miércoles, 13 de agosto de 2014

EL DOLOROSO GENOCIDIO DE PASTO.


 Amigos invisibles. Para escribir sobre momentos tristes de la historia americana hay que tener verdadera fortaleza en el alma, porque ahora recordamos el caso del expresidente guatemalteco Efraín Ríos Montt, condenado a ochenta años de reclusión por genocidio contra la población maya, cuestión que nos trae a otro recuerdo la continua barbaridad cometida contra el pueblo pastuso de Colombia en tiempos de la Independencia, y por el solo hecho remarcado de dicha comunidad al ser fieles devotos a la corona española con que habían convivido y cruzado su sangre americana durante tres siglos, sucesos ocurridos cuando los llamados facciosos guerrilleros, insurgentes e intolerantes para con sus principios ancestrales eran opuestos de una manera despiadada contra la razón monárquica de esa amplia y fraterna región sureña colombiana, de donde las tropas venidas desde Bogotá castigando su fidelidad al Rey cometieron toda suerte de tropelías y represalias con o sin razón, aunque mejor sin razón, pero que dieron como resultado el derramamiento de sangre de este pueblo indomestizo trabajador y en sus contornos, escenario que no se ha podido olvidar por lo  horrible del exterminio utilizado y que desgraciadamente en su realización por orden superior ocupa a tropas y oficiales venezolanos destacados en esa campaña bélica cegada de pasión, lo que siempre ha sido reprobado en el recuerdo de la historia de Colombia y hasta de Venezuela.
Agustín Agualongo.
  Pero andemos desde el comienzo de esta escalada de hechos para poder discernir a grandes rasgos lo problemas acontecidos en su desarrollo, que andan aún en vías de entendimiento porque no es fácil englobar la sucesión de circunstancias controversiales que se desatan desde el triunfo de  Simón Bolívar en la batalla de Boyacá  (7-8-1819) y cuando luego de su entrada oropelesca a la capital de virreinato en extinción el caraqueño lleno de fuerzas suficientes y por tanto acelerado el seso con el triunfo militar y los agasajos pertinentes confirma su deseo ya previsto de con prontitud continuar hacia el Sur que yace en manos monárquicas para consolidar tantas ambiciones, es decir, derrotar la fortaleza hispana existente en el virreinato del Perú, pues como era de suponer con aquel bastión militar existente al Sur de sus anhelos soterrados, la libertad de Colombia independiente era solo una simple quimera.     Pues bien, mediante la sujeción del poder que este militar tiene entre sus manos con rapidez concentra un ejército que lo acompañará en esa intención libertaria, siendo su primer destino del acceso la ciudad de Popayán, noble y señorial encrucijada de cultura que venía a ser una suerte de frontera divisoria con el viejo reino de Quito, por cuya razón el mundo interracial que continuaba hacia el Sur del amulatado valle de Patía, tuvo otros sentimientos rebeldes en referencia con lo acontecido en el extinto virreinato, no compartiendo por ende tales ideas libertarias, consideradas por aquellos mestizos cimarrones como extremas.  Y mientras Bolívar permanece entre esas latitudes payanesas se dio a la tarea de reclutar preparando mejor al ejército que traía desde Cundinamarca, contando entre ellos valiosos oficiales venezolanos, como Bartolomé Salom, el malogrado Pedro León Torres y demás conocidos de su aprecio. En otro análisis que debe hacer Bolívar para la continuación de esta ruta finalmente escogida, que debiera llevarlos por difíciles montañas hasta Quito, tiene que tomar un punto de importancia a tener en cuenta, cual es la  idiosincrasia de esos pueblos pertenecientes a la región de Pasto, de tendencia ancestral conservadora, o sea cuyos caudillos defienden por principio la estabilidad de la monarquía reinante como a su propia familia cristiana. Pasto por aquella manera de actuar “todos a una”, al estilo comendero de Lope de Vega, es recalcitrante, dura de roer, y bien sabe el Libertador  que esa gente prefiere inmolarse antes de ceder en la opinión resuelta, por lo que descartando el viaje marino hacia el Sur por Buenaventura  insiste en desatar el nudo gordiano que significa combatir a como diere lugar contra los enceguecidos pastusos, quienes por cierto para la defensa de sus intereses vitales estaban aliados en forma de milicias ciudadanas e indígenas, como el caso del mestizo Agustín Agualongo, con un pequeño ejército español allí acantonado y al mando inteligente del estratega logroñés coronel Basilio García. Bolívar sabía que sin la derrota de aquellos valientes ultramontanos era imposible penetrar con su tropa en la vía que conduce hasta Quito, mientras ya trotaba hacia esa capital otrora incaica  la guerra de Bolívar con la espada de Sucre. Y por ello adelantando camino frente a todo pronóstico el caraqueño decidió esquivar la entrada a San Juan de Pasto, para seguir y establecerse en las alturas difíciles de Bomboná, cerca del volcán Galeras,  calculando esta vez mal con lo que iba a suceder.  En efecto, habiéndose atrevido a presentar batalla el 7 de abril de 1822 con las fuerzas pastusas mantenidas en sitios estratégicos de aquellas alturas y peñascos, el resultado final del encuentro fue un verdadero desastre para el ejército bolivariano.
José Rafael Sañudo.
 

