Amigos invisibles. Como ahora nos vamos a referir al sexo opuesto de quienes han tenido el privilegio de ser Presidentes de Venezuela y entre cuya selva animal se cuentan desde antaño gente de toda especie, a partir de buenas personas razonables, pero también y para llenar la nota muchos venezolanos y algunos extranjeros que dejaron huella de la gruesa como bandidos, asesinos y hasta genocidas, según ahora les llaman con cierto lenguaje culterano, estupradores, locos sin pare usted de contar, que por lo especializado del tema sería materia de otro blog, y en fin, una colección de seres anormales que han llenado las páginas de nuestra Historia republicana con sus excesos y arbitrariedades, en los casi doscientos años del lento divagar. Pero como quiera que en esta ocasión oportuna nos vamos a referir tomando en cuenta a las mujeres, sea momento de afirmar que por el origen moruno que aún circula en nuestra sangre, lo que da pie a la promiscuidad en este sentido, y a las situaciones tan conflictivas por las que ha cursado la sociedad venezolana, con los altibajos de los asaltos y las guerras nefastas, tal el caso de la llamada Federal, tan conocida por lo sangrienta y mentirosa, al extremo de terminar en estafa pública, todo ello hizo que el venezolano se cobijase de una manera anómala, adaptándose así a una sociedad imperfecta, donde la esposa, las amantes y tanta variedad salida de ese campo sexual, en el medio del tiempo vivieron frente a un espacio que todo lo aceptaba en este sentido no de la depravación sino de lo pragmático, y ello ha perdurado en estos dos siglos de ajetreo acomodaticio [el cuero, el resuelve, el segundo frente, etc.] hasta no hace mucho, cuando la amante de un presidente democrático mandaba más que un general de opereta y hasta se vistió con el atuendo castrense. Así de simple se vivía.
Para ir al meollo de la materia, debo decir que el año 1995 el Fondo Editorial Venezolano, bajo los auspicios del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) y con la dirección del conocido editor Domingo Fuentes, en cinco volúmenes puso a la venta un libro de mi autoría, intitulado “Los Presidentes” para hacerlo más cómodo a los patrocinantes, que no querían así herir en mucho a las susceptibilidades engreídas, como bien pudo decirlo Manuel Vicente Romero García, porque yo, más contundente en el asunto, lo tenía y lo tengo por nombre de bautismo como “La vida íntima de los Presidentes de Venezuela”. De esa vida, pues, íntima, ahora voy a recordar a los lectores interesados en rebuscar lo escondido y oscuro de esos seres que son parte de la Historia de Venezuela, y como se trata de amantes y esposas de apariencia y presencia voy a referirme a tales temas, en un cronograma acomodado a ese tiempo coincidente con estos episodios ligados a la Primera Magistratura Nacional. Claro que muchas otras mujeres de segunda mano, y me refiero a su importancia, existieron en ese camino del concubinato, la barraganía o del altar, que cumplimentaron a dichos seres emblemáticos con cantidad de hijos naturales, pero aquí aparecerán las más importantes.
En cuanto al primer presidente de Venezuela, Cristóbal Hurtado de Mendoza, que no anduvo con escapadas nocharniegas ni en captación de féminas fugaces, debemos decir que con la adustez necesaria lo enterró su tercera esposa, Gertrudis Buroz y Tovar, y que en ese aspecto mujeril tuvo 16 hijos legítimos, con las tremendas dificultades que sufrió, por obra de tantas bocas y de otras penas que en el tiempo de suyo sufriera. Sus anteriores esposas habían sido la prima Juana María Briceño Méndez, que le da cinco hijos, y su otra prima Regina Montilla Pumar, que le regala otra hija.
El llanero general José Antonio Páez, de extracción humilde, enamora a la doncella llanera de 17 años Domingo Ortiz Orzúa, modesta y huérfana pero con un hato de su propiedad, casa en 1809 con ella y pronto la deja medio abandonada, en los doce años en que a ratos convivieran, cuando le da dos hijos, por su vida trashumante y guerrera, mientras la esposa regresa a la soledad. Sin embargo existe el hecho novelesco que por 1850 y mientras caído en desgracia el general Páez anda encarcelado en Cumaná de manera vil, esta legítima esposa se presenta en Cumaná para atender a su marido ante Dios y los hombres, y cuando ya se obtiene el decreto de expulsión del general doña Dominga regresa al anonimato, pese a los requiebros y galanteos de nueva unión que le formulara el taimado llanero. Hacia 1821 Páez había comocido en Valencia a la apureña Barbarita Nieves, de 18 abriles, con quien pronto vive en la intimidad, la que en medio del boato y los ambientes culturales sobrevivirá esta unión por 26 años como amante y Primera Dama del poderoso caudillo llanero. Barbarita cambió a Páez y de hombre tosco, rudo, analfabeto, lo hizo un caballero de salón, porque además era músico y admirador de las artes. Con ella tuvo tres hembras y un varón, muriendo la madre en Maracay, el 14 de diciembre de 1847. Páez por otra cuenta procreó varios hijos naturales.
