viernes, 22 de noviembre de 2013

LA CASA DE LOS TRATADOS

NO  ES LA CASA DE LOS TRATADOS





Amigos invisibles. Es bueno aclarar ante la tendenciosa y errada por falsaria creencia que el criminal Comando “Cuicas”, como debe llamarse este adefesio y no con la K sajona, donde dentro del etilismo y el arrebato mental pensó imponer una “nueva historia” revolucionaria, según acostumbran estos confundidos que tomando el rábano por las hojas no leen y menos estudian con rigor meditativo en referencia a los escritos existentes desde hace cuatrocientos años sobre la vida plural trujillana, palabra cuya desinencia verbal, grafía o toponimia han sido expresadas de diversa manera mediante la ley del menor esfuerzo, o forma usual para adecuar el lenguaje a las épocas con las licencias respectivas, y desde tiempos pretéritos en América que conozca existen cuatro Trujillos de importancia, es decir nuestro Truxillo colonial, de quien nadie así protesta, la segunda y hermosa ciudad peruana que es Trujillo, el Trujillo o villa marítima de Honduras, donde fusilaron sin compasión al negrero William Walker, el pequeño Trujillo en el norte del colombiano Valle del Cauca, por cierto cerca de la histórica Cartago, otro Trujillo radicado en los Estados Unidos y cualquiera menor que se me escape.   Mas como no quiero explicar tantos detalles en clase magistral académica, porque al momento escribo para el pueblo, también agregaré que las páginas borrosas existentes  al respecto acogen cuatro largos siglos en que miles de personas habrán leído entendiendo sobre estas materias locales, por lo que considero un deber  y ante las inexactitudes con carácter de sociedad secreta que riega ese clan alevoso sujeto a un estudio penal, que debo en consonancia ser explícito dentro de esta materia porque es hora de poner las cartas sobre la mesa a fin de dejar el tema en claro, libre de tantos desaciertos e inexactitudes.   Para estos confundidos sin fundamentos reales por ahistóricos yo me pregunto ¿cuántos habrán leído de verdad entendiendo lo que allí se explica mediante  el análisis pertinente a objeto de sustentar tesis que algo aporten sobre los estudios realizados por historiadores y antropólogos como Amilcar Fonseca, Alfredo Jahn, Julio César Salas, Mario Briceño Iragorry, José Jesús Cooz, Agustín Millares Carló, Oliver Brachfeld, mis propios escritos alusivos en que he dedicado tanto afán, Mario Briceño Perozo, Nectario María Pralon, Arturo Cardozo en su concepción novedosa de la Historia, lo existente en los registros públicos de ese tiempo, el Archivo General de la Nación, el Arquidiocesano, el Archivo de Indias, el de Bogotá y Santo Domingo, los repositorios habidos en Mérida, Miguel Muñoz de San Pedro, el escaparate histórico de monseñor Carrillo, la Biblioteca del Congreso de Washington, las universidades norteamericanas (Austin en Texas, etc.), British Museum, Record Office,  las de Oxford y Harvard, y así infinidad de fuentes confiables que con inteligencia, dedicación, sabiduría y sin demagogia inescrupulosa se pueden consultar?.
 

Para este estudio que ahora hacemos sobre fundamentos prácticos, lógicos y deducibles salvo una mejor opción, donde uno se atiene sobre la materia al alcance en tan solemne suceso, como premisa a respetar debemos sostener que nadie, repito, nadie ha encontrado los verdaderos documentos o piezas fundamentales con que se pueda siquiera discutir sobre los antecedentes y consecuentes que pasaron en esos siete días sublimes en que tres designados por el reino de España en calidad de plenipotenciarios, o sea con  plenos poderes para decidir y que obligan por tanto en lo firmado, en relación a los sujetos o temas que se deben tratar y que comprometen de manera indubitable a los mandatarios (España y Colombia)  que representan, en este caso al rival contendiente. De modo que tanto los tres de la parte hispana y los tres de la parte colombiana que venían a su vez en representación de ese nuevo país, cuando la provincia de Venezuela era un departamento de dicho territorio construido en Angostura y validado en Cúcuta por obra y gracia de Don Simón Bolívar, todos entraban a la reunión en calidad de plenipotenciarios y de sus resultas habría de salir un  resultado, luego de largos cuanto duros debates diarios extendidos hasta entrada la noche, con detalles deseados por conocer y quizás en un torneo de altura que hubiera querido oír a cada expositor.
