Amigos invisibles. De nuevo en el país, aunque parezca suspicaz escribir sobre este tema abordaré el
suplicio inquisitivo para dar consistencia en cierto modo a la Venezuela de
nuestros abuelos, la del siglo XIX, cuando terminó la guerra contra España y
luego empezamos otra contienda sangrienta que fue la lucha de los caudillos analfabestias
por su perpetuación en el poder, hasta cuando vino a dislocarse tal poderío
nefasto por causa según algunos del benemérito general Juan Vicente Gómez, para
luego y con otros signos de cambio acomodados al nuevo tiempo, reemprender los
“guisos” delictuales que saquean por parte de aquellos nietos de estos
depredadores de la política o el Estado, insistiendo siempre en medrar alrededor
de la riqueza nacional manejada por el propio Estado y otras corrupciones que
apestan, todo ese cambio digo, conforma una etapa difícil y folclórica de
nuestro hacer o deshacer, que tiene relevancia porque sin descubrir la columna
vertebral que ataba la consistencia del endeble país, que son los ejes viales, queda
casi un hálito o sensación de lo insatisfecho, como si no existieran
extremidades visibles para conocer el espinazo de nuestro territorio. Valgan las comparaciones.
Pues bien, ese sistema circulatorio tan bien enhebrado en la distancia
arranca desde los tiempos coloniales, cuando el principal factor de transporte
fuera del pedestre y algunas sillas o parihuelas sobre esclavos era el caballo
en los lugares planos, y la mula, en sitios arriscados, lo que venía a empeorar
la situación esos caminos reales hechos vestigios ruinosos del pasado, porque
los demás senderos para tránsitos humanos adolecían de graves defectos por la poca
manutención acaso debido a motivos naturales, pudiendo citar el desbordamiento
de los ríos y el desplazar de algunos
sitios pendientes donde el lodo podía hacer de las suyas. De igual forma la navegación fluvial y
marítima estaba aún en pañales, debido a los débiles transportes de canoas,
piraguas, bongos o champanes y a la incomodidad por demás característica. Ya
pasada la guerra de Independencia es cuando se piensa en reparar algunos de esos
senderos maltrechos y olvidados como la apertura de algunas nuevas vías con cualquier
posada en el camino, organizándose así mejoras para transitar en lo existente, valga
de ejemplo la vía de Caracas a La Guaira y viceversa por el llamado Camino de
los Españoles, que arrancaba de La Puerta de Caracas para atravesar montañas,
llegando al puerto natural de La Guaira no sin sobresaltos como de bandidos y por la vía polvorosa de Maiquetía. Otros caminos de su especie se abrieron en
Venezuela, de no muy grande extensión, donde se incluían algunos puentes y
defensas, como el aún existente en Caracas y que llaman de Carlos III. Pero la verdad era que para mediados del
siglo XIX las comunicaciones en el país estaban casi inexistentes por las
numerosas dificultades que tenían como la atención de las mismas, debiendo
recordar que el primer gran viaje terrestre desde Nueva Andalucía o Barcelona,
hasta el Nuevo Reino de Granada (a Tunja) lo realizó el extremeño Francisco
Ruiz, uno de los fundadores de Trujillo, invirtiendo en ello (1551) la bicoca
de seis meses en traslado sin caminos, veredas o sendas, abriendo el paso con
machetes o picas, en medio de otros sufrimientos crónicos y enfermedades.
Para mediados del siglo XIX el viajar era causa de suma necesidad y
atrevimiento, agregando a ello como dimos a entender en referencia al peligro
de los salteadores de viandantes que proliferaron sobre todo por la hambruna
desatada luego de la Guerra Federal y cuyos nombres o alias de tales
facinerosos hicieron y hacen fama dentro del medio en que transitaban con sus
fechorías. A ello debemos añadir que
luego de tal contienda nefasta mencionada el paludismo endémico que azotara de
siempre a una parte de la población venezolana, por circunstancias genéticas
mutantes se transformó en epidémico, como también la temible fiebre amarilla, episodios
que diezmaban la población del país, de donde transitar por sabanas bajas y
llanos desolados, de los tantos que abundaran en Venezuela, era un verdadero
martirio y casi que la muerte, ya que, por ejemplo, durante el período de
invierno cuando se desbordan los numerosos y grandes ríos como el Orinoco y el
Apure, miles de kilómetros cuadrados se convertían en inmensos lagos imposibles
de transitar por tierra y donde proliferaban peligrosos animales carniceros
como los temibles peces caribes o pirañas que podían transformar un ser
viviente y en cosa de pocos minutos en cualquier esqueleto descarnado, para
espanto de quienes podían de esta manera verlo. Y así sucedía igualmente con los caimanes, suerte
de cocodrilos americanos que escondidos esperaban la presa para saciar su
apetito con diversos animales y cientos
de humanos. Por el mismo estilo en
estas ciénagas y humedales estaban “como caimán en boca de caño” las conocidas
babas, diversas serpientes de agua, mortales, de gran tamaño (anacondas), y las
famosas boas, que con su fuerza estranguladora diezmaban lo población local, en
especial indígena y afrodescendiente. Otro flagelo de su estilo fueron los
temibles peces tembladores, cuyas descargas eléctricas podían paralizar los músculos
de quienes las recibían, provocando la muerte por ahogo y otros males alusivos
que bien retrata el barón Alejandro de Humboldt sobre los viajes que hiciera en
Venezuela durante dieciséis meses y que terminaron en noviembre de 1.800.
