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Escudo de Colombia 1820. |
Amigos invisibles. Como en los buenos
cuentos de hadas no vanos a caernos con especulaciones atípicas en la maraña
que ahora pienso desenredar, porque es suficiente que casi con el paso de dos
siglos, nada menos, que yo conozca nadie haya osado inmiscuirse en este
laberinto del porqué aún a estos tiempos calendarios alguien con sentido de
estudio hubiera analizado a fondo algo imprescindible en el conocimiento del
desarrollo histórico americano, o sea todo lo concerniente a la famosa Semana
Diplomática que tuvo su asiento en la ciudad venezolana de Trujillo, y donde
con toda seguridad y por las evidencias que se desprenden de lo acontecido sin
tener que utilizar los servicios de la sibila de Delfos, de sus discusiones
sensatas y estrictamente elaboradas bajo un canon dispuesto se desprende que
aquel acontecimiento por demás
importante en esencia iba a enterrar
cuatro siglos de historia compartida donde la perdidosa no por
incompetencia sino por agotamiento el destino señaló a España, que ya venía
cargando malestares siniestros desde los tiempos de la Armada Invencible y
ahora los redoblaba con esa joya de la corona que era la América hispana, auge
y caída de esa potencia colonial que con esfuerzo conocido dominara el mundo de
los intereses políticos y sociales por muchas décadas de liderazgo y fuerte
dirección.
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Escudo de España 1820. |
El problema pues, para plantearse arranca precisamente
desde cuando convienen y supongo a base de discusiones de calidad y fundamentos
válidos, a sentarse juntos en la mesa del posible entendimiento para salir de
un lío mayúsculo por el lado de los llamados patriotas o facciosos (“facinerosos”)
insurgentes, como los tildaban los monárquicos españoles, frente a frente en la
mesa de la cordialidad y la elegancia diplomática para iniciar una larga
discusión que incluso en horas
nocturnas en juego de palabras y de
tesis debatidas abarcara toda una semana de noviembre de 1820, realizado este
esfuerzo encomiástico en la ciudad serrana de Trujillo de Venezuela, cuando en
un verdadero desafío a la historia universal el gran poder que aún detenta la
España del non plus ultra, entre seis eminentes personalidades escogidas para
tal fin inician un parlamento discutido hasta con posiciones antagónicas en que
de antemano llevaba la parte perdidosa la orgullosa flor de lis borbónica, pero
que con tranquilidad y sin aspavientos de tribuna los que conformaban aquel
congreso histórico con honor debían enterrar al león ibero en sus pretensiones
americanas de mando y al tiempo de proceder a la creación de un nuevo estatus
libertario para aquellas provincias ultramarinas españolas que así lo requerían
mediante una cruenta guerra total llevada ya por años en que según sabemos con
las declaraciones finales de la contienda verbal España iba con las de perder,
porque no tenía otra opción a escoger, dando por supuesto la entrada al mundo
de la igualdad a todas sus colonias que le dieron honor, gloria y riqueza
durante cuatro siglos en el contexto de
la historia de las grandes naciones, en este caso imperios. Porque lo realizado
en Trujillo trasciende de una manera frontal en el escenario de los pueblos,
por cuanto a este congreso asisten altos comisionados por la parte monárquica
como fueron don Ramón Correa de Guevara, quien encabeza la delegación, del
aprecio de Bolívar por múltiples circunstancias y con una carrera militar pundonorosa
desde el inicio de la guerra pendiente; el noble don Juan Rodríguez del Toro,
Primer Alcalde Constitucional de Caracas, pariente de Simón Bolívar y de su
finada esposa, e igualmente el asturiano emprendedor don Francisco González de
Linares, caballero de empresas, reconocido admirador de la monarquía, propulsor
de la llamada conspiración realista de
1808, en Caracas, defensora por tanto de los derechos del Rey y persona solvente
en su integridad y cultura. Los comisionados de la parte colombiana a su vez
fueron el general de brigada Antonio José de Sucre, quien se inicia con
maestría en el ejercicio de la diplomacia internacional, ilustre militar que
llega a mariscal en el campo de Ayacucho, cumanés ilustre cuya familia perece en la sangrienta
guerra llevada a cabo, y de la absoluta confianza de Bolívar quien acompaña sin
fatiga al Libertador hasta en las encumbradas nieves bolivianas. El segundo
comisionado de la parte patriota fue el coronel Padro Briceño Méndez, culto e
instruido barinés, emparentado por lo Briceño con Bolívar, quien ya había sido
su Ministro de Estado cuando en Trujillo refrenda en l813 el llamado Decreto de
Guerra a Muerte suscrito por Bolívar y quien igualmente acompañara en la larga
guerra independentista al Libertador hasta en las llamadas Campañas del Sur.