El guaireño doctor José María Vargas,
hombre apagado pero con
alguna suerte no fue muy ducho en estos ajetreos románticos, mas sin embargo tuvo una hija natural, Josefa María, y en 1826 se desposó con la adinerada mujer rubia Encarnación Martín Laredo, viuda y paciente de él, quien antes había casado a los quince años, y la que pronto fallece dejando al nuevo marido viudo luego de once meses de tranquilo connubio.
El próximo en aparecer de este trabajo orientador es el mantuano general Carlos Soublette, guaireño también, largo, flaco, sereno y de pocos admiradores, cuya madre era una de las “nueve musas” que dieron mucho de qué hablar en la Caracas revoltosa y conventual. Por medio del galanteo rebuscador dejó bastantes hijos naturales y legítimos, mientras lo celaba sin respiro su esposa, que ya dormía en cama separada, de nombre Olaya Buroz Tovar, caraqueña pero muy fea por cierto [mi urraca, la llama el marido], por pequeña casi enana, flaca, de ojos saltones, de labios gruesos. En ese tejemaneje vivió por mucho tiempo esta pareja desalmada.
En cuanto al llanero oriental José Tadeo Monagas casó con doña Luisa Oriach Ladrón de Guevara, sin bienes de fortuna, que ya había sido esposa de otro soldado de fortuna, y quien a los 86 años de su vida pudo contar con 89 herederos, mujer seria y de consejo para con su marido, así como ya era dueña de un inmenso capital.
El hermano y seductor José Gregorio Monagas casa dos veces con mujeres del entorno familiar, o sea con la mestiza Benita Marrero, hija de un cacique indígena, con dos hijos a cuestas en la partida, y luego como viudo le echa el ojo y se desposa con su cuñada Clara, que entonces era casi una niña, siendo mujer inteligente, astuta y muy callada, quien muere ochentona en Curazao, dejando nueve vástagos de dicho matrimonio.
El avinagrado hijo de José Tadeo, que es José Ruperto Monagas, y desde luego sobrino de José Gregorio, entre tantos brincos de la vida casó en Barcelona con Esperanza Hernández Guevara, mujer del común quien sin ninguna esperanza de mejora luego de ser Primera Dama le toca regresar a Barcelona, para vivir una viudez menesterosa, donde tan grave fue la cosa que debió cubrir la subsistencia vital con plebeyos trabajos manuales.
El humilde petareño [Petare, lugar cerca de Caracas] Julián Castro era hijo del “medio loco” Julián Pérez, pero con otros padres, fue un títere despreciado de la política y no se sabe cómo pudo ser Presidente de la República. De 22 años se unió en concubinato con la mulata María Nieves Briceño, hija ilegítima del general moreno José Laurencio Silva, valenciana melancólica que le aguanta muchos desafueros a su pareja, y que se casan en 1843 cuando ya tienen cuatro hijos bastardos. María Nieves sobrevivió al ninguneado marido, quien fallece en la Casa de Beneficencia de Valencia, triste y con una mísera pensión vitalicia.
La infancia del caraqueño doctor Pedro Gual acaece en La Guaira, ciudad de contrastes con su historia personal, pero el sitio escogido para casarse es en Bogotá, con Rosa María Domínguez, donde tiene con ella varios hijos y quien le acompaña en los conflictos de la dureza económica y el exilio. Gual continuó siendo pobre, hasta que así muere de ochenta años, en el ecuatoriano puerto de Guayaquil.
