domingo, 28 de abril de 2013

LA PELIGROSA GERONTOCRACIA.



         Amigos invisibles. Dentro del recuerdo que uno tiene en referencia a la estructura o base del edificio democrático sobre la que se erige un sistema liberal y político con intenciones de gobernar cualquier país, la más peligrosa en nuestros días es aquella precisamente que con la claridad de los pensadores  griegos  vino a participar  en un ejercicio de mando prístino, como de laboratorio,  que sujeto a leyes novedosas y costumbres ancestrales se llevó a cabo desde ese tiempo pasajero de la antigüedad clásica donde las canas se respetaban porque habían sido adquiridas a base de sabiduría, templanza y raciocinio, a tal punto que las sociedades de entonces escogieron para liderar sus comunidades a los más sapientes porque podían dar mejores consejos en bien de los gobernados, lo que no obsta para ser claros en que asirios y babilonios, por ejemplo, también gozaron de esos ejemplos para el buen manejo del Estado. Desde luego que sin atajos imprevistos. Y este recuerdo viene a colación porque repasando un poco de Historia no lejana podemos apreciar que siempre se tuvo respeto en ese sentido superior a los jerarcas del clan, o de la tribu, horda o de quienes con el paso de los años y los ejemplos eran mejor aceptados en los consejos y las definiciones.  Pero como se desgasta el poder y han existido truhanes afamados desde que la biblia los medio identifica, debemos también recordar el paso de los malos tiempos, cuando por diversas causas aparecen ciertos perversos conductores sociales que hicieron de las suyas hasta con saña, terminando aquellos desajustes en desgracias colectivas bañadas de sangre y de miseria, cuando hermanos o vecinos se dieron a la insana tarea de pelear algunos por causas banales y otros mediante el simple culto del mando, que desde luego llevara adherido un sin número de desaciertos y atropellos en que por “dácame acá estas pajas” se liaban en disputas sin sentido para desbordar con ejemplos inicuos el rumbo de la Historia.
            Sin embargo y a pesar de tantos conflictos de ese tono que usted puede enhebrar mediante el recuerdo, funcionó un respeto por la palabra de los mayores y hasta el acogimiento de sus pensares, pero cuando el hombre extravasa las fronteras naturales de su familia para ingresar en una competencia algunas veces  feroz por el predominio en aquello sencillo de que el más fuerte prevalece, allí se destapan toda suerte de conflictos que con paciencia para ejemplo constante habían reunido los libros sagrados religiosos entre mandamientos, pecados capitales y otros supuestos que conformaron un estilo de vida, repito, cuando ya el hombre se dedicó a conquistar el mundo y a imponer condiciones, lo que en un mejor atisbo de ese cambio podemos encajarlo desde el tiempo faraónico para acá y sin que esto implique un desconocimiento de las otras culturas subyacentes. Pero donde procede a tomar forma tal variación señalada en que todavía prevalece el sentido machista de la sociedad, que habrá de perdurar por mucho tiempo, es a partir de una sinergia uniforme que se riega con dos grandes potestades o imperios, vale decir el alejandrino, que no quiero decir heleno y sí macedónico, y el romano, donde precisamente comienza a vislumbrarse períodos de conocimiento dejados al rastro y en cuyo lejano regazo se asentarán de verdad eso que llamamos nuestro mundo occidental. Pues bien, sobre dicha base heterogénea pero llena de ejemplos se va a nutrir el ejercicio de poder más atemperado y de gobierno por el que vivimos durante unos cuantos siglos en eso que llamamos la alta y baja Edad Media, la era de los descubrimientos a nivel mundial (Magallanes, Galileo, Gutemberg, Newton, etc.), y con la amplitud de este desarrollo cultural que desborda la sabiduría llegamos a la etapa de la Ilustración, donde un francés llamado René Descartes dio vida a la famosa frase lapidaria “Pienso luego existo”, encendiendo esa pólvora tranquila para desaparecer el período de las tinieblas y entrar en el reino del raciocinio lato.
            Pero después de los filósofos ingleses (Hume, Locke, etc.), maestros en el arte de esgrimir la política, fueron los franceses quienes con el acicate cartesiano se proponen establecer reglas de juego oportunas para el arreglo del Estado, que en ese tiempo se compuso de monarquías y en especial absolutistas, para fundamentar con Montesquieu toda una teoría moderna de separación de dominios políticos cuyo fin fuera la conducción de un gobierno donde se distribuyan esos poderes subyacentes con cariz al menos equitativo, lo que se pudiera entenderse para aquel tiempo de arranque y mediante las primitivas formas o potestades como unidades de mando en cierto modo imbricadas que  sin rodeos llamaron Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Y como el siglo XIX estaba al alcance de los ojos con el advenimiento de Napoleón Bonaparte, el mundo occidental dio una vuelta entera porque a partir de esos recuerdos fundamentales ya nada fue igual, encendiéndose las pasiones aunque de otra manera acaso más sutiles pero llenas en el fondo de anarquías y desgobiernos que hicieron mucho daño porque el símbolo del poder extremo o meta final comenzó a dibujarse y casi sin ningún disfraz, como la apetencia mayor para el enriquecimiento propio y con ello los desbarajustes sin término que se han vivido donde pululan toda suerte de lacras y demás desafueros que forman larga fila.
Este panorama llevado al caso específico de Venezuela es en verdad lastimero porque al tiempo que en Europa acaecían tales atropellos contrarios a la igualdad, en nuestro país con los estertores de la Guerra de Independencia se desata otra suerte de desmanes más dañinos para la tranquilidad social con la irrupción sucesiva de los llamados caudillos, suerte de providenciales militares ignorantes que en su mayoría creyéndose inviolables, eternos e infalibles, con la utilización de toda clase de triquiñuelas y desmanes pretendieron, aún pretenden y pretenderán, si no se pone coto a esta nueva barbarie, ejercer el poder permanente, algo así como enviados de Dios, para que los siervos les hagan caso sin chistar, a riesgo de daños superiores, y donde el traspaso de los años no les hacen mella, por su predestinación al mando desequilibrado y todopoderoso. Así pudimos apreciar y vivir las etapas siniestras del general José Antonio Páez, quien gobernara por muchas décadas seguidas según fuese su antojo porque de cabezas cortadas para abajo y con el temor encima se manejó la cosa pública en el largo período de este llanero ejemplar, que termina hasta en su ancianidad. Después y sin respirar un tiempo en el escenario presidencial apareció nada menos que el combo dinástico de los hermanos Monagas, con el frío y calculador José Tadeo a la cabeza de un gobierno despótico y asesino que gobierna con tres de los Monagas susodichos y donde la corte celestial de esa pandilla con sendos cargos a ejercer ascendió a alrededor de quince familiares, que manejaron el país hasta la muerte de estos sátrapas, la mayoría rondando en la demencia senil.
