Amigos invisibles. De las tantas
vueltas que he dado a la cabeza o el entendimiento puedo asegurar que esta
afirmación es desde luego verdadera en cuanto a ser único y peligroso cierto
invasor de los Estados Unidos, el grande e impugnable territorio jamás profanando
y agredido por extraños exitosos en la suerte de guerra hoy superada mediante
fases asimétricas y de alta evolución tecnológica que permite al momento
exposiciones crudas capaces de obtener resultados terroristas como los
acontecidos en las Torres de Nueva York y ahora con los explosivos chechenos en
Boston, digo, eso aconteció con un humilde mexicano, que lleno de bravura y
para saldar cuentas pensadas a su modo, con un grupo de asaltantes armados decidió
romper barreras de esos que llaman de antemano hilos fronterizos que hoy han
sido superados por otras modalidades de contención, para a manera de venganza
adentrarse en el extenso territorio de Nuevo México, que antes del general
Santa Anna fuera mexicano “y muy macho”, para cumplir su palabra y volverse
airoso a las tierras de Benito Juárez o del cura Miguel Hidalgo Costilla, habiendo
practicado su cometido a las anchas para darle a entender a los Estados Unidos
de entonces que la fuerza no reside en la vulgar potencia, sino en aquello que
se llama astucia.
Pues bien, a fin de referirnos sobre
este personaje pintoresco y aherrojado, que si estuviéramos en Francia lo
compararían con Juana de Arco o el mismo Napoleón, es necesario asentar que en todo
el tiempo de nuestra existencia han pululado caudillos, buenos o malos,
retrógrados o adelantados, que en una u otra forma han conducido sus pueblos e
ideales por sendas personales, dejando sentir su peso espinoso o digno de
interpretación dentro de lo que se llama Historia, ciencia colmada de aristas
por cierto, y donde en el desmenuzamiento de la persona se va entendiendo lo
que pudo hacer o destruir. Y viceversa. Mas como complemento del tema los tenemos
en nuestra América sufrida que siempre se ha dividido en dos partes, porque
según el ojo avizor con que se otea el horizonte, podemos explicar muchos
razonamientos y circunstancias que con el tiempo decantado se pueden asumir a
este respecto. Así vemos la línea hipotética del Río Bravo como cualquier frontera
huidiza del “no man’s land”, de lo imposible a suceder, que fue una suerte de
piedra de tranca donde en variados sentidos se desataban las mayores pasiones y
los peores encuentros, porque a decir verdad el inmenso imperio español abarcó
buena parte de lo que es hoy los Estados Unidos, refiriéndome a su territorio
en sí, donde a partir de una concreción ideológica rezandera calvinista y
cuáquera se admitía todo sin escoger para después en las recias iglesias
protestantes lavarse las culpas y hasta la impunidad, fuese el genocidio aborigen
de sus praderas y montañas, el holocausto indígena, la extirpación de los
millones de búfalos mandando el gran “Bill” a la cabeza, hasta el ansia
sedienta del oro con los cementerios adosados y sus burdeles aguardientosos, el
caso emblemático del severo Gerónimo, héroe natural de ese pueblo cautivo, la
emigración dolorosa de caravanas hacia el Oeste, rodeada de bandidos de toda
especie, que llegaron hasta los tiempos de Al Capone, para recordar aquel
tiempo de lucha, y el eterno enfrentamiento racial ante lo proveniente del Sur,
es decir con los herederos disminuidos del imperio que comenzara en 1492, durante
Felipe II sigue con Lepanto y la Armada Invencible, que sumando derrotas y desastres,
termina en la triste aventura perdedora a que se obliga España con la Guerra
Hispanoyankee de Cuba. Y para no seguir este diálogo sordo citaremos apenas los
tantos episodios que se acumulan desde cuando los Estados Unidos le cercenan al
imperio mexicano algo así como la mitad de su territorio y sin chistar, porque
la ley y el orden o como quiera llamarse se imponen desde el Norte impulsor por
los conductos naturales de la presión, algún puñado de monedas y de la muerte.
