martes, 29 de abril de 2014

¡MATARON A GAITAN!


 Amigos invisibles. Acabo de leer y estudiar el libro intitulado de esta manera, producido por el experto historiador Herbert Braun, aún joven hombre de letras colombiano cuyo subtítulo se refiere a la Vida Pública y Violencia Urbana en Colombia, trabajo académico imprescindible que se caracteriza por la profundidad del estudio que acomete moviendo a cultivar una honda reflexión por aquella compleja dualidad en que se desarrollan estos países bolivarianos que son Colombia y Venezuela, como nacidos del diktat del ilustrado caraqueño que quiso recomponer a su manera el otro desastre de una Armada Invencible que tuvo la Madre Patria cuando se desligaba de sus obligaciones familiares ante el despertar y la hecatombe ocurrida en la Hispanoamérica del siglo XIX.  En verdad que dentro del poco tiempo disponible para ejercitar la vista con otros compromisos intelectuales, el texto que menciono y dentro de las múltiples atracciones que siempre mantendrán ambos países nutridos por una larga frontera material, social y espiritual, ha conmovido mi juicio interno de lo conocedor que puedo ser sobre la vida de ambos territorios por las motivaciones gemelas que pudieran darse dentro de la convulsa vida que pudiera ocurrir en cualquiera de las dos países hermanas. Y porque ello está a la vista en cuanto a los acontecimientos que se suceden, es oportuno traer a este espacio el recuerdo imborrable y tenebroso de aquel acontecimiento siniestro que marcó una brecha histórica demasiado ancha como para hablar de un antes y después de ese asesinato injusto, todavía sumido en penumbra de misterios, que impidió cambiar la paz de una patria integrada en un desarrollo cuestionable y que sirviera de impulso para la visión de otro país desconocido quizás, que con el huracán de aquel acontecimiento siniestro abre las puertas a una violencia étnica inusitada por la que el fronterizo territorio ha transitado en el lento vagar de medio siglo, con centenares de miles de muertos y desaparecidos como ejemplo del descarrío público que cambió la faz de Colombia, todo hecho en tan breve momento como para provocar un tsunami terrestre que con una ola gigantesca despertó los más siniestros episodios de maldad y de odio conocidos por muchos y que aún se atraviesan por encima de congresos de paz y otros aditamentos necesarios buscando que vuelva a Colombia la primavera de las  ilusiones para salir al paso mientras se construyen los fundamentos de un nuevo estilo de convivencia.

 Colombia, como Venezuela a lo largo de los siglos de su gesta ha debido transitar por caminos diferentes y complicados, donde se perfilaron los cimientos o estructuras de una nación diversa y multicultural, por lo que desde tiempos atrás han aparecido personajes de importancia con su impronta intelectual que no solo forman parte de la Historia en movimiento, sino que dejaron una estela luminosa como para abrir caminos en la intrincada senda del diario transcurrir. Por ello desde la independencia de ambas naciones, con los traumas vividos y un casi paralelo quehacer dentro de aquel mundo decimonónico que inspirado en ideas novedosas presentadas por filósofos y otros pensadores fueron colmando el siglo dentro del desarrollo que giraba entre la opresiva clase estamentaria y el concepto de una nobleza en decadencia, que dieron pie a la formación de partidos e ideas acordes con el tiempo, de donde al momento en Venezuela florecen grupos importados de novedosas ideas liberales como conservadoras, que mantuvieron en vilo todo el tránsito del siglo XIX hasta bien entrado el XX, desangrándose los países  con un desarrollo industrial en pañales y pensamientos en pininos como las izquierdas de diferentes escuelas cismáticas, mientras subsisten guerras continuas emparentadas y feroces, que para el caso y coincidiendo en el tiempo fueron de los Mil Días en Colombia y la lenta entronización en Venezuela de un cambio con perspectiva que pudo llamarse la larga dictadura gomecista. Pero en este andar de parte y parte fronterizos la figura de los caudillos se sostiene entre puntas de lanzas y combates para luego emerger por allá en los años veinte otras figuras con ideas de mejor contenido, como fue el necesario cambio de un mundo feudal conservador para entrar mediante los votos en lo novedoso del siglo XX, cuando emerge en Colombia el partido liberal que con una pléyade de figuras como Olaya Herrera toman las riendas del poder para cambiar la faz hacia un  nuevo país.

Es en este momento de los años XX cuando aparece en Colombia un joven luchador que con otra visión estructural desde un inicio aspira a ser Presidente de la República, mientras suenan los claros clarines de aquellos que cantaba el nica Rubén Darío. Pues bien de este que ahora vamos a señalar futuro líder Jorge Eliecer Gaitán, es bogotano al aparecer nacido en los albores del 1900 como hijo enfermo y flacuchento de una maestra con ideas progresistas y de un autoritario y terco vendedor de libros usados, lo que daba apenas para comer, pero como el muchacho de tez morena y desenfadado tenía imaginación para el porvenir con un rigor de estudio y entendimiento se abre paso cual meta a sustentar, de donde con esfuerzo del bolsillo pero no de la razón va a la Universidad, se gradúa de Abogado, y como le gustaba la carrera penal para defender a tantos apremiados de justicia con mayor impulso se va a Roma para oír y entender al gran maestro Enrico Ferri, que lo colma de ayuda intelectual, y luego graduado con algunos honores regresa a Colombia a fin de comenzar una vida que lo encaminará a toda costa para defender al necesitado. Ya establecido en la capital bogotana comienza su fulgurante carrera política en un  viaje diverso oscurantista, sujeto a la defensa de los humildes, deslastrado de guaches, que aspira al cambio social y donde se hace conocer con el famoso caso de las bananeras y la masacre habida entre costeños, tan bien descrita por el nobel García Márquez, lo que le lleva a acercarse con puntos de vista personales al bajo pensamiento liberal de entonces.

 Para llegar al luctuoso 9 de abril de 1948 fue necesario correr mucha sangre y sufrimientos o adversidades dentro de aquella sociedad recogida,  mediatizada desde un inicio y sometida a dictámenes de arriba que profundizaron consecuencias como fue el caso revolucionario de los Comuneros, hechos que desde luego bullían en la mente de aquel pupilo que se formaba para ser un político didáctico, según el pensar de Braun. De un inicio y como para ampliar el radio de acción Gaitán fue un ser impredecible,  desconcertante que confundía a los críticos como hombre excepcional, cuando no entendieran en qué aguas navegaba y sin saber a ciencia cierta si en lo interior era socialista o fascista o una suerte de mezcla explosiva en ese sentido, siendo en el fondo un pensador en continuo experimento de las ideas, poseído de cierto estilo distinto, mientras  en su existencia jugaba una variedad de papeles mediante el uso de posiciones radicales, todo ello practicando la política como un acto magistral de equilibrio, lo que le suma una adhesión popular sin precedentes, como atisba a escribir el crítico Braun. Desde luego que el mundo social lo llamaba para acercarlo al partido liberal lleno de vicios y caudillos pueblerinos, guardando ciertas distancias, mientras estudia de corazón el Derecho y le fascina la idea de ser presidente de la república. Así entre becas, estudios, desórdenes que encabeza contradiciendo a profesores y otras singularidades más de su carácter convulso ingresa en el mundo de la política para apoyar al poeta Guillermo Valencia a la Presidencia  republicana, y mediante el despliegue de su verbo estudiantil con rapidez Gaitán sale en hombros de la multitud. Desde 1920 ya abreva en el Derecho, con la palabra injusticia que lo fustiga, va a Roma, estudia, conoce de diversas materias y regresa a Bogotá para trabajar en el sentido impetuoso profesional.  A los 26 años ya parece encontrar un camino político cierto, original, visionario del mundo y alejado de la tradición empecinada, mientras se distancia de ciertos esquemas pero con un profundo arraigo popular, nada propulsor de esquemas marxistas, mientras circula por la fama en su carrera profesional. A fines  de la década del treinta sobresaliendo en el mundo liberal piensa en su ascenso al poder con un verbo  de frases estereotipadas al que se prestaba atención, con discursos de largo alcance en la calle o en el Congreso del que forma parte, ofreciendo detalles efectistas, como cadáveres mutilados, injusticias y accesos de cólera, con signos  de su gesto duro y agresividad en el lenguaje, como motivos recurrentes de su oratoria popular, al tiempo que Enrique Olaya Herrera lo escoge como Segundo Designado a la Presidencia y preside la Cámara de Representantes, siendo ya en solitario figura suprema del ala izquierda del Partido Liberal en el mundo conservador que le rodea, mientras al “Negro Gaitán” rezagado por sus ideas algunos liberales y conservadores le atacan, cuando abandona definitivamente  al grupo liberal en octubre de 1933, esperando así los cambios históricos en la sociedad colombiana. Gaitán regresó al Partido Liberal  luego de dos años de ausencia convertido en gran figura nacional y en Alcalde de Bogotá (1936), con otros modales y su gracia característica, mientras asciende en el poder junto al vaiven social que domina aquella capital, ayuda a la clase menesterosa y embellece la ciudad, antes de volver a la vida privada.

