domingo, 11 de noviembre de 2012

CUANDO VENEZUELA ERA DE LOS ALEMANES.



                 Amigos invisibles.  No estoy cayendo en algún error irremediable al escribir esta crónica histórica con pelos y señales sobre una época en que Venezuela pasó a ser como propiedad de los alemanes, durante dieciocho largos años de existencia (1528-1546), porque a decir verdad ello se debió a la penuria fiscal y dineraria que sufría el pleitista rey Carlos V, cuando le debía a muchas corporaciones y personas sin poderles pagar, ello debido a que como era dueño y señor de media Europa se endeuda a fin de mantener tropas en todos esos territorios con el consiguiente gasto pecuniario, de aquí que para aligerar tal situación y en espera de mejores tiempos cayó en las trampas de los débitos que avanzaban en capital y consiguientes retribuciones, encontrándose así no solo con las casas florentinas especializadas en tales préstamos onerosos sino que en Alemania y sus diversos reinos o principados existían familias de ancestro firmes en tales negocios usurarios y hasta ennoblecidas para acallar su gestión de cobro, como los famosos Fugger, esparcidos por Europa en estos menesteres bancarios, y también los de la competencia en esas artes dinerarias, que eran los reputados Welser, sociedad fundada por Antón Welser en Augsburgo, ciudad alemana sureña y cercana espiritualmente de Austria donde suceden episodios luteranos de importancia. Para este tiempo los poderosos Welser, familia formada por cuatro hermanos, mantienen minas de plata en Europa central, los delicados textiles de Flandes, la producción exitosa de la lana inglesa y el pujante comercio con los exóticos productos traídos del Oriente asiático, mientras extienden los negocios comerciales hacia los dinámicos Amberes, Venecia, Portugal y España. Pero será en especial el banquero Bartolomé Welser, quien desde Augsburgo juega a la lotería bien pensada apoyando con préstamos redimibles y mediante “dádivas” que hoy llaman compra de votos, lo que en definitiva abrió el camino para la coronación imperial de Carlos Iº, en 1519. Y cuando ya cesa todo este ajetreo político y económico dirigido a tal encumbramiento, el propio Carlos V, de quien hablamos, recibe otros avances para consolidar su poder, que se hacen moratorios, por lo que el avispado Bartolomé Welser comienza a solicitar la devolución de tales préstamos a este nuevo rey y emperador español, de donde viéndose ya acogotado en tal exigencia, para cancelar la deuda Su Majestad ofrece a Bartolomé extinguir dicha obligación mediante la entrega de un enorme territorio en Indias, para en el fondo hacer y deshacer a su gusto y que se encuentra situado al este de Santa Marta, en Colombia, luego pasando por el Cabo San Román falconiano y  prosigue rumbo al oriente de Venezuela hasta Maracapana, que por aquellos tiempos terminaba en terrenos de Barcelona, para seguir con la Nueva Andalucía.  Una vez aceptada por las partes tal transacción bienhechora, como es menester se procede a redactar unas capitulaciones contentivas de detalles contractuales que se firman en marzo de 1528 dejando así de inmediato en posesión de los alemanes eso que ya empíricamente se llamaba Provincia de Venezuela, pues a decir verdad faltaba mucho por determinar sus límites sobretodo en referencia hacia el sur, que vagamente  podrían relacionarse con esa apetitosa región llamada El Dorado, mito histórico que de una manera oscura y por tradiciones indígenas se situaba al sur del Orinoco (Uyupari) y rumbo a ese otro gran río a descubrir después, que fue el Amazonas.
            Las tales capitulaciones de que hablamos incluían fundar dos poblados y tres fortalezas, como traer a cincuenta expertos mineros de Galizia en Silesia (Polonia y hacia Hungría) para la extracción de minerales como plata y oro, con una ganancia al 4 por ciento sobre frutos de la tierra, liberándoles de otros impuestos, todo lo que en realidad quedó en el tintero, porque desde la llegada de los tudescos a Venezuela hicieron lo que les pareció en gana, sin escatimar esfuerzos ni prevenciones porque se consideraron como dueños y señores de este territorio, donde pronto se producirían situaciones de espanto, todo a través de los agentes y administradores de los Welser, en este caso de los tenebrosos Enrique de Alfinger y de Jerónimo Sayler. Para mejor especificar ese período sangriento de la historia venezolana diremos que seis gobernadores alemanes ejercieron su mando en Venezuela, quienes fueron sucesivamente Ambrosio Alfinger, Nicolás Federmann, Juan Alemán (por cierto el menos conflictivo de cuyo presunto gobierno se ha estudiado poco), Jorge de Spira, Enrique Remboldt, y Felipe de Hutten, suficientes como para formar un cuadro de problemas y desastres a montón, siempre dominados por el enriquecimiento inaudito, que en unos como en otros los fueron llevando a situaciones de locura. Aquí de forma continua y para la ilustración de ustedes iremos haciendo una especie de esquema sicológico de cada uno, salvo el del desconocido Alemán, cual suerte de retrato de Dorian Gray a la americana, con los tremendos efectos de conciencia que pintan de una manera real ese estado que se viviera dentro de aquel mundo mágico, fantasioso, iluso y hasta sicótico de los personajes y sus vidas. Para demostrarlo comenzaremos las secuencias de una manera cronológica.