Sobre ese espectáculo de miseria aparente
en que para el momento se desenvuelve México, con cuyo aporte se va a construir
este trabajo dominado por una población mestiza con fuerte preponderancia
indígena, que no entiende sino de la rapiña para poder sobrevivir y del desconocimiento
del mal a su sana interpretación, donde desde luego abundan caudillos menores y
mayores por obra de la oportunidad en que se labran estrategias y desafueros, esta
saga de lo restante de la Independencia vamos a reconstruirla finalizado el
largo período porfirista, que a su caída desata toda una presión social basada
en los problemas del agro, la explotación del latifundio, la baja
productividad, el apetito desordenado de la clase emergente sobre bases de
lucha y odios ancestrales, y en lo que atañe al norte de México, a la continua
mala comunicación mantenida entre las dos fronteras, llena de pleitos permanentes,
o sea entre el aprovechador norteño esperanzado en mayores ganancias, y el
afligido sur, vacilante, dominado por castas saqueadoras de una sociedad
polarizada que impedían con la miseria y el caudillaje una mejor visión hacia
el futuro, de donde aparecen con cierta premura algunos ideólogos reformistas y
sus aspiraciones al poder en 1910, luego de despedirse de la escena suprema el
porfiriato y el gestor inmaculado Don Porfirio Díaz, el de los bigotes entorchados,
lo que da cauce a que se desate una lenta revuelta interior provocada, como
dije, por la miseria y la rapiña de ciertos conductores populares. En este caldo
de cultivo va a aparecer bien pronto y como consecuencia de la beligerancia, un
hombre venido de abajo, o mejor de muy abajo, pero que con prontitud en aquel
medio donde todo puede ocurrir, será el personaje que como dije osó invadir a
los Estados Unidos, para triunfar en la acción, y luego burlarse de sus
perseguidores por mucho tiempo en la hazaña más grande de aquel período histórico
vivo y transitorio, al extremo que cansados en esa búsqueda infructuosa los
ejércitos dirigidos contra él decidieron cerrar la operación coronada de
fracasos y por otros sucesos de carácter mundial que estaban prestos a suceder.
Y
como ya me estoy refiriendo al célebre Francisco Villa, que en realidad
era Arango, someramente diré que nació para vivir 45 años intensos en aquel
México de fronteras inconclusas y donde la vida no costaba nada, un día de julio
de 1878, para dejar sentado su nombre como guerrillero y fiero invasor de los Estados Unidos, en
aquel tiempo en que el combate diario era la razón de existir, como ocurría en
toda la América Latina y en especial en Venezuela, plagada de esta gente que
conducen con sabiduría campesina personajes envueltos en decires, tramoyas y
fantasías que recuerdan a Antonio Guzmán Blanco, Francisco Linares Alcántara y
Joaquín Crespo. La infancia de este Pancho Villa fue pobre y como todos aprende
por necesidad imperiosa en el Durango natal y otros sitios escogidos a
subsistir, mas como la guerra permanente era buen oficio para crecer, desde
muchacho se agrega a ella en una etapa desconocida a raíz del exilio lejano del
general Díaz, que desata toda suerte de pasiones e intereses, como de desastres
a partir de entonces, en que destacan intelectuales de poco fondo, políticos
mañosos y sobre todo militares de diversa estola cuando ya nuestro Pacho Villa
hace conocer su nombre por los desfiladeros, montañas, gargantas y sedientas planicies
norteñas, porque cabalga en briosa mula o caballo amaestrado, cubierta su
cabeza del típico y alón sombrero, y cuyo pecho está rodeado en equis con
cartucheras de cientos de balas para herir o matar. Así en este tiempo de andanzas tan pintorescas
en que era seguido por subalternos o peones de a pie y con machete en mano, su
nombre se hace conocido para entrar en disputa conformando una serie de
personajes que con rapidez desfilan por la Historia de México, tan
controversiales y distintos entre sí, la mayoría de poca duración en las
alturas de aquel poder endeble en que muchos
no murieron en su cama, y dentro de ese vaivén permanente de una guerra que nadie
comprende porque no tiene fondo sino consignas al garete, el agraciado Pancho
Villa une su mesnada y en múltiples combates que son conocidos apoya la causa
que sostiene el indeciso doctor Francisco Madero, por allá desde 1910, mientras propaga
sin sentido un “agrarismo” como problema de la tierra y su reparto, sin base
alguna científica y menos filosófica, también la necesidad de una ley agraria,
en lo que tiene coincidencias con el líder Emiliano Zapata, mientras va
creciendo cual estratega y jefe campesino este “Centauro del Norte”, así
llamado. Y en peleas intestinas que terminan frente a numerosos cadáveres, no
se entiende para nada con Victoriano Huerta (después muerto preso y envenenado
en Fort Bliss, Texas) quien lo condena a muerte, pero Madero le salva en 1912,
y también Venustiano Carranza en las rencillas del poder lo despreciaba “por
bandolero”.
