Amigos invisibles. Acabo de leer y estudiar el libro intitulado de esta
manera, producido por el experto historiador Herbert Braun, aún joven hombre de
letras colombiano cuyo subtítulo se refiere a la Vida Pública y Violencia
Urbana en Colombia, trabajo académico imprescindible que se caracteriza por la
profundidad del estudio que acomete moviendo a cultivar una honda reflexión por
aquella compleja dualidad en que se desarrollan estos países bolivarianos que
son Colombia y Venezuela, como nacidos del diktat del ilustrado caraqueño que
quiso recomponer a su manera el otro desastre de una Armada Invencible que tuvo
la Madre Patria cuando se desligaba de sus obligaciones familiares ante el despertar
y la hecatombe ocurrida en la Hispanoamérica del siglo XIX. En verdad que dentro del poco tiempo
disponible para ejercitar la vista con otros compromisos intelectuales, el
texto que menciono y dentro de las múltiples atracciones que siempre mantendrán
ambos países nutridos por una larga frontera material, social y espiritual, ha
conmovido mi juicio interno de lo conocedor que puedo ser sobre la vida de
ambos territorios por las motivaciones gemelas que pudieran darse dentro de la
convulsa vida que pudiera ocurrir en cualquiera de las dos países hermanas. Y
porque ello está a la vista en cuanto a los acontecimientos que se suceden, es
oportuno traer a este espacio el recuerdo imborrable y tenebroso de aquel
acontecimiento siniestro que marcó una brecha histórica demasiado ancha como
para hablar de un antes y después de ese asesinato injusto, todavía sumido en
penumbra de misterios, que impidió cambiar la paz de una patria integrada en un
desarrollo cuestionable y que sirviera de impulso para la visión de otro país
desconocido quizás, que con el huracán de aquel acontecimiento siniestro abre
las puertas a una violencia étnica inusitada por la que el fronterizo territorio
ha transitado en el lento vagar de medio siglo, con centenares de miles de
muertos y desaparecidos como ejemplo del descarrío público que cambió la faz de
Colombia, todo hecho en tan breve momento como para provocar un tsunami terrestre
que con una ola gigantesca despertó los más siniestros episodios de maldad y de
odio conocidos por muchos y que aún se atraviesan por encima de congresos de
paz y otros aditamentos necesarios buscando que vuelva a Colombia la primavera
de las ilusiones para salir al paso mientras
se construyen los fundamentos de un nuevo estilo de convivencia.
Colombia, como Venezuela a lo largo de los siglos de su gesta ha debido
transitar por caminos diferentes y complicados, donde se perfilaron los
cimientos o estructuras de una nación diversa y multicultural, por lo que desde
tiempos atrás han aparecido personajes de importancia con su impronta
intelectual que no solo forman parte de la Historia en movimiento, sino que
dejaron una estela luminosa como para abrir caminos en la intrincada senda del
diario transcurrir. Por ello desde la independencia de ambas naciones, con los
traumas vividos y un casi paralelo quehacer dentro de aquel mundo decimonónico
que inspirado en ideas novedosas presentadas por filósofos y otros pensadores
fueron colmando el siglo dentro del desarrollo que giraba entre la opresiva
clase estamentaria y el concepto de una nobleza en decadencia, que dieron pie a
la formación de partidos e ideas acordes con el tiempo, de donde al momento en
Venezuela florecen grupos importados de novedosas ideas liberales como
conservadoras, que mantuvieron en vilo todo el tránsito del siglo XIX hasta
bien entrado el XX, desangrándose los países
con un desarrollo industrial en pañales y pensamientos en pininos como
las izquierdas de diferentes escuelas cismáticas, mientras subsisten guerras
continuas emparentadas y feroces, que para el caso y coincidiendo en el tiempo
fueron de los Mil Días en Colombia y la lenta entronización en Venezuela de un
cambio con perspectiva que pudo llamarse la larga dictadura gomecista. Pero en
este andar de parte y parte fronterizos la figura de los caudillos se sostiene
entre puntas de lanzas y combates para luego emerger por allá en los años
veinte otras figuras con ideas de mejor contenido, como fue el necesario cambio
de un mundo feudal conservador para entrar mediante los votos en lo novedoso
del siglo XX, cuando emerge en Colombia el partido liberal que con una pléyade
de figuras como Olaya Herrera toman las riendas del poder para cambiar la faz
hacia un nuevo país.
