domingo, 9 de marzo de 2014

EL PROMINENTE REINO DE LOS CUICAS (IV).

Al cronista, historiador e investigador Alí Medina  Machado,
Profesor de la Universidad de  Los Andes (Trujillo). Dedico.

Alfredo Jahn

             Amigos invisibles.  Como continuación de este trabajo que trata de los indios cuicas trujillanos y ya para darle un final feliz hemos tratado diversos tópicos que les son entrañables con lo que podemos darnos una idea de su conformación social, como el desarrollo adquirido por estos aborígenes y donde existen relaciones sustanciales con la cultura muisca, entre otros planteamientos aquí hechos sobre la geografía, genética, el impacto acaecido por la penetración española, aspectos poblacionales y de familia, la vida en sociedad, la temática  agrícola, su indumentaria y el trabajo manual, la medicina, el campo de su visión guerrera, la importancia de los caciques en las tribus, relaciones mercantiles de su comunidad, una mirada  antropológica, la importancia legendaria del mohán y la religión en sí, mientras que a partir de ahora abarcaremos otra visión de conjunto para llevar a cabo la propuesta emprendida.
                         
                           EL MINTOY.
             Este nombre genérico cuicas  abarcaba una serie de sitios escogidos que podían servir  de silo, granero, osario, cueva sepulcral (misá) y santuario, emplazamiento este reverencial que establecían en lo alto o prominencia de los cerros, y hasta de habitación para algunos indígenas, considerando que en investigaciones arqueológicas se han descubierto más de 32 cavernas identificadas, y de grutas también. Como cementerio de uso comunal, salvo en casos parameros cuando estaban dedicados dichos lugares de ofrenda al culto de los ídolos heréticos y no de sepulcros, estos sitios sirvieron para dar sepultura a los naturales junto con algunas pertenencias y comestibles, en el viaje sin retorno hacia la eternidad. En homenaje y profundo respeto a los antepasados y a la muerte, “primogénita de la noche y hermana del sueño”, a los recién fallecidos (knach) como hecho normal se les enterraba en forma sedente o en cuclillas, dentro de grandes botijas alfareras o urnas de barro, y en el caso de los prisioneros mediante la condena a sufrir se los sepultaba vivos.

             Osarios indígenas se han encontrado  en las alturas de Miquinoco, Esdorá, Siquisay, partes bajas de Niquitao (montaña venerada  por ser la más alta de la región), Durí, Visún, Chejendé y otras. De igual forma recordaremos algunos santuarios o adoratorios cuicas de importancia: Mocoy, Siquisay, Mitán, Visnajacito, Castil de Reina, parte alta de Niquitao, Cordoncizal (cuya cueva adoratorio tiene cuatro departamentos y en una de esas habitaciones altas caben hasta cincuenta personas), Escorandí, y la profunda cueva carachera de Kaneva. Como otras cavernas o grutas descubiertas, donde se han encontrado algunos objetos utilitarios cuicas y de importancia, señalaremos las de La Chapa, páramo de Los Linares, Teta de Niquitao, La Peña (Agua de Obispos), Los Muñecos (Escuque), Tuñame, Cuchillo (Santa Ana), La Candelaria, La Quebrada, Peña Colorada, La Pilaria, Gendé (con varias grutas), y la Cueva de Santo Domingo, donde se encontrara un porta ofrenda con figura de cocodrilo, cripta que en algunas partes interiores tiene seis metros de altura y la que alberga  varias galerías, con paredes pintadas. Dentro de las numerosas excavaciones hechas por especialistas, otra zona arqueológica en estudio es el sitio betijoqueño Los Tiestos.


                       Es necesario traer ahora al recuerdo que en muchos lugares del territorio cuicas se han encontrado numerosos
Rafael Maria Urrecheaga
ídolos, muñecos, vasijas, adornos, tiestos y otros utensilios cuicas, que luego de pasar por manos particulares de preferencia hoy se hallan integrados en colecciones privadas y en museos nacionales y extranjeros. Por ejemplo en este andar aborigen el año 2.013 la conocida londinense galería Sotherbys sacó a subasta varios objetos provenientes de la cultura cuicas, a lo que el gobierno nacional y entidades particulares se opusieron razonadamente.


EL ELEMENTO POPULAR.

             Así como los cuicas eran trabajadores y sumisos a las órdenes de la tribu, en el aspecto espiritual fueron también dados a las festividades, reuniones, mercados, ferias, a los juegos como la ruleta humana cucurumbamba, y a la música que acompañaban de tamborcillos, alguna flauta a manera de quena, maracas, fotutos (caracolas), chirimías, o guaruras (cochas de caracol o “muséu”, con hendiduras) y cantos monótonos rituales, mientras danzaban en redondo, comían bollos picantes de maíz, carabinas (bollos con caraotas negras) o atoles, masatos y mazamorras mielosas (tsatsá) sacados de ollas (nayú) e ingiriendo al tiempo chichas (tsambay o kombeuch) enfuertadas, guarapos y licores de alta gradación alcohólica, como el llamado y popular aguardiente catalán competitivo, licor de apio fermentado, arifuque ((licor hervido de maíz tierno y tostado) y aguardiente criollo de panela o miche, que llegaban a embriagarlos. Las mujeres por su lado, cuya virginidad o doncellez no era de respeto, jugando un segundo papel debían trabajar más que los indios, y usaban para estas ocasiones solemnes además de collares, como también los hombres, láminas o placas pectorales de dos alas (gem kikache), en forma de ave estilizada, gargantillas, otros adornos, colgantes, mantas, esteras, etc. Tanto en la guerra como en reuniones tribales estos indios acostumbraron a tatuarse los cuerpos, para lo cual usaban pintar de negro la cara con el fruto del árbol jagua, parecido a la manzana, y en otras partes corporales se untaban por franjas con la hoja de bijao (que da una secreción encarnada), o el rojo extraído de la frutilla onoto (en muisca llamado achiote), y luego podían danzar entonando cantos guerreros que los incitaban a la rebelión, como ocurrió en época de los invasores españoles, en que por largo tiempo se mantuvieron indomables muchos indios, valga asentar los cabiscús, cumbes y carambúes, al mando de sus bravos caciques. Además se engalanan la cabeza con plumajes, taladrándose los lóbulos de las orejas (kusmen) y otros lugares faciales para colocar signos de adorno.

                                     LA ESTRUCTURA LINGÜÍSTICA.

             Dentro de esta nación desarrollada en sus límites naturales podemos abordar el tema de la estructura linguística, semiológica, que en parte fue penetrada por lenguajes vecinos,
Tulio Febres Cordero
en especial de origen mucus, como era lógico pensar por el provenir de un mismo tronco fonético, palabras y frases sueltas, que pudieron ser recogidas dentro de la aislada población de los altos parameros hace ya más de un siglo y gracias a los apuntes del maestro Rafael María Urrecheaga, cuando estaba a punto de extinguirse este hablar característico, ya deformado por cierto con los viejos modismos y neologismos hispanos.

             Debemos observar que el avance de los conquistadores hispanos para preservar la unidad de ese imperio prohibió tajantemente el uso de las lenguas indígenas (1.770), como de los cultos religiosos heréticos ancestrales, que así sufrieron un serio revés en su normal desarrollo. Sin embargo, podemos decir que la lengua cuicas utiliza frases cortas, es sencilla, de pocas palabras y mejor entender, con tendencia formativa onomatopéyica en aquello de la ley del menor esfuerzo, simbólica e ideográfica, que proviene del tronco mayor muisca y su uso fue generalmente oral y nunca escrito, como aconteció con las otras lenguas de los naturales, salvo los empleos criptográficos, glifos e ideogramas, de donde hubo necesidad  de aplicar la escritura española en la versión americana, para un mayor entendimiento. Algunas pictografías expresivas pueden encontrase olvidadas a lo largo de las sierras trujillanas, entre piedras y grutas, pero no existe ninguna escritura formal, ni siquiera del tiempo de los españoles. Vale decir, pues, que esta es una lengua simple, monótona y sin dificultad alguna, aunque en parte carece de varios sonidos correspondientes a las letras castellanas. Hay fuerte pronunciación hacia una “ch” suave (sh), y es común también el uso fuerte de la “k” (de origen semítico, de poco empleo real y extraño al castellano). En la intercomunicación lexicográfica abundan muchas partículas del lenguaje mucus, como existen cambios en la acentuación fonética en referencia con el castellano, lo que es importante indicar porque ello distorsiona el sentido de las palabras o ideas, y no existe el acento esdrújulo, e igualmente señalamos que el sustantivo de la oración permanece indeclinable.

