RAMON URDANETA
DOCTOR KNOCHE, EL VAMPIRO DE GALIPAN
NOVELA ----¡Jawohl, claro que lo conozco¡!
Aquella mañana de febrero lucía fresca, cubierta de nubarrones y unas
taras molestas, porque fuera de la lluvia chispeante aún no despunta el sol
ardiente al horizonte, hacia la insular cuesta navegadora de Margarita. En
medio del trasnocho parrandero por demás agobiante, me encontraba adquiriendo
algún pez sabroso marinero roncador o corocoro en la balandra surtidora
establecida frente al mercado lugareño envuelto de olores característicos, como
lo hacía con el ímpetu de aquella soledad pintada de esperanzas cada vez que
tuviera ocasión, mientras siento contenta la esbeltez de mi figura y entre
labios vivo recordando tonadillas del alma popular al lado de una gruesa negra
martiniqueña con pañuelo craneal que se solaza mascando largas tiras del guácharo
tabaco. Provista de cierto ánimo juvenil salpicado de sangre convulsiva entonces
engarzaba conchas arenosas en un canasto sin fin, prevenida no me fuera a
morder algún cangrejo agreste y fantasioso cubierto con alegres tenazas, cuando
de repente tropecé por atrás con algo insólito y al dar vuelta al cimbreante
cuerpo mulato con que Dios me hizo mujer, encuentro de muralla cautiva a un hombre joven, fornido, rubio y barbudo de
elegancia, de manos finas, borceguíes lustrosos y ropa bien dispuesta que me atrae
de seguidas, por lo que al instante dejo el canto proferido sin pausa para
mirarlo con interés, como él también me observa en la diligencia de unos ojos
azules que al penetrar de frente confunden el paisaje caribeño y hacen crujir
los cinco y hasta el sexto de aquellos sentidos femeninos puestos en flexible tensión.
Ese primer choque de
emociones fue violento en los adentros pues sentí algo fuera de lo común que me
subía y bajaba, algo eléctrico,
extranatural, impresionante porque hasta olvido la
escogencia del anfibio animal de la visita y sólo puse oídos a su grato
parloteo como venido del fondo de de una caracola.
----¿De dónde eres?
De Barlovento, respondo algo agitada.
----Pero aún eres más bella que las
barloventeñas.
----¡Gracias por la flor¡.
Tenía
apenas dieciocho años geminianos
de existencia atravesada en el mundo del modelaje escultural y tres de estar
viviendo en la ardorosa tierra guaireña, cerca del conocido volandero barrio de
calles prietas que por el pueblo en el escándalo a pensar llaman Muchinga,
palabra de larga tradición africana, donde todos los pecados de la carne se
cometían sin respiro y menos esperanza, a la sombra de la noche con cocuyos
encendidos y a cualquier hora
del día por continuar, en medio de un abanico
prometedor de marinos extraños vibrantes
al vaivén del alcohol lujurioso y de decenas de catres en orquesta de ruidos,
chinchorros pendulares, hamacas guagiras cocinadas en sangre y sonoros camastros
con colchones y esteras hundidas por el uso constante del húmedo amor pasajero
convertido en placer. Entonces mi residencia habitual era, que no de siempre
por el constante tráfago, la de una tía más oscura que el cacao en sazón pero
cariñosa como cualquier ángel blanco bajado de la iglesia del Cristo de
Maiquetía, tan venerado en sortilegios abusivos
por todos nosotros los habitantes del amplio litoral guaireño. Ella era parecida a un pan
de papelón, con los labios carnosos, dulce o tal vez más que la caña azucarada
de Naiguatá, generosa a los torrentes que semejan las aguas cristalinas que entre
surcos verdosos iguales a sus ojos descienden en cascadas oportunas y a veces
en tropel desde las altivas montañas avileñas, complaciente a todo dar como las
pobres mujeres tetonas y con dientes de oro de la calle principal del barrio
nuestro, e igual de querendona a mi madre, que perdí a los tiernos diez años durante
una grave inundación de los caños habida en el pueblo de Curiepe, allá en el
suburbio de los refinados negros loangos venidos con soberbia de príncipes de Curazao o Angola y tan distintos a los busca
broncas guineanos del lugar, de lo que me contaba entre detalles y sus faldas
rojizas la cegata tejedora materna abuela mía, porque llena de miedo compulsivo
entre gritos de disputas o alharacas hirientes y tras corrales traseros plenos
de gallinas confusas por el hambre, a escondidas y muy joven de afecto presenció
los feroces encuentros a cuchillo de ambos bandos en pugna, por robarse bajo la
luna llena y sin contemplación a unas mulatas de postín o para escoger bajo
ciertos hechizos sexuales al simple gallo ganador de turno en la contienda
trivial desaforada.
El extranjero rubio, que de un principio cayó
bien, a objeto de mejorar el gusto de la anécdota se había sentado muy cerca, y
en la chispeante conversación entablada, que pareció nunca acabar, con cierto
empeño de conocer el barro de la hechura quiso informarse a fondo sobre Priscila
Ruda, que así me cristianara un barbilampiño fraile descocado y tarambana, en
la modesta pila bautismal de la iglesia de palmas de ese pueblo, y yo al tiempo
dándole rienda suelta al corazón expresivo, mientras él se veía de toda suerte
interesado en el diálogo abierto que pareció monólogo, agregué otras cuantas
noticias de la vida porteña que al instante bajo un mortero de ideas
establecidas, se mantienen en el calor de la tensa actualidad.
---- ¿Y cómo te llamas?, le pregunto de reojo, con cierta sonrisa
picarona.
---- ¿Yo?. ¡Godfredo¡.
----Bonito nombre. ¡No conocía a nadie que así
le dijeran¡.
¿Y tú?.
Pues bien, soy de esa inmensidad sospechosa que es
Curiepe, tierra adentrada de brujos,
mapanares y macaguas bífidas, algunas cascabeles, eternos males de ojo,
mabitas, ensalmos por doquier, brebajes oportunos y trabajo angustioso, con
negros abuelos curazoleños de tercera generación, pero mi padre era Otto von Krassus, un alemán
erótico parecido a usted según algunos cuentan, que se enamoró de Barlovia y
sus tierras anegadizas, y tenía tantas propiedades rurales llenas de animales sortarios
que hasta monta un pequeño tren casi de juguete para comunicar al puerto
playero de Carenero con el montuoso y cimarrón San Fernando de El Guapo, en
algunos cien kilómetros de distancia de lento descorrer, y al que llevaran en
delgadas canoas salpicadas de saurios hambrientos sacos repletos de cacao en concha, dulces,
papelones, casabes, topochos, plátanos, yucas, cafungas, y más chocolate a lo
largo de infinitos caños fluviales y ciénagas verdosas criadoras de diversos caimanes
y babas que en la continuidad aburrida del bostezo y las redes peludas de
arácnidos atentos, cruzan aquel extenso territorio promiscuo de zancudos
silvestres. El catire templado se enamoró locamente de mi madre, de día como de noche en la
coyunda lujuriosa, y por encima de la familia mantuana que era de su haber, sin
contar con los otros hijos cubiertos de rizos de oro entre borracheras absurdas
de vodka al estilo de los hermanos Karamazoff le puso una barriga grande,
redonda como un coco, que no la dejara casi caminar salvo con garrote, según
decía mi abuelo el pleitista, y de allí en un solo quejido por la grande apariencia
de tal parto nací yo, como verá, con algo de catira germana y prieto
curazoleño.
Godofredo
miraba a la mulata clara sin
descanso, que en aleteo de brazos conductores y en estados hipnóticos de pureza
conceptual usa un lenguaje cortesano, casi limpio, rompiendo así cuadros
históricos de tiempo y del espacio en aquel medio absurdo inesperado, y entre
más venía a cuento sus hazañas domésticas inconclusas, con mayor perseverancia
el alemán quiso inhalar perfumes de su cuerpo cercano y conocer sobre la vida
profunda de Priscila.
----A los diez años cumplidos abandoné Curiepe
y sus fantasmas lascivos un día colmado de enervantes repiques de tambores “culo
e puya” en honor a San Juan Guaricongo, para irme al terso enclave de Carenero,
casa de una comadre de mamá, donde cada vez me extasiaba oyendo el silbido
penetrante del tren de carbón al salir
tempranero del lugar a boca del puerto y luego el regreso cansino al caer de la
tarde ya llena por bandadas de
murciélagos lejanos, hediondo a nostalgias de vecindarios exaltados y ciertas exudaciones
ásperas, harto de comestibles variopintos y cubierto con humos ennegrecidos, en
medio de celajes de esa tarde desfalleciente, cruzada por pájaros somnolientos,
loros de cola larga y mariposas domésticas recién salidas de sus crisálidas
explosivas. También aprendí a saborear la poesía cantante de los pueblos con un maestro de escuela casi tísico,
a consentir la luna grande color naranja y pegada hundiéndose a ratos hacia el
horizonte del mar, como a entender la confundida jerga marítima de las
banderas, pendones, enseñas, señales, cucardas o insignias de algunos países
lejanos, por estar adornando siempre los barcos que lentos arrimaban al escaso anclaje
de Carenero, y en cadena de músculos tensados para subir al fondo de las
bodegas más costales y fanegas de cacao con el destino incierto europeo de los
consumidores sibaritas. Alguna vez vi de lejos a mi padre, ventrudo, altanero,
de bigote grueso en espiral, que usaba también foete de verga de toro y finas
joyas en las manos, pero hasta allí llegó el conocimiento fugaz de su figura,
porque no era posible acercarse a ese rico señor, todo el tiempo rodeado de
servicios hipócritas y de negros mal encarados como escoltas vitales, por si
acaso.
----Pero, ¿cómo viniste entonces a La Guaira ?
----Muy fácil, me enamoré sin ganas de un pescador oriental carupanero,
lleno de ilusiones ópticas fantásticas, hablachento, vivaracho, mentiroso,
medio poeta además y cantautor, potente eso sí, que en su balandra rastreadora
un buen día por Semana Santa me trajo de paseo a este reino agradable de lo
infinito y ya no quise regresar a tierra de los brujos supercheros, con las
caricias de mi cuerpo pagándole el pasaje y las atenciones alimentarias de
rigor. El viejo marinero, de gruesa envergadura fálica de 23 centímetros
lineales, nunca volvió a aparecer por estos predios asustados del litoral
guaireño, pues supe que había muerto, el pobre, debido a la furia insólita de
un tiburón hambriento incrustado en restos de su carne.
En
este puerto a la montaña
salvaje acurrucado como estampa postal de
los recuerdos he tenido que vivir de esperas y a veces de desengaños, con algún
trabajo de ocasión, como lavar, coser, planchar y zurcir de ser llamada a este
tranquilo oficio, o atendiendo
comensales enamoradizos del momento y todo tipo, fuera de que consiento algunos
amigos de confianza que me respetan y hasta quieren a su manera sin alargar las
manos, por ser tiernos y bondadosos de excepción. Ahora mismo, esta tarde,
entre el oleaje abrupto que repica el curioso malecón arriba la goleta correo “Copenhague”,
de coronada bandera danesa, en cruz, blanca, de tres lonas veleras, muy vistosa
por cierto y cuyo segundo capitán me distrae y acaricia besándome los senos o
los pies, cada vez que viene procedente de San Thomas. Por eso aguardo su
llegada, porque al par de lo agradable que es el nórdico fumador de pipa
curtida, recompensa el calor de las sábanas untuosas con algunas monedas de
oro, como francos franceses o libras inglesas de buena aleación esterlina, que
con el cambio de ellas en el mercado libre callejero me permiten esperarlo sin
sobresaltos por el largo correr del mes en curso.
A medida
que a Godfredo transmito recuerdos sobre
tantos disparates de mi desenvolver cotidiano y permanencia casual, parecía
interesarse sobremanera por esas confesiones indiscretas que le narro sin mayor
desparpajo, mientras él con los ojos encendidos al rojo demuestra entender todo
el hilo de una vida llena de contrastes y de sentimientos dispersos a lo largo
de esta costa marítima del litoral, donde subsisten escualos de mar pero
también terrestres. Porque a decir verdad bullía en mi ser el sentido del
compañerismo cautivo y la pasión comprensiva, y por ello el amigo barbudo que
ahora conozco entró en los laberintos mentales que poseo sin mayores
obstrucciones ni esfuerzos, y él parecía sentir la misma sensación de
acercamiento puesto que a lo largo de la plática cargada mas tórrida vivida por
el calor de dos se mantuvo firme y los ojos abiertos, con cierta protuberancia de
manera inguinal expuesta entre calzones ajados, como pensando a fondo sobre lo
que yo transmitiera, mientras con una pequeña erguida vara de ( dibujo de la época o entrada
a la lúgubre mansión de Buena Vista) (VENTOSA,SEVERAMENTE
FRÍA, A 1.100 METROS DE ALTURA ).
. carrizo hurga algunas
tenazas de cangrejos hambrientos entre los pliegues salientes de la roca húmeda
y golpea con verdadero tino a pequeños guijarros sobre el mismo peñasco, en veces
bañado por la sal.
----¿Quieres acostarte para soñar al amor junto conmigo?, dijo de repente Godfredo traduciendo
consignas mentales góticas y sin empachos repetitivos el rubio alemán de la
comedia, que entonces dio a entender sin otros miramientos y en atractivo universal
del deseo, la extracción ardida de consecuencias internas sobre muchas
explicaciones femeninas que ahora en el disfraz activo de la charla saltaban a la vista.
Esa frase cortante, tan extraña de texto por
la hora expuesta a pleno sol y tan sentenciosa a la vez, me conmovió de veras en
las fibras más íntimas, pues fuera de engañosas palabras dichas a quemarropa
del galanteo idiotizado no había oído hablar en tales condiciones precisas del
momento erótico, mas por lo armonioso de su presencia estatuaria y porque me
cayó bien en lo profundo de las entrañas dentro del requiebro emotivo que
asevera, no tuve empacho en responder ¡sí¡
a la presta insinuación prolongada que parecía salir por el resuello nasal,
todo lo que culmina de su parte por una toma segura de mi brazo, mientras con
la mano ligera de la otra extremidad me acaricia suavemente el crespo pelo
hacia la nuca, hasta erizarme de placer sensual.
Caminamos entonces por largo rato en olvido del mundo,
ciega como andaba, alejándonos del bullicio porteño, con la bragueta abultada
del teutón, y en algún recodo del sendero arenoso, envueltos entre sombras que
cobijan cocotales, palmeras ondulantes, uvas de playa, almendrones cercanos,
pájaros costeros de buen agüero, golondrinas despiertas, alcatraces, buchones o
pelícanos en plan de pescadores, el eco quejumbroso del mar y el oleaje
presente que revienta batiendo las crestas con su brisa mojada, de incontinente
prisa Godofredo se bajó el pantalón y yo
la falda, porque la blusa estaba fuera de la angosta cintura, y su entender
lascivo y enervante acarició mi cuerpo acanelado, de piel suave, brillosa, mientras
más me besaba cubierto de una saliva espesa, lubricante, y cual macho cabrío de
cuentos medievales horrendos a empujones
de amor sexual consumía con ansia y ahora sin rapidez, el requerido acto carnal.
EL
TORREÓN CUADRANGULAR Y LABORATORIO ESPACIAL QUE MIRA HACIA LAS ESTRELLAS.
. Aquella mañana de la suerte y esa tarde oportuna en que nuestros dos
seres dispuestos al choque emocional erótico se encontraron por primera vez
para fundirse en el néctar del placer absoluto, al estilo irreverente del galo
De Musset, pareció no terminar jamás, porque el deseo infinito fue conjunto,
único, fuera de prejuicios vacilantes, olvidando por entero la cita amorosa que
tenía con el danés de la pipa en forma
de sirena, y al final del banquete lúdico con ejercicio de posturas sublimes en
el escondido remanso, que evoca el indiscreto ananga ranga o el harem topkapi
de Estambul, quedamos del todo en un acuerdo de que el próximo sábado siguiente
nos veríamos a la misma hora y en el mismo lugar de tal hechizo, para seguir en
el disfrute sin freno de la nueva pasión
tan desbordada.
Antes de despedirnos, frente a la mula rucia
que le aguarda a las puertas del negocio mercantil de los Boulton, establecido
en pleno centro de la bulliciosa ciudad marinera y donde la gente se arremolina
como si fuera un bazar persa, donde el Jonás ballenero y Aladino prendido se
confunden, para mayor certidumbre del pacto acordado el catire hecho fuego me obsequió
una tarjeta suya de visita, donde podía leer, sin mayores obstrucciones
visuales:
Dr. Gottfried Knoche.
Médico
cirujano.
Y en la parte inferior de la sencilla y
perfumada esquela podía leerse, en minúscula letra, además:
QUINTA “BUENAVISTA”.
Altos de Galipán.
Subiendo por la cuesta india
de Macuto.
2
Esa tarjeta
de presentación aún la conservo, amarillenta tantos años después, porque nuestro cariño y comprensión
fue inolvidable y él siempre se comportó conmigo algo excéntrico, extraño,
cubierto de energía, tan cerca y alejado también aunque como todo un noble caballero
de postín.