Es en este momento de los años XX cuando aparece en Colombia un joven luchador
que con otra visión estructural desde un inicio aspira a ser Presidente de la
República, mientras suenan los claros clarines de aquellos que cantaba el nica
Rubén Darío. Pues bien de este que ahora vamos a señalar futuro líder Jorge
Eliecer Gaitán, es bogotano al aparecer nacido en los albores del 1900 como
hijo enfermo y flacuchento de una maestra con ideas progresistas y de un
autoritario y terco vendedor de libros usados, lo que daba apenas para comer,
pero como el muchacho de tez morena y desenfadado tenía imaginación para el porvenir
con un rigor de estudio y entendimiento se abre paso cual meta a sustentar, de
donde con esfuerzo del bolsillo pero no de la razón va a la Universidad, se gradúa
de Abogado, y como le gustaba la carrera penal para defender a tantos apremiados
de justicia con mayor impulso se va a Roma para oír y entender al gran maestro
Enrico Ferri, que lo colma de ayuda intelectual, y luego graduado con algunos honores
regresa a Colombia a fin de comenzar una vida que lo encaminará a toda costa
para defender al necesitado. Ya establecido en la capital bogotana comienza su
fulgurante carrera política en un viaje
diverso oscurantista, sujeto a la defensa de los humildes, deslastrado de
guaches, que aspira al cambio social y donde se hace conocer con el famoso caso
de las bananeras y la masacre habida entre costeños, tan bien descrita por el
nobel García Márquez, lo que le lleva a acercarse con puntos de vista
personales al bajo pensamiento liberal de entonces.
Para llegar al luctuoso 9 de abril de 1948 fue necesario correr mucha
sangre y sufrimientos o adversidades dentro de aquella sociedad recogida, mediatizada desde un inicio y sometida a
dictámenes de arriba que profundizaron consecuencias como fue el caso
revolucionario de los Comuneros, hechos que desde luego bullían en la mente de
aquel pupilo que se formaba para ser un político didáctico, según el pensar de
Braun. De un inicio y como para ampliar el radio de acción Gaitán fue un ser
impredecible, desconcertante que
confundía a los críticos como hombre excepcional, cuando no entendieran en qué
aguas navegaba y sin saber a ciencia cierta si en lo interior era socialista o
fascista o una suerte de mezcla explosiva en ese sentido, siendo en el fondo un
pensador en continuo experimento de las ideas, poseído de cierto estilo
distinto, mientras en su existencia jugaba
una variedad de papeles mediante el uso de posiciones radicales, todo ello
practicando la política como un acto magistral de equilibrio, lo que le suma
una adhesión popular sin precedentes, como atisba a escribir el crítico Braun.