Ministro de Educación, donde se enfrenta a las ideas eclesiales, y del Trabajo, espera una oportunidad presidencial. Reforzando su atractivo magnético dentro del país político y el nacional, con arreglos a puerta cerrada, mientras continúa su habilidad para introducir confusión (base del éxito obtenido) en cuanto le concierne, jugando así un doble papel teatral, al tiempo que se agudizan las divisiones liberales entre maniobras y posiciones ambiguas. “Sabía lo que hacía” este orador nato y maestro de la escena, que años después  en algo y mucho se copiara (retórica, acento lírico, ilusiones, etc.) el malogrado y sufriente de delirios de grandeza Hugo Chávez Frías. Gaitán, “aventurero peligroso” ahora se había convertido en otra amenaza con sus avalanchas multitudinarias. Va con Turbay Ayala a unas elecciones presidenciales, que pierden pero Gaitán, el demagogo, las transforma en victoria para él, como disidente en ideas, mientras se desarrolla la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, y allí el orden público ya depende de lo que diga el doctor Gaitán. Así llega el siempre recordado y terrible 9 de abril de 1948. Hombre de patear calles y vida de café, nunca pensó que podía morir al ser una amenaza social y en ello ahora muchos coinciden.  Orgulloso, bien vestido, transcurre la una de la tarde de ese viernes y acicalado como buen cachaco, mientras sale de su oficina para almorzar en compañía del político Plinio Mendoza Neira. Por cierto y ya que es importante decir, a las tres de esa tarde el Negro Gaitán tenía cita con un recién conocido y fogoso joven cubano al que llaman El caballo Fidel, en referencia con su estatura,  delegado entonces a un paralelo Congreso de Estudiantes Universitarios coincidente con la Conferencia Panamericana, mientras a la una y cinco de la tarde juntos salen ambas figuras liberales, acompañados de tres amigos atrás, y al momento sonaron tres disparos y luego un cuarto, mientras Gaitán cae pesadamente al suelo, boca arriba, bañado de sangre en la cabeza que le brota, dificultad para respirar y muy poco pulso, con dos tiros en la espalda que le perforan los pulmones  y el tercero alojado en la base del cráneo, es decir que ya estaba en fase de extinción vital. El asesino de inmediato fue aprehendido, que es Juan Roa Sierra, supersticioso deschavetado mental y sufriente por igual de delirios de grandeza, al tanto que Gaitán es llevado a la cercana Clínica Central, con los peores augurios. Entretanto ya se oían alaridos populares y sollozos compulsivos, mientras se daban  gritos callejeros de que ¡Mataron a Gaitán¡ y al asesino se le resguarda al fondo de la Droguería Granada, al tanto que este homicida afirma sobre el asesinato que hay “cosas poderosas que no pueden decir”. A poco entraron algunos  al sitio de su guarda, de donde es extraído a empellones, agarrado del pelo y se le arrastra violentamente sobre el pavimento mientras que la furia popular se ensañaba con alguien a quien nadie conocía. Gaitán no recuperó el habla ni el conocimiento, mientras el despojo humano del asesino era arrastrado por la carrera séptima hacia el Palacio Presidencial.  Y la radio de entonces llevó la trágica noticia a todos los rincones del país, con lo que se instiga los graves disturbios a venir, algo así parecido a lo del famoso caracazo habido en la gran Caracas, años después.  Así poco a poco las calles de Bogotá fueron llenándose del pueblo indignado por lo que acontecía, como una turba encolerizada que deseaba plantarse en las puertas del Palacio Presidencial, o sea ante el propio Mariano Ospina Pérez, exigiendo venganza, o lo que se llama la vindicta pública. Desde ese momento el orden social comenzaba a desmoronarse en Colombia con los violentos casos a sobrevenir que darían un vuelco de 180 grados a la vida de la nación.  

 Como buen político conocedor  ante la arremetida imparable popular el Presidente Mariano Ospina declara el estado de sitio y la severa censura mientras el populacho enardecido y muchos ya borrachos de aguardiente o chicha comienzan a hacer de las suyas en un caldo de cultivo tan propicio. Así se inicia un capítulo presidencial sobre el affaire en mientes, donde aparecen figuras como el desubicado Laureano Gómez y el astuto tolimense Darío Echandía, cuyas discusiones y entretelas darían para escribir  un tomo mayor. Por su parte la ciudad y en especial el importante e histórico centro, lleno de joyas coloniales, comienza a arder por cuadras y más cuadras de edificios, mientras los delegados presentes a la Conferencia Panamericana sienten cierto temor sobre sus vidas y el americano General Marshall toma ciertas medidas de cautela en salvaguarda de sus intereses. Entretanto, además, la chusma gaitanista ennegrecida por el humo y cenizas circulantes estaba destruyendo la ciudad, no con ánimo de saqueo sino con sed de venganza. Como segundo episodio de la revuelta los ensoberbecidos viandantes recurren a la violencia para abrir ferreterías que guardan objetos de labor, esta vez criminal,  que es cuando los soldados abrieron fuego para amontonar heridos y muertos unos encima de otros. Y como Dios es grande, para no decir Alá, una lluvia que matiza en la ciudad permite que las llamaradas no sean peor en medio de algunos diez mil hombres ávidos de sangre, la totalidad de la Policía Nacional que se pliega al furor del momento y los fanáticos suicidas que ya bajan desde los cerros aledaños. Mientras los dirigentes del gobierno concluyen en que lo sucedido es una conspiración comunista internacional preparada con ocasión de la Conferencia Panamericana, y en tanto que el píllaje continúa,  la mayor parte de los edificios públicos arden mientras la turba humana sigue enloquecida y reina la oscuridad, o sea el servicio eléctrico, a ello sumándose la quema de vehículos y la pasividad de los militares por el temor a que los soldados pasaran a las filas enemigas del orden. Entonces se saquean archivos y escritorios, arden tranvías y automóviles privados, los embriagados se trepan a los techos vecinos, y la plaza de Bolívar se llena de cadáveres, porque la consigna de estas mentes enfermas era destruir todo lo que hasta ahora era respetable, arrasando almacenes  al tiempo que se arrojan las mercancías a la calle. En un raro efecto social de pasiones primitivas y para ahogar el miedo las partes beben sustancias tóxicas en un rito satánico, mientras se amontonan escombros notándose montones de excrementos en las calles, en el deseo colectivo de exterminación. Y todos los edificios centrales del gobierno (extendidos en doce cuadras de largo y siete de ancho) caen en esta suerte de maldición satánica, hasta cuando aparecen los infaltables cocteles molotov, y se penetra en los edificios religiosos para quemar libros, destruir altares y allí también defecar. Gravemente averiados fueron 157 inmuebles de alto valor y 103 en su totalidad  destruidos, mientras el alcohol se convierte en base de solidaridad, sin distinguir entre liberales y conservadores, la multitud se vuelca hacia los símbolos del poder político y sin tomar en cuenta a los delegados extranjeros que cerca sesionaban en la por demás importante Conferencia Panamericana. De aquí que según se asienta, el llamado Bogotazo fue un asunto entre colombianos.   

 ¿Cuántos murieron aquella tarde fatídica de anarquía total?. Nadie lo sabe  aunque por análisis  se cuentan miles. Los cadáveres fueron recogidos con premura en fosas comunes para evitar epidemias, mientras los americanos allí presentes calcularon en 2.500 los heridos, como en cualquier ciudad importante europea de la Segunda Guerra Mundial.  Valga recordar que Fidel Castro nunca pudo reunirse con Gaitán (los comunistas colombianos eran pocos y opuestos a sus prédicas anárquicas), aunque actuó en la asonada popular, como lo asienta Braun, en ataque con fusil a una estación de policía, aspirando ir contra el Palacio Presidencial, pero lo que sí hace es colarse en una emisora de radio y tratar de convencer a un grupo de soldados para que se unan a la muchedumbre encolerizada. Finalmente y ya acabado su trabajo, el delgado cubano en la Conferencia Panamericana lo ayuda con rapidez a salir del país. Pronto la violencia entró en las campos de Colombia mientras varios escogidos para suceder a Ospina declinan la postulación y éste suelta la famosa frase “Vale más un presidente muerto que uno fugitivo”, pronunciada por el antioqueño Ospina Pérez que tranquiliza entonces los espíritus revueltos y los ánimos de lucha,  desvirtuando así una guerra civil inevitable. De esta forma los conservadores siguieron en el poder, mientras Ospina estaba convencido  que los comunistas eran responsables de la asonada. Entre tanto se abrió una investigación sobre Juan Roa Sierra, sobre su vida y misterios, que alcanzó oficialmente la bicoca de 25 años, y hasta 30 en verdad, donde nada pudo demostrarse en contrario sobre el grupo de salvajes intervinientes extraños al país y donde intervino de manera especial el grupo detectivesco de la Scotland Yard británica, sin llegar a conclusiones e incluso en ello fue investigado el venezolano Rómulo Betancourt, presente al momento en Bogotá, por su pasado comunista. Es bueno recordar también, que  cien mil personas  asistieron finalmente al entierro del doctor Gaitán,  cuya figura rompió en dos la historia colombiana al extremo que el próximo 7 de agosto de l.950 el Negro Gaitán hubiera alcanzado la Presidencia de la República. Y ya para ese año la violencia había consumido a 19.000 colombianos.     

 Voy a dejar aquí en claro y abierto este trabajo para que usted con perspicacia lo continúe y termine, atando cabos desde luego, porque es mucha la tela por cortar y bastante los implicados tras bastidores. Enhorabuena, pues, a objeto de que con paciencia saque nuevas conclusiones que le permitan interpretar todo aquel sibilino entramado de  entonces, porque con hechos como ese y los paralelismos usados desde antaño, o los mismos montajes que se fabrican a diario, algunos kamikazes de fortuna alborotan el gallinero latinoamericano para sonar, cuya pasión del ruido más les interesa. ¡A la carga¡.   

lunes, 14 de abril de 2014

LA DESASTROSA MUERTE DE UN LLANERO.