             Y para continuar en el desgobierno de las primeras autoridades luego de la sangrienta Guerra Federal, siguen apareciendo personajes de muy mala espina o ralea, como el sargentón sortario Julián Castro, de tan escaso recuerdo, y nada menos que el aprovechador “señorito” general Antonio Guzmán Blanco, usufructuario de la guerra anterior, con una asombrosa  cabeza para los negocios turbios de provecho, a lo rey Midas, quien en 25 años que maneja por sí y con testaferros el poder mayor para su beneficio, le monta grandes deudas al país incluso mediante el concurso conveniente de personas adelantadas como el taimado y rezandero Rojas Paúl, el borracho y libidinoso Andueza Palacio y el mulato zamarro Joaquín Crespo, que entonces se hace el más rico de Venezuela, a pesar del condado de Tovar, para luego como resultado de la continua mala administración quedar sus herederos en la más triste inopia. Y en esa etapa de finales del siglo XIX muchos caudillos envejecidos y sobrantes de las dos grandes guerras anteriores a su manera usufructúan del poder sin escrúpulos, hasta cuando aparece un nuevo guía espiritual para dar sombra a los negocios nada serios con sus desmanes y la mano floja, quien además pensaba eternizarse en el poder cambiando todo a su favor, metido en conflictos internacionales con nuevos dispendios onerosos y al que el compadre de su intimidad, o sea el general Juan Vicente Gómez, lo expulsa del ejercicio de gobierno y de las francachelas mujeriegas regadas de abundante coñac que se  prorrogaban de día y de noche, o sea el general Cipriano Castro.  A la caída de este andino dispuesto a todo sube al poder otro montañés pero muy diferente a su persona, astuto, comedido aunque de una tremenda vida interior manejada con el sentido de la oportunidad y para hacer buenos negocios, con lo que el país y durante un largo cuarto de siglo no osa hablar ni menos discutir el pensamiento palabra y obra del mentado Gómez, sus adláteres de la intimidad, los caporales y a tantos administradores de los inmensos latifundios y bienes inmuebles adquiridos, que lo hacen el hombre más rico de Venezuela, ante la presencia efectiva de todo un clan familiar compuesto de hijos, tíos y sobrinos, además de otros tachirenses del afecto y parentesco que usufructuaron el poder gerontocrático de la manera más amplia. Muere así el viejo caudillo, sin que nadie ose interrumpir el sueño profundo, ni con los más nuevos interesados que por centenares regresan del doloroso ostracismo y ávidos de recuperar el tiempo perdido.
            Con la desaparición del caudillo militar Gómez otros atisbos de amplitud se vislumbran en el escenario de la política nacional porque el oscurantismo en que se viviera comienza de manera modesta a ocultarse, aunque no el poder de los sables, sostenido por López Contreras y Medina Angarita, con sus aspiraciones permanentes de mando, aunque ya mediante el manejo de ideas extrañas que se aportan, afiebradas aún desde cuando suceden los episodios de la revolución comunista en Rusia para la supuesta mejora de las clases sociales, en especial los mujiks,  lo que termina en una falacia más. Sin embargo tal incorporación política de esas ideas arrancadas como de parto prematuro, traen al tapete de los conocimientos una serie de postulados en alguna forma aceptables dentro de sociedades en avance, como la americana y otras europeas, que con dificultad entran en el seno de la sociedad venezolana por ser atípicas y que por los desmanes de sus conductores afiebrados, desembocan en un nuevo golpe de estado militar, que lidera el pronto coronel Marcos Pérez Jiménez, hombre de derecha pero con una concepción más dinámica en cuanto al despertar de la sociedad venezolana.  A partir de la revolución de octubre de 1945, que en el medio político sí puede llamarse así, otro orden de cosas comienza a funcionar bajo el taimando mando de las botas militares, hasta cuando Pérez Jiménez se entroniza en el palacio presidencial de Miraflores por diez años cortos, vistos desde la proyección de su mandato autoritario y plutócrata que permite avanzar el país por la senda de los negocios y del desarrollo, siempre al amparo circunstancial de ese gran patrón imperial  y subyacente que son los Estados Unidos, quienes a poco ven con seriedad que Venezuela es un país rico y de confiar. Pero por detrás de este aparato socioempresarial que se instala y con el maná del petróleo que progresa, aparecen no mafias sino familias interesadas en la proyección del país, lo que da ocasión a la amplitud de capitales y por ende a una conchupancia sistemática que se establece entre el palacial Miraflores y los grupos adinerados, lo que permite por lo alto establecer un proyecto elaborado en el sentido de no abandonar el poder, protegiendo así muchos pero bastantes intereses, de donde comienza a aflorar toda una sociedad comprometida en esta vocación difícil para alejarla de esa suerte del holding de la riqueza desparramada por todo el territorio republicano, en cuya piel ya subsisten herederos arrastrados por la corriente hiperactiva de los negocios,  desde los cambios de gobierno con algunas  ideas novedosas ocurridos en 1945, y que con los años se consolidan para entrar ya en un período gerontocrático.