Manuel Felipe de Tovar, caraqueño, rico noble de abolengo e hijo de dos primos hermanos, de 27 años casa con su prima Encarnación Rivas Pacheco y Tovar, rubia mantuana, aunque ella tenía entonces amores con otro primo hermano, mas en la escogencia prefiere a Manuel Felipe, y quien a poco del enlace debido a una alta fiebre tifoidea se vuelve loca, “y desde entonces la sombra de la locura se impregnó de ese hogar”. No tuvo hijos dentro de la lucidez ni fuera del matrimonio, desde luego, y ya pasados los años caraqueños, don Manuel Felipe con la tragedia encima y doña Encarnación a cuestas se establecen en Francia por cinco años, donde fallece este patricio en Epinay sur Seine, debiendo repatriarse a la viuda insana a su palacio caraqueño de la esquina de El Conde, sitio en el cual fallece con más pena que olvido.
El ventrudo falconiano Juan Crisóstomo Falcón, uno de los actores de la Guerra Federal e hijo de dominicano, en 1857 casa con la blanca Luisa Isabel Pachano Muñoz, cuyo hermano acuña la primer moneda de oro en Venezuela. Luisa Isabel acompaña al marido en el lento trajinar de sus estancias, principalmente falconianas, y al enviudar se retira un tiempo largo a Curazao, aunque vuelve a Coro, ya para morir, y si tener hijos. Ardiente en lo sexual este coriano, sus amantes fueron mujeres de extracción humilde, creyéndose ser padre de muchos hijos, aunque en realidad se reconoce que fueron dos naturales.
El avispado caraqueño Antonio Guzmán Blanco, de origen controversial y lleno de historias de alcoba, botarate y enamoradizo, genio prestidigitador del peculado, con la prieta curazoleña Ventura Lobo, tuvo un hijo natural apodado “el negro Guzmán”, como se dice tal origen bastardo es también del escritor y político César Zumeta, hijo de Tomasa Zumeta. Casó con la rancia caraqueña Ana Teresa Ibarra, 17 años menor que él, y mantuvo un triángulo amatorio con su cuñada Anastasia Ibarra. De ambos lados se celaban, el uno sin fundamento, y la otra porque conocía de lo mujeriego que era. Tuvo con Ana Teresa seis hijos, tres hembras y lo demás varones. Y los tres del triángulo amoroso fueron a vivir a París, pero vino a ser tan fuerte el deceso de Tasi (Anastasía), que el recio general en muy pocos meses se murió.
El zambo Francisco Linares Alcántara, turmereño, hijo natural de madre trujillana y servicio de adentro del general Alcántara. En 1864 casó con la llanera Belén Esteves Yanes, de 15 años floridos, elevada en colegio de monjas, con quien tuvo seis hijos. Mujer blanca, de físico vistoso e influencia en el marido, igualmente influye en él para que apadrine en la Presidencia a Raimundo Andueza Palacio, casado con una prima, y luego de enviudar por fallecer el zambo general envenenado, doña Belén para no sentirse sola casó con el rezandero doctor Francisco Yépez, con quien procreó otros cuatro hijos.
El mulato general llanero Joaquín Crespo, “El bemba”, como lo llamaban, hijo de un curandero y de un pueblo guariqueño perdido. De 23 años y en Parapara casó con la viuda Ana Jacinta Parejo, “pitonisa que cual bola de cristal cree leer el futuro en una tapara llena de abejorros”. Casto y de fugaces aventuras amorosas, como el caso de la isleña de Caño Amarillo, con Ana Jacinta tuvo once hijos, que con el tiempo quedaron arruinados por la mala cabeza. Astuta, intrigante pero inteligente, se metió en los asuntos de Estado para influir sobre su marido y además era hábil administradora. Debió llorar mucho cuando don Joaquín por cierta estupidez fue bajado de su caballo de un tiro certero, en la cojedeña Mata Carmelera.
El caraqueño Juan Pablo Rojas Paúl, hombre docto pero de gran doblez, enjuto y pálido, maestro de niñas por muchos años, católico a la antigua. Vivía en casa humilde, y en 1853 se desposa con la aragüeña María Josefa Báez Reverón, morena clara y robusta mujer, con quien no tuvo hijos pero sí dos adoptados. Hecho el tonto Rojas Paúl fue algo enamorado, valga el ejemplo con la contralto italiana Larguerccia, Olimpia Guelcher, teniendo hijos como el llamado José Pérez y aparentemente el pintor Armando Reverón. Murió viudo y ochentón, lleno de arrugas y con el hígado vuelto nada, el 22 de julio de 1905.