Como buen líder de esta revolución
con causa su época dorada transcurre entre 1911 y 1920, con los altos y bajos de la contienda
permanente, donde se asaltan numerosos trenes y las “adelitas” compañeras no
dejan de aparecer, al tiempo que Villa en las andanzas fronterizas tan cercanas
a su mundo trafica con armas y municiones para sostener al ejército personal, por
lo que ante la requisa del comercio de esas armas que emprende la adiestrada
tropa fronteriza americana, el general Villa violando disposiciones pese al
embargo existente decide adquirir para su ejército un cargamento de revólveres,
pistolas y rifles que le suministrará en un paso fronterizo el gringo proveedor
Sylvester Berger, lo que le es pagado en oro y plata de contado al recibir la
mercancía, pero como quiera que al utilizar este importante cargamento Villa se
da cuenta que ha sido estafado por el tal Berger, pues la pólvora no sirve y
menos la munición, de donde lleno de rabia por el engaño que utiliza el
inescrupuloso comerciante y sin poder canalizar el reclamo por vías legales, con su numerosa tropa apertrechada
que llega a 1.500 “villistas”, en algo desconcertante e insólito sin pensar sobre
las consecuencias sino para desquitarse de la afrenta y a sabiendas de la
disputa permanente tenida con los fronterizos americanos, al verlos y tratar a los
“manitos” como gente de segunda, discriminatorias, poniendo dificultades
diversas en los pasos y el comercio internacional, agregado a ello el parcializarse
los gringos en favor de sus fuertes adversarios Venustiano Carranza y Álvaro
Obregón, ambos apoyados por el presidente americano Woodrow Wilson, entonces, y
a sabiendas que los americanos le han congelado sus cuentas depositadas en el cercano
Columbus State Bank, sin otra espera y con las bolas de Jalisco bien puestas el
corajudo guerrillero en reciprocidad a este múltiple malestar que sufre
resuelve disponer a un grupo suyo sobre la detención y muerte de dieciocho
americanos que viajaban en un tren chihuahuense, hecho acaecido el 10 de enero
de 1916, y luego tras el estudio de un plan de ataque riesgoso a la cabeza de
su hueste invade los Estados Unidos en la búsqueda del malhechor Berger y a
sabiendas por inteligencia que el traficante era protegido adentro del
territorio americano, aplicando en este caso el proverbio de que lo que es igual
no es trampa.
El histórico miércoles 9 de febrero
de 1916 de madrugada Pancho Villa al frente de una desconcertante acción
militar y acompañado de 600 hombres iniciales, entre ellos cientos de jinetes, por
la frontera norte de Chihuahua y atravesando el Río Grande invade a los Estados
Unidos, en territorio de Nuevo México para vengar afrentas seculares y en
búsqueda de fines preestablecidos, por lo que penetra en la tranquila y
fronteriza villa de Columbus enfrentándose de seguidas al 13° Regimiento de
Caballería americano, que defiende la plaza desde el campamento Furlog, ejército
que finalmente es batido por Villa, contándose una baja de treinta muertos en
el sitio, sin incluir a los heridos, instalación que duramente castigada queda
en ruinas. Luego del éxito obtenido y por temer ataques posteriores Pancho
Villa en la estrategia desplegada dispersa su tropa por grupos de combate dentro
de ese inmenso territorio americano, a la espera de nuevos enfrentamientos
oportunos. Entretanto en Washington se armó un debate de marca mayor en el seno del gobierno que trascendió a la
población, explotando esa noticia la prensa americana, como el grupo del
multimillonario William Hearst (recordar el filme Ciudadano Kane), mencionando
en titulares que nunca luego de la guerra con Inglaterra (1812) el territorio
de los Estados Unidos había sido invadido por nadie. Ante esta situación que toma impulso el
Presidente Wilson para detener comentarios con la rabieta considerada en
expedición punitiva decide enviar rápidamente al sitio y al frente de un