Coronel Leonardo Infante.
 Amigos invisibles.  La muerte física es un acontecimiento doloroso y si viene a ser desastrosa cambia el panorama de una vida fecunda y más cuando se refiere a ciertos hechos que llegan a ser noticia de valor.  Por ello entra en la historia diaria de la trunca existencia como  algo sorprendente, inesperado, que alberga realidades y resultantes en este caso sujetos a razón.  Me refiero con ello al triste calvario lleno de crueldades e injusticias que sufriera durante varios e interminables meses un oficial venezolano, curtido coronel, en tierras de Nueva Granada, que de por sí agriaran las relaciones tibias mantenidas entre Caracas y Bogotá por causas personales sobre la interpretación de los hechos acaecidos y porque tras de ellos corría una suerte de puja contra reloj por tener primacía entre los neogranadinos y los venezolanos que con sus apreciaciones y ángulos de visión dispares mantenían en suspenso y desencuentro la vida bogotana con el despertar de los días, cuando Simón Bolívar, el malquerido por ciertos grupos lleno de ideas que marchan al contrario se hallaba lejos, por el Sur peruano y porque ya se determinaban dos partidos antagónicos para el manejo de Colombia, o sea de tres países unidos en que el Vicepresidente general Santander (nacido en San Faustino, entonces territorio de Venezuela, y presentado en la cercana  villa El Rosario de Cúcuta) ejerciera el mando a su disposición mientras el caraqueño triunfal cantaba al Chimborazo y a Junín esperando acabar por siempre con el terco Virrey La Serna.

Plaza de Bolívar en Bogotá.
            De toda esta gama de inconformidades o desafueros que bullían en la mente serena mas calenturienta de la capital de Colombia, en que muchos de los males se atribuían a los venezolanos allí residentes, que en parte eran hoscos y de hablar malquerido porque buena porción de ellos provenían del combate guerrero anticolonial, del origen humilde (nacido en Chaguaramal de Monagas el 28 de junio de 1798 e hijo de la pareja Juan de la Cruz Infante con Sebastiana Álvarez, negros libres ya manumisos)  y algunos hasta pendencieros o de baja instrucción pero valientes y curtidos en la lucha fratricida, aparece en la altiplanicie de Bogotá un moreno oriental proveniente de las extensas llanuras maturinesas al oriente del nuevo país, curtido en las refriegas, sin vicios degradantes ni excesos especulativos, hecho a esfuerzos propios, arreador de ganados frente al majestuoso río Orinoco que a los quince años se enroló en la guerra a las órdenes de Santiago Mariño, como de Pedro Zaraza, para seguir con Páez y a punta de encuentros o acciones militares contra los españoles monárquicos, quien se hallaba establecido en la capital de Colombia aunque inválido de una pierna (hecho ocasionado combatiendo en el río Quilcacé, al sur de Popayán, por lo que para caminar se apoyara en un rústico bastón) y el que por estas condiciones trágicas quizás en esa capital friolenta hacía una vida errabunda para calmar sus lágrimas internas y acaso luego de visitar a su novia andaba por mesones, tabernas y casas de juego dada su situación lisiada que le impidiera seguir los pasos tras el caballo de Bolívar.  Para entonces tenía 25 años cuando el sábado 24 de julio de 1824, natalicio por cierto del Libertador, en el centro de la recatada Bogotá y bajo el puente del río San Francisco, en San Victorino, flotando sin vida apareció el cadáver del teniente venezolano Francisco Perdomo, muerte ocurrida por un lanzazo. Una vez abiertas las averiguaciones de rigor, de inmediato y sin medir consecuencias recayeron sospechas de este asesinato en la persona del coronel Leonardo Infante, acaso por su manera de ser dicharachera o hablador y con quien había tenido grescas verbales en cualquier sitio no santo de Bogotá, cuando se dijo que existían rivalidades entre ellos a causa de Cupido, es decir por la juvenil Marcela Espejo, joven de 15 años que coqueteaba con ambos y acaso otros preparándose en ello hacia el seguro porvenir.

            Y como las lenguas son sueltas en estos menesteres de la comidilla callejera, dado la inquina que se tenía hacia Infante, hombre de mal carácter, voluntarioso y altanero que había tenido unas palabras discordantes con el general Santander en tiempo de la batalla de Boyacá, fue fácil para el supuesto tribunal nombrado a  la ligera y sin fundamentos legales valederos como suficientes, basándose en dos mujeres alegres “de vida licenciosa”, declarantes de esos falsos supuestos y quizás con presiones ejecutivas desde arriba, para dictar auto de detención contra el nombrado Infante, quien desde un principio y ante las suspicacias producidas dijera que como guerrero en momentos de lucha había cometido actos propios de esos combates y hasta excesivos, pero que nada tenía que ver con le muerte salvaje de su paisano Francisco Perdomo. Es necesario resaltar que el primer tribunal nombrado para conocer del caso se componía de dos neogranadinos afectos a Santander y que desde luego como expuse y sin mayores pruebas a fondo condenó en este caso al inocente Infante a la pena de muerte, en medio del calvario sicológico que por ocho largos meses sufriera el negro Infante, como sus amigos lo reconocían y quien no podía continuar viviendo porque “estaba decretado de antemano que habría de morir” ya que el general Santander le odiaba  debido a que entre chanzas y “en alegría de encierros malpuso su condición militar”.

            Este juicio, por demás escandaloso y político con ánimo de estigmatizar amedrentando a  los venezolanos residentes, fue decidido mediante pruebas acomodaticias, ausencias y lagunas, sosteniendo por tanto lo dudoso, que en nada beneficiaran al encausado de acuerdo al principio “in dubio pro reo”, sin que se pudiera probar la culpabilidad de este llanero de temple, al extremo que debió seguir el mismo a una superior instancia como un segundo proceso, en que participaron designados dos jueces colombianos y el venezolano doctor Miguel Peña,  éste miembro del Tribunal ad hoc y a la vez ministro de la Alta Corte de Justicia, quien ante tamaña atrocidad planteada en tal sentencia esgrimiendo serios fundamentos jurídicos y causales de inocencia defensores del reo se negó a firmarla (con tres votos a favor de la vida y tres a la muerte de Infante) mientras solicitaba  que el veredicto de fusilamiento no fuese ejecutado por apoyarse en elementos críticos y mañosos, y por ello y su sinceridad  cayeron sobre él todas las iras posibles en ese valenciano ilustre que por dicha causa debió partir de Bogotá a su ciudad natal, donde de inmediato se pone de acuerdo con el general José Antonio Páez, para con el caudillo llanero dar comienzo en respuesta cónsona a los desquicios desencadenados e iniciar  la revuelta soterrada que culminaría en la separación de Venezuela de Colombia, ahora partida en tres, hecho ocurrido meses antes de la muerte del Libertador, suscitando así un torbellino de problemas. 

            En los ocho meses de estar preso a que fue sometido Infante, período largo en cuya mente debieron parecer milenios por la presión sicológica y carcelaria donde se hallaba confinado y a sabiendas de su entera inocencia, de un hombre ahora enfrentado a humillaciones, feroz ante el enemigo, que había combatido en innúmeras batallas sin tener miedo a la muerte, adversario de lo malo según su parecer, aunque de pocos amigos, quien ahora se hallaba no solo lisiado de por vida y entre rejas precarias sino rodeándole en un círculo los enemigos de su gloria. Esos ocho alargados meses del delirio inocente  dieron pie para distanciar  aún más los ideales compartidos hasta poco antes por la postura recalcitrante de aquel personaje siniestro, sibilino, que tenía fama de leguleyo pero no de prestigioso militar –lo que le achacara Infante-, bien despierto y solapadamente adversario de Bolívar, quien por la impotencia momentánea  habría de conspirar, como el que más, en la imborrable y oscura asonada de septiembre de 1828.

            Ahora, con la misión cumplida de sus enemigos Infante paso a paso va caminando al lado de la retaguardia que le custodia camino del patíbulo. Atraviesa las frías calles de Bogotá y así llega a la Plaza Mayor, frente a la Catedral para cumplir la injusticia de la sentencia en ese 26 de marzo de 1825, cuando se perpetrará el nefasto crimen contra la realidad. Muy cerca, en Palacio, el Vicepresidente Santander anda recordando el suplicio que ordenara contra el recio militar José María Barreiro y los inmolados junto a él, de lo cual Bolívar se indignara, para presentarse en este escenario de circo, bañado de una sangre inocente, mientras el fortalecido Infante entre monjas y curadores de almas, plañideras y mujeres de ventorrillos con miradas precisas auscultan el espacio del cadáver viviente con el recuerdo que en dicho sitio trágico elevara un patíbulo el “pacificador” Pablo Morillo  para derramar sangre de conspicuos patriotas, entre los cuales se contaba el trujillano de Venezuela Andrés Linares, quien sería fusilado por la espalda, y luego en noviembre de 1842 allí se hizo igual espectáculo contra el también trujillano Apolinar Morillo. Para mejor recuerdo son las once de la mañana del fatídico día  y el sol anda escondido entre las nubes grises mientras suenan con rugido mortal las campanas de la Iglesia metropolitana y haciendo honor a su nombre de guerra  el moreno sereno se detiene ante el pelotón de la infamia.   Entonces fija la mirada zahorí en la presencia de aquellos soldados tristes que acabarán con su vida mas no con su leyenda, vestido para el caso de militar coronel que entonces luce las insignias de su grado y con las cruces ganadas en combate de libertador de Venezuela y de Boyacá, amén de otras distinciones que le corresponden. Cinco años atrás había entrado a esa plaza Mayor  entre un caracoleo de caballos luego de perseguir hasta el río Magdalena al atribulado y en derrota  virrey Juan Sámano. Como última gracia concedida al moreno en voz clara y potente ante el pueblo que lo rodeaba y sus amigos compañeros de armas presentes, como lo había señalado varias veces en la caricatura de juicio al que se le sometiera, apuntó en esta ocasión histórica: “Señores: He cometido muchos crímenes durante la guerra, y esos son los que voy a pagar en este patíbulo. Pero en cuanto a la muerte de Perdomo, una vez más declaro ante Ustedes que no lo he hecho, ni he tenido parte en ella, y que muero inocente”.

     
Doctor Miguel Peña.
      