El llanero Raimundo Andueza Palacio era de clase media hecho a la medida de su prestancia, donde se eleva con cargos públicos y la amistad burocrática En 1872 y previa negativas familiares, por fin casa en La Victoria con Isabel González Esteves, de origen isleño, que le da tres hijos, quien a poco se hace proclive al lujo y las joyas costosas. Andueza era robusto e insomne, beodo, buen tribuno y comelón, mujeriego por demás, acaso tuvo un hijo con una Figueredo, “oloroso a brandy y a puta barata”. En ese mundo recóndito del sexo y la bebida vivió agazapado hasta que hipertenso y diabético murió a principios del siglo XX sin pena ni gloria, porque pocos lo lloraron.
El primer presidente andino de Venezuela, Ignacio Andrade, con lugar de nacimiento incierto, del año 1839, era también mujeriego, porque una cocotte mundana caraqueña entraba en su despacho sin pedir permiso. Casó de 50 años con una victoriana de 15, Isabel Sosa Saá, bonita y rellena de carnes, con quien tuvo nueve descendientes. Alguien escribió: “Se ha casado viejo, ha tenido más hijos que un piojo, y está clueco con ellos; nadie lo saca de la alcoba; hace seis años que no hace sino criar hijos. Ese hombre es una partera”. Como Presidente huye del país por La Guaira, con su esposa e hijos, para vivir un exilio miserable. Regresó y en el porteño La Guaira fallece de 89 años. Blanco Bombona dijo de él que lo único grande que tenía eran los dientes.
Ya entrados en el siglo XX el primer Presidente de Venezuela es el general andino Cipriano Castro, alborotado, pendenciero, bailarín, bebedor y mujeriego, que tuvo muchos hijos pero no dentro del matrimonio, sufriendo de “erotismo agudizado y sueños libidinosos”. Casó con la cucuteña Zoila Rosa Martínez, astuta, presentable e irónica, hija ilegítima, entonces de 16 años. Orillero en mujeres, las prefería altas y primerizas, escogidas por alcahuetes, teniendo más de 22 concubinas, que le dieron hijos [Angulo, Torres. Alemán, Jiménez, etc.], algunos muy bien educados y útiles a la Patria. Entre las mujeres se cuenta a la distinguida dama Domínguez, Domitila Hernández, Rosa Gutiérrez, Luciana “La Chanito”, la Fuentes, la Rodríguez, Blanca Gouvirand, la señora Alemán, Berenice y la madre de Manuel Jiménez Macías. En el exilio de Puerto Rico lo atendía una hija, porque su mujer doña Zoila residía en casa aparte, viviendo ambos en la pobreza, a pesar de cuanto había expoliado Castro.
El otro andino tachirense Juan Vicente Gómez fue muy distinto en el hacer y pensar del anterior “cabito”, como le llamaban. Blanco, aindiado, tuvo muchas mujeres concubinas, porque nunca se casó, y entre ellas sobresalen la buenamoza y dominante Dionisia Bello de Torres, raptada a su marido en San Cristóbal, con quien tuvo siete hijos, dentro de un clan formado por la familia Gómez que maneja el país rural entre 1.909 y 1935. Desde los 18 años aparecen muchas mujeres en su vida, como Elena, Gertrudis y Pastora, pero jamás durmió con mujer alguna, sino que las visitaba oportunamente en sus deseos sexuales, dejando dos papeles escritos sobre 33 amantes [Ladera, Pernía, la Rojitas, Carmen Rodríguez, la Catalana, una bailarina española (acaso la españolita), su primera novia Josefina Jaimes, etc.] que tuvo en el Táchira y Caracas, con el número de hijos en cada concubina, que elevara a 74 hijos censados. En 1904 Gómez se une a Dolores Amelia Núñez de Cáceres y con ella tiene una segunda y decenal generación de hijos.
El andino tachirense Eleazar López Contreras, hijo único de Catalina Contreras. Hombre sobrio en eso de las mujeres, casó con Luz María Wolkmar, quien le abandona antes de morir, dejándole seis hijos. Luego casa con Luisa Elena Mijares, sin hijos, matrimonio tormentoso de la que se divorcia en 1934, para reincidir luego con María Teresa Núñez Tovar, teniendo así dos hijas y quien lo enterrará oportunamente.
