miércoles, 19 de marzo de 2014

LARGO VIAJE POR EL MUNDO COMUNISTA.

        Amigos invisibles. 1. Para entrar de lleno en cuanto al nombre atractivo de este artículo de información vivida quiero dejar constancia que si bien refleja algo de mi postura intelectual y los conocimientos adquiridos, para nada tiene que ver con la política que viviera oportunamente y menos la que pude haber desarrollado con el transcurso de los años, porque como independiente de visión razonada en cuestiones que obligan a cualquier pronunciamiento interlineado soy capaz de asimilar hechos de actualidad y del pretérito, para poder vivir en paz con mi modesto entendimiento, sin estridencias ni menos acomodo, donde la imagen del vocablo amistad prevalece en lo íntimo expuesto, aunque para muchos esa razón personal antiestresante ahora es poco requerida, más cuando aún tal modo de ser lo considero como un baluarte imprescindible a tomar en cuenta para acceder a una paz interior, donde todos caben en igualdad de circunstancias, resultado que me ha permitido alcanzar algunas etapa de salud ideológica tanto como para en la barca de Caronte atravesar las más ineludibles circunstancias saliendo siempre a flote, que es mucho decir a estas alturas del calendario existencial y en la situación por la que atraviesa Venezuela, país de múltiples facetas atípicas y de lo que estoy seguro sobrevivirá proyectándose luego mejor instruida del temporal por el que se transita.
          Pues bien, utilizando este preámbulo explicativo quiero decir que mi existencia por el mundo intelectual que cobija la mente a lo largo de décadas, me ha permitido salvar tantas distancias e inconvenientes que algunos llaman piedras en el camino, lo que ennoblecido por un profundo deseo de conocer sacando experiencias de lo andado y del raciocinio en ello puesto, porque mis padres fueron diplomáticos, ese conjunto de prendas magistrales desde niño me concitó a sustraer del firmamento estelar una luz que conductora hacia el más allá de la sabiduría fue útil para llevar a cabo los ideales que siempre han estado presentes en el ideario cultural, lo que impulsara el espíritu a vivir períodos de tranquilidad o de impaciencia, cuando debí trasponer etapas necesarias para alcanzar los fines pretendidos. De aquí que desde la infancia y cuando tuve uso de razón fue naciendo un deseo de viajar expansivo para dentro del campo de la investigación in situ poder descubrir algún mundo vedado y atrayente que con los pasos andados nutriera el mismo interés que existió en Diógenes para así descubrir el mundo y su circunstancia. Con estos ideales sostenidos en las dendritas estudiadas por Leibniz un buen día de juventud temprana partí desde Caracas para con la imaginación racional y el buen sentido que me acompañaran instalarme en París, entonces la capital del mundo, así  cumpliendo la mayoría de edad, que para mí fue a los  21 años, tiempo de buen soñar como de mejor aprender. En ese escenario de la cultura mundial puse interés en darle vida a las bases de lo que siempre llevo por dentro, pues fuera de mis serios estudios universitarios comencé a fraternizar con diversos jóvenes del planeta que allí coexistían, de modo tal que ese primer encuentro de culturas lo considero trascendente para la formación desprovista de fronteras y muchos menos de gríngolas. Algo parecido a la filosofía sartreana, llenando entonces conceptos filosóficos del ser en el debate, que igualmente surcaban en aquel tiempo parisino (en verdad parisiense), bullía en mí desde cuando comienzo a conocer quién soy y qué represento a través de las noticias sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial, hechos cartesianos que abrieron otro campo de acción en el pensamiento formativo, porque la palabra marxismo, suerte de religión mística y laica en boga por la época, tenía una connotación elaborada para admirar dentro de aquel mundo pragmático e idealista que se viviera en el París de los pasados años cincuenta. De aquí que con los motores imaginables encendidos desde entonces pensé diferenciar la realidad kantiana de la ficción novelística en cuanto a qué era el mundo comunista, representado entonces por la enorme Unión Soviética rodeada de satélites, con sus pros y mayores defectos, para así mantener en paz mi espíritu social sobre eso que algunos llaman sabiduría del entendimiento, porque desde luego siempre he sido tranquilo, adecuado a los tiempos, aunque la prevención la he llevado delante como coraza defensiva y cual espada de Damocles que acaso sostuviera el buen ser creyente del arcángel Miguel ante el malévolo enemigo y Satán tenebroso. En esos días europeos pude leer el libro lacerante “La noche quedó atrás”, de Jan Valtin, que impulsó más la vela para convertirla en otra suerte revelada  de Cristóbal Colón.  Por esta simple conclusión comienzo un  camino al mundo enigmático asistido de un razonamiento adecuado y contra el serio temor de algunos a quienes comentara mi primer tránsito por la cortina de hierro.   