            24 de febrero de 1529. En cuatro barcos de la época y 700 hombres envueltos en jubones de seda, con airosas plumas, calzas de paño y penachos airosos y circenses por cuenta de los Welser llega a Coro el primer contingente de rubios alemanes  bajo el mando de AMBROSIO ALFINGER (o Heinger), quien toma por la fuerza el poder, en manos de Juan de Ampíes, y llamado luego “el cruel de los crueles”, quien gobierna malamente desde 1535 hasta 1538, y después como desaforado se da a recorrer el país, por Maracaibo, en busca del ansiado mineral áureo. “Apoderado de su alma un furor insensato que degeneraba en frenesí, señaló por todas partes su pasaje con el robo, el homicidio y el incendio. Debía morir quien no podía ser esclavo, debía quemarse la casa que le había servido; detrás de él nada debía quedar ni con vida ni en pie”. Con rapidez Alfinger  convierte a Coro en un mercado de carne humana, erige patíbulos, encarece los precios, extorsiona a los españoles, oculta el dinero al fisco, y corta la cabeza para quitarlos de la collera a los indios que mantenidos con una cadena al cuello debían viajar hacia el cautiverio, cuestión a realizar cuando se cansaban en esta dura travesía. Acompañado iba del cruel Francisco del Castillo, que por esa cuenta del Jefe ejecutaba horcas, azotes y afrentas, y quien fue preso por la indios pacabuyes, para ser decapitado a macanazos, cortándole luego la cabeza. En esas andanzas como acompañante de Federmann y luego de Hutten, entra en territorio chibcha colombiano hasta Bogotá, pero al final regresa a Coro con las manos vacías. Luego una segunda expedición más amplia mandaba Alfinger cuando en 1532 los indios de Chinácota (Santander, Colombia) mediante una emboscada logran flechar a este gobernador alemán, y quien mal herido y sobretodo en la garganta agoniza de manera dramática durante cuatro días interminables. Llevaba entonces 60.000 pesos en oro que entierran sus soldados (otra gruesa remesa de oro Alfinger había enviado a Coro, bajo custodia de soldados, en enero del mismo año), mientras los sobrevivientes hambrientos hacen antropofagia con indios detenidos e incluso comen perros para poder sobrevivir, al extremo que al paso por Maracaibo de la tropa era tal el hambre de Francisco Martín que al sacrificarse un indio para comer (y beber sangre) su desesperación le lleva a recuperar el miembro viril del muerto levantando del suelo tal pedazo rijoso de carne y se lo comió crudo en medio del mayor alborozo.
Entretanto Bartolomé Sayler (o Santillana) tudesco encargado de la gobernación de Coro, es violento, asesino, atrabiliario, cruel y libidinoso, azota, encarcela y roba indias para refocilarse, dentro del desmadre en que viviera, antes de ser enviado en 1533 a un calabozo para su juicio y asegurado con grillos y cadenas. A fin de sacar de sus casillas anormales a este Bartolomé fue necesario que en noviembre se insurreccionara Coro para aventar del poder a “los borrachones Welser”, lo que también origina el envío a dicha ciudad de un primer obispo de Venezuela, el embraguetado Rodrigo de Bastidas, para luchar contra el posible luteranismo alemán que se veía venir.