Desde luego que el mundo social lo llamaba para acercarlo al partido liberal
lleno de vicios y caudillos pueblerinos, guardando ciertas distancias, mientras
estudia de corazón el Derecho y le fascina la idea de ser presidente de la
república. Así entre becas, estudios, desórdenes que encabeza contradiciendo a
profesores y otras singularidades más de su carácter convulso ingresa en el
mundo de la política para apoyar al poeta Guillermo Valencia a la Presidencia republicana, y mediante el despliegue de su
verbo estudiantil con rapidez Gaitán sale en hombros de la multitud. Desde 1920
ya abreva en el Derecho, con la palabra injusticia que lo fustiga, va a Roma, estudia,
conoce de diversas materias y regresa a Bogotá para trabajar en el sentido
impetuoso profesional. A los 26 años ya
parece encontrar un camino político cierto, original, visionario del mundo y alejado
de la tradición empecinada, mientras se distancia de ciertos esquemas pero con
un profundo arraigo popular, nada propulsor de esquemas marxistas, mientras
circula por la fama en su carrera profesional. A fines de la década del treinta sobresaliendo en el
mundo liberal piensa en su ascenso al poder con un verbo de frases estereotipadas al que se prestaba
atención, con discursos de largo alcance en la calle o en el Congreso del que
forma parte, ofreciendo detalles efectistas, como cadáveres mutilados, injusticias
y accesos de cólera, con signos de su
gesto duro y agresividad en el lenguaje, como motivos recurrentes de su
oratoria popular, al tiempo que Enrique Olaya Herrera lo escoge como Segundo
Designado a la Presidencia y preside la Cámara de Representantes, siendo ya en
solitario figura suprema del ala izquierda del Partido Liberal en el mundo conservador
que le rodea, mientras al “Negro Gaitán” rezagado por sus ideas algunos
liberales y conservadores le atacan, cuando abandona definitivamente al grupo liberal en octubre de 1933,
esperando así los cambios históricos en la sociedad colombiana. Gaitán regresó
al Partido Liberal luego de dos años de
ausencia convertido en gran figura nacional y en Alcalde de Bogotá (1936), con
otros modales y su gracia característica, mientras asciende en el poder junto al
vaiven social que domina aquella capital, ayuda a la clase menesterosa y
embellece la ciudad, antes de volver a la vida privada.
Ministro de Educación, donde se enfrenta a las ideas eclesiales, y del
Trabajo, espera una oportunidad presidencial. Reforzando su atractivo magnético
dentro del país político y el nacional, con arreglos a puerta cerrada, mientras
continúa su habilidad para introducir confusión (base del éxito obtenido) en
cuanto le concierne, jugando así un doble papel teatral, al tiempo que se agudizan
las divisiones liberales entre maniobras y posiciones ambiguas. “Sabía lo que
hacía” este orador nato y maestro de la escena, que años después en algo y mucho se copiara (retórica, acento
lírico, ilusiones, etc.) el malogrado y sufriente de delirios de grandeza Hugo
Chávez Frías. Gaitán, “aventurero peligroso” ahora se había convertido en otra
amenaza con sus avalanchas multitudinarias. Va con Turbay Ayala a unas
elecciones presidenciales, que pierden pero Gaitán, el demagogo, las transforma
en victoria para él, como disidente en ideas, mientras se desarrolla la IX
Conferencia Panamericana en Bogotá, y allí el orden público ya depende de lo
que diga el doctor Gaitán. Así llega el siempre recordado y terrible 9 de abril
de 1948. Hombre de patear calles y vida de café, nunca pensó que podía morir al
ser una amenaza social y en ello ahora muchos coinciden. Orgulloso, bien vestido, transcurre la una de
la tarde de ese viernes y acicalado como buen cachaco, mientras sale de su
oficina para almorzar en compañía del político Plinio Mendoza Neira. Por cierto
y ya que es importante decir, a las tres de esa tarde el Negro Gaitán tenía
cita con un recién conocido y fogoso joven cubano al que llaman El caballo
Fidel, en referencia con su estatura, delegado
entonces a un paralelo Congreso de Estudiantes Universitarios coincidente con
la Conferencia Panamericana, mientras a la una y cinco de la tarde juntos salen
