Amigos invisibles. Para
escribir sobre momentos tristes de la historia americana hay que tener
verdadera fortaleza en el alma, porque ahora recordamos el caso del
expresidente guatemalteco Efraín Ríos Montt, condenado a ochenta años de
reclusión por genocidio contra la población maya, cuestión que nos trae a otro
recuerdo la continua barbaridad cometida contra el pueblo pastuso de Colombia en
tiempos de la Independencia, y por el solo hecho remarcado de dicha comunidad al
ser fieles devotos a la corona española con que habían convivido y cruzado su
sangre americana durante tres siglos, sucesos ocurridos cuando los llamados
facciosos guerrilleros, insurgentes e intolerantes para con sus principios
ancestrales eran opuestos de una manera despiadada contra la razón monárquica
de esa amplia y fraterna región sureña colombiana, de donde las tropas venidas
desde Bogotá castigando su fidelidad al Rey cometieron toda suerte de tropelías
y represalias con o sin razón, aunque mejor sin razón, pero que dieron como
resultado el derramamiento de sangre de este pueblo indomestizo trabajador y en
sus contornos, escenario que no se ha podido olvidar por lo horrible del exterminio utilizado y que
desgraciadamente en su realización por orden superior ocupa a tropas y oficiales
venezolanos destacados en esa campaña bélica cegada de pasión, lo que siempre
ha sido reprobado en el recuerdo de la historia de Colombia y hasta de
Venezuela.
Agustín Agualongo. |
Pero andemos desde el comienzo de esta escalada de hechos
para poder discernir a grandes rasgos lo problemas acontecidos en su
desarrollo, que andan aún en vías de entendimiento porque no es fácil englobar
la sucesión de circunstancias controversiales que se desatan desde el triunfo
de Simón Bolívar en la batalla de Boyacá
(7-8-1819) y cuando luego de su entrada
oropelesca a la capital de virreinato en extinción el caraqueño lleno de
fuerzas suficientes y por tanto acelerado el seso con el triunfo militar y los
agasajos pertinentes confirma su deseo ya previsto de con prontitud continuar
hacia el Sur que yace en manos monárquicas para consolidar tantas ambiciones,
es decir, derrotar la fortaleza hispana existente en el virreinato del Perú,
pues como era de suponer con aquel bastión militar existente al Sur de sus anhelos
soterrados, la libertad de Colombia independiente era solo una simple quimera. Pues bien, mediante la sujeción del poder que
este militar tiene entre sus manos con rapidez concentra un ejército que lo
acompañará en esa intención libertaria, siendo su primer destino del acceso la
ciudad de Popayán, noble y señorial encrucijada de cultura que venía a ser una
suerte de frontera divisoria con el viejo reino de Quito, por cuya razón el
mundo interracial que continuaba hacia el Sur del amulatado valle de Patía, tuvo
otros sentimientos rebeldes en referencia con lo acontecido en el extinto
virreinato, no compartiendo por ende tales ideas libertarias, consideradas por
aquellos mestizos cimarrones como extremas. Y mientras Bolívar permanece entre esas
latitudes payanesas se dio a la tarea de reclutar preparando mejor al ejército
que traía desde Cundinamarca, contando entre ellos valiosos oficiales
venezolanos, como Bartolomé Salom, el malogrado Pedro León Torres y demás
conocidos de su aprecio. En otro análisis que debe hacer Bolívar para la
continuación de esta ruta finalmente escogida, que debiera llevarlos por difíciles
montañas hasta Quito, tiene que tomar un punto de importancia a tener en
cuenta, cual es la idiosincrasia de esos
pueblos pertenecientes a la región de Pasto, de tendencia ancestral
conservadora, o sea cuyos caudillos defienden por principio la estabilidad de
la monarquía reinante como a su propia familia cristiana. Pasto por aquella
manera de actuar “todos a una”, al estilo comendero de Lope de Vega, es
recalcitrante, dura de roer, y bien sabe el Libertador que esa gente prefiere inmolarse antes de
ceder en la opinión resuelta, por lo que descartando el viaje marino hacia el
Sur por Buenaventura insiste en desatar
el nudo gordiano que significa combatir a como diere lugar contra los enceguecidos
pastusos, quienes por cierto para la defensa de sus intereses vitales estaban
aliados en forma de milicias ciudadanas e indígenas, como el caso del mestizo
Agustín Agualongo, con un pequeño ejército español allí acantonado y al mando inteligente
del estratega logroñés coronel Basilio García. Bolívar sabía que sin la derrota
de aquellos valientes ultramontanos era imposible penetrar con su tropa en la
vía que conduce hasta Quito, mientras ya trotaba hacia esa capital otrora
incaica la guerra de Bolívar con la
espada de Sucre. Y por ello adelantando camino frente a todo pronóstico el
caraqueño decidió esquivar la entrada a San Juan de Pasto, para seguir y
establecerse en las alturas difíciles de Bomboná, cerca del volcán Galeras, calculando esta vez mal con lo que iba a suceder.