2. Con la cabeza ilusionada  en diciembre de 1951 salí desde París, emprendiendo la ruta a través de Suiza e Italia para seguir a Trieste, puerto adriático donde aterido de frío debí pasar sentado una terrible noche en la vieja y sonámbula estación de tren, para luego continuar en cierto vagón yerto, con las puertas abiertas al viento invernal y casi colmado de soldados que esperaban la invasión estaliniana a su territorio, siguiendo en ese camino infernal hasta Zagreb, bella ciudad croata cubierta de abandono y temor, donde comienzo a entender la realidad  del mundo titoista en que la gente pobre apenas vivía, mientras el que esto escribe se hospedaba como rico y por cualquier escaso dinero sin circulación en el suntuoso y alfombrado mejor hotel de la ciudad, el Balkan, donde por cierto únicamente morábamos dos empresarios venidos de Milán, y yo.
 
Con la tristeza a medias de aquel primer contacto, incluso personal, por la vía ferroviaria continuo hasta Belgrado, capital serbia algo reconstruida del combate antinazi, donde también encontré miseria arrastrada por la guerra anterior, desventura y resignación para evitar nuevas matanzas, mientras todos los hombres vestían traje grueso de soldados, ante la hecatombe soviética que se veía venir y que por circunstancias políticas sobrevenidas no ocurrió. De aquí con estos ejemplos a la vista como realidades que me conmovieron, embargado de la pena vivida regreso a París, por vía de la señorial y paralítica Viena, donde por cierto me hospedo pocos días a una cuadra de la Kommandatura soviética, cuando esa capital timorata y callada permanecía dividida entre las cuatro potencias triunfantes de la guerra mundial recién concluida. Años después y ya como Presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela, de nuevo allí en Belgrado me detuve para asistir a un Simposio internacional de Escritores, cuando´ proveniente de Sofía, donde había asistido a un Congreso de Escritores que albergara algunos cuatrocientos invitados, almorcé en esa capital con el distinguido y amable embajador venezolano Moisés Moleiro, y cuando también pude vislumbrar cierta mejoría de aquel pueblo y país, todavía sumido en lo melancólico de la situación embargante que soterradamente los eslavos no aceptaban pero que entonces era como de imperioso respeto.         3. Otro recuerdo de estos años corrientes y referidos a mi estancia detrás de la Cortina de Hierro, como así la definiera Winston Churchill, se retrotrae al verano de 1953, cuando luego de los exámenes universitarios sostenidos en la alpina Universidad de Grenoble, durante esa canícula temporal decido viajar por Insbruck para luego alojarme en la imperial Viena, con la seria intención de entender el idioma alemán. Y sucedió que dentro de los pocos latinos que alguna vez nos reuníamos  en los cafés vieneses, o en el bello paisaje cervecero de Grinzig, al que luego dedicara un poema, en cierto momento un amigo de confianza me dijo que si yo no iba a participar en el Congreso Mundial de la Juventud que en los días siguientes se desarrollaría en Bucarest. Y como apuntó este amigo, sin mayor problema fui a la Embajada de Rumania para obtener