El tachirense andino Isaías Medina Angarita, simpático general de borracheras y orgías, casó con Irma Felizola Fernández, divorciada de Luís Vegas, cinco días antes de ser Presidente de la República. Ella de familia “revólver en mano” le da cuatro hijos en el matrimonio. Tuvo de amante a la pecosa Carmen Luisa Duque, mientras mantenía noviazgo con la rubia Carmen Julia Sarría, quien se suicida de un disparo, acaso por celos desatados en el triángulo amoroso que mantiene Medina. Después y antes del turno de la Felizola procreó dos hijos con la modesta Estrella Serfatty, quien luego aconsejada a Medina le entabló juicio de inquisición de paternidad en la promiscua Miami.
El escritor caraqueño Rómulo Gallegos muy joven se enamora de su futura esposa Teotiste Candelaria Arocha, mujer de consejos, ella de 17 años, amor que perdura 45 años y aún después de ambas muertes. De seguro que nunca le fue infiel. Fumador él empedernido, su casa era reposo de fantasmas y silencio, para la creación estética del buen novelista Gallegos. Al no tener hijos por acasos del destino, adoptaron a dos, Sonia y Alexis. En 1950 doña Teotiste muere en el exilio de México, enterrándola allí en el Cementerio Español, pero a la que visita Rómulo casi diariamente, hasta que puede trasladarla a Caracas en el propio avión del retorno, donde dormirá el sueño de la eternidad, junto desde luego a su marido.
El infortunado caraqueño Carlos Delgado Chalbaud, militar graduado en Francia, por azares de la política llega a ser cabeza de la Junta Militar que gobierna a Venezuela en 1948. En Francia exiliado y enfermo conoció a la enfermera Lucía Levine, rumana, a quien recibe en matrimonio, rubia comunistoide y alocada, con la que al no avenirse por incompatibles sostiene relaciones íntimas con la encopetada pintora Ana Teresa Dagnino, como también con la glamorosa Mimí Herrera y una dama de apellido Capriles, que en un tiempo lo sacó de quicio. En París tuvo de hijos a unos gemelos bastardos. Murió asesinado en 1950, siendo cabeza de la Junta Militar, cuya autoría genocida se debe a Rafael Simón Urbina.
El tachirense Marcos Pérez Jiménez le sucede, bajo y rechoncho, de origen humilde y emprendedor. Mujeriego, como en el caso de la actriz Silvana Pampanini, destinó la isla militar de La Orchila para grandes encerronas con mujeres traídas especialmente de La Habana, Miami y Santo Domingo. Casó con la celosa y regañona Flor Chalbaud, hija natural de un merideño militar, con quien tuvo tres hijas. Sus líos femeninos fueron muchos, prefiriendo mujeres blancas y de tipo europeo, contándose entre ellas a Clara Carías Policastro, que le da un hijo, Edda Margulis, la rubia “miss” Olga Bouvat Capriles, la morena guayanesa Silva Inserri, hermana de otra Miss Venezuela, la cubana Martha Lorenz, con quien tiene una hija [y un hijo ésta tiene con Fidel Castro], y hasta alguna peruana ventiló en Miami la paternidad de su hijo. Además tuvo otro hijo con cierta dama farmaceuta, y uno “que no heredó su afición al sexo femenino”.
El oriental Wolfang Larrazábal Ugueto, vicealmirante de la flota, músico y hombre serio aunque populista o demagogo, que yo sepa se desconocen a fondo sus líos de faldas, pero casó y por muchos años con la señora Mercedes Peláez.
El zambo guatireño Rómulo Betancourt Bello, contrae matrimonio en Costa Rica con la humilde maestra y camarada Carmen Valverde Zeledón, a quien dio mala vida, de cuyo connubio nace una hija. De voz chillona e irritante, en cierta ocasión el opuesto coriano Rafael Simón Urbina agregando datos y documentos lo acusó de prácticas sodómicas, y Pérez Jiménez lo sabía. Después el guatireño se une con la doctora médico René Hartman, y con quien después contraerá nupcias.
Del guayanés Raúl Leoni, tímido y festivo, débil, mediocre y bebedor, con dificultad en el hablar, diré que casí ya vejentón casa con su prima Carmen América Fernández, Doña Menca, gran dama inteligente, de carácter y cariñosa que fue una exquisita Primera Dama de la República, complaciente y amante de sus hijos, que valía mas que el propio marido. Poco antes Leoni había tenido enredos amatorios con la morena azambada y periodista Ana Luisa Lovera, quien vivía instalada en el palacio presidencial de Miraflores. Después la pareja falleció, ambos por cáncer generalizado.