EL ENIGMATICO KNOCHE, DE OJOS AZULES PENETRANTES
Para contestar a la pregunta sin respuesta
agrego en este delicado recuerdo que el sábado siguiente y a la misma hora del
convenio Godfredo estaba nervioso, con las uñas cortas o comidas esperándome
diez minutos en atraso cuando llegué al encuentro vespertino, a pesar de cierta
lluvia fastidiosa seguida de unos truenos y relámpagos que fuera de temporada
se habían colado muy agresivos en el montuoso lugar marítimo de la cita. Me
besó con ternura y luego del primer round emprendido con el calor acuciante de
sus entrañas extrajo de la caja metálica pendiente que cargaba un emplumado
pichón de loro real, que entre cotorreos giratorios del algo plumudo verdirojo
me obsequia con mucho afecto y al que había cazado con trampa de cambures maduros
puesta sobre el cogollo firme de una palmera real situada debajo de su casa y
encima del villorrio de Macuto, en aquel estrecho cuanto empinado sendero mantenido
en el abandono de piedras y lajas que los unía por siempre, sin otra
alternativa.
Ese
fin de semana el alemán
decidió pasarlo íntegro conmigo, aunque por excepción, debido a sus ocupaciones
en el arduo trabajo de la medicina, con su amigo Esculapio, pero sí fueron
muchos los sábados que vino a verme, cuando montado sobre la mansa mula rucia
de nombre Tirolesa, entre piruetas del andar equino que evitan sorpresas e
inconvenientes pasajeros, a horcajadas de tiempo bajaba de la finca serrana
establecida en el filo de la montaña hasta introducirse en los pequeños y gastados
malecones de La Guaira.
Corría entonces el polvoriento año 1846, en
tiempo de secano y peste de langostas africanas voraces, lleno además de caudillos
como de asesinatos tierra adentro, y según me aclara el cariñoso teutón tenía
algo así como dos años viviendo en la quinta Buenavista, sostenida en el aire a
mil cien metros de altura sobre el espacio marítimo, que poco o más iba a reconstruir
sin cese, pues era lo suficiente amplia para sus pretensiones armoniosas y de una
aguda visión a cuatro vientos cenitales encima del azuloso mar abierto por
delante y hacia el atrás selvático, en la ladera Norte de la sierra que gira rumbo a la tupida
montaña El Palmar y el empinado cuanto
agreste picacho Naiguatá, imponente como el indio guerrero que le diera fama.
Godfredo era muy bueno como persona y mejor en
el trasteo de la cama o el chinchorro alcahuetos, de recia envergadura cárnica
de 23 centímetros en alto, como un día rocheleando lo medí, musculoso y
musculón, lleno de hermosa vitalidad pícara, sumiéndose en el éxtasis sexual al
decir de propias y parcas palabras cuando como potranca salvaje irrefrenable sobre él montaba mi escultura que enerva derretida
para ofrecerle sabores dionisíacos y otros placeres voluptuosos distintos a los
naturales por corrientes del lugar, con poses flexibles del hindú arrebatado que
en el atrevimiento de la coyunda me enseñara un chino marinero pensando en
shangri-la, mientras a intervalos de la extenuante sesión emprendida el germano
apura uno o dos vasos de buen ron añejjado y provenido en contrabando de bodegas curadas del frondoso bucanero Jamaica o de la
atlántica y friolenta insular Barbados, según era el
gusto y preferencia del licor que madura en
pipa de roble, por la característica inglesa de su buen paladar. RUINAS DE LA GARITA Y TORRE DE VIGILANCIA.
Excuse -dije para mi-, el atrevimiento al
hablarle en estas condiciones o detalles crudos, porque el alemán exacto como
un reloj suizo y cucú de Zurich recordando walkirias poseídas me enseñó muchas
habilidades de ocasión, hasta poder expresar sentimientos con el tiempo y la
oportunidad en buen lenguaje de méritos momentáneos, o el fiestero, y por ende así
entender algunas frases de países lejanos, de sus culturas a medias y de idiomas
enrevesados, faltos de lógica comunicacional, fuera de otros amigos extranjeros
que en el empeño de la amistad con el coqueteo de las palabras dirigidas
ayudaron en esta labor de conocimiento expansivo, pues cada vez que dichos
forasteros andaban al paso navegante por el puerto local, me orientaron en las
ideas inconformes de juventud mediante periódicos y libros extraños traídos en
las propias bitácoras escritas de los barcos cargados siempre de visiones
ocultas horizontales o de esperanzas optimistas.
----¡Claro que era soltero
cuando le conocí! Imagínese que para entonces God tenía más de treinta
años y un pico largo, aunque no lo pareciera, de ellos varios vividos entre el
tranquilo Puerto Cabello con sus playas prohibidas cerca de bares acuciantes, y
el desorden anímico de esta ciudad al viento, pero de seguidas en Caracas cuando
había culminado con creces otros estudios médicos sobre el rejuvenecimiento de
los tejidos humanos, quiso regresar a Alemania a objeto de casarse con alguien
de su clase y traer equipos quirúrgicos y ayudantes expertos en las materias del
agrado, pues desde pequeño al percatarse de estar en el más acá de la sabiduría
y en el repunte de la lógica cartesiana le obsesionó con ganas el sereno e
inconmensurable Más Allá, para emprender o reanudar serios trabajos de investigación
sobre la vida en suspenso y hasta la muerte de los seres vivientes, como del
aura misma que los entorna, según me contara desnudo en cueros blancos y bañado
en sudor dentro del aposento escondido que para encuentros ocasionales de amor sin
término de fechas ni de farras tranquilas mantuve abierto con entrada propia en
la casa de otra comadre de mamá, hija de un italiano de ocasión, quien por
cierto haciendo caso omiso de los hechos habidos en pareja, siempre reía a
gusto o alboroto con eso de mis eternas distracciones masculinas en pareja.
Acaso un mes más tarde de esa confesión al
detalle, God, según lo llamara en áspera lengua sajona, o Godo, también
conocido así por amigos europeos del lugar, cierta tarde sin olvido llena de
gaviotas viajeras alejadas de un chubasco presente abordó el mercante inglés “Shappire”, de cuatro velas
altas, para por la vía del vasto cuanto lejano y nutrido puerto de Hamburgo
seguir el paso de carruajes a Berlín, capital de festejos y mujeres pálidas de
encargo cervecero donde metido a dandy con pumpá y palto levita pasea en
berlinas de moda, y luego por senderos terrosos como tanto me contara, continúa rumbo al pueblo de su
nacimiento e infancia montañera en busca
de los seres queridos, que le aguardan con vívida impaciencia temperamental.
Tiempo
después, medio año pasado mas
dos meses seguidos, por el este del puerto litoralense amaneció un barco de
vapor y velamen bajo, hacia la isla Orchila, que echa anclas seguidas, el que
por sus banderas al garete descubrí ser teutón, de nombre “Elba”, y como era
costumbre inveterada de los habitantes ociosos proceder a recibir en el malecón
mayor a los viajeros llegados en la nave, para mí fue agradable sorpresa
apreciar con nuevo sombrero de fieltro y bastón color de ébano mientras asciende
del elegante bote que le trajo a la orilla, al doctor Godofredo, esta vez acompañado de una doncella bella y rubia,
menuda, de ojos zarcos como él, vestida de organdí y encajes de azul sobre
fondo blanco, con lazos crespos en la cabeza, quitasol en arco iris y botines
claros de fantasía, a la vez sustentada del brazo para evitar tropiezos del
desembarco, pareja que era seguida de dos mujeres por demás jóvenes, muy
parecidas en el tamaño y de faz genética, salvo un lunar demostrable en la
nariz, a quienes desde luego consideré eran acompañantes al servicio de esas
almas gemelas que para el bien de todos han llegado del lejano ultramar.
Al momento me sentí alegre y hasta contenta
por optimista, ya que veía regresar a un
culto como buen amigo de verdad, de quien ahora se hablaba con franqueza en la tierra porteña, por sus
cualidades específicas en el campo de la medicina y los experimentos novedosos
que desarrolla en soledad del taller, aunque entre vecinos pendencieros que
sacan punta a una bola de billar corrían ciertas extrañas conclusiones sobre
que este médico venido de más allá del mar sin miedo demostrable y oportuno, al
momento traficaba con los muertos vivientes y tantos allí desaparecidos sin
huellas de su alma, y menos de aquella amargura que por quedar en pena aterroriza. ¡Qué horror¡. De mi parte para nada
tomé en serio sobre el decir insulso del corrillo en murmurio, al considerarlo
envuelto en puras especulaciones pueblerinas y actos de superchería mental de
estas comunidades siempre ingeniosas, atadas a un capricho fantasmal, ya que si
a ver vamos dentro de este escenario exagerado pero muy joven en el análisis de
las conjeturas en juego pude observar escenas escalofriantes de gallos sin
cabezas derrochando sangre salida desde el buche, por obra, maestría y gracia
del brujo mayor de Curiepe, a quien en el topónimo ancestral llaman Birongo, que
lo hace el patizambo una vez entrado en humos y trance paranormal, pero mejor
ánimo de un no sé qué sostuve cuando el sereno alemán pasó cerca de mí, con
aquel cuerpo gótico temperamental, y al
momento en que ando envuelta con fragancias naturales lugareñas y en corto
traje que se ciñe al talle curvilíneo en la hechura aunque atrayente de colores
fuertes, como abeja en busca de la miel, mientras en cualquier descuido de la
pareja bienvenida y el almizcle de pájaro obsceno que ensucia el fascinante traje
de la dama, Godfredo dobla la cabeza y a través de un inusual gesto sublime de
la cara en santiamén me transmite curiosas señas personales con el lujurioso
rabo del ojo facial. Al instante y desde luego entendiendo el signo inequívoco ya
enviado, sin mucha espera mental capté la contraseña y de seguidas comprendí el
claro mensaje del aquel guiño ocular.
Pasaron
varios sábados, incluso el sacrosanto
festejo de la Gloria, y otro viernes por la tarde un mensajero campesino de criollas
alpargatas gastadas por el uso y sombrero de cogollo roído, adonde la comadre
cariñosa que me alberga envuelto trajo un pequeño sobre enviado a mi persona,
en cuyo interior como suerte de cábala askenazie inserta venía cualquier pluma
blanca de paloma casera y además agregaba una esquela casi telegráfica, con doblez en punta, con el escueto gótico y siguiente
contenido escriturario:
----“Priscila, en el recuerdo de siempre espérame mañana a la hora
convenida y en el mismo lugar. Tuyo. God”.
Estaba rebosante de alborozo y esa noche para calmar
el ánimo me bañé en tina de agua tibia puesta al sol y antes mezclada con ciertas
yerbas aromáticas y algunas hojas de malagueta y hasta el acompañamiento de
cayenas, relajando el cuerpo mediante masajes corpóreos alusivos de los
labiales inferiores para causar la líbido, y al final de aquel acto
hidrotérmico cuanto sensual con toques espontáneos esparzo fragancias tropicales
en ungüento alrededor del cuello insinuante de mujer. Mientras le sigo el paso
al juego erótico en desgaire del momento, en los sedientos como erguidos
pezones coloco un toque fantasioso de perfume francés obsequiado por otro
marinero juguetón, de ojos garzos, que poco tiempo atrás y entre cuatro paredes
acuciosas, con el rubor aparte se había saciado a gusto del gabacho, sobre mi desbordante cuerpo estatuario.
Godfredo no cesó de percibir los vibrantes olores
y el néctar de mi piel, como el besar profundo y paladeado dentro de la tersa contextura
mulata en uno y otro sentido perimetral, por delante y hacia atrás, en
torbellino, y cuando después de cierto rato febril de ejecución llegó al primer
momento intenso y tierno de placer, donde
brillan los ojos en medio del agobio ambiental y los espasmos radicales de
ambos directores de orquesta mantenidos en el mismo compás de aquel ballet de
cisnes inagotable, pareció que se hubiera abierto la tierra con cualquier
terremoto devastador, desde luego distinto a los que acaecieran de verdad y pulso en este puerto adherido de picos
elevados y montañas agrestes, como el que aludían entre copas y sustos los
viejos sobrevivientes porque sucedió en día jueves santo de 1812, sin que nada
pudiera hacer el Cristo redentor cercano cuando entre ayes, quebrantos y
blasfemias terribles muriera más de una mitad de la población, enterrada a
medias y a ciegas sepulcrales bajo los escombros de horror en un instante
emocional y que según algunos pusilánimes temerosos de oficio ese grupo de las
tumbas boca abiertas y arrastrando oxidadas cadenas sonoras, cual zombis
ocasionales salen de procesión y llanto lastimero durante las largas noches del
plenilunio veraniego.
3
----Lo de mi matrimonio y sus
secuelas es causa de meditación luterana de Worms y te lo voy a
referir por períodos antes que sobre ello preguntes, comentó el amante alemán
para entre beso y beso caer en la tranquilidad buscada. Pues bien, tuve un
excelente viaje de regreso a Europa, por el encantado y afrodisíaco puerto de Hamburgo, donde abundan
las meretrices confundidas con hetairas, rameras, putonas, zorras de burdel y hasta algún desviado sexual
en su elemento máximo, como los cuentos estrujantes de brujas voluptuosas
preparando pócimas letales, al tiempo de florecer los tulipanes holandeses
siempre bellos, coloridos y hasta
primaverales. Luego, en carroza de seis briosos y empenachados corceles con
cascos musicales de tendencia barroca, sigo a la cosmopolita Berlín
dicharachera, y de allí entre praderas castigadas por la lluvia, el granizo
pendiente, y algunos lodazales pegajosos, otras cincuenta leguas alemanas de
calzada ando en la distancia interminable para llegar agotado a Halberstad, refugio espiritual establecido en la
querendosa Sajonia de los buenos jamones que es mi patria chica y cariñosa donde a la sordina de una trompeta lejana como
la de Jericó nací en 1813, año de la
Guerra a Muerte bolivariana o el derrotado Napoleón, y ciudad
fría de vientos borrascosos encontrados que silban entre pinares, de calles
rectas tiradas a cordel, buenas cantinas para albergar la noche, salchichón
cervecero con sauerkraut curado y cabeza episcopal de cierto terco monseñor
barbudo, cuya vida se halla encuadrada entre montes floridos y cielos luminosos,
guardando salvedades, donde visité la tumba sencilla de mi padre que protege
una cruz bizantina, rodeada entonces de un cúmulo de grajos y gansos de laguna,
donde contaba ovejas el viejo militar cubierto de heridas cuanto de cicatrices
guerreras, y allí recibo compungido los sollozos creyentes de mi madre achacosa,
provista de muletas e hipo enfermizo de molestias, quien apenas vive llena de
canas largas por los sufrimientos de la ausencia y otras refriegas constantes llevadas
a cabo con el desandar de las aguerridas fuerzas prusianas. Luego del reposo
necesario, acaecido en el deslastre purificador durante largos sueños de templanza que embotan la
memoria y por
varios días continuos, continúo acurrucado
en recio colchón relleno de paja con almohada plumuda de los gansos caseros, mientras tantas
amistades antañonas, a veces enfermizas de vejez, se preocupan de ello, entre
aquella campiña del recuerdo infantil y de extender la mirada consecuente en el
vuelo altivo de las flacas cigüeñas de
chimenea que vienen sin descanso más cansadas desde los tejados vanidosos de
Alsacia o Lorena, a través de consejos prácticos y presentaciones oportunas con
lupa aguda de investigador creativo pero nato procedí a seleccionar una tierna
muchacha del entorno casero, pálida y asustadiza aunque recatada que me
sirviese de compañía en función de esposa o compañera fiel para entender la
extraña vida americana toda cubierta de encantos o acechanzas, y a poco,
después de tantos razonamientos oportunos y escogencias mentales hasta altas
horas de la noche en pijama, opté por confesarle el amor eterno a Henrietta,
que así se llama mi mujer, alabastrina, graciosa hembra como tú pero algo
tímida, resbalosa, de rosadas mejillas invernales, aunque llena de temores éticos
y miedos fóbicos cobardes para pertenecer a la otra vida sobrenatural que
persigo con ansia.
Después
de muchos escarceos comparativos
y charlas de sobremesa atinentes a la buena conducta familiar del pequeño
burgués, de lo cual sentencia el filósofo egocentrista Marx, entre manadas de fieros
gansos ahora correlones por asustados del “terrine de foie gras” y unas cabras de ubres tocando
el suelo al nutrirse de más, le caí de lo mejor a sus padres prusianos, que al
fin y al cabo a punta de mapas y otra
explicaciones pudieron comprender lo del matrimonio eterno con alguien que
vivía al extremo del mundo enmarañado, en tierras de infieles busca pleitos y
de gente casi en el olvido de su desandar, un tanto salvajes aunque no tan
fieros o con el prestigio al suelo de los prietos naturales encontrados en el
sur del desértico Sahara, según les describieran los recientes exploradores
alemanes incluidos allá y de buenas fuentes internados. Mas, en conclusión,
sobrepuesto el período inestático de tantas dudas metódicas obsoletas por ser
tradicionales, los viejos pensadores dieron el sí a la oferta conyugal, y sin
mayores vueltas dilatorias con una torta grasosa de tres pisos y ciertos
venaditos cachondos entre lazos como guinda de la misma, dicha boda se realizó de
inmediato en la cercana Iglesia de La Resurrección , mediando cantos corales de organista perdido entre las
nubes y excesivos ramos de flores blancas cual azucenas, oficiando en los rezos
bíblicos oportunos el rubicundo pastor protestante, que de ver tanto en su interés
movía los ojos circulares sin necesidad de ir leyendo, todo contrito eso sí
porque tanto Henrietta como yo somos de fe y religión luteranas. Lo que pocos
supieron de dichos actos maritales estrictos de confesos fue que la noche
anterior, desinhibido de reglas teológicas cuanto éticas aferradas a un código sobre la buena marcha
social y lo que no se debe hacer, con tres amigos fraternos de la infancia por
todo lo alto fui a despedir el fin de los sueños eróticos con una farra abierta contraria al celibato de
soltero y pecaminosa en cierta taberna a modo de burdel parisino, con
atractivos retoños del can can francés, que cual barco encallado entre licores
fuertes anduvo solitaria enclavada en
las afueras libertinas de Halberstadt, para libar y sin apuros tarros repletos
de la buena cerveza artesanal aderezados con chuletas de cordero infantil y sin
que en la francachela resultante de un aquelarre improvisado para mantener
bríos hubiera querido enredarme sexualmente con nadie de aquel escondite protector
de la alta concupiscencia, donde se sentaban las mujeres escasas de prendas
interiores, sobre las peludas e hirsutas piernas clientelares.
