando cuentas antes con fines emancipadores
 se había enviado a un grupo de separatistas colombianos (Luis Urdaneta, Letamendi y Febres Cordero, etc.), para declarar la independencia, y luego bajo apremio  protector y después en la presión necesaria se incorpora anexando la Provincia Libre guayaquileña a Colombia, el 31 de julio de 1822, o sea horas después del regreso de San Martín al Perú. Al principio y mientras el argentino triunfador prepara el viaje rumbo a dicho puerto disputado, conoce de las maniobras bolivarianas sobre Guayaquil, quien con el “diktat” le escribe el caraqueño que “Guayaquil era suelo de Colombia” lo que le indica no viajar a ese sitio porteño porque la entrevista, o el desencuentro, terminaría en un fracaso, mas sin embargo analizando mejor la situación emprende la travesía marítima a bordo de la goleta chilena Macedonia, encontrándose con el detalle que Bolívar se le antecede a su llegada en quince días y que al desembarcar en dicho puerto es el propio caraqueño quien lo recibe y no la Municipalidad, allí mismo, en la Casa Luzuriaga. De este inicio en adelante comenzará el juego diplomático lleno de interrogantes y de suposiciones, ya que de ambas partes y porque el momento lo merecía los personajes importantes de la escena una vez descubierto el telón fueron muy parcos y filósofos al buen entender, llevando las cosas con calma, pero prevenidos, el que viajara por la vía marítima al analizar el pensamiento y la disposición del caraqueño, y este astuto llegado por tierra, quien se encuentra  ante sí con un caballero de postín, reservado, militar de recta carrera y no hecho a la carrera, como podíamos definir al argentino, y desde ese momento del viernes 26 de julio de 1822 y de temprana hora, es cuando se empeña la jornada con cara de comedia al estilo de Aristófanes, pero también con algo de tragedia a la forma de Sófocles.
          Luego del abrazo del oso que en verdad fue un apretón de manos con que se inicia tal encuentro, y siguiendo en ello el relato del general Jerónimo Espejo, testigo presencial de aquellos acontecimientos, vamos a descansar sobre lo dicho, para acordarnos en tal relación cuando señala que al descender a tierra el general San Martín dos edecanes de Bolívar lo saludan en su nombre y de seguidas por entre una guardia de honor estacionada al paso del visitante, San Martín camina por entre ella en formación rumbo a la puerta de la Casa Luzuriaga, sitio en el que se hospedará, sita frente a la calle del desembarcadero, y donde entra a un vestíbulo amplio mientras le espera Bolívar para arreglado de ocasión saludarlo de manos e iniciar el protocolo, subiendo entonces ambos las escaleras rumbo al gran salón allí ubicado y de seguidas, luego de las presentaciones respectivas y los saludos fraternales, después de almorzar  “se encerraron los dos en una pieza solitaria”, con cerrojos por dentro, cuando sentados  en un sofá conversan a solas durante hora y media a puertas cerradas, dentro de cierta habitación misteriosa cuya entrada es ya prohibida, que cuidan dos edecanes del general Bolívar, para después de un receso tardío entablar media hora más  del parlamento privado.

          Al día siguiente y hacia el mediodía San Martín devuelve la visita que horas antes le había hecho el caraqueño en su morada, y luego se retira a la casa o Palacio Luzuriaga, donde “cena” de manera frugal y luego descansa por treinta minutos. La segunda entrevista tuvo lugar en la  misma residencia donde se hospedaba el Libertador Bolívar, realizándose ésta desde la 1 de la tarde de manera informal hasta las 7pm. del sábado 27 de julio, seguida de un banquete oficial de cincuenta invitados que cuesta ocho mil pesos a la Municipalidad y con numerosos brindis, acto que se prorroga como se atisba hasta las siete de la noche, cuando comienza la reunión cerrada de ambos caudillos que se realizará en un salón aparte, igualmente aislados, repartiéndose el mundo, solos, por media hora más dentro de aquel formalismo singular y con la guardia de dos edecanes bolivarianos que se oponen al paso. En definitiva lo resuelto entre ambos generales americanos, salvo algunos comentarios de credibilidad escasa, porque aunque las paredes tienen oídos y nada se oculta bajo el sol, las conversaciones y comentarios que se pudieron suscitar a raíz de las entrevistas fueron vanas, escasas de contenido susceptible de entendimiento,
por el mutismo de los interlocutores en cuanto a temas básicos, sacándose apenas algunas conjeturas que pudieron estar amañadas dados los intereses que circulaban alrededor de este episodio histórico y por lo poco que pudieron escribir sobre dicha entrevista algunos oficiales presentes que luego de tantos años comentaron de soslayo aquella situación en que intervinieran de lejos, como fueron del extremo bolivariano el Secretario José Escolástico Andrade, el muy íntimo Eloy Demarquet, Tomás
Cipriano de Mosquera, el mismo José Joaquín de Olmedo, José Gabriel Pérez, Miller y otros de la cohorte cercanos a la figura del Libertador, como algunos por el lado complementario de San Martín. Sin embargo, con el curso de los años aparecieron comentarios diversos sobre la entrevista, emanados de ambos generales en causa o de sus adláteres del momento, y ciertos escritos de historiadores críticos e interesados. Además bueno es traer al recuerdo que entonces Bolívar escribió al general Santander varios oficios para aplacar al Presidente Encargado, a fin de darle sosiego a sus sentimientos por la recepción de varias solicitudes de ayuda, noticias en ellos contenidos que no se ajustan en todo a la realidad vivida.

Para terminar sobre la frustrada entrevista, si así debiéramos llamarla, diremos que el general San Martín hacia la media noche de ese día sábado 27 y previo el conocimiento de Bolívar, una vez despedidos, por una puerta trasera de la mansión abandona el edificio y el ágape en cuestión, para encaminarse de seguidas a la goleta Macedonia y viajar, “para nunca más volver”, como dice la canción. En resumidas cuentas y a objeto de concluir lo que he emprendido, diré, que aunque muchos afirman tras bambalinas pesimistas que “Bolívar no quería a Guayaquil”, y si acaso a su consentida y juvenil porteña Joaquina Garaicoa, en cuanto se refiere a dicha reunión efectuada en dos oportunidades y sin libreto aparte, se puede afirmar: a) Que con ello el futuro Dictador del Perú, utilizando suma prontitud desmembró esa importante provincia que en lo espiritual y económico era peruana, para anexarla a Colombia. b) Que las conversaciones habidas no fueron del todo secretas, porque con cierta rapidez ambos generales incumplieron el pacto del silencio y dando a entender lo contrario, con los datos que luego se pudieron filtrar c) Que Bolívar sí le negó la colaboración exigida por San Martín para poner término a la campaña, en base a las excusas aquí expuestas. d) Que en nada se pusieron de acuerdo sobre la forma de gobierno a establecer en el Perú. e) Que de un principio se conoció que la entrevista iba a resultar en un fracaso, por las posiciones firmes cuanto encontradas esgrimidas, y que el bueno de San Martín terminaría en ser el perdedor. f) Que en nada se trató el asunto de las fronteras, dejando así abierto este problema acuciante para desembocar luego en una guerra fratricida.