El origen de estos por demás importantes dos tratados internacionales, que dieron validez a los reclamos independentistas de todas las naciones hispanoamericanas, porque allí esos estados nacieron a la luz del derecho  internacional (salvo  Bolivia alto peruana, Panamá y Cuba posteriores, pero acondicionados todos a la doctrina internacional rubricada en Trujillo), lo que obliga a edificar un gran monumento en su memoria, son, pues, de longa data y desde los tiempos iniciales con el descarrilado Lope de Aguirre y otras tentativas de sustituir a los europeos (en el recuerdo viene a mi mente lo tratado en Tordesillas) cuando  estas tierras iban en buena formación y a otros mejores rumbos por los caminos tortuosos de la Compañía Guipuzcoana, el llamado código negrero y los intentos ya establecidos desde cuando Napoleón invade y se posesiona de España, mientras existen conspiraciones del mantuanaje local interesado en su destino de prebendas, como la de 1808, y  se exacerban los ánimos con todo ese trascorrer inusitado por sortario donde pasarán Miranda y el marqués del Toro, los alzamientos de Valencia y cuando aparecen bestias feroces como Zuazola,  Antoñanzas y Rosete, con que en el colapso ocurrido se viene a comprender la Primera República destruida antes de su muerte total con el doloroso Pacto de San Mateo, de julio de 1812, mediante los acuerdos firmados en tiempos tristes y donde por primera vez se sienta la república minusválida ante el triunfante mandón de Monteverde, para después salir corriendo cada uno por su lado previendo que el tenebroso Boves pueda alcanzar a tan acorralados emigrantes.
 La llamada con pasión Guerra de Independencia tuvo altibajos muy destacados, porque entre sus calificativos según el bando que se entienda, fue cierta insurrección colonial que maneja una élite de la tierra cuyas prerrogativas se perdían, pero mediante nuevos cauces estudiados se destapa otro terror escondido que algunos mencionan solapadamente porque buena parte de la población venezolana apoyaba a las Cortes de Cádiz y ese mito secular más fuerte que María Lionza constituía una permanente omnipresencia de la Península en América hispana y su sacrosanta palabra visto todo a través del monarca de turno, esta vez en el débil Fernando VII, porque así se entendía desde las pocas letras a enseñar y porque siempre se dijo a viva voz que las llamadas Indias eran un feudo eterno de los monarcas españoles,  de donde contra esa sentencia celestial no se podía luchar y menos combatir, porque como se dice en estas comarcas solariegas y quijotescas americanas, aquello correspondería a la pelea de burro contra tigre, en medio de una guerra dispersa y original fratricida decretada siete años antes sin medir consecuencias futuras, por el mismo Bolívar y en la ciudad eterna que es Trujillo. Así fue y así aconteció durante muchos meses, cuando al salir de los terrenos conquistados por las ideas de patria, salvo excepción, como se aplica en el caso permanente y doloroso de los constantes desertores, todos en sumisión volvieron al seno familiar de España.   
                 Pero resultó que estas contiendas a uno y otro lado del Atlántico tenían resultados diferentes dado que el grupo al servicio de Bolívar y la visión de sus oponentes caudillos orientales, aunque se adversaran en la práctica y sin entendimiento entre ellos, salvo el caso notable de Antonio  José de Sucre, podían ser como el tío vivo que se cae y se levanta, a través de esa madeja conflictiva que semejaba una guerrilla de aquel tiempo, lo que no se podía aplicar para el caso de España que por siglos combate en sus entrañas, porque fue territorio dominado por bárbaras naciones, por los nacionalismos y regionalismos interiores que manejaban al gusto aquellas guerras de desgaste como la secular mantenida contra los moros musulmanes, y luego el alto costo de una permanente confrontación europea y mediterránea que sostiene esa España diversa en lucha permanente dentro de Italia, contras los turcos, el poderío austriaco que se alargaba hasta los confines limítrofes con Rusia, las guerras intestinas como la de Flandes y en los mismos territorios franceses, que eran un desaguadero de riquezas, el pleito inglés en que interviene Roma porque Irlanda y Escocia caen en manos anglicanas, de donde a su costo y minción Don Felipe II prepara una Armada Invencible que por circunstancias del destino termina vencida y en rotundo fracaso. Esos tres siglos de combate en Europa, que en buena parte absorbe las riquezas de América, dieron al traste con un gran imperio donde no se ponía el Sol y lo que viene a resultar en América en tiempos de Bolívar es ya la sombra enfermiza de aquel poder  inmenso sujeto a presión que entre otras resultantes dominó los mares para sujetar las colonias, que es como se puede ver ese conflicto para el momento en que se lucha dentro de los laberintos y tremedales de América aunque ya desmejorada, pobre, “sola, fané y descangallada” como dirían en lunfardo los argentinos, que ya no es lucha de burro contra tigre, como dije, sino de poder a poder.