GALIPAN. LARGA ESCALERA AL
ESPACIO SUPERIOR.
Pocos
días más tarde, bañado con
los quejidos lastimeros de mi madre y la tristeza mocosa de los suegros, junto
con Henrietta y dos personas de confianza, que traía como asistentes para mis
experimentos novedosos en América, llamadas Francisca [en el equívoco popular Pepita] Amelia, la del lunar en la nariz, y
Amalia Weismann Mann, ambas hermanas de sangre y compañeras en ideas de
sapiencia, emprendimos el viaje de trabajo hacia la inquieta América tropical o
del Sur, por la misma vía del Berlín noctámbulo y un Hamburgo cargado de navíos
y ráfagas al viento, con ánimo del imperio aguileño a extender sus tentáculos
ya en progreso a objeto de expandir sus cañones hacia mares distantes confinados
en la lejanía. En la capital prusiana llena de jardines, hollín y útiles museos,
me detuve cosa de una semana para reparar fuerzas, adquirir artículos caseros a
la moda, entre ellos un oso disecado o el busto del príncipe Vlad Tepes, de
Valaquia, mi personaje favorito, como para visitar la vasta universidad que
bien funciona entre campos gramíneos mientras me pongo al día en los últimos
adelantos científicos de esta casa, o sea en el aspecto clave de la anatomía
humana del “homo sapiens”, donde fuera de entrevistar a algunos patólogos de
Galia allí en destino, tuve ocasión de conocer y de de discutir temas candentes
con académicos de nombre y renombre sobre
el más acá de las ideas evolucionistas del novato a la vez que enfermizo británico
maestro Carlos Darwin, el de las barbas luengas, con el ojo algo estrábico, y
también extremo habladurías eruditas sobre la sangre humana, en que descuella
Miguel Servet, con equipos de arqueólogos perseverantes y hasta anónimos de
diversas capacidades y tendencias investigativas, que trabajaban en campos
abiertos de esqueletos trenzados o ciudades ocultas recién descubiertas en los viejos
cementerios saháricos de Egipto y los osarios dispersos de Mesopotamia.
Otra
encerrona en dicha amplia
ciudad llena de cafeterías ambiciosas y de mujeres fáciles mejores que las de Amsterdam
o a la orden de tarifas dispersas, donde para ese momento de prosperidad andaba
suelto un asesino en serie de prostitutas callejeras, fue con el muy erudito y
caminante viajero Alejandro de Humboldt, a quien encuentro un tanto perturbado
de salud y apenas con algunos colmillos maxilares. Mas porque era mucho el interés
puesto sobre este sabio andariego a fin
de informarse en referencia a Caracas y
el país que años atrás visitara por casualidad, de seguidas me recibe en el amplio
salón que es su dormitorio con dosel, en medio de mapas y libros gastados de
lectura, donde entre el claroscuro habitual que le acompaña recordó con
detalles expresivos algunas de sus hazañas escritas como vividas en la Venezuela de antier, el
conocimiento que tuvo de los fogosos Bolívar y Miranda en los salones
picarescos de París, y entra a relatarme de memoria los viajes sobre canoas que
en criollo llaman piraguas, así deslizadas por el caudaloso río Orinoco lleno
de toninas, hasta la vez que estuvo a punto de ser maltrecho y engullido por un
enorme caimán de algunos seis metros de hambrienta longitud, con dientes
afilados casi como los cocodrilos nilóticos, y también las potentes descargas
eléctricas que le propina un pez temblador nada amistoso, cerca de la tranquila
Barrancas fluvial barinesa. También hizo hincapié en el recuerdo del templado
señor Mauricio Del Pozo, mientras éste no deja de atusar el bigote, asiduo tiranuelo
fabricante de casabe con receta indígena y aburrido pulsador del musical cuatro
aborigen, que encontró sereno aunque sin prisa al estilo creativo Da Vinci en
el llanero pueblo Todos los Santos de Calabozo, rodeado de palmeras gigantes
pero trabajando a pleno sol de 40 grados hirvientes en ingeniosas fuentes creadoras de energía
eléctrica, con máquinas artesanales de su terca fabricación y antecedido así
por décadas de estudio a los avances verdaderos que en esta materia tan
compleja y mecánica se realizaron con relativo afán monetario en algunos países
de la vieja Europa industria
VIGILANCIA DEFENSIVA
DE GALIPAN---“-Pero lo que te voy a referir, Priscila mía, es una bomba a
estallar, porque así como su hermano el barón Guillermo fue un docto ejemplar
en
materia de
letras, sereno, sobrio, forjador de la universidad berlinesa y hombre de
verdad, verdad, el mariposo de Alejandro
sirvió al revés, y cosa extraña para
otro entendido de los suaves perfumes y
de los viajes de aventuras, ya que desde temprano tenía ciertas veleidades nada
masculinas que dejaba mostrar, pues era un muchacho díscolo con ademanes de
esos que en
Humboldt estuvo largo rato riéndose a
carcajadas prusianas con lo de la leche varonil, sin tener conocimiento ni
apenas sospecha de cuanto se decía en los lugares pecaminosos y hasta en las
fondas bullangueras de Caracas, como la conocida Posada del Ángel, ubicada en
un extremo norte de la
Plaza Mayor , sobre su relación estrecha con el compañero y
botánico francés Amadeo Bonpland, entonces gordo, de barriga obesa, que le
seguía cual sombra de matapalo en ademanes íntimos, de su amistad híbrida con
mujeres al estilo del gallo capón, de la carta famosa que hizo a un compañerito
de clases juveniles llamado Gabriel, como el arcángel bíblico, esta de corte
romántico alemán que en el análisis de los sentimientos expuestos era casi una
declaración de amor, y de su contacto insinuante hacia el mayordomo casero, tal
vez de acoso sistemático, según lo pude apreciar en aquella oportunidad
preciosa, o sea con el mancebo Carlos,
calvo preciso de la oreja a la otra extremidad, fiel y atlético adonis y “valet
de chambre” servicial, a quien dejara por testamento polémico sus ya menguados
bienes materiales.
Una vez en el Hamburgo dinámico de los
malecones portuarios y casi al lado de un cargamento con sacos de café
venezolano proveniente de Maracaibo, abordamos el barco teutón “Príncipe
Federico”, que debía traernos al Caribe hasta cerca de La Guaira , aunque el recorrido
fue por demás molesto ya que la pobre Henrietta durante noches enteras no pudo concebir
el sueño regular en el estrecho camarote que teníamos debido al mareo cíclico o
casi permanente de la temporada, pues a cada momento saltaba de la cama y sin
escupidero conveniente corría hasta la mínima sala de baño para vomitar la propia
bilis y lo atinente al intestino, dado el movimiento brusco de la embarcación
sobre las voluminosas olas encrespadas y el efecto lunar que la saca de quicio
en el carácter, al extremo que pensé estaba en comienzos angustiosos de
embarazo, lo que careció en todo caso de certeza idónea, porque pocos meses
después ante la intransigencia mía y mediante empecinados y duraderos coitos
prolongados que entre caricias a montón buscaban el éxtasis sobrenatural, sí entró en estado de gestación.
VISITANTES DEL MUSEO DE KNOCHE
Venían
de acompañantes en la nave tudesca dos muchachas buenasmozas, que resaltan por bien mantenidas, con kilos
de más en la balanza, de pronunciadas dotes mamarias, hermanas a su vez y de la
misma localidad germana que nosotros, a
quienes mi madre conocía por ser parientes de ella e hijas del productor de
leche cremosa que abasteciera a diario nuestro cuidado paladar. Francisca
Amelia era una mujer hombruna, amante de las iguanas y rabipelados, tosca, de
mucho quehacer y 26 años vividos, acaso con el clítoris más protuberante,
frígida hacia todos los hombres comarcanos y hacendosa al extremo, con devaneos
oportunos en la autocomplacencia de sus espacios íntimos y el dedo animador,
como alguna vez por casualidad lo pude apreciar al retorcerse, que además mantenía
la casa de Buenavista en perfecto orden de aseo y limpieza eficaz, al estilo prusiano,
gustando de ello hasta el hartazgo pero llena de flores campestres y colibríes,
mientras tranquila daba pasto en el establo al rucio rocín que a veces me
servía de cabalgadura, y siempre pasea, acariciándolos sobremanera, junto a dos
asnos macizos que sostengo para cargar alimentos y cadáveres, mientras se
sorprende alucinada y sobrecogida de las vergas erectas y generosas de cada
mamífero en cuestión.
----Cierto día acrecentado por un lejano
eclipse, en la curiosidad científica o del gato me preguntó hecha babas, casi
en un proyecto de coyunda sardónica y por demás nerviosa:
----“¿Por qué serán tan grandes los extremos
genitales de esas bestias?”.
---“-¡Porque Dios así lo quiso”¡, le respondí tajante, mientras desplazaba su
mirar enternecido hacia estos mansos por castos cuadrúpedos, casi en signo de
impropia resignación. Jamás volvió a plantearme dicha pregunta cabalística, de
hondo significado, pero sí más de una vez la vi contemplar de sesgo y hasta con
picardía aunque de bajos ojos, a los robustos y cuatriboleados animales domésticos.
4
----Estas anécdotas risueñas que God me contara a trancos y trochemoche años
después, cuando ya éramos la una para el otro mas sus agregados en el mundo
carnal y aún sin haber desaparecido de la escena guaireña la verdadera esposa,
fueron para mí deliciosas, excitantes, con ajustes de lo real maravilloso, pues
además de narrarlas en guasa el alemán, salpicadas con un acento nórdico
extranjero y el énfasis puesto en el gutural ronco sonido sajón “rr”, también
trajo al tapete de lo cotidiano las relaciones suyas con Amalia Weissmann, la
otra mujer germana que en calidad de amante de destajo viviera con él, pues a
decir verdad en algún momento de la existencia testicular mi fogoso amigo al
estilo de jeque musulmán del tiempo de la hégira tenía tres hembras bajo su
responsabilidad fálica del harem, como yo pude mantener hombres al desgaire
para la diversión sexual, es decir a las nombradas Priscila, Henrietta y
Amalia, porque en fuerza de los hechos Francisca Amelia era lo suficientemente horrible
en cuanto a lo físico, con tipo de sargentón prusiano y amorosa de los asnos,
al extremo de no despertar lujuria, ni siquiera estando cualquier vecino
predispuesto o en la borrasca del celo sexual y con la voluptuosidad revuelta,
aunque su frío corazón servicial era otra cosa.
Amalia
fue mi verdadera compañera de
calor en Buenavista. De día y hasta de noche permaneció muy cerca y en
especial durante las horas nocturnas del avance científico, porque en ese
tiempo de los búhos regañones , de
escuchar un aleteo continuo de maldad , de la oscuridad alumbrada por un gas azuloso, el aceite de tártago y con
esperma de ballena titilante, siempre se alargaron los experimentos pendientes
y el campo de las tareas previstas en cuanto al progreso de los estudios sobre
seres inmortales y la investigación genética. Ella fue quien resuelve sin evasivas que al
menos cada trimestre yo
MAUSOLEO
Y SEIS TUMBAS DE LA
FAMILIA KNOCHE. debía ir a Caracas para lustrar con alcohol, fricción
alcanforada y ungüentos resinosos la momia erguida de Tomás Lander, el conocido
político liberal que imitando a un totem celoso a rajatabla de la tribu, chamán
o icono a reverenciar, durante cuarenta años precisos permaneció sentado frente
a su escritorio de madera rústica, vestido de chaqué negro y botas de charol,
en pose tranquila de escribir algún manifiesto demagógico y al que luego de revivir con paciencia de
horarios extraviados debí hacer la limpieza final cutánea con corriente ácido acético
del vinagre balsámico para evitar imperfecciones en la seca piel de su rostro compungido
y al tiempo detener el crecimiento inesperado de parásitos fungosos o polillas
saltonas a lo largo de las rígidas extremidades.
----“¡Allá viene el doctor
Frankestein!” solían comentar
en voz baja asustadiza algunos curiosos
conocedores de leyendas fortuitas de última hora o generación, mientras
aparentando otro fantasma de opereta sin antifaz me veían subir de sombrero
alón, capa negra y fondo granate hasta la media pierna, por la misteriosa
esquina caraqueña de Cipreses, toda llena de incógnitas, esta vez con el añoso
maletín sostenido bajo del brazo, al tiempo que encaminaba los pasos perdidos
de un reino imaginario para penetrar por el portón gastado de aquella casona de
techos rojos y a ratos pajizos, anclada en el pretérito guerrero y de seis herméticas
ventanas predispuestas que auscultan los pormenores visuales de la calle, la
esquina de tantos enigmas en acción y el hazmerreír de los entonces escasos
transeúntes.
Había
llegado así a la siniestra mansión cubierta de misterios o fantasías, envuelta en signos del ayer, con
cipreses longevos y nidos de avispas ponzoñosas en el patio cruzadas con abejas,
como bien lo comenta el ácido bigotudo Allan Poe en la extravagante casa de
Usher, que he vuelto a leer en los detalles y me entrometo en este ambiente
quejumbroso para mejor captar sus intenciones malévolas de espanto, por donde
pasa un siglo de desdichas y miserias. Allí, tras muchos libros envueltos en el
añoso polvo superficial de la estancia, ayunos por tanto de cualquier plumero
limpiador, permanecía en la excepción de las sombras perdidas el prócer civil
por largo rato alucinado que se volvieron horas, escondido entre las sueltas
cortinas de terciopelo bermejo y otros adefesios de pared para resguardar la
integridad momificada del fiero luchador Lander. Y yo a su diestra, sentado en
taburete especial solía proseguir una conversación interrumpida desde la vez
anterior, con el ilustre hombre público, periodista y marrullero eso sí, de
cara grave redonda o mejor, disgustada, mientras limpio al ras sus mostachos
entorchados con alguna navaja de bajo corte y le arreglo en su sitio la peluca
indispuesta, hasta quitarle con pinzas y tijeras sutiles la delicada red
cazadora tejida a destiempo por alguna araña impertinente.
----“Te repito Priscila, fraülein Amalia fue
imprescindible para mi buen hacer, y de aquí que la enseñé a convivir en medio
de los muertos o sus asimilados, el quirófano, el pedazo de morgue, la
ultratumba del más acá y los desaparecidos de antaño, a buscar con paciencia su
alma errante o vagabunda para no caer en el dolor de la pena compartida al
momento de separar su cuerpo, al estilo gurú, y a no ausentarse o sufrir crisis
histéricas en la catarsis proveniente, al sentir los pedazos de cabeza acerrada
o de cerebro o los restos de piernas, que andaban esparcidos sin medida por
entre mesas metálicas del tranquilo laboratorio de investigación, siendo ello
personal y no siniestro, al tiempo de atemperar ideas exóticas desconectando
los exagerados sentidos del tufillo hediondo a formol, del local sin limpieza
oportuna, que ambos percibimos sin otra alternativa cuando ingresábamos hacia
el fondo de los salones de estudio y del trabajo agotador.
Y a ratos, entre esos aromas nauseabundos del
entorno como algo imperceptible me viene un deseo aberrante e irrefrenable de
hacer el amor, de consustanciar ambos seres cultivando el priapismo de que
trataba el torturado marqués de Sade, quizás influido por el momento obseso
cuando veía lo crudo de la vida ante la presencia desgarradora de los cadáveres
desnudos, que recuerda a los que yo pequeño con sangre derramada ante las horas
subsiguientes miré destrozados por bayonetas o alguna metralla mortal frente a
la puerta guerrera de mi casa germana, de donde para no cometer la locura de deleitarse
ejercitando el sexo con un muerto verdoso cuanto vigilado atento por las moscas
o larvas, a ella la acomodaba en cualquier lecho mullido del salón, o para
insinuar episodios morales del indostano kamasutra andaba en cuclillas o a
horcajadas la ponía, o simplemente me extasié con Amalia en posición vertical y
no decúbita, mientras frau Henrietta detrás de varios portones y cerrojos
alusivos continúa perdidamente enamorada de Morfeo en el olvido del abandono de
las habitaciones de dormir, lejos de las pulgas ociosas o los chinches que en
el establo trasero castigan a tantas bestias revolconas, envuelta eso sí ella de
orquídeas mañaneras, tejiendo futuros escarpines de neonatos o soñando
despierta con insectos voladores carniceros y mariposas amarillas en tiempo de
apareos, en el desenfreno interrogándose
frente al espejo con el uso machacón de algún dialecto alemán
desvencijado y encantada de vestir a los dos hijos mayores como marineritos de
agua dulce en la ocasión tan placentera.
LA HORRIPILANTE VIDA EN GALIPÁN.