la invitación con la fecha de la hora y el tren que en lento recorrido me llevaría hasta Bucarest. Por fin en aquel transporte ferroviario lleno de humo que duró rodando todo un día, la tropa de muchachos invitados y de distintas ideologías, como lo pude entender en algunas conversaciones, aunque desde luego muchos comunistas, llegamos al destino deseado, donde se nos hospedara en lugares previstos para tal congreso mundial. El primer día lo dediqué a comprender el objeto del Congreso, con las consignas de izquierda acostumbradas y otros temas mantenidos a nivel internacional, que es cuando comienzo a preparar lo que pudiera hacer al segundo día para conocer aquel país danubiano que había sido de mucha importancia antes que Anna Pauker y luego el consabido tirano Ceaucescu tuvieran las riendas del poder y de la destrucción. Mas como se entra en el período de lo imprevisible mi sorpresa fue mayor cuando en el Congreso encontré a dos amigos universitarios de Grenoble, ambos italianos (la mujer había visitado poco tiempo antes al Rey Humberto de Italia, en su exilio de Niza), y que por la confianza y el plan esbozado al día siguiente emprendimos un viaje hasta la costa, a la importante y portuaria Constanza, sobre el Mar Negro y su playa solitaria de Mamaia, en que fuimos bien atendidos al descubrirnos en el intento por una esbelta ayudante joven que desde luego pertenecía al régimen, llevándonos entonces a almorzar en cierto restaurante de la marina rusa allí establecida, donde se sentó casi al frente un grueso almirante de aquel país. Dos días después los tres repetimos la hazaña desplazándonos en igual forma a las montañas cercanas a Hungría, a Sinaia, lugar de caza de ciervos por el destronado rey Carol con la amante Lupescu y donde visitamos el bello Palacio Real, que se clausurara para todo público. Al retorno a Bucarest los mosqueteros atrevidos nos despedimos para regresar a Viena luego de la semana del Congreso, mientras en el tren lento donde viajaba conocí a dos profesoras chilenas que habían ido como yo para informarse de la situación, y de esta conversación amena partió mi idea de quedarnos en Budapest, porque allí paraba el tren, de donde cada uno por su cuenta decidió bajar y con el poco equipaje portado encerrarse en el cuarto de baño hasta que se oyera el pito de la partida de dicho transporte, que fue cuando luego nos reunimos y avisamos que el convoy estudiantil nos había dejado porque estábamos en el baño. Y créase o no por las autoridades, fuimos conducidos a un hospedaje para esperar el tren del día siguiente, por lo que los tres avispados pudimos andar y conocer muchos lugares de la bella capital húngara del Danubio, con lo que el trío unido coincidimos en la suerte de  miseria que se vivió en aquellos países y por cuyo motivo allí pronto aparecieron los nuevos líderes anticomunistas Imre Nagy y Pal Maléter y el cardenal de Hungría, József Mindszenty (a quien pude conocer en la Iglesia Chiquinquirá de La Florida, en Caracas, pocos días antes de morir), prelado que se salvó de la masacre desatada al exiliarse por largo período en el interior de la Embajada americana establecida en  Budapest.