Pues bien y continuando con lo tratado y eso sí puede sostenerse porque tiene asideros de certeza, sobre que el autor o detonante verdadero de la independencia de América fue el asturiano general Rafael del Riego, republicano liberal que se alza en Cabezas de San Juan (Sevilla) a fin de que las numerosas tropas prestas a embarcar para América (Tierra Firme) no puedan hacerlo dispersándose, lo que fue considerado una traición vil y en consecuencia detenido poco después para ser ahorcado y decapitado, según sentencia cumplida en la plaza La Cebada de Madrid.    Sobre estas bases diversas del conflicto pendiente y en acción debemos dividir dos períodos del mismo enarbolando cada uno su bandera  de opinión e interés respectivo dentro del desgate que ocurre en ambos bandos, a lo que se agrega que si bien el ejército hispano nacido de las mesnadas antiguas era en buena parte regular y hasta de escuela, por el contrario las iniciales guerrillas patriotas o americanas sin explicar su formación se componían de heterogéneas parcialidades étnicas a veces obligadas en recluta, que es una de las causas por las cuales Bolívar decreta la guerra a muerte dentro del salvajismo fratricida que imperaba entonces, apareciendo por consecuencia una cohorte de líderes abstractos con grupos adheridos y entre ellos recordamos al principal Mariño, a Bermúdez, José Félix Ribas y al ajusticiado Piar, entre una confrontación constante de las nacientes facciones donde cada uno a su manera pugnaba por el poder.     Dentro de este grupo de oficiales de abajo, venidos del montón, de la fuerza connatural, donde el escenario de la traición era común, ya sabemos que quien triunfa en estos menesteres es el acomodado mantuano que hoy llamaríamos conservador, de buen pensar y que miraba lejos, porque entre las piedras del camino supo imponerse mediante argucias y el gesto de la palabra, para dirigir esta guerra entre hermanos que por demás fue dolorosa y redujo la población existente a la mitad.
En cuanto al poder español ya mencionado si bien triunfó en su guerra interna contra los franceses ocupantes, fue el propio Napoleón Bonaparte con sus ideas expansionistas quien de forma indirecta pero segura abate el dominio hispano en otra guerra cruenta, que dejó a los peninsulares en una situación de emergencia, al extremo que el descarado Fernando VII hizo lo que tenía en mientes luego de la derrota del francés, rodeado de una corte picaresca, aduladora donde se incluye a los pícaros y con el firme pensar borbón de sostener el reino que se prolongaba hasta América, Filipinas y otras zonas de ocupación, no sabía qué treta inventar para sobrevivir en cuanto al tesoro disminuido por demás, ya que realmente estaba exhausto. De allí el conjunto de dificultades que tenía este rey cacaseno a objeto de firmar la aceptación constitucional a que lo obligaron las Cortes de Cádiz, porque él como es lógico suponer era conservador y las Cortes gaditanas a pesar de las diferencias fueron liberales de por sí, con ideólogos que digerían los postulados franceses revolucionarios, lo que a la postre dieron al traste con la mayoría retardataria de las colonias españolas en ultramar.  En este tejemaneje de la política y por cuanto los feudos provinciales ultramarinos en algunos momentos demuestran fuerza que implicaba un peligro cierto en cuanto a los intereses coloniales y en juego e incluso de la misma Península, ya sellado el período de las matanzas y porque triunfa España con la enorme colaboración inglesa, que no se debe olvidar, dentro de ese conflicto suscitado para lo posterior aparecen nombres de guerrilleros y sujetos del común que dejan una huella o impronta buena de recordar y entre esos algunos descuellan libres de pecado en cuyo seno aparece un humilde zamorano héroe en la contienda pasada y que por razones de oportunidad el ejército en boga y la Corona manejada por Fernando VII, visto ese ejemplo contundente de valor resuelven enviar al mando de una expedición ultramarina y guerrera hacia Tierra Firme (Venezuela),  a Pablo Morillo Morillo, que por circunstancias guerreras necesarias se extenderá hacia la Nueva Granada.  Es así como este plenipotenciario en materia militar llega frente a la isla de Margarita y pronto con férreo manejo militar asume la dirección de dicho conflicto bajo el mote de “Pacificador”, que en principio lo era y que luego cambiará de posición.