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Su Excelencia El Libertador. |
Como sabemos estos
seis comisionados de categoría, todos con carácter de plenipotenciarios, es
decir, “con plenos poderes para resolver los asuntos” a su leal saber y
entender, es decir que sus decisiones tomadas en conjunto y debidamente
sometidas a votación, automáticamente tenían carácter de ley y comprometían en
lo adelante a las partes en conflicto, es decir que tanto el re8ino de España
como la república de Colombia debían acatar sus resultados y en eso sí eran
entonces exactos porque entonces no existían celulares ni otros medios de
comunicación rápidos para mensajes, de donde la función de la plenipotencia
valía en un cien por ciento. Desde luego que para iniciar estas conversaciones formales y sus
consecuencias respectivas en el edificio
de la Plaza Mayor habilitado para ello debieron prepararse de manera prolija y
con el acuerdo de las partes al menos dos salones separados donde
constituyeron los delegados con
funcionaros dispuestos a la labor de secretaría, engorrosa en aquel entonces,
para así desde un principio preparar la diaria agenda a discutir, mientras cada
grupo de plenipotentes cruzaban ideas y decisiones de cada parte que se debían
llevar a la mesa del diálogo para ser aprobados o improbados, de acuerdo con
las decisiones a tomar, tema por tema y artículo por artículo, con votos
emitidos, en cuanto fuere necesario, lo que una vez escrito en buena mano y
hecho como documentos principales en dos copias exactas a un mismo tenor y
efecto, debían presentarse a la mesa de la plenipotencia para ser firmados y
canjeados dichos escritos, a la espera de la resolución final. Es por ello que
dentro de la diligencia necesaria cada grupo participante debió trabajar
durante una semana hasta en horas de la noche (10 pm. o más tarde), como se sabe,
para tener al día la documentación necesaria y aprobada, que se iba recopilando
a fin de obtener resultados en la decisión final, que como sabemos fueron dos
documentos, cada uno de gran importancia en los anales de la diplomacia
americana y también de la regularización de la guerra que ya atemperada aún se
mantenía cruel y salvaje. Sea necesario recordar, y aquí estampo algo
importante que en los prolegómenos necesarios para llevar a cabo este encuentro
fundamental, entre las misivas cruzadas por Bolívar y el valeroso conde de
Cartagena, alguna monárquica pudo salirse del cauce, lo que enfurece al
caraqueño y responde de manera agria agregando que primero se irían los
españoles de América antes de él aceptar una condición previa y solapada hecha
a solicitud de la parte peninsular, lo que se conoce por las cartas existentes
al respecto, todo ello en base a que el Libertador entonces bien conocía la
situación de penuria en que andaba el
ejército español y porque Morillo que todavía un año antes se jactaba de ganar
la guerra, en cambio ahora el caraqueño se sentía seguro de ganarla.
