jueves, 27 de junio de 2013

EL NOBLE AVENTURERO MARQUÉS DE BARINAS.



         Amigos invisibles. La verdad es que  en Venezuela han ocurrido cosas extrañas durante todo el desarrollo de su existencia, que por boca de algunos se relataron con criterios propios o convencionales, y valga aquí hacer señas sobre el paso de personajes que llenaron de angustia los tiempos históricos, al extremo de dejar sentado un precedente de incertidumbre o de capacidad en cuanto a sus ejecutorias, siendo propicio el recuerdo en este paseo de aquellas vidas que forman parte de la Historia, o sea de Simón Bolívar, por ejemplo, del cual tanto conocemos y lo que seguiremos indagando o descubriendo a lo largo del tiempo, o la diversa actuación de Francisco de Miranda, tan universal que se contiene en numerosos tomos  aferrados a la verdad o a esa permanencia compleja en el mundo ilustrado de su época, y hasta en este discurrir tan reciente otro ser digno de estudio pormenorizado y barinés de cepa ha conmovido el mundo en el sentido de lo noticioso espectacular que medrara entre el absurdo y lo quijotesco de burla, que ambos términos se diferencian, para mantener en permanente emoción o suspenso de noticias híbridas y en el desasosiego a buena parte de aquellos que medio leen, apenan entienden y a ratos saben escribir. Pero entre ese mundo de idas y revueltas en que encontramos a personas de leyendas y que transitaron por estos montes colombinos, dejando su impronta y el recuerdo imborrable a más allá de cualquier frontera que se puede escoger, existe alguien que si bien no naciera en la tierra venezolana sí tuvo mucho que ver con ella, tanto en el acopio de sus acciones y pasiones, como en el trabajo ejercido en este clima tropical y porque además fundó familia en lo que se llamaba pomposamente Gobernación y Capitanía General de Venezuela, a la cual dedicó muchos estudios de valía y verdadero interés que compartiera hasta en los cenáculos reales madrileños que posteriormente visitara ya establecido en esa Corte y donde dio a entender sus múltiples conocimientos levantados a base de análisis, capacidad y calificación conclusiva.
            Pues bien, para desvelar la estatua mental de quien me refiero, valga decir que Gabriel Fernández de Villalobos y de la Plaza fue un aventurero por excelencia y crítico de su tiempo que le tocó vivir mucho y profundo, de donde tuvo oportunidad de conocer medio mundo de lo interesante para el espacio con poco explorar del siglo XVII  y que por circunstancias del destino, de hijo conquense provinciano y por tanto castellano manchego, mediante esfuerzo propio y claro con inteligencia suficiente logró ir escalando posiciones no solo en ultramar, sino que por su don de gentes y altivez demostrada llega a codearse en Madrid con lo más granado de aquel tiempo para acercarse al propio Rey en apoyo y consejo de su sabiduría. Nacido en Almendros (Cuenca, 1642), tierra de casas adosadas hacia el cielo, con una estructura que impacta y en tiempos del monarca Felipe IV, es hijo de los vecinos Pedro y Francisca, naturales del lugar, que son “familia acomodada” pero de escasos ingresos,  mas para enrumbarse en la vida y superar cierta crisis de origen, desde muy joven prestará servicios al Rey, que se suponen de poca monta. Mas como con ello no bastaba para atender sus aspiraciones y a sabiendas de la riqueza que corría en América (Indias), a fin de iniciar el periplo fantástico de su vida en 1654 aborda un barco cualquiera mientras cruza el Atlántico para aprender las faenas marítimas, y luego trabaja de mayoral en cierto ingenio azucarero de las Antillas, siendo vendido en tantas revueltas como esclavo blanco en la isla inglesa de Barbuda (norte de Martinica). En este arduo quehacer explotador tiene la suerte de evadirse para servir de marinero o grumete, confidente, tabernero, y más tarde de traficante de cautivos por el ávido mercado holandés de Curazao, cosa común en ese entorno marítimo, y hasta conviene ser agente contrabandista, que sí le mejora el bolsillo, porque en el caso de Venezuela gran parte del comercio de escala se hacía a través de este negocio fraudulento, por encima de las leyes que pudieran existir para su castigo. Sirviendo de soldado tuvo la fortuna de no perecer bajo las aguas porque más de una vez naufragó (cinco en total, según escribe, siendo la última frente al litoral brasileño, en 1663, donde cae prisionero) salvando la vida, y en fin, allá en la Barbuda esclavista unos comerciantes neerlandeses avispados se dan cuenta de su valer, de donde lo rescatan por dinero con el acuerdo que colabore como intermediario en turbios negocios establecidos entre Curazao y la costa de Venezuela o más allá, tan activos como la trata humana, el comercio del cacao, tabaco y otros de pingue remuneración. En el Curazao holandés y a poca distancia de la costa coriana en 1672 establece una agencia de comercio o factoría propia que al ser ampliada con representantes abarca actividades iniciales en Venezuela (Apure, Orinoco y zonas de influencia), Cartagena de Indias, Panamá, Santa Marta, Maracaibo, Valencia y San Felipe (sitios estos últimos que por cierto ocupará años después la dinámica Compañía Guipuzcoana), y hasta en el deambular que sostiene este dinámico y observador hombre de visión negocial viaja por África subsahariana, zona costanera en que adquiere negros encadenados y al mejor postor para vender en el Caribe.