             Entre otras características orales en el lenguaje cuicas se encuentra abundancia de topónimos parecidos, y así también sinónimos y homónimos, utilizándose además muchas palabras compuestas que cambian de significado, como en igual forma ocurre con los prefijos, lo que podría ser importante en el nuevo estudio semiológico. Dentro de la traslación subjetiva al castellano, en sonido y escritura posterior a sus raíces se usa indistintamente y como asiento una letra extraña, que es la señalada “K”, y existen sonidos acomodados al lenguaje que tienden a confundirse, como la trasliteración de la “I” por la “Y”, encontrándose afinidades de esta lengua con la hablada por los chibchas colombianos y alguna relación con lenguajes indígenas de Costa Rica y Honduras, que en el curso de los siglos prehispánicos mediante migraciones costeras pudieron penetrar en la hoya del lago de Maracaibo. Finalmente esta lengua por obra del mestizaje cultural y traslados poblacionales que se realizan durante el período colonial, fue perdiendo su independencia homogénea para terminar en una suerte de jerga de dialecto regional que perduró débilmente hasta entrado el siglo XX, allá, en lo más alto y alejado  de las montañas trujillanas.

    EL  CAMBIO VITAL.

             Los indios cuicas para el comienzo del siglo XVI se hallaban bien identificados como una sola nación manejada por caciques, dentro de un contorno de pueblos unidos por el tronco común y bajo ciertas vinculaciones que los ataban a los muiscas y las más recientes a través de los vecinos chamas, y hasta con ciertos jirajaras y betoyes pacíficos y sedentarios.

Dr. Ramon Urdaneta con Amigos.
      Pero a raíz del ingreso de los españoles a su territorio se fue produciendo un cambio lento y total en cuanto a la lengua de uso, el espacio vital y la transculturación, de donde el blanco arrogante y barbudo (karachu), opresor encomendero, pronto trae población negra (kue) africana (1592), de carácter esclava, adquirida por compra para el trabajo comunal de los propietarios, quienes debían rendir tributo de gestión a sus dueños mediante faenas del campo (mitayo) y a pagar otras cargas que les eran obligantes.  En 1621 el Gobernador de la provincia de Venezuela, Francisco de la Hoz Berrío, redujo a diez pueblos los indígenas habitantes del territorio cuicas, desapareciendo la estructura anterior, y para 1687, en tiempos del gobernante Diego de Melo Maldonado, dentro de la decadencia y el mestizaje general habido esta provincia de los cuicas, como anterior se le llamara, albergaba 12 doctrinas territoriales, 17 pueblos españoles fundados y 49 encomiendas indígenas.

              Así, por imperativo obligatorio del tiempo fue diversificándose el singular cuanto saudoso reino de los cuicas, a través del silencio y la montaña, del trabajo y la muerte, para de este modo acceder en otro reino, el de los inmortales y el recuerdo, que aquí es detallado como parte de su propia historia.

CONCLUSION.

             Amigos invisibles. He tratado de ser cauto dentro de este estudio para intentar reconstruir la vida y tiempo de los cuicas,  que sea fácil de entender a pesar de los tropiezos existentes por la escasez de materiales necesarios que permitan profundizar su conocimiento y las desviaciones ocasionales que se tienen fijando ciertos análisis debido a cualquier desproporción de esta vida indígena por obra de escasos y ligeros rastreos, como el insuficiente indagar de las fuentes seguras, donde la fantasía e inventiva como es de suponer vibran con múltiples leyendas que acaso desfiguran su realidad histórica, lo que en el fondo desvirtúa el estudio orgánico de esta cultura regional desviando la seria misión de cuanto en una y otra forma, según el ángulo del interés deseado, tratan y consiguen corregir distorsiones y sentar cátedra de conceptos para el estudio de su verdadero aporte en el contexto étnico indigenista del país. Estoy entendido que muchos de un tiempo para acá y sobre todo a nivel universitario han estudiado de manera metodológica algunas fases de la valiosa historia y el climax en que se desarrolló esta cultura superior, ya que he podido indagar en ciertos trabajos publicados mediante experticias y manejos de campo que se especializaron en diferentes áreas del conocimiento. Pero aún hay mucho por conocer y como buenos pacientes con la lupa de la instrucción se debe continuar resolviendo enigmas en el empeño para conseguir los méritos y lauros atribuibles a su estudio, aunque a objeto de llegar a esas etapas últimas de satisfacción es necesario alimentarse del tiempo. Por mi parte he querido rendir un nuevo tributo de su pre e historia indígena, ya que en los entresijos de mi ser absoluto conllevo gotas de aquella sangre por decir milenaria, y eso me enorgullece.



             Finalmente debo recordar en esta materia específica a ilustres sabios, científicos, maestros y pensadores que de una forma personal y con diversos campos de visión ayudaron a mantener encendida la llama de ese pueblo orgulloso, tranquilo, tenaz, que forma parte esencial de nuestra nacionalidad. Entre tales maestros del ayer y de hoy que a manera de colofón apenas recuerdo, porque profundizar en sus trabajos sería materia de otro largo ensayo, menciono a Rafael María Urrecheaga, Julio Cesar Salas, Alfredo Jahn, Tulio Febres
Dr. Numa Quevedo
Cordero, Amílcar Fonseca, Mario Briceño Iragorry, Numa Quevedo, Emigdio Cañizáles Guédez, Mario Briceño Perozo, Arturo Cardozo, Manuel Andara Olívar,  Américo Briceño Valero, Hermano Nectario María Pralon, Miguel Muñoz de San Pedro conde de Canilleros, J. Segundo Salas, Lisandro Alvarado, Gilberto Durán y otros estudiosos perspicuos con cuyo conocimiento y exposición para siempre vive el verdadero reino de los cuicas.  Gracias a todos por seguirme en este empeño laborioso al que así he dado término.

sábado, 1 de marzo de 2014

EL PROMINENTE REINO DE LOS CUICAS (III).

               Al doctor Kaldone G. Nweihed, embajador,
profesor titular de la Universidad Simón Bolívar de Caracas,
experto  en derechos del mar y fronterizo. 
Dedico. 

