Amigos invisibles. Si, hecha cisco, como razonan los buenos españoles, o vuelta un tremedal. Pero aquí en Venezuela la tal memoria goza aún de peor fama, pues con aquella inventiva de que los habitantes debemos absorber una revolución imaginaria, porque no ha existido sino en papeles y mentes fuera de foco real, como aturdida con mensajes prefabricados, se ha armado tal jaleo de opinión, que lo que algunos creen a medias es porque les interesa así demostrarlo. Y nada más.
Valga el momento para recordar desde esta América tan comprometida el reciente lanzamiento en Madrid y por la Real Academia de la Historia , del monumental libro en 50 tomos intitulado “Diccionario Biográfico de España”, donde desde luego de las 43.000 biografías que allí se contienen algunos y determinados cientos de ellos al menos tendrán referencia con esta tierra americana que entonces se conocía de Costa Firme, en los trescientos años de andadura hispánica conjunta para descubrir en el tiempo así llamado y asimilarse en parte con bastantes desconocidos allá en tierras europeas, diccionario que aflora llagas pasionarias, sobre todo en cuestiones temáticas de reciente actualidad, porque sus redactores piensen de una u otra forma, en un nuevo engendro de inquisición del pensamiento, a la moderna.
Pero es bueno que no nos apartemos del cariz nemotécnico, porque si bien allá se ha formado un jaleo, y lo repito, con eso del buen o mal pensar de aquellos redactores, aquí, al contrario y peor aún, la mentada revolución ha engendrado una serie inverosímil de leyendas e interpretaciones equívocas de la historia nacional, que en verdad mueven a risa, puesto que tratan de absorber viejas consignas hasta de tiempos estalinistas para interpretar cosas absurdas a su manera, y hasta con más desparpajo y sin ningún rubor creando personajes ficticios (como, por ejemplo, generalas post mortem) y toda una legión de mujeres inexistentes en calidad de heroínas, para tenerlas cual antorchas vivas hacia el futuro comprometedor, porque en más de una década de ejercicio de mando en verdad no han tenido un solo mártir que sirva de estandarte de su estela “revolucionaria”. Sorpresivo pero cierto.
Con el bagaje o para construir engaños y desaciertos manipulables algunos empeñosos tarifados, en la manía persecutoria cambiante han dado a entender que los conquistadores de este territorio casi vacío y dominado en buena parte por contingentes de indios antropófagos caribes, los españoles se empecinaron en las matanzas colectivas, deformando así Pero en los trescientos largos años formativos de esta rueda que da
De esta época guerrera emerge un caudillo rural e iletrado que termina con su educación en ciudadano, vasto de luces, que al final de cuentas es quien libera a Venezuela. Me refiero al general José Antonio Páez, héroe de batallas, estratega sin igual, emanado desde bajos estratos sociales y al que el pensamiento revolucionario no lo contempla en sus altares, por simple egoísmo y porque anduvo cerca o en el poder durante algunos cuarenta años de esclarecida fama. Páez, quién sabe a qué resentimiento oculto de esta gente que reescribe la historia a su manera, es un luzbel al que se quiere desaparecer, cosa desde luego imposible de realizar porque tiene pedestal y fama históricas. Pero donde más se centra la diatriba de estos tarifados seudohistoriadores es en la época terrible gatopardiana que se nombra como Guerra Federal, carnicería sin límites que en resumidas cuentas no sirvió para nada (una verdadera “estafa” la llamó Salcedo Bastardo) y sí trajo cientos de miles de muertos, muchos de ellos por el temible paludismo desatado en epidemia, de donde emanaron personas deslastradas como pirómanos consumados, asesinos natos, ladrones vulgares, cuatreros impunes, brujos iluminados y santeros de nota que en una sarta de leyendas de pavor llenan esos cinco años de desmemoria para mal o peor ejemplo del futuro de la patria venezolana. Valga mencionar aquí a José de Jesús González (a) “El Agachado”, que para el desconcierto de todos reposa en el ilustre Panteón Nacional caraqueño, González “Mataguaro”, Pedro Vicente Aguado, el hechicero embaucador Tiburcio Pérez, alias “El Adivino”, el feroz Martín Espinoza, con trece lugartenientes y despiadados asesinos a su entera disposición, el salvaje indio Rangel y otros no menos connotados asesinos que se solazaban viendo morir a los contrarios.
Mas en lo alto de esta carnicería es cuando un pulpero de los valles del Tuy y pretendiendo en algo emular al temido asturiano José Tomás Boves emerge de la nada para convertirse en caudillo a su manera de esta mesnada de bandoleros y “revolucionarios”, palabra tan desgastada desde entonces. Me refiero al general Ezequiel Zamora, narizón y de bigote en cepillo, con frases rebuscadas contundentes como “!oligarcas temblad¡” fanático, vengativo, de ideas primarias, violento, inclemente, quien a pesar de tener arrestos de bravura en el fondo y sin frenos de lo que acontece se vuelve otro más aturdido por la sangre que derrama, por ejemplo cuando le pone fuego por los cuatro costados a los enemigos en la batalla de Santa Inés y donde mediante ese bárbaro proceder mueren achicharrados, calcinados en tan horrible quema mas de mil contendientes opositores. Eso le costará caro, porque pronto y con disparo certero a la cabeza caerá muerto frente a la iglesia llanera de San Carlos, y en los brazos nada menos que de Antonio Guzmán Blanco, otro personaje de cuenta venezolano.Dentro del reformismo histórico emprendido luego aparece la figura teatral de Cipriano Castro, interpretado con el lenguaje en uso del izquierdismo decimonónico y por el hecho de en la locura emular una campaña tipo Admirable a la de 1813, en 1899, y que el no pagarles deudas atrasadas indirectamente le declaró la guerra a los aliados europeos a principios de siglo, que lo invaden con veinte naves de guerra alemanas, inglesas e italianas, venciéndolo y obligándole a fijar condiciones draconianas para tan pobre país y así saldar los débitos.
En la jerga o jeringonza histórica con que persiguen su temeridad, ya imbuidos con chispazos de la corriente socialcomunista del siglo XX arremeten contra los santuarios del capitalismo, que por ahora y con tales teorías obsoletas nunca podrán vencer y menos convencer, como se demostró en el derrumbamiento impresionante de la Unión Soviética. Y en la algazara manifiesta para sonar siempre y como técnica de no desaparición, por el tiempo requerido de la Historia veremos a estos espantajos que en contendiente lid no asustan ni al diablo, dando tumbos pero de buen alimento elemental para el llamado público de galería. Seguirá en hojarasca el palabreo inútil, las consignas no emanadas de pensadores de izquierda sino de vulgares usurpadores oportunistas, y con el tiempo sabio todo ha de volver a su lugar, con otra Guerra Federal perdida, porque como se dice en Derecho la justicia es lenta, pero finalmente llega.


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