            Es en dicho medio donde desenvuelve su capacidad  para el lucro,  lugar propicio a fin de ampliar sus conocimientos y la viveza generosa en la actividad de compra y venta, por cuyo camino puede destacarse con suma rapidez en cuanto le compete, para ampliar sus visitas en el sentido de las ganancias hasta al munificente virreinato del Perú por vía de Panamá (1671), en dos oportunidades, y se sabe que vino a Venezuela en este tiempo entre 1663 y 1668, lo que abarca cinco años de experiencia interiorana, y luego entre 1672 y 1675, cuando se enfrenta al gobernador Francisco Dávila Orejón (1674), quien le insinúa viaje a Madrid en sus reclamos, lo que suma ocho años de vivir por estas tierras continentales cuyo eje central era Caracas, mientras con prolija paciencia y dado que era culto y leído de su tiempo, fue tomando apuntes para reunir gruesos tratados de diversas categorías (geográfico, económico, social, etc.), que luego lleva a España para el buen conocimiento de la corte y allegados. Habiendo hecho fortuna en este quehacer constante viajó luego con esmero por Maracaibo y Caracas, adentrándose a través de los caminos reales en las extensas planicies o llanos caraqueños ya poblados de ganado, como el caso de la rica región de Barinas que ha debido extasiarlo en la oportunidad de nuevos negocios y que nunca olvidaría. Y hasta se dio el extremo que permaneciendo en la Caracas frailuna y dicharachera a la usanza andaluza, su corazón fue herido mediante el fuego del amor romántico, por lo que el influyente Don Gabriel sin tardanza contrae matrimonio con la que supongo hermosa de su tiempo doña María Madera de los Ríos, a quien con prontitud lleva a vivir en la opulenta Barinas, donde  al momento mantiene su cuartel general de actividades llenas de prosperidad y ambición.   Pero ese mundo no quedaba hasta allí, pues con los apetitos que mantiene no solo de comerciante pronto se interesa  en la política local y favorece el tráfico clandestino de bienes que, por ejemplo, salen hacia Maracaibo por vía del serrano Trujillo, en medio de una intriga local que lo favorece. Por ese entonces y siendo ya conocido hasta en España, pronto es invitado a la Corte  por la regente austriaca Mariana de Austria, de donde en rápido viaje que efectúa en noviembre de 1675 llega a Madrid, en momentos precisos de tensión política, por diversas causas y entre ellas con ocasión de la mayoría de edad del futuro rey Carlos II, y las pretensiones al poder tras el trono del noble y sagaz político Juan José de Austria (1629-1679), con quien pronto se identifica el indiano Gabriel, al extremo de ser su asesor y consejero especial para los asuntos de América, y por cuyo intermedio se logra del Rey mejoras en la actividad colonial americana, como experto en navegación de altura, en comercio exterior y ya cual hombre público conocido por la Corte austriaca, aunque el carácter rudo y franco adquirido por sus tribulaciones en América lo indisponen al extremo de para apaciguar tensiones y entre ellas las disputas que sostiene  y enfrenta con el poderoso conde de Medellín (Pedro Portocarrero y Aragón), cuando lucha por ser presidente del importante Real Consejo de Indias,  de donde amenazado de muerte huye y permanece un tiempo en Lisboa, refugio permanente de buscados, en defensa de su vida en peligro.
En 1677 y ya pasada la anterior ola angustiosa en su contra, es llamado a Madrid por su amigo Juan José de Austria, que es Primer Ministro del rey Carlos II, a quien convence para el regreso a España del importante Fernández de Villalobos. En Madrid el conquense a base de su experiencia y relaciones expondrá ideas de reforma económica y política para aplicar en América, según los grandes conocimientos prácticos que tiene, siendo ya Consejero en la Corte, premiándosele luego con la Orden militar de Santiago, en el grado de Caballero, que después se amplía a Comendador y Almirante, como queda escrito, y mientras continúa en Madrid al servicio real ahora por intermedio y función del reformista y valido 8°Duque de Medinacelli (Juan Francisco de la Cerda), hasta 1683. Tres años más tarde y en agradecimiento a su dedicación el rey Carlos II con fecha 30 de noviembre de 1686 le otorga el blasón honorífico de Marqués de Varinas y Vizconde previo de Guanaguanare (Guanare), que recuerda dos ricos territorios americanos en los que el referido marqués poseía grandes extensiones de terreno y otras propiedades, mientras que con este importante título tan cercano al Rey lo convierte en Grande de España. Para entonces también se le ha designado Contador Real, cargo a servir en Caracas y Maracaibo, lo que nunca ejerció debido a su intensa actividad en España.