4. Años pasados y dentro de la vida gremial que llevaba  como Presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela, la Sede Central de estos intelectuales por mi intención de puertas abiertas se colmaba de público y de miembros, de donde en esas reuniones acostumbradas tuve ocasión de dialogar con muchos diplomáticos de los países del Este, vinculados desde luego en sus teorías políticas con algunos socios de la institución que por obra de ese contacto intelectual fueron haciéndose amigos, como de confianza, y cito entre ellos a la Unión Soviética, con quienes como Presidente firmé un tratado de colaboración, que permitió el arribo a Caracas del jefe de la Unión de Escritores Lituanos y la visita gremial del reconocido poeta Eugenio Evtuchenko, a quien desde el hotel en que lo hospedáramos en Las Mercedes viajó conmigo hasta Valencia para embelesar con poesía a los presentes, mientras en la cordialidad hablábamos demostrándome su disidencia con respecto a ciertas posturas políticas emanadas del Kremlin, lo que le posibilitaba alguna independencia de trabajo y viajes al extranjero correspondientes a su figura mundial que, por ejemplo, le permitía reunir enormes concentraciones de oyentes de esa timbrada voz, por decir l5 mil o más, lo que le hizo una suerte de intocable dentro del régimen. Pero como voy narrando la amistad diplomática ello me dio pie para aprovechar las buenas relaciones mantenidas al extremo que en las vacaciones judiciales de 1982 solicité ante cada uno de los países comunistas y por separado, (salvo Albania, que no me interesó) la obtención de una visa para visitar oficialmente a los tovarich o camaradas de esos países soviéticos, lo que de inmediato se me concedió, de donde preparo equipaje y pronto inicié el largo viaje que por Holanda me llevó a Berlín Oriental. A esta ciudad la había conocido en la primavera de 1952, cuando viviendo en París hice una fugaz visita que me trasladó a los países nórdicos europeos, por lo que desde Hamburgo en avión de cuatro hélices viajo al aeropuerto Tempelhof, en la zona americana de Berlín, capital de ruinas históricas donde paso varios días intensos de conocimiento, y después regreso a Hamburgo por el mismo corredor aéreo donde días atrás ocasionado al desvío del avión de la Pan American de dicho corredor que sobrevolaba territorio en manos rusas, fue abatido por cazas soviéticos, muriendo todos los pasajeros y la tripulación.      
           5.   Provisto así de los respectivos visados, salvo el de la Unión Soviética que me sería entregado en Varsovia, aterricé esta vez en Berlín Oriental, donde estuve con los escritores alemanes muy de pasada, o sea en una sola entrevista, por ser tiempo de canícula, de donde muchos estaban fuera de la ciudad. Sin embargo, fue momento oportuno para estrechar alguna relación con la bailarina de ballet y embajadora (María Enriqueta) Nena Coronil, con quien junto a su marido Pagelson almorcé en algún restaurant del sector oriental. Luego de la visita lógica a grandes edificios históricos, como la Catedral, que muchos aún se encontraban en ruinas y como iba para aprender sobre diversos aspectos acuciantes y sus dirigentes, decidí bien pensado no utilizar el cupo del boleto que tenía para continuar  por aire, sino que resuelvo adquirír un ticket de transporte saliendo de Berlín rumbo a Varsovia, pues deseaba atravesar por tierra la franja fronteriza que siendo parte de la cuenca del Oder, en ese lugar se había iniciado la Segunda Guerra Mundial, sitio donde se divisaban aún ruinas militares, y así siguiendo llegué de tarde a la inmortal Varsovia, reconstruida totalmente como antes era y donde me esperaba en la vacía estación ferroviaria el excelente embajador de Venezuela, Antonio Casas Salvi, vinculado a mi persona por nexos regionales y quien estaba al tanto de mi arribo, porque prevenido había informado a nuestra Cancillería de Caracas, los puntos y señales a transitar por el largo viaje en las entrañas del mundo comunista. Al día siguiente de  mi llegada con Casas fui a la recepción de despedida del Embajador español Sangronis, quien años antes había prestado servicios en Caracas, y donde por cierto conocí la muerte de mi gran amigo universitario Julio López Oliván, quien luego de dirigir la agencia de la línea española Iberia en París, fue ascendido al máximo cargo de Gerente General en España, donde falleció por derrame cerebral. Como quiera que debía recibir allí la visa soviética solicitada en Caracas con la aceptación respectiva, en dos oportunidades fui a esa Embajada en Varsovia, mientras me informaron que nada había llegado, y por tanto como era fin de semana, el amigo embajador Casas me sugirió fuera a Cracovia, en avión Antonov,  donde me maravillé con el cuido que se tiene al detalle de una ciudad antigua y algunos aspectos del papa Juan Pablo II,  nacido en los alrededores de esa capital.