            Sobre estos parámetros adicionales para el ejercicio del poder con una u otra bandera de disimulo, bueno es recordar la tradición que como suerte de comején, polilla o gorgojo profundo se ha establecido en los altos niveles del mando ejecutivo, teniendo para ello cual productor de beneficios al parecer eternos la riqueza presente y sirviendo de ejemplo clave a muchos gobiernos que han establecido verdaderas dinastías familiares recordando entre estos  en el siglo XX a la familia Franco en España, Salazar en Portugal, a los viejos sistemas liberales y conservadores que sin atender el calendario que envejece se repartían el poder permanente en Europa, a las casas reales de aquel continente (Italia, Bélgica, Austriahungría, Inglaterra, España, Suecia, etc.) y ese mismo sistema con mayor holgura y displicencia mediante ciertos retoques necesarios fue establecido en América Latina, donde prolifera a las anchas o las estrechas en una suerte de poder omnímodo que hace y deshace sin contemplaciones, sobretodo con aquellas dictaduras ya declaradas que algunos hemos podido conocer y hasta vivir como los casos tan patentes de Baptista en Cuba, los ancianos hermanos Castro en el mismo país, Duvalier y su hijo en Haití, toda la larga familia y allegados del también anciano Rafael Leonidas Trujillo en los tantos años de la dictadura trujillista en la República Dominicana, la dinástica familia Somoza en Nicaragua, la dinástica familia Perón y Evita de mampara con sus distintos proceratos en Argentina que andan suaves aún en el ejercicio del poder, el batallador general Augusto Pinochet que no se le “aguaba el guarapo” para tomar decisiones, como las anticomunistas,  Odría, Peñaranda, Getulio Vargas, la famosa dinastía del PRI mexicana con su inmensa corrupción y que ahora parece entrar un poco en el ejercicio democrático vertical, el aturdido de Noriega, Velasco Alvarado y sus ideas extremas, o el Ortega de Nicaragua que ya no aspira abandonar el poder.
 Y para incidir en el largo tema vienen otros especímenes del rastrojo a mencionar, aprovechadores del  momento que entendiendo como los dólares corren por sus manos sin contar, no piensan alejarse bajo ningún respecto de esa gran corruptela, provocada por omisión y negligencia supina y ante los ojos y el pulso tranquilo de quienes han podido usufructuar ventajas para esta hemorragia de ocasiones debiluchas que de poco tiempo acá han infectado de veras y con serios saldos negativos esas tranquilas economías mal vivientes que sin pensar en lo futuro fueron cayendo en este huracán de corrupción, mediante una forma a veces inesperada pero cierta, como hoy ocurre con los dinásticos y depravados gobiernos que funcionan a su mandar en Argentina (Cristina y su hijo Alexis), Evo Morales y su hija, el parcialmente desaparecido Uruguay y la Topolowsky, como dije Ortega y su mujer Rosario en Nicaragua, las aspiraciones de Nadine en Perú, Cilia tras bambalinas en Venezuela, y otros lugares ásperos de nuestra tragedia regional, donde han tomado verdadera posesión estos grupos mafiosos para no salir más, según esperan, por órdenes superiores de quienes desde fronteras afuera los manejan a su guisa y como se  argumenta, con el empeño imperioso de los billetes verdes. Conste además que no soy alguien pesimista sino que analizando los entramados acontecimientos que circulan a menudo puede uno sacar conclusiones “a boca de urna”, como se estila decir en tantas elecciones amañadas.
            Sobre este triste acontecer no se crea que el plan urdido a nivel continental fue obra de la casualidad romántica y generosa del cofre de la fortuna, sino al contrario como fuerza expansiva del resentimiento y hasta el odio maquiavélico y comunistoide sembrado en las últimas generaciones, donde a través de la experiencia frustrada por equívocos y derrotas sucesivas, para luchar no contra el oso de Moscú, ni contra los capitalistas de Wall Street, sino enfebrecidos por el poder a juro que detentan los cabeza calientes sucesores de esas derrotas desastrosas, idearon toda suerte de patrañas tracaleras, pero muy sustanciosas en riqueza, para mediante el juego sutil que siempre han demostrado, como el foro de San Pablo, el gobierno gerontocrático de La Habana, y el recién fenecido de Caracas, porque hasta la fecha no se vislumbra el verdadero sucesor, mediante una urdida maniobra que naciera en los laboratorios capitalinos con el astuto expresidente Chávez, a fin de tomar el poder y para siempre en la América Latina, como medio compensatorio y frontal al inmenso dominio hemisférico sostenido también a nivel global por los Estados Unidos de Norteamérica. Para conformar tal designio que ahora se ve cojo por la desaparición del fenecido presidente Chávez y que aparenta a mediano plazo tomar el mando del huérfano conjunto el agresivo por también dinámico ecuatoriano Rafael Correa, dentro de una política contraria a la del imperio americano, pero que no rebate los expansivos imperios chino, ruso,  indio y brasileño, principalmente, el referido plan ha dejado atrás un poco la hermandad guerrillera y narcotraficante, de riesgos y sangre permanente, a fin de adentrarse en el mismo estado tildado de democrático, para con las armas esgrimidas mediante un lenguaje de doble intención corderil penetrar en lo hondo de tales sistemas a objeto de derrumbarlos desde adentro, en algo parecido a lo que sucediera entre 1945 y 1949 cuando la Unión Soviética se adueñó de los estados europeos liberados  en el Este de Europa, teniendo para sostener tales apetencias requeridas y en nuestro caso americano una cornucopia necesaria proveniente del maná petrolero que fue apaciguando, adquiriendo y hasta con el soborno frontal a muchos países de débil estructura orgánica, lo que con el correr del tiempo y la formación de instituciones paralelas que juegan a la destrucción de las ya existentes, como el caso de la Organización de Estados Americanos (OEA), y porque los creadores  de tal sistema pluriúnico, valga este neologismo, aspiran establecer en sueños alucinantes desde México y aguas abajo una gran potencia continental, que se encare con los propios Estados Unidos, aunque los ilusos no se bajen de esa utopía (Platón, Moro, Bacon) por demás truncada.
Mas como para sostener esta pretensión no bastase el intentar destruir a la primogénita Comunidad Andina de Naciones (CAN) y otras organizaciones  (Mercosur) por el estilo que las izquierdas siempre han tenido en la mira, ni distanciarse con muchos gobiernos existentes en el área que no comulgan con tales ideas fuera de contexto, arruinando así en sus ingresos a países como Venezuela o mediante cohechos y otras maniobras engañosas, el mismo diablo de la política obstruccionista y totalitaria inventó como suprema expresión del poder a la Gerontocracia en función de gobierno, para evitar toda suerte de obstáculos que pudieran presentarse en el escamoteo electoral, y por ello no solo ha creado instituciones paralelas (y también encuentros de igual estilo) como UNASUR, CELAC, ALBA y otras que ya han caído en sus garras doctrinarias, sino que con el ejemplo de los fracasos y para cuidarse las espaldas en este sentido han trazado todo un mapa artístico de América Latina, de promesas mentirosas, donde a partir de quien inspirara dicho tenebroso intento hasta ahora no desarticulado, pero que pronto por eso de las mediocridades existentes puede desaparecer en peligrosidad y no en latencia,  se ha ido aposentando en cierta forma sobre el continente iberoamericano, bajo fuerte o media penetración aunque con raíces de cierta profundidad en comunidades como Argentina, Chile, Perú, Uruguay, Bolivia, Brasil, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Salvador, Cuba, Honduras, desde luego Venezuela y otras al voleo que se pueden escapar, a lo que agregamos esa colección de rémoras usufructuarias del petróleo nacional a quienes casi se regala una buena porción diaria de hidrocarburos, por puro interés político de votos a favor en las acciones internacionales. 