Amigos invisibles. En esta tercera parte del trabajo referido a los indios cuicas que en Venezuela ocupaban inicialmente el territorio del Estado Trujillo y algo más de sus fronteras, abordaré nuevos temas importantes para en su conjunto con el agregado que ahora se integra referido a otros estudios interesantes, valga decir la vida mercantil, social, cultural, religiosa, animista, jerárquica, lingüística, a lo que se suman algunas estimaciones referidas al desarrollo popular como las constantes necesarias para hacer alusión a la nación cuicas, todo ello sea suficiente a fin de darse uno cuenta detallada de esa nación con sus atributos específicos de independencia y trabajo sostenido desde el arribo de los españoles a su territorio y el lento mestizaje que se inicia, hasta cuando a fines del siglo XIX ya en los estertores de su desaparición racial apenas quedaban algunos ejemplos de sus características mantenidas por la población acaso senecta que en las altas cimas cordilleranas con valiente desafío temporal se mantenía y cuyos restos culturales de identificación se salvaron gracias al paciente trabajo del polígrafo trujillano Rafael María Urrecheaga, quien mediante el uso de la paciencia se dio a rescatar en cuadernos que enseñan los  vestigios de esa cultura a través de la madre nutricia del lenguaje por ellos utilizado, así como de otras aportaciones requeridas para que aún sepamos sobre la vida y misterios de esta importante nación cuicas.   Seguiremos pues en este empeño.
LA VIDA MERCANTIL.  OPERACIONES ARITMÉTICAS.
         Los cuicas se autoabastecían de las necesidades primarias, pero con los caribes (jirajaras) tuvieron relaciones de trueque en la compra de sal y el veneno curare. Producían además buenos tejidos de algodón, que comerciaban con las tribus chamas y hasta con los españoles establecidos en El Tocuyo, fuera de intercambiar por ese camino mayor andinas papas, cacao y  maíz seco (puratí).
En cuanto a las transacciones comerciales intertribus y más allá de ellas, usaban la permuta  de manera principal, pero además con los vecinos a ellos sacaban cuentas  (saysay) con el valor  de bolas de hilo, semillas de cacao, papas o maíz, y en general sabían contar en montos pequeños, pero hasta la decena (tabis), con el uso de las dos manos, y de allí seguían en múltiplos, por lo que para expresar once, doce, etc., sumaban diez mas uno, mas dos, etc.; y para veinte (gem), dos tabis,  treinta  tres tabis. El ciento era contado tabis, tabis o diez dieces, el doscientos, gem tabis, tabis, y así de continuo, en lo que también usaban múltiplos, como mavishuent, o nueve veces (tres en tres veces) y mapivita (ocho suma dos cuatros, o gem piti). Para realizar estas simples operaciones  de cálculo aritmético los indios utilizaban cuerdas anudadas de a cinco lazos, y el “cay” o sartal de cuentas blancas y verdes (“quitero” en las realizaciones monetarias), hecho principalmente de huesos, piedras y conchas perforadas. Con relación al mes (cumben) de seis porciones, y a la semana cuicas (toshita), diremos que este era seguido al paso de la luna y sus fases, de donde fue apenas de cinco días, contados con la mano, pues al sexto movimiento lunar venía el cambio del astronómico satélite acorde con el ciclo en función de esta luna y también de la semana.
ASPECTOS ANTROPOLÓGICOS.
   
      En  el sentido antropológico el cuicas era de vocación gregaria, familiar, viviendo en chozas redondas de bahareque y palma, con preferencia en villajes al mando del cacique respectivo, además con gran estimación comunitaria, sin ser en especial monógamo, con tendencia matriarcal y donde el tío y el sobrino (cubakchó) además tenían importancia en la continuación de la familia, por herencia ancestral muisca cundiboyacense. Fueron de carácter callado, introvertido y melancólico, como su música de siempre. No eran tampoco antropófagos o belicosos, esto salvo en los casos  de salvaguarda de sus territorios y familias.
         De mediana estatura, tenían la cabeza redonda, la tez morena, en las mujeres el busto y la cadera desarrollados, los ojos oblicuos y negros, con los cabellos lacios y largos. Prácticamente  no existían calvos, pero sí muchos barbilampiños.
LA JERARQUÍA TRIBAL.
         Dentro del ordenamiento igualitario primitivo de los cuicas, no por ello existió una jerarquía  que permitiera la convivencia pacífica, en la que destaca el tabiskey (“el de las diez plumas”, que las usaba en la cabeza como símbolo de alto rango), indígena principal (su mujer o pareja concubina es la kushunduk) en el que prevalecían elementos especiales de fortaleza corporal, probada en circunstancias  oportunas, como igualmente de descendencia, rasgos característicos que incluso se  transmitían a través de tíos y sobrinos a raíz de cualquier fallecimiento, lo que venía a ser otra de las costumbres de origen ancestral muisca.   Por debajo del tabiskey en un gobierno masculino existían el hijo mayor (kushik) o sus hermanos, los jefes subalternos ayudantes y los chacoy o caciques temporales de cada tribu, que tenían preponderancia en el mundo cuicas de acuerdo a lo importante de la parcialidad autónoma que dirigían, y por algunos aspectos personales. El consejo de los ancianos de la tribu también era tomado en cuenta, debido a su larga experiencia y memoria de los hechos, a veces heredados.
EL MOHAN.
         En aquel mundo indígena que aquí se determina también era de destacar la figura del “mohán”, voz de origen chibcha, que hacía las veces de hechicero, brujo, piache, sacerdote (toy) y curandero o médico tribal, quienes se acompañaban a través de ceremonias de carácter religioso, el uso de ingredientes ocultos en una suerte de esoterismo entre las tribus, y el empleo además de medicinas naturales y alternativas. Herramienta fundamental de su escenario creyente fueron los “chorotes” o ídolos de barro con diversas formas humanas, que hacían sonar, correr, andar y bailar, por obra de la superstición y el movimiento. A ellos debían “pasar” o ingresar la enfermedad del paciente, por medios  taumatúrgicos de soplos e invocaciones.  Su trabajo lo realizaban indistintamente en adoratorios, casas y cuevas (por ejemplo la Teta de Niquitao), donde se servían de plumas, maracas o sonajeros de calabazos (totumos) y fetiches de barro para las ceremonias hechiceras, en medio de un ambiente propicio. En aquel mundo de la magia y lo desconocido esta valiosa figura sacerdotal tenía una importancia destacada, pudiendo ellos ser polígamos y andar con vestimentas de rito especiales, incluidas las placas pectorales en forma de murciélago. Contra algunos influyentes mohanes, que detentaban el poder ancestral de la raza, fueron muy duras las autoridades españolas, persiguiéndoles a fondo y destruyendo toda su magia cautiva y los conocimientos aplicables, en una transculturización enfermiza y secular.
Entre otros notables hechiceros, que se resistieron hasta última hora en defensa de la memoria de sus pueblos y creencias, podemos contar a las siguientes figuras perseguidas: 1) La curandera de origen tostós y apellido Biafara (sic); 2) La mohana boconesa Mauricia Bolsones; 3) El boconés Pablos, santero de fama e idólatra consumado, recibiendo por ello numerosos azotes, “atado al poste (de ignominia) de pies y manos”; 4) El mohán siquisayero Mateo Frontino, castigado duramente por ser hereje conocido; 5) Salvador Pérez, a quien se le siguió severo juicio punitivo inquisitorial, también por causa de idolatría; 6) El principal indígena Santiago de Esnujaque, por hacer “diabólicas ceremonias” de culto; 7) Lorenzo de Urbina, famoso cacique hecho sacerdote mohán, quien reverenciaba a un muñeco de oro junto a muchos de su comunidad, y que por brujo y supersticioso en la tortura característica debió cargar una pesada cruz a cuestas y siendo arrastrado con una soga al cuello, mientras que por orden de la condena impuesta en el cumplimiento exigido recibía sobre su cuerpo cincuenta duros azotes, siendo por ende excomulgado, a lo que se sumara diez años de presidio y otras sentencias adicionales; 8) El mohán boconés Juan Bautista Vásquez, a quien se le enjuicia severamente porque mediante fórmulas mañosas cuanto prohibidas “hacía llover sobre los conucos”; 9) El curandero indio Juan Benito Vásquez, quien en una mezcla sincrética de santerismo indígena y religión cristiana, se autotitula obispo y por ende ordena sacerdotes, realizando el hereje actos no permitidos y misas condenables ante un emplumado “muñeco de monstruosas formas”, rito que ejecuta este curandero en horas avanzadas de la noche, al son de la música, chichas embriagantes y solicitado aguardiente catalán; 10) Don Agustín, cacique tirandae, a quien igualmente por sus desmanes religiosos condenables se le azota y hace abjurar de la mohanería, so pena de mayores castigos; 11) Los caracheros Don Cristóbal y Don Domingo (éste en septiembre de 1713 (recuérdese que la reina católica Isabel había otorgado a los caciques el título de Don), a quienes en conjunto por ser parte interesada la autoridad tribunalicia les sigue juicio inquisitorial al considerárseles idólatras consumados, por  “tener “74 ídolos y 24 casas de adoración y ofrenda”, que se les confisca y destruye, para después de ser presos y enjuiciados mediante rituales cristianos hacerles duros exorcismos a objeto de sacarles a estos posesos el demonio que tienen integrado en su ser, como también se les encadena y azota  innúmeras veces, en forma ignominiosa cuanto cruel.  
Todos estos mohanes actuaban “por obra del espíritu malo o del demonio”, según la versión frailuna inquisitorial que manejaba con rigor en el mundo católico romano la Orden de Predicadores, la que por cierto para estos juicios especiales tenía establecido un Tribunal en la ciudad de Trujillo y sufragáneo por ende del radicado en Cartagena de Indias. Sea oportunidad a fin de recordar que el pirómano obispo franciscano fray Antonio de Alcega, horrorizado por el predominio idólatra de los cuicas, solo en 1.608 quemó personalmente “3.000 ídolos de los que adoraban los indios”, destruyendo a su vez 1.114 fervientes santuarios de  veneración pagana, por considerarlos casas y sitios indígenas para sostener esos diseminados cultos prohibidos, a lo que se agrega otros 400 ídolos que por orden e instrucción del duro Alcega se quemaron también, todo según rezan documentos de la época.  
ASPECTOS RELIGIOSOS INDÍGENAS.
         Una demostración del ambiente cultural de esta nación cuicas identificada, sin lugar a dudas la de más desarrollo social en la Venezuela prehispánica, fue lo tocante a la religión que profesan, aspecto importante para aglutinarlos como un conjunto orgánico social. De aquí que con sus experiencias y recursos  ancestrales dentro de un sincretismo religioso pudieron sobrellevar la carga de lo ignoto hacia el mundo mágico de lo sobrenatural, que es uno de los rasgos difíciles de toda sociedad primitiva en cuanto al ser  y el más allá de sí mismo. Por ello  dentro de la herencia muisca cundiboyacense y dialectal muisskkbun adquirida  y en contacto con las realidades fácticas dentro del entorno animista en que vivían, los cuicas eran respetuosos de su ambiente, del medio que los rodeaba, y temían la carga de los excesos del mundo que  también los cercaba. Por ello el sol y el agua, es decir la sequía o las inundaciones, fueron elementos a recelar siendo fundamentales en la vida cotidiana de aquel pueblo importante. Además, en el ambiente de lo esotérico los cuicas transmitían mensajes recordatorios  por medio de cuerdas anudadas.
        