En efecto, habiéndose atrevido a
presentar batalla el 7 de abril de 1822 con las fuerzas pastusas mantenidas en
sitios estratégicos de aquellas alturas y peñascos, el resultado final del
encuentro fue un verdadero desastre para el ejército bolivariano.
José Rafael Sañudo. |
La batalla de Bomboná, según explica Wikipedia, fue
planificada por Bolívar como un éxito rotundo para la causa republicana, de lo
cual anticipa la gloria el creyente caraqueño, sin entender que la mentalidad
indígena puede pensar de otra manera. Así, para someter a Pasto Bolívar envía
desde Popayán 2.400 hombres armados, a sabiendas de la enorme dificultad del
intento, pues los anteriores deseos militares habían terminado en graves
derrotas. Sin embargo como compulsivo y hasta testarudo que era Don Simón para
ello decidió aplicar una táctica de no darle frente a la ciudad de Pasto y sus
fuerzas, sino desviarse hacia la ruta enhiesta de Bomboná, con intención de seguir
camino hacia el anhelado Quito, a donde ya se dirigía el general Sucre, sin
tomar en cuenta que por medio de avanzadas sus pasos estaban medidos por las tropas
contrincantes, que al momento sumaban 1.200 hombres al mando del coronel
Basilio García, las que se parapetan en el estrecho cañón del río Cariaco, para allí presentar batalla,
que se inicia el 7 de abril de 1822, a las tres de la tarde. Bolívar
desde luego por lo angosto del sitio y
sin prever resultados dirigirá de lejos la batalla, con el uso seguro del
catalejo, mientras eufórico asienta ante adictos oficiales “!Tenemos que vencer
y venceremos¡”, ordenando a sus hombres tomar camino en bajada hacia el río. De
esta manera ya ejecutado el plan previsto en la media hora siguiente los batallones Bogotá, Vargas y Guías sin
callejón de salida fueron masacrados diezmándose esa tropa a la mitad por obra de los realistas lugareños desde
sus posiciones ventajosas, mientras así “se apilan unos cadáveres sobre otros”.
El sacrificado batallón patriota Rifles lleno de bajas tuvo mejor actuación al
trepar a una altura atacando luego por retaguardia a la tropa española,
situándose en el ala derecha realista. Pero Bolívar aún ofuscado por una
pretendida victoria y con el carácter conocido que mantiene, valiéndose del menguado
Batallón Vencedores mas unas reliquias que le restan combate hacia la pérdida
de su empeño, quedando aquello pronto reducido a una pequeña tropa ya
desorientada, por lo que algunos patriotas logran salvarse huyendo entre las
sombras reinantes, mientras la destrucción fue completa en el campo
republicano. Esa noche Bolívar permaneció confundido y falto de sueño, porque
desconocía el destino del Batallón Rifles, angloparlante, de élite y tan consumidor
de soldados, que en pocas horas perdiera la mitad de sus hombres, o sea más de
mil, contándose así una mayoría de muertos, mientras que las bajas realistas
fueron apenas 250, retirándose luego estos monárquicos pensantes dentro de la
estrategia escogida, hacia los refugios
del Sur.