Amigos invisibles. Deseo
complacer con este trabajo a muchos conocedores de mis diversas preocupaciones
intelectuales que han querido indagar
sobre cualquier novela que haya escrito, cuyo capítulo quinto en la ocasión se
referirá a un personaje de la profundidad caraqueña y fuera de serie,
disciplinado como buen alemán, sabio
pero monstruo selecto por no decir discreto al que aquí trato en buena extensión de las
palabras. Me refiero así al galeno doctor Gottfried Knoche (1813-viernes°1-1-1901-), cuya vida y
misterios en lo expuesto por asociación de ideas le colmarán el alma, desde luego llena de
horror a partir del principio en el inicio y su continuación.. Si a alguien convence este trabajo escrito con pasión necesaria y haciendo cuentas a objeto de mirarlo en el mundo intelectual
con ansia requerida e
intitulado por tanto “Doctor
Knoche, el Vampiro de Galipán”, puede escribirme insertando un serio proyecto
de ejecución empresarial. Saludos de antemano,
5
Lo
vi entrar por el portillo grande
y no a través del empedrado donde penetran los bueyes exhaustos, ciertas
carretas del tráfico local y algunas cabalgaduras sudorosas. Venía a paso
tranquilo, eso sí con un rictus profundo de tristeza en la cara, creyendo le
sucede alguna desgracia de contar, seguida de tantas que en ese tiempo necio de
la Guerra Federal
anterior se abatieron en derroche sobre este pobre y ruinoso país sudamericano.
---“-Guten
Tag, asienta. Sí, buenos días, aunque vengo destruido por lo de Frau Henrietta, que me abandona y marcha por
siempre de Venezuela, con los tres retoños del hogar, que rompe ese cordón
umbilical de amantes ante Dios para volverlo apenas trizas. Ich verstehe Sie nicht. Se alejan los
queridos Adolfo y Catalina, tan bulliciosos ellos, la suave criatura de
Brunilda, y apenas me deja como recuerdo emblemático a la anciana pareja de
perros pastores alemanes, que de pastores en la flojera natal nunca sirvieron,
los que por tanto orinar e incontinencia escatológica no pueden ir con ella en
el angosto barco de ilusión, y a quienes pusiera por sonoros recuerdos alusivos
los nombres musicales de Tristán e Isolda. Es toda una tragedia de familia,
idéntica a las que compone con profundidad ancestral mi admirado mago y maestro en el
pentagrama de leyendas nórdicas, Richard Wagner.
Serían las once de la mañana de un día fuertemente
cálido por estropeado y
BUENA
VISTA permanece ENTRE LAS NIEBLAS Y EL TERROR cuando
de esta manera escueta pero llena de desastres ocultos el doctor Knoche penetró
en la surtida tienda que mantengo al costado de la Casa Vasca y lateral de
la Fonda del
Espíritu, provista de múltiples bebidas espirituosas, para adquirir una nueva
silla de montar de las llamadas chocontanas, proveniente de la reinosa o lanuda
sierra oriental de Colombia. En ese momento cumbre aunque siniestro dentro de
sus ojos cubiertos por las nubes borrosas y el monóculo de oro que le cuelga,
pude apreciar y casi reflejada una sombra de llanto pertinaz, mientras el fuego
alentador, ahora decadente en la desgracia, yacía vuelto añicos por la
siniestra fatalidad que lo emociona.
---“-Ponte en mi puesto, herr Federico, y piensa lo que
significa para los sentidos informes que mantengo esa marcha en regreso hacia
el nunca más volver, luego de dieciséis largos años de andar juntos aunque no
revueltos por estas tierras agrestes, en pareja imperfecta, ella llena de
problemas mentales dando de comer la fémina a los loros reales, cotorros,
cacatúas, guacamayos, monos o pericos
cautivos y yo a las serpientes ponzoñosas, mientras en la comunión idónea familiar fue costumbre releer por tres veces diarias manoseando la Santa Biblia
reformada de Lutero, ella entre lloriqueos nostálgicos y poses desacostumbradas por la patria prusiana, la del rugir de los
gruesos tambores de Nabimia y las descargas mortales selectivas, en el tarareo
melifluo o sin desentono de oírla cantar a ratos trozos y arias enteras del
Anillo de los Nibelungos, con Sigfrido a la cabeza de las gestas, las Walkirias
o Lohengrin, que son porciones desgarradas de nuestra propia y difícil
identidad germana. “ Jawohl que voy a lamentar mucho su
partida, con un regreso por demás imposible, como el chivo que al volver se desnuca,
en sentido coloquial, aunque ella con
sus raros complejos gritones y
nimiedades permanentes tenga razón en parte, que es como decir a medias,
porque así pueden educarse los protegidos vástagos en colegios militares de alcurnia,
tal cual lo hicieron cabalmente cerca de Postdam su padre y su madre y los
abuelos, y ya el mayor de ellos, Adolfo, al tiempo en el alerta de proseguir sabias
tareas académicas quiere iniciar estudios hipocráticos en la insólita
universidad humboldtiana de Berlín.
Se
secó la cara con el pañuelo bordado de sus siglas en monograma, empuña sin
chistar y en tarro vidrioso cualquier copiosa por espumante cerveza traída
desde el extranjero de Pilsen, Bavaria o la propia Munich, para sentarse luego
enseñando la bragueta abierta por el
calor en una silla rústica de cuero repujado con tachuelas redondas en bronce,
al tiempo que me dice, sin rodeos:
----“Amigo Federico, entre nos, tu padre debió
ser muy feliz porque cuando establece la Casa Blohm aquí en La Guaira toda su prole de
varones despiertos y el rosario de rubias hijas aceitosas, incluida la mongólica que como me has
explicado a mucha honra recuerda la tara facial de las hordas tártaras
asiáticas y familiares, quienes siempre lo rodearon en círculo tenaz y nunca
pensó abandonar a Venezuela, ni en épocas tan tristes como la vez que sin
piedad o contención e insultando con el tono de altura se saqueara a los comerciantes hebreos curazoleños
en Coro y la costa de Puerto Cabello, ni ahora que los locos liberales
guzmancistas cubiertos de odio familiar fusilan por doquier a los adversarios conservadores
y viceversa para recibir el mismo trato
vital, en una bendita guerra sin cuartel que nunca termina ni esperan suprimir, y en verdad que
he visto mucho crecer la reciente población de zamuros gallinazos, incluidos
los carirosados con el pico blanco, porque no dan cabida los cadáveres en
cualquiera de los cementerios clientelares lugareños y menos dentro de los camposantos de categoría, como el cercano
de Punta Mulatos”.
RUINAS EN GALIPÁN
----“Sie
haben recht. Pero lo de Frau Henrietta es más patético o doloroso, porque
en esos casi cuatro lustros que conviviéramos allá en Buenavista, con aquel
panorama estético pintado desde nuestro patio por el paisano Bellermann y tan
encantador que se pierde de vista en la lejanía acuática, rodeados de animales
exóticos y aves agoreras, de cayenas dispersas, enredaderas, plantas atrapa
moscas, orquídeas y bromelias fugaces, luego de
IMAGEN
OSO DE BERLIN, PROTECTOR DE KNOCHE. PERFIL DEL LABORATORIO Y TELESCOPIO INTERIOR. lecturas
escalofriantes o aterradoras inglesas de las ergástulas y cuchitriles ella
siempre sufrió de achaques de salud, de temor a los espantos malignos otoñales con el ruido del aire montañero, salpullido alérgico con piquiña y del espíritu
agónico vagante que sin más sacudidas siempre la entristecía. No hubo momento
adrede que no se quejara de algún mal hipocondríaco, verdadero o ficticio,
entre ellos que los perros lobatos entrenados no dejaban dormir por sus tristes ladridos ya
miedosos, que en el ambiente claro y con reposo de Buenavista había aires mefíticos
similares a carne en descomposición, que sintiera pasos de ultratumba alrededor
de la residencia o vampiros chillones volando
bajo y ansiosos en busca de sangre caliente humana, que hasta en somnolencias pesadas se
le aparecían fantasmas traslúcidos conocidos y así asustándola y poniéndole la carne de gallina,
que alguna vez desorientada miró por la alta ventana en tiempos de luna llena y
hacia la medianoche, cuando pudo ver sin
equívocos un ejército de monstruos cadavéricos de los llamados sombis salidos de la tierra horadada que caminaban acarreando cadenas y a paso por demás cansino, que otras veces en la terrible
tormenta eléctrica aérea del momento el hogar en parálisis permanecía rodeado
de enormes espectros o duendes cornudos montados sobre dragones fogosos de
siete colas potentes, después de las doce horas nocturnas contadas en reloj sin retraso, oyéndose a coro gritos,
clamores, alaridos, súplicas, sollozos, quebrantos, chillidos, palabras
obscenas, gimoteos, gemidos, arrastre de peligrosas serpientes cascabeles y
otros desmanes tenaces que su cerebro trastornado pudo a tiempo detectar.
----Ante este cuadro tan típico de sicosis
achacosa, que nuestro admirado profesor vienés Sigmund Freud años más tarde
supo demostrar frente a infieles no
creyentes y probando los hechos estudiados hasta el cansancio, he tomado, pues,
la firme determinación que mi dulce Henrietta
ande de vuelta con toda la parafernalia mental que la acompaña, junto a sus queridos
hijos en viaje paternal rumbo al acurrucado
Halberstadt, pueblo sajón tranquilo de dulces aguas y mejores colores en que me tocó ver el mundo, lugar donde
sí podrá deleitarse de manjares apetitosos al masticar fresca cecina, tasajo
curado, criadillas de cerdo, o sopas de ajo con cebolla y grasa vieja, entonces aborrecídas por Herrietta,
gordo de la carne, fritangas familiares, rodilla de cochino eisbein, fresca
morcilla, la papada del marrano o
chicharrones de puerco derramando
calorías, caldo de manteca recién colada, patas aceitosas de chancho y
sauerkraut con gruesa salsa tártara junto a salchichas de Frankfurt refritas en
viejo vino del Rin, sin que con ello pueda
quejarse de las horribles acideces y los
salpullidos viajeros de que aquí por
costumbre siempre padeció.
Sin embargo y para eliminar dudas pasajeras la
llevé a Caracas donde el mañoso yerbatero aragüeño
Ñigüín, que trabaja con clientela escogida mediante cita anticipada en el
cercano pueblo de Chacao. La vio también bajo atención insólita el
admirado brujo cicatero Ño Leandro, presunto padre del mulato general Joaquín
Crespo, que agarrado del bolsillo monedero cura tantas dolencias particulares
con la amarga pócima alquímica del Tacamajaca.
La conduje a la tenebrosa choza
de Curiepe, para que con hojas urticantes y aguardiente de caña en buches
soplados con saliva de chimó la ensalmara el rechoncho brujo Poncho, a menudo
vestido de satín playero y con costuras de armiño, o de falso guayuco, famoso
además por su macana milagrosa al servicio de clientes circunspectos pero de
excepción, lleno entonces de collares y conchas marinas hasta en los testículos
rugosos, aunque con terquedad pasmosa me opuse a que ese brujo descarado se encerrara junto a la consentida
Henrietta en un cuarto sagrado cubierto de mantas y por dos horas continuas de
su cura, invocando a la milagrosa reina
María Lionza, amiga de los brujos yaracuyanos nihilistas, o sea en la metáfora sublime de Juan Vicente
González “zamuro comiendo alpiste”, como bien pretendiera hacer con la rubia atractiva, para así de las entrañas escabrosas “sacarle todas las desgracias habidas y dejándola casi nueva”. Por este recorrido demencial hasta se la entregué con buena intención a
otro hechicero insigne, autodidacta y doctor “in pectoris”, traído también
desde los remotos frígidos Andes neogranadinos por el astuto caudillo llanero
Joaquín Crespo, llamado para muchos Telmo Romero Villamizar, quien con pirotecnias
de un verbo magistral, retóricas
banales, brebajes amargosos y ácidos condimentos en tapara, experimentadas pociones
populares, supercherías pegajosas, trácalas o engañifas bastardas, baños fríos o
de asiento, aguas aromáticas como penetrantes, parches de ají picante del
chirere andino, sobas calenturientas y hasta unos largos tornillos con orín oxidados
que bajo presión en alza pretendiera introducir por la cabeza del paciente, y a
quienes entre otros
(ALBERTSTADT,
LUGAR DE NACIMIENTO DE KNOCHE) aplicara
este tormento del Medioevo al enajenado disparatero
general Pedro Izaguirre, pero el forajido caradura en causa a instancias del
miedo terrorífico indudable que sembrara y ante el presente temor diabólico
impuesto, de súbito por reacción contradicha y al susto contumaz de la intención, en un casi milagro celestial
curaba toda clase de daños cerebrales, y así el santo varón del que recuerdo en
el desquicio imprudente de los hechos, con la leyenda popular encima de
improviso sana a un lázaro insepulto e hizo discutir sin continencia, por el
espanto incluido, a una muda y a ratos tartamuda de nacimiento.
----De nada valió tanto trabajo de ensalmos y
rezos paralelos, Federico, porque al final tuve que enviarla con premura a
Alemania, en vísperas de volverme loco también frente a sus dramatizadas pesadillas llenas de
piratas, bandidos y diablos asesinos, tierra
llena de historias imposibles donde a
base de hipnóticos sedantes y de sueños profundos casi mortales, la mantienen
en calma a toda hora, y ya no canta ni en la bañera veraniega de tina sino que
llora a ratos, mientras el hijo Adolfo de sus entrañas estudia a intervalos
pero de la mejor forma académica, la segundona Catalina muy resignada le
aguanta toda suerte de crisis burlescas o histéricas, y la cariñosa Brunilda,
que de pequeña otros le llamaron Anna, en recuerdo de una heroína de esos lares
peleones, vuelta mujer y también con los
senos pronunciados como las mansas ubres
de las vacas danesas, parece que anda seriamente enamorada de cierto picaflor
andariego, un tal Müller ido a educarse allá según me han afirmado entre vecinos
y a sotto voce desde el trasmundo arrabalero de Puerto Cabello, que así relatan
secamente los suegros alarmados en su última carta contagiada de noticias
fatales.
----Henrietta
y yo fuimos felices durante muchos años, porque ella viviendo en nebulosas
sabía poco de mis trabajos ocultos o de misterio, y menos mal que sobre ese
delicado quehacer fuera de cauces sin
desconfianza se entregaba en manos de la fiel Amalia, que la conducía
astutamente, sin introducirse para nada en los experimentos con seres
cadavéricos, creciéndoles las uñas y los pelos corporales hasta del propio pubis, en lo que te puedo referir a
cabalidad que ella nunca pisó los escenarios sobrenaturales del misterio científico en
nuestro castillo encantador, aunque notaba que al pasar cerca de tales sitios escondidos por
rejas muy seguras, una mueca de horror y reacción hipersensible mental brotaba
en el fondo de su cara blonda, los ojos azules querían como salirse de las
órbitas, entrando en el temblor del cuerpo al tiempo que la piel de gallina
hirsuta le transpira copiosamente, además de que otras gotas frías por amargas
de sudor le corren su piel de complemento, todo ello en medio del ladrar
continuo, monótono y a dúo con los dientes prestos de los entonces enfurecidos
canes rocheleros Tristán e Isolda.—
• “¡Yo no
entiendo cómo fue
su compromiso matrimonial con
ella, si eran personas
tan dispares¡”, agrega
con firmeza el guaireño comerciante
teutón.
---“-Bueno, Federico, matrimonio y
mortaja del cielo empujan, según corre el refrán también en Alemania. A
Henrietta desde que la conocí me gustó por el impacto que produjo en los
adentros nerviosos que poseo, ya que al doblar imprudente en una pierna hermosa
pude verle la pantorrilla blanca hasta la tibia y casi el peroné, el pelo era
sedoso, la piel suave también y cualquier miriñaque que le ajustara las faldas
con la cintura de avispa lo que no impidiera el paso de mi mano despierta
cuanto acuciosa e investigadora, para en el manoseo extensivo tocar disfrutando de lugares sagrados de su
carne escondida, mientras la futura suegra haciéndose la turca o despistada iba rumbo a la larga
cocina con cierta doble intención libertaria de preparar algún postre Strüdel
de manzana o arándano, o tortas de chocolate con suficiente crema tártara, que
tanto le atraían en aquellas tardes otoñales de solaz. Esos minutos eran
preciosos para mí, a objeto de levantar el ánimo de Henrietta acariciando al
roce puntos delicados de su esbeltez, a pesar de ser indiferente y frígida en esos campos por naturaleza, según se destaca o recuerda la
imaginación sobre las novias trasnochadas pero activas del transilvano conde Vlad Drácula. Y cuando pasado el rato
lisonjero regresa oronda mi futura suegra doña Carlota con las golosinas calientes, aunque
también calientes por el roce continuo ya nos habíamos compuesto la
indumentaria de visita, ella arreglando el traje muy alborotado, como las
sueltas ballenas del corsé, que le daban estilo y talle artificial, y yo
poniendo en su debido sitio a la corbata mariposa de lazos gruesos en colores,
a pesar de lo intranquilo por engorroso que
mantenía cualquier malestar
húmedo entre ambas piernas que entonces transpiran en solaz, de donde con cierto ritmo
de rapidez y contención ingeniosa las entrecruzara.