ambas figuras liberales, acompañados de tres amigos atrás, y al momento sonaron
tres disparos y luego un cuarto, mientras Gaitán cae pesadamente al suelo, boca
arriba, bañado de sangre en la cabeza que le brota, dificultad para respirar y
muy poco pulso, con dos tiros en la espalda que le perforan los pulmones y el tercero alojado en la base del cráneo, es
decir que ya estaba en fase de extinción vital. El asesino de inmediato fue
aprehendido, que es Juan Roa Sierra, supersticioso deschavetado mental y
sufriente por igual de delirios de grandeza, al tanto que Gaitán es llevado a
la cercana Clínica Central, con los peores augurios. Entretanto ya se oían
alaridos populares y sollozos compulsivos, mientras se daban gritos callejeros de que ¡Mataron a Gaitán¡ y
al asesino se le resguarda al fondo de la Droguería Granada, al tanto que este
homicida afirma sobre el asesinato que hay “cosas poderosas que no pueden
decir”. A poco entraron algunos al sitio
de su guarda, de donde es extraído a empellones, agarrado del pelo y se le
arrastra violentamente sobre el pavimento mientras que la furia popular se
ensañaba con alguien a quien nadie conocía. Gaitán no recuperó el habla ni el
conocimiento, mientras el despojo humano del asesino era arrastrado por la
carrera séptima hacia el Palacio Presidencial. Y la radio de entonces llevó la trágica noticia
a todos los rincones del país, con lo que se instiga los graves disturbios a
venir, algo así parecido a lo del famoso caracazo habido en la gran Caracas,
años después. Así poco a poco las calles
de Bogotá fueron llenándose del pueblo indignado por lo que acontecía, como una
turba encolerizada que deseaba plantarse en las puertas del Palacio Presidencial,
o sea ante el propio Mariano Ospina Pérez, exigiendo venganza, o lo que se
llama la vindicta pública. Desde ese momento el orden social comenzaba a
desmoronarse en Colombia con los violentos casos a sobrevenir que darían un
vuelco de 180 grados a la vida de la nación.
Como buen político conocedor ante
la arremetida imparable popular el Presidente Mariano Ospina declara el estado
de sitio y la severa censura mientras el populacho enardecido y muchos ya
borrachos de aguardiente o chicha comienzan a hacer de las suyas en un caldo de
cultivo tan propicio. Así se inicia un capítulo presidencial sobre el affaire
en mientes, donde aparecen figuras como el desubicado Laureano Gómez y el
astuto tolimense Darío Echandía, cuyas discusiones y entretelas darían para
escribir un tomo mayor. Por su parte la
ciudad y en especial el importante e histórico centro, lleno de joyas coloniales,
comienza a arder por cuadras y más cuadras de edificios, mientras los delegados
presentes a la Conferencia Panamericana sienten cierto temor sobre sus vidas y
el americano General Marshall toma ciertas medidas de cautela en salvaguarda de
sus intereses. Entretanto, además, la chusma gaitanista ennegrecida por el humo
y cenizas circulantes estaba destruyendo la ciudad, no con ánimo de saqueo sino
con sed de venganza. Como segundo episodio de la revuelta los ensoberbecidos
viandantes recurren a la violencia para abrir ferreterías que guardan objetos
de labor, esta vez criminal, que es cuando
los soldados abrieron fuego para amontonar heridos y muertos unos encima de
otros. Y como Dios es grande, para no decir Alá, una lluvia que matiza en la
ciudad permite que las llamaradas no sean peor en medio de algunos diez mil
hombres ávidos de sangre, la totalidad de la Policía Nacional que se pliega al
furor del momento y los fanáticos suicidas que ya bajan desde los cerros
aledaños. Mientras los dirigentes del gobierno concluyen en que lo sucedido es
una conspiración comunista internacional preparada con ocasión de la Conferencia
Panamericana, y en tanto que el píllaje continúa, la mayor parte de los edificios públicos
arden mientras la turba humana sigue enloquecida y reina la oscuridad, o sea el
servicio eléctrico, a ello sumándose la quema de vehículos y la pasividad de
los militares por el temor a que los soldados pasaran a las filas enemigas del orden.