Pero el colmo de este plan macabro para así dominar la América Latina y en forma permanente es no solo acabar con las instituciones internas que hacen juego democrático en los países señalados, sino que aún no contento con ello, al estilo del implantado en Venezuela se fue reduciendo el poder de maniobra de los órganos supremos del Estado en los segmentos legislativo, judicial, electoral, empresarial, educativo, de medios comunicacionales, y otros tantos que hacen imposible un equilibrio necesario para el buen ejercicio de gobierno, de donde en la maniobra internacional y por las dádivas requeridas o el soborno necesario ya señalado, se han adquirido conciencias tarifadas, al extremo que los organismos protectores del  normal desarrollo de la democracia interamericana se hallan maniatados, con la mente en blanco y cosidas sus bocas, siendo imposible acudir a las entidades internacionales en procura de justicia porque de antemano y con votos sujetos se conoce la decisión, como en el caso triste de los derechos humanos.
            Para concluir el largo mensaje de aproximación que ustedes sabrán excusar,  agrego que en este maquiavélico ejercicio de reemplazo de la verdad ha venido progresando por los mismos carriles de la desvergüenza la idea ya puesta en práctica de las familias imperiales, como se intenta en Honduras, Salvador, en el ya existente Nicaragua, Colombia con sus grupos guerrilleros de izquierda, la familia Correa del Ecuador (refiriéndome al grupo compacto, hereditario con enredos narcóticos, y no a la familia en sí), Venezuela, Brasil (Lula, ¡ah Lula! y sus compadres tipo Dirceu), Dilma deshojando margaritas, Bolivia y la compañía danzante con Evo y los compinches, y otras formas de penetración que aspiran mantener el poder para siempre, aunque los comodines eleccionarios y otros aditamentos puedan existir, para que nadie alegue la ausencia de la palabra “democracia”, así, entre comillas, y valga como ejemplo el caso gerontocratico de Cuba.  Ahora ante la desaparición apresurada del presidente Chávez  se abre un compás de espera no solo eleccionario, que aún subsiste, sino entrañable en cuanto al manejo de esas clases llamadas D y E de la población que con facilidad, constancia y halagos superfluos el extinto supo ganárselas ya convertido como sabemos,  en mito, esperanza y hasta santo, que no del poder celestial. La balanza del desafío eleccionario concluyó en  apariencia el pasado 14 de abril, y de acuerdo con su resultado a resolver se sabrá si es otro comienzo del fin insondable de la política venezolana, o el inicio de cualquier round posterior a la continuidad de la gerontocracia en que personajes sabidos y por saberse se atrincheran dadas sus actuaciones constantes,  aunque sin ampliar explicaciones hasta nuevo aviso provenientes de los cuatro grupos que dentro de la gratificada familia imperial intentan arrebatar el montón, manteniéndose en el poder per secula seculorum. Pero aparenta de verdad haber cambios. ¡Hasta cuándo, Catilina, abusas de nuestra paciencia!.     
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viernes, 19 de abril de 2013

LA RUSTICIDAD DEL GENERAL CRESPO.



        Amigos invisibles. Los perros ladran mientras la caravana pasa, y con ello me refiero a la contrariedad sentida cuando realizada ya como la mitad de esta crónica chispeante en que anduve embebido, por un pequeño traspiés de la máquina servidora  de pronto se borró todo el continente y sin copia de seguridad, lo que me sumiera  en una tristeza pasajera, superada con prontitud, por cuanto el personaje tan interesante como para sacarlo del cofre (closet) de la Historia debía reponerlo en su justa medida y según mi interpretación nada confusa pero sí discordante con posiciones oficiales, retardatarias o llenas de interés, porque este funcionario público y enriquecido al máximo por tales servicios que generan ganancias, sin embargo y pese a sus características natales y formativas llevadas como la hoja al viento, fueron capaces para reconstruir un escrito que lo enjuicie a su justa medida en el tiempo que le tocó ser conocido y dentro de los desafueros normales en toda época de transición.
       Con el interés de trazar un perfil claro pero aproximado sobre este valiente y rústico general de las montoneras que se formaban en Venezuela después de la Federación, agregaremos que lleno de una vida muy personal y cuajada de anécdotas como para deleitarse en un libro,  este guariqueño era alto, mestizo entre mulato y zambo, de piel clara, bembón, apuesto, robusto, de ojos negros mirones y grandes, la barba espesa, prieta, partida y crespa, como el pelo haciendo honor al apellido, mientras de otra visión de su persona se mostraba sencillo, zamarro, austero, amigo de los necesitados, casi ascético, sin pecar en los vicios corrientes y alejado de  los placeres tentadores que tuvo a su alcance, al mismo tiempo que dentro de ese personaje plural digno de un buen estudio sicológico era silencioso, reflexivo, místico, astuto y tosco, lleno de dichos llaneros para tapar su incultura, mas en ocasiones alegre, zumbón, sereno pero arrogante en momentos de cólera, con tratos de caballero y presentable. Codicioso, con ambición de mando y de personalidad absorbente, se decía por aquel tiempo, “al que no le guste Crespo, que se peine liso”, demostrando así la guasa en que viviera cuanto rodease al caballero, a medias. Ahora, con paciencia, arme usted el rompecabezas que he formado de quienes le estudian, para que saque conclusiones sobre este venezolano de cepa venido de la nada.