----“Sin embargo la novia blanca, pálida o de aspecto
del nácar en su concha, porque para así lucir elegantes copas de vinagre a diario consumía, y no reaccionaba a las primeras excitaciones a modo de
caricias, como siente por fuerza mi amiga morena de La
Guaira , que es todo un bocado “de cardenal” y mejor elixir de
provocación, pero pensándolo bien a ella decidí escogerla por mujer casada a
fin de procrear hijos arios, blondos, con ojos azules, teniendo a su vez de
cerca la morena amante hija de von Krassus en el empeño bifronte de obtener
placeres exclusivos de pareja, y sin que lo vayas a comentar, Amalia es buena
amiga, de gran capacidad y complaciente
al extremo, que además había estudiado
enfermería en Alemania, de manera que como jamás se niega a los deleites
eróticos por ratos renuevo el gusto femenino de lo abstracto para satisfacer los
apetitos sexuales fáusticos, o mejor decir donjuanescos, aunque lo de Henrietta
tenía distinta significación emotiva en este dominio de lo apasionado, y más
cuando ella atando cabos ciertos pudo deducir otros enredos amatorios de mi
parte, por la fragancia estercolaria de la ropa íntima, lo que ante el postrero desengaño que en volandas descubre
de esas resultas ulteriores la llevó a ser profundamente desinteresada,
contradictoria y difícil cuanto más de encenderle el ánimo a cualquiera, pues
en los últimos tiempos de nuestro amargo pero tierno idilio picaresco sajón la
mujer se mantuvo compitiendo con un iceberg traído a rastras de Groenlandia,
período negativo en que, precisamente, para calmar lujurias imprevistas tuve
más acercamiento sexual con ese ser
comprensivo que es Amalia, mujer menuda, pequeña, tirando a pelirroja pero de
buenos
AMALIA WEISSMANN, AMOR Y CONFIDENTE INSEPARABLE DE KNOCHE. pechos
erguidos con pezón en negro y dientes de porcelana, pecosa hasta en la espalda
y el trasero puntual, y con ella sí seguí una relación oportuna aunque a veces
monótona por la falta de tiempo, que
bajo el manto espacioso de las investigaciones nocturnas se hizo pacífica,
tranquila y sin nervios desviados,
diferente a lo sumo, pero no por ello menos importante en el goce continuo del
placer”.
“En ese momento inoportuno en la tienda de Herr Federico apareció
corriendo, como alma que lleva el diablo mefisto embestido por el viento, un
empleado del tren trepidante de pasajeros y carga que en 34 millas australianas
conduce servicios muy quedos de La
Guaira a Caracas, o viceversa, y en correcto alemán bávaro
informa de prisa que a mitad del camino ferroso en la fuerte subida de zigzag
había descarrilado la locomotora que llaman Marrana y el último vagón,
contándose por ello varios aporreados o contusos,, algunos heridos y una
señorita “sehr schön” caraqueña de apellido Blaubach, que casi se muere de
susto cuando sintió lo del encontronazo y la caída brusca del equipaje frente a
su nariz, lo que de todas formas o más miedo le produjo un molesto chichón
doloroso en la cabeza. La pobre muchacha cariacontecida vivía en casa diagonal
con los pastoreños Arriens, y era miembro afortunado de las elitescas familias
germanas que se establecieron en Caracas a orillas del glamoroso río Guaire y
su vecindario murmurador, luego de finalizada a medias por continuar los odios,
o sea la cruel y prematura contienda de Independencia, que en el fondo nada
liberó.
---“-Este tren es muy peligroso, como todo lo
inglés, comenta Federico, porque a punto de reventar las calderas, apestoso a
aguardiente o caña blanca sube sin cese
y casi empujado por la necesidad del servicio desde el puerto de La Guaira hasta la estación
terminal Hauptbahnhof caraqueña de Caño Amarillo, por entre numerosos túneles o
cuevas con murciélagos hambrientos de
visita y puentes solitarios en el aire pesado del sofoco, ahogante, que lo
mantienen a uno en vilo como ahogado y
menos sueño durante todo el peliagudo trayecto, puesto que cubiertos de humo
cenizoso del carbón mineral pareciera que como ave sin norte o seña vamos
volando al mirar las alturas y las oquedades en que se anda por entre los abismos
profundos del abra de Tacagua o, al contrario, repuestos de este inicial terror
da la impresión optimista que el osado viajero en sentido inverso de la mano
del Dante prosigue del Purgatorio de las almas débiles hacia el propio Infierno
de los espíritus rebeldes, pues en las angostas galerías llenas al tiempo de
humareda pegajosa como producto del tizne aéreo que todo lo embarga, se siente
en nuestra garganta de agalludos la preocupante asfixia de una muerte anunciada”.
----“Mira, bueno, lieber Federico, yo prefiero
ese trayecto férreo que entre pinares, algunos abedules importados con nidos de
oropéndolas, hortensias y eucaliptus cruza despacio por las encrucijadas de Los
Teques, hecho realidad mediante la memoria poco conocida del ingeniero Knopp y
sus empleados alemanes, que en la comparación posible se haga con el viejo
camino de a caballo y diligencias vencidas antes utilizado para llegar hasta
Caracas. Acuérdate que nuestro plan
ferrovial fue diseñado en el propio Berlín y que el dinero para realizar la
obra maestra debió prestarse por intermedio del banco Disconto Gesellschaft,
representado aquí por el hebreo hamburgués Isaac Pardo, el mismo del negocio
redondo que hizo con el vivazo, ladrón almibarado, bellaco y avaro de Guzmán
Blanco. Por cierto que recuerdo como si fuera hoy la regia fiesta de
inauguración del viaje sobre rieles tudescos “uber alles” hacia Valencia, a la
que fui invitado y donde entre consortes imaginarios amén de muchas joyas
fantasiosas la esbelta condesa von Kleist vestía traje de tafetán, de anchos
pliegues, la señora Müller lució de colmada muselina color ladrillo, a
excepción del pliegue de los codos, con guantes en cabritilla, y la pretenciosa
Frau Schiricke anduvo envuelta de seda rayada bajo tono marino, donde en medio
de mostachos gruesos todo vibró al tiempo de la batahola de discursos
rimbombantes y hasta quejumbrosos que suceden en honor de nuestro amado Reich y
el destape sonoro de botellas vinícolas riesling del espumoso Rin o el cantarino
Mosela, rindiéndose tributo necesario en aquella oportuna rochela de ocasión al
divino dios Baco, compinche de Dionisos, mediante cosechas escogidas del rubio
néctar dulzaino de Liebfraumilch, cargadas desde Hamburgo y puestas en La Guaira por la suerte de
veleros precoces y algún viento de proa como parte festiva para realzar tan
magno acontecimiento de postín.
6
Ahora
sí puedo ir a limpiar con
entera confianza la cara rugosa del viejo doctor Tomás Lander, olvidando el
espacio perdido de la escondida senda colonial y a la vez el vaivén tortuoso de
Caracas con que se alejan las boñigas mefíticas del camino de piedras, y así dejando
atrás la suma del tiempo y la agenda que presiona visito al coterráneo sabio
doctor Adolfo Ernst, a quien en la mañana se le extraviaran las antiparras
sustitutas de gafas quevedianas adquiridas en Dresde, y al joven científico
Vicente Marcano, quien por lo del apellido insular margariteño que le honra
admira las empanadas orientales de cazón, siendo experto en adelantos y
proposiciones ejecutables de verdad, a los de la peña filosófica positivista, tan
adelantados en suposiciones, quienes junto al francés positivo Augusto Comte y
luego de la insanía que a gusto sostuviera, comulgan con diversos cultivadores
de estas serias ideas novatas, como los aventajados Rask y el jurista Kelsen, a
los inseparables Vollmer, tan aristocráticos olorosos a la fragancia germana 4711
y negociantes de altura mercurial, a los colegas de la reforma luterana
prendidos a diario con tesón en los versículos crípticos de la Biblia orientadora de Worms,
y a los del templo masónico de Maturín, expertos en sectas medievales, enigmas
paleográficos, escondrijos rosacrusianos y hasta en disgustos revolucionarios
de utopías momentáneas que se jactan de haber cumplido un papel más que
ejemplar en la penosa contienda de la Independencia , que como dije no fue tal. Otros
conocidos de pumpá, chaqué de corto ciñe, hasta del absurdo frac con colas partidas, cualquier bisoñé cómplice,
paltó levita y botines cubiertos escarchados, encuentro de tropiezo en los
alrededores residenciales del León de Oro, de la Posada del Ángel, olorosa a
paella española como a tabaco cubano, establecida en el ángulo norte de la Catedral y muy
deteriorada en los tiempos presentes por las campanas que la cimbran, en la Plaza Mayor y sus
arcadas buhoneriles, llena de ventorrillos separados, que ahora como gesto
idolátrico de quienes lo execraron llaman Bolívar, y hasta algunos rezagados
hallo en la tertulia juguetona del Hotel Klindt, plena de naipes tramposos o
cargados, donde pernocta una cantante aragonesa de cuplés, nalgas en alza con
amarres que sustentan y otros aditamentos acomodados, en cuyo acogedor sitio de
viajeros comerciantes no muy santos y
especuladores de baratijas detengo mis andares con frecuencia, y soy huésped de
cierta consideración.
Antes del mediodía campanil me presento frente
a la casa amarillenta y en descuido del doctor Lander, entro luego al largo
zaguán cubierto de cerámicas de Talavera con escenas taurómacas, y en el
segundo portón casi en oscuras golpeo suavemente el portillo manual en tres
oportunidades sonoras. ¡Tin¡. ¡Tan¡.!Tan¡. De pronto se despeja una suerte de reja
a manera de ventanuco morisco de la aljamía y al notar mi presencia conocida de
seguidas el servicio interior descorre la tranca protectora para abrir la
puerta señalada, al tiempo que saludo cortésmente y paso adelante, mientras en
viejo perchero de caoba veteado cuelgo el sombrero de bombín a la inglesa,
recién adquirido por cuotas en la Casa Borsalino , deposito el bastón africano de
ébano importado con empuñadura y siglas monográficas G.K. engastadas en oro
cochano, aparto la tapa redonda afiligranada del reloj de origen malabar, luego
reviso con paciencia la hora consustanciada al tiempo en la leontina áurea que
ahora cuelga del corto chaleco gris en ocasión de estreno, y en el enladrillado
corredor lleno de peligrosas corrientes de aire mas no exento de moscas
fastidiosas, por ser húmeda la temporada, me arrellano en una cómoda mecedora de
esterilla tejida por expertos manuales de sangre mestiza, para ir moviendo el
cuerpo a satisfacción del vaivén, mientras aguardo a las hijas pendientes del terco
caudillo liberal, faramallero éste cuanto armador de tumultos, que había muerto
antes de tiempo por cierto espanto que lo acosa y la violenta ruptura de un
aneurisma cerebral, según se desprendió sin vueltas o sospechas de la autopsia
delicada que en conclusiones certeras mantuve por largo rato estudiando entre
las limpias concavidades de mis manos expertas en cadáveres insepultos.
Las dos viejas señoritas solteronas, “y de las
de antes”, según acostumbraron al tiempo señalar con énfasis y apuntando el
dedo aclaratorio, por el si acaso o las
dudas de su entera virginidad, pequeñas, encaprichadas, casi iguales y de mente
siamesa, si a ver vamos se extendieron
en gratitudes para conmigo, mientras luego de desechar gentilmente un consomé
de pichones de paloma casera, el servicio cocinero de rollizas negras
martiniqueñas trajo una taza de chocolate tibio y diversos panecillos dulces
con pasas apenas salidos del horno familiar. Hablamos de lo divino e
inconsistente, de la Caracas
actual y en específicas materias de lo humano, de las locuras de esa guerra de
permanencia ya cansona, que es negocio propincuo para unos, del pirómano cueño
de nombre profético y apellido Zamora, bigotudo en cepillo, apasionado por la superchería, narizón visto
de perfil para mejor signo de identidad y amante de los kepis con una pluma de
ave carnicera sobre la gorra, bandido popular de campos destrozados a quien después pusiera
por los cielos sin nubes del heroísmo olímpico el poeta estrambótico Delpino y Lamas, otro desquiciado caraqueño
salido de
VLAD TEPES, RUMANO,
VAMPIRO POR EXCELENCIA EN SU CASTILLO DE
BRAN. VISITÓ A Knoche en (Galipán).ultratumba y de verdadera colección, así
como también recordamos en tal perorata infantiloide que desliza las diabluras
o artilugios defensivos de los presidentes y hermanos Monagas, una familia lujuriosa
de la sabana oriental llanera no inundable y de perpetua rapiña, manejada por
cuatro matones sin escrúpulos que engañando a incautos desgobernaron utilizando el inaudito tiempo perdido
en
Luego
de aquella conversación tan atrayente
como fluída, que ahora cada mes se había
hecho consuetudinaria en los detalles, de inmediato pido permiso para retirarme y penetrar en el santuario o
sarcófago budista donde yacía sentada en posición de calma chicha terrena la
momia carcomida del susodicho panfletista Lander. Por esta causa primordial atravieso una
cortina gris rasgada en flecos de la oscura oficina o consultorio craneal de
este vidente, y ante la luz azulosa de
cierta lámpara gasífera de carburo saludo al viejo caudillo caraqueño y procedo
a realizar la rutinaria toilette de mantenimiento, mientras más admiro su grado
de conservación y lucidez y un osado perro
proveniente de la calle me molesta el zapato con ganas de orinar.
----“Sí, doctor Knoche, la fiesta no está para bailar
joropos, como lo hacía festivo en mi escabrosa finca de los Valles del Tuy,
porque muerto el asesino taimado de Zamora, sucesor del vandálico asturiano Boves,
por más liberal que dijera ser, desde este escritorio en que me hallo sin
escribir no jota estoy al tanto de todos los acontecimientos y bochinches o
bochornos nacionales, ya que según bien
se conoce, las paredes oyen, el anciano Páez por ahora es monórquido, pues le
falta una criadilla a causa de la guerra anterior y resuella por la herida del desencanto
amatorio, mientras en Nueva York toca un quejoso violín artesanal, y el peludo chucho
Pinken aturdido por las pulgas y el hambre ladra quejoso a su vera otoñal,
compañero servil al que alude en cuanta carta depresiva escribe a Caracas.
Ahora el joven y despierto Guzmán Blanco empieza a recoger dinero en cuentas
mal habidas, mientras nunca cesa de afirmar obstinado de lo imposible, que no
fue el asesino del bárbaro
(OLEO DE GILLES DE RAIS, ASESINO CONFESO Y EXTERMINADOR AMIGO DE SANTA JUANA
DE ARCO, ADMIRADO POR KNOCHE.) narizón Zamora,
pero que sí lo hizo con el fusilamiento “y a mucha honra” del pequeñín cojonudo
y también bárbaro casi enano y malcriado
general cojedeño Matías Salazar, de quien con tranquilidad pasmosa conteniendo
el aire en los pulmones dijo a viva voz de trueno, para que en las fronteras
del miedo escurridizo todos lo oyeran a destajo profético y en frase lapidaria: “!Sí, ese muerto es mío. ¡Yo lo maté¡”.
Lander asaz
despreciaba al general Carlos Soublette
ya que era un don nadie a pesar del apellido mantuano que lució cual presea
servil, militar de retaguardia pues las batallas en las que fue partícipe
tuvieron un fin trágico para la causa republicana, que era también un interesado
y por eso se enreda en matrimonio con una rica mujer feísima, como bruja de aquelarre
malsano y la cara de urraca, además celosa con el catire general, que tuvo
cierta fuerte discusión por arreglo de cuentas con el aventurero coronel Juan
Uslar, el marido de Luisa, venido en plan de pelea y alboroto abierto desde el
antiguo principado alemán de Hannover, afín por ligámenes sanguíneos de la casa
real inglesa, y que además calló y fue complaciente ante el enredo de sábanas
calientes que tuvo el caraqueño Don
Simón con su hermana la catira Isabel, de suaves ojos verdosos, larga cabellera
cautivante, con aires de princesa de Cléves, hecho público y notorio que fue
esparcido en escondrijos proclives y encendió la chispa flamígera de la
vagancia inadaptada de café durante varios meses en Caracas, por voces llenas
de asombro, misterio o estupor que traían esas y otras noticias menudas en
derrame desde la atribulada a la vez que tamborilera por alcahueta Cartagena de
Indias”.
---“-Pero lo que me saca de quicio, Godofredo,
es la carnicería que mandó a cometer el sátrapa José Tadeo Monagas, cuando
desde el confín apureño sabanero a pesar del olor pestífero con cortejo zamural recibe
ISABEL BATHORY, DE ORIGEN HÚNGARO, DESQUICIADA MENTAL, ASESINA BRUTAL. cabezas humanas envueltas en costales, pisotea todos los derechos ciudadanos y ordena disparar a mansalva contra los pusilánimes miembros del Congreso caraqueño en enero del 48, y entre tantos de ellos asombrados y hasta acobardados del ataque muere por un bayonetazo en la nalga cerca del escroto que gangrena la carne, mi compañero de andanzas el calvo y buenote exministro Santos Michelena. Fuera del olor fuerte, mugroso, excrementarlo, escatológico y nada religioso, que se propaga en aquella tarde oscura en que brota la sangre por entresijos carnales, no había razón para esa nueva fiesta vengativa de San Bartolomé, con que se produce tal crimen monstruoso del Parlamento en sesión, que lo habrá de llevar por siempre en la conciencia o de estigma el gobernador llanero, astuto, muérgano y asesino rebelde”. Y sobre el particular angustioso afirmando sus ideas inflexibles Lander regocijado me lee lo que con fondo cáustico a la vez que encendido de pasión dentro del retintín que estila, ha escrito a través de graciosas letras cursivas monacales, en el reciente periódico local “El Venezolano”.