Dentro de una teogonía fundamental, en la creencia del Ser Supremo, de Dios (Wo), o Gran Espíritu creador (kachuta narambeuch), dichos indígenas rendían culto al Sol como divinidad especial (naurepa) y al tiempo para adorarlo por ser dios superior (reupa), igual a como lo hacían los chibchas colombianos en el Templo del Sol, éste construido en forma circular y horcones de madera y techo  situado en Sogamoso (Boyacá), o el homenaje al dios Xue (por cierto Sue  es apellido familiar existente en Trujillo), de forma cónica angular. En otro contexto la luna (chaseugn) era divinidad  o madre que ampara. Y luego venían algunos cultos menores cuanto nocturnos, como el del mortuorio murciélago (tontsú), de otros animales y en especial la rana cantora (figura intermedia, símbolo chibcha de la lluvia y espíritu de las aguas, ambos reflejados en prendas ceremoniales. Igualmente aparecen del entorno sideral la luz (shep), el día (tshabú), el calor (sbúts), las siembras (suruk), la tierra (tapó), las estrellas (tscheuch) y los cuerpos radiales del universo, el peligroso viento (heurkuch), que arrasaba con las cosechas (taspa), la temerosa lluvia (sok, srendeu), que destruía o anegaba los plantíos, el agua (shombuch), elemento primario y parte fundamental de la vida, y la centella (wasré), entendida como ira desatada del cielo.
         Los cuicas creían de antiguo en el culto a los muertos (quizás por el origen muisca y este de los mayas y otros pueblos centroamericanos, de donde provienen), la imagen dolorosa de la muerte y la inmortalidad del alma. Profesaban igualmente la veneración a los cuerpos celestes y temían (cuiqui) a la noche (chfeui), los temblores terráqueos (añeu) (Trujillo es zona sísmica), también a los seres maléficos, es decir a Keuña, ente perverso o diablo elevado en esa potestad. En cuanto a Quiaque, diabólico también, es un ser sobrenatural de uñas grandes  y cabellos largos, de ronca voz y barba patriarcal, que azotaba a los indígenas cuando sin causa dormían fuera del bohío, siendo así un símbolo recordatorio y atemorizante del extraño barbudo por venir (pues de antes, en las viejas creencias ancestrales se esperaba el arribo invasor de un ser blanco y barbado) y de la cohesión familiar tan necesaria. En un nuevo contexto el temido Quirachú era otro ser dañino que se hallaba presente en las sesiones del templo sacramental, esta vez expuesto como signo de negación.
  
       El mundo iconoclasta o de la imagen de sus dioses se le representaba mediante ídolos huecos cocidos de barro, los que produjeron por millares y en diferentes formas de presentación, parecidos a los “tunjos” de la cultura muisca que desprendían sonidos, como insuflados de un alma profunda, por tener para ello guijarros sueltos o cuentas en su interior hechos en formas de jefe sentado, viril, sosteniendo recipientes en las manos y el totémico órgano genital o el reproductor femenino, etc. Dentro de aquel ambiente mágico y religioso debemos hacer mención especial  del templo (kchuta) que se dedicó a la diosa Ikaque, hecho con horcones y palmas, situado en Quibao, altiplanicie cercana de Escuque, donde por cierto debido a causas naturales en ciertas épocas del año allí se concentraban algunos sorprendentes arcoíris (tisteu), los truenos o relámpagos (wasré) y las aguas celestiales (mimbok). Ikaque era la diosa protectora de las cosechas, ella de espíritu bondadoso y fertilizante, a quien se dedicara el gran santuario de tres naves en forma de caney revestido de palmas y en cuyo interior central entre porta ofrendas decoradas, tripoidales, candelabros y lámparas o braseros realizados con cabezas de animales y encendidos tales signos religiosos con manteca de cacao, en dicho lugar los indios adoraban a un ídolo de oro de buena dimensión, esférico, sedente, en postura ritual, con el sexo femenino visible, como recuerdo a la continuidad de la especie. Ikaque representaba el agua, el emerger de la vida y la cosecha, a la que reverencial hacían ofrendas de ovillos de hilo, quiteros, sal, piedras labradas, mantas, plantas medicinales, etc., y hasta sacrificios de seres vivientes, como venados (kumbay), con cuyas numerosas astas adornaban el caney de los ritos. Este templo de ceremonias y obsequios tribales, fue saqueado en su totalidad por los españoles intrusos al mando del criollo coriano Diego Ruiz de Vallejo a fines de 1548 y en su viaje descubridor  rumbo a Boconó, quien para esta operación destructora se acompañó del renegado cacique Combute, indio perverso (ualipó), vengativo y principal carachero, que mantenía enemistad con los naturales escuqueyes.
         En próxima emisión de este trabajo abordaré como final  algunos nuevos temas necesarios para el conocimiento de ese importante pueblo indoamericano, a quien hoy los especialistas en la materia tanto aspiran conocer.    


 
 
 

martes, 18 de febrero de 2014

EL PROMINENTE REINO DE LOS CUICAS (II).


                   Al profesor doctor Mattias Urban, de la Universidad de Leiden. Dedico.

