Amigos invisibles. Este trabajo que voy a elaborar para el conocimiento
de quienes andan interesados en descubrir retazos emocionales de nuestra
América, es por demás cariñoso en ese mundo interior que mediante diversos
cauces me envuelve, ya que por tener atados un corazón de afecto y un espíritu
latente hacia lo que sobresale, me han permitido en este momento volcar
conocimientos subjetivos para servir de contribución a ese pueblo original y
pacífico, erigido por la senda del recuerdo en todo ese estímulo visceral que guardo
desde la infancia, que fue cuando en los inicios de mi formación y
descubrimiento del mundo, vine a medio entender lo que significaba la raza
indígena americana y por ende todo el trasmutar permanente de los llamados indios cuicas, que para el arribo
de los conquistadores españoles a Venezuela poblaran una región en apariencia
tranquila pero llena de sigilos con que resguardaron su manera de ser, metidos
por allá en medio de un cerco de serranías limitantes en las fronteras luego
llamadas trujillanas, y en cuyas montañas, valles y sabanas vivían identificándose
como hermanos entre tribus afines en cultura, lenguaje y manera de ser,
conformando así un micromundo que para
el conocimiento de la Historia
arranca con el paso fugaz de Pedro de San Martín y desde 1547 cuando una
avanzada española al mando del maestre de campo Diego Ruiz de Vallejo, proveniente
de El Tocuyo irrumpe en la quietud del arco iris montañero servido de orquídeas,
cóndores y picaflores que otros llaman colibríes. Pero fue en 1557, en tiempos
del gobernador Arias de Villasinda, cuando el conocido extremeño Diego García
de Paredes al mando de una tropa y proveniente también de El Tocuyo, que es
como capìtal de la provincia ya fundada de Venezuela, se adentra por el noreste
de esta región trujillana que luego en el repartimiento geográfico arropa
algunos 8.000
kilómetros cuadrados, para de esta forma tomar posesión
del amplio territorio.
Y aquí es donde debo
aclarar que entre mis travesuras intelectuales, que son muchas, de tiempo atrás
a lo Julio Verne había leído bastantes temas atinentes sobre ese conglomerado
étnico por demás valioso, que desde luego me fascinaba al formar parte del
solar natal y porque su gente tan humilde y condescendiente con el ser me
llamara poderosamente la atención. Pero ya
que el asunto es complejo como para sintetizar en este trabajo, vamos a
señalarlo de manera pedagógica, a objeto de obtener puntos a favor en cuanto a
su aprendizaje que ya es mucho, de modo que al agotar el intento se pueda tener
conciencia en el esbozo genérico pero acertado sobre esta comunidad indígena
americana en principio amante de la paz, pero sin querer decir pacifista. Vamos
pues así a comenzar con sus ORÍGENES: Los indios cuicas provienen de una masa
social formada por asentamientos establecidos en la meseta central de Colombia,
que constituyeron la gran nación muisca de elevada cultura en su momento y que
por el lenguaje utilizado, según estudios fonéticos y lingüísticos oportunos,
sus orígenes arrancan de Centro América, entre Honduras y Costa Rica, y que una
vez transmigrados al territorio colombiano, desde la gran meseta de Cundinamarca hacia el Oriente frío y montañoso de Boyacá y
los Santanderes entran en comunicación con tribus originarias de Venezuela, antes
venidas del Sur amazónico, principalmente arhuacos, estableciéndose así una
mixtura de razas que con ciertas diferencias mas hermanadas llegan a ocupar los
estados andinos del Táchira, Mérida y Trujillo, aunque el Táchira por las
oleadas sucesivas de indios caribes provenientes del lago marabino y algunos por el llano
barinés, configuran en el tiempo un grupo parecido aunque no hermanado, como si
lo fueron las comunidades de la nación chama,
o sea vinculada al río mayor merideño, y de la nación cuicas, que se forma por
varias parcialidades de un tronco común y que debido a las razones históricas
viene a tener ese nombre diferencial, porque en la entrada de los españoles a
esa zona indígena se encuentran con el numeroso grupo denominado cuicas, y de
entonces acá se tomó dicho apelativo para llamarlos a todos con esta palabra
identificadora, de donde sea bueno aclarar que el término timotocuicas es inexistente,
superpuesto y obra quizás de un escritor romántico que por razones familiares
pensó en establecer este maridaje que repito es inexistente.