Era tanta la furia de sus palabras precisas,
cortantes, que fui obligado a limpiarle la frente en dos oportunidades,
mientras fruncía el ceño y hace ciertas muecas que mostraban nerviosismo y
arrebato casi fuera de sí. Luego se sosegó de pronto y en el karma que transita
ahora entra despacio con una suerte de
sueño programado, lejos de la melancolía que embarga sus sentidos, mientras permite
calzarle los guantes de cuero liso que ha poco le obsequian y las redondas gafas
cataratosas, y luego se fue yendo como en andar de olas pausadas hacia el Más Allá,
al limbo impenetrable, al subconsciente sedante, de donde a veces venía a
conversar con su médico de cabecera y al que confesaba en voz baja por
imperceptible los más íntimos sucesos de la vida existencial y de esa otra
permanencia de muerto que no entierran, con sus anécdotas e irreverencias que
le enfadan, sin descansar el alma, a que fue confinado por el empeño vanidoso de
las propias hijas, quienes cada mañana con pisadas trémulas de escarpines
tejidos entraban a la pieza sombría, hedionda a esqueleto en abandono y colilla
de cigarro, donde yo esparciera formol mezclado de lavanda a cada instante, con
apenas un rayo de luz existente que se desprende entre las grietas mayores en
alzada, para al hincarse de rodillas por contritas y los ojos acuosos a través
de desgarrante súplica pedir su santa bendición, en un satánico por sacralizado
cuanto inaudito rito viviente sepulcral.
7
En
la tarde pude conocer de veras
al potentado Ulrich Vollmer, natural del
marítimo Bremen, patriarca señero de una familia numerosa que desde su finca
aragüeña “El Chaguaramal” tenía inundado y en suspenso el centro del país con
papelón cónico claro, panela en cuadros rectangulares, panelitas de San
Joaquín, melaza para alimentar ganados lácteos o cerdos de buen engorde y
trompa, azúcar morena de dulce caña, aguardiente antillano de contrabando y costosos
rones añejos de calidad, hechos de manera artesanal y a escondidas en alambique
de cobre que le prestan, horno, destilador, vasijas, bidones, toneles, caldera
de fuego concentrado, retortas y serpentín de espirales, y además de otros
productos cónsonos a esta industria vivaz como las mieles oportunas, cachazas,
batidos aliñados y melcochas suaves que por cientos produjera comercialmente,
hasta de día y en turnos escondidos por la noche, para evadiendo suspicacias y pagos onerosos tributarios sustentar los
gustos personales de la dispersa clientela y cómodamente a su numerosa familia
patriarcal. Ulrich había venido del Ansa gerrmana a Venezuela un tanto en
retraso del tiempo, a la búsqueda del milagroso grano dl café arábigo, después
de los intentos oficiales de traer a varios contingentes alemanes con gorros,
cucardas y polainas calzados desde el corazón de aquellos territorios
principescos, cuando la Guerra
de Independencia orfelina dejara por acá una estela de muertos suplicando
justicia. Mientras ello ocurre cada día, allá en aquel descampado guerrero en desamparo se pudo formar otro
batallón de gente sin sentido con centenares de milicias ayunas de banderas tarifadas y desempleados
fijos, luego de los sangrientos combates napoleónicos, quienes para remachar el
hábito costumbrista en forma por demás ancestral dichos valientes gladiadores
querían seguir el curso dañino de las
peleas intestinas mediante la fuerza atávica de varias generaciones
predispuestas al ataque o la defensa contumaz. Por ello, en muchos pueblos
prusianos y del vecindario pleitista se esgrimieron alientos de progreso a
favor de los que cruzaran el Atlántico con la intención de luchar en una
disputa o escaramuza sin cuartel o temporada adversando los fieros peninsulares españoles y
algunos canarios aherrojados o contra los salvajes canarios, las sabandijas
pululantes a escoger y en especial para darles duro en el talón de Aquiles a
los recalcitrantes criollos realistas, como soldados descalzos o simples
arrieros de esperanzas, que así fueron la mayoría de los advenedizos a la
contienda reprochada y quienes pelearon
utilizando simples picas, espadones, chuzos, lanzetas, machetes, garrotes, navajas,
puñales y cuchillos entre los dientes sustentados, hasta el último momento de
la parranda fratricida.
----Sí, ya he aprendido mediante relatos
dispersos al voleo que la mitad de la
población de Venezuela desapareció inmolada por causa de estos pleitos
intestinos, la disentería o el paludismo atroz, y que el resto no estuvo para
menos porque vivía furiosa con toda la tremolina en pugna y lo que fuera
aconteciendo en medio de tanta locura desbordada. Pero de buen augurio
aventurero siempre me vine en pos del comercio y la mejor fortuna, como lo
hicieran los antepasados Welser, a la busca de ideas propias, ya que en ese
tejemaneje del mundo material o de la riqueza fácil crecí y traje a mi mujer y
a los hijos pequeños, mientras este país llamaba la atención a muchos de
nosotros no en el rastreo del oportuno botín
guerrero sino cuando comenzó a llegar excelente café de primera clase y
olorosas cargas de cacao en semilla a los puertos norteños de Alemania, lo que
cual reguero de pólvora blanca chinesa fue un detonante económico para que
tantas familias animosas de cambio y algunos adúlteros confesos vinieran hacia
el nuevo El Dorado de América del Sur. Ahora hasta se comenta la existencia de
mucho oro escondido y fúlgidos diamantes que en medio de disputas imperiales
sin fin abundan en el infierno erótico de la selva guayanesa, donde el horrible
y tórrido diablo escupe fuegos Canaima, todopoderoso señor de esos territorios
sin fin que otros tildan Candanga, hace de las suyas
sin pensar dos veces en el tremedal de
la vida cotidiana.
---“-No, sí es verdad innegable lo que has
dicho, contesté al interlocutor mientras
admirábamos el tranquilo a ratos valle de Caracas desde las alturas de Blandín,
muy cerca de Chacao, periferia en la que Ulrich vivió sin estrecheces, bien
alejado de la miseria, mientras su “sehr gute” y sólida mujer Frida nos
aporta dos aromáticas por calientes tazas de moca arábigo, cultivado en esa
misma hacienda bien mantenida que antes era propiedad de un sacerdote de
apellido Mohedano, flaco, de nariz
alargada en pepino, pero activo y borracho de la agricultura tropical.
----Danke
sehr, agrego de cortesía. Y ella, gorda por rolliza de carnes,
cara redonda y de crinejas como el trigo candeal en sazón, retirando los
estimulantes pocillos de porcelana meissen consumidos bajó la cabeza hasta pegarla al pecho
para el reír escaso y en privado con
clásica sencillez, en signo de agradecimiento y buenos ademanes esgrimidos.
----“Por cierto me han dicho que en las
últimas semanas llegaron a través de Puerto Cabello y La Guaira otras nueve familias
prusianas, a la conversación agrega Ulrrich, a pesar de que aquí hay caníbales
a montón, como es costumbre idiota oír
en Alemania, pues por encima de la
violencia y muerte que se hizo con la pequeña hija de un compatriota de la
arrogante Nuremberg, que habita cerca de la quebrada Anauco, y aquella atarantada
Fredericka, quien de amante compulsiva se fue a vivir bajo techo de palmas con
un orodentino negro seductor de
Barlovento y de quien no se supo más y menos del sortario africano, por otras
señas de identidad carente de medio pie mutilado y a quien faltara además el
índice ejecutor de la mano derecha, que en la buenas mímicas le sirviera para
expresar su grosería, te repito, pues, que fuera de estos casos dolorosos por
extraños al ambiente tropical, la combinada colonia germana goza de paz y
armonía con las circunstancias apremiantes y el entendimiento social”.
El obeso, vestido de corto calzón corto verde oliva, rojizo y bonachón colega de
parranda entonces ya entrado en algunas
birras o cervezas caseras del natural estímulo etílico y creyéndose estar en el propio
jolgorio del Oktoberfest muniqués, entonces fue más locuaz y afable, con
grandes proyectos industriales en mientes, concebidos según había visto de
cerca en la tierra nativa, y hasta pensaba instalar en Caracas una taberna
típica para paisanos y su fábrica alcohólica espumosa atrás del mostrador, porque dijo conocer de
antiguos familiares el manejo de estos crudos o mostos impregnados de fermentos
y su afinada producción artesanal.
El confidente Ulrich siguió extendiéndose en útiles
conversaciones serias ajenas al licor sobre el nuevo y empecinado ferrocarril
alemán que cruza por Los Teques a Puerto Cabello, mas como variando el paisaje
rural pendiente de túneles, puentes y aves migratorias carroñeras, y en lo
tocante al famoso préstamo para su realización hecho por la entidad financiera
berlinesa Disconto Gesellschaft, sin pestañar apunta con premura:
---“-Ponte en el caso, Godfredo, que de los
cincuenta millones contantes y sonantes que entregara el banco en ese momento,
por causas de engaño o picardía desplegada ni un sólo centavo llegó a
Venezuela, pues a todo le metieron mano los rufianes políticos crespistas mediante
comisiones codiciosas, con fines aviesos al depositar dichos capitales en
gruesas cuentas privadas extranjeras”.
----“Esto es insólito -prosigue Ulrich con el
disgusto que mantiene-, y si a ver vamos las entidades prestamistas siempre hacen
de las suyas en el país, pues cometen toda suerte de tropelías, como el agio y
la usura, sin que nadie las persiga. Recuerde el disgusto habido con el
pilluelo Elías Mocatta y el escándalo reciente que se produjera ante la quiebra
fraudulenta del codicioso Isaac Pardo, despierto sefardí venido de los estratos
orilleros de Hamburgo, que aquí a la chita callando cual ilusionista mago de Oriente con sombrero de copa negro,
barbudo por demás y rodeado de buenas
relaciones metió la experta mano en el dinero fresco, dejando a cambio de tal
timo papeles sin ningún valor, y para compensar el bolsillo vacío como
versado en el manejo de expertas magias
negras tracaleras y por arte de
prestidigitación con cierta lengua aterciopelada y seductiva se lleva gruesas cantidades metálicas en
francos franceses, libras esterlinas, marcos alemanes y aguileños dólares
americanos. Y ahora el cara lavada y de murciélago infantil ese al lado de sus hijas y otras amigas negociantes
turcas de la cuadra, tan ufano se pasea con capa y sombrillas negras para
evitar arrugas solares, sobre landós, quitrines o birlochos que resaltan
limpieza de estereotipo y por encima del
estorbo móvil de las ruinas en abandono que se encuentran a montón sobre
algunas calles enmontascadas de la ciudad, convertidas en restos o recuerdos
premonitorios del fatídico terremoto sanguinario de 1812.
Algo que a Herr Vollmer conmueve de verdad es la disipación de las costumbres que ocurre
en la mojigata Caracas, según lo cuenta en detalles ejemplares, pues ha tenido
conocimiento que algunas prostitutas francesas de ruin estirpe y buen talante se han establecido en burdeles
atrayentes cerca de El Guarataro y San Juan, para ejercer el oficio más viejo
del mundo, bajo el mando de un canoso capitán francés, gigoló del clan Marsella
y de apellido Dupin, cosas diferentes a las tres casas floridas de “madamas”
enjoyadas que bajo el esplendor versallesco de esta Caracas a la que Guzmán
Blanco y sus áulicos empeñosos llaman el “Petit Paris”, se encuentran dos
establecidas por el mal llamado Arco de la Federación , en los pies
de El Calvario, y la otra muy céntrica, fascinante como el circo romano de
animales, próxima de la concurrida esquina de Arguinzones y manejada entre
tazas de aromático té con cardamomo por una esbelta cabrona de apellido
Delfino.
----Sie
haben recht. “¡Qué descaro al
que hemos llegado!, opinan ambos contertulios, “!Dígame, si Don Simón se
levantara de su sepulcro lodoso al ver este bochorno en que vivimos, se
volvería a morir, pero ahora de rabia o al menos de pena contagiosa. Allí está
el problema latente de los negritos manumisos, con la vaina enorme que les echó
Goyo Monagas, el general menos malo de todo ese clan, pues ya que no había
trabajo de sustento para ellos al ser liberados de sus amos, si no podían vivir
en las estancias de origen esclavista por fuerza del destino se meten a roba
gallinas, lambucios, a brujos de pacotilla, chulos, asaltantes, cuatreros o a cualquier
cosa indigna para no morir de mengua y hasta de frustración. Entonces a esos libertos no los
querían ni autovendidos y menos regalados. Caso aparte es el de las negras
libertinas, insinuantes, tetonas, caderudas, con traseros bien formados e
introducidas luego en la sociedad, que para compensar los trescientos años de
esclavitud o el ultraje pendiente están como mono con huevo, todas vanidosas,
echonas, y se dejan pronunciar más los senos y las posaderas con artificios resaltantes,
o se los ciñen bien para que en el asombro escultural sobresalgan, además tienen
áureas piezas de joyeros dentales para llamar la atención, caminan alborotadas
por tacones en zapatos de piel a la francesa, usan ropas blancas, amplias,
envueltas de almidón, con bordados de calidad bahiana, y cuelgan de sus brazos robustos,
orejas reducidas y el cuello para
mostrar infinidad de prendas de oro o collares de perlas finas, sin saberse el
origen, lo que les estaba totalmente prohibido en el disfrute durante la larga noche
de dependencia colonial española. El engreimiento increíble de algunas
vivarachas de ocasión las llevan a casi no mirar, sino de perfil, al sesgo o de
bajos ojos, atractivos, pizpiretos, de donde el vulgo caraqueño las llama con
razón y tildándolas por soberbias, de “negritas cucurumberas”.
Mientras
descendía hacia La Guaira en el lento y
frenado tren de carbón construido por la sociedad alemana Grosse Venezuela
Eisenbahn Gesellschaft, con una mayor pendiente a sufrir después del sitio
rocoso de El Alto, lugar donde entre cinco estaciones del camino la locomotora
mayor se detiene para abastecer el tanque de agua fresca sin batracios y a
veces de combustible fósil, al paso de estos acontecimientos banales del tránsito
de ocasión y con tiempo suficiente, recostado en letargo escogido sobre
almohada plumífera que coloco en un ángulo de la ventana del vagón, sin apuros
mayores pude pensar soñando en la mulata Priscila, y ella excitaba mis
dendritas cerebrales al estilo de Leibnitz, vueltas hacia el entendimiento
cabal cuando me pedía cuentas sobre los viajes últimos que realicé a lomo de
bestia caballar, por el primer camino de recuas existente hecho a ratos de
piedras labradas al destino, como obra de los recios godos gachupines. A este
tránsito montañoso de la cordillera central no lo olvido jamás, pues bien asentó
la morena de la copla sobre el cuidado que debiera tener de emboscadas en esas
soledades ventosas de la travesía, por lo que muchos viajeros previniendo
peligros a esquivar recuerdan con su ejemplo al famoso bandido cordobés “Tempranillo”,
amo mercurial de Sierra Morena y Peñaroya, por lo
que tomando suma precaución con trabucos naranjeros se acompañaban de arrieros, escoltas y
soldados desertores que como diestros en la lucha personal de a cuchillo sabían
hacer uso rápido de las armas defensivas, principalmente blancas filosas y hasta penetrantes
hojas de acero curvas que a veces eran
toledanas.
8
----“¡Cuéntame entonces ¿qué fue
lo que ocurrió anteayer, en tu sorpresivo viaje a la capital?¡”, indaga la
mulata Priscila con demasiado interés.
Priscila María entonces permanece muy vistosa
y llena de juventud, con los cabellos sueltos y los pechos insinuantes, mientras
abrió los ojos en desmesura que fueron puestos
fijamente sobre el hombre que verdaderamente ama y quien enhebra palabras del discurso horizontal con
cierto canto duro del acento sajón, mientras ella se dispone a oír la cruda reseña de la andanza complicada.
---“-Bueno, como sabrás esta vez salí sin
acompañante para Caracas por enfermedad del ordenanza en turno y cerca de las
seis del amanecido día miércoles. La mañana era fría e iba montado a gusto en
el blanco caballo Kaiser, de excelente buen trote jinetero, mejor galopar y
fortaleza para subir la empinada cuesta de Maiquetía, que después se fue
poniendo helada, recordándome al paso del viaje pedregoso aquellos combates
peliagudos que tuvieron los caraqueños en ese camino solitario como evitando
ser invadidos por el pirata francés Granmont, servidor atento del perfumado rey
Luis XIV, y al tiempo en la búsqueda de no repetirse la toma hiriente de la
ciudad, que por el canjilón de Macuto arriba también siguieran los corsarios
ingleses de sir Preston y la antipática reina Isabel, olorosa “y no a ámbar” al
decir de Cervantes como la tocaya Isabel
de Castilla, para con la desplegada bandera real del jabalí guerrero sobre
campo rojo, vistoso vestuario de gala dominguera y a tambor batiente con gaita
escocesa por delante, entrar triunfantes irrumpiendo en la campiña de la Sabana del Blanco avileña y
el sitio de Ñaraulí, episodio que te contaré después, con pelos y señales. En
ese andar imparable continúo el sendero montuoso bordeando mohosas ruinas de
castillos, toscos baluartes y efímeros fortines militares que a lo largo del
camino colmado de lajas rocosas construyeron los temerarios canteros españoles
para eludir tantos asaltos imprevistos, valga recordar los cuarteles El Vigía y
El Salto de Agua, compuestos de garitas, murallas, fosos, torres, puentes
levadizos, santabárbaras, atalayas y almenas, cuyas piedras seculares a la
manera de águilas en vela perduran en lo alto de la montaña mecidas por la
visión remota del mar, y al otro lado de este escenario pastoril que en soledad
asusta, cubierto con más despojos de hoyos defensivos, vallas, trincheras,
parapetos, muros, miradores, empalizadas y osamentas dispersas, acompañado de
alguna brisa matinal destemplada se percibe por fin el paisaje verdoso, agreste
y rural de la meseta en altiplano de Caracas, mientras entre una nube de
grillos saltones y mariposas encarnadas a ratos circulan ráfagas de viento y
ruidos que semejan ayes, murmullos, ecos o quebrantos de la sierra cubierta de espesa neblina, en cuyo sendero transitado
dentro del claroscuro que hipnotiza siempre aparecen distorsionadas y desafiantes
al estilo de Cumbres Borrascosas las
fieras construcciones centenarias, ya en vestigios de dignidad, algunas
colmadas de musgos melenudos en cascada, semejando el espectáculo presente como
si anduviera cazando duendes con lobos blancos hambrientos entre las altas ciénagas apestosas
de Escocia, según en tertulia tardía de amigos inconformes contara de esos
lugares predispuestos el irónico doctor José María Vargas, en su Guaira natal.