Por su parte el gobernador alemán NICOLÁS FEDERMANN, nacido hacia 1505, natural de Suavia (Ulm),  de 29 años, grande, robusto, pelirrojo y de rostro blanco, culto, con ascendiente natural, osado y  hábil, aunque sin escrúpulos y codicioso. Hombre de confianza de los Welser, es enviado por ellos a Santo Domingo, para inspeccionar sobre sus bienes. Como lugarteniente de Alfinger incursiona por Barquisimeto, donde recauda sin extorsión tres mil pesos de oro, o sea cinco mil florines del Rin. En esta visita indígena se enfrenta a los belicosos jirajaras, con los coyones retiene 600 esclavos, a los guaiqueríes por “malos, orgullosos e insolentes” masacra quinientos naturales, entre ellos el altanero cacique, sigue hasta Cojedes donde se enfrenta a los feroces cuibas, y luego de la orgía de sangre en que despedaza en trozos a dos indios sin explicar porqué, regresa a Coro llevando filas de esclavos sometidos a cadenas y con el peligro de cortárseles la cabeza si demostraban cansancio. En 1530  expediciona sobre el Orinoco, y regresa a Ausburgo donde escribe un libro sobre correrías. En otro viaje que realiza al Apure y el Meta casi muere de hambre pues come raíces para subsistir, mientras otros por ello pierden la vista y enloquecen oyendo “bramidos de bestia de muchas cabezas”, enfrentado a tigres, tribus indígenas, y una epidemia de difteria que llaman esquinencias. Bajo el apoyo de los Welser luego de entregar la gobernación venezolana a Jorge Spira, en 1534, viaja por Venezuela y Colombia (1535-1539), y en 1538 dentro del gran recorrido llegará a Bogotá (Colombia), para disputarse el descubrimiento y el poder indígena chibcha con Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Benalcázar. Por cierto que en aquel lugar y dentro de los arreglos logrados, el 29 de abril de dicho año  el teutón Federmann obtiene de Jiménez de Quesada “un segundo arreglo secreto” que los historiadores silencian, por el que se reconoce  a su favor parte del botín en oro y esmeraldas (piedras preciosas), y como hecho importante a señalar se “le cedía el dominio del cacique de Tunja” poderoso señor, cuyo dominio se extendiera hasta los límites serranos con Venezuela, derechos documentales que Federmann traspasará a su vez, antes de su muerte, a los propios Welser. Federmann muere en febrero de 1542, en Valladolid, secuestrados sus bienes y liberado de prisión con fianza de cárcel segura, sin reconocerle España ningún título que esgrime por causa de lo descubierto, en lo que con terquedad entonces se empeñaba.
6 de febrero de 1534. Llega a Coro con 200 isleños canarios “bastos y groseros”, y de otras naciones europeas, el teutón JORGE HOHERMUTH von SPEYER, nacido en 1500, natural de Spira (Baviera), como Gobernador Welser, a quien se llama “el demente”, y termina en verdad como loco furioso, por la pasión del oro que le desborda. Tiraniza en la usura con los precios comerciales excesivos. También esclaviza  y encadena con argollas a los díscolos indios jirajaras, empala, marca con hierro y vende a los indígenas, viola, roba e incendia en todas las expediciones que realiza, es despótico y cruel con sus soldados. Como Gobernador el llamado Jorge Spira va a los llanos, hacia donde los indios de Baraure, en que dichos naturales se alimentan con un soldado de apellido Orejón, por lo que Spira despliega una criminal razzia de muerte entre esa tribu. Prosigue en la ruta hacia las estribaciones andinas y se adentra rumbo al Apure, Casanare, Meta y Guaviare, donde un tigre le devora un soldado a la vista tensa de sus compañeros. Prosigue entre tribus caníbales, tranquilos entonces ante el miedo que le tenían a los caballos hispanos, penetra en terreno de indios choques, pero famélicos, con el hambre siempre encima en que también se vuelven caníbales, y enfermos andan echando lombrices a través de la boca, por la vía de Apure, en que rodeados de agua solo comían jobos para poder subsistir, y Barquisimeto, donde empala a muchos naturales, para luego de tres años de correría regresar a Coro en mayo de 1538, con apenas 90 hombres desnudos, en miserable estado, de los 400 que partieron con él, tras cinco años de peregrinaciones en busca del ansiado El Dorado”, donde la gente se bañaba en oro. Vivía casi en el delirio este gobernador, pensando siempre en el aventurero lago Parima y su fúlgido El Dorado, hasta que el 27 de junio de 1540, cubierto de fiebres tercianas y otras enfermedades continuas expira en Coro,