Experto marinero y héroe de la batalla de Trafalgar, Morillo viene a las Indias en calidad de Comandante en Jefe y con una oficialidad brillante producida en la brega de campaña por causa de la contienda hispano francesa. Llega a Venezuela a principios de 1815,  al frente de 15.000 soldados veteranos y donde es muy bien acogido, aunque por acasos del destino la nave capitana que trae un inmenso parque con que luchar, hace aguas y se hunde con todo ese material valioso frente a la isla de Coche, de donde Morillo de inmediato debe ingeniárselas para el sostén de los suyos a objeto de cumplir el cometido dispuesto.    Durante esa campaña que emprende el zamorano si bien toma medidas exageradas por causa de la guerra, los críticos de su permanencia en Indias lo consideran haber puesto en peligro permanente a los adversarios facciosos o insurgentes, que en verdad lo eran dentro de un estado de derecho. Por el lado patriota de la guerra el caso era más complicado, debido a las deserciones y pugnas habidas  entre los propios jefes militares extraídos de diferentes orígenes de la sociedad, con el comportamiento correspondiente y porque el gobierno español de la provincia como corresponde a un gobierno militar, mantuvo en la raya  a los diversos grupos patriotas que se peleaban incluso entre sí, y donde desde luego el poder de mando bolivariano fue deficiente por la oposición interna mantenida, al extremo de haberse dividido el país en dos porciones, el de oriente y el centro occidental.    A ello se suma como dije el visto bueno popular por parte de las castas sociales que reconocían mejor a los valientes soldados españoles o realistas hechos en larga brega de la lucha y no en cuarteles adentro sino en el campo de batalla, sobre todo desde 1813, donde podemos recordar en esta vertiente de empecinados soldados al canario Monteverde, al émulo de Páez llamado José Yáñez, y a alguna oficialidad que combate cuerpo a cuerpo como el digno Correa, el caudillo Boves, otro canario que es Morales, y distintos valientes del lado contrario quienes manteniendo su encomio acabaron poniendo fin a la primera república bolivariana en los sangrientos sitios de La Puerta.
Al ingreso de Morillo  a Venezuela el país de Bolívar y los suyos andaba en serios y diversos aprietos, sosteniendo un campo de guerrillas dispersas, peleándose entre sí, muchos migrando principalmente a cercanas islas francesas, inglesas, danesas y holandesas del Caribe, y otros se mantenían  renuentes a proseguir la guerra que consideraban perdida, a partir sobre todo  de los mencionados combates de La Puerta.    El descorazonamiento era bastante, a lo que se suman los reveses ocurridos.      Pero llegó una tabla de salvación como caída del cielo, representada en la persona física y militar que de un principio con sus impresionantes cargas lanceras de a caballo en los llanos del país, se perfila como el ganador de la contienda, mientras Bolívar en la pasión de estadista a su manera mantuana anda lleno de discursos e ilusiones que comenzara adecuando la pluma a las circunstancias cambiantes, lo que se hará palpable a partir del Congreso de Angostura. Para 1818 los patriotas se mantienen en franca pérdida territorial y arrinconados entre bastiones pequeños, pero el capaz Bolívar se da cuenta que la guerra ahora no puede triunfar en el ejercicio de la espada sino sobre la lanza llanera del general Páez, por lo que entonces busca presuroso una entrevista con este centauro popular, reunión habida de consuno y rapidez acaeciendo este conocimiento personal en el hato apureño Cañafístola (1818), sitio donde Bolívar comprende mejor a Venezuela y acepta a quien de la parte patriota y frente a la sangre por derramar será el puntero de esta contienda sin cuartel que en sus cargas mortíferas ahora corresponde a José Antonio Páez, mientras Bolívar se refugia más en el pensamiento y el llanero triunfante recupera los ríos, las amplias sabanas y territorios y la mayor parte del país que había vuelto a manos españolas.
