viernes, 19 de abril de 2013

LA RUSTICIDAD DEL GENERAL CRESPO.



        Amigos invisibles. Los perros ladran mientras la caravana pasa, y con ello me refiero a la contrariedad sentida cuando realizada ya como la mitad de esta crónica chispeante en que anduve embebido, por un pequeño traspiés de la máquina servidora  de pronto se borró todo el continente y sin copia de seguridad, lo que me sumiera  en una tristeza pasajera, superada con prontitud, por cuanto el personaje tan interesante como para sacarlo del cofre (closet) de la Historia debía reponerlo en su justa medida y según mi interpretación nada confusa pero sí discordante con posiciones oficiales, retardatarias o llenas de interés, porque este funcionario público y enriquecido al máximo por tales servicios que generan ganancias, sin embargo y pese a sus características natales y formativas llevadas como la hoja al viento, fueron capaces para reconstruir un escrito que lo enjuicie a su justa medida en el tiempo que le tocó ser conocido y dentro de los desafueros normales en toda época de transición.
       Con el interés de trazar un perfil claro pero aproximado sobre este valiente y rústico general de las montoneras que se formaban en Venezuela después de la Federación, agregaremos que lleno de una vida muy personal y cuajada de anécdotas como para deleitarse en un libro,  este guariqueño era alto, mestizo entre mulato y zambo, de piel clara, bembón, apuesto, robusto, de ojos negros mirones y grandes, la barba espesa, prieta, partida y crespa, como el pelo haciendo honor al apellido, mientras de otra visión de su persona se mostraba sencillo, zamarro, austero, amigo de los necesitados, casi ascético, sin pecar en los vicios corrientes y alejado de  los placeres tentadores que tuvo a su alcance, al mismo tiempo que dentro de ese personaje plural digno de un buen estudio sicológico era silencioso, reflexivo, místico, astuto y tosco, lleno de dichos llaneros para tapar su incultura, mas en ocasiones alegre, zumbón, sereno pero arrogante en momentos de cólera, con tratos de caballero y presentable. Codicioso, con ambición de mando y de personalidad absorbente, se decía por aquel tiempo, “al que no le guste Crespo, que se peine liso”, demostrando así la guasa en que viviera cuanto rodease al caballero, a medias. Ahora, con paciencia, arme usted el rompecabezas que he formado de quienes le estudian, para que saque conclusiones sobre este venezolano de cepa venido de la nada.
            Nuestro biografiado nació el 22 de agosto de 1841 en el poco conocido San Francisco de Cara, del sediento y yermo llano guariqueño, siendo hijo del impredecible Ño Leandro Crespo, curandero y mañoso creador de un bálsamo llamado por el vulgo “Tacamajaca de Ño Leandro”, producto oleorresinoso procedente del árbol copaiba, que se ganaba el sustento a base de estos preparados convincentes por fe en aquel inframundo de la cultura rural. Su madre, Aquilina Torres, era una morena que hacia arepas para vender, teniendo como asiento la raquítica posada que servía de refugio a los escasos viajeros de tránsito. Poseyendo en las venas algo de vasco y tinerfeña, por la miseria circundante a nuestro Joaquín le trasladan hacia Parapara, donde se le instruye en forma muy rudimentaria, hasta que en los nueve años de ser alguien atraviesa aquella vastedad circundante un tal “general” Manuel Borrego, a quien pronto se agrega el muchacho como Asistente tropero y sin brújula alguna que lo conduzca en el destino. Ya para marzo de 1858 y en los inicios de la Guerra Federal con parasitosis y malaria endémica  este soldado raso de caballería deambula por el llano que conoce, bajo las órdenes del facineroso  guerrillero “El Agachado” y del anárquico paisano Donato Rodríguez, a quienes tiempo después enterrara en el famoso Panteón Nacional.  Luego de andar con Zoilo Medrado, a punta de lanza es hecho general en 1864, terminada la guerra, y de allí comienza otra etapa ágil de su vida en que será Diputado, amigo de Guzmán Blanco, empuñador de armas en las revoluciones Azul y Reivindicadora, Encargado además de la Presidencia de la República, Ministro, Jefe Civil y Militar, y en fin, trepador en muchas posiciones públicas que le dan cierto barniz de funcionario capaz en aquel mundo iletrado o falto de luces y al que pronto llevará a la Presidencia republicana el mismo Antonio Guzmán Blanco, para sucederle entre 1884 y 1886, porque el caraqueño se da cuenta de su ascenso carismático y de lo que es, recompensándolo luego con el pomposo título de “Héroe del deber cumplido” (o sea devolverle el “coroto” que es el mismo poder), cuando ya se estrecha la amistad entre ambos generales plutócratas. Durante el ejercicio de su gobierno presidencial problemas y espinosos no faltaron, que supo eludir y hasta torear con elegancia, no solo ante el terrible flagelo de las langostas, que le obliga a rebajar sueldos y pensiones en un 25%, por no tener dinero en caja para cumplir con las deudas, sino por el problema presentado frente a ciertos miembros excedidos de la Adoración Perpetua guzmancista, y el ridículo que en 1885 le organiza la oposición estudiantil cuando glorifica como gran poeta nacional a un desquiciado sombrerero de El Guarataro, al que en imborrable burla glorifican en el Teatro Caracas, con que se incomoda al propio Guzmán Blanco.