            Nuestro biografiado nació el 22 de agosto de 1841 en el poco conocido San Francisco de Cara, del sediento y yermo llano guariqueño, siendo hijo del impredecible Ño Leandro Crespo, curandero y mañoso creador de un bálsamo llamado por el vulgo “Tacamajaca de Ño Leandro”, producto oleorresinoso procedente del árbol copaiba, que se ganaba el sustento a base de estos preparados convincentes por fe en aquel inframundo de la cultura rural. Su madre, Aquilina Torres, era una morena que hacia arepas para vender, teniendo como asiento la raquítica posada que servía de refugio a los escasos viajeros de tránsito. Poseyendo en las venas algo de vasco y tinerfeña, por la miseria circundante a nuestro Joaquín le trasladan hacia Parapara, donde se le instruye en forma muy rudimentaria, hasta que en los nueve años de ser alguien atraviesa aquella vastedad circundante un tal “general” Manuel Borrego, a quien pronto se agrega el muchacho como Asistente tropero y sin brújula alguna que lo conduzca en el destino. Ya para marzo de 1858 y en los inicios de la Guerra Federal con parasitosis y malaria endémica  este soldado raso de caballería deambula por el llano que conoce, bajo las órdenes del facineroso  guerrillero “El Agachado” y del anárquico paisano Donato Rodríguez, a quienes tiempo después enterrara en el famoso Panteón Nacional.  Luego de andar con Zoilo Medrado, a punta de lanza es hecho general en 1864, terminada la guerra, y de allí comienza otra etapa ágil de su vida en que será Diputado, amigo de Guzmán Blanco, empuñador de armas en las revoluciones Azul y Reivindicadora, Encargado además de la Presidencia de la República, Ministro, Jefe Civil y Militar, y en fin, trepador en muchas posiciones públicas que le dan cierto barniz de funcionario capaz en aquel mundo iletrado o falto de luces y al que pronto llevará a la Presidencia republicana el mismo Antonio Guzmán Blanco, para sucederle entre 1884 y 1886, porque el caraqueño se da cuenta de su ascenso carismático y de lo que es, recompensándolo luego con el pomposo título de “Héroe del deber cumplido” (o sea devolverle el “coroto” que es el mismo poder), cuando ya se estrecha la amistad entre ambos generales plutócratas. Durante el ejercicio de su gobierno presidencial problemas y espinosos no faltaron, que supo eludir y hasta torear con elegancia, no solo ante el terrible flagelo de las langostas, que le obliga a rebajar sueldos y pensiones en un 25%, por no tener dinero en caja para cumplir con las deudas, sino por el problema presentado frente a ciertos miembros excedidos de la Adoración Perpetua guzmancista, y el ridículo que en 1885 le organiza la oposición estudiantil cuando glorifica como gran poeta nacional a un desquiciado sombrerero de El Guarataro, al que en imborrable burla glorifican en el Teatro Caracas, con que se incomoda al propio Guzmán Blanco.
En 1888 ocurre el episodio político en que Crespo es detenido y trasladado a la cárcel caraqueña La Rotunda, con la sorpresa que dada su importancia le acomodan alfombrada una habitación especial donde el Presidente Rojas Paúl y próximo Primer Mandatario Andueza Palacio, por separado lo visitan a escondidas, de donde con rapidez arreglada el llanero parte exiliado al extranjero. Regresado pronto del ostracismo se enfrenta luego al guanareño Andueza desatando la Revolución Legalista, que acaba con los deseos hegemónicos de este llanero y presto debe asumir la Presidencia republicana, esta vez por cuatro años, que fueron cinco, mientras la economía se va al suelo y las casas de empeño proliferan, entrometiéndose en negocios extraños, como el empréstito con la casa berlinesa “Disconto”, filial de la familia Krupp, en que sale con las tablas en la cabeza frente a las nocivas cláusulas contractuales y los daños ruinosos, por lo cual ni un céntimo de dicho préstamo  vino al país mientras el 10 % de la negociación fue a parar a los bolsillos del propio Crespo, todo ello ocurrido al tiempo que la imperial Gran Bretaña iba despojando paulatinamente el inmenso territorio Esequibo, a Venezuela. Como mandamás de aquel tiempo don Joaquín decide apoyar la candidatura de su sucesor presidencial, el insincero Ignacio Andrade, provocándose un inmenso fraude electoral y contrariando así los deseos de su esposa doña Ana Jacinta, quien al personaje lo tenía ya estudiado, por lo que una vez impuesto en el solio presidencial y ocurrido el alzamiento del perdedor general José Manuel “mocho” Hernández, en celada propicia a Crespo se le ultima por traición mediante cierto hábil tirador (un joven Obadía, de Valencia) acoplado cerca de un árbol en el sitio cojedeño Mata Carmelera, el 16 de abril de 1898, quien a las 8 y diez de la mañana al corpulento hombre peligrosamente bien vestido para ser fácil de encontrar lo bajó de la mula que cabalgaba entonces, mediante un tiro certero al pecho, atribuyéndose el horrendo crimen al general Isidoro Wiedemann, o sea como autor intelectual, resentido con él para pagar con su vida debido a un maltrato verbal anterior.
La esposa del caudillo liberal era Ana Jacinta Parejo, de duro carácter y talento rural, con suerte para esconder siempre onzas de oro en totumas que guarda con tiento, obsesionada de fantasmas y entre otras cosas fue de gran ascendiente sobre Crespo, mientras luce de pitonisa  que mediante bola de cristal iluminada asegura leer o predecir el futuro sobre una tapara llena de abejorros y donde fuera de ayudar a su marido en lo supersticioso o descifrando brujerías del entorno, como hechicera de saberes diagnosticara en negativo a Ignacio Andrade, y quien la agraciada de marras para aquel momento romántico era viuda reciente de Ramón Saturnino Silva, convirtiéndose el nuevo marido en abstemio de la vida sexual para con otras damas, pues en la obsesión perfecta vivía encerrado con ella y por esta circunstancia calurosa tuvo en esos arrebiates de alcoba once hijos, siete varones y cuatro hembras, y acaso no produjo más porque lo ultimaron en la Mata Carmelera.   Pero lo resaltante en la figura diaria del caudillo Crespo fue el rodearse en el poder omnímodo que utiliza, con cierto grupo de extranjeros favoritos, como un tal “monsieur” Parquet, de origen belga, el corso Montecatini, que apenas mascullando el castellano llega a ser Jefe de la Guarnición de Caracas, Alirio  Díaz Guerra, poeta bogotano que funge de Secretario particular y a quien le encima igualmente el cargo de Director de Instrucción Superior. Pero no se queda allí el recuento personalizado, ya que para las obras y negocios provechosos que realiza como igualmente en sus propiedades rurales, encarga de ello al novelesco conde Giuseppe Orsi de Monbello, militar florentino quien por los trabajos y ganancias a él encomendados supera con creces la labor del ministro de Obras Públicas, porque todos los contratos se entregan a este noble italiano “toero” que se dice geógrafo, ingeniero, contratista, director, inspector y administrador de tantas obras y negocios en que mete la mano por cuenta de Crespo, para salir colmada de ganancias. Pero el favorito que en esta clase de acuerdos turbios tuvo el aguerrido llanero, fue el catalán y por ende comerciante Víctor Barret de Nazaris, “premier”, consejero político y amplio Secretario General de la Presidencia, hombre de ampulosos y retorcidos discursos, que con sus riquezas acumuladas lo llevaron a reposar en el Panteón Nacional.