ejército moderno (3.000 hombres que llegan luego a 10.000, 28 piezas de
artillería, 200 ametralladoras y un novedoso escuadrón aéreo) como bien pertrechado
y a fin de detener a Pancho Villa para luego fusilarlo, encomendando pues la
tarea al muy conocido general John Joseph Pershing, héroe guerrero, uno de los
más grandes militares de ese país que dos años más tarde se luciría al mando de
las tropas americanas en Europa, durante la Primera Guerra Mundial, y donde por
cierto utilizará técnicas o tácticas aprendidas con el novedoso material y
equipo de guerra dispuesto en la persecución del inolvidable Pancho Villa. Por
este motivo y orden presidencial el general invicto al frente de su tropa viaja
hasta Nuevo México y sin pedir permiso el 14 de marzo de 1916 penetra en
territorio mexicano, al sur del referido Río Bravo para permanecer en constante
movimiento, como 600 kilómetros tierra adentro en los tres meses iniciales, con
la ayuda inmediata del joven oficial George Patton, héroe de la Segunda Guerra
Mundial, hasta el 17 de febrero de 1917, o sea once meses después, en que de
forma incansable y violando la soberanía territorial de ese país persiguió infructuosamente
los pasos perdidos de Villa, porque según las cuentas populares a él con su
ejército se los había tragado la tierra, pues nadie burlando a sus
perseguidores le prestó colaboración, ni siquiera informantes, y no pudieron
aclararle algo sobre la vida o misterios presentes de este caudillo simpático
que como el célebre Zorro de Hollywood desaparece, amado por el pueblo y que en
cierta ocasión junto a Emiliano Zapata se sentaron en el Sillón Presidencial de
México. Fue triste, por tanto al honesto
y gran militar Pershing, regresar del fuerte empeño con las manos vacías.
Villa era un hombre carismático,
legendario y amigo de ayudar a los pobres y humildes, amante de las cosas
extrañas de su tiempo, hasta que firmó un contrato con la Meca del cine
americano para filmar escenas especiales de sus batallas, con el guión
respectivo. Tenía una memoria fotográfica, en que recordaba los nombres de
centenares de sus soldados. Llegó a acaudillar una revolución heterogénea que
agrupaba unos 40.000 hombres, y lo más pintoresco de su persona romántica es
que tuvo por sobre 65 mujeres conocidas en la vida, harem con las cuales se
casó, obligando en ello a los pobres y aterrados curas, porque no quería tener
tantos hijos naturales ni andar por extrañas sendas del pecado. Al final de ese
trajín de vida firmó un convenio con el poder central mexicano para
desmovilizar su ejército y luego se retira a vivir en la casa que le obsequia
el gobierno en premio a sus hazañas. Pero la envidia y el resquemor quedaba
como el rescoldo de las cenizas, pues pronto su enemigo Álvaro Obregón llega a
la presidencia de México, y temiendo que Villa volviera a alzarse, porque había
dicho que contaba con los 40.000 hombres listos a su llamado, de donde le
tiende una trampa mortal, que ya venía desde Washington montada, cuando el
millonario rey de la prensa Hearst ofrece 5.000 dólares por la cabeza “del
bandolero”, y la inteligencia americana en supuesta ayuda secunda el proyecto,
de donde el coronel Lara, tan cercano a Obregón, le tiende una emboscada en
Parral de Chihuahua, cuando en su vehículo a motor se desplaza yendo a una
fiesta familiar el 20 de julio de 1923. De estas resultas su cuerpo recibió
sentado 47 balazos de pistola, y el sicario Lara obtuvo por ello 50.000 pesos
en efectivo y el ascenso a general. A
Hearst le fue enviada la cabeza susodicha, “en dantesco trofeo”, según reza la
pequeña historia de este acontecimiento inigualable.
Y como de un gran personaje de ese
tiempo tan convulso las canciones y corridos que le aluden quedan para recordar
su figura, que por encima de todo reposa con buen tino en los libros de
Historia mexicanos.
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