Pero la desilusión de Morillo no tardaría en llegar cuando recibe mediante orden del Rey Fernando, una misiva ocasionada por las resultas del alzamiento de Riego junto con el oficial Antonio Quiroga, que sumado ello a la pobreza de España y su tesoro exangue le obliga ordenar al general Morillo, quien tenía controlada buena parte del país, a pasar por encima de sus triunfos para  luego del casi infarto que sufriera y de un sonoro ¡Carajo¡ que emitió a todo pulmón, ordenar el envío de cartas alusivas hasta el campo enemigo con el fin de llegar a un acuerdo pretendido o sea para buscar la paz. ¡Qué desgracia, qué desilusión¡ cuando en sus adentros tenía ganada la guerra contra los insurgentes. Sin embargo ya pasada la angustia o el dolor y como la orden era para cumplir de inmediato, en consonancia Morillo despliega a subalternos mediante sistemas de inteligencia para detectar dónde se halla Bolívar, quien al recibir tal misiva oficial debió bailar solo, como lo hizo en otras ocasiones, por ejemplo en Ayacucho.     El tiempo pasó en corre corre de ambas partes, ya que Bolívar tenía planeado seguir una temporada por los llanos, como Calabozo, mientras se cruzan misivas oportunas y Bolívar sigue jugando a ganador, que lo lleva hasta San Cristóbal en un juego caza ratón. Finalmente casi a fines de 1820 el caraqueño se compromete para que Colombia entre en conversaciones con España en la ciudad serrana de Trujillo, a objeto de lo cual el ennoblecido Morillo ha designado tres plenipotenciarios absolutos e incorruptibles que fueron en aquel cruce de correspondencia Don Ramón Correa de Guevara, Capitán General interino, quien preside la Comisión y es coronel fogueado en esa cruenta guerra, que a la vez era de una amistad grande con Bolívar, pues su suegra, Doña Inés Mancebo, lo había amamantado al nacer. El otro en comisión por Morillo correspondió a Don Francisco González de Linares, factor principal en  la conspiración mantuana de 1808, asturiano y comerciante de renombre como defensor a todo trance en sus ideas de la monarquía española, y el último en nombrar comisionado y plenipotenciario fue a Don Juan Rodríguez del Toro, Alcalde constitucional de Caracas, familiar del Libertador y hermano del mantuano adinerado Marqués del Toro, quien junto con Juan habían vuelto al redil monárquico y hasta exigen perdón real para poder regresar del exilio al país.     Como respuesta a estas designaciones monárquicas el general Bolívar a nombre de Colombia por él presidida nombró a su vez al ilustre general de brigada Antonio José de Sucre, militar de entera confianza y hombre de gran valer en América Latina que luego sería el héroe de Ayacucho y el procónsul de Bolívar en la recién creada Bolivia, y quien vino a reemplazar a Rafael Urdaneta en la proyectada y exitosa Campaña del Sur, porque este marabino se hallaba enfermo de cuidado debido a cólicos renales, que finalmente y pasados los años lo llevarían a la muerte. El segundo designado en la función plenipotenciaria correspondió al caraqueño teniente coronel José Gabriel Pérez Quero, de larga actuación en la Guerra de Independencia, que fue su Secretario por años (1820-1826) en diversas oportunidades, hasta en los conflictos del Sur. Debió encargarse de la Secretaría correspondiente a la delegación colombiana, por su capacidad en estos difíciles y complicados trabajos, como en la redacción de las Actas respectivas bajo el acuerdo de las partes y sobre las bases presentadas por la misma delegación colombiana  con la supervisión del general Sucre. Y el tercer plenipotenciario que nombra  Bolívar para estos menesteres correspondió al barinés Pedro Briceño Méndez, vinculado a su parentela, de estrecha relación con el general Sucre,  que estudiara en las universidades de Mérida y Caracas, de familia  distinguida durante el tiempo formativo de la patria, militar incorporado como Secretario permanente a la asistencia del Libertador y que ocupa un importante historial guerrero al lado de Bolívar dentro y fuera de Venezuela (Campaña del Sur) hasta casi la hora de su muerte.