Este llanero incapaz en materia administrativa, voraz terrateniente y admirador de la riqueza material, pronto se encuentra con otro embaucador por el estilo de Ño Leandro, que fue el taumaturgo improvisado y pícaro tachirense, experto y lleno de títulos académicos forjados, brujo curioso, empírico charlatán y yerbatero, que con vivezas mas pócimas indígenas repone la salud de doña Ana Jacinta y una hija desahuciada, por lo que de inmediato dentro del palacete Santa Inés se transforma en el monje Rasputín de la familia, teniendo entrada y salida según quisiera y a quien Crespo en retribución de favores interesados como “médico” sin créditos le entrega la dirección de los hospitales, el leprocomio capitalino y el asilo de locos de Los Teques, donde infundiendo terror con estos enfermos desquiciados hasta de clavarles tornillos en la cabeza, realiza curaciones instantáneas y milagrosas, mientras los profesionales universitarios de Caracas tiemblan porque Crespo aspira nombrar a este compadre afortunado como Rector de la Universidad Central, de donde se inicia una protesta contra el crespismo y sus acólitos desbocados, con lo que terminan quemando un libro herbolario de dicho charlatán, como arde también la Botica Indiana, que el pícaro andino montara para ofrecer a incautos sus recetas y pócimas indeterminadas. En materia de negocios personales el marido de doña Ana Jacinta fue uno de los más ricos venezolanos del siglo XIX, con cien cuerpos de bienes, 39 casas, palacios (Miraflores, Santa Inés), hatos verbigracia El Totumo, 42 grandes haciendas, etc., etc. Anduvo en 37 campañas y 58 guerras intestinas, donde colecciona cicatrices, fue factor importante en cinco revoluciones nacionales, y peleó por catorce años continuos, para morir en la contienda.
Gran amigo de Guzmán, después se enemista con él, sin atacarlo a fondo, pero adversa luego a Rojas Paúl y a Andueza, que antes fueron  sus amigos, mientras a última hora descubre cómo se voltea Andrade, por lo que dice de él que la gallina está cantando como gallo. Crespo llevó al país a un desastre financiero, siempre rodeado de menudas intrigas, y porque no supo ni papa de administración la Tesorería Nacional se puso en bancarrota, lleno de gastos superfluos e inoportunos, pues mientras hay hambruna colectiva construye baños hidroterápicos y casinos, al tanto que intenta enjuiciar a  más de 200 peculadores, pero sin aparecer en esa lista.  Para inmortalizarse mandó a escribir al poeta colombiano Vargas Vila su “autobiografía”, que en apenas dos ejemplares costó un dineral, mientras el reinoso autor se reía porque el guariqueño le tuvo “fobia a los “versitos que fuñen” y satíricos que al tiempo lo ridiculizaban. Con sus adversarios fue muy cruel, hasta matarlos a machete, y así mismo acaba con más contendientes, o de otros modos los silencia, como el caso del general y banquero Pérez Matos, que troca su alzamiento insurreccional por tres ministerios que el zamarro llanero le ofrece, o el caso del zaraceño Velutini, que se puso bajo el amparo de  “misia Jacinta”  para que lo ayudara su marido en las trácalas financieras que luego llevó a cabo. Y hasta se burló de todos cuando nombra ministro de Relaciones Interiores a José Temístocles Roldán, ilustre desconocido que apenas  había sido archivero en un ministerio. De este personaje que tiene tanto parecido con un famoso llanero recién muerto, me ocuparé en otra oportunidad, para hacer comparaciones de esa mentalidad extraña y cabalística que siempre andara por el atajo de lo tangencial.
Con la muerte de Crespo el mundo político de Venezuela cierra una etapa de décadas y alborotos, donde el viejo partido liberal se desgasta hasta casi desaparecer, pues iniciada ya la decadencia guzmancista la orfandad del presidente  Andrade es bien palpable, acabándose el poder político de los zamarros llaneros por un siglo, que se había mantenido desde Páez, como se destruye el poder económico de la familia Crespo entre llantos y lamentaciones, para llevarla a la ruina, fuera de largos pleitos sucesorales que su desaparición plantea. Nacieron de la nada y desaparecen en la nada. Veremos repetir esta sentencia, como la bíblica del polvo, pues lo que por agua viene, por agua se va.    

miércoles, 10 de abril de 2013

PINCELADAS DE HISTORIA VENEZOLANA.



Amigos invisibles.  Para los que están fuera de esta tierra, por allá viviendo en distintos lugares del planeta, voy a colocarles en el recuerdo algunos aspectos subjetivos que pueden ilustrar de cómo se fue formando el país con sus gentes y a través del tiempo, para aparecer esta raza característica que hoy tenemos, donde con sus detalles íntimos en la mezcla obtenida hemos podido apreciar la sorpresa innegable de bellas mujeres, por ejemplo, que han llegado al estrellato máximo en su competencia de misses, o de detalles que a lo largo del tiempo se conocen porque llaman verdaderamente la atención para entender de cómo se fue estructurando la nación y luego la patria.  Son 500 años de este deambular que ahora coloco para que los presentes y ausentes añoren esa vida de nuestros abuelos que con seguridad por haberse escogido dentro de lo original, les agradará.
1599. En el ocaso del siglo en Venezuela se distinguían siete castas sociales determinadas, a saber:
1) Los españoles nacidos en Europa.
2) Los criollos o españoles paridos en América.
3) Los mestizos, descendientes de la liga genética  de blanco a indios.
4) Los mulatos, originados por la mezcla de blanco y negro.
5) Los zambos, que eran el resultado de la unión de indios con negros.
6) Los indios, o aborígenes americanos.
7) Los negros africanos o nacidos ya en América (bozales, o sea recién trasladados desde África,  y ladinos, que hablaban y entendieran el castellano).