----“Venía pues, envuelto en una gruesa capa
bicolor a la española e inmerso en medio de la neblina oscura que no dejaba casi ver, cuando de
pronto a mi lado y hacia el sentido contrario de La Guaira oigo seguir al paso
un contingente brusco de soldados que no se detienen, los que en verdad presumo
eran almas en pena porque ni caballos ni menos penitentes se vislumbran en el
barullo escénico, por encima del esfuerzo óptico que en el trayecto opuesto me
propuse, salvo el lamento escuchado de sus deposiciones altaneras donde apenas
se oyeron gemidos difusos como frases estertóreas entrecortadas y tocantes a un
sorprendente ataque del adversario europeo en ese puerto montañero del litoral.
Tuve necesidad de apretar muy duro la brida del corcel blanco y cascos negros
que cabalgo porque en tal desconcierto de voces enardecidas el desconfiado
Kaiser trató de encabritarse y seguir una carrera loca hacia la eternidad del
viento, en medio de tantos precipicios también borrascosos que existen al garete y por demás descubiertos.
Gracias al Dios de las alturas que de ese peligro inminente de espantos, aves
gritonas que causan estupor y simas invisibles en juego múltiple nada sucedió entonces, ni menos pudo resbalarse el equino
excitado sobre la pista de guijarros húmedos por tanto percance sobrevenido en
situaciones verdaderamente inexplicables. Pero a poco o más luego del tránsito sobre la ruinosa mansión de Guayabal, según dicen sepulcro aéreo de toda una familia irreverente, el cielo se
despeja de dudas temporales, las nubes maliciosas continúan derroteros
oportunos y para asombro de mis ojos nerviosos en alguna distancia adelante, ya
sobre la travesía en curso de la cordillera boscosa y algunos atisbos de
cafetos de la hacienda Corozal, mientras juguetean en el aire finas gotas de
rocío sin otra espera pude contemplar en el suelo a dos hombres asesinados
presuntamente por forajidos salteadores, que a la vera del camino traidor
yacían boca arriba con sendos disparos de trabuco en la cabeza, y para mayor
pánico del acto en desarrollo, como a cien metros del sitio mortecino, pasada
la escuálida venta indígena chichera y antes de ganar la acogedora fonda de
menestras o venta afincada cerca de la cumbre del camino, lugar por cierto de inolvidables
sancochos dominicales donde a veces desayuno gustosas arepas del budare a la
brasa y hasta con hambre oportuna desatada, en la extraña coincidencia del
momento al unísono hallé tirados en el húmedo suelo cierto gorro castrense con insignias de mando y un
espadín de oficial mayor republicano, sin escudo real desde luego, lo que me
hizo pensar de seguidas en algún rehén inconforme que con disgusto propio
llevaban a cuestas o a remolque los truhanes bandoleros en función.
• “Este
suceso inesperado lo comunico de inmediato al popular sargento García, policía rural de rolo y chopo que siempre
anduvo de turno en la posada de las
nubes, quien sin espera de otros comentarios responde iba a activar una
investigación severa sobre ambos crímenes nefandos, aunque guardase para mis
adentros y sin contar a nadie, sino a ti, lo de la gorra mojada y el espadín
brillante que conservo como prendas estimables de ese encuentro, en la fiera casona de Buenavista.
Pero lo mejor y más laudable de dicho suceso digno de contar es que al día siguiente
con paciencia indagadora me doy a la tarea de descubrir tales preseas por el
olvido siniestro en que se hallaban, y para mayor asombro, frotando con sal
marina y limón verde tras la herrumbre u orín del metal de la filosa arma con
la pátina encima que lo esconde, encontré impreso el casi borroso nombre de
Simón Bolívar, como el año indeleble de 1813, o sea el de mi nacimiento. Y así,
luego de la limpieza a fondo que hiciera con jabón espumante de Panamá, sobre
el fieltro aludido en su parte interna hallé dos letras consonantes cursivas separadas que eran S y B, lo que demuestra por analogía o ligamen de ideas y conclusión
necesaria, que el sombrero indígena existente en mis manos perteneció sin otra
alternativa al finado Simón Bolívar Palacios, que apenas medía 1,67 centímetros
de estatura y muchos más de penetración
peneal. A buen entendedor pocas palabras, Pues bien. Priscila, aún estoy lleno de complacencia con este
encuentro imprevisto, aunque no entiendo ni puedo creer cómo en aquel momento
de suerte vino a estas manos mías tan
confusa e inesperada señal suficiente que marcó con creces derroteros mentales
de mi variante existencia planetaria. Por eso te repito, como afirma el vulgo
pasajero, no creer en brujas malquerientes pero que existen es verdad
demostrable, y de que vuelan, vuelan y hasta revolotean sin mayores tropiezos espaciales”.
----Seguí en el camino polvoriento por entre
las ráfagas friolentas de aire ventoso que el descuido derriba, y al ser tiempo
de verano desciendo del monte huraño a fin de ingresar con claridad de vista en el angosto valle por la enquistada
Puerta marina de Caracas, donde al compás de dos guardianes alcabaleros sospechosos
de ningún retener y a la vez mofletudos, que allí malviven reposando en unión
de unos chivos insaciables y mal encarados, en dicho tétrico lugar aún corroída
existe la jaula de hierro y el cepo en que con capucha encarnada y toda una
leyenda del gorro frigio revolucionario francés construida a base de recónditos
enigmas, los realistas adversos en la rabia nada reprimida ensartaron la cabeza
peluda del siniestro personaje José Félix Ribas, tío político y después enemigo
perverso del libertador Bolívar, parte corpórea que se mantuvo en vilo erecta y
hedionda a podredumbre mortecina o a cagaruta de zopilote, para escarnio del
público de la subrealidad americana durante muchos años, mientras los gusanos
sirvientes por camadas continuas hicieron de las suyas con saciedad, hasta que
la calva calavera apenas quedó ajustada por un nido de golondrinas encima de
aquel cráneo y con los dientes caninos e incisivos salidos de la boca, colgando
así de los misterios insondables del ayer en este aleccionador recuerdo de la
guerra brutal.
9
Esa
tarde la encantadora Amalia
lució un traje de tul ceñido a la cintura, azul y como el cielo despejado
cubierto de rosas de montaña que ambos veíamos hacia el mar calmo desde la
altura del bajo Galipán, y aún no había recogido el largo cabello sedoso para
empezar un nuevo trabajo anatómico sobre el cadáver fresco que estaba de frente
y a la orden de mis manos, acostado de lleno en la estéril mesa metálica donde
en minutos siguientes habría de hacerle otra autopsia veraz, con la vivisección
desde el cerebro a las uñas de los pies y el análisis de sus vísceras
sangrantes, recogidas luego a favor palatino de los pacientes zamuros que cual
búhos de nueva generación miran hambrientos rondando en el aprieto por una alta
ventana de claraboya donde luego de la medianoche exacta se oían rugidos como
de león mezclados con gritos histéricos
de viejas brujas aledañas, mientras prosigo en el corte específico por secciones
de músculos, tendones y de nervios, ya que con la establecida telepatía
direccional de los cadáveres andaba en el afanoso empeño de descubrir algún
estímulo alquimista que pudiera enderezar mis estudios temáticos hacia la
inmortalidad del ser mediante los cambios reversibles entre tantos muertos y
desaparecidos “picados de centellas”, que con abnegación monástica a través de
los años y en las noches sombrías, a escondidas de miradas aleves sobre el espinazo
de una bestia en mordaza me trajo ese fiel servidor de ilusiones apelado “Quasimodo”,
como con verdadero cariño llamé al contrahecho edecán en honor del divino
francés Víctor Hugo, y porque el pobre sin falsos miramientos era feo, deforme,
casi horrible, como fantasma de la ópera
lleno de cicatrices variolosas y de
verrugas en la cara, además de añadirle el ser jorobado y algo cojo, para la
mejor descripción escénica de este actor popular.
Amalia por encima de todo el espectáculo
circundante fue siempre bella, como flor de la campiña germana, ninfa de una
blancura excesiva y de alabastro que ni el mejor de los pintores famosos, ni el
mismo maestro Durero, la hubiera podido calcar,
y con su espíritu elevado siempre despierto sostenía algunos diálogos
modestos que evocaban nuestras mentes de niño y los recuerdos inolvidables de
la patria lejana aunque presente en las conversaciones oportunas. Además sustentó cierta privada y obsesión frenética por el ordeño continuo
de las vacas, lo que imita conmigo, porque así daba rienda suelta al inspirado
cuadro rural que la vio crecer, y por esta causa sicológica de sentimientos
alternos pronto me hizo adquirir dos hermosos animales con ubres pródigas que
mantiene en cautiverio del pesebre amplio aunque bien nutridos, en un establo
situado exactamente atrás de las salas de sesiones donde vibran los muertos en
experimentación y cerca del mausoleo de
muchos entierros nostálgicos, fetideces de bosta insinuantes que a ratos en el
intercambio triangular de vientos dispersos confundían los aromas o bálsamos
campestres y montesinos penetrando hasta nuestro débil sentido del olfato a
través de las altas ventanas plenas de zamuros en discordia competitiva por comer, que siempre se
interpusieron con nuestro taller de trabajo vital.
----“¿Te acuerdas Fräulein cuando como pequeños querubines todos
inquietos jugábamos al papagayo en el
acurrucado Halberstadt?”.
----“Si, jawohl, desde luego, y también cuando
te fracturaste el brazo izquierdo por intentar subir de prisa y sin cautela
para recoger unas fragantes manzanas en sazón.
Eran tiempos muy tristes, corrida atrás la
primavera, de lucha sin descanso ni cuartel y de peleas vecinales por tierras
disputadas en confines inciertos donde se pierde el horizonte mientras subsiste
la esperanza eterna. Mi abuelo el ganadero había combatido desde esa tierna
edad de la juventud con ejércitos por doquier, de donde deja la novia besucona
a todo trapo para alistarse bajo el impulso feroz de las banderas aguileñas, y
detrás de príncipes del antiguo Sacro Imperio Germánico con el hechizo de brujas y vampiros seguidores
anduvo por cientos de leguas geográficas balbucientes, entre tierras arrasadas y mares apocalípticos, a caballo o
a pie, casi descalzo durante el verano cubierto de insectos desdeñosos o con recias botas militares que desprendiendo
efluvios pasajeros siempre produjeron
callosidades molestas y en algunos
juanetes, muerto de hambre, tiritando de frío o con la cantimplora vacía, al
lado de soldados fallecidos por muertes horrendas de combates pero durmiendo encima del rastrojo de heno o
los manojos de alfalfa recogida en erial y hasta sobre la misma tierra pelada, dura
y roquera, avistando cualquier cochino hocicón o gallina perdida de confiada
para sacrificarlos en bien de la tropa famélica de antaño y dándoles duro por la boca sedienta a los franceses del empecinado gran
caudillo corso Napoleón Bonaparte, que
quiso más a los austriacos por algún complejo de su tamaño o minusvalía propia. Eso lo oí contar tantas
veces en casa y sobre todo cuando entre manoteos rítmicos de conducción
parlante en largas tenidas emocionales el hombre de leyendas inacabadas por
sentirse heroicas se reuniera con tu padre, que era otro senecto militar
siempre vestido con la ceñida casaca roja y por obra de alguna fuerza atávica
desconocida, para a punta de jarras de cerveza elaborada a mano en Munich, Sauerkraut
pimientoso, mostaza alsaciana con mayonesa mallorquina, Kartofell o papas
tiernas en sazón, salchichas insertas en pan Brot y cantos guerreros
espeluznantes de ocasión, al atardecer encendido de muchos encuentros propicios y sin nombre evocaron mil
relatos abiertos de la fantasía bélica germana colmada de leyendas heroicas, a
fin de rematar con júbilo presente aunque asediados de culpa condenable, una
velada clásica en familia, dispuesta eso sí entre risas sueltas y carcajadas por
demás sonoras.
----“Si, mi infancia, Amalia, fue bastante conflictiva
y hasta extraña por original, porque al costado de nuestra casa conocida vivió
entonces una sórdida pareja de ancianos sin parentela generacional que tenía
como hija de cuarentones inmaduros a cierta mamífera mongólica con cara de
pocas liendres tártara y mente insana esteparia, a la que por conmiseración o
pena vecinal mi padre de continuo me obliga a jugar al escondite con ella, y a
veces en el desquicio provocador la demencial criatura venida de ultratumba lloraba a tan altos decibeles, que sin mediar algún
gesto que aclare tal garizapa escandalosa prendido de la oreja filial el
testarudo capitán me transporta hasta el cuarto de dormir pesadillas y allí
deposita a un inocente condenado, con algunos golpes ejemplares encima, por
“haber hecho daño” a esa criatura tosca que en el mirar distante a veces
melancólico o quebrado, parecía un engendro medieval sabatino de aquelarres
polacos, como los del monasterio monjil ursulino de Laudun, para no recordar a
las piromaniacas brujas americanas de Salem salidas del averno pero cercadas
por cuáqueros nerviosos. Esto se repitió
una y más veces, casi con precisión matemática, mientras fui creciendo al
amparo de ese hombre rudo, laborioso, estricto, a veces lleno de
contrasentidos, enamorado de los tambores marciales estrambóticos, admirador
del toque de cornetas, de las guerras comarcanas, los conflictos emocionales pertinentes
y de cargar en casa su casco arrogante por pesado de altas plumas hechiceras,
que en la estrechez sostenida por la nuca le ocasiona ciertos dolores de cabeza,
y por si fuera poco, con diferente amparo protector de una madre cariñosa,
callada por el susto, aunque sobremanera sorprendida.
10
Al otro lado de la espaciosa Plaza Mayor cubierta de pinos enhiestos y luego del caminar irreflexivo frente a la
gótica catedral provinciana que recuerda
a la vienesa de San Esteban, provista de dos enhiestas torres tan hermosas y hasta anidadas de palomas en fuga con un
juego de títeres mecánicos que bailan con las horas, vivían juntos aunque no
revueltos todos los deudos restantes del ricachón con apellido Fugger, tejedor
de telas estimadas y hombre de reales acuñados en oro, o sea una familia de burgomaestres avaros y
adversarios del trueque mas emparentada a su vez con los conocidos banqueros de
antaño que llamaron Welser, de donde por antonomasia eran muy estrictos en el manejo
de los marcos de plata y así de otras monedas finas sin corte del mercado
usual, lo que se extendía entre ellos como modelo de mezquindad altruista y sin excepción a la pobreza
mendicante diaria del vestir, de la vivienda nada sensacional y la estrechez
hambrienta en el condumio cotidiano, siempre a base de caldos baratos con
huesos sueltos de res, nabos, coles y repollos, avenas turbias, trigo integral,
vino casero de pipa, manos, orejas o trompa de cerdos escogidos, por no tener
orígenes hebreos, y suculentas papas hortelanas por doquier.
Pero lo que más llamara el interés de aquel hogar
cerrado a los extraños fue la amistad que pude construir con Otto Fugger, un
joven de mi edad y muy dispuesto a la extravagancia científica, pues con
aquello del desarrollo industrial manchesteriano que se veía venir encima
durante el siglo de las máquinas, heredero de las luces, y en especial en la zona del
Ruhr como del ondulado Rin, anduvo metido a todo instante en el campo de la
investigación química o física, para poder descifrar secretos imposibles,
enigmáticos, oscuros, enredados, indescifrables,
incógnitos y casi laberínticos. Y así
vivía sujeto por horas interminables,
dentro de un amplio salón cubierto de cuadros paisajistas, estandartes,
banderines, banderolas, panoplias, pendones, gallardetes, árboles genealógicos,
blasones, medallas y condecoraciones militares, entre ellas sobresaliendo la
importante cruz gamada por servicios heroicos a la patria, desde luego de
origen ario por milenios, dentro de aquel recinto emblemático donde se contenía
toda la historia prusiana de las hazañas guerreras en campos de batalla, y
hasta pude avistar un atrayente retrato al pastel en traje de campaña,
mostachos de mariscal cornudo y elegante penacho varonil del emperador
Guillermo, dedicado con cariño a su padre afectivo, el que yacía nada oculto en
ese cuarto de la rancia nobleza Gotha hecha por generaciones a base de
conquistas, defensas a veces en derrota y de sangre esparcida por doquier.