         De vuelta a Varsovia y porque aún no se recibía la visa aprobada en Caracas, el embajador Casas ante el problema que tenía para continuar dicho viaje aéreo, me afirmó en lenguaje coloquial “Mira, Urdaneta, si hoy no llega la visa de Caracas llamaré al embajador nuestro en Moscú, para que de inmediato obtengas una visa oficial por solicitud del gobierno de Caracas, pero para salvación del impasse muy de mañana visaron mi pasaporte los funcionarios rusos y así pude continuar hasta Moscú. Llegué en la medianoche a uno de los cuatro enormes aeropuertos que circunvalan la ciudad, para luego tomar un  taxi que en cuarenta kilómetros me acercó hasta el Hotel Russia, con cuatro mil habitaciones y sus radio escuchas respectivos, detrás de la Plaza Roja del Kremlin y la catedral de San Basilio. En los días subsiguientes sostuve una apretada agenda, en  cuyo caso me acompañó el amigo y traductor Yuri Greidig, a quien antes había conocido en Caracas junto al amigo y Agregado Cultural Andrés Braguin. Con este buen interlocutor visité la enorme Sociedad de Escritores, establecida en un palacio expropiado a la nobleza Romanov, donde almorcé en medio de tallas de madera impresionantes, y en ese mismo camino de conocimiento visité la tumba de Lenín, las bellas y ortodoxas iglesias existentes en el Kremlin, la famosa galería de pinturas Tetriakov y asistí a  la presentación de una ópera, “Ivan Gudinov”, en el teatro del Kremlin, que podía albergar 4.000 personas, como también fui huésped para una cena hogareña a la que me invitara el distinguido embajador nuestro Guido Bermúdez Briceño. En esos ocho días que transitara en el máximo país comunista, al que una década después con sus filisteos se encargan de derribar los personajes Gorbachov y Yeltsin, realicé dos rápidos trayectos de conocimiento, uno por ferrocarril hasta San Petersburgo, para conocer la bella ciudad del Neva, donde siempre acompañado de la bella funcionaria Larissa visité algunos sitios de pintura, por lo que adquirí un cuadro melancólico de la antigua Russia, alguna casa residencial de conocidos escritores, como la del afamado Alejandro Pushkin, el palacio de invierno de los zares, construido de diversos mármoles jaspeados, que hoy es el inmenso museo Le Hermitage (por cierto allí encontré un retrato del general Pablo Morillo, desconocido en Venezuela) y luego  viajé en ferry por el inmenso río citado, para conocer el palacio de verano de los zares rusos, lleno de ingenuas atracciones, y a fin de culminar este trayecto, frente al noble hotel que me hospedaba, en cercano sillón especial fui invitado para oír a la Sinfónica de San Petersburgo, concierto sublime que de verdad extasió mis oídos, como pocas veces me ha ocurrido.
 
      Una vez ya de vuelta en Moscú Yuri Greidig me preparó para al día siguiente viajar hasta Alma Ata, entonces capital de Kazakhstan, a cuatro horas de vuelo en el avión Ilyushin, tierra de las mejores manzanas que he comido  y cerca de las grandes instalaciones militares de la era espacial rusa,  como de las montañas himalayas, para así retribuir y de acuerdo con el convenio firmado, la visita de mi amigo Kalthay Ulujamedzkanov, presidente de los escritores kazajos, quien nos visitara en Caracas con poca antelación. Kalthay por cierto junto a su distinguida esposa y médico, de origen chino, me ofreció un verdadero agasajo de alta categoría donde en una carpa beduina instalada en el jardín de su residencia me ofreció una fiesta íntima rodeada de carnes y múltiples postres, que no puedo olvidar, como también obséquiame una bata de lujo acaso mongol y preciosamente bordada sobre pana, que guardo con enorme cariño.