Iba a desprenderse de la vida el hombre de la lanza, el inválido por sus ideas patriotas ya cubierto de gloria, en esa mañana gélida y brumosa del 26 de marzo de 1825, sin repique de campanas ante el debido honor del héroe caído en desgracia y sin recordar cuando en agosto de 1819 cubierto de sudores de Boyacá  en su entrada hacía caracolear la blanca cabalgadura  por las empolvadas calles de Santa Fe. Veintiséis años, ocho meses y veintiocho espacios diarios  en el parodia de García Márquez y su coronel ajustaba para el instante (once y quince minutos de la mañana) en que sin ser vendado el venezolano cayó abatido y ayuno del tiro de gracia por balas asesinas frente al pelotón  de fusilamiento.   Su cuerpo exánime quedó expuesto en el suelo infamante a la espera de visitarlo el Vicepresidente general Santander, al tiempo encargado de los destinos de Colombia, quien pocos minutos después aparece perplejo el discutido militar, quien haciendo gala del empalago de su discurso insincero arengó a los soldados analfabetos dentro de la gran comedia  parecida a un teatro de corral, en lo trágico argumentando que “este  era un acto de justicia y que se había cumplido con la ley”, plática relamida que luego fue inserta en la “Gaceta de Colombia” y cuando en realidad con tal patraña se enfrentaba al cadáver de Colombia, pues para colmo de la situación y venganza  asumida, el doctor Peña fue suspendido por un año de su alto cargo en la Magistratura, mientras ha regresado a la Valencia natal y en Bogotá entre corrillos de facinerosos se endilga para su persona la figura de ladrón vulgar, porque en el desprestigio personal asentaron que Peña había sustraído una porción en el tenor y peso de plata  de las monedas colombianas encomendadas a él para llevar como correo especial hasta Caracas, mientras en Bogotá se desataba una campaña expedita para desprestigiar a los amigos de Bolívar, con el problema paecista en la leva de la tropa que pareció excesiva tendiéndole por ello una trampa carcelaria al mismo Páez, en lo que no cayó por inocente, y los desmanes santandereanos que dieron al traste con aquella frágil y utópica república tripartita. Por ello son las balas desgraciadas que le quitaron la vida al inocente Infante, pues de otra manera nunca se pudo comprobar su injerencia en tal asesinato, razones simples que iban a costar bien caras.

General Francisco de Paula Santander
            Como consecuencia de las probanzas anotadas y ya en conocimiento de la muerte de su amigo Infante el general Bolívar escribe a Santander desde Cusco, donde en forma indirecta le comenta que “habrán quedado satisfechos los deseos de esa gente” y que el zorruno político debió comprender por aquello de que “a buen  entendedor pocas palabras”, mientras que a su dilecto Fernando Peñalver el caraqueño escribe para desmentir tanta calumnia proterva y a favor de la posición venezolana sobre el caso: “Dígale Usted a (Miguel) Peña que nadie le amaba ni estimaba –refiriéndose a Infante- más que yo”. De esta manera y sumando calamidades Colombia se partió en tres porciones, por la inocencia de Infante y las manos criminales que ejecutaron el nefasto crimen, recordando así los momentos estelares vividos por este héroe y centauro llanerol en Rincón de los Toros, Paya, Guayana, Queseras del Medio, Caujaral, Gámeza y Pantano de Vargas. Por eso estoy en creer, según razona Carlos Gustavo Méndez, que “en las entrepiernas de Marcela Espejo se malograron las relaciones entre Venezuela y Colombia”, o sea el principio de fin.

                        Si desea conocer algo más sobre este episodio histórico puede leer en mi libro “Veinte crímenes inolvidables”. Editorial Panapo. Caracas, 1988.

martes, 8 de abril de 2014

LOS DOS HIJOS DE SIMON BOLÍVAR. Y PUNTO.


               PREVIO AGRADECER. Con el arribo de este blog a los 300.000 visitantes dejo constancia afectiva a quienes con  paciencia  han estudiado  en 130 trabajos incluidos mucho sobre Venezuela y el mundo, visto claro está desde una interpretación precisa, personal y no parcializada.

     
Simón Bolívar
  
Amigos invisibles.  Como ya he tratado  sobre este tema bolivariano siempre sujeto a polémica, pasiones y controversias, igual a lo que sucediera con el emperador Napoleón Bonaparte por ser quien era y como otros de esa categoría e importancia,  es decir, por ser Bolívar una figura máxima sujeta a la exageración suprema, desde luego con el pensar de algunos, vengo a colocar otras piezas de ajedrez de tal suerte que el caraqueño  permanezca con amplitud en el recuerdo empíreo de los dioses y sin aditivos perniciosos. Pues bien, para comenzar a deshacer el tensado hilo de Ariadna y tomando en cuenta todos los detalles que se encuentran en el blog que aquí ya redactamos, trabajo  en dos partes titulado “Las mujeres de Simón Bolívar”, debo asentar sobre nuevas y decisivas fuentes de información escrita, que bien equivocados permanecen quienes aún sostienen la peregrina tesis de que Bolívar era estéril y por tanto no tuvo descendencia directa. Por Dios, hablar en estos tiempos eruditos y de cualquier forma alegre sobre tal falso supuesto y ante la demostración científica desarrollada que prueba lo contrario, es hacer mal juego a la Historia que se fundamenta no en mitos y leyendas provenientes del antaño acogedor y edulcorados para la satisfacción o el interés de muchos que aún sueñan con seguir los pasos heroicos e impolutos, fuera de discusión, de un Eduardo Blanco, de un Arístides Rojas, y más acá de los tiempos  un Vicente Lecuna o Cristóbal L. Mendoza, que fuera de las casillas racionales de manera permanente y en base a un razonar superado dedicaron  esfuerzos para sostener el sagrado  altar consagratorio de Simón Bolívar, sin penetrar en el necesario examen de su vida interior para hacer la verdadera Historia, lo que sin manos directrices  primero efectuaron con cierta discreción un examen superficial, y ahora mediante el análisis probatorio de diverso carácter y calidad se muestra otra visión más racional, todo lo cual desde luego amplía la sana cobertura de la información del personaje, audacia tecnológica llevada a cabo de unos cuarenta años para acá mediante  la explicación de otro nuevo tratamiento didáctico deslastrado de temores, porque se funda en un amplio campo de investigación contrario  al viejo esquema de tal estudio analítico, para así romper el  siempre presente e inquisitorial complejo del mito, con lo que se trazan sendas seguras y encomiables alejadas de la oscuridad destructora, en cierta forma aún reinante.

            Es bueno ya señalar para rebatir tesis absurdas sostenidas en mentes sugestionables y desactualizadas aún plenas de romanticismo, que el libertador Simón Bolívar nunca fue estéril, como él bien lo aclaró ante varios de sus acompañantes que siempre le rodeaban y respondiendo al acoso del francés coronel Peru de La Croix, memorialista que entonces se dedicaba a hilvanar un diario de actividades referidas al heroico estilo francés sobre la vida de ese caraqueño ilustre, cuando el año 1828 permaneció un tiempo en la ciudad colombiana de Bucaramanga (departamento de Santander), a la espera de noticias  provenientes de la controvertida Convención de Ocaña que se desarrollaba en dicha cercana ciudad y de donde por cierto el general Bolívar salió mal parado en los planes que allí buscaba, porque sus adversarios llevaron la delantera votante en este congreso, con lo que se echó más leña al fuego desintegrador de Colombia, en contra del caraqueño. Pues bien, el día domingo 18 de mayo de 1828 y en la tertulia posterior de sobremesa al almuerzo que ocurriera, Bolívar siendo interrogado con suspicacia por el culto francés sobre precisiones de su vida personal ante el grupo de oficiales de compañía y otros amigos allí presentes, según lo determina con detalles el galo coronel, entonces el caraqueño ante todo ese auditorio expresó de manera tajante  y sin interpretaciones sesgadas, porque sabía de los errores mantenidos sobre el particular, que le constaba que no era estéril, porque desde luego en dos oportunidades había tenido hijos a la altura del cielo o el frondoso valle santandereano, yo comento, o sea en Potosí de la hoy Bolivia y en Pie de Cuesta santandereano, lo que cual personaje fuera de serie al caraqueño  daba otra connotación de este hecho por demás humano.  Sobre esta circunstancia nunca he podido entender como reputadas plumas tergiversan esta afirmación hecha por el propio Bolívar, y con intenciones en verdad aviesas para no dañar el aura angelical (los ángeles son asexuales) del héroe impoluto y así mantenerlo junto al empíreo inmaculado de Zeus. Esta prueba básica emanada del mismo Bolívar es por tanto determinante en cuanto a la investigación de la realidad observada.

         
María Joaquina Costas
  
Para ahondar en la verdad de los hechos quiero afirmar sobre bases científicas que hoy se tienen a la mano, que Bolívar no era estéril, por los numerosos testimonios emitidos sobre el particular demostrable, y que al contrario de tal respuesta contundente, clara, dentro de su estructura física y viril  el caraqueño estaba poseído del espíritu sexual que por transmisión de genes y conductas impropias le bullía un interés espermático  hereditario debido a la disoluta herencia de su padre, que fue un Don Juan empedernido y libidinoso en cuanto a la cópula permanente del sexo seguro, como se ha asentado de forma precisa y con documentos de importancia (léase el conmovedor trabajo vinculante del obispo caraqueño Díez Madroñero), que incluyo también en un artículo publicado en este blog. Y  como de tal palo, tal astilla, sus hijos legítimos continuaron el mismo derrotero enervado en el hipotálamo cerebral, por lo que la hermana de  Bolívar, María Antonia, no se conformó con la pobreza emocional  y enferma de su marido, sino que anduvo amancebada con diversos hombres adulterinos, como bien lo supo y entendió su hermano y confidente de intimidades sexuales, Don Simón. Y Juan Vicente Bolívar, el hermano primogénito,  que en el ejemplo del desenfreno orgásmico  le dio temprano por andar con la testosterona suelta cazando mujeres de medio pelo para  el desahogo febril  de la concupiscencia, símbolo malsano con que atinaba observar la conservadora Iglesia de ese tiempo, por lo que en aquella Caracas socarrona cuanto asustadiza el hermano Juan Vicente olvidando la primogenitura ejemplar y ante el rumor chispeante de su época, convivía públicamente bajo techo con una señora de apellido Tinoco,  a quien embaraza de tres hijos bastardos que luego protegiera en la orfandad prematura, como lo hizo con otros, el compadecido tío Simón Bolívar. Esta es una nueva  prueba precisa que aclaro sobre el particular y que demuestra el poco interés que sostuvieran los Bolívar para guardar los fueros sociales correspondientes a su alcurnia colonial.