Para mediados de ese siglo y cuando la población comienza a cambiar por
obra de las necesidades y la aparición de la locomotora, una nueva idea aparece
en esta clase de transporte porque la prensa refleja la existencia de los
trenes con chimenea y de la navegación a vapor que deja alguna esperanza en
cuanto a esta manera de transitar. Sin
embargo en la Venezuela aporreada por las necesidades y la escasa producción el
ritmo de trabajo detiene aún el desarrollo, aunque aparezcan ciertas mentes
progresivas pero caza fortunas, como el caso patético del presidente general
Guzmán Blanco que quiere transformar todo lo que toca en oro. De otra forma la cuenca del lago de
Maracaibo, la zona de Puerto Cabello, La Guaira, Carenero, Barcelona, Carúpano,
Angostura y otros sitios del oriente venezolano, por obra de la proximidad
inglesa que despliega progreso con la isla de Trinidad bajo su mando, mantienen
una flota de cabotaje que se adentra Orinoco arriba hasta la también llamada Ciudad
Bolívar, y más allá, para ir cambiando tímidamente el aspecto vial de esos
lugares, porque desalojan las curiaras y bongos primitivos, lo que atrae a una
inmigración extranjera. Sin
embargo el transporte humano en Venezuela aún distaba mucho de ser al menos
suficiente y en comparación con otros países que adelantaban este medio para
salir del subdesarrollo.
A objeto de ofrecer un mejor ejemplo voy a mostrar cómo a fines del siglo
XIX se viajaba de la andina Trujillo a la capital de la república, lo que era
por demás de poca importancia ya que el país estaba aún dividido en porciones
territoriales bajo cierta autonomía, y salvo ir al Congreso Nacional de Caracas
por poca temporada, no había otra razón para aguantar ese traslado tan pesado,
que no pudiera hacerse por tierra debido
a la malaria, la peste bubónica, el mal de chagas, bilharzia, la disentería y otros
malestares corpóreos a contraer en el arduo camino. Así
pes para andar en esta ruta escasa se saldría a caballo de Trujillo rumbo el
Lago de Maracaibo en un buen trecho terrestre del panorama entre matorrales de abandono, escasos bosques
y llanuras vacías, aunque pronto se construyera un pequeño cuanto lento tren de
ciento y tantos kilómetros de trecho que de Sabana de Mendoza o Motatán llegaba
al pequeño puerto de La Ceiba, para luego abordar una piragua grande o algún
velero pequeño que atravesando la enorme masa de agua dulce en dos o tres días
llevara al pasajero asustado hasta Maracaibo. Allí era necesario proveerse de un
pasaporte holandés y otros requisitos para poder arribar en un barco pequeño cargado
de insumos al puerto de Curazao, y desde tal posesión neerlandesa continuar a
Puerto Cabello para proseguir por vía marítima hasta La Guaira, demorando varios días en tal
excursión obligatoria. En este último puerto a través de diligencias
desvencijadas por la carretera vieja y montañosa se podía llegar a la ciudad
del Ávila, rogando a Dios que el viaje hubiera sido afortunado, sin contar con
marejadas, tormentas eléctricas como otros problemas marítimos. Y
si a ver vamos a fin de continuar hacia el oriente del país, donde no existían carreteras
ni sitios propicios despejados, necesario era aplicar el mismo sentido u olfato
marítimo, saliendo de La Guaira y aventurándose a cruzar el peligroso Cabo
Codera, hacer luego escala en el cacaotero Carenero, para seguir a Barcelona
siempre por mar, continuando después a Cumaná, Carúpano y seguido del empeño
tenaz a fin de empujar la proa al tiempo que se da la vuelta a la península de
Paria para luego del sorteo de peligros borrascosos (Dragos) desembarcar en
Trinidad, ínsula dependiente de Inglaterra, y luego seguir en veleros o un poco
mejor si eran ingleses, adentrándose de seguidas por las varias bocas del
Orinoco y dando vueltas en los cursos o meandros del río, a fin de llegar ya muy
cansados a Ciudad Bolívar.