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Marqués De La Puerta. Pablo Morillo. |
Todo en el fondo de esta semana diplomática se llevó a
cabo bajo un cronograma discutido y aprobado por las partes, salvo en el tercer día de la
discusión que por lo que se desprende fue dura, con argumentos rebatibles y sin
dar el brazo a torcer por cada grupo plenipotente, lo que en la tozudez llegó
al extremo de sacar de quicio al grupo español por lo radical de la postura
patriota, que estuvo a punto de romperse por falta de entendimiento estas
conversaciones, cuando los hispanos ya estaban dispuestos a salir de Trujillo
rumbo al cuartel general de Morillo establecido en Carache, aunque desconocemos,
por no aparecer documentos sustentables al respecto, que deben reflejarse en la
correspondiente Acta de trabajo y discusión de ese día, y lo que a última hora
pudo salvarse del desastre por obra de la capacidad persuasiva del general
Sucre que con su valimiento y sosiego bajando acaso un poco la presión de lo solicitado por el bando
patriota pudo llegarse a un avenimiento de las partes plenipotentes. Otro caso
ocurrió al final positivo de estas conversaciones, cuando el grupo que representa
a Colombia y a Bolívar desde luego, emnsistía en cambiar los límites acordados
en cuanto a la división territorial para mantener el cese al fuego y el poder
de cada parte en conflicto, en lo que al fin aceptó la delegación colombiana en
no insistir sobre el pretendido pase a su favor de la provincia de Barinas y
otras zonas llaneras, con lo que pudo finiquitarse y con buen rumbo la clausura
de las convedrsdaciones y los tratados consiguientes que se elaboraron para la
firma entre las partes interesadas, de todo cuyo capital político y con
fundamento primordial en base a lo acordado que tiene fundamento de ley derante
esa larga semana diplomática sin ninguna duda de mi parte y en base a los
conocimientos que he tenido a lo largo de los años han debido levantarse actas que
dieran fe a posteriori de todo lo acordado, sin considerar aquello como un
conciliábulo de masones por el interés oficial y presumido de ambas partes, una
de acvabar esa guerra sangrante que los ojos de Fernando VII lo twenía exhausto
y sin saber qué hacer, y de la otra paerte de pronyo ganar la guerra, según
bien lo tenía calculado el libertador Simón Bolívar.
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Mariscal Antonio José de Sucre. |
Aquí aparece el verdadero enigma de este escrito, si bien hubo cierto
secreto aunque a voces sobre lo que seis plenipotenciarios producían para el
cambio político de América y sin que ni Morillo ni Bolívar se entrometieron en
ello, guardando las distancias protocolares y los reglamentos marciales, no es
menos cierto que de manera diaria sobre
lo convenido a diario por vías oficiales de suma rapidez terrestre, de ambas
partes emanaban despachos contentivos de esos avances de tales conversaciones
apremiantes, por lo que con prontitud necesaria y por esperarse tales avances
ocurridos, correos especiales de información salían de la parte patriota hacia
la capital de Colombia, o Santa Fé para informar al Vicepresidente Santander,
como de igual manera iba correspondencia oficial al general Carlos Soublette
hasta Angostura, encargado del Departamento de Venezuela, en la llamada
república de Colombia, y también a otros personajes vinculados al asunto con
residencia en Caracas, como con más paciencia y en base a los acuerdos y actas
de este fundamental primer encuentro diplomático para el porvenir de las
provincias españolas en América ya en vías de ser repúblicas autónomas, la
secretaría de Estado que conduce Bolívar envía también esa correspondencia con
detalles sobre todo a las provincias del Sur americano, ansiosas de esperar
esas noticias, pior lo que con rapidez todo lo ocurrido en Trujillo y sus
secuelas, que mediante los serios debates ocurridos, porque aquello no era
juego de niños, reposan debidamente en documentos de la época, de lo cual por razones
desconocidas y no por obra de terremotos, de asaltantes de caminos, porque
fueron muchos y del conflicto en marcha que por cierto estaba en suspensión de
hostilidades, deben existir esos documentos de base, firmados y refrendados,
que considero dispersos por causas no aclaradas, siendo todavía extraño con la
capacidad de los archivos actuales que nadie haya hecho seria incursión en
tales documentos magistrales y de sobrada importancia, como ya lo he dicho.
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Entrevista de Bolívar y Morillo. |
Por manera que (aquí record office etc) no queda otro camino que comenzar
a visitar de una u otra manera los lugares oficiales o archivos y bibliotecas donde
pueden existir algunos de esos documentos, para estudiarlos entre sí de lo que
nunca hablaron o supieron en un silencio cómplice historiadores de la talla
reverente e icónica como Mario Briceño Iragorry, Vicente Lecuna y Cristóbal L.
Mendoza, porque de alguna manera debe saberse a ciencia cierta lo ocurrido con
ese silencio sepulcral tan enigmático, que puede suscitar a muchas
interrogaciones por esclarecer lo ocurrido de su secreto misterioso u omisión
genérica y más cuando con rapidez se acercan los 200 años de su firma en la
ciudad de Trujillo, que deben conmemorarse como bien corresponde. Por consiguiente
no queda otra manera que proceder en consecuencia.
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