Los CUICAS ya señalados
según cuentas de la época ocupaban una extensión de 362 leguas que se extendían
desde el páramo de Serrada hasta el inicio de los llanos de Carora, por el
poniente de El Tocuyo, la quebrada Tafajes y las aguas que corren hacia el lago
de Maracaibo, con su principal vertiente, que es el río Motatán, aunque el
Misturnucú o Jiménez fue cantado hasta por poetas de sólido estro musical. En
su territorio hay treinta ríos o cursos
de agua y treinta y cuatro picos de montaña con más de 3000 metros de altura. El
territorio de su jurisdicción lindaba con otras comunidades diferentes, que por
lo común mantenían la paz dentro de una defensa permanente, pudiéndose contar
por el norte a los temibles jirajaras, a los aliles y quiriquires lacustres,
los betoyes, gayones, caquetíos, ayamanes, ajaguas y omocaros, limitando por el
estado Lara, los aracayes y coyones por el lado de Portuguesa, los calderas,
caratanes y cambambas por el estado Barinas, y los chamas, de la cultura chama,
por el estado Mérida, haciendo constar que estas parcialidades indígenas en su
mayoría y en tiempos necesarios, eran migratorias. El nombre Cuicas es de
origen chibcha, la nación más desarrollada
de los ancestros muiscas, y equivale en ese lenguaje occidental a “tierras
altas”, porque en verdad buena parte de los asentamientos cuicas existían en
las tierras altas del hoy Estado Trujillo. Se componían principalmente de 17
comunidades organizadas que andaban establecidas en forma sedentaria, lo que
era un progreso para la época, dependiendo de la agricultura, la caza y pesca, la
cría menor desde luego y las artes manuales, en la cual eran expertos como el
caso de los objetos en cerámica o de barro cocido, arcilla y la cestería, pulían la piedra, el cuarzo, silex, el
azabache, la pizarra y elaboraban los tejidos de colores, como chinchorros y
piezas de calzado (alpargatas o cotizas), que tuvieron fama en el período de la Colonia. Además
las mujeres y los hombres usaron prendas pectorales de dos alas, en forma de
ave estilizada, gargantillas, collares,
adornos diversos, colgantes, mantas de algodón etc. Las cuatro más importantes
familias de esta nación fueron los tostóses, que desde las fronteras de Boconó llegaron hasta
ocupar algunas vegas de Timotes, de donde toman su nombre en ese piedemonte
andino; los escuques, que es como la parte central indígena de la zona, con
doce parcialidades, y la numerosa nación cuicas, que le da el nombre a todo el
conglomerado indígena por referirse a ello y en genérico los primeros cronistas
españoles que se impusieron estudiar a dicho territorio y sus pobladores. En
ese tiempo primigenio se contaban cuatro centros o villajes extendidos llamados
Boconó, Jajó, Escuque y Carache, con un dialecto común que surtía
a dieciséis pueblos aborígenes, y
numerosas parcialidades indígenas, entre ellos los tirandáes, que pronto esos
españoles mediante los sistemas de asentamiento y colonización comienzan a catequizar
olvidando sus tradiciones ancestrales, e imponiendo al tiempo los sistemas
traídos desde Europa, con fines personales, mediante leyes de sumisión con que
se obliga a aprender el rigorismo de la lengua castellana y el olvido de sus
credos animistas legendarios so pena de incurrir en delitos eclesiales, entre
ellos la mohanería ejercida por piaches idólatras, mientras al mismo tiempo y
para suavizar la dureza de tales disposiciones, los Reyes
Católicos, con Isabel a la cabeza y hasta en tiempos de Felipe II, por Reales
Órdenes se dispuso hacer ciertas concesiones de hidalguía a los caciques
indígenas de la zona, cuestión extensiva a toda América, para así darles el
título de Don, utilizar un bastón de mando con efecto en las comunidades sufragáneas y al tiempo reglamentando ciertas
maneras de vida entre sus dependientes, acordes desde luego con lo dispuesto
por las autoridades hispanas y sus instituciones, ergo el Cabildo y las leyes
de Indias.