            La batalla de Bomboná, según explica Wikipedia, fue planificada por Bolívar como un éxito rotundo para la causa republicana, de lo cual anticipa la gloria el creyente caraqueño, sin entender que la mentalidad indígena puede pensar de otra manera. Así, para someter a Pasto Bolívar envía desde Popayán 2.400 hombres armados, a sabiendas de la enorme dificultad del intento, pues los anteriores deseos militares habían terminado en graves derrotas. Sin embargo como compulsivo y hasta testarudo que era Don Simón para ello decidió aplicar una táctica de no darle frente a la ciudad de Pasto y sus fuerzas, sino desviarse hacia la ruta  enhiesta de Bomboná, con intención de seguir camino hacia el anhelado Quito, a donde ya se dirigía el general Sucre, sin tomar en cuenta que por medio de avanzadas sus pasos estaban medidos por las tropas contrincantes, que al momento sumaban 1.200 hombres al mando del coronel Basilio García, las que se parapetan en el estrecho cañón  del río Cariaco, para allí presentar batalla, que se inicia el 7 de abril de 1822, a las tres de la tarde.   Bolívar desde luego  por lo angosto del sitio y sin prever resultados dirigirá de lejos la batalla, con el uso seguro del catalejo, mientras eufórico asienta ante adictos oficiales “!Tenemos que vencer y venceremos¡”, ordenando a sus hombres tomar camino en bajada hacia el río. De esta manera ya ejecutado el plan previsto en la media hora siguiente  los batallones Bogotá, Vargas y Guías sin callejón de salida fueron masacrados diezmándose esa tropa a la  mitad por obra de los realistas lugareños desde sus posiciones ventajosas, mientras así “se apilan unos cadáveres sobre otros”. El sacrificado batallón patriota Rifles lleno de bajas tuvo mejor actuación al trepar a una altura atacando luego por retaguardia a la tropa española, situándose en el ala derecha realista. Pero Bolívar aún ofuscado por una pretendida victoria y con el carácter conocido que mantiene, valiéndose del menguado Batallón Vencedores mas unas reliquias que le restan combate hacia la pérdida de su empeño, quedando aquello pronto reducido a una pequeña tropa ya desorientada, por lo que algunos patriotas logran salvarse huyendo entre las sombras reinantes, mientras la destrucción fue completa en el campo republicano. Esa noche Bolívar permaneció confundido y falto de sueño, porque desconocía el destino del Batallón Rifles, angloparlante, de élite y tan consumidor de soldados, que en pocas horas perdiera la mitad de sus hombres, o sea más de mil, contándose así una mayoría de muertos, mientras que las bajas realistas fueron apenas 250, retirándose luego estos monárquicos pensantes dentro de la estrategia escogida,  hacia los refugios del Sur.