General Bartolomé Salom. |
Por el desastre conseguido en Bomboná el caraqueño tuvo que dar marcha
atrás, impidiéndole ello llegar a las puertas de Pasto y debido a dicha causa
debió regresar al norteño valle del Cauca, cerrándosele así el paso hacia
Quito. Ante la catástrofe ocurrida y acumulando
los 300 heridos que deja tal contienda Don Simón escribe al general Santander indicándole
que anda aturdido por el clavo ardiente que era Pasto, ciudad mestiza por demás
monárquica que mantuviera al borde de la desazón el general caraqueño, pues en
varias ocasiones pactó la paz con Bolívar para a poco emprender de nuevo la guerra,
de donde ya sacado de juicio este
venezolano, como en momentos de estulticia valga decir iguales a los que le
obligan a firmar la guerra a muerte en Trujillo, siete años después y ya en
tiempos de sosiego originados por la paz suscrita con Pablo Morillo en esa
misma ciudad trujillana, casi como estallando la ventura pacifista y ya fuera
de razón Bolívar se extralimita para saltar al desequilibrio, que es cuando
contra toda lógica humana ordena a figuras de la talla del cumanés general
Sucre y del porteño Bartolomé Salom a
desmedirse en las órdenes que reciben (entonces las órdenes se cumplen sin
chistar) y, en consecuencia, proceder con otra guerra a muerte esta vez contra el taimado y astuto pueblo pastuso, para
doblegar definitivamente y en base a desmanes genocidas al leal y monárquico
pueblo serrano San Juan de Pasto, baño de sangre que ni esos pastusos ni otros
menos resignados aún perdonan al conocido autor intelectual en su extravagancia
llamada ante los ojos de la Historia “La Navidad Negra de Pasto”, pues casi
como estallando la calma se desata una represión inaudita e inolvidable contra
ese pueblo creyente en sus ideas, es decir un baño de sangre que sobresalta en
el recuerdo de la llamada Guerra de Independencia y que al detalle de la
denuncia investiga en escrito dejado para siempre el adolorido pastuso y
magistrado, catedrático, jurista doctor José Rafael Sañudo, quien con el dolor
de sus ancestros y la paciencia indígena necesaria se dio a la tarea de
esculcar hasta el fondo estos desmanes que duelen recordar pero que significan
una página negra en esa contienda libertaria manchada con la sangre de tantos
inocentes, algo así como el caso bíblico de Herodes. Aunque es difícil
conseguir su libro bestseller en tres ediciones intitulado “Estudios sobre la
vida de Bolívar”(1925, y Bedout, 1980), ojalá tengan oportunidad de leerlo,
donde en carne propia se detallan las atrocidades cometidas en Pasto y sus alrededores.
A pesar de dolerles este criterio en la mente tarifada de algunos.
Ahora bien, llegado el momento vamos a recordar la famosa Navidad Negra
de Pasto, teniendo en cuenta que los intereses personales o ideológicos pueden
sesgar la idea central de estos sucesos. Como bien sabemos Bolívar fue derrotado en Bomboná de manera
por demás funesta, pero dados los intereses oscuros que luego aparecen para salvar su honra militar y política, los
memorialistas adulantes de entonces cambiaron tal desastre en un triunfo
momentáneo, y pronto para seguir el éxito emprendido los realistas de Benito
Boves en Taindala vencen al ejército del general Sucre “contra todo pronóstico”,
por lo que ante este otro revés que provoca un
pequeño grupo militar mestizo y fanatizado, con soberbia de mando, para
algo decir, Don Simón sin temblarle la pluma y menos su acariciada gloria ordena ingresar al cumanés
Sucre, a Pasto, al frente de un numeroso ejército para aniquilar toda
resistencia miliciana, mediante el
primitivo sistema del asesinato en masa, que incluye hasta los bebés (500 en
tres días) de la ciudad, según queda bien escrito. “Haced lo posible por destruir
a los pastusos” fue la orden terminante de Bolívar, y con ello cayó en la
trampa histórica el distinguido y fiel Sucre, para quien aquel genocidio fue
como una mancha en su impecable hoja militar, que le trajo ocho años después y
en la misma región el vil asesinato de su persona, suceso triste que tuviera acaso
una reivindicación de esos hechos desastrosos. Y conste que aprecio mucho la
memoria del mariscal Sucre, como la del mismo Bolívar en su etapa genial, acaso
por un principio de lealtad sobre sus triunfos, pero no de derrotas. Como recuerdo
triste de esa navidad llorosa (24-12-1822) aún queda en pie la Calle Colorada,
que con tal apelativo consagra la masacre sanguinolenta allí ocurrida de tres
días, el robo, la destrucción de todo como propiedades, iglesias, edificios,
archivos (donde se perdieron tres siglos de Historia), violaciones y otros
desmanes a concebir, al extremo que el propio Daniel Florencio O’Leary,
comedido y diplomático en su lenguaje, sobre este bárbaro proceder hacia la
posteridad reprobó de manera total dicho
sacrificio ordenado por el general caraqueño contra los leales y reconocidos
pastusos, ante la vergüenza de Bolívar al ser derrotado de esta manera por un pequeño grupo indígena,
olvidando así lo que firmara meses atrás en Trujillo, verbigracia, sobre el
fusilamiento de prisioneros y el buen trato a los cautivos en pueblos ocupados.