Por fin las fechas se acercaron  al encuentro de Trujillo en calidad de sede escogida, que debió engalanarse para tan magno acontecimiento continental.      Como punto primero a solucionar tuvo que ser todo lo concerniente a los comisionados de ambos bandos, es decir al alojamiento y confort necesario para satisfacer sus estadías.    A este objeto fuera de las personalidades delegadas de la ciudad a fin de establecer un calendario de fechas y de actos a realizar, lo primero y más importante debió ser el acomodo de los delegados monárquicos que iban a convivir una semana diplomática (21 al 27 de noviembre de 1820) en esta ciudad de Nuestra Señora de la Paz, como se llama, que por ende en dicha ocasión ipso facto procedió a enterrar formalmente el terrible Decreto o proclama  de la Guerra a Muerte, expedido siete años antes en la misma urbe y en una madrugada de terror por el mismo Bolívar, quien ahora junto al Estado Mayor había estacionado sus tropas (3.000 soldados) a poca distancia de las del general Morillo (2.000 infantes y 200 caballos), en el sitio de Sabana Larga, correspondiente a lo que hoy se llama La Cejita y cerca del actual aeropuerto valerano.     Para ese momento cumbre el general Bolívar que junto con Morillo a través de correspondencias ajustaban algunas bases de los tratados, previsivo el caraqueño y temiendo cualquier atentado o revés se adelanta y escribe al general Rafael Urdaneta que si algo le ocurriera en esas fechas de los Tratados, él debía encargarse de la continuación de la guerra libertaria.      
 Los comisionados españoles en conjunto provenientes del  monárquico Carache, cuartel provisional del ejército español y sede también del Jefe del Ejército Expedicionario dirigido por el Pacificador Morillo, junto con numeroso equipaje oficial, guardias de seguridad y personal encargado de las acémilas correspondientes, a través del empinado  camino real de los Higuerones y Santa Ana bajando por  Mocoy antes del medio día del 21 de noviembre  en caravana llegaron a Trujillo, donde les esperaba una espléndida acogida por parte de los funcionarios patriotas designados al efecto, las autoridades locales y un público que se invita para este recibimiento ajeno a toda confrontación y lleno de amistad.     De seguidas y con el tropel de caballería andante la comitiva junto con los invitados oficiales se dirigieron a la principal calle del poblado, donde residían muchos de los mejores establecimientos mercantiles y familias, o sea la llamada Calle del Comercio o de los catalanes, donde se preparara para su residencia la amplia casona de dos pisos y balcón establecida en la primera bocacalle de la llamada Cruz Verde cruzando arriba hacia  el camino reinoso de Nueva Granada, o Casa de los Muñecos, llamada así porque en su exterior lucía pintadas unas figuras religiosas desnudas portando espadas, con la Santísima Trinidad encima y debajo del cañón de dos aguas, sitio que había sido escogido por la Junta designada al efecto y porque ese caserón pertenecía al español malagueño y godo de pensar Don José de Gabaldón (confinado en Trujillo, donde casa, por las disputas que mantuvo en Caracas con el sevillano Capitán General Juan de Guillelmi) que acaso no la ocupaba sino Don Pedro José de Maya, éste pariente cercano del presbítero Manuel Vicente y de Juan José de Maya, yaracuyanos ilustres, próceres y ambos firmantes del Acta de Independencia.     Como era de esperar  allí con las comodidades del caso y algunos finos muebles prestados, porque el mobiliario de calidad entonces no era muy importante y al tiempo que escaso en esa época, pudieron desmontar el nutrido equipaje que traían como las ropas de ocasión por las visitas y homenajes a tener, prendas interiores, perfumes, armas personales de calidad, papelería, libros, espadas, botas altas, casacas para fiesta, algunos licores a ofrecer, obsequios personales, vinos de calidad y todo lo concerniente a un distinguido delegado, como que cada uno llevaba una representación especial desde el Monarca derivada.