Amigos invisibles. Como decíamos ayer, para utilizar el silogismo de fray Luis de León, hoy seguiremos en el empeño de dar a conocer los valores intrínsecos de un pueblo indígena venezolano bien identificado  que a través del tiempo ha sabido mantenerse defendiendo su patrimonio a la vez que demuestra una unidad de ser valiosa  y representativa con que algunos han podido y otros andan en el empeño de su estudio, como ocurre con el buen amigo y conocido lingüista histórico profesor doctor Matthias Urban, de la Universidad de Leiden (Países Bajos), especializado en los lenguajes indígenas de América. Pues bien ahora nos toca proseguir este trabajo sobre la vida y permanencia de la cultura aborigen, por lo que al continuar sobre su estudio de seguidas nos referiremos a:
LA AGRICULTURA CUICAS.
La agricultura sedentaria  o de siembra (chuk), mediante convite o asociación de indígenas estaba referida al sostenimiento familiar, y el remanente producido se usaba para el trueque o permuta comunitaria. Cosechaban por el sistema de conucos el maíz (chja), jojotos (tsaos), papas (tigueu), tomate pequeño, yuca (tokmósh) en las partes bajas calientes, batatas (tikué), aguacates (katá), caraotas (trason), cambures, el algodón fabril (chacho), chuvas, calabazas (kajubá), chayotas, tabaco, apio (hent), auyama (naju), ocumos, morotungo, churi, guaje, guandúes, fique (cocuiza) usado para cesterías y sacos, habas, etc.    El cacao (ciré) era proveniente de las tierras bajas y soleadas, cuyos frutos producían el aromático chocolate negro y tostado, sin dulce (chorote), mientras  su aceite sirvió para alumbrar en lámparas de barro (como también el tártago o ricino), y además las semillas valieron cual instrumentos de operaciones mercantiles. Mención especial debemos hacer del pequeño pimiento “ají chirel”, estimulante gástrico muy ardiente para usar en comidas (molido es el paspis) y que junto con el tronco sensible del maguey (istú) y las flores aún no abiertas de esa cocuiza o kumbush (llamados popularmente “diablitos”), forman parte de la cocina ancestral indígena, cuya base principal eran las papas parameras y arepas de maíz. El tabaco (kohó) de ristra además de usarse para fumar tenía suma importancia en la producción de chimó  (kikucó),  suerte de hoja de coca o jalea gruesa obtenida a base de su molienda que elimina el hambre y la fatiga mezclada con ceniza y sal de alumbre en su composición, que mantenida en cajetas (coporo) de cuerno y usada por peyas (pizcas), se introducía en la boca para luego fijarla a la parte trasera de los dientes inferiores con el  fin de insalivar (matú), proteger la dentadura y obtener sanaciones o “contras” de culebras (momos), tradición heredada que aún se conserva en el medio agrícola trujillano.
EL VESTIDO. LAS ARTES MANUALES.
En cuanto al escaso vestido a manera de guayuco para tapar las partes pudendas los cuicas usaban tejidos de algodón por encima de los dos mil metros de altitud, mutatis mutandis, y en cuanto a por debajo de esa cota los aborígenes preferían el guayuco hecho con materiales textileros naturales para colocar en las entrepiernas sin pudor y menos intención sexual, adaptándose todo ello a la condición de hombre o de mujer, estas con el pecho al aire y algún say o abalorio de piedra, semillas vistosas o huesos en forma de collar, pintado de preferencia  blanco o verde (tsbambas), que en el subconsciente les recordaba el color de las esmeraldas usadas por los indios chibchas, establecidos más allá al occidente de Pamplona; pero el hombre ya formado como tal se ponía alguna calabaza o totuma sobre el miembro genital para resguardar tan importante órgano reproductor.  En las tierras altas como dije fue necesario el uso del vestido de algodón (chacho) de primorosos trazos y hasta con plumas de animal, teniendo en cuenta el resguardo personal de los parameros (guates), pues sabido es era tejido en fibra regional, donde despuntaron como diestros trabajadores, con lo que elaboraban diversas prendas, verbigracia las mantas, túnicas (sangói) y demás ornamentos textiles, ruanas decorativas y distintos elementos de distinción tribal.
Otra técnica manual desarrollada fue la cestería, de diversa factura, hecha a base de palmas, cabuya o fibras finas, e incluso con carrizos (kinok) delgados, de donde se fabricaban petacas, manares, canastos, (joros), marusas y bolsos para guardar productos, como los existentes telares caseros de fique, éstos con el fin de tejer sacos (yurures) y alfombras.  Dentro de la elaboración de tantos objetos útiles de barro (chiriguas, jícaras, tatuques, múcuras, cántaros (ktush), vasijas boconas o bocoyes, chorotes, imbaques o tinajas, etc.), diremos que también eran expertos en los budares (ispac) para cocer arepas (suridipa) delgadas o de pan de maíz pelado con ceniza (nabush). Otras prendas de vestir usadas por algunos indígenas como sus descendientes  en el diario y diverso laboreo, fueron las cotizas (aitoc), alpargatas que se elaboraban en forma manual con capellada arriba tejida y una base de duro cuero de danta o de venado, curtido con dividivi o say.
Buenos alfareros estos naturales americanos, de ellos además es bien conocida la cerámica pintada, antropomorfa, figurativa y de utensilios, por lo cual dichos indios expertos en el trajín cerámico mezclaban arcilla y caolín, cocidos al sol o el fuego, coloreados entonces de amarillo, azul, marrón o rojo, y donde abundara el signo “S” acostado. Piezas de valor se han podido encontrar en sitios como Makarena, Chejendé, Mitimbuén y La Concepción de Carache.   Igualmente creaban pectorales tallados como prendas, y por desconocer el viejo trabajo de metales pulían la piedra, conchas, el cuarzo, azabache, la pizarra y el sílex en punta de flecha, como herramientas de trabajo u ornamento. Urnas funerarias, vasos, sahumadores, vasijas, lámparas, tripoides, candelabros (de tres pies y hasta imitando a figuras de serpiente), porta ofrendas y muchos otros utensilios se elaboraban con arte en aquella cerámica local.  Dentro de esa técnica a emplear, los ídolos y muñecos de barro se fabricaron sedentes (para los jefes), de pie y en actitud de ofrenda, siendo ellos carones, de cabeza achatada, tenían orejeras, los ojos cerrados y las pantorrillas gruesas mientras algunos sonaban en lo interior, quizás por razones esotéricas o tribales. En diversas figuras conocidas abunda el homenaje a la muerte, que es algo determinante, copiándose también animales cercanos a esa cultura como la serpiente, la culebra, el caimán, el cachicamo, el tallado murciélago ancestral llevado sobre el pecho, y la rana o el sapo. Dentro de esta variada cerámica cuicas, que permanece en museos o entre colecciones particulares, es de destacar la pieza grande denominada “el hombre del collar”, cuya cara es una máscara, que mide 58 centímetros de tamaño.  
LA MEDICINA NATURISTA.
En el mundo de la medicina naturista y alternativa debemos asentar que dentro de un repertorio amplio de esta ciencia los cuicas admitían las propiedades curativas de las yerbas, frutos, hojas, flores, raíces, árboles, cortezas y hasta de ciertos animales, todo ello protegido por la magia ancestral homeopática heredada también de los muiscas a través de hechiceros (mohanes) viejos (cundoc) conocedores de las tribus y hasta con imposición religiosa, todo ello  ejercido sobre un culto dogmático y bajo una fe profunda de la sanación, donde se aplicaban sistemas de la liturgia indígena, rezos y tristes cantos sacramentales.  Entre estas medicinas ambientales  podemos citar el uso del algarrobo (antiasmático), ají (estimulante del apetito y antihemorrágico), la hoja de coca, como lo escribo (calmante de los nervios y dolores óseos, antidepresivo), algodón (antirreumático, antidiarreico, para las paperas y el dolor de oído), maíz (sus barbas contienen sustancias diuréticas y desinflamatorias), el tabaco (protector dental, contra la sarna y antiinfeccioso), el paramero díctamo real (panacea dionisíaca para atender muchas curaciones y prolongando la vida, que hace fecundas a las mujeres y mantiene la potencia sexual), guaco (contra el veneno de culebras), guaramaco (antihemorrágico), indio desnudo (vigorizante, contra las hernias), isfuque (disuelve las gomas de las muñecas), aguacate (katá), desinflamante y para el dolor de estómago o diarrea, ñongué (efectivo en el dolor de muelas), mucutema (cañafístola, de efectos calmantes), ocumo (anticatarral), onoto (afecciones del hígado y estomacales), tártago (purgante), totumo (anti-infamante y para afecciones dérmicas), la sábila, de muchas aplicaciones medicinales, el ajo (vermífugo), la albahaca diurética, el apio igualmente vermífugo, y tantos otros compuestos médicos tradicionales conocidos a través de un uso ancestral.
 