 Pero los recelos, las intrigas de palacio, habladurías cortesanas y otros males del alma no se dejan esperar para con el “indiano”, por lo que el Rey oyendo malos consejos de envidiosos adversarios lo destierra al sureño puerto de Cádiz (1689), con las preeminencias que mantiene, mientras desde allá escribe sobre sus vastos saberes adquiridos de América, en especial de política, geografía o economía, poniendo en conocimiento de ello al propio Rey (así predice la disolución del imperio colonial español cuando le dice a Carlos II° “De un cabello está pendiente la desunión de las Indias…”), o las veces en que opina sobre el peculado allá existente, el acaparamiento de tierras y otros bienes, el desarrollo del comercio, la creación de una flota mercante, sobre la administración de justicia, la protección de los indios y el trato para los negros esclavos. En su obra general por él expuesta se destacan descripciones geográficas referidas a Venezuela, la fortificación de ciudades y sitios para la defensa del país, sobretodo de piratas y naves extranjeras, el incremento de la producción de frutos, etc. Pero ya la indisposición y la envidia habían hecho mella en su alma, pues aunque llamado por tercera vez a la corte de Madrid, vuelve a dicha villa mas resuelto con carácter y altivez, que lo demeritan entre aquel conjunto de interesados palaciegos, optando por su regreso entonces a la cálida Cádiz, donde aún lo alcanza la maledicencia y desconfianza sembrada por algunos, y porque a sabiendas que el marqués conoce mucho en los asuntos de Estado y con ello puede ofrecer datos claves sobre América a potencias extranjeras, en previsión al indiano se le envía como detenido especial al castillo gaditano de Santa Catalina, y después para mayor seguridad es remitido en calidad de prisionero de alcurnia al enclave militar oranés de Mazalquivir, en el África española (actual Argelia), de donde por los sufrimientos que recibe intenta fugarse, para luego de ser descubierto se le recluye en el penal más seguro o castillo de San Andrés, de donde ya como reo de Estado y perdida toda influencia por carta al Rey se queja de las condiciones de tal prisión, por lo que se ordena sea trasladado el marqués a un presidio más cómodo y decente, para el 7 de abril de 1697, cuando ya ajustara los cincuenta años de edad, con los achaques de esa dura existencia que era avanzada para aquel tiempo, de donde por su condición  distinguida pide y se le concede volver a tal castillo, hasta enero de 1698, en que es trasladado el conquense a una casa de la cercana Orán, supongo que por aumento de molestias y penurias, residencia que le servirá de cárcel y con estricta prohibición que tenía de salir de la ciudad este anciano enfermizo y luchador idealista.  Mas como el indiano era rebelde y siempre altivo no olvida el empeño libertario, y el 8 de febrero de 1698 escala muros de la prisión para embarcarse en una frágil y pequeña nave de pesca que pronto se va a pique, y se salva el noble náufrago porque este arriesgado combatiente con fuerza inaudita nada hasta el pequeño puerto de Arceo, donde con ayuda de alguien generoso puede ocultarse de los enemigos que le acechan. Pero Don Gabriel ya no está para tantas aventuras riesgosas y porque anda casi ciego. Sin embargo invoca la protección del alcalde de Mostazan en aquel mundo berberisco, pero sintiéndose traicionado huye, mientras le persiguen los sabuesos policías al servicio del débil rey Carlos II, quien acaso sigue pensando que su sabiduría sobre las Indias puede servir de buena ayuda en la conquista de territorios indianos dado el interés de potencias interesadas como Inglaterra y Francia. Por esta causa se refugia en tierras de la morería, cuya cultura y hábitos bien conoce, estableciéndose en la ciudad norafricana de Argel, donde permanece para el año 1700, y el posterior 1702 sintiéndose desamparado el marqués de Varinas escribe con estilo al geófago Rey Sol francés, Luis XIV, ofreciendo sus conocidos servicios. En última instancia para recibir más desengaños igual lo hace con el monarca español Felipe V, pocos meses después, acaso ya desfalleciente de abandono y con cierta miseria que le da hasta a los poderosos, aunque algunos opinan dentro de la neblina que finalmente lo envuelve, que murió en cautiverio.
El marqués de Varinas pasó 22 metafóricos abriles de su vida en América y regresa a España con 34 años de edad. Murió triste y en el olvido de la grandeza este dadivoso ser, en el puerto magrebí argelino de Mostaganem, el año de 1702, tiempo de disputas dinásticas en España. Allá, en tierras de Alá el Sublime deben reposar sus restos históricos.  

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