General Bartolomé Salom.
Por el desastre conseguido en Bomboná el caraqueño tuvo que dar marcha atrás, impidiéndole ello llegar a las puertas de Pasto y debido a dicha causa debió regresar al norteño valle del Cauca, cerrándosele así el paso hacia Quito.  Ante la catástrofe ocurrida y acumulando los 300 heridos que deja tal contienda Don Simón escribe al general Santander indicándole que anda aturdido por el clavo ardiente que era Pasto, ciudad mestiza por demás monárquica que mantuviera al borde de la desazón el general caraqueño, pues en varias ocasiones pactó la paz con Bolívar para a poco emprender de nuevo la guerra, de donde ya sacado de juicio  este venezolano, como en momentos de estulticia valga decir iguales a los que le obligan a firmar la guerra a muerte en Trujillo, siete años después y ya en tiempos de sosiego originados por la paz suscrita con Pablo Morillo en esa misma ciudad trujillana, casi como estallando la ventura pacifista y ya fuera de razón Bolívar se extralimita para saltar al desequilibrio, que es cuando contra toda lógica humana ordena a figuras de la talla del cumanés general Sucre y del porteño  Bartolomé Salom a desmedirse en las órdenes que reciben (entonces las órdenes se cumplen sin chistar) y, en consecuencia, proceder con otra guerra a muerte esta vez contra  el taimado y astuto pueblo pastuso, para doblegar definitivamente y en base a desmanes genocidas al leal y monárquico pueblo serrano San Juan de Pasto, baño de sangre que ni esos pastusos ni otros menos resignados aún perdonan al conocido autor intelectual en su extravagancia llamada ante los ojos de la Historia “La Navidad Negra de Pasto”, pues casi como estallando la calma se desata una represión inaudita e inolvidable contra ese pueblo creyente en sus ideas, es decir un baño de sangre que sobresalta en el recuerdo de la llamada Guerra de Independencia y que al detalle de la denuncia investiga en escrito dejado para siempre el adolorido pastuso y magistrado, catedrático, jurista doctor José Rafael Sañudo, quien con el dolor de sus ancestros y la paciencia indígena necesaria se dio a la tarea de esculcar hasta el fondo estos desmanes que duelen recordar pero que significan una página negra en esa contienda libertaria manchada con la sangre de tantos inocentes, algo así como el caso bíblico de Herodes. Aunque es difícil conseguir su libro bestseller en tres ediciones intitulado “Estudios sobre la vida de Bolívar”(1925, y Bedout, 1980), ojalá tengan oportunidad de leerlo, donde en carne propia se detallan las atrocidades cometidas en Pasto y sus alrededores. A pesar de dolerles este criterio en la mente tarifada de algunos.


Ahora bien, llegado el momento vamos a recordar la famosa Navidad Negra de Pasto, teniendo en cuenta que los intereses personales o ideológicos pueden sesgar la idea central de estos sucesos. Como bien sabemos  Bolívar fue derrotado en Bomboná de manera por demás funesta, pero dados los intereses oscuros que luego aparecen  para salvar su honra militar y política, los memorialistas adulantes de entonces cambiaron tal desastre en un triunfo momentáneo, y pronto para seguir el éxito emprendido los realistas de Benito Boves en Taindala vencen al ejército del general Sucre “contra todo pronóstico”, por lo que ante este otro revés que provoca un  pequeño grupo militar mestizo y fanatizado, con soberbia de mando, para algo decir, Don Simón sin temblarle la pluma y menos su  acariciada gloria ordena ingresar al cumanés Sucre, a Pasto, al frente de un numeroso ejército para aniquilar toda resistencia miliciana, mediante  el primitivo sistema del asesinato en masa, que incluye hasta los bebés (500 en tres días) de la ciudad, según queda bien escrito. “Haced lo posible por destruir a los pastusos” fue la orden terminante de Bolívar, y con ello cayó en la trampa histórica el distinguido y fiel Sucre, para quien aquel genocidio fue como una mancha en su impecable hoja militar, que le trajo ocho años después y en la misma región el vil asesinato de su persona, suceso triste que tuviera acaso una reivindicación de esos hechos desastrosos. Y conste que aprecio mucho la memoria del mariscal Sucre, como la del mismo Bolívar en su etapa genial, acaso por un principio de lealtad sobre sus triunfos, pero no de derrotas. Como recuerdo triste de esa navidad llorosa (24-12-1822) aún queda en pie la Calle Colorada, que con tal apelativo consagra la masacre sanguinolenta allí ocurrida de tres días, el robo, la destrucción de todo como propiedades, iglesias, edificios, archivos (donde se perdieron tres siglos de Historia), violaciones y otros desmanes a concebir, al extremo que el propio Daniel Florencio O’Leary, comedido y diplomático en su lenguaje, sobre este bárbaro proceder hacia la posteridad  reprobó de manera total dicho sacrificio ordenado por el general caraqueño contra los leales y reconocidos pastusos, ante la vergüenza de Bolívar al ser derrotado de esta  manera por un pequeño grupo indígena, olvidando así lo que firmara meses atrás en Trujillo, verbigracia, sobre el fusilamiento de prisioneros y el buen trato a los cautivos en pueblos ocupados. Aquí valga anotar en calidad de apostilla que la Historia Oficial manipulada es otra cosa digna de estudio, como ocurre  mucho en estos tiempos de discordias y desafueros.