Todavía recuerdo los intentos de Carlos III, de Floridablanca y de Godoy para hacer de estas ricas colonias españolas dos o tres grandes países asociados a la Metrópoli. Hoy seríamos como Brasil o los Estados Unidos. Pero tal cual dicen en mi tierra “por algo Dios no le dio cachos (cuernos) al burro.” Y antes de cerrar el presente capítulo gracioso de historia americana les recomiendo el trabajo editado del argentino Pablo Andrés Chamis, sobre la Entrevista de Guayaquil.

sábado, 19 de mayo de 2012

LA ESPINOSA VIDA DEL GENERAL MIRANDA





          Amigos invisibles. No es falso decir ni menos caer en contradicciones cuando se anuncia que plantear el conversatorio sobre una persona colmada de múltiples facetas en las ideas que comporta y en la persona misma, de la que se está al frente como si fuera un espejo retroactivo, per se es un caso verdaderamente difícil, porque en verdad esa novela trágica para no llamar historia que viviera el personaje llamado precursor Francisco de Miranda, con el pasar del tiempo que tanto nivela corazones y apariencias se agiganta de secuelas contradictorias como salida de la irrealidad de los espíritus para marchar a contracorriente de cuanto se ha dicho sobre este caraqueño insigne y universal, que por mucho tiempo anduvo como zombi andante y desconocido salvo por los acuciosos que no lo dejaban morir y a la espera, caso dado, de una resurrección, porque con las aristas que portaba la figura del general Miranda y a objeto  apuntalar la tesis oficialista que para mantener en auge sus estatuas, siempre ha sostenido un velo de oscuridad que lo mantiene en vilo, porque con lo  precavido y analista que es el pensamiento actual de cuantos sostienen la verdad como algo axiomático e inescrutable, algunos no interrumpen su empuje hacia la bondad de ese ser esclarecido, mientras otros expurgan en los detalles impertinentes para sacarle punta a una bola de billar, o mejor y más castizo, exigirle peras al olmo, en este mundo agitado y agrio en que vivimos.
  
          Dichos estos conceptos que usted debe enhebrar frente al rompecabezas que debo hacer presente sosteniendo así los juicios anteriores que quedan lapidarios en esta pantalla de sufrimientos y bondades, para escoger, voy a comenzar el escrito presentando un panorama que viene de lejos, del atrás de los tiempos, pero que pudo incidir del todo en la personalidad de ese hombre condenado a muerte en vida por la traición de sus propios amigos, sin poner esta última palabra entre comillas. Pues bien, para empezar esta narración sobre el hombre y su circunstancia, con la manida frase de Ortega y Gasset, debo decir que los orígenes genéticos de este personaje se desprenden desde las míticas llamadas islas afortunadas que seguramente Estrabón sacó de sus recuerdos, donde terminaba el mundo hacia lo incógnito del Más Allá, pero que en el acá de la cercanía las islas canarias, que así se llaman y no por los pajaritos, sino como un promontorio sumergido proveniente de la cercana África, con quien siempre ha tenido estrechos contactos humanos y por ende familiares con esa raza frontal que en el continente etíope o líbico, como antes se llamara, fuera por aquellos lugares habitados por familias bereberes, trabajadoras, de fuerte actitud debido al secano de ese norte africano y que con el tiempo poblaron a dichas islas sembradas de incógnitas pero con una tenacidad envidiable para sacarle fruto a esa tierra difícil, gentiles con estatura elevada esos guanches llamados, que siempre miraban hacia el infinito marino aunque sin saber en ello qué hacer. Pero sucedió que antes del fin de la llamada Edad Media y con el invento de una velas marinas más amplias de los portugueses, que por costumbre y necesidad fueron hombres de mar, se les ocurrió  avanzar hacia el sur de sus vidas con buena suerte demostrada, y mire que sus vecinos españoles, que ya tenían la manía de viajar por el Mediterráneo, se les ocurrió seguir el ejemplo de los portugueses que ya colonizaban a las islas Azores y Madeira, de donde se les enciende el bombillo del interés  e imitando a los “portus” invadieron a las Canarias, acabaron con las autoridades allí habidas y se adueñaron por siempre de esos territorios insulares. Y como suele suceder en todos estos acontecimientos históricos los vencedores sometieron a la esclavitud a los vencidos, lo que duró por varios siglos, pero siempre considerándolos como gentes de segunda clase, salvo excepciones desde luego, y porque vivían en la pobreza ya después del conocido descubrimiento de América como forma de bajarse del yugo y para aspirar a cierta mejora de sus vidas y familia, pronto empiezan a emigrar a esta América  de  los  sue-
ños, con predisposición a Venezuela y Cuba, integrándose de esa forma principalmente en el trabajo campesino que conocen, pero sin perder esa condición secundaria impuesta por el colonizador español, lo que da pie por consiguiente a los excesos de los superiores que ya dentro de la corrupción existente incluso entre los Gobernadores provinciales que abusan propasándose en el cobro de impuestos y gabelas, o del apoyo solapado a la mal vista Compañía Guipuzcoana, lo que iene por consecuencia una sórdida conspiración contra las autoridades extralimitadas, y de allí viene el importante alzamiento del  canario Juan Francisco de León y de otros más, entre ellos su hijo
Nicolás. Pero como ya andamos en el año 1750, todo ello coincide precisamente con el nacimiento en Caracas de Francisco de Miranda, quien viene al mundo, pues, en tiempos convulsivos y a la espera de peores momentos, ya que a partir de aquel año comienza una serie de revueltas provinciales de distinta factura que poco a poco minarán la estabilidad de la colonia y que en vuelta de sesenta años más darán al traste con el gobierno español en Venezuela, que servirá de ejemplo para otros alzamientos definitivos en América, todo lo que desemboca en la independencia de los países hispanoamericanos y desde luego la ruina como potencia de España. Mientras el joven Miranda crece en aquella Caracas de 26.000 habitantes, llena de controversias y de mantuanos o criollos españoles que dominan el medio, considerándose la clase más importante, por otro lado va minándose la situación imperante por obra de varios elementos que inciden en el conflicto, o sea la dominación de los vascos guipuzcoanos, que disminuyen en sus negocios a los mantuanos, principalmente en el tráfico del cacao, el añil y el tabaco, la existencia de la real cédula de gracias al sacar por la que la clase de pardos o mestizos puede alcanzar ciertas preeminencias y títulos mediante el pago de algunos impuestos, lo que enfurece a la clase mantuana competidora, pues hasta jurídicamente un mulato puede igualarse a alguien que tenga cualquier título o distinción, de hidalgo para arriba y finalmente con la pugnacidad que existe frente a ciertos cargos y desempeños en la provincia que solo pueden ser ejercidos por los nativos de la España peninsular. En medio de aquel  brasero en que se desenvuelve la sociedad colonial en sus distintas clases y estamentos, aparece la figura del padre de Francisco de Miranda, don Sebastián de  Miranda Ravelo, quien emigrado joven por estas tierras caraqueñas del Señor, encuentra a una moza blanca de orilla y de origen canario con quien contrae matrimonio y se pone a vivir de cierto comercio secundario y al detal, mientras usaba preeminencias señoriales traídas desde las islas Canarias, cosa que al estar en boca y oídos de los señores mantuanos entran en furia y resuelven a través del Cabildo prohibir el uso de esas preeminencias, como por ejemplo portar espada  y acaso sombrilla, fundándose en que una persona de importancia no podía ser comerciante y menos de baja categoría, lo que don Sebastián ejercía sin inmutarse en el centro de Caracas, pues incluso era capitán del Batallón Blanco de Milicias de Caracas. Esta decisión condenatoria trajo consigo el desprecio para sí y su familia al canario Sebastián, que ya por ser isleño sabemos era de segunda categoría, como no le daban paso a su figura en el caminar diario y otros desprecios enojosos y pertinaces que obligan al padre de Francisco, para salvaguardar su honra introducir papeles ante el Consejo de Indias, a fin de exhibir sus cualidades, lo que en efecto pudo demostrar oportunamente. Sin embargo todo este jaleo  que entre comidillas y realidades se llevó a cabo en la pacata Caracas de finales del siglo XVIII, mantuvo en ascuas a la persona del joven Miranda, quien por cierto estudia con ahínco en la universidad caraqueña, lo que demuestra que es blanco, en diversas materias correspondientes a una cultura general, pero ya a los veinte años y como era costumbre para sobresalir en el campo militar decide viajar a España, donde entrando por Cádiz va a prestar diversos servicios de cuartel como Oficial de Ejército y hasta en la línea de fuego marrocoargelina, primero como capitán en el Regimiento de la Princesa, en Madrid,  y luego en la defensa de Melilla y la expedición contra Argel.   De allí y para agrandar el currículo de servicios se le traslada a América, o sea a La Habana, y de dicho puerto bajo el comando del general Cagigal parte en auxilio de Bernardo de Gálvez en Pensacola, arriba de La Florida. Regresado a La Habana “por intrigas injustas y para evitar la prisión”, en que se le vincula con los autoridades inglesas de Jamaica, se va del mundo hispano con sus libros a cuestas y ya como Teniente Coronel, para los Estados Unidos, y luego de permanecer por poco tiempo allí sigue hacia Inglaterra, en busca de ayuda para sus planes independentistas a la América Hispana, que sigue en poder de la rival España en esas suertes marítimas.
       