En cuanto a Don Simón, terrible por estos genes adquiridos y mayor desarrollados en el medio estrecho cuanto erótico con  las tres mezclas raciales y costumbres salidas de lugar, digo que por esa vida suelta y rebelde tenida desde su infancia, con cierta rapidez de principios avanzó con el conocimiento de su cuerpo en aquella suerte de tímida apertura de las costumbres seculares y por obra de los vaivenes revolucionarios que se veían venir, de donde nuestro caraqueño desde temprana edad concibe un mundo distinto de pensar, aferrado a los cambios solapados y con el ejemplo  galopante sobre la desarreglada vida de su padre, experto padrote con vírgenes esclavas (vírgenes, para evitar serias enfermedades) en las haciendas familiares, todo lo cual inquietara en su cabeza prolífica y lo que pronto le hizo heredar con gusto el camino sensual de su progenitor. Así este vivaz interesado con el bagaje recogido desde temprana infancia  se lanza en la pesca de oportunidades licenciosas. Simón Bolívar por otro lado era despierto, bien plantado, de distinguida nariz aguileña, oloroso a perfume y repleto de ansiedad, con deseo de ser mejor dentro del mundo solitario, huérfano en que viviera, como esperando mejores oportunidades que pronto las tendría entre sus manos. Viene entonces el período dinámico en que se lanza para conquistar el mundo, en las distintas facetas presentadas.  Y de seguidas aparece un caleidoscopio de mujeres que en tropel se avalanzan a los brazos del venezolano ardiente y a quien el temor lo mantiene socarrón, aunque ante el arranque irrefrenable de su verbo y espíritu y tensiones pronto cual tenorio enamorado buscando la exquisita manzana del deseo lujurioso  lo lleva a estadios superiores de pasión, unos pasajeros, otros estables, que es cuando inicia su heterogénea vida sexual con el sabor picante de la famosa hetaira Guera Rodríguez del Méjico virreinal, y de allí en desaforado intento de la cópula íntima sin escrúpulos ni detención alguna se entretiene entre damas ligeras de diferentes edades y clases, las que con ilusiones frustradas iluminan sus vientres con los albores del siglo XIX, mientras este pichón de Casanova se pasea por las sábanas de Europa en la coyunda permanente, que le produce tantos placeres como en el caso de una prima en París,  o la madre de la feminista Flora Tristán, Teresa Lesnais, y cuantas otras fueron necesarias para saciar su suerte ganadora, varias de las cuales según se conoce por cruces documentales sometidos a estudio aunque no exentos de pasión, sin recato alguno declararon ser madres de algún Bolívar escondido en tal vientre, de lo que hoy se tiene conocimiento aunque siempre sumiso a un examen razonado donde florezca la verdad, mediante documentos y otras pruebas evidentes en la mano,  tal el caso del famoso ADN. Como un trabajo de mi autoría sobre esos personajes femeninos que cobran cierta fama y actualidad por haberse acostado con Bolívar, podrá encontrarse en este blog la vida o los misterios de tantas mujeres que al caraqueño errante de una o de cualquier manera  le entregaron su amor, que fue más deseo. Así mediante este camino tortuoso y nocturnal sometido a presiones, el militar invicto por la vía de Bilbao sigue hacia la capital del Reino que es Madrid, donde en un santiamén la flecha tentadora y el flechazo del verdadero Cupido le hace añicos el corazón,  cuando conoce a la tristona María Teresa del Toro y de seguidas con el seso prendido piensa en desposarla de inmediato,  porque de esta manera aspira reconquistar las malas sendas de su agitada cuanto disoluta vida y existencia.

 Sea oportuno destacar aquí algunos aspectos de esa suerte de macho man infalible que a Bolívar durante buena parte de su andar lo mantuvo con cierta veneración.  Lo primero que debe interesarnos se refiere a la madrileña del Toro y Alaiza, suerte de ángel caído del cielo cuando el cuerpo  de Bolívar se debatía entre el mundanal ruido de la incertidumbre. Y María viene a llenar el vacío de la orfandad maternal, de los desaguisados del voluntarioso padre vestido con peluca rizada, y a traerle otras esperanzas de ser, que dentro de aquella juventud en desenfreno siempre lo mantenía en vigilia. Pero como los deseos no empreñan, según el dicho popular, aquel shangri-la en que se viera sumergido pronto se desvanece cuando la maternal María fallece en el horror de la asesina fiebre amarilla. Lleno entonces de consternación mortal regresa pronto al mundo subrealista del París lleno de fantasías, donde al dejar apenas en el panteón del recuerdo a la única amada, porque Doña Manuela Sáenz fue otra cosa muy diferente, cual caballo desbocado se lanza en el desorden lujurioso o fálico de la posesión femenina. Sobre este punto importante en cuanto al estudio de su vida que ahora se aclara, debo afirmar que en el mundo de la relación sexual freudiana Bolívar no distinguía en separar las clases sociales, ni a la edad, ni a la etnia proveniente ni a otras cualidades requeridas en este caraqueño del veni, vidi, vici hecho razón de ser de las facultades eróticas, que no fueron más excitantes y libidinosas porque no había nacido en lo que corre del siglo XXI. De esta manera, pues, debo dejar sentado que Bolívar tuvo, según diversos historiadores que mediante la lámpara de Diógenes esculcaran sus intimidades femeninas, que yo conozca y digo sin exagerar, veintisiete (27) amantes de diferente condición, que señalo con detalles en el libro sobre el fenómeno Bolívar, donde analizando los variados casos de premura o pausa circunstancial se puede encontrar una diversidad de mestizas aindiadas, mulatas claras y morenas, blancas orilleras, viudas y separadas maritalmente, y otras especies diversas de la escogencia lasciva que a lo largo de sus interminables viajes de acción se presentaron oportunamente y a quienes de manera huracanada y sin respiro conquistó. Valga las excepciones que por diversas causas existieron, aunque como vemos al pasar por los campos de su existencia caminante bien ataviadas y cual ninfas griegas por preparadas escogidas para el asalto en la ofrenda de sus virtudes tentadoras, cayeron en el enredo del amor, lo que con la potencia espermática de este caraqueño famoso varias de ellas concibieron hijos de tal centauro insatisfecho, en la balanza que significa treinta y un años (31) de acción genital y desde los dieciséis (a 47) en que comenzara la permanente batalla del sexo, cuando tuvo dieciocho amantes conocidas de fugaz o recia temporada, así algunos desde luego disientan de la calidad argumentando sin probanzas certeras la imposibilidad de la coyunda y poniendo por ello a cronos en función, por ejemplo, y aquí debo remitirme a numerosos historiadores que han esculcado sobre tales hazañas íntimas, quienes sostienen como yo y desde luego ante la avalancha positiva de pruebas aleatorias, que Bolívar sí tuvo descendencia clandestina, porque  sabemos que legítima documental no. De esos historiadores con criterio positivo señalemos a Cornelio Hispano, José  María Espinosa, Ricardo Palma, Madariaga, Arciniegas, Antonio Maya, Tomás Cipriano de Mosquera, José Fulgencio García, Antonio Cacua Prada, Luis Subieta Sagarnaga, Fernando Jurado Noboa, Hugo Velazco, Héctor Muñoz y muchos más de los cuales tengo conocimiento. Entonces para concluir en este aparte de su vida privada ante el irrebatible estudio de todos estos historiadores y sus pruebas a que me remito, ¿se puede entonces afirmar olímpicamente o de un plumazo, como se acostumbraba en el siglo XIX, que Simón Bolívar no tuvo hijos y menos que podía tener?. Absurdo y en desvarío sería pensar en  lo contrario. Y cuando el río suena………., complete la oración, por favor.

 Sobre ese tan cacareado análisis filial, debemos agregar otras fuentes y pruebas que con el paso de los años de estudio pueden aparecer  innovadoras, mientras la vehemencia sin límites de un inicio influye con la misma pasión para determinar sin fundamentos valederos y en base a la suposición, que Bolívar no dejó ni pudo tener descendencia, y lo que en el absurdo de estos repitientes del monólogo mental esgrimen a diestra y siniestra que Bolívar era infecundo sin describir o examinar por qué, ya que a él en esta suerte de probanza paternal necesaria nadie lo examinó, por ejemplo de si era o no débil espermático, porque eso incide para el embarazo, y de otras circunstancias médicas apreciables como pudo ser una lejana o juvenil enfermedad venérea que quizás le ocasionara cierta esterilidad pasajera. Pero nada de esto, repito, se ha probado sin salir de la hipótesis o el dilema,  porque todos los argumentos a favor que esgrimen los enemigos de su esperma, de la esperma de un Dios omnipotente para muchos y muchas, no pudieron engendrar al hijo de Júpiter. Así, en esta suerte de panteón consagrado aún andamos en tinieblas, y quizás con eso no ha mucho aparecido que es la prueba  científica del ADN, habrá de tomar su tiempo veraz y por tanto debemos seguir trabajando en este sentido con lo que reposa en nuestros estudios y conclusiones. Pero lo que sí puedo afirmar es que en el campo de la relación humana tanto la mujer como el hombre deben estar predispuestos, como el ciclo de ovulación y los períodos fértiles del embarazo, el problema del moco cervical, las infecciones vaginales y otras dificultades femeninas que frenan la concepción, cuando sabemos que  el 65% de la imposibilidad para concebir corresponde a la mujer,  y el 25% al hombre, de donde se demuestra lo erradas que están las suposiciones inválidas  mantenidas por la escuela obsoleta y los de la vieja guardia.  Otra cuestión aquí debemos recoger en cuanto a Bolívar, que ni remoto se pensaba anteriormente, como sería la medición de poca cantidad de espermatozoides sin llegar a  la esterilidad, la causa del estrés, la orquitis parcial, el recalentamiento o fiebre testicular, infecciones, reacciones inflamatorias, traumatismos como el largo cabalgar en caballo o mula que incide en el ejercicio seminal, y otras situaciones pasajeras para impedir la cópula perfecta.