En 1888 ocurre el episodio político en que Crespo es detenido y trasladado a la cárcel caraqueña La Rotunda, con la sorpresa que dada su importancia le acomodan alfombrada una habitación especial donde el Presidente Rojas Paúl y próximo Primer Mandatario Andueza Palacio, por separado lo visitan a escondidas, de donde con rapidez arreglada el llanero parte exiliado al extranjero. Regresado pronto del ostracismo se enfrenta luego al guanareño Andueza desatando la Revolución Legalista, que acaba con los deseos hegemónicos de este llanero y presto debe asumir la Presidencia republicana, esta vez por cuatro años, que fueron cinco, mientras la economía se va al suelo y las casas de empeño proliferan, entrometiéndose en negocios extraños, como el empréstito con la casa berlinesa “Disconto”, filial de la familia Krupp, en que sale con las tablas en la cabeza frente a las nocivas cláusulas contractuales y los daños ruinosos, por lo cual ni un céntimo de dicho préstamo  vino al país mientras el 10 % de la negociación fue a parar a los bolsillos del propio Crespo, todo ello ocurrido al tiempo que la imperial Gran Bretaña iba despojando paulatinamente el inmenso territorio Esequibo, a Venezuela. Como mandamás de aquel tiempo don Joaquín decide apoyar la candidatura de su sucesor presidencial, el insincero Ignacio Andrade, provocándose un inmenso fraude electoral y contrariando así los deseos de su esposa doña Ana Jacinta, quien al personaje lo tenía ya estudiado, por lo que una vez impuesto en el solio presidencial y ocurrido el alzamiento del perdedor general José Manuel “mocho” Hernández, en celada propicia a Crespo se le ultima por traición mediante cierto hábil tirador (un joven Obadía, de Valencia) acoplado cerca de un árbol en el sitio cojedeño Mata Carmelera, el 16 de abril de 1898, quien a las 8 y diez de la mañana al corpulento hombre peligrosamente bien vestido para ser fácil de encontrar lo bajó de la mula que cabalgaba entonces, mediante un tiro certero al pecho, atribuyéndose el horrendo crimen al general Isidoro Wiedemann, o sea como autor intelectual, resentido con él para pagar con su vida debido a un maltrato verbal anterior.
La esposa del caudillo liberal era Ana Jacinta Parejo, de duro carácter y talento rural, con suerte para esconder siempre onzas de oro en totumas que guarda con tiento, obsesionada de fantasmas y entre otras cosas fue de gran ascendiente sobre Crespo, mientras luce de pitonisa  que mediante bola de cristal iluminada asegura leer o predecir el futuro sobre una tapara llena de abejorros y donde fuera de ayudar a su marido en lo supersticioso o descifrando brujerías del entorno, como hechicera de saberes diagnosticara en negativo a Ignacio Andrade, y quien la agraciada de marras para aquel momento romántico era viuda reciente de Ramón Saturnino Silva, convirtiéndose el nuevo marido en abstemio de la vida sexual para con otras damas, pues en la obsesión perfecta vivía encerrado con ella y por esta circunstancia calurosa tuvo en esos arrebiates de alcoba once hijos, siete varones y cuatro hembras, y acaso no produjo más porque lo ultimaron en la Mata Carmelera.   Pero lo resaltante en la figura diaria del caudillo Crespo fue el rodearse en el poder omnímodo que utiliza, con cierto grupo de extranjeros favoritos, como un tal “monsieur” Parquet, de origen belga, el corso Montecatini, que apenas mascullando el castellano llega a ser Jefe de la Guarnición de Caracas, Alirio  Díaz Guerra, poeta bogotano que funge de Secretario particular y a quien le encima igualmente el cargo de Director de Instrucción Superior. Pero no se queda allí el recuento personalizado, ya que para las obras y negocios provechosos que realiza como igualmente en sus propiedades rurales, encarga de ello al novelesco conde Giuseppe Orsi de Monbello, militar florentino quien por los trabajos y ganancias a él encomendados supera con creces la labor del ministro de Obras Públicas, porque todos los contratos se entregan a este noble italiano “toero” que se dice geógrafo, ingeniero, contratista, director, inspector y administrador de tantas obras y negocios en que mete la mano por cuenta de Crespo, para salir colmada de ganancias. Pero el favorito que en esta clase de acuerdos turbios tuvo el aguerrido llanero, fue el catalán y por ende comerciante Víctor Barret de Nazaris, “premier”, consejero político y amplio Secretario General de la Presidencia, hombre de ampulosos y retorcidos discursos, que con sus riquezas acumuladas lo llevaron a reposar en el Panteón Nacional.