EL CAMPO GUERRERO. PRINCIPALES CACIQUES.
         En el campo de las armas diremos que los cuicas fueron comunidades mansas pero prevenidas, que se relacionaban entre sí sin mayores problemas, aunque no faltaron algunas rivalidades y enojos familiares entre los caciques (autoridades que al inicio de la conquista hispana sumaban unos 130, denominados “chacoys”, de ellos 50 importantes o disfui), escogidos bajo ciertas preeminencias tribales, como aconteciera al momento del arribo de los españoles al suelo trujillano.
         Estos indios para ejercer la caza y la guerra utilizaban lanzas o jaras, los arcos y las flechas, de preferencia, así como dardos envenenados, macanas, garrotes, hachas pulidas de obsidiana y cerbatanas, siendo utilizadas ciertas maderas duras para su elaboración, como la mapora y el tijó.
         Entre los once (11) caciques principales  (tabiskey) de cuya existencia tenemos conocimiento, se cuentan el valiente cuanto prófugo enguerrillado PITIJAY, último para rendirse en la lucha contra los españoles, luego de diez años de combate tenaz sostenido entre las serranías trujillanas (1575); el forzudo PITIJOC, “el de las cuatro macanas”, que murió enfrentado y peleando contra el invasor hispano en el cerro escuqueño “El Conquistado”; TEREGUEZ, osado cacique idólatra de San Jacinto que disputó fueros propios en resguardo de sus creencias, ante el propio Rey de España; el cuicas AMERUZA, quien se uniera al cacique Jaruma de los escuqueyes para ir en guerra contra los españoles, en el inicio del combate, que en suma duró diecisiete (17) años, o sea de 1558 a 1575;  JARUMA, famoso tabisquey escuqueye el del “penacho de las diez plumas” (plumas o “kiastí”, obtenidas de la elegante ave paujil), quien al frente de los suyos y en unión de otros tres caciques  regionales (de caraches, timotíes y tostóses) logró derrotar a los libidinosos españoles ya establecidos en la recién fundada Trujillo, europeos que para salvar la vida del cerco realizado y protegidos en la oscuridad de la noche tuvieron que evacuar los palenques y el sitio ya fundado, mientras para despistar dejan hogueras encendidas y perros ladrando, con que así confundieron a los atacantes;  BOCONÓ,  cacique aliado de los escuqueyes, que desde al valle de Tostós trajo sus huestes enardecidas para combatir a los hispanos ocupantes de la heredad cuicas;  BOMBAIS, cacique cuicas de Estabayao que en la larga lucha de diez años fue hecho prisionero en el valle de Pampán, en 1575, al final de la lucha, y luego ajusticiado por el capitán Francisco Gómez Cornieles, trujillano ya de Venezuela; ISNABÚS, jefe guerrero muerto en combate contra los indios aliles, en las vegas del río Misturnucú (Jiménez); BUCAY, cacique hostil de Boconó, castigado severamente en forma aleccionadora  por el conquistador Diego Ruiz Vallejo;  el valiente BUSEBI, detenido de igual forma en la derrota de Pampán, como Bombais, cuya culpa libertaria debió pagarla en igual forma extrema; y el rebelde caudillo CARACHY, de origen jirajara (caribe) y “autor de grandes alborotos”, preso sin escrúpulos nocturnos en la derrota de Pampán durante la última y gran revuelta indígena conocida de 1575, de las cuatro o cinco (1558, 1562, 1575, etc.) que sostuvieron  contra el invasor español “y muerto mucha gente” (sic), siendo ejecutado en forma ignominiosa junto a otros prisioneros indígenas, mediante la decapitación y el empalamiento.   Sin embargo para aplacar las insubordinaciones tribales en América el monarca español mediante una pronta Real Orden isabelina suscrita en Valladolid,  dispuso y otorgó el título de Don y el bastón  que simboliza poder y mando tribal, hecho en cedro por tallistas de nota, a los caciques de Indias, de donde así fueron “recompensados” los titulares de la etnia cuicas, para con ello aplacar el latente espíritu guerrero.
         Algo que llama poderosamente la atención entre los cuicas es la existencia de fuertes o fortines armados que se ubicaran en lugares estratégicos, para el caso de la guerra, que sin lugar a dudas son herencia de culturas avanzadas no existentes en nuestro territorio, vale decir la muisca. Estos fuertes eran palenques o estacadas  a base de horconaduras y piedras (teunch) establecidos en tácticos pasos o aberturas entre las montañas, incluso sobre precipicios y cimas, algunos con fosos defensivos y puentes colgantes (kabeuch) levadizos, donde además de guarecer alguna población disponían de provisiones de combate y hasta de piedras grandes (galgas)  para precipitarlas en el camino contra el invasor.  
         Entre los más importantes de estos fuertes se cuentan seis (6), es decir  a) el  de  BUSARAI, construido en abrupto y empinado lugar, el cual incluso tenía gruesos paredones y que finalmente luego de un asalto fue rendido por el osado capitán Juan Rodríguez de Porras, “con grande riesgo de su persona”, por enfrentar una lluvia de flechas y de piedras galgas; b) el de BUCAQUE, situado en territorio timotí, de grandes dimensiones y bien dispuesto en la arquitectura, que albergaba en su interior muchas viviendas, con numerosa población indígena; c) el ESTEQUINDAL, fortín de proporciones pequeñas dada su ubicación, pero construido a base de una buena defensa militar; d) el BUSONDI, recinto montañoso también de buenas defensas castrenses, en cuanto le incumbe, bastión el que por fin y durante la revuelta indígena de 1562 fue sometido tras rudo combate de sus ocupantes, con las bajas ocurridas en esa oportunidad. Igualmente y tras fiero encuentro entre las partes, en el  mismo año de 1562 fue ocupado el fuerte indígena e) MOHOMA, luego de oponer la consabida resistencia de los naturales americanos.    Una fortificación grande y de buenas defensas, identificada como   f) JUBERO, mantuvo igualmente en actividad la valiente tribu de los tostóses, establecida por la parte baja de la sierra de Jocó, cerca de las márgenes del río Motatán. Es bueno agregar que estos sitios  luego de ser ocupados en su momento no fueron destruidos o desmantelados por los españoles, sino que les sirvieron después para el servicio de vigilancia,  peatonal y fronterizo.

        NOTA. En la semana próxima continuaremos con la tercera parte de este trabajo         antropológico e indigenista.

miércoles, 5 de febrero de 2014

EL PROMINENTE REINO DE LOS CUICAS (I).


                                                                                                          Al doctor Francisco González Cruz, rector de la Universidad  Valle del Momboy, en Valera, Venezuela. Dedico.                                                

Amigos invisibles.  Este tema a tocar para mí es permanente, pues desciendo de aquel reino ficticio e indígena donde nací y en parte me formé, de donde a mis años puedo escribir con sensatez y claridad sobre tantos aspectos del hasta ahora poco conocido grupo cultural que viene a ser un ícono dentro de esa Venezuela indígena entre la variedad de tribus establecidas en el país, porque  a su desarrollo dediqué el libro “Diccionario general de los indios cuicas” (Caracas, 1997)  y otro trabajo condensado con el mismo epígrafe identificador en este blog el 28 de abril de 2.012, siendo producto del estudio respectivo y que ahora prometo ampliar lo necesario (con el permiso de los pacientes cuanto interesados lectores) para que todos sepan los intríngulis de ese mundo casi desaparecido entre un  mar de leyendas y por cuanto suficientes amigos me han pedido que insista sobre el trabajo realizado a fin de darlo a conocer entre los antropólogos e indigenistas, académicos y otros amantes extranjeros, lo que comienzo a imbricar en varias sesiones de enseñanza, porque de otra manera no podría ser.

            ORIGEN GENÉTICO.