  
         Por este tiempo y en plan de su cultura universal mientras ve pasar el badajo horario altisonante de la Torre de Londres, como aventurero por esencia que es y quizás con alguna ayuda especial que le otorgan, y eso de especial se lo agrego porque los servicios de información imperiales son grandes y diversos, decide emprender un largo viaje por Europa, donde a la par de los libros y lenguas que va a conocer, continuará llevando un minucioso diario de su vida, esto a través de papeles y documentos probatorios que guardará con celo a lo largo de su vida. Así comienza este viajero universal y en la gran universidad de la existencia, que es para algunos la que más enseña y que ahora se toma mucho en cuenta, por Holanda, Prusia, Italia, Grecia, Asia Menor y el imperio turco, lo que para entonces significa una verdadera hazaña. De allí sube por el mar Negro a Crimen y Ucrania, donde en Kiev conoce e intima con la sesentona y muy liberal cuanto culta zarina
 viuda Catalina, por cierto de nombre sugestivo, mientras los espías españoles andan en su derredor, al extremo que gracias a los favores prestados por Miranda en recompensa hacia el fornido oficial y para evitar dificultades con estas alimañas que hasta asesinas pueden terminar, le nombra coronel ruso con el permiso de usar el ostentoso uniforme zarista que luego lo defiende. Así sigue a Moscú, San Petersburgo, Finlandia, Suecia. Noruega y Dinamarca, continúa por Hamburgo, Bremen y Holanda, mientras prosigue la ronda de los espías españoles, al tanto que Miranda para evadir tal persecución usa los nombres de Meroff en Bélgica, Alemania, Suiza e Italia, donde ya usa el apelativo de Meyrat, y así continúa a caballo por Ginebra, Lyon y finalmente París, en una larga odisea de tres años y que yo en los siete años de permanencia en Europa pude transitar en forma muy parecida [en mi libro “50 veces yo” narro muchas de estas peripecias juveniles] que buena parte de ellas fueron transitadas por ferrocarril o aereotransportado.

          Una vez de vuelta en Londres prosigue en las relaciones con altos oficiales imperiales en busca de la independencia de las colonias españolas de América, pero como es militar de aventuras y no le tiene miedo a la contienda, a sabiendas de los graves conflictos que ocurren en Francia se dirige otra vez a ese país, donde se enrola en las fuerzas republicanas, siendo designado como mariscal de campo Segundo Jefe del Ejército del Norte, donde combate derrotando a los prusianos, y ocupa a Amberes,  aunque por la  traición  palpable del  general  Charles  Domouriez  se le detiene  en   Paris durante dos años, luego se le libera libre de cargos, conoce a Napoleón Bonaparte, pero previsivo de los nuevos sucesos que estallan permanece en la clandestinidad y presto regresa a Londres.   En dicha capital británica, donde mantiene buena residencia con su gran biblioteca de muchas lenguas vivas y muertas y en la que recibe a numerosos hispanoamericanos revolucionarios y masones, como él mismo, vive a la vez con la ama de llaves Sarah Andrews, con quien tendrá dos hijos, debiendo aquí decir, para liberar tensiones y el stress consiguiente, que si leemos la nutrida colección “Colombeia” en sus numerosos  tomos que abarcan el mundo mirandino, podemos hallar con filigrana muchos episodios del mujeriego Miranda y a lo largo de tantos países, con pelos y señales [los vellos que le obsequió la emperatriz Catalina en un pequeño cofre ad hoc, se conservan en el Archivo General de Caracas], que en este sentido sí le hace competencia al casanova de Simón Bolívar, en lo que a mujeres se refiere.

Casa deFrancisco de Miranda y Sarah Andrews en Londres

           En Londres entra en contacto con el gobierno de quien vive mediante pensión suficiente y con otros interesados en la plata y el oro de Méjico y el Perú, como de diversas riquezas continentales, por lo que bien aviado en estos menesteres viaja a Nueva Cork, donde arma el viejo bergantín Leander y junto con dos goletas menores emprende viaje rumbo a Venezuela, sin conocer que el ministro español en Washington, marqués de Irujo, con sus secuaces lo vigilan de día y de noche, mientras prosigue el viaje que termina en fracaso porque ni en Ocumare le reciben y menos en Coro, donde encuentra la ciudad vacía de personas, de donde resuelve ir a Barbados y Londres mientras muchos de los marineros de las dos goletas apresadas son ahorcados en Puerto Cabello. En Londres permanece tranquilo cuando un buen día es visitado por su desconocido paisano Simón Bolívar,
de visita en Londres en busca de ayuda económica y militar para la Venezuela soliviantada contra España en tal momento álgido. Y Bolívar, con ese carismático don que la naturaleza le ha otorgado, o por arte de birlibirloque, prometiéndole villas y castillos a un señor que tiene cuarenta años fuera de su país, o sea que no conoce de las intríngulis diarias, se deja convencer por el inquieto Simón y con el desprendimiento que siempre llevara para lograr la independencia de su patria acepta el reto ofrecido y pronto aparece en La Guaira, cuando desciende del bergantín Avon que lo transporta vestido de mariscal francés, con bicornio puesto y mucho sudor encima para seguir a Caracas donde le reciben muchas personas resistentes a su autoridad, porque es masón, porque parece y habla en francés o inglés, por la manera de vestir y pensar y muchos más defectos que le encuentran, mientras Caracas parece una marmita de Papin por la presión elevada que sostiene entre anárquicos como Coto Paúl, monárquicos de estilo que andan o simulan de bajo perfil, exaltados como la bulliciosa Sociedad Patriótica y las logias masónicas a quienes se respeta y dan consejo, a tiempo que se prepara una constitución inaugural de la República, donde Miranda tendrá cabida como representante por la ciudad oriental de El Pao y donde se discuten las más inverosímiles historias pero que al final se ponen de acuerdo quizás por cansancio y aquello de que “sea lo que Dios quiera”, mientras el sacerdote Manuel Vicente de Maya con los testículos arriba siendo el único de toda la partida dice que no aprueba tal constitución porque no tenía poderes para ello. Y nadie lo irrespetó, hasta su muerte años después, mientras siguió siendo monárquico.