Este llanero incapaz en materia administrativa, voraz terrateniente y admirador de la riqueza material, pronto se encuentra con otro embaucador por el estilo de Ño Leandro, que fue el taumaturgo improvisado y pícaro tachirense, experto y lleno de títulos académicos forjados, brujo curioso, empírico charlatán y yerbatero, que con vivezas mas pócimas indígenas repone la salud de doña Ana Jacinta y una hija desahuciada, por lo que de inmediato dentro del palacete Santa Inés se transforma en el monje Rasputín de la familia, teniendo entrada y salida según quisiera y a quien Crespo en retribución de favores interesados como “médico” sin créditos le entrega la dirección de los hospitales, el leprocomio capitalino y el asilo de locos de Los Teques, donde infundiendo terror con estos enfermos desquiciados hasta de clavarles tornillos en la cabeza, realiza curaciones instantáneas y milagrosas, mientras los profesionales universitarios de Caracas tiemblan porque Crespo aspira nombrar a este compadre afortunado como Rector de la Universidad Central, de donde se inicia una protesta contra el crespismo y sus acólitos desbocados, con lo que terminan quemando un libro herbolario de dicho charlatán, como arde también la Botica Indiana, que el pícaro andino montara para ofrecer a incautos sus recetas y pócimas indeterminadas. En materia de negocios personales el marido de doña Ana Jacinta fue uno de los más ricos venezolanos del siglo XIX, con cien cuerpos de bienes, 39 casas, palacios (Miraflores, Santa Inés), hatos verbigracia El Totumo, 42 grandes haciendas, etc., etc. Anduvo en 37 campañas y 58 guerras intestinas, donde colecciona cicatrices, fue factor importante en cinco revoluciones nacionales, y peleó por catorce años continuos, para morir en la contienda.
Gran amigo de Guzmán, después se enemista con él, sin atacarlo a fondo, pero adversa luego a Rojas Paúl y a Andueza, que antes fueron  sus amigos, mientras a última hora descubre cómo se voltea Andrade, por lo que dice de él que la gallina está cantando como gallo. Crespo llevó al país a un desastre financiero, siempre rodeado de menudas intrigas, y porque no supo ni papa de administración la Tesorería Nacional se puso en bancarrota, lleno de gastos superfluos e inoportunos, pues mientras hay hambruna colectiva construye baños hidroterápicos y casinos, al tanto que intenta enjuiciar a  más de 200 peculadores, pero sin aparecer en esa lista.  Para inmortalizarse mandó a escribir al poeta colombiano Vargas Vila su “autobiografía”, que en apenas dos ejemplares costó un dineral, mientras el reinoso autor se reía porque el guariqueño le tuvo “fobia a los “versitos que fuñen” y satíricos que al tiempo lo ridiculizaban. Con sus adversarios fue muy cruel, hasta matarlos a machete, y así mismo acaba con más contendientes, o de otros modos los silencia, como el caso del general y banquero Pérez Matos, que troca su alzamiento insurreccional por tres ministerios que el zamarro llanero le ofrece, o el caso del zaraceño Velutini, que se puso bajo el amparo de  “misia Jacinta”  para que lo ayudara su marido en las trácalas financieras que luego llevó a cabo. Y hasta se burló de todos cuando nombra ministro de Relaciones Interiores a José Temístocles Roldán, ilustre desconocido que apenas  había sido archivero en un ministerio. De este personaje que tiene tanto parecido con un famoso llanero recién muerto, me ocuparé en otra oportunidad, para hacer comparaciones de esa mentalidad extraña y cabalística que siempre andara por el atajo de lo tangencial.
Con la muerte de Crespo el mundo político de Venezuela cierra una etapa de décadas y alborotos, donde el viejo partido liberal se desgasta hasta casi desaparecer, pues iniciada ya la decadencia guzmancista la orfandad del presidente  Andrade es bien palpable, acabándose el poder político de los zamarros llaneros por un siglo, que se había mantenido desde Páez, como se destruye el poder económico de la familia Crespo entre llantos y lamentaciones, para llevarla a la ruina, fuera de largos pleitos sucesorales que su desaparición plantea. Nacieron de la nada y desaparecen en la nada. Veremos repetir esta sentencia, como la bíblica del polvo, pues lo que por agua viene, por agua se va.    

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