Fuera de esta división según las mezclas obtenidas se subdividían de la siguiente manera: a) Zambos prietos, o sea producto del cruce de negro y zamba.
b) Cuarterones o moriscos, que son mezcla de blanco y mulata.
c) Quinterones, fusión de blanco y cuarterona.
d) Coyotes, por unión de mestizo e india.
e) Tente en el aire, producto mixto de zambo y tercerón o cuarentón.
f) Salto atrás, correspondiente a la mezcla donde el color es más oscuro que la madre.
Por ende, a todas las personas que no eran de raza “pura” se les llamaba sin distinción “pardos”, en aquella Caracas que hacia el 1600 se componía apenas de 30 manzanas.
En el aspecto religioso para dicha época los domingos y días de fiesta se pudo ver en los templos de la capital un cuadro vivo de las castas reseñadas, en que a la catedral concurrían solo los blancos y sus familias;  a la iglesia de la Candelaria los isleños de Canarias; a Altagracia los indeterminados pardos; y a la ermita de San Mauricio (hoy iglesia de Santa Capilla),  los negros, en su mayoría esclavos.
La vida diaria de los caraqueños, algo llena de vacíos espirituales, podemos reseñarla  según lo incorpora al lento quehacer cotidiano el cronista Arístides Rojas, quien para 1650 apunta que el discurrir  de los caraqueños durante aquel medio siglo podía resumirse en cuatro palabras cabalísticas, o sea comer, dormir, rezar y pasear. En efecto, el llamado para entonces almuerzo se realizaba a las nueve de la mañana. La comida siguiente era a la una de la tarde, y de seguidas se entregaban en los brazos de Morfeo sin rechistar salvo cualquier ronquido, hasta las tres y media de la tarde, ya para la caída del sol, horario durante el cual las calles permanecen totalmente desiertas, incluidos los perros somnolientos. Ya para las cuatro y transcurrido el mediodía, cuando ha bajado la tortura radial del astro rey, vuelve la animación a las calzadas citadinas, con vistosos paseos, visitas y exhibición de trajes por parte de los caballeros andantes, acompañados con casacas de colores, pantalones cortos, zapatos de hebilla, tricornios adornados, capas españolas para nobles distinguidos y capotes para la clase media, mientras las damas pizpiretas se paseaban con mantillas de corte andaluz, camisones de seda brocada y faldas diversas.  Durante las visitas posteriores, ocultos ya de los rayos solares, y hechas hasta horas tardías, según la ocasión, a los presentes se ofrecían mermeladas, o dulces y refrescos caseros, acompañados siempre de una servilleta doblada en punta. Las mañanas por lo regular siempre anduvieronan ocupadas, en que podía verse caminando por las calles sólo algunos hombres atareados, mientras las damas iban en busca de la iglesia, y los esclavos y negras de servicio como siempre se dirigían hacia los ventorrillos a fin de comprar frescas provisiones.
Ya para finales de este tortuoso siglo XVII, en 1699, la Gobernación de Caracas o Venezuela dispone de 14 conventos buscando el auxilio espiritual, mientras la capital cuenta con mil vecinos españoles, sin incluir esclavos y también las nuevas clases de pardos que a montón pululan por las calles empedradas.  Entre tanto y ante el terror que causan las diversas plagas existentes  y las difíciles enfermedades a curar, se venera en los templos, con fiestas religiosas, los santos abogados que intercedan ante la Divina Providencia contra al gusano destructor de las sementeras y la comida, la plaga de los comejenes silenciosos que sin detenerse en el empeño acaban con cualquier objeto maderable que esté a su disposición, desde techos y columnas para abajo. El venerado protector contra la langosta, insecto grande que en bandadas inmensas para tapar el sol y provenientes del este africano aparecían acabando con todo vestigio de vegetación y por ende produciendo hambruna, como el transmisor de la fatal viruela, que para entonces se desconocía el origen viral ni mucho menos, el temible transmisor de la peste que era otro mal bíblico y sin pensar que las ratas principalmente lo llevaban consigo para acabar con millones de seres humanos, el protector divino para destruir la epidemia de ratones que asolaban los campos comiendo de todo, y la alhorra del cacao, principal producto de la provincia venezolana, suerte de insecto pequeño y hasta de un hongo que dañaba esas propiedades agrícolas reduciéndolas a su mínima producción.  Esto entre algunos santos protectores que a veces se olvidaban de sus protegidos.
Pero lo que colmó el fin de siglo fue la  llegada a Caracas del canario y nuevo gobernador caballero y oficial de marina Don Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo, fino de facciones, y “la célebre disposición de su cuerpo” que al no entender su contenido traía a las jóvenes y no tanto caraqueñas “por la calle de la amargura” pues al pensar en aquella disposición corporal la cabeza se les llenaba de travesuras que ahora llaman pornográficas o mejor eróticas, aunque para desgracia de sus fantasías don Nicolás por algo desconocido, que pudo ser sexual, pronto entró a comportarse de una manera extraña, retraída, y de allí sigue a la melancolía y tristeza en que pasaba horas sin moverse, a pesar de las moscas,  e intentó salir en cueros, desnudo sin importarle el qué dirían de Adán, o sea a la calle el tal adonis, que lo retuvieron con fuerza para evitar soponcios, perdiéndose estas jóvenes y no tanto de tal espectáculo carnal gratuito. Y hasta aquí llegó el permanente cuento del adánico alocado, cerrándose con su chispeante historia tragicómica el siglo XVII.