El llanero supersticioso Luis Herrera Campins, abogado, social cristiano y comelón, fue un hombre recatado en eso de mujeres. Antes de casarse tuvo relaciones íntimas con la periodista de izquierda y luego expulsada del país Gud Olbrich, con quien tuvo una hija. Casó con la trujillana y prima Betty Urdaneta Campins, recatada y hogareña, con quien tuvo cinco hijos.
El médico doctor Jaime Lusinchi, clarinés, simpático y amigo de Baco, hijo natural del ganadero oriental Manuel Gregorio Chacín, se enamora en el estudio de Medicina de su compañera Gladys Castillo, oriental de carácter, con quien casa y tiene cinco hijos. Ya en el Congreso de la República conoció a Blanca Ibáñez Piña, de origen colombiano y con dos hijos anteriores, quien se transforma en Secretaria Privada del parlamentario, al tiempo que es su amante. El período del triángulo amoroso es toda una novela por entregas, con juicios determinantes [seis años dura el litigio], hasta que la demandante por divorcio se instala en Miami y Jaime puede casarse con la todopoderosa Blanquita. Exiliados luego de Venezuela, años después se separan en Miami, para residir luego el doctor Lusinchi, en la pobreza y el mayor anonimato, en un anexo de la casa de su hijo Álvaro, en Caracas.
El tachirense rayano Carlos Andrés Pérez, de origen humilde, de cabeza cónica y achatada, de ancestros colombianos, quien durante muchos años (4) sostiene amores y luego casa con su prima Blanca Rodríguez, teniendo seis hijos en el matrimonio, por cierto con taras de familia debido a los enlaces sanguíneos. En el Congreso de la República se enreda con una empleada, de nombre Cecilia Matos Melero, bella, despierta y distinguida zuliana, con quien se pone a vivir y tiene dos hijas, una de ellas adoptiva. La vida de esta pareja ha dado mucho quehacer dentro de Venezuela y en el exilio. El mujeriego Carlos Andrés por su lado es parte de orgías bien conocidas, y hasta de los affaires con azafatas y con Tiqui Atencio, de lo que se cuenta muchas anécdotas. No hace mucho el expresidente fallece en Miami, y para finalizar un gran lío se presentó con su entierro, donde las dos damas, su esposa, la verdadera, y el “segundo frente”, por acasos del dinero se disputaban esos apreciados restos.
El tachirense doctor Ramón J, Velásquez duró varios meses en el poder interino, y estaba casado con la doctora Ligia Betancourt, con una vida privada al parecer oscura.
El yaracuyano Rafael Caldera Rodríguez, de extracción derechista, nada mujeriego casó con la agradable Alicia Pietri Montemayor, con quien tuvo cinco descendientes. Sin embargo como el diablo toca a los humanos tuvo una hija, nacida en el Canadá y llamada Marie Bernice Barry, luego rebautizada con el nombre familiar de Corina Escobar.
El llanero teniente coronel Hugo Chávez Frías, barinés dicharachero y controversial político, prestidigitador de la palabra, como dicen de izquierda socialista, casó en primeras nupcias con su paisana Nancy Colmenares, viviente pero desconocida para todos, con quien en quince años tuvo tres hijos. Luego se empata y casa con la periodista larense Marisabel Rodríguez, de carácter, con la que vive poco tiempo por delicadas desavenencias entre ellos y de cuyo enlace tiene una hija, Rosinés. Fuera de esto es muy poco lo que se conoce de su vida privada en referencia con las mujeres, salvo Herma Marksman, izquierdista, que convivió con él diez años. De otras como Noemí Campbell, Alicia Castro y Ruddy Rodríguez, es acaso un falso supuesto. Ha dicho siempre que su esposa en verdad es Venezuela y que su padre se llama Simón Bolívar, en medio de la mayor diatriba que levanta una gran polvareda. Un Salomón Fernández asegura ser hijo de Chávez.
Quiero terminar, porque ya basta, este cuestionario sobre la vida y misterios de quienes han pasado por la Presidencia de la República, ahora Bolivariana de Venezuela, y su vida en pareja, permanente u ocasional, y hasta con otros deslices extraños de los que se comenta, pero ¡cállate!, porque en boca cerrada no entran moscas, ni menos en pico de las águilas. Sueñe usted con lo que asiento y luego piense como yo, para intentar acudir a lo sereno y por veraz cierto de estas acuciantes historias.
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