En el entretanto de estas historias crudas, aparece un fogueado marino canario tinerfeño, por el centronorte de Venezuela, que es Domingo de Monteverde, quien inicialmente anda por las costas de Coro mientras Miranda es enviado con rapidez por el Congreso para reducir el alzamiento monárquico que sucede en Valencia, el que luego de duras penas y porque Miranda desconocía entonces el sistema de lucha imperante en América, aunque logra detener la insurrección sobre todo frailuna, con que corría peligro el destino de la república, que es cuando Miranda adelantándose a los acontecimientos percibe y cae en cuenta que Venezuela es herida en el corazón, como lo dice en francés el general Miranda, pues recibe la terrible noticia que Simón Bolívar ausente de la plaza militar de Puerto Cabello, donde está el grueso del armamento de que se dispone para defender la patria recién establecida, por andar Bolívar en el puerto y no cumpliendo sus funciones mediante un golpe de traición efectuado por el también canario Francisco Fernández Vinnoni, vuelve a manos nuevamente del poder monárquico todo el tren militar, y de lleno sin armas nada se puede hacer, y con mayor razón cuando viaja avanzando hacia el centro de la república ese fogoso e inquieto militar que era el capitán de fragata Domingo de Monteverde. Todo está consumado diría yo y la tristeza embarga los corazones de los venezolanos, al tanto que Bolívar escribe a Miranda disculpándose por haber tenido “el día más triste de su vida”. Mientras el canario ya anda por Valencia y Miranda mide sus esmirriadas fuerzas que no se pueden oponer a Monteverde,  dentro del caos sobrevenido no queda otro camino sino suspender la guerra y entrar en una capitulación para evitar más derramamiento de sangre, cuestión que Miranda delega como jefe del parlamento en el Secretario de Guerra José de Satta y Busi, militar peruano de carrera al servicio de la patria venezolana, quien firma con Monteverde tal capitulación en San Mateo, la que de inmediato fue desconocida por el orgulloso y vencedor canario. 
          De aquí en adelante las palabras sobran pero los hechos no, porque sintiéndose el peso de las responsabilidades que atañen con la guerra cada quien cogió por su lado para salvar el pellejo. Por ello, una vez que arregló sus cuentas y delega poderes el general Miranda emprende el viaje de Caracas a La Guaira donde debe abordar el navío británico de la Union Jack “Shappire” rumbo a Curazao y luego a Londres. Mientras tanto esa tarde anterior al viaje diversas personas notaron como izaban hacia la cubierta y las bodegas del mismo barco muchas cajas contentivas de la biblioteca con que viajaba Miranda, como otras maletas contentivas de su numerosa ropa y efectos personales como gran señor acostumbrado a su uso, de donde con eso que el vulgo venezolano llama “radio bemba”, que por tanto no se puede callar, terminó tal equipaje siendo bultos contentivos del oro que le había entregado Monteverde a Miranda para la capitulación del ejército, habladuría chismosa que llega a oídos de Bolívar, Peña, Soublette y otros que andaban buscando como salir de dicho puerto, por lo que sin medir la razón y consecuencias de la Historia que condenara tal barbaridad, dichos complotados deciden entre gallos y media noche detener a Miranda en la fonda donde dormía, por traidor y vende patria, como lo tilda el exaltado Bolívar, manteniendo dicha sentencia mental por mucho tiempo, al extremo de asegurar que si por él fuera lo mandaba a fusilar sin contemplación alguna. ¡Que de cosas hay que leer, Dios mío, en las páginas de la verdadera Historia.  Lo cierto de la charada fue que Miranda es entregado a De Las Casas, el Guardián de La Guaira, quien en contra de lo que se acordara guarda al general para hacer nueva entrega de él al mismo Domingo de Monteverde, hombre de sangre fría y calculador quien lo retiene por poco tiempo en la ergástula o pontón de La Guaira, luego lo envía al castillo San Felipe de Puerto Cabello, y de allí continuará en el via crucis a la cárcel El Morro de Puerto Rico para finalmente y siempre engrillado continuar rumbo a la prisión de Estado Las Cuatro Torres, situada en el arsenal de
La Carraca, en San Fernando de Cádiz, donde vivirá como prisionero con máxima seguridad, con solo la atención del servidor Morán, que le acompaña desde Caracas, hasta que muere de disentería y se le entierra envuelto en una estera, sin servicio cristiano por ser masón y a pocos días de ser liberado según planes bien concebidos que se tenían dispuestos al otro lado del estrecho, en el inglés Peñón de Gibraltar. Y ahora me pregunto ¿A quien corresponde este crimen? El ¿porqué de la misma estupidez?. Hay que aplaudir a Bolívar por el engaño, por su fracaso de Puerto Cabello y por haberlo traído desde Londres para entregarlo en holocausto a los feroces carcelarios. Solo resta decir mucha pero mucha paz a sus restos, y recordando otra vez como aquella película de mis años mozos ¡Que el cielo lo juzgue!.  

sábado, 12 de mayo de 2012

LA ESPÍA QUE VINO DE NUEVA YORK.


            Amigos invisibles. Los temas que tratan sobre espionaje siempre tienen el mayor rating de lectura en base al interés demostrado tanto por los personajes que  componen su trama como ese caldo de cultivo creciente en que se mece toda la narración por el suspenso que mantiene, de allí que el buen lector no cerrará la página que husmea como otro buen sabueso hasta que desenvuelva la madeja tendida, o liquide el fondo de lo que vive quien se empecina en descubrir la verdad que hay detrás de todo aquel mundo subterráneo, para al fin, ya menos complicado sacar cuentas y satisfacciones aprendiendo un poco más de lo contenido en el escenario de los hechos, enhebrando conclusiones que satisfagan el ego desplegado, o lo dejen con una interrogación a resolver, como acontece en los casos subjetivos y actuantes de esos que llaman “por entregas”.
            Dichas estas verdades medio conocidas vamos a entrar en la materia que se remonta a los inicios de la Segunda Guerra Mundial y cuyo primer telón de fondo es la ciudad de Nueva York, urbe metropolitana que junto con Chicago lideraba entonces los problemas mafiosos de la drogadicción y de los negocios ilegales, como la fábrica y venta de alcohol, la vacuna de protección dividida por zonas intocables y demás marramucias protegidas hasta por ciertas policías corruptas, todo lo que está en trance de desaparecer a raíz de que los Estados Unidos entran en guerra vamos a decir global, que se extiende con las nuevas técnicas aplicadas tanto en lo interior peligroso por los bolsones de extranjeros que habitan dicho país como por las ideas totalitarias deseosas de imponerse, valga decir el nazismo y el comunismo actuantes en sumo grado para conseguir fines específicos. Los Estados Unidos se movilizan por tanto a objeto de combatir mayores males y la población sin poner obstrucciones desea colaborar en todo sentido y de acuerdo con sus capacidades e intereses. Aquí en este punto de la trama interesante es cuando aparece una joven bonita y veintiañera nacida en el sector Pearl River de la cosmopolita Nueva York y de nombre María Aline Griffith Dexter, ciudad portuaria donde crece y se forma en un hogar de clase media americana pero muy serio, conservador, católico, si se quiere con los ejemplos de todo lo que digo en este párrafo observador, y quien ya para el inicio de los años 40 fuera de ser una moza elegante y despierta, es además bien educada, que ha vivido los años de la depresión y que también goza de un futuro mejor prometido por el presidente Roosevelt, pero quien ante el problema de la guerra de dos mundos que tanto costará a su país en lo material y humano, mientras estudia en la universidad de ese enorme centro dinámico la carrera de periodismo con materias de literatura e historia, para mejor desempeñarse, por algo que ya lleva de adentro desea ayudar a su país ante la noche oscura que atraviesa, de donde mientras ejerce la carrera en el mundo informativo y por su bella estampa que luce descollante, es contratada como modelo profesional de las pasarelas y desfiles, lo que acepta desempeñar por varios meses, con buena remuneración desde luego, pero como llevara por dentro el gusanillo acuciante de la guerra vivida, pues es reportera, dado el título universitario que maneja piensa y decide entonces trabajar para su país guerrero en el delicado campo del espionaje, algo que le atrae sobremanera, y sin decirle a nadie sobre tal objetivo envía papeles de currícula a Washington, donde de seguidas y analizado el caso es reclutada por el servicio secreto para trabajar en la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, que pronto se convierte en CIA), cuando ajusta dos décadas de vivir, o sea en 1943.