Viene a gobernar de seguidas ENRIQUE REMBOLDT, factor encargado de los negocios Welser en Santo Domingo, quien nombrado Alcalde mayor de Coro pronto sed le asciende a Gobernador y Capitán General, en 1542, y luego de un desafortunado gobierno, como es el derroche de la hacienda pública de los Belzares, en 1544 abandona el gobierno de la provincia de Venezuela por “los excesos que cometió y los clamores de los vecinos de Coro”. Impresionable en su forma de ser, a poco muere loco este alemán, “presa de gran melancolía y en medio de la mayor tristeza,  cuando ya se encuentra al frente de la gobernación alemana otra suerte de caballero teutón, que le sucede en el cargo. Se trata de FELIPE DE HUTTEN, hijo de Benhar von Hutten, burgomaestre de Köningshoffer, y cuyo hermano Mauricio llega a ser obispo de Würzburg. Procedente de rancia nobleza de Franconia, a quien se conoce como Felipe de Hutten von Ebersburg, nació en Ulm el 18 de diciembre de 1515 y muere asesinado por Juan de Carvajal. Cultivado y ambicioso, bebedor de buen vino, fino de carácter, paje de la para entonces importante corte belga, nació en Birkenfeld, Alemania, siendo hermano segundón o fuera de la primogenitura. Aventurero desde muy joven y a sabiendas del gobierno de los Welser en Venezuela entra en trato con ellos y pronto se le destina como Gobernador de esa provincia, donde llega por Coro y de inmediato con la juventud que porta y los intereses que crea comete el más escandaloso pillaje en pérdida de los indios existentes, sosteniendo contra ellos la conocida famosa “batalla de los omeguas”, indígenas a quienes con 39 españoles bien pertrechados mediante  armas y caballos derrota un ejército que “les pareció de quince mil hombres”, según rezan los escritos referentes de la época. En este viaje expedicionario debieron comer “gusanos, hierbas, raíces….  aún devorando carne humana contra la naturaleza”, en especial indígena. Hutten o Utre fue a los llanos acompañado del joven Bartolomé Belzar (o Welser), aventurero y de confianza como él, de la misma familia de los banqueros alemanes, pues era hijo de Bartolomé Welser, el Viejo, y hermano de Filipina Welser (casada con el archiduque Fernando de Habsburgo,  sobrino éste del emperador Carlos V) en cuya travesía anda hasta el río Guaviare en busca de El Dorado, al tanto que los caballos flacos los sangraban para beber su sangre, comiendo además perros y otras sabandijas malas. Mientras los indios eran caníbales con los expedicionarios, los españoles principalmente comían bollos de maíz añadidos con pelotones de hormigas “para darles mayor sustancia”, hambruna que los hincha, les tumbó el pelo y a los más desdichados los cubre de úlceras. Luego Hutten fue herido por un omegua de cierto lanzazo debajo de la axila, de modo que para salvarlo se “le abrió el pecho, echó agua de arrayán y moviéndolo de un lado a otro como suelen lavar las odres lo hizo expulsar la sangre coagulada”, y aunque parezca mentira Hutten salvó la vida. De vuelta de tal empeño expedicionario De Hutten regresa a Coro por vía de la recién erigida El Tocuyo, donde encuentra que dicha ciudad fue fundada por el interino Juan de Carvajal sin el permiso correspondiente, lo que da origen a una fuerte disputa que para algunos termina entre los puños. De allí prosigue el alemán rumbo a la capital coriana  para dirimir estos problemas, pero el fanático asesino Carvajal de manera sigilosa va tras los pasos de Hutten y pronto mediante engaño detiene por sorpresa al gobernador alemán y sus acompañantes, mas luego de las disputas consiguientes y por esas rencillas personales que le invaden, sin dar tiempo al sosiego de su espíritu primero le arrebata el muy suficiente oro que transporta, y alejado de todo miramiento de alcurnia y calidad, porque en la época se estilaba,  ordena al negro  verdugo que le corte la cabeza de un machetazo certero (“lo que le vaticinara el diabólico doctor Fausto seis años antes”), como hace igual con tres acompañantes, entre ellos el abnegado amigo Bartolomé Welser, último de esta estirpe en Venezuela, hecho insólito ocurrido el 17 de abril de 1546, con lo que sella además su muerte por ser de la familia Welser. Con la desaparición del noble Felipe de Hutten y ante los sucesivos desmanes ocurridos durante ese largo gobierno alemán el rey Carlos decide rescindir los derechos y privilegios entregados a favor de los Welser en Venezuela, de donde a partir de entonces nombrará por su cuenta las autoridades correspondientes a Venezuela, lo que se hacía temporal y en forma secundaria para llenar las vacancias de los cargos en ausencia de los referidos Welser. Así, después de 18 años de ser feudo alemán y debido a su gobierno de  iniquidades e incumplimientos se rescinde el contrato de arrendamiento (y más) que mantenía la corona española con los para unos odiados Belzares, sobre la provincia de Venezuela. Pero la raza teutona no se extinguió, como se puede palpar visualmente en muchos lugares, por ejemplo de Quíbor y de Coro, donde los alemanes mandaron hasta en los genomas humanos que aún permanecen rubios, con todo gusto y sensatez.   

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