Y volviendo sobre el mismo tema “Pasto era un camino de trastorno mental como consecuencia del enlace de razas antropófagas con diabólicos conquistadores españoles”, al decir simpático y cascabelero del historiador José Santos Roz. En efecto, aplicando esos principios rígidos sobre la palabra escrita de Bolívar recordemos que el caraqueño Don Simón escribe a Santander (21-10-1825), “Los pastusos deben ser aniquilados y las mujeres e hijos trasportados a otras partes, dando aquel país a una colonia militar……. de aquí a cien años y más se olvidarán de nuestros  estragos, aunque demasiado merecidos”. A confesión de parte, pues, relevo de pruebas. Y todavía en 1823 los tercos pastusos por encima de su estela de muertos se levantaron otra vez a favor de la monarquía, ya tan distante de Boyacá, cuando en verdad acaba, por lo que Bolívar de nuevo los enfrenta en Ibarra, de cuyo resultado fatal mueren más de 800 realistas. Por ello antes, el 25-1-1823, Bolívar dispone fusilar a cuantos pastusos reclutados  se fugaron en Balsapampa “y a todos los que los acompañaban”. Entre 1822 y 1824 la región de Pasto fue escenario de múltiples encuentros bélicos (comienzos de 1823,  mediados de 1823, que restablece el gobierno realista y luego en Ibarra, donde como dije perecen más de 800 monárquicos y cristianos pastusos, por lo que el coronel Salom es enviado a someter los naturales profundizando los castigos  (deporta un millar de pastusos),  con pocos y graves resultados, mientras el líder local Agualongo andaba tras el venezolano porteño y del asustadizo tembloroso Pedro Alcántara Herrán. Entre los horrores cometidos por Salom siguiendo órdenes supremas dispone que el barinés José de la Cruz Paredes escoja a catorce jóvenes pastusos que atados de a dos por las espaldas se les arroje al precipicio del río Guáitara, acaso para sembrar miedo y terror (Ver mi trabajo en este blog “La Guerra a Muerte que desata Bolívar”, del 19-11-2011).  En 1824 aún sigue la pelea al mando de Agustín Agualongo, que termina cuando éste es preso y luego ejecutado.

General Antonio José De Sucre.
Bueno, es hora que dejemos a los pastusos quietos, recontando sus muertos y las barbaridades que se cometieron con aquel altivo pueblo que es como la marca romana para dividir la frontera incaica con los indígenas habitantes de Colombia. Habrán presenciado ustedes escenas espeluznantes pero verdaderas  porque quien escribe, conocedor algo de la Historia y visitante en varias ocasiones de aquellos pueblos azotados, no debía callar sobre cuanto estudiara in situ porque dejaría de ser su esencia de historiador, o de “viejo enterrador de la comarca”, según canta  el bambuco recordando aquellos tiempos que no se olvidan. Yo creo en lo que he escrito porque mi compromiso es con la verdad y el sol no se tapa con un dedo. Así lo he demostrado en este blog, contra viento y marea. Sin embargo si usted es contrario a estas reflexiones bañadas de sangre inocente, allá con sus principios que respeto, aunque parodiando al indio Agualongo adolorido con su patria chica, he traído bastantes pruebas de lo que en realidad sucedió en el serrano Pasto y sus contornos. Sería oportuno profundizar en estos temas álgidos, en otra oportunidad. Hasta pronto.

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