De estas resultas, como es de pensar a la alumna Aline Griffith se le asigna el nombre en clave de BUTCH, con cierto significado callejero de machista, pero pronto y por su deseo de iniciarse en el campo literario que le atrae, toma prestado el apelativo de “Tigre”, que cuela más dentro del medio en que se va a desenvolver y quizás al estilo detectivesco pero socarrón de Agatha Christie, en tiempos de la Guerra Fría. No vamos a explicar aquí los programas a que se somete dentro de su estudio en la mejor escuela sobre la materia que existe en Washington, pero como ha dicho la señora Aline, debió en forma rigurosa aprender a defenderse con cuchillo y hasta a matar, por la vía del silencio de las armas blancas, liquidando con pistola acaso silenciosa en campos de tiro donde de ello se instruye, a utilizar lenguajes crípticos o en clave, a limpiar la mente en momentos de urgencia y hasta a saltar en paracaídas, desde luego para ser enviada por atrás de cualquier frente requerido. Una vez que ya es profesional porque ha culminado este estudio diverso y sobre todo muy riesgoso, permanece en Washington a la espera de su primer destino, mientras ya se desata una suerte de cacería de brujas dentro del mismo país, bajo el mando del senador Joseph Mcarthy, que ve comunistas por todos lados, donde elaboran  listas de presuntos marxistas, en que se incluye además al mimo Charlie Chaplin. Y como la tarea no era como para mucho esperar pronto a la oficial “Tigre” se le envía sobre las aguas marítimas rumbo a España, donde desde l939 reina como dictador el “generalísimo” Francisco Franco Bahamonde, “Caudillo de España por la gracia de Dios”, quien con sus conmilitones de derecha,  llamados falangistas, y el apoyo férreo de la Iglesia conservadora, manda a las anchas en todo el territorio español y más allá, mientras sostiene una suerte de “eje” conductual con potencias sojuzgadas por el Tercer Reich alemán, por cuyo motivo pululan numerosos nazis en España, y para cuyos movimientos a conocer es enviada la oficial Aline o “Tigre”, con asiento en Madrid. Para entonces ya estamos en el año 1944, y así comienza su labor de espionaje.
            Como había que construir una figura de mujer excepcional pronto comenzó a  realizar la tarea que se le encomienda, siendo destinada a trabajar bajo disimulo en la conducción directiva de una empresa americana de petróleo, de donde arrienda un apartamento o piso que acondicionará para recibir amistades, con toda comodidad, ya que en España a pesar de las bajas relaciones con los americanos había una colonia gringa que pronto se nutriría con personalidades diferentes como el caso del periodista  Ernest Hemingway y luego la inefable actriz Ava Gardner. Pero el punto principal para ambientar al personaje era darle entrada a Aline Griffith dentro de la alta sociedad española, porque allí de continuo se cocinaron habas en la materia informativa que buscaba la espía. Y pronto apareció un  hombre que habría de ser su necesario compañero, hasta sentimental, porque Cupido anduvo en ello con premura, siendo escogido el entonces conde de Quintanilla, apuesto y rico varón, elegante, atractivo, con varios idiomas en su haber, que ella dijo haberlo conocido en un elegante cóctel madrileño por la zona de Puerta de Hierro, pero que yo, por vivir estudiando en España y estar cerca de estos hechos, tuve una versión más cónsona con el primer impactante encuentro que aparentaba ser fortuito, o sea que atando cabos posteriores el servicio secreto americano preparó un escenario en las afueras montañosas de Madrid, por la sierra de Guadarrama, donde la señorita Aline tenía desinflado un caucho de su coche que conduce, cuando pasa el guapo, de buena educación,  un tanto picaflor y elegante conde, y desde luego que se encargó de ayudarla en este cambio de la llanta, pero de allí con aquellos ojos tan vivos de la morena clara, imponente de figura y por demás simpática, aunque algo tímida, quizás en apariencia, de un principio le envolvió el corazón, para después convertirse por etapas en novio, prometido y al poco tiempo luego de lo prudencial, en su esposo, don Luis Figueroa Pérez de Guzmán, hecho que ocurriera en 1947, esta vez pasando a ser la condesa de Quintanilla, y una vez que falleció don Luis, cuarenta años después, se convirtió en condesa viuda de Romanones, que era entonces el importante título de nobleza real que ostentaba su marido.
Es aquí precisamente donde Ramón Urdaneta comienza a tener varas en el asunto y esto porque a mi regreso de Caracas a Zaragoza, a inicios de 1955 y por consejo del embajador Rafael Paredes Urdaneta,  a sabiendas que yo preparaba un trabajo biográfico sobre el conquistador Diego García de Paredes, fundador de mi ciudad natal, éste me indicó que en Madrid entrara en tratos con Miguel Muñoz de San Pedro, conde de Canilleros y de San Miguel, familiar en orden colateral con el referido García de Paredes, pues él conservaba en Cáceres el viejo archivo de la familia Paredes, de donde pronto me encaminé a la extremeña capital, donde fui muy bien atendido por este noble señor en el palacio de Ovando, y de donde también se derivó una buena amistad. Por esta relación en Madrid, pronto conocí a  su familia, a la condesa esposa, el yerno y a sus dos hijas, de cuya relación en mi libro “50 veces yo” trato con suficiencia los detalles de esta amistad. A través de Canilleros entré en relación con personajes del Madrid de entonces, como José María de Cossío, Luis García Blanco, y la condesa de Quintanilla, que alguna vez asistió al café El Sol, arriba de Cibeles, y hacia Serrano, donde luego del almuerzo se reunía una peña o tertulia de intelectuales, y en el que pude encontrar al hermano Nectario María Pralong, de la congregación La Salle, y desde luego que a Aline Griffith, radiante de belleza, buen humor, sencilla y utilizando un lenguaje desenfadado, a quien pronto, el 18 de julio de 1956, encontré en Trujillo de Extremadura, y de lo cual para constancia histórica fue tomada una fotografía al lado del escudo en piedra de la familia De Paredes, donde aparece la condesa espía de amplia falda plisada a media pierna, y el que esto escribe [a mi derecha está el importante duque y marqués de Montellano, Grande de España], blasón que esos días fue enviado a Trujillo de Venezuela y que reposa en el museo de la ciudad. Por cierto en el diario Extremadura del 9 de octubre de 1957 aparece un trabajo histórico escrito por esta condesa sobre la famosa hetaira Catalina de Miranda, que vivía en aquella época y en El Tocuyo de Venezuela.  De esa entrega formal que se efectuara, pasamos entonces a la iglesia de Santa María, la mayor de tal ciudad, de construcción romana y gótica, donde por única excepción y en presencia de la condesa de Quintanilla, que retratada está, se procedió a abrir la tumba de Diego García de Paredes, padre, llamado “Sansón de Extremadura”, en presencia del  ilustre académico de la Historia Antonio Rodríguez Moñino, el historiador Hermano Nectario María, familiares y autoridades locales, para dejar constancia que los huesos encontrados en tal fosa eclesial sí correspondían a este Sansón, por el tamaño enorme de la osamenta, de lo que se dejó prueba oficial escrita.