A los jefes de estas
tribus se les identificaba con el nombre de chacoy, y el principal se le llamó
tabisquey, pero para las decisiones de importancia había reunión del colectivo
de ancianos a fin de conocer sobre sus experiencias, en esta comunidad que tenía la mayor
población para el momento de la llegada de los hispanos a dicha tierra,
estimándose en más de 20.000 indígenas, manejados por una cincuentena de caciques,
que en obra de veinte años largos fueron sometidos, procediéndose así al
mestizaje y la transculturización.
En cuanto a sus
creencias, bien emparentadas con la de los muiscas colombianos, utilizaban en
ello el difundido animismo, y dentro de tales manifestaciones espirituales
rendían culto al sol (reupa), la luna (chaseugn), el Ser Supremo creador
(Kchutá), el murciélago, la rana cantora [símbolo chibcha de la lluvia], la
luz, el calor, las estrellas, el viento, la lluvia, el agua y la centella. Profesaban el culto a los
cuerpos celestes, enterrando a los muertos en mintoyes bajo forma sedente o en
cuclillas. Dentro del primitivismo ancestral temían a los seres maléficos como
Keuña (diablo), Quiaque (ser patriarcal azotador) y Quirachú (dios maligno
presente en el templo de sus recogimientos). Los dioses para adorar eran
simbolizados en forma de muñecos de
barro cocido, algunos en el interior hueco contentivo de piedras pequeñas que
podían sonar (chorotes), parecidos a los
tunjos chibchas, y vistos en modelo estatuario bajo diversas concepciones
culturales como erguidos, sedentes, con utensilios en las manos, y hasta servidos
del nervio viril, etc. En los numerosos adoratorios descubiertos, principalmente
cuevas (existen 32 cuevas y cavernas, entre ellas las conocidas de Niquitao)), ordenados
destruir por la Inquisición
que manejara la orden dominica, y más en
tiempos del obispo vasco fray Antonio de Alcega, se realizaba el culto mayor,
con una ofrenda de manteca de cacao, mientras se danza en grupos acompañados de fotutos, chirimías, maracas y
tamborcillos.
A objeto de corregir
estas perversiones de la idolatría para 1608 ya se habían quemado 1.514 santuarios
indígenas en la “provincia de cuycas”, como se le llamara entonces, y aún para
1714 en Carache se liquidaron 24 adoratorios y 74 ídolos que representaban
estas manifestaciones paganas, pues hay que recordar, además, que al gran ídolo
de la región los españoles lo encontraron a su entrada por Escuque, que era
llamado Ikaque, establecido por tierra de los escuqueyes, en Quibao, donde
tenía su adoración ferviente y ofrenda en un templo de tres naves sobre
horcones adornado con astas de venado, lugar en que se rendía culto a una estatuilla
perdidosa, redonda y fabricada en oro, representado a la diosa de las cosechas.
En referencia a la vida particular de estas sociedades autóctonas diremos que mantenían
afinidades raciales y etnográficas con los chibchas de Colombia, mientras existía
la poligamia y la virginidad no era un secreto y menos virtud dentro de su
manera de vivir. Ya para la época en que fueron destruidos sus adoratorios el
Obispo de Caracas ordenó reunir a los cuicas para distribuirlos en diez doctrinas
y bajo la protección física de los señores principales de la región, mientras
que en 1621 el gobernador Francisco De la Hoz Berrío redujo a diez pueblos la organización
social de dichos indígenas, y en 1687 la provincia de Cuycas albergaba 49 encomiendas indígenas, según el censo
establecido.