6.  Regreso a Moscú de este largo periplo para al día siguiente viajar a Sofía, en Bulgaria, donde me hicieron otro recibimiento inolvidable, tanto los escritores (un libro mío iba a ser editado allí, lo que se frustró ya en este trajín con la caída de la Unión Soviética) como nuestro embajador allá acreditado, Eduardo Morreo, quien como intelectual me atendió con fino agasajo en la embajada, mientras yo viajaba hasta la ciudad de Plovdiv, en la vía mahometana hacia Estambul, donde residiera el reconocido poeta galo Alfonso de Lamartine, en tanto que con el uso de otra oportunidad de las varias que tuve, acompañado de traductora por tierra y en tiempo de un otoño impactante, pude conocer el preciado y satánico Monasterio de Rila, sobre cuyo cenobio medieval escribí un trabajo alusivo. Valga aquí hacer memoria que desde Caracas asistí en tres oportunidades al Congreso Mundial de Escritores (en el Segundo encuentro, donde conocí a Jorge Amado y a Juan Rulfo, estuvo también el poeta venezolano Luis Pastori), que anualmente reunió en Sofía algunos cuatrocientos conocidos literatos, donde por cierto presidí una mesa de trabajo, bajo la conducción del excelente caballero y Presidente de los Escritores Búlgaros Liubomir Letchev, tiempo que en grupo, incluida mi amiga Lada Galina, fuimos recibidos en palacio por el presidente Todor Zhivkov, y al cuarto encuentro, suspendido, no pude asistir por el desmoronamiento de la Unión Soviética, que repercutió en aquellos festivales. Para cerrar mi permanencia allá almorcé con el amigo Ivan Satchev, a quien conocí en Caracas de Agregado Cultural y estaba ya jubilado, siendo oportuno también recordar a la excelente persona que es Kiril Kirilov, luego embajador búlgaro en Buenos Aires y con quien me reunía algunas veces para almorzar o a cenar, en Caracas. Otro búlgaro inteligente que ascendió a embajador de su país en Caracas, fue mi excelente amigo Slabomir Guerguiev, su esposa Mariam y su hija Cristina, con quienes nos reuníamos algunas veces al año. Slabomir, falleció inesperadamente en Caracas por infarto, en la avenida Francisco Fajardo.
         7.  En el vuelo de Balkan Air Lines seguí el viaje hasta Bucarest, donde me recibe la embajadora venezolana y gran amiga poetisa Lucila Velásquez, quien me acompañó en buen trecho de mi andar rumano, como fue la visita a la Unión de Escritores (por cierto me esperaban para incorporar algún  poema propio en la edición de la revista gremial), establecida en bello palacio expropiado anteriormente, e incluso en su residencia la diplomático ofreció un almuerzo para agasajarme, junto a distinguidos escritores invitados.
De ese país agradable seguí camino a Checoslovaquia, la primaveral y libertaria, donde en Praga, exquisita ciudad, fui hospedado en la suite de lujo de un hotel reservado para altas figuras comunistas (Praga era un centro de primera fila en el acontecer marxista mundial), con  jardín particular y una bella vista sobre Praga (por cierto cuatro canales de televisión, o sea de Praga, Moscú, Berlín y Varsovia tenía a mi mandar, como algo increíble en el mundo soviético), hotel escogido para las visitas de trabajo de jerarcas comunistas que visitaran el país, pues esta bella ciudad era un centro por demás importante de los destinos marxistas intelectuales de Occidente, que en ocasiones allí se congregaban en congreso, coordinado lo correspondiente a Venezuela por mi buen amigo y profesional hoy fallecido, Jerónimo Carrera Damas. En dicha ciudad cuna de Juan Hus fui atendido por una dama cincuentona que me acompañaba en todo momento de la visita, quien por cierto al final me comentó no era de pensar comunista. Luego de visitar esta urbe extraordinaria que es una verdadera joya del pasado, en unión de la señora que menciono me trasladé hasta la Mansión de los Escritores checoslovacos, fuera de la capital, donde podían vivir a su guisa, mientras prepararan escritos de vuelo intelectual e incluso para realizar algún trabajo encomendado a su sabio entendimiento. En este tour suburbano fui acompañado también del poeta caroreño Alí Lameda, bardo de altura quien fungía como Agregado Cultural de nuestra embajada, en la que por cierto era Embajador mi amigo de la caraqueña nocturnal Sabana Grande, y político como también periodista,  Orestes Di Giácomo. Para cerrar este capítulo checo debo indicar que fui invitado para tal visita principesca por el reconocido novelista Jan Kósak, Presidente entonces de los escritores checoslovacos,  al que encontré en el Congreso de Sofía y antes había estado en mi hogar caraqueño, con quien entonces departiera bajo un manto de cordialidad.