Con Canilleros continué sosteniendo una buena amistad, incluso visitándole en su lujoso hogar madrileño de Menéndez Pelayo y por donde estaba al tanto de las actividades sociales de Aline Griffith, que ya se había embolsillado a toda la conocida sociedad capitalina y quien por tanto era rica fuente de información para enviar a las oficinas de la CIA en Washington. Mientras tanto y por diez años las labores de Aline permanecieron de acuerdo con sus superiores, un tanto de perfil bajo, mientras escribía trabajos alusivos de interés, novelas llenas de inspiración y viajaba a los Estados Unidos para dar conferencias sobre política, en visita familiar y otras cosas más. Sus amistades se multiplicaron entre la alta nobleza, por la vinculación de los Romanones, que fue una de las mejores fortunas de España, quizás después de la de don Juan March o de la Casa de Alba, y cuando no estaba en su finca de Pascualete, donde en tiempos oportunos sin veda se lucía cazando gruesas perdices extremeñas, sitio de vieja tradición familiar y mantenida cerca de Trujillo, viajaba de continuo en labores del trabajo a efectuar, al tiempo que hace relación amical con figuras como los duques de Windsor (ella, divorciada americana), presidentes Nixon y Reagan, la americana princesa Grace Nelly, la muy importante duquesa de Alba, la Gardner, la exótica Jackie Kennedy, Deborah Kerr, la incomparable artista Lola Flores, el torero Luis Miguel Dominguín y Audrey Hepburn de quien sentía celos, pues mucho la miraba y consentía su marido Luis. Mientras tanto y como buena modelo profesional viste atuendos de las mejores casas de moda internacional, valga el recuerdo de Ives Saint Laurent y Pedro Rodríguez, que le obsequian trajes de valía, de donde su nombre se mantiene por muchos años en una lista de las mujeres mejor vestidas del mundo.
Aline conoció el generalísimo Franco en tierras andaluzas de Jaén, acompañada entonces de la exquisita pareja que eran los duques de Windsor, cuando cerca de Santa Cruz de Mudela este grupo exquisito y durante el tiempo de caza de perdices sostuvieron cierto encuentro afectivo en un coto del lugar, que quizás esté reflejado en los archivos secretos de Washington. Pero lo que vuelve a llamar más la atención sobre la famosa espía Butch, Tigre o Aline Griffith muchos años después de la llamada Guerrea Fría, en que ella interviene con sus informaciones permanentes, es que  ya cansada de jugar un doble papel, que hasta le estorba, como escritora de novelas conocidas y de temas apasionantes decide salir del armario como ahora se llama la actitud, para decir sin pelos en la lengua que fue espía de su país de origen por más de cuarenta años, o sea de 1944 a 1986, y que gozando con aquellos recuerdos de su vida riesgosa, que a veces supongo le produjeron angustia, hizo su mundo como quería, y se río de él, porque nadie entra en sospecha de ello que en verdad disfrutara Aline Griffith, y quien ahora anda acercándose a los noventa años, porque no he sabido de su desaparición.
Pero así como otro espía famoso, el catalán Joan Pujol, tuvo mucho vínculo con Venezuela, y aquí dejó sus huesos, sin que nadie pudiera entender las vueltas que da la vida, porque así lo ha declarado Aline, nadie, pero nadie pudo pensar que esta famosa espía que termina su carrera profesional, de las varias que tuvo, en la república de El Salvador, enviada en 1984 por la CIA bajo una cortina de humo para salvaguardar esa misión especial, en tiempos del frente guerrillero Farabundo Martí y la droga que también abundaba, repito, nadie  pudo pensar que Aline con su maestría aprendida iba a hacer cierta amistad en 1977, con un muchacho joven de 28 años que bajo nombre supuesto e intención acaso investigativa trabajara en las oficinas de su marido el conde, en Madrid,  y que se encargaba de llevarle la correspondencia para la firma a su esposa Aline desde dicha céntrica oficina, ratos de espera en que Carlos Ilich Ramírez Sánchez, caraqueño condenado a dos cadenas perpetuas en Francia, con supuestos 80 crímenes de terrorismo internacional encima, era la simple ovejita que tranquilo esperaba en la lujosa mansión de Aline, sin saber ella que este escorpión, hijo de un abogado venezolano comunista, José Altagracia Ramírez, de familia comunista y enviado a estudiar por su padre a Cuba para entrenarse en el comunismo, después a España, luego a Francia y de allí al engendro político Patrice Lumumba de Moscú, iba a dar la vuelta por el terror que infunde, y ya siendo preso por cerca de veinte años, era este jovencito “amable y atractivo” con cara angelical y facilidad de palabra, como ella lo describe, enfrentándose a otra “mansa” tigra en esas condiciones anónimas, y que ella en sus memorias recuerda a este asesino con clase muy joven y trabajando en la empresa de seguros de su esposo, y de la cual Aline era Consejera,  oficina que por cierto le sirvió a la condesa para relacionarse con agentes secretos en más de once países. E incluso llegó Aline a felicitar a su marido por la presencia laboral, callada y afectuosa de este  joven caraqueño y buen trabajador en dicha empresa.
Con los tres hijos y los trece nietos permaneció en Madrid la espía venida de Nueva York, que en sus mejores tiempos había sido portada de grandes revistas internacionales, como Life. Ya por problemas quizás de repartición de herencia un fragmento de su fortuna en joyas, muchas heredadas de la noble canasta familiar, en mayo del 2011 y en la ciudad lacustre suiza de Ginebra fueron sacadas a subasta en la muy conocida casa Sotheb’ys de aquel país, encontrándose entre ellas diademas de realeza, un diamante rosa de gran valor, así como en la lista a escoger excepcionales esmeraldas, brillantes y rubíes, que pidieron alcanzar un  precio de veinte millones de dólares. En definitiva Aline, la periodista, modelo, escritora, empresaria, taurófila, espía de la CIA, mujer de hogar, dama del alto mundo europeo y con títulos de nobleza encima, vivió como en un cuento de hadas, algo así interpretando a Blancanieves, jugándose la vida pero riéndose de ella y de sí misma, mientras acaso sueñe con la figura angelical del “Día del Chacal”, obra de su colega británico Frederick Forsyth, quien también mostrara con crudeza los dientes afilados de Carlos Ilich Ramírez, o los colmillos puntiagudos cuajados de sangre que exhibe el caraqueño en su novela de ella y exitosa “Un asesino con clase”, aterrador relato de suspense editado por Planeta, de Barcelona, en 2.002. Buena suerte a la gemela de Ana Chapman, espía de la KGB que no vino sino que se fue a Moscú.