Pero como en el país aparecieron minas de oro y diamantes, y las reses
por millones pastaban, la sarrapia perfumada, el café, el cacao, las plumas de
garza, los cueros y otros productos exóticos atractivos a los ojos del capital
extranjero, con rapidez empresas transnacionales se ponen de acuerdo
principalmente con el bribón presidente Guzmán Blanco, quien bajo su comando
pacta con empresarios ingleses y germanos, en especial, para diseñar y
construir diversas vías férreas en el país aunque de poco kilometraje, por lo
que en vuelta de poco tiempo se inauguran el ferrocarril a Valencia y Puerto
Cabello, el de Barquisimeto, La Ceiba, San Carlos del Zulia, La Vela de Coro,
Naricual, Carenero, El Encantado, Santa Lucía, Encontrados, La Guaira y otras
trochas subsidiarias, de vía angosta y diferente anchura del tren, lo que vino
a sumar unos mil kilómetros lineales, y para sorpresa de todos esos trencitos por demás incómodos para
principios del siglo XX constituían la red ferroviaria mayor existente en la
América del Sur, lo que pronto comenzó a decaer por la desidia del
mantenimiento, las disputas accionarias, porque al tener diferente anchura de
los trenes se hizo imposible unificar esas empresas a objeto de su ampliación,
y porque además, la guillotina final de tales medios de transporte, las que
pudieron sobrevivir quebraron falleciendo de mengua artrítica cuando comenzó la
competencia del transporte por carretera, o sea cuando Venezuela andaba
inundada de gasolina.
Ya desde mediados del siglo XX y con los planes que el gobierno
desarrollara al efecto, el problema vial y de sus componentes se transforma de
una manera absoluta, al extremo que se construyen autopistas, puentes y túneles
que estaban entre los mejores del mundo en materia tecnológica y para el esparcimiento
de la población, cruzándose el país de carreteras pavimentadas con asfalto y
realizándose obras de envergadura como el puente sobre el Lago de Maracaibo,
los puentes pretensados y el famoso túnel en la autopista a La Guaira, que para
entonces fue el más largo del mundo. A
ello debía unírsele una flota marítima de importancia y una flota civil aérea, o
sea la Aeropostal, Avensa y la llamada Viasa, que en la prestación de servicios
estaban consideradas como entre las mejores del mundo. Y conste que no exagero,
porque de ello sobran pruebas. Pero
luego con la intromisión de la política en estos campos de la infraestructura
nacional y por tener ella otras miras maquiavélicas
a nivel internacional, la riqueza del país reflejada en la extracción y los muy
altos precios del petróleo que por casi tres décadas sostuvo una bonanza
aparente de dádivas en compromisos allende las fronteras naturales, impidió
destinar parte de esos recursos al mantenimiento y extensión de los programas
viales, que salvo el nuevo puente sobre el río Orinoco hecho en vía expedita por
brasileros para salir al mar Caribe, y el plan ferrocarrilero al mando de los
chinos y casi paralizado, impidió enseriar dejando de lado los programas de
largo alcance y manteniendo en suspenso esta materia, por lo que hoy las vías de
comunicación en Venezuela, y a ello aunado los tiempos de invierno fuerte ocurridos, andan
en mal estado, muchos puentes corren peligro en su estructura o solidez y la capa
asfáltica defensiva o de cemento se mantienen en peor estado, de modo que para sortear
huecos en las carreteras se cae en otros desniveles o se rompe una llamada
punta de eje del vehículo, o se producen
choques con los muertos encima y otros males que ustedes si son usuarios habrán
padecido y en la prensa diaria los pueden comprobar, esperando apenas que la
Divina Providencia nos ayude en estos casos de mal gestión oficial, porque de
otra manera hay que pedir cacao, o llamar a María, según las expresiones
criollas del país. Por tanto agrego
humildemente ¡Que Dios nos agarre confesados!
Quiero
cerrar la crónica recordando que sobre
estos viajes antiguos las compañías y artistas extranjeros se aventuraban para
venir y atravesar la América del Sur, con circos, magos, mentalistas, músicos
concertistas y otros de la especie, hasta mediados del siglo XX, por lo que su
ruta preferida y sinuosa comenzaba en las islas del Caribe para atravesar luego
por Venezuela, o sea Caracas, Valencia, Barquisimeto, Trujillo, Mérida, San Cristóbal, Cúcuta, Bucaramanga,
Bogotá, Ibagué, Cali, y hasta Buenaventura en al Pacífico, a fin de en un par
de años proseguir rumbo al Sur en la vía de Guayaquil, acaso Quito, alguna
ciudad del Pacífico peruano como Trujillo, Lima, y así siempre rumbo al Sur
austral hasta Santiago de Chile, para continuar rumbo a Mendoza, Córdoba y
algunas otras que se escapan de la pampa argentina, luego descansando de tal
actividad artística en Buenos Ayres y antes de regresar por la culta Montevideo
hacia un puerto europeo, siendo principalmente Barcelona. Viajes de tierra y
mar que llenaron buena parte de la primera mitad del anterior siglo y una
porción ya avanzada del XX, con la alegría inicial del arribo y la tristeza de
su despedida. Y aunque esto suena como un viejo tango del recuerdo ello mantuvo
avivado nuestra razón de ser en aquel tiempo con que entre saltos inesperados dio
brusco cambio la mentalidad.