En cuanto a la comitiva oficial de los patriotas  enviados por Bolívar y en calidad de plenipotenciarios representantes de Colombia,  se hospedó con holgura y finas atenciones entre apreciadas familias trujillanas.  Y en definitiva como lugar de las sesiones de tales comisionados se escogió la casona en forma rectangular con amplio terreno trasero destinado a las caballerías y ubicada en una esquina de la Plaza Mayor, arriba de la Iglesia Matriz y frente al concurrido Estanco del Tabaco, que funcionara en tiempos coloniales y luego durante la república instaurada. Dicha casona propiedad entonces de los gemelos vecinos señores García, fue conocida y mejor recordada por quien esto escribe, donde viviera junto a mis padres y hermanos entre 1936 y 1938, lo que da certidumbre a la fuente primaria, y era holgada, con dos espaciosos por amplios cuartos que daban a la calle mediante el corredor de ingreso y las cuatro ventanas exteriores, con dos patios atrás y extensas galerías de diversos usos, mientras en un salón o sala principal despachó la comisión española con su tren de secretarios, escribientes y otros empleados, que debió ser el local situado en toda la esquina de dicha plaza, y la otra sala de trabajo donde funcionaría el tren de empleados  republicanos, debió quedarse con el despacho acondicionado y establecido más arriba de la calle, fuera de las demás dependencias interiores expeditas y el solar atrás destinado como dije a las caballerías que a diario salían para rendir informes a Morillo y a Bolívar, en Carache y Sabana larga, respectivamente.     Estas comisiones bilaterales cumplieron su función a plenitud una vez aprobada la agenda a discutir, trabajando desde la mañana cada grupo y para preparar la otra sesión de la tarde, con el intervalo del almuerzo y la siesta respectiva, durante esa larga semana diplomática (21 al 27 de noviembre) donde mediante los pros y los contras intercalados se defendieron puntos minuciosamente debatidos por los plenipotenciarios y se entendieron como en casa de familia los temas a tratar en cada día, mediante el cronograma temático previamente elaborado, salvo en el tercer día que fue duro en los planteamientos adversos porque Colombia aseguraba negociar de potencia a potencia, lo que por interpretaciones y detalles exhibidos de la contraparte estuvo a punto de romper la negociación, pero gracias a la sabiduría de Sucre que supo solventar sin estropicios el debate, se volvió al tema  de las conversaciones y los acuerdos. Y por fin, el sábado  25 de noviembre de 1820, día de júbilo para la libertad de América y la independencia de los países hispánicos que la componen y trabajando arduamente hasta las diez de la noche, a la luz de las velas y candelabros, como acaeció en el día anterior, se dio paso definitivo  a esta gestión diplomática suscribiendo en la noche el primero de los dos tratados (armisticio) y luego el de regularización de la guerra), gestión que está escrita en los anales de la diplomacia y de la Historia universal, momento cumbre en que dentro del protocolo se brindó por el éxito obtenido en la labor de esta negociación. En el entretiempo de dichas fechas de trabajo y antes del inicio preparatorio el mismo Libertador Bolívar estuvo una vez de paso en Trujillo para guardar distancias y seriedad, residiendo en la casona y como huésped preciado de Don Jacobo Roth, entonces delicado de salud (murió el 31 de julio de 1822 por la misma causa), y yerra el circunspecto O’Leary al no citar fuentes fehacientes sobre una supuesta permanencia de Bolívar en casa del enfermo delicado), y no visitó más la ciudad  en esa temporada por causa de una diarrea molesta que le ocurrió en el campamento de Sabana Larga, como el propio Bolívar lo escribe en una correspondencia del momento.