sábado, 5 de mayo de 2012

MAL MANEJO FISCAL DE BOLIVAR EN COLOMBIA.


         Amigos invisibles. Entre las tantas facetas controversiales ocurridas en la vida del caraqueño general  Simón Bolívar, una de las que llama más la atención es esa del manirrotismo que tuvo en líneas generales, o bien porque así lo sentía, o para demostrar complacencia o amistad, o por sentir poco afecto coleccionista con el dinero, pues había nacido y continuó viviendo de una manera holgada, donde nada le faltó, y sin distinguir por ello entre lo público y privado de las erogaciones, al extremo que con el correr de su existencia por este acaso de debilidad se le presentaron dudas y expectativas sobre el manejo de los fondos, como en los casos de remesas dinerarias propias o los gastos excesivos que causara en la conducción de su vida, lo que debió llenar de interrogaciones a quienes se mantuvieron cerca de él en el transcurso de la vida, es decir hasta los 47 años de su edad. Fue pródigo en los actos a efectuar sin importar los costos, de donde vinieran, por lo que un traslado de su persona con los acompañantes del séquito había que pensarlo dos veces en cuanto al valor de tal viaje, como se recuerda cuando salió de Lima rumbo a Bolivia en cuanto a quienes le seguían en tal incursión, como su Estado Mayor y el Cuartel General, o las exageraciones en el uso diario de Agua de Colonia 4711, que era la de su preferencia, y que la Municipalidad de Lima debía afrentar mientras el caraqueño vivió en aquella capital antes virreinal, o los regalos de mayor cuantía por lo lujosos que se le hicieron durante la movilidad de sus campañas, o las preciosas jacas de paseo, y en fin, multitud de obsequios, como el millón que agradecida le ofrece la Municipalidad de Lima, que despiertos por interesados fueron a cobrar sus herederos, y otras perlas por el estilo demostrativas sobre la vida de confort que le gustaba llevar y que incidía directamente sobre los erarios públicos que manejaba para el sustento de sus necesidades y hasta para la función pública en que viviera envuelto.
Es por ello que vamos a referirnos ahora al embrollo por difícil manejo  de los dineros del Estado, fueren en Colombia o en el Perú y puestos a su discreción por insensatos adulantes, sobre el que trata de copiar lo equívoco del gobierno norteamericano en tal materia delicada, siendo en ello grave su manera de ser por lo dispendioso y sin poner atención al buen curso financiero de las repúblicas, en lo que no se parecía para nada a los cautos ingleses de su admiración, pero en esta materia no, teniendo entonces muy presentes que la ciencia administrativa y de los negocios había sido desarrollada por economistas británicos de la talla de David Hume, John Locke, David Ricardo y otros que debió conocer en las lecturas pero no aplicar en sus tesis utópicas, sin contar además con que en esa encrucijada del mundo que era Londres el buen capital judío, para no señalar otro, manejaba el asunto financiero con prudencia, sabiduría y ajenos al despilfarro. Y era tanto el desacierto que tenía Bolívar sobre esa conducción inusual que hizo sobre el dinero del Estado, donde se incluyen las deudas que por acasos de la guerra debe comprometer, que en junio de 1823 confiesa paladinamente mediante carta al general  Francisco de Paula Santander que “….la deuda pública es un caos, de horrores, de calamidades y de crímenes”. De Caracas al Potosí en aquel tiempo formativo se vivió en serios aprietos de finanzas y  hacienda, porque para emprender un conflicto guerrero colonial de las características del  hispanoamericano, los gastos eran altos y los intereses más altos aún, porque la posibilidad de rescatar los préstamos en dinero o en material de guerra, o alimento, vituallas y otros, era de sumo riesgo, al no estar avaladas dichas entregas por una potencia de importancia, de allí que cerraran las puertas a las colonias pobres, sin sustento económico para sostener una conflagración, como ocurrió con el mismo Bolívar cuando al frente de una embajada de Caracas viaja a Londres en 1810 en solicitud de ayuda y se regresa con las manos vacías, porque a los desconocidos en negocios poco se les presta. Pero Bolívar empeñoso como era y sin medir riesgos ni ocho cuartos, pues como dijo iluso “si la naturaleza se opone lucharemos contra ella”, no le presta atención al peligro evidente y por tanto mantiene en esa capital como eterno Comisionado  del dinero con excesos y despilfarros en la ciudad del Támesis, al buen amigo caraqueño Luís López Méndez, quien sufrirá pena de prisión por lo adeudado sin pagar de Venezuela, como se estilaba en esos tiempos, pero que desconocedor de lo que no le importase hacía y deshacía a su manera de ver o interpretar las cosas, sin dar cuentas a nadie sobre órdenes que le remitía Bolívar, de aquí que con vivarachos banqueros londinenses obtuvo préstamos leoninos “a favor” de Venezuela y con ellos compró a su guisa y acaso sin comparación de precios, armamentos, uniformes, útiles, alimentos y otras necesidades para cubrir la guerra emprendida años ha, que comienzan a desbancar las finanzas de la desconocida Venezuela y luego Colombia, pero después, sin saber qué hacer conspira con José María Bustamante contra el propio Bolívar, y cae de nuevo en prisión, para irse a morir triste y desolado en las lejanías chilenas.
Pero antes del fin de esta comedia esperpéntica sin sentido y para conocer el pensamiento del Libertador en esos delicados asuntos que llegaron a ventilarse hasta con la disolución de Colombia, para el pago de la deuda respectiva, diremos que sin  inmutarse el crédulo Don Simón de cualquier historieta bien montada no tuvo escrúpulo y menos temeridad en entregarle el negocio de las deudas al bribón aunque sabio botanista antioqueño Francisco Antonio Zea, quien dilapida en los pagos esos sueldos encomendados que maneja en Angostura, que es otro de sus queridos amigos en el que confiara al infinito a tal extremo de hacerlo Vicepresidente de la Colombia que el caraqueño inventa en Angostura, con fecha 24 de diciembre de 1819, de donde nada menos que en sus manos de seda pone cuatro (4) hermosas letras de cambio mercantiles y en blanco, es decir para llenarlas el mismo bribón a su complacencia y sin temor de cantidades [quien por cierto después con disgusto apasionado tilda a Bolívar de “atrabiliario y loco”], lo que hoy en términos penales llaman peculado de uso, y quien en disparatadas transacciones  y hasta con un poder falsificado que utiliza para poder actuar con estos fines usurpadores, que es entre lo más vil por señalar, sin ningún control de los negocios y eludiendo responsabilidades sobre lo contratado reconoce ante los caimanes londinenses de cuello blanco deudas astronómicas por cuenta de la ensangrentada Colombia, montantes a más de 700.000 libras esterlinas, es decir haciendo el cálculo en un equivalente a los ingresos fiscales de todo un año de Colombia. Mediante este sistema inaudito Zea, el de nariz ganchuda o pico de ave rapaz, feo y siempre vestido de luto que quiso a toda costa vivir como un príncipe de leyendas [así se desquitaba de la pobreza paisa en que vivió durante los primeros años de su vida]. En verdad el ilustre antioqueño había recibido órdenes de concertar un empréstito entre 2 y 5 millones de libras esterlinas con el fin de comenzar el desarrollo de Colombia, luego de la cruenta guerra que había arruinado el país, en especial la agricultura y la pequeña industria, pero es a través del compadrazgo bancario [los hermanos Rostchild tenían grandes bancos en cada capital importante de Europa] que ajusta en París y en marzo de 1822 un débito de diez millones de pesos [por lo que reconoció la misma cantidad en esterlinas, mas otras ligerezas pecuniarias inconcebibles], cantidad que ya se había consumido para 1824 y de la que no se vio ni uno solo de esos pesos en Colombia. Habría que preguntárselo a Zea y a los técnicos que estudian estos casos extraños. Se habla entonces de un empréstito de cinco millones de libras, del que se recibió dos millones doscientas mil  libras, con la Casa Herring, Graham y Powles, pero a su vez con esta Casa de moneda el colombiano Zea contrata 140.000 libras esterlinas de plata, con el elevado interés del 10 por ciento, nada menos que contra obligaciones colombianas montantes al 65 por ciento anual, lo que es una barbaridad usuraria, y dentro de ese baile de dinero y letras en blanco el antioqueño contrata otro préstamo de 30 millones de pesos fuertes menos el descuento inicial del 20 por ciento sobre tal suma, o sea la quinta parte, donde debieron aplicarse otras iguales o parecidas y terribles condiciones bancarias. 