 Para ser más exacto en los análisis que realizo dentro de lo escrito y afirmado sobre el particular, anotamos que hechas las cuentas necesarias y por las diversas fuentes tenidas a la mano podemos reafirmar que Simón Bolívar, campeón en estos menesteres de alcoba, tuvo al parecer y contra prueba fehaciente en contrario, treinta  y un (hijos) de diversas madres (muy importante en esto: recuérdese que los pretuberculosos, en este caso hereditario, como Bolívar, son prolíficos y potentes para la preservación de la especie), en treinta y nueve (39) sitios o ciudades que acampara, según se ha podido esculcar en historias comarcales, principalmente, y entre muchos historiadores y aficionados a la investigación, mutatis mutandis y sin que usted se abisme.  Pero ante esta avalancha o cascada informativa que desde luego como ente pensante no puede desechar con lo tanto expuesto, aquí reiterado, agregamos también que Bolívar sí tuvo cierto comedimiento con la mujeres de las clases altas por el compromiso que ello le podía enfrentar, por tanto midiendo bien sus pasos, pero con las separadas y viudas de estas conocidas clases, otro gallo cantó en el sentido del amor transitorio. De igual manera agregaremos su tendencia veloz a conquistar los bellos y juveniles servicios femeninos que le prestaron ayuda en los hogares que habitara al  paso de su estancia, de lo cual existe mucha, bastante información y hasta señalamientos precisos de enredos femeninos,  por esos cauces locales (en este trance podría ceder los derechos de autor  a publicarse en libro, si a usted le interesa).

Sobre esas razones de fundamento aquí esgrimidas ahora sí vamos a demostrar y en base a las diversas y numerosas pruebas presentadas como existentes, lo referido con los hijos verdaderos de Bolívar, es decir los que hasta ahora son fuera de toda duda, cuestión que aquí debemos  resumir detalladamente.

MIGUEL SIMÓN CAMACHO.

Para que usted, amable investigador, pueda estar de acuerdo  en cuanto a concluir sobre su certeza filial, según el análisis interpretativo de realidades demostrables, y más con la plena aceptación familiar, que en este caso guarda la calidad de ukase, lo que resulta acorde con las costumbres conservadoras de aquel tiempo referidas a los hijos fuera de matrimonio o naturales, podemos afirmar entonces que Bolívar en su incesante caminar libertario, el 11 octubre de 1819 ya entrada la noche el caraqueño con su comitiva arrogante llega a la fresca villa santandereana San Carlos de Pie de Cuesta, del perímetro de Bucaramanga (Colombia), hospedándose con regocijo en la hacienda El Puente, de esa localidad.  En el baile de agasajo popular realizado en los amplios corredores de la casona, que le ofrecen las autoridades como homenaje al líder libertador, en medio de deslumbrantes damas acogedoras que avivan el cerebro fáustico, por aquello de la empatía fulminante como del entendimiento instantáneo de la presa, de parte y parte brilló una luz interior, encantándose así Don Simón  de la bella y coqueta vecina presente en dicha fiesta, quien para la ocasión usara dos trenzas largas con adornos en su cabellera, llamada esa beldad cariñosa Ana Rosa Mantilla, distinguida joven llena de encantos desconocidos y con la que Bolívar sostuvo una o dos noches de intimidad absoluta, al extremo que por estos hechos irrefutables de coyunda  a los nueve meses siguientes, o sea por julio de 1820, Ana Rosa parió del caraqueño un niño lleno de gracia, “que era el vivo retrato de Don Simón”.  Poco tiempo después y en conocimiento de tal parto, reconociéndolo ipso facto como hijo suyo el viajero Simón debió comunicar a la hermana María Antonia, su más segura confidente en la familia, lo del alumbramiento de este su hijo que por tanto lo aprecia. En mayo de 1828 y con ocho años de edad Miguel Simón, el libertador Bolívar anda de vuelta fugaz por Pie de Cuesta, cuando lo reciben con otro homenaje de bienvenida y donde con seguridad, siendo tiempos de la Convención de Ocaña, Bolívar debió entrevistarse en privado con su hijo menor, y suponga usted lo que pudo existir allí, de ese fugaz encuentro.  Al regreso de la hermana María Antonia a Caracas,  luego del exilio habanero tenido, a su ciudad natal vuelve con varios familiares entre los que se cuentan su hija Valentina, casada antes en Curazao, en 1816, con Don Gabriel Camacho, mientras ambos hermanos con la seguridad necesaria previo consenso y como parte de la escena en marcha, en el hogar mariano integran al hijo del Libertador y de nombre Miguel Simón, segundo apelativo preciso de este Simón de lo cual se infiere suficiente y aquí lo opongo como prueba necesaria fundamental, el que traído de Colombia y con las seguridades del caso llega a Caracas acompañado  de su madre Ana Rosa Mantilla, siendo trasladados a la morada de María Antonia, su tía, para así cuidar de una mejor crianza y al mismo tiempo prever lo de su educación. Debo advertir que entendiéndose la pareja de padres, Don Simón no opuso resistencia a que su hijo se llamara Simón, aunque para guardar apariencias y defenderlo de un posible ataque traidor se le llamaba Miguel, hasta cuando en Caracas y por acuerdos eclesiásticos en su asentada partida natal fue nombrado Miguel Simón Camacho, apareciendo como hijo de Gabriel Camacho y Valentina Clemente, yerno e hija de María Antonia, respectivamente. Y así se soluciona el espinoso caso de su nacimiento, por lo que desde entonces se le llamó, reitero, Miguel Simón Camacho. Este hijo de buena educación lo  instruyeron muy bien y por acuerdo de su padre, quien tenía buenas amistades en Lima, y como es de suponer, para limar recuerdos o suspicacias hasta esa importante urbe fue enviado el párvulo Miguel Simón, a quien acompañara un moreno de servicio y confianza llamado Lorenzo Camejo, hijo del célebre “Negro Primero”, soldado de la Independencia, metrópoli ésta donde debió educarse en colegios de categoría.

 Miguel Simón, más alto que su padre Bolívar, de faz morena, frente alta y elevada, nariz aguileña, ojos negros y mirada penetrante, fue un hombre culto y de afición literaria, el que pasados los años y siendo mayor  ejerce el comercio en Quito, donde se radica y funda una familia de importancia en la comunidad, aunque nunca se casó. Allí muere el 10 de julio de 1898 a cuyas exequias asiste el Presidente de la República general José Eloy Alfaro, al ser hijo de Simón Bolívar. Por comunicación afirmativa con dicha familia, establecida de años en París, pude armar el árbol genealógico de Miguel Simón Camacho, quien tuvo como hija a Margarita Camacho, la que después desposa con el comerciante Manuel Benalcázar, quiteño, teniendo entonces cuatro hijos, que fueron Antonio, Carlos, Manuel (padre de una hija, María Eulalia, y cuya nieta Martha A. Ordóñez Benalcázar aún vivía en Paris, el año 2008. Completan los cuatro hijos señalados otra llanada  Margarita. Como abundando pruebas adicionales que adornan la paternidad de Miguel Simón Camacho, el padre de éste y fuera del grupo familiar tuvo a Don Aquilino Camacho, de larga actuación  en el campo pedagógico. Dentro del contexto probatorio y según correspondencia epistolar suscrita por ese hijo de Simón Bolívar (Miguel Simón), existe algunas en que incluye cartas personales firmadas por el mismo caraqueño,  “y por mi tía María Antonia”, según afirmó Miguel Simón ante testigos para mayor veracidad del venerable anciano, en 1889. Otra prueba alusiva e importante proviene del ilustrado Arzobispo de Quito, Federico González Suárez, suprema autoridad eclesiástica y reconocido historiador ecuatoriano quien en julio de 1900 admite poseer documentos donde constaba que “el Libertador (Bolívar) no era estéril”, certificado concluyente y referido desde luego a Camacho, y de esa autoridad superior provienen testimonios indudables del mismo arzobispo, para bien leer y mejor comprender, sobre que el Libertador dejó en Quito “un hijo….. de apellido Camacho”. Por otra fuente el honorable Don Rafael María Guzmán, dirigiéndose en carta a los nietos de Camacho, Antonio  y Manuel Benalcázar Tamayo (4 de mayo de 1928), les afirma que en 1874 conoció en Quito  a su progenitor (Miguel Simón Camacho), “que era voz aceptada, como verdad inconcusa, …. que el señor Camacho era hijo natural del libertador Simón Bolívar” y que “uno de ustedes (Manuel) tenía los rasgos fisonómicos del Libertador, en la frente, la nariz y la boca”. Como respuesta de ambos hermanos el 11 de mayo siguiente por carta expresa dirigida  al señor Guzmán, confirman solemnemente su descendencia de Simón Bolívar.  Para conocer sobre otros datos esclarecedores es bueno visitar mi libro “Los amores de Simón Bolívar”, aquí señalado y los trabajos en este blog “Los mujeres de Simón Bolívar” y “Los hijos del estéril Simón Bolívar”, publicados a fines del año 2.011.  Pues bien con estas pruebas contundentes y libres de rencores e intereses mezquinos espero que en lo adelante nadie por abusivo  insista en contrario sobre la verdad por demás aquí demostrada en varias fuentes originales, aunque también estamos claros que venga de donde provenga, la ignorancia siempre es agresiva. Huelgan las palabras.
JOSE ANTONIO COSTAS BRAS
MORANDO.