Entonces se saquean archivos y escritorios, arden tranvías y automóviles
privados, los embriagados se trepan a los techos vecinos, y la plaza de Bolívar
se llena de cadáveres, porque la consigna de estas mentes enfermas era destruir
todo lo que hasta ahora era respetable, arrasando almacenes al tiempo que se arrojan las mercancías a la
calle. En un raro efecto social de pasiones primitivas y para ahogar el miedo las
partes beben sustancias tóxicas en un rito satánico, mientras se amontonan
escombros notándose montones de excrementos en las calles, en el deseo
colectivo de exterminación. Y todos los edificios centrales del gobierno (extendidos
en doce cuadras de largo y siete de ancho) caen en esta suerte de maldición
satánica, hasta cuando aparecen los infaltables cocteles molotov, y se penetra
en los edificios religiosos para quemar libros, destruir altares y allí también
defecar. Gravemente averiados fueron 157 inmuebles de alto valor y 103 en su
totalidad destruidos, mientras el
alcohol se convierte en base de solidaridad, sin distinguir entre liberales y
conservadores, la multitud se vuelca hacia los símbolos del poder político y
sin tomar en cuenta a los delegados extranjeros que cerca sesionaban en la por
demás importante Conferencia Panamericana. De aquí que según se asienta, el llamado
Bogotazo fue un asunto entre colombianos.
¿Cuántos murieron aquella tarde fatídica de anarquía total?. Nadie lo
sabe aunque por análisis se cuentan miles. Los cadáveres fueron
recogidos con premura en fosas comunes para evitar epidemias, mientras los
americanos allí presentes calcularon en 2.500 los heridos, como en cualquier
ciudad importante europea de la Segunda Guerra Mundial. Valga recordar que Fidel Castro nunca pudo
reunirse con Gaitán (los comunistas colombianos eran pocos y opuestos a sus
prédicas anárquicas), aunque actuó en la asonada popular, como lo asienta Braun,
en ataque con fusil a una estación de policía, aspirando ir contra el Palacio
Presidencial, pero lo que sí hace es colarse en una emisora de radio y tratar de
convencer a un grupo de soldados para que se unan a la muchedumbre encolerizada.
Finalmente y ya acabado su trabajo, el delgado cubano en la Conferencia
Panamericana lo ayuda con rapidez a salir del país. Pronto la violencia entró
en las campos de Colombia mientras varios escogidos para suceder a Ospina declinan
la postulación y éste suelta la famosa frase “Vale más un presidente muerto que
uno fugitivo”, pronunciada por el antioqueño Ospina Pérez que tranquiliza
entonces los espíritus revueltos y los ánimos de lucha, desvirtuando así una guerra civil inevitable.
De esta forma los conservadores siguieron en el poder, mientras Ospina estaba
convencido que los comunistas eran
responsables de la asonada. Entre tanto se abrió una investigación sobre Juan Roa
Sierra, sobre su vida y misterios, que alcanzó oficialmente la bicoca de 25 años,
y hasta 30 en verdad, donde nada pudo demostrarse en contrario sobre el grupo
de salvajes intervinientes extraños al país y donde intervino de manera
especial el grupo detectivesco de la Scotland Yard británica, sin llegar a
conclusiones e incluso en ello fue investigado el venezolano Rómulo Betancourt,
presente al momento en Bogotá, por su pasado comunista. Es bueno recordar
también, que cien mil personas asistieron finalmente al entierro del doctor
Gaitán, cuya figura rompió en dos la
historia colombiana al extremo que el próximo 7 de agosto de l.950 el Negro
Gaitán hubiera alcanzado la Presidencia de la República. Y ya para ese año la
violencia había consumido a 19.000 colombianos.
Voy a dejar aquí en claro y abierto este trabajo para que usted con perspicacia
lo continúe y termine, atando cabos desde luego, porque es mucha la tela por
cortar y bastante los implicados tras bastidores. Enhorabuena, pues, a objeto
de que con paciencia saque nuevas conclusiones que le permitan interpretar todo
aquel sibilino entramado de entonces,
porque con hechos como ese y los paralelismos usados desde antaño, o los mismos
montajes que se fabrican a diario, algunos kamikazes de fortuna alborotan el
gallinero latinoamericano para sonar, cuya pasión del ruido más les interesa. ¡A
la carga¡.
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