 La cadena de montañas que conforman la parte andina de Venezuela, por lo contrario del macizo guayanés, son las tierras  más nuevas de nuestro territorio, pobladas lentamente  y quizás desde hace unos cinco mil años, una vez que se retirara  de aquellos lugares  el período glacial. Desde luego que en el contexto de esa masa autóctona americana y dentro de dos teorías, la mongólica siberiana o la polinesia del etnólogo Paúl Rivet, gentes extrañas vinieron a establecerse en los nuevos territorios, de donde a Venezuela entran por el Sur dos grandes oleadas indígenas, arahuacos y caribes que con el curso del tiempo tomaron posición en el entorno de las fronteras establecidas, para así irrumpir desde el llano sabanero y hacia los escarpados Andes venezolanos parte de esa nación arahuaca, entonces más desarrollados culturalmente, mientras los guerreros caribes salían a través del río Orinoco para extenderse por el amplio mar al que dieron su nombre.

           
             Dentro de la superposición de sociedades y costumbres, hacia el comienzo del segundo milenio aparecieron desde el Occidente y en nuestros Andes venezolanos, pueblos de otra realidad cultural, más sedentarios incluso, que provenían como desprendimientos avanzados de la fronteriza gran nación muisca o cundiboyacense colombiana, que en la mezcla subsiguiente se fueron aposentando  en lo que hoy son los tres estados andinos y otras tierras cercanas, con buen entendimiento de sus habitantes, desde las montañas altas del Estado Lara hasta la extensa altiplanicie de Cundinamarca, donde predominaba  la etnia chibcha, dueña de mucho oro por el trueque que hacía en la venta de ricos placeres de sal minera (kuchafi o mumbúh). Pero ese negocio interactivo vino a decaer cuando las aguerridas tribus caribes entran por el  lago de Maracaibo o de Coquivacoa y se adueñaron de sitios estratégicos fluviales pertenecientes al hoy Estado Táchira, con lo que en la ruptura habida se perdió aquel comercio tribal y el entendimiento establecido de siglos atrás, de donde los indios mukus de Mérida  y los cuicas de Trujillo (nunca unidos en una sola nación, en la falacia y leyenda de lo absurdo comienzan a llamarlos timotocuicas) despojados de ese cordón umbilical formativo, dentro de una nostalgia acompañante quedaron apenas con una relación no muy dinámica entre ellos mismos.

            DOS NACIONES, DOS RÍOS.

            Delineados así estos comienzos del estudio debemos afirmar, por tanto, que dos grupos culturales indígenas afines por su procedencia pero no iguales, existieron para el momento en que los conquistadores españoles penetran por primera vez en territorio andino de Venezuela, es decir, el extenso grupo mukus correspondiente a Mérida, y el poblado cuicas, establecido en Trujillo. Ambas grandes naciones compuestas por numerosas tribus mantuvieron buenos contactos étnicos y culturales sin perder su identidad, e incluso en ciertos sitios territoriales se relacionaban de manera estrecha, como fue el caso de los fronterizos indios timotíes.

 


 
             A objeto de mejor separarlos, basta decir que la nación mukus tenía como vértice de su existencia el merideño río Chama y sus afluentes, y dividido por la impar  cordillera nevada andina en sus altas montañas hacia el oriente de aquel territorio se hallaba establecido el fantástico mundo de los cuicas, cuyo eje vital también era el caudaloso río Motatán (Hitatán), que en un principio dio nombre a esos terrenos de su cuenca, y a la vez el río Boconó, cuyas aguas son servidoras  hacia los grandes cauces llaneros. Es menester aquí decir que los nombres para identificar tales culturas no provienen de alguna superposición de jerarquías, pues la mukus (así respeto la “k” determinante) o para otros chama, deriva de la toponimia existente, y la cuicas se debe a la extensión lingual que dieron los conquistadores a los pueblos situados en lo que hoy conforma el Estado Trujillo, al haber penetrado inicialmente sus huestes por tierras de los indios cuicas, pues en verdad estos lugares estaban poblados por cuatro importantes familias indígenas al mando de caciques diversos, que se emparentaban entre sí y que por cierto no anduvieron muy de buenas unas con otras parcialidades, lo que dio oportunidad  a ser pronto sojuzgadas por el invasor europeo al mando del extremeño Garcia de Paredes, a pesar de las oposiciones armadas que por cerca de dos décadas les hicieron algunos connotados caudillos indígenas (ergo Pitijai) y sus huestes.

            LOS CUICAS Y LA PENETRACIÓN ESPAÑOLA.

            Para ampliar el concepto debemos señalar que la palabra “cuicas” proviene del  término chibcha  “cuate quica”, que significa “tierras altas”, y que esta nación se hallaba asentada sobre una superficie serrana de 362 leguas, según el cálculo español, mas las tierras bajas adyacentes, es decir, algo así como 8.000 kilómetros cuadrados, correspondientes a un poco más del hoy Estado Trujillo, tierras que corren desde el páramo Serrada hasta el macizo de Comuñere, para llegar al portachuelo y llanos de Carora y Monay, la quebrada Tafajes, hacia el occidente timotí, las aguas vertidas rumbo a los llanos barineses y piedemontes andinos,  y los otros fluidos acuosos que encauzados por el Motatán, río padre de la nación cuicas, vierten su caudal en el lago de Coquivacoa (Maracaibo).

 
Sea oportuno asentar que los primeros españoles que exploran terrenos de esta nación andina son algunos soldados dispersos al mando del capitán y justicia mayor Pedro de San Martín, de la soldadesca extraviada a cargo del alemán welser  Ambrosio Alfinger, que un tanto perdidos deambularon por tierras  lindantes con el lago de Maracaibo. Años después y por alguna información de confidentes indígenas sobre supuestas riquezas auríferas (que en verdad eran vetas de mica o silicatos brillantes) se arma una expedición  al mando del mestizo coriano Diego Ruiz Vallejo, que sale de El Tocuyo en 1549 y con  adversidades presuntas va hasta el valle de Boconó, sin obtener mayor éxito de riqueza en tal búsqueda apresurada. Y es al extremeño trujillano Diego García de Paredes, hijo del famoso “Sansón de Extremadura”, a quien toca el honor de incursionar de manera definitiva y oficial sobre el territorio cuicas, quien desde El Tocuyo y a través de los Humocaros larenses da vueltas para al fin hallar un sitio propicio a objeto del asentamiento humano requerido, en el populoso sitio de Escuque, de donde una vez fundada la población llamada Trujillo con el protocolo de costumbre, debió cambiarse aprisa de lugar  a esta “ciudad portátil” rehecha en siete oportunidades, de donde su cognomento nominal varió por causa de los traslados, debido en casos puntuales como los latrocinios y violaciones con la población autóctona, otros desmanes, malos terrenos infecundos para la agricultura y variadas calamidades naturales como la invasión de grandes hormigas llamadas bachacos, la salubridad, etc., hasta que al final el también  extremeño Francisco de Labastida con olfato zahorí la asentó en un pequeño valle pacífico de los indios Mucas, abrigándola así contra las posibles excursiones y guasábaras indígenas.

POBLACIÓN Y FAMILIAS.

Dentro de un territorio  poco poblado (500.000 personas) como era Venezuela, el número de los habitantes cuicas para aquel tiempo de la colonización española podía exceder algunos 20.000 naturales, si tomamos en cuenta la alta mortalidad de sus miembros debido a causas comunes como enfermedades infantiles (diarreas), sarampión, deficiente ingesta alimenticia (tuberculosis) y a la relación con el hombre barbudo, blanco (karachu), que produjo encuentros guerreros, trabajos extenuantes y nuevos padecimientos, por ejemplo la terrible viruela, para la cual no tenían defensas corporales los nativos, de donde fallecieron por miles a causa del terrible flagelo transportado. Otros padecimientos que se ensañaron con el elemento indígena fueron el ancestral bocio, el importado tifus, la malaria o paludismo, la fiebre amarilla de las tierras bajas, y la terrible lepra, sobre todo en las regiones altas o parameras trujillanas.