Para el año 1750 y ya entrado un estilo borbónico de poder, más amplio y liberal, Caracas aparece con 26.000 habitantes algo fiesteros, por causa de la riqueza que la floreciente Compañía Guipuzcoana ha traído sobre las cabezas familiares. La sociedad mira hacia los adentros de su hogar, que se plena de imágenes religiosas y de recargados signos barrocos, en que predominan oratorios con santos y santas de diversa factura e idolatría, ampollas con sangre de mártires y calaveras traídas de Tierra Santa, sin faltar el santoral protector contra duendes maléficos y brujos dañinos en una mezcla religiosa idolátrica salpicada de superstición indígena y africana. La casa de habitación todavía recuerda los hogares andaluces en que priva el aspecto mahometano e íntimo familiar, con paredes altas hacia la calle pero de mucha vigencia en su interior, incluyendo la esclavitud aparte, junto al cepo existente para los castigos corporales. Sociedad cerrada, conservadora, donde la mentira y la calumnia podían ser llevadas a juicio, para mantener el honor y la honra familiar.  La masa de analfabetos era inmensa, porque la cultura colonial estaba diseñada para ciertas élites principalmente masculinas. Al par de los insectos circulantes, ergo las traviesas moscas, pululaban mendigos pedigüeños y algunos comerciantes bajos con pulperías pequeñas, como lo llamados blancos de orilla. Con negocios artesanales manejados por pardos, y los músicos, que eran gente de color, donde para ingresar al sacerdocio, por ejemplo, se liberaba de esta condición excepcional mediante una licencia al efecto materializada con el pago respectivo.  Quince iglesias y cuarenta cofradías guardaban el sentido éticoreligioso de los habitantes y los actos de difuntos, con un lapso abierto de ocho días, de preferencia nocturnos, eran discriminados entre la población pudiente y los necesitados de la mano de Dios, en ese sentido.  Por esta misma vía de la viveza la venta de las bulas eclesiales eran una verdadera plaga para atrapar incautos o creyentes, donde predominaban las de la Santa Cruzada, de vivos, de muertos, de lacticinios, para absolver pecados, la licencia para comer carne en días de ayuno y la famosa bula a objeto liberador del Purgatorio y  hasta del Infierno.
Cincuenta años después de lo aquí reseñado la población venezolana va cambiando para esconder antecedentes raciales como en el caso de los “salto atrás” que olvidan el origen africano escondiendo el color que puede delatarlos o esgrimiendo títulos adquiridos con pagos impuestos, como el caso inolvidable de las negras y ahora blancas Bejarano, manteniéndose aún un 40% de esclavos. Para dicha época del inicio de cambios sustanciales en que los pardos pujan por sobresalir, quienes manejan los problemas nacionales son los mantuanos, clase que usa manto y espada por derecho propio, mientras la economía y las tierras permanecen en sus manos. Este status quo se resquebraja cuando el gobierno real se entromete en sus riquezas, perturbando aquella paz con el apoyo que da a la Compañía Guipuzcoana, de origen vasco y factor importante de desarrollo. Mientras tanto prosigue un enfrentamiento solapado entre los blancos peninsulares y los iguales criollos, por acasos de privilegio, mientras los blancos no mantuanos  pierden influencia en la actividad social, lo que será acicate para iniciar las raíces de la Independencia.  Entretanto los esclavos aún no cuentan para nada en este sentido renovador y los pardos se mantienen de bajo perfil, con derechos aún cohibidos.
Acercándose a una población escasa de 600.000 habitantes, que pronto en algún tercio sería sacrificada por la guerra y sus secuelas, los mantuanos acomodados se daban el lujo de tomar dos baños por día, durmiendo tres veces en este corto período, e ingiriendo cuatro comidas  en el ínterin despierto, según deja constancia el detallista sabio Humboldt. Pero por otro lado existen los esclavos o parias existenciales, con escasa nutrición, harapos de guardar las partes pudendas y siendo indiferentes a lo que estaba ocurriendo. Apenas guardan un vestido burdo “de librea” para acompañar a su amo, y quien ayuno de medicamentos apenas utiliza hierbas para supuesta recuperación.
Ahora estamos llegando a los inicios de 1800, donde Caracas alberga 40.000 habitantes, ocho iglesias, cinco conventos, diez familias mantuanas o “amos del valle” y algunas plazas carentes de necesaria sombra. Mientras los pobres pobres (con redundancia y todo) hacen de las suyas, los mendigos no se diga, esperando la mísera limosna sabatina, prosperan los asesinatos, que con los criollos indolentes y los manumisos incapaces de trabajar andan incorporados a los roba gallinas o rateros de Caracas.  Para 1850 y ya pasada la terrible guerra de Independencia, todavía no existen sillas en las iglesias y sí pequeñas alfombras, llevadas por esclavas, a la manera del islam. El baile era apasionado, porque podía prorrogarse hasta las tres de la madrugada, en que la noche es sorda, siendo el hombre embriagado por la bebida. Los empleados de Hacienda son defraudadores y quienes se bañan en el río Guaire pueden quedar desnudos por el enjambre de ladrones que allí existen. Ya para 1852 el brasileño Miguel María de Lisboa encuentra pocos coches en Caracas, las calzadas son incómodas, el exterior de las casas reluce triste, sin edificios públicos que merezcan atención, con la ausencia del teatro (y menos un corral de comedias), pero sí muchos testimonios  presentes del horrible terremoto ocurrido 40 años atrás. En la Universidad hay jolgorio por otra colación de grados, incluida  una procesión en dos filas, con vestido negro, muceta y birrete, entre bedeles de botas rojas, mazos de plata y un maestro de ceremonias.
Esa noche como continuación del festejo por el grado doctoral del hijo de un mantuano siguió la pachanga con banquete pleno de manjares, hasta las 3 am., con contradanzas, valses y polkas conocidas, una orquesta de doce músicos y 300 luces  que abaten la oscuridad, por si acaso. Cien gruesas damas y doscientos recatados caballeros acompañaron tal ceremonia de cachondeo.
El siglo XX abre con que al general Cipriano Castro paseando en una carroza, intentan matarlo, lo que él pronto resuelve de igual modo contra su frustrado asesino, Anselmo López, y a poco, con el tremendo terremoto ocurrido, el andino presa de terror se lanza desde una ventana de la Casa Amarilla, con paraguas y camisón, para terminar luxándose un  pie, con el ay, ay, ay del dolor recurrente, aunque como se dice “macho que se respeta no llora”. Ya para 1950 el país ha cambiado dentro y fuera de su territorio, por lo que al líder Rómulo Betancourt tratan de asesinarlo con veneno de cobra, el fumador permanente Rómulo Gallegos ayuda a la buena muerte de su esposa, fumadora pasiva de este conocido novelista, que le afecta los pulmones, y el coriano Rafael Simón Urbina, hombre de pocas pulgas, asesina al comandante Carlos Delgado Chalbaud, por causas baladíes de un triste recuerdo. Resta por incluir en esta crónica espectacular el episodio inverosímil del deslave guaireño ocurrido en diciembre de 1999, cobrando algunos 50.000 muertos y desaparecidos, en una suerte de crónica roja de la muerte anunciada,  porque todos sabían lo que iba a ocurrir, detalle con que finalizo mi extenso libro “Historia oculta de Venezuela”, cuando remato las ideas al estilo juglar de Nostradamus, “y porque muchos decían, un hecho apocalíptico, como la aparición del Anticristo”.