Aquí valga anotar en calidad de apostilla que la Historia Oficial manipulada es
otra cosa digna de estudio, como ocurre
mucho en estos tiempos de discordias y desafueros.
Y volviendo sobre el mismo tema “Pasto era un camino de trastorno mental
como consecuencia del enlace de razas antropófagas con diabólicos
conquistadores españoles”, al decir simpático y cascabelero del historiador
José Santos Roz. En efecto, aplicando esos principios rígidos sobre la palabra
escrita de Bolívar recordemos que el caraqueño Don Simón escribe a Santander
(21-10-1825), “Los pastusos deben ser aniquilados y las mujeres e hijos
trasportados a otras partes, dando aquel país a una colonia militar……. de aquí
a cien años y más se olvidarán de nuestros
estragos, aunque demasiado merecidos”. A confesión de parte, pues,
relevo de pruebas. Y todavía en 1823 los tercos pastusos por encima de su
estela de muertos se levantaron otra vez a favor de la monarquía, ya tan
distante de Boyacá, cuando en verdad acaba, por lo que Bolívar de nuevo los
enfrenta en Ibarra, de cuyo resultado fatal mueren más de 800 realistas. Por
ello antes, el 25-1-1823, Bolívar dispone fusilar a cuantos pastusos reclutados
se fugaron en Balsapampa “y a todos los
que los acompañaban”. Entre 1822 y 1824 la región de Pasto fue escenario de
múltiples encuentros bélicos (comienzos de 1823, mediados de 1823, que restablece el gobierno
realista y luego en Ibarra, donde como dije perecen más de 800 monárquicos y
cristianos pastusos, por lo que el coronel Salom es enviado a someter los naturales
profundizando los castigos (deporta un
millar de pastusos), con pocos y graves
resultados, mientras el líder local Agualongo andaba tras el venezolano porteño
y del asustadizo tembloroso Pedro Alcántara Herrán. Entre los horrores
cometidos por Salom siguiendo órdenes supremas dispone que el barinés José de
la Cruz Paredes escoja a catorce jóvenes pastusos que atados de a dos por las espaldas
se les arroje al precipicio del río Guáitara, acaso para sembrar miedo y terror
(Ver mi trabajo en este blog “La Guerra a Muerte que desata Bolívar”, del
19-11-2011). En 1824 aún sigue la pelea
al mando de Agustín Agualongo, que termina cuando éste es preso y luego
ejecutado.
General Antonio José De Sucre. |
Bueno, es hora que dejemos a los pastusos quietos, recontando sus muertos
y las barbaridades que se cometieron con aquel altivo pueblo que es como la
marca romana para dividir la frontera incaica con los indígenas habitantes de
Colombia. Habrán presenciado ustedes escenas espeluznantes pero verdaderas porque quien escribe, conocedor algo de la Historia
y visitante en varias ocasiones de aquellos pueblos azotados, no debía callar
sobre cuanto estudiara in situ porque dejaría de ser su esencia de historiador,
o de “viejo enterrador de la comarca”, según canta el bambuco recordando aquellos tiempos que no
se olvidan. Yo creo en lo que he escrito porque mi compromiso es con la verdad
y el sol no se tapa con un dedo. Así lo he demostrado en este blog, contra
viento y marea. Sin embargo si usted es contrario a estas reflexiones bañadas
de sangre inocente, allá con sus principios que respeto, aunque parodiando al
indio Agualongo adolorido con su patria chica, he traído bastantes pruebas de
lo que en realidad sucedió en el serrano Pasto y sus contornos. Sería oportuno
profundizar en estos temas álgidos, en otra oportunidad. Hasta pronto.
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