Cuatro importantes familias  conformaban esta nación, que fueron : 1) Los tostóses, identificados por boconoes, con quince parcialidades (majunt); 2) los timotes, con ocho parcialidades en Trujillo, estos muy consustanciados con los demás cuicas, y otras doce parcialidades del lado merideño, aguas arriba del río padre Motatán, que hacía de franja divisoria y que sirvió durante la colonia como  frontera entre Santa Fe y Venezuela; 3) Los valientes escuques o escuqueyes, conformados por doce parcialidades habitantes de tierras altas por las montañas del emblemático cerro  El Conquistado, y las bajas hacia Betijoque y los llanos cercanos al lago marabino; 4) Los propiamente cuicas, más cercanos a El Tocuyo, con veinticinco parcialidades. A este linaje característico hay que agregar la peculiar familia cuicas de los tirandáes, con catorce  parcialidades principales centradas alrededor de lo que hoy se llama el emblemático Santiago (chachí).     Esas familias principales dependían anímicamente  de los villajes o centros indígenas (kustomós) de Boconó, Jajó,  Escuque y Carache.   Dentro del sedentarismo existente a que estaban acostumbrados, en dichas tribus podían contarse diecisiete pueblos aborígenes con dialecto común, salvo localismos y algunas influencias exógenas fronterizas, de donde bien se entendían en la diaria relación social.    A estos pueblos aborígenes una vez llegados los españoles pronto los reubican en lo que ellos  llamaron “asentamientos”, que luego algunos cambiaran de emplazamiento por disposición legal española, siendo así otros indios repartidos y colonizados mediante las llamadas encomiendas.

En definitiva los cuicas se componían de cinco grandes familias y un total de ochenta y seis parcialidades, que le dieron característica y presencia a esta nación y que por rara concordancia como caso especial siempre ha identificado in extenso a su pueblo con el territorio trujillano. Debemos indicar igualmente  que la nación cuicas estuvo rodeada en sus fronteras de otras tribus indígenas, entre las que señalamos: A) Los fieros jirajaras y betoyes, de origen nómada caribe, establecidos hacia las zonas de los llanos de Monay y Carora los primeros, quienes emparentaron mezclándose  en algunos casos con los cuicas caracheros (verbigracia el caso de Pitijay), y al Sur del Estado en el piedemonte portugueseño y barinés, los segundos; B) Los quiriquires, motilones y aliles, también de origen caribe, a través de contactos mantenidos por el lago de Maracaibo, como expertos navegantes en curiaras; C) Los caquetíos y homocaros (humocaros) larenses cuyo hábitat correspondía por el piedemonte andino y caroreño; D) Los aracayes, gayones y cambambas, hacia las estribaciones llaneras; E) Los caratanes y calderas, también vagabundeando en el piedemonte barinés; F) Y los chamas, mucuchíes y chachopos, hacia las alturas de la cordillera andina, una vez traspasado el río  Motatán. Otra penetración indígena también existió por parte de la nación mukus, es decir los timotíes, que algunos se establecieron en una faja desde las márgenes del río Motatán hasta Castil de Reina, cerca de Mendoza Fría, con prácticas culturales muy influenciadas por la cultura cuicas.

AMBIENTE GEOGRÁFICO.

Con respecto a la materia geográfica podemos agregar que en el mundo territorial de los cuicas hay treinta ríos principales o cursos de agua, con buena contención de líquido para aquellos tiempos debido al espeso follaje de sus bosques, y que además se podía divisar treinta y cuatro picos montañosos, algunos parameros (gank), con más de tres mil metros de altura, donde reinaban las plantas mágicas como el frailejón de hojas aterciopeladas  (fho) y el vigorizante díctamo real (drossera condeensis), el reino mágico de la neblina y el silencio mayor entre bellas lagunas existentes, y donde pasearon sus imponentes cuerpos territoriales el característico oso frontino y el alado cóndor altanero, que también domina el escudo de armas trujillano.

El río Motatán, caudal emblemático de aquellos indios cariñosos porque era fuente de vida y esperanzas, de un inicio separó el territorio dependiente de Pamplona en Colombia y el que correspondía a El Tocuyo, cabeza colonial de Venezuela, según la división de sus aguas, lo que se hiciera ley mediante convenio firmado en el valle de Tostós (Boconó) a principios de 1559, entre representantes de ambas partes jurisdiccionales, o sea al inicio de la conquista de este territorio  indígena. A ese río padre (kombok) que desemboca por rico delta en el lago de Maracaibo, le son afluentes muchos cauces y quebradas, como el Momboy, Misturnucú (Jiménez) y el Carache, y dentro de la división  colonial que separaba a Santa Fe de Venezuela en la orilla granadina se hallaba establecida  la floreciente Mucurujún (Timotes), en la vía que parte de los Cuatro Caminos (op) indígenas  para después unidos atravesar el territorio cuicas, mientras el natural indígena entre  bucares y cedros milenarios contempla la belleza paramera de Cabimbú y Tuñame, con el Musi por frente (Teta de Niquitao), y donde mediante otras veredas ascendían las calzadas indígenas encontradas por Barinas, en la senda lenta pero segura hacia el intercambio permanente con Mucuchíes y  Tatui (Mérida).

VIDA SOCIAL.

En cuanto a la manera de ser de estos indígenas trujillanos diremos que eran sedentarios por esencia, agricultores y también practicaban la cacería con trampas y flechas envenenadas (o la pesca con plantas ponzoñosas usando así el tóxico llamado barbasco y la lanza delgada), pero lo que excediera en riqueza natural dentro de sus diversos territorios fríos, templados o calientes fue la abundancia  de venados, chiguires, picures, conejos, lapas, joques (hurones pequeños), dantas, loros, monos, aves (kchú) y otras carnes para el diario consumo. En materia de agricultura tradicional se valían de los sistemas andinos heredados de esos ancestros muiscas para practicarla mediante terraplenes o vallas de piedra (catafós) con riego incorporado (tobaley) a través de guaduas, árboles huecos de yagrumo y acequias trabajadas, utilizando también estanques de almacenamiento (quinpués) y trojas para guarecer productos de la tierra. Usaban igualmente  las hachas talladas, picos y la coa, duras  y puntiagudas, chícora o barretones hechos con maderas fuertes y afiladas para sembrar, teniendo a la mano marusas, manares, cataures, sacos de henequén y otras bolsas artesanales a fin de transportar los productos, muchas veces llevados a la espalda (kasembeuch), la frente o el hombro (kukutan), hasta cuando llegaron los españoles y aportan el valioso uso del burro, el mulo y el caballo.

 
Por tradición ancestral toda la propiedad era colectiva, aspecto también de origen muisca, y se vivía de preferencia en aldeas o grupos comunitarios, en chozas grandes o pequeñas (kfok o kurokotas) de tierra y palmas (kúrkutas) o bahareque, pero en las regiones parameras era necesario utilizar la piedra (teunch) a objeto de resguardarse del frío (cheúch) tenaz. Para el dormitorio (tetmuí) utilizaban como camas (kuaken), las tejidas  esteras (petates) de plátano, cubiertos con mantas (cupak), las trojes (kaken), barbacoas, y en lugares calientes los espaciosos chinchorros o hamacas de henequén o cabuya sostenidos por cuerdas y mecates. En las casas usaban además de cuernos (shiayá) de venado para colgar, el fafoy con que recoger agua a mantener en fresca pimpina, la paleta o curandún, un fogón primitivo o anafe con tres topias y leña (tishep) de carbón, prendido con tizones o mediante el frotamiento de maderas secas, para en ollas (nayú) hacer los hervidos  de carnes y legumbres (kozó) con cambur cocido y arepas abundantes, mientras la piedra de moler maíz (“kiangue”, y “metate”, o sea la piedra labrada redonda, más pequeña y mejor alargada), para hacer arepas en el budare, las vasijas de barro cocido, algunas a manera de botijos, y otras con asas o agarraderas, eran indispensables con la necesaria jícara y totuma para líquidos calientes como el chocolate, a fin de así revivir la vida social e intimista de esa nación indígena de los cuicas, en Venezuela.

ESTE TRABAJO SOBRE LOS INDIOS CUICAS CONTINUARÁ PRÓXIMAMENTE.