Para los entendidos en materias financieras y fiscales o hacendísticas agrego aquí que el doctor José Rafael Sañudo tratando sobre este tema que puede ser inmoral, en su libro “Estudios sobre la vida de Bolívar” en cuanto a la actuación del apoderado Zea señala que “contrató dos millones de libras, por un empréstito hecho cuando ya habían caducado…”, dejándolo a uno en suspenso sobre la materia de que trata. Según una carta fechada en Londres indica que solo se recibió 640.000 libras del empréstito millonario emitido por la Casa Richardson y Powles. Y se cargaron sin embargo a Colombia diez millones de pesos al 6% de interés, en otra deplorable transacción financiera.  Por ello asombrado el Bolívar que entregara las letras de cambio en blanco para ser llenadas, como de los poderes respectivos, el 30 de mayo de 1823 escribió desde Guayaquil, que había recibido del señor Zea la suma de dos millones con doscientos mil pesos y que él [Zea] dio diez millones de recibo, suponiendo que sean en libras esterlinas. Recordemos que para entonces los intereses, otros gastos y los riesgos a presumir ocasionaban cobros exorbitantes por cuenta de los prestamistas, lo que se refleja en estos cómputos que aquí se consignan, y que en todo caso sería necesario profundizar por entendidos en tan enrevesadas materias, para descubrir el meollo de dichas cuentas y la patraña de esas ganancias. Sobran los comentarios.
A pesar de estos intríngulis financieros desorbitados en ese inaudito desastre o madeja fiscal a ello se agrega el abuso en las compras  precursoras de otras armas y elementos de guerra  con la admisión de valores excesivos contenidos en facturas de conveniencia, la continuación de los pagos de sueldos en retraso que dio origen a otras liviandades dinerarias y porque el circulante prácticamente no existía, el codicioso préstamo en campaña [valga el ejemplo de los gastos del señor Zea, como los 420.000 pesos macuquinos con que se compromete a la joven república para el viaje a España de este colombiano], del fantasioso Zea montante a la suma de 66.666 libras  para sí y por cuenta de la Casa londinense A. B. Goldschmidt & Cía., obligando en ello a Colombia  por más del triple de esa cantidad y a un diez por ciento anual de interés, fuera de las 350.000 libras esterlinas que debido a estos irracionales convenios perdió Colombia al  declarase y terminar en quiebra esa casa londinense de prestamistas poco serios. Otro crédito es obtenido por el desconcertante Zea, con poderes ya suspendidos desde 1821 y sin documentos sustentables, montante a dos millones de libras esterlinas, hecho en 1822 y bajo condiciones draconianas por no decir usurarias o anatocistas, de intereses compuestos  y menos  “imposibles de cumplir”, y con un descuento inicial bárbaro, además del problema que se presentó en Londres con el Comisionado y amigo de Bolívar, José Rafael Revenga, mandado en 1822 por este general para buscar un arreglo ante los laberínticos problemas fiscales  existentes en Inglaterra por los desastres que se señalan y quien además  también hace pasantía con sus huesos en la oscura cárcel inglesa por débitos incumplidos  de Colombia, fuera de la depresión económica en auge, la bancarrota nacional, las comisiones ominosas y el alza vertiginoso de los precios, como el déficit de la deuda flotante, que a la sombra complaciente de Bolívar y debido en buena parte a su desconocimiento del tema, mantuvieron en permanente crisis la vida fiscal y por ende el fracaso en esta suerte de negocios públicos. Bolívar mismo y ante la debacle que lo entorna dirige a la Convención de Ocaña, en 1828 y antes de culminar con su odisea romántica, lo siguiente a manera de mensaje aleccionador: “El rubor me detiene y no me atrevo a deciros que las rentas nacionales han quebrado, y que la república se halla perseguida por un formidable concurso  de acreedores”.
 Pues bien, parece ser que en el análisis que se desprende de los hechos Colombia y Venezuela no tomaron muy en serio esta seria advertencia del desastre, porque más de un siglo anduvieron engolfados en conflictos intestinos desangrantes del patrimonio nacional y sin que nadie de los patricios fundadores o quienes les suceden en el ejercicio del poder pudieron ponerle coto a esta situación lacerante, por la que yendo al caso de Venezuela se conformó con aceptar el pago en deuda exterior del 28 por ciento correspondiente a la porción total que asumiera para con sus acreedores los desmembrados países de Colombia, Venezuela y el Ecuador, aunque dichos pagos en lo que nos corresponde dieron mucho qué decir ya que en ocasiones no daba para cancelar tanto la cuota de capital como los intereses adeudados y hasta en mora, con los flacos ingresos aduanales, lo que a la postre con presidentes ensoberbecidos por el poder, como el general Cipriano Castro, de una manera primitiva a comienzos del siglo XX y en el arrastre de la deuda por demás vencida en gran “signo de orgullo patrio” declaró a cuatro vientos y sintiéndose poderoso, que no iba a pagar un centavo más, lo que de inmediato hizo reaccionar a los acreedores europeos, que unidos y con el temple necesario varios barcos de guerra plantáronse en las costas de Venezuela a manera de embargo selectivo, para terminar la bravuconada en que el país luego de algunos cañonazos de naves europeas debió reconocer la susodicha deuda, con los gastos necesarios por tal fanfarronería, pasando por las horcas caudinas del ministro embajador americano en Caracas, Herbert Bowen, quien solucionó el asunto basado en la simpática por interesada doctrina Monroe. Y ese cuento de la deuda siguió como espada de Damocles sobre el escenario nacional, hasta que el caudillo montañero y presidente rústico general Juan Vicente Gómez en 1930 y en homenaje al centenario de la muerte del libertador Bolívar terminó de cancelar la bendita deuda arrastrada desde tiempos de la Independencia, salvando así el honor de la patria largamente mancillado.
Mas como los políticos en sus sueños utópicos no creen en nadie y menos cuando un país tiene agarrado el toro por los cachos o mejor por el cuerno de la abundancia, desde esa época centenaria del borrón y cuenta nueva hasta el año 1979, el país vivió en una etapa normal de bonanza presupuestaria, pero el desorbitado presidente Carlos Andrés Pérez creyéndose quizás otro Bolívar decide dar vuelta a la tortilla y comienza a endeudarse con el fingido cuento de la Gran Venezuela, con pérdida de mucho dinero, lo que obliga al presidente Luis Herrera Campins en febrero de 1983 a suspender los pagos mediante el llamado Viernes Negro y a depreciar la moneda nacional en casi el doble de su valor. Y desde ese tiempo al nuestro hemos seguido con el mismo placer devaluador que produce dividendos personales, al extremo que hoy volvemos a estar quebrados como en tiempos del inefable Bolívar, con unas inmensas deudas para pagar en varias generaciones y ahora con la nueva modalidad de que el Jefe del Ejecutivo Nacional según las ultimas disposiciones legales puede empeñar el país sin preguntar a nadie, como caballo desbocado hacia la izquierda, y por eso fue que se cambió la alegoría del potro salvaje que se contempla en el escudo nacional. ¿Cuánto durará esto?. ¡Que Dios, María Lionza, el Negro Felipe, el Cristo de La Grita, las Siete Potencias, el Santo Grial, los babalaos y hasta los cuenta cuentos de costumbre nos agarren confesados!.