En conclusión debemos afirmar que los Tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra fratricida que se llevaban a cabo fueron suscritos sin lugar a dudas y por recuerdo histórico comunal en cadena que proviene de aquel tiempo,  en ese inmueble esquinero de la hoy Plaza Bolívar (para mejor constancia histórica de ello el camino lateral a esta casona que asciende hacia el cerro trasero de la casa desde entonces y para magnificar la fecha se le llamó  Calle Regularización, y ahora también se denomina calle de la Regularización, lo que deja inobjetable este nombre, que recuerda lo tan importante allí ocurrido), cuyas firmas por ambas partes de la plenipotencia allí se calzaron conjuntamente para los dos tratados, en los respectivos documentos con sus varias copias a utilizar y según consta en la placa de mármol allí instalada de tiempo atrás como hermoso recuerdo republicano. Y para darle el ejecútese de ley  por parte de cada delegación una de las tantas copias debidamente rubricada se envió a Su Excelencia el Libertador a Sabana Larga, que la firma de inmediato para dar así el visto bueno ejecutivo que es ahora beligerante, y la otra copia igualmente se destinó con los rigores de ley entonces vigentes y la premura necesaria, a Su Excelencia el Conde de Cartagena y Marqués de La Puerta, Don Pablo Morillo Morillo, para que la firmara de igual manera en canje de instrumentos oficiales y obligando así a la Corona española, en su cuartel general establecido en Carache. Lo de la entrevista posterior de Bolívar y Morillo en Santa Ana fue algo “off the record”, de amistad, sin formar parte de la agenda, para beneplácito de ambos contendores.
He dejado pues, muy en claro todo lo relativo a esta Semana Diplomática, donde España reconoce de hecho y de derecho la beligerancia de los republicanos, transformando así el concepto de guerra establecido, que abre las puertas como he dicho a la liberación total de las antiguas provincias españolas americanas.    Sin embargo queda un importante tema a resolver y de carácter material, o sea que ni el Gobierno Nacional de Venezuela, ni el del Estado Trujillo, ni ninguno ha tomado empeño en buscar donde sea todo el contenido de las actas y papeles que salieron a relucir de tan importantísima reunión, estén donde estén, porque de la parte española los documentos y  sus copias fueron enviados con seguridad a la Península, sin que quepa la menor duda, y de la parte venezolana que de seguidas arrecia la campaña militar en varios frentes, a pesar de los embates de la guerra en función esos documentos en originales o las copias de oficio deben reposar en los archivos de Colombia a donde fueron enviados según correspondía, perdidosos estos como igual ocurriera en su momento para con el Acta de Independencia de Venezuela.        Es necesario disponer de esfuerzos inauditos a objeto de encontrar estos documentos fundamentales (Archivo Nacional de Colombia, sección Venezuela, correspondencia diplomática,  documentales en  la Biblioteca Luis Sánchez Arango, etc, etc,, en los Estados Unidos, Inglaterra y en España, donde con toda seguridad aparecerán mediante un rastreo de expertos (Archivo de Indias, Archivo de Simancas, Biblioteca Nacional, archivo del Palacio Real, diarios españoles de circulación, Biblioteca de la Real Academia de la Historia y su monumental diccionario recién impreso,  Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Archivo del Ministerio del Ejército, Archivo de la Marina, correspondencia especial de esta guerra y otros caminos seguros para encontrar copias auténticas de esos documentos y las Actas aprobadas de tal discusión, que son indispensables en la Historia de Venezuela, como de los demás países implicados.    Igual investigación debe hacerse en otros repositorios documentales europeos o americanos (Biblioteca del Congreso, Washington), referidos a la América Hispana.
Una vez aclarado totalmente lo ocurrido en Trujillo y en relación a la por demás errónea cita donde se señala que dichos tratados fueron firmados en la Casa del entonces enfermo de cuidado  Roth  (he dicho que falleció allí meses después), se cae por propio peso esa invectiva poética de un seudogrupo local sensacionalista, y por el equívoco o malentendido de O’Leary, que no cita fuentes de su aserto (el irlandés tampoco estuvo en Trujillo durante  ese tiempo).  Vamos pues a dejar el trabajo histórico hasta aquí, que ya he tratado en otra oportunidad y puede usted revisarlo en  este blog, aunque sin los detalles presentes. Los creadores de truculencias históricas, manipulaciones surrealistas, mentiras y monsergas falsarias de la historia regional andan presos o subjudice con muchas acusaciones penales como debe ser, teniendo un copioso expediente por delante. Ahora falta que el afanoso gobierno local para corregir el adefesio reponga mediante otro Decreto alusivo emanado de la Procuraduría del Estado, la realidad de esta Historia eterna.
Pueden verse al respecto en mi blog referido  “De cómo España reconoce la libertad de América”, publicado el 3 de diciembre de 2011, y además el libro de cabecera “Orígenes trujillanos”, de Amílcar Fonseca, Tipografía Garrido, Caracas, 1955.  

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