8. Desde Praga volé a Budapest en un segunda visita, donde la Unión de Escritores me recibió con vehículo y chofer a la puerta del hotel, para los desplazamientos que requiriera, mientras me reuní con escritores diferentes, como fueron los encargados de la Editorial Albatros, y no pude encontrarme con el embajador Juan Uslar Pietri porque andaba fuera de ese país, aunque recibiera muchas atenciones del personal de dicha embajada, y por otras causas descubrí que el gran comercio paralelo y prohibido con monedas del Comecon, allá tenía su asiento .
9. Finalmente en avión con destino de Zúrich por el aeropuerto de Praga y no de Budapest inicio otro vuelo para abordar un avión de Suissair, que desde Zúrich me trasladó de nuevo a Caracas en este largo periplo observador, el que creo que en la forma expuesta y tan llena de secuencias particulares nadie había podido realizar, porque además de que era difícil penetrar en la Cortina de Hierro, que por excepción admitía esta hazaña, yo pude viajar a las anchas por este entonces imperio ideológico que repito nadie y en mi condición de escritor, pudo hacerlo en un solo y largo viaje. Para dar término a esta amplia y explicativa crónica debo señalar, además y como lo señalara antes, que respeto las ideas personales para un buen entendimiento, pero que nunca fui comunista o cosa parecida, porque en el fondo esta idea por ellos expuesta y para conquistar el mundo, no me llamó la atención al ser caduca. Ah, y si desean algo más de lo explicado sobre este famoso viaje deberían consultar mi libro “50 veces yo”, editado en Caracas el año 2.005.
10. Se me olvidaba expresar que he visitado en tres oportunidades a La Habana, la primera vez cuando aquello no era comunista, el año 1958, a mi regreso de Europa, tiempo del general Baptista en que La Habana era centro internacional del turismo diurno y de la vida nocturna, y luego en el mundo social marxista del país fui invitado a celebrar los 25 años de la nueva literatura cubana, y después como miembro de la Unión Latinoamericana de Juristas, del Capítulo Venezuela, cuando almorzara
en el este de Caracas en compañía de mi paisano y buen amigo Arturo Cardozo, con  ocasión que el doctor Menelao Mora, alto directivo de la misma, visitó a Caracas con el fin de convocar  a una reunión internacional sobre temas jurídicos de actualidad a desarrollarse en 1987. Fuimos por Venezuela delegados como invitados especiales, o sea los jueces doctores Abreu Burelli, Pedro Elías Hernández, a quienes se uniera Fermín Toro Jiménez, y yo, además de otros 42 abogados acompañantes. En el agasajo que se nos ofreció en el Palacio de la Revolución pude bien estudiar la personalidad de Fidel Castro, como así lo expuse en el libro “50 veces yo”. Y fui además invitado a un simposio en La Habana sobre problemas monetarios en América Latina, al cual no pude asistir dado que en Caracas y la fecha coincidente había un Congreso Internacional de Escritores donde yo debía estar allí presidiendo tal evento, como Presidente de la invitante Asociación de Escritores. That´s  all.

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