El otro vástago seguro de Simón Bolívar fue el señor José “Pepe” Costas, hijo muy conocido y reputado de la bella y amorosa dama María Joaquina Costas, llamada en Ia intimidad “Muta”, cuyos padres fueron el francés Pedro Costas y Bras  y la criolla doña Morando Almendrar.  Como anticipo de esta biografía serena, deslastrada de equívocos, debo asentar que quienes tratan el tema en forma parcial y subjetiva, con la pretensión de un saber inexpugnable y en ello por faltos de humildad, que en sí es cualidad de los sabios, dejaré de lado las respuestas merecidas por la presunción poco analista y sesgada de lo escrito, cuando voy a tratar sobre la importancia de estos personajes históricos (madre e hijo) que por su ingreso total en la vida del Libertador Simón Bolívar le dieron gloria compartida, dentro de esa suerte de aureola que sostuvo el caraqueño en la ejecución de sus hazañas públicas y privadas.

La entonces juvenil María Joaquina Costas, madre de su único hijo José Antonio, “Pepe” Costas, había nacido en la muy rica villa imperial de Potosí (1.794-1.877), en la altura del mundo, donde también falleció, siendo de familia  reconocida y vinculada a la vida mundana y oficial. Para el año de 1825 estaba casada (contrajo nupcias en Tucumán) con el general rioplatense Hilarión de la Quintana (1774-1843) mayor en  dos décadas que ella y quien alejado entonces del hogar andaba sumido en la guerra independentista del Sur, dirigida por el general José de San Martín, por cierto gran amigo de luchas de Quintana y casado con una sobrina suya. El martes 4 de octubre de 1825  el general Bolívar con traje militar apropiado entra a esta por demás esplendorosa ciudad minera altoperuana, y entre otros festejos alusivos, siete bellas damas locales le ofrecen el homenaje citadino, presididas por la esbelta, de ojos azules y boca pequeña, en corazón, María Joaquina Costas, cuando entre galanterías  la potosina María le coloca a Bolívar una corona de oro tachonada de diamantes, momento en el cual se cruzan las miradas por pecaminosas al ser mujer de otro, cuando allí se conocen los futuros amantes.   En la Casa de Gobierno también la despierta dama que frisa en los 31 años de edad, le acomoda una significativa corona de laurel sobre las sienes, para seguir con un Te Deum religioso, entrevista fugaz que pudo ser objeto de comentarios, repito, por el hecho de ser ella casada. Maria Joaquina era por demás atrayente y frisaba en la bella edad del entendimiento, por lo que esa noche en el baile de la Casa Consistorial entre galanteos diversos, polkas, minuetos, danzas, contradanzas y una empatía absoluta en que el caraqueño con ella baila sin cesar, con las feromonas alborotadas se define la existencia de un sentir profundo y por ende la aceptación del sí en cuanto a la capacidad amatoria, porque luego, entre los corredores cómplices, la oscuridad reinante y el silencio alcahuete de la mansión donde habita en la Plaza Mayor el caraqueño, se consuma lo que ambos seres flechados por Cupido tienen en mientes, valga decir la copula de los ya amantes, que es cuando Maria Joaquina con sensibilidad de mujer aprovecha el momento para susurrar en los oídos de Bolívar que debe cuidarse ya que piensan asesinarlo con puñal alevoso (el potosino historiador Subieta Sagarnaga asienta que el susurro fue posterior, luego de bajar el Cerro Rico de Potosí), siendo el autor de tal crimen abortado un militar vizcaíno y tío suyo, que es el teniente del ejército León Gandarias, quien a ruego de la señora Muta (María Joaquina) es apresado pero no se le sentencia a muerte, y en su lugar el caraqueño  previa entrega de dinero y salvoconductos acuerda el extrañamiento de este oficial y tío para sitios remotos del océano Pacífico, en algún  puesto militar español.

 En esa estancia de veintisiete días (siete semanas) con sus noches románticas, la consentida potosina y Bolívar se sienten más enamorados, y por eso Don Simón le escribirá que “Cupido derrotó a Marte en buena ley… en lo más profundo o íntimo del arsenal de nuestros corazones “. Y como respuesta a la galantería bien pensada del caraqueño, a su vez la potosina cariñosa podrá exclamar a cuatro vientos que Bolívar era “mi único y solo amor en el mundo”.  María Joaquina ahora, como fiel compañera del Libertador el 26 de octubre siguiente junto a él asciende a la cumbre helada del argentado rico cerro Potosí, por encima de cuatro mil metros de altura y donde se celebra otro homenaje de estilo griego, cuando la impar amante potosina igual procede a colocar una guirnalda  de laurel en filigrana de oro, “sobre las sienes del campeón de la Libertad”. Y dos días más tarde, de vuelta en Potosí, en el baile de gala ocurrido en las Cajas Reales para festejar el santo de Don Simón en su fecha onomástica, el caraqueño allí se presentó en traje de frac donde cuelga apenas la medalla de George Washington, obsequiada por la familia del padre de la nación norteamericana, y con la novedad de haberse rasurado por vez primera, los bigotes.

Pero el tiempo pasaba y Bolívar debió regresar a Lima por vía marítima, y cuando el Libertador supo lo del parto de María Joaquina, que fue un fornido varón, de inmediato ordena al general José Miguel de Velasco, y pronto Presidente de Bolivia, que con la precaución debida y la rapidez necesaria atravesando leguas de camino trajera hasta Lima, y a la  quinta virreinal La Magdalena, a su hijo, lo que prueba la aceptación de este infante que le trajo según su encomienda, el valioso oficial De Velasco. En Lima Bolívar ordenó a su retratista favorito y ya de fama, o sea al mulato José Gil de Castro, que realizara una pintura al óleo a María Joaquina, pieza artística de valor que se encuentra al menos en sitio desconocido, aunque otro retrato suyo se halla en el Museo de Arte de La Paz, ella ya de mayor edad, abultada de cuerpo, pero también existe otra pintura de la señora Muta en la localidad de Contagaita, en manos de algunos herederos. Además, a la madre del párvulo antes de su regreso a Potosí Bolívar le obsequia un medallón con su busto y un fino relicario de recuerdo, alhaja colgante entregada como “prenda de amor y agradecimiento”, que la señora Muta conservó hasta el momento de su muerte para ser enterrado con él,  según lo escribe el conocedor de estos detalles mediante confesión particular  de doña María, sacerdote presbítero Ulloa, también versado por boca de María Joaquina sobre otros hechos referidos a su vida con Simón Bolívar.

De vuelta a Potosí  con el paso del tiempo y la estrechez económica vivía sencilla de las artes manuales, para sobrevivir. En 1855 mejora un poco en este sentido  al regentar el Colegio de Niñas Santa Rosa, mientras también  confeccionaba disfraces para las fiestas religiosas. Y el lunes 17 de septiembre de 1877 y de 83 años, pobre, abandonada de la suerte y en el olvido murió María Joaquina en Potosí, en su casa de la Calle del Hospital y cerca del templo de San José, con el recuerdo  siempre presente de  “mi único y solo amor en el mundo”.

En cuanto a su hijo José Antonio Costas (Potosí-1826-Caiza 1895) su padre es Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte, Palacios y Blanco (a tener en cuenta  que el señor Camacho, ya referido en el capítulo anterior, fue nombrado Miguel Simón, y éste era José Antonio, hijo de Simón José Antonio, otra prueba más de su origen paternal bolivariano). El hijo de la señora Muta y del Libertador fue hombre elegante, de buena voz acompañada de la guitarra que toca, quien se educó en el afamado Colegio Pichincha potosino, abierto por el general Antonio José de Sucre y que aún se conserva con sus gratos recuerdos. José Antonio, o Don “Pepe” Costas, como solían llamarle, tuvo una descendencia conocida llegada hasta los tiempos actuales. Cuando fue a contraer matrimonio in artículo mortis con Pastora Argandoña (2-10-1895), de 69 años, se asentó en dicho Libro de Matrimonios como documento probatorio, al folio 112, que además vox populi era “hijo de la señora Muta (María Joaquina Costas) y del finado señor Simón Bolívar”, hecho ante tres testigos, como reza sin dudas el documento manuscrito, que fue firmado por el presbítero Juan F. Pérez y existe en Caiza D, ciudad situada a 40 km. de Potosí, donde Don Pepe vivía dedicado  a las faenas campestres.  Duró seis días casado antes de fallecer. De la vida de este descendiente de Bolívar se han ocupado varios escritores, historiadores o no, entre los que recuerdo a Luis Augusto Cuervo, Benito Cardaos, Vicente Lecuna,  Julio Jaimes Lucas, Gastón Montiel Villasmil, Pedro de Répide, Ángel Grisanti, Subieta Sagarnaga, coronel Hippisley, etc., como lo asienta también Gerhard Masur.

Ahora vamos a levantar el árbol genealógico correspondiente al hijo de Bolívar José Antonio Costas, según se desprende de estudios realizados, de análisis familiares y de la imprescindible colaboración de la familia Costas, por intermedio de Herlan Piter Fernández, segundo tataranieto de Simón Bolívar.