En cuanto a la VIDA COTIDIANA de los cuicas
diremos que eran callados y melancólicos, algo parecido a su música. Cosechaban
maíz como elemento esencial, legumbres y algodón, usaron bolas de hilo en el
trueque o transacciones comerciales y vivían en chozas de palma dentro de los
poblados. Su cuenta era decenal, con las dos manos, y usos de nudos de a cinco
porciones, equivalente a cada mano. La semana era de cinco días, de acuerdo con
el cambio de la luna, y no eran belicosos, salvo en el resguardo de sus
territorios y familias. Su lenguaje de reminiscencia muisca era sencillo,
carente muchas veces de sonidos fuertes, y desde luego que desconocían la forma
escrita, salvo excepciones pictográficas en piedras y grutas. Su idioma vale
decir aún se hablaba en las altas montañas del
diario recorrer a fines del siglo XIX, salvándose del olvido total
gracias a los trabajos que sobre ello realizaran autoridades como Rafael María
Urrecheaga, Amílcar Fonseca, Alfredo Jahn y Julio César Salas.
En cuanto al arribo de
los españoles a la provincia de Cuycas
lo hicieron por tierras de la llamada
tribu cuicas, cuyo topónimo en adelante los identifican en total, y con 70
infantes, indios yanaconas y caballerías penetran hasta el lugar de Escuque,
donde fundan la ciudad de Nueva Trujillo, en recuerdo de la patria del
conductor Diego García de Paredes, hacia mayo de 1557, y una vez construido el
palenque que defiende a la población hispana, De Paredes regresa a El Tocuyo
para dar cuenta de esta fundación, mientras que los neotrujillanos se
extralimitan frente a la población indígena, cometiendo delitos y entre ellos
violaciones, que exacerban a los naturales, quienes mediante el llamado de la
sangre en las partes altas reúnen a las tribus vecinas y así cuatro comunidades
declaran la guerra al ocupante, al mando del recio cacique Jaruma, “el del
penacho de diez plumas” y otros asistentes a la guazábara, de donde los sitian
y bombardean con fuego, flechas envenenadas, lanzas, cerbatanas y enormes pedruzcos
o galgas que lanzan desde estribaciones altas, por lo que de noche y sin ruido, salvo el canil, los temerosos
habitantes hispanos que montan a casi un centenar se escoden entre las sombras
para huir rumbo a Barquisimeto, pero pronto y por la riqueza del lugar los
conquistadores regresan a este sitio para refundar con el nombre de Mirabel a
la ciudad deshecha, lo que harán en forma consecutiva y por siete veces a la dicha
Nuestra Señora de la Paz
de Trujillo, nombre final de tales ejecutorias, conocida de entonces como
“ciudad portátil”, para quedar asentada por siempre en el poblado valle de los indios
mucas, en el año de 1570. Ya para entonces los naturales indígenas habían tenido
diversos enfrentamientos con los opositores hispanos, distinguiéndose entre
ellos el chacoy Pitijoc, de la comunidad visupite, quien muere luchando en el
cerro El Conquistado, el valiente cacique Carachy, de origen jirajara,
ejecutado por Francisco Gómez Cornieles, y el valioso protector de dicha raza, que se
distinguió por sus hazañas, o sea el tabisquey Pitijai, de la tribu estavayas, último de los
valientes defensores de su mundo prehistórico quien en 1575 debió rendir la
vida luchando luego de dieciocho años de dura oposición formal, en época del gobernador
Diego de Mazariego.
He titulado este
trabajo informativo bajo el nombre DICCIONARIO GENERAL DE LOS INDIOS CUICAS,
porque con ello quise recordar a esos intrépidos naturales que fueron el primer
lindero humano existente y establecido con la Nueva Granada o Santa Fe, del
Corregimiento de Pamplona, hecho ocurrido en 1559 cuando Juan de Maldonado y
Francisco Ruiz con poderes para ello en el valle de Tostós (Boconó) establecen
los límites de ambas regiones, o sea referido al cauce naciente del río Motatán,
lo que perdura durante el período colonial. El diccionario fue mandado a editar
por la Sociedad
de Amigos de la Biblioteca
de Trujillo, en mayo de 1997, impreso en mil ejemplares, que a poco se
presentaron ante el público reunido al efecto y en el antiguo convento Regina
Angelorum citadino, mediante un acto especial, a objeto de difundir o mejor
conocer la vida y el desempeño histórico de esta importante comunidad
americana.
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