1)    MARIA JOAQUINA COSTAS MORANDO. Hija de  Pedro Costas y Bras y de doña Morando Almendrar, muerta longeva, quien en unión de Simón Bolívar Palacios tuvo a

2)    JOSE ANTONIO  COSTAS (Don Pepe), casado con Pastora Argandoña, in artículo mortis, cuya madre, María Joaquina, de 31 años en octubre de 1825 queda embarazada de Simón Bolívar y procrea a su hijo José Antonio, en Potosí, a fines de junio o principios de julio de 1826, o antes. José Antonio con su mujer antedicha tuvo a dos hijos, llamados Urbano Costas y Magdalena Costas, nietos de Simón Bolívar, ambos con numerosa descendencia Costas y Rosso. Don Pepe Costas vivía en Potosí, pero al morir su madre se trasladó a Caiza, donde como se sabe ejercía trabajos rurales. Urbano Costas fue padre de

3)    ELIAS COSTAS BARRIOS (bisnieto de Simón Bolívar) casó con Salomé Valda, y de allí su hija María Teresa Costas Valda. Don Elías era empleado de Correos en Caiza, y en 1925, ya nonagenario, de Caiza fue llevado a Potosí, donde el Círculo de Bellas Artes le rinde homenaje en el Teatro Omiste, por ser bisnieto de Simón Bolívar. Tal honor le fue conferido dado que  el 26 de octubre de 1925 el gobierno nacional dirigido por el Presidente  Felipe S. Guzmán, mediante decreto ejecutivo reconoció a las familias Costas y Rosso (grupo parental enriquecido acaso por las famosas minas de plata y oro del Cerro Rico de Potosí), como descendientes de Simón Bolívar, otorgándole entonces una pensión vital a Don Elías. Para finalizar, durante el gobierno del Presidente de la República (segundo mandato 1960-1964) Víctor Paz Estenssoro, dictóse una resolución por la cual se pensionaba a un heredero de Don Elías, con doscientos (200) bolivianos mensuales, “atendiendo a su condición de descendiente del Libertador”. Como diremos sobre este asunto resuelto, y lo repito, “más claro no canta un gallo”.

4)    Por otra parte Don Elías Costas Barrios guardaba certificados parroquiales, partidas de bautismo, de matrimonio y de defunción, donde se evidencia que José Antonio era hijo de Simón Bolívar y María Joaquina Costas. Y el mismo Don Elías dijo que su abuelo Don Pepe no llevaba el apellido Bolívar entre otras causas por razones de seguridad y para así evitar venganzas o hechos parecidos, lo que se cumplió también en su descendencia. 

5)     Elías Costas Barrios tiene como hijo a Efraín Fernández Costas (su madre María Teresa Costas Valda, es tataranieta de Bolívar), quien a su vez este Efraín tiene por hijo al descendiente llamado Herlan Piter Fernández Fernández (segundo tataranieto del Libertador), familia establecida aún en Potosí (Bolivia).

 

                                                       CONCLUSIÓN.

Con el presente trabajo investigativo damos fin a casi doscientos años de zozobra para conocer la verdadera historia de ese punto focal que fue la descendencia directa del Libertador. Ante tantas e irrebatibles pruebas que aquí opongo a las mentes serenas para enterrar el infundio de que Bolívar no pudo tener hijos, ni menos ilegítimos, cuestión que el propio caraqueño dejó correr en la incertidumbre porque le convenía y solo en 1828 ante el selecto grupo que lo acompaña en Bucaramanga y quizás algo presintiendo su muerte, afirmó de manera clara  que nunca fue estéril, porque desde luego conocía la verdad  y no deseaba dejar dudas sobre el particular.   Pero he aquí que como ocurre tantas veces con criterios absurdos, engorrosos y nada probatorios una secuencia de historiadores de la vieja escuela  deslumbrante al estilo de Jules Michelet, con mente acomodaticia y porque a la memoria de Bolívar no se le podía tocar ni con el pétalo de una rosa, en cadena repetitiva de frases prefabricadas  se dieron a regar la consigna de la esterilidad ante los pocos conocimientos de la época y  pudiendo así creer en esas ficciones equivocadas, con que hasta la propia Iglesia mediante las ideas conservadoras a repetir  entonces sostenidas en contra de estos hijos inmersos en un limbo,  por boca del ilustrado monseñor Navarro mantuvo en forma negativa tal consigna, lo que siguió repitiéndose como música antañona hasta bien entrado el Siglo XX, cuando se destapa esta incógnita  condenable, en base a los planteamientos positivistas de la época.

Ya en el siglo XX y al aparecer en Venezuela historiadores de nuevo cuño alejados de consignas sensibleras, por principio en forma tímida comienzan a dentro de la Historia incorporar estudios científicos que cambian la realidad de los hechos presentes, admitiendo así como materias apropiadas nuevas interpretaciones de análisis y aplicación a esta ciencia fecunda de la Medicina en todos los ramos que van extendiéndose, porque los descendientes de Hipócrates abastecen un cambio sustancial en cuanto a la vida del ser humano con el medio ambiente que lo rodea. Y aquí entra la nueva concepción histórica que da pie a pensar con seriedad sobre aquellos  equívocos de repetición sostenidos por años y más años en cuanto al tratamiento médico de las personas, que es cuando entra Bolívar en este cauce deslumbrante porque ya no se puede trabajar con ideas falsas o metafóricas sobre la paternidad. Por eso a partir de los años ochenta del siglo pasado y mediante el interés de algunos historiadores de la nueva escuela, dejando atrás tantas mentiras o equívocos, se avocan al estudio de personalidades, para deslastrarlas de tantas falacias que las rodeaban, de donde surgió mi interés por investigar a fondo muchos aspectos de la vida de Simón Bolívar que a las claras se notaba eran por demás oscuras. De aquí que, valga el ejemplo, y fuera de los varios trabajos que sobre el particular he puesto en este blog, con cierta preferencia me di a explorar sobre la vida privada de Bolívar, que mucho permanecía en otro limbo de atraso, y porque la actividad pública, con interpretaciones personales adecuadas a sus autores, ha sido hecha del conocimiento general.  De aquí que me puse  a repensar sobre ese cuento de Calleja copiado tantas veces de que Bolívar era estéril, y buscando por ello entre papeles comprometedores pronto caigo en la cuenta de que viéndolo bien en realidad no existían argumentos precisos e imbatibles sobre el particular, sino referencias laudatorias  para favorecer el mito, y más cuando estudio sobre aquello tan humano que es la procreación, que en verdad por algunos fue tocada de sesgo, para no herir susceptibilidades.  Pues bien, en la base de esa incongruencia  nutriente del pensar ahistórico, me di a la tarea de ir analizando al personaje de carne y hueso, como se ha dicho, para despojarlo del mundo irreal y colocándolo en su sitio donde pueda ser bien comprendido y hasta mejor amado.

En ese dilema en que me encontraba  y ante la suma inmensa de féminas que con nombres, apellidos, fechas y sitios son vox populi (por algo suenan como piedras de río, repito) pudieron acostarse con el caraqueño, de lo que se guardan historias populares en parte con muchos asideros históricos, y porque he podido indagar, como lo dije, sobre más de treinta damas y damiselas que en esta carrera del tiempo acompañaron fugaz o con alguna  permanencia al caraqueño hedonista, que no medía distancias para el acoso de su corazón, entré en este examen sorprendente cartesiano para revelar todo lo que allí se escondía pues ante dicho muro infalible de treinta damas, conocidas a medias pero existentes en persona, ¡caramba¡ con el dedo de la mano no se podían esconder como para tapar el sol, pues si bien existen fenómenos médicos referidos al tiempo de la fecundación, al ciclo menstrual que maneja el óvulo femenino, y a otras características humanas como los casos masculinos de impotencia casual, de cierta esterilidad parcial, de la escasez de semen, de la baja presencia de espermatozoides, de alguna enfermedad venérea mal tratada también parcial, de inflamación escrotal, la fiebre de testículos, y de otras circunstancias pasajeras sobrevinientes como podía ser la misma calamidad a causa de largas fatigas a caballo, digo  que ya se exponen y analizan en la ciencia moderna, todo ello por tanto me hizo pensar a fondo en la frase bolivariana de Bucaramanga de 1828, la cual se reflejaba en varios aspectos, unos de tipo físico, otros de carácter social y algunos de resonancia política, fuera de los agregados que todos deben ser tenidos en cuenta.

Por eso el famoso cuento del gallo capón que tanto algunos esgrimieran con cierta insensatez dentro de la realidad histórica, se cae de por sí ante la abrumadora demostración de las damiselas  que se acercaron a su lecho febril, dejando como muestras reales una legión de hijos escondidos, por demostrar desde luego, como en este trabajo la prueba va adelante, y a tantas desconocidas del harem que por otros motivos cuestionables no aparecen como poseedoras del semen imperial  fertilizante, lo que dejo así sobre el tapete de la suerte para ser objeto de nuevas investigaciones en el campo amoroso de Bolívar. Sí me complazco ante las numerosas pruebas aquí consignadas, el haber destruido ese mito insostenible de la esterilidad en cuanto al caraqueño Bolívar, el hijo genético del padrote fecundo  Juan Vicente, porque todas las distintas evidencias testimoniales, de familia, escritas y oficiales, así lo comprueban. Y punto.


Ahora, si pueden acceder en este trabajo esclarecedor voy a colocar algunas fotografías recibidas de Herlan Piter Fernández (segundo tataranieto de Bolívar, quien cuenta por email que su padre Efraín Fernández Costas está dispuesto a hacerse el ADN cuando alguien sufrague el monto de esos gastos, por carecer de ello), a quien se le ve en una con dos de sus menores hijas.  Otra  instantánea corresponde, a la izquierda, de mayor edad a Carmen Teresa Costas Valda, tataranieta de Bolívar, seguida por una hija y al centro aparece Efraín Fernández Costas (primer tataranieto), con dos hermanas a sus costados. Y la que está a la izquierda de él afirman tiene el mismo perfil aguileño de Bolívar (ver cuadro del Libertador en Potosí, que incorporo en mi libro Los amores de Simón Bolívar y sus hijos secretos (pág. 92). La otra fotografía corresponde a dos descendientes también de Bolívar, una con el dicho perfil bolivariano, donde se muestran ellos en trajes de gala  del lugar potosino.

Familia Costas


 
 
 
 
 
 
 
 
 
Agradecimiento especial al licenciado Raúl Quevedo, miembro del staff de este blog, por su participación activa  en la conformación del ensayo bolivariano.