Allí, precisamente, Otto el joven mediante obsequios
preciosos decidió construir un laboratorio de los ejemplos más disímiles,
taller que resguarda con dos gruesos cerrojos de a tres llaves labradas cada
uno e imposibles de violarse o mejor de romper, algo cercado por el límite del
tiempo y la prohibición de jamás penetrar, salvo permiso expreso, donde desde
el comienzo pude instruirme al reconocer una colección de moscas y moscardones
de diferentes tamaños entre ellos el llamado moscardón imperial, como especies disímiles e insertas en
alfileres prolijos, hasta una tsetse que
con esmero investigador le trajeran del África Ecuatorial Alemana, otro grupo variopinto
de ranas disecadas, algunas con veneno
mortal, mariposas vagarosas de montaña, lagartos y lagartijas de color ambiguo,
escorpiones egipcios o alacranes mitológicos con presta ponzoña en su aguijón,
arañas ciegas de diversos tejidos en las finas redes elaboradas, escarabajos
verdes faraónicos y aún vivientes, serpientes incisivas que asustan con la recia
mirada y otras peligrosas sabandijas a temer, mientras también llama
poderosamente la atención el grupo de animales conservados al seco en un juego
teatral de alambres erectos que en posición correcta de filas troperas mantiene
firmes esas bestias de ensayo, en cuya variedad se incluyen perros henchidos de
pedigree, monos titís hiperquinéticos, cualquier macaco o mico correlón, presumida
águila real por cierto desprovista de un ojo, cervato, ratas, ratones con
alguno escapado de Hamelin, liebres escurridizas y otras diversas criaturas de
las disímiles habitaciones del arca de Noé.
Otto a pesar de tanta tozudez consentida era un taxidermista egipcio autodidacto y
se las ingeniaba para que sus proyectos fueran prósperos, negociables, con lo
que siempre anduvo en los estudios del avance creador sobre el origen del
hombre acaso venido del espacio, o más allá, por lo que era fanático entusiasta y casi
hincha de los ingleses Darwin y Spencer en el mundo de la evolución, del
tentador hallazgo en cuanto al hombre simio que los exploradores Stanley y
Livingstone podían encontrar en las profundidades lacustres y peladeros
erosionados en el Este del continente azabache, las indagaciones llevadas a
cabo bajo el manto o capa del turismo científico atendidas por expertos
alemanes adentrados en las negritudes de Togo, Ruanda, Burundi, Camerún,
Tar(z)ania, parte de Ghana, Namibia y Tangañica, y en referencia a otros
papeles descubiertos que entre anaqueles donde el polvo reina a montón tenían
escondidos los Fugger veteranos, negociados oportunamente por sus compadres y
conquistadores Welser, sobre
investigaciones antropomorfas, hasta de
hombres sin cabeza, que debieron hacerse en la Venezuela primitiva,
durante el mandato inicuo de estos gobernadores desquiciados, locos y de preferencia beodos.
Por fuerza de esa amistad generacional que se fue engarzando
con el caballero Otto vine a concluir como su asistente de confianza, y con
algunas ayudas caseras que escarbábamos aquí y allá para obtener dinero, fuimos
reuniendo cierto capital necesario con el fin de ampliar nuestro empeño
probatorio e investigador, de donde al poco tiempo con el anillo esférico del
cercano Magdeburgo Otto hacía mover las patas traseras de los sapos y adultos
renacuajos ya muertos, puso cerebros de más a ratas en estado de hibernación,
en el futuro pensaba cruzar enamoradas gorilas con chimpancés celosos y
orangutanes consentidos, patos salvajes con gallinas ponedoras, cacatúas con
loros cromados de recia cresta plumífera, hacer que los pavipollos tengan el
tamaño de los gansos robustos, el delirio alimenticio sobre los avestruces o
ñandúes, y otros experimentos consensuales pero menos extravagantes que
permitieron pensar realmente en grandes fabulistas del tamaño de los hermanos
Grimm, que los había avezados en Bremen o Copenhague. Sin embargo, lo que más
llamara la atención de aquellos tiempos conflictivos fue los estudios de rigor
que Otto emprendiera sobre el hombre propio, el cuadrúpedo homo sapiens, y así
con desprendido empeño culterano, nada excepcional en estos trances científicos
en que andamos, quiso cambiar el color
de la piel de algunos seres, el equivalente al sexo de los manflóricos desdichados y el
pensamiento o los procesos sicofísicos de la cara interior, siguiendo las
teorías novedosas del filósofo germano Leibnitz, todo ello dentro de una escala
del significado de manflórico experimental que pensó siempre llevar a la
práctica por encima de la poca existencia de cadáveres cercanos, y en especial
tuvo la firme creencia de por mutaciones consentidas erigir un hombre superior,
lleno de cualidades y exento de defectos, musculoso, inteligente, de correcto
parecido en cánones estrictos, indoeuropeo de ascendencia jafética, albo sin
pecas y de ojos azules, que él representaba en la expresión máxima del
precursor de su raza, con lo que el nimbado Federico Nietzsche años más tarde y
a través de largos estudios comparativos como ontológicos pudo engendrar toda
una respuesta biológica para complacer en la histórico al ansioso pueblo
alemán. Desde luego que yo con rapidez inusitada me introduje en el análisis de
esas materias azarosas bajo una seriedad kantiana, y estuve muchos meses fraguando
teorías o disciplinas en aquellos debates solitarios, para buscar soluciones de
corto plazo a tantos desperfectos somáticos, como los inconcebibles casos
amigdálicos, la placenta, del apéndice o la espina vertebral cóxica, mientras
pienso incluso y con claridad meridiana en las interioridades del riesgo
paranoico, que no el esquizofrénico, a fin de adelantarme sobre estos
raciocinios sensatos, como la salamandra que restituye creando partes
corporales perdidas, los tuqueques y su cola, o para así fabricar seres de
potencia sin igual a partir de restos humanos confundidos y dándoles aquella
divinidad creadora de los dioses perdidos, de la que no habían sido dotados por
Jehová en la inicial formación y
desarrollo de las especies.
----“Mientras tanto, querida Amalia,
ordena traerme un café cerrero o escaso de dulce, al tiempo que te narro en
recuerdos vividos otros detalles portentosos del Halbertstadt de nuestra
infancia”. Una tarde mi padre, que era estudioso consumado y quien vivía
leyendo a destiempo en horas otoñales sobre cualquier escaso papel de
información que por casualidad cayera entre sus manos temblorosas, me abrió los
ojos sobre la vida y misterios de tantos negocios capitalistas protegidos por
la discutida familia Welser, lo que quizás en alumbramiento instantáneo como
otro nuevo fanático de El Dorado me despeja el camino para ir a la aventura
romántica de América del Sur. Sucedió entonces que yo cargaba incipiente el
bozo de bigotes rubios en medio de unos quince años bien nutridos, y porque el
interés de mi vida no era el militar, donde sobresalieron varios primos y
amigos guapetones, los que quedaron vivos, sino el de investigador científico,
una vez culminados los estudios humanistas para evitar las sombras ofuscantes en
la universidad de los saberes decidí cursar
la carrera escolástica del sabio barbudo Hipócrates, amigo del barbado Galeno,
con el fin de servir en su propio cuerpo a tanto indiferente pecador. Y por
ello tras rigurosos exámenes mentales al encontrar cabida en el recinto académico
resuelvo trasladarme al montuoso territorio de Friburgo de Brisgovia, en los
confines de la tierra bávara y no muy lejos de los varios encantos suizos con
la carga ancestral de los embrujos pacifistas, pues en esa luminosa capital
recoleta vivió una tía materna enganchada en segundas nupcias de viudez con
cierto nigromante ultramontano. Allí cierta tarde intranquila, con el pequeño
bolso de enseres necesarios del polvoriento carruaje que me trajo en un susto
total, desembarqué cansado, y esta vez como enemigo acérrimo de los canes
rabiosos estuve a punto de ser mordido o acaso mordisqueado por el enorme
pastor alemán de pelos hirsutos que a cuenta de sus dientes filosos feroz
cuidaba el amplio ingreso de la extraña mansión familiar, con el tremendo miedo
o temor que imponía, mientras el reloj cucú de la sala principal moviendo la
comparsa de muñecos risueños, al estilo de Praga, esqueletos vibrantes y
pájaros maquinales en derredor, daba las cinco horas precisas de esa tarde inefable
en que el temible cancerbero de pupilas saltonas me rompiera a dentelladas terribles
el escaso pantalón tirolés.
11
Friburgo era otra cosa, un Dresde heroico en miniatura, una
florida ciudad aldeana pero extensa y llena de recuerdos por doquier. Había
dejado atrás los pleitos permanentes de los prusianos y el empeño del emperador
Guillermo por invadir a otros dominios próximos, pues entre cejas y pestañas
abiertas mantuvo el deseo irrefrenable de construir una gran Alemania con el
resto pendiente de otros principados, y por ende como en ese tiempo errático yo
hablara bajo la percepción de lo absurdo pero no etílico, fui perseguido por la
policía local de sombreros tricornios en aquella mi mocedad abstracta y por
demás consentida. De aquí que vine a
este apacible burgo gótico y mercantil para hacer otra vida, por encima de que
los feligreses tuvieran tendencia católica y romana, lo que me trajo nuevos
inconvenientes laterales, que supe sobreponer con la absorción entera de mis
estudios del claustro universitario. Para aquel momento de reproches continuos
había seguido el camino afiebrado de la cirugía, y mientras encontraba a tientas
el remedio de la concupiscencia que me ataca siempre en vela, con saciedad comprometí
a las muchachas agradables cuanto robustas de atractivos y misterios alternos,
obteniendo por ello pingües dividendos materiales de placer, al tiempo que esta
experiencia sobrecogedora despertó en mi mente el apego hacia lo incógnito, sin
el pecado espiritual pero sí de la carne, lo escalofriante aterrador por lo
poco explicable, de aquí que anduviera hurgando en el tapete de las emociones y
los descubrimientos sucesivos que se hacían en el campo científico y
geográfico, donde los sabios alemanes con su empeño energético y altivo
mantuvieron un perfil de sobrada importancia en comparación con otros grupos
tenaces de la competencia investigadora.
A treinta escasos pasos de la casa de mi albergue con cierta
balanza predispuesta al timo fácil y unos cajones de monedas en desorden, desde
el amanecer cualquiera trabaja con ahínco un nativo de Baden, de perilla larga
como el chivo mayor, lleno de cuernos con ojos saltones y de siniestra facha elongada, que poco o más
fue haciéndose “amigo” en el curso de las horas vividas y a pesar de las
constantes picardías en que anduvo a objeto de la sobrevivencia faustiana,
dentro del romanticismo idealista al estilo de Hegel, tan atacado por el joven
Marx, todo él era lleno de sueños
enfermizos y hablábamos de muchos
negocios imposibles, aunque este cajonero sí volvió a tratarme el caso de los
banqueros Welser, muy íntimos de los paisanos cardadores Fugger, que acá en
América por corrupción semántica y en el menor esfuerzo llamaron Belzares y Fúcaros, enseñándome para reafirmar
las tesis esgrimidas varios escritos manoseados donde se describían con muy
buen peso o razón las peripecias especulativas de estos prósperos prestamistas
que a cambio de 800.000 débiles florines
en pasivo real pendientes a su cuenta, convencieron al deudor flamenco y rey
Carlos Quinto para que en trueque de comercio voraz les obsequiase una
provincia de Indias llamada Venezuela, libre de todo impuesto y gravamen
monetario por una generación emprendedora o más. Los Welser entonces se
mantenían sumamente alborotados e insomnes, porque según magnificadas noticias
descubiertas en los típicos malecones, andurriales extremos, traspatios de mal
vivir asociados a la baraja marcada, cantinas con música flamenca y mancebías o
lupanares de Sevilla, en esas tierras lejanas no sólo se encontraban aljófar o perlas
en cantidad, sino pedazos de oro que llamaron cochano y diamantes brutos a
rabiar, por lo que todo el mundo en el delirium tremens contagioso y la leyenda
encima en desarrollo las nombran sin tapujos, con razón o sin ella, el fabuloso
“reino de El Dorado”.
Pero bueno es que regrese a los brazos
venusinos y velludos de la sin par Priscila, allá en el sortilegio diabólico de
Muchinga, enclave de perdición temprana, donde la comadre que con tanto amor o
libertad alberga a la despampanante morena de mi encanto.
----“Imagínate, -le comento en medio de una voz inusual, algo
agitado por el sudor que corre y el acto de ballet moderno que en cuatro
piernas viene de rematar-, que anoche soñé con el doctor Lander, caminando a
pasos largos de zamuro hambriento por el cuarto de estudio, con los sobrios
bigotes engominados hacia arriba y los restos visibles de los pelos craneales agobiados
de susto mientras yo en apremiante desespero le oía discutir consigo mismo, al
tiempo que hace memoria exacta sobre la labor desarrollada aquí por la extensa
tribu de los tudescos levantiscos.
---“-Fueron cerca de treinta años de
desorden colonial a medias”, decía atolondrado Lander, como ahora lo imitan quienes
se tildan de liberales e hijos putativos de Antonio
Leocadio, desde el momento en que el carilargo Ambrosio Alfinger pisó la adusta
tierra coriana, hasta que el último de los supervivientes borrachos Welser se
fue para no volver más. Esa gente vino de Ulm, de Spira, de Colonia, de
Ausburgo, cualquiera de Aquisgrán, de tantas partes de Alemania y buscando lo
incógnito e incomprensivo donde reina Satanás para encontrar al querido El
Dorado, que cual fantasma nibelungo y por el mandato de Sigfrido, en las viejas
cuanto doradas tradiciones germanas bajo el patrocinio místico de Wotan
atravesaron el mar en canoas veleras o de remos y mascarones de proa para hacer
su agosto en estos vergeles del Señor. Apenas me acuerdo de algunos pasados de
moda, y a otros que se los desayunaron los caníbales, porque también murieron
de hambre, con las barrigas hinchadas, y al pobre catire De Hutten, de familia
valerosa y hermano de un obispo ennoblecido no le valió las mañas que
aprendiera con ejemplos palpables del terco doctor Fausto, a quien sigue los
pasos, o el melindroso Mefistófeles, porque el asesino falsario Juan de
Carvajal puso a dos negros robustos de Guinea para frente a su cara
descompuesta sacar filo de navaja
barbera a sendos machetes oxidados, por si fallaba cualquier intento
comprometedor, y de un solo tajo traicionero sin confesión previa o
arrepentimientos postreros le volaron la cabeza y los sesos, como en la Torre de Londres llena de
cuervos gorrones como pensativos se le
hiciera al desgraciado Walter Raleigh, por orden especial mantenida de la
verrugosa y vengativa reina Isabel, que ya no lo amaba. Que yo conozca Remboldt
murió loco diciendo groserías en alemán arcaico e imposibles de repetir y
mentando madres en jerigonza de germano, quizás por una sífilis cerebral que
contrajo en juergas clandestinas, Federmann fallece en España bajo una
permanente arrechera de desgaste por los doblones que le hurtaron y con fianza
de cárcel segura, Alfinger agoniza a flechazo limpio, cubierto de heridas
purulentas, sin que le valieran cotas o armaduras férreas de defensa ni los
purgantes biliosos que le dieron en exceso, y valga traer a colación a los
Seissenhoffer, Guldenfinger, Ritz, Biltre, Bescietz, Ehinger, Sayler y otros
más aventureros de aquella temporada teatral, sin poner en el olvido de la
ronda acompañante a los noventa trabajadores encarbonados procedentes de las
sofocantes minas de Silesia, quienes ayunos de pertrechos necesarios a su labor
brutal dejaron los huesos esparcidos por
doquier en el encuentro de las montañas de oro que iban a producir con el
señuelo permanente de El Dorado, o mejor, der Dorade.
----“Ahora fuera de reconcomios voy a narrar otra
tragedia sujeta a controversias, pues así como permanece bajo tierra y
escondido a mejor recaudo secular por las entrañas montañosas de Galipán el oro
pecaminoso del pirata inglés Preston, según lo oí mentar entre dientes ocultos
y muy joven, El Dorado sí continúa a la espera de geólogos bisoños metidos a
alquimistas nigromantes de los nuevos tiempos, porque entre agüeros a escoger
allí están las vetas mineras auríferas de Guayana, al mando ancestral de
Mandinga, o Manden, espíritu infernal como tirano, y también de Canaima, que no hace mucho descubrieron los
ingleses como ahora se las quieren engullir
a cualquier precio, incluso el de las armas, junto con ese río lujurioso y emblemático
del Caroní, que se halla titilando de luz al ser allí incrustrada su cuenca de
diamantes eternos”.
----En el momento, Priscila, al
llamado crematístico del doctor Lander le vino una tos seca recurrente, de
donde tuve que correr a darle palmadas en la espalda para evitar la pronta asfixia
asmática, y cuando le ofrezco una cucharada de jarabe de ipecacuana unida con
gotas del elixir de larga vida, que es mejor en tamaño al de los cinco fluidos,
él aprovecha la ocasión para notar la caída de ciertas lentillas casposas sobre
el chaleco negro casi en desuso, lo que al tiempo me satisface con la
fuerza por él utilizada y a él le insubordina, denostando en su equívoco
parcial de mi mala gestión samaritana.
----“No, al contrario -le susurro, para evitar más disgustos achacosos del anciano-, ese accidente es oportuno porque demuestra a todas luces que la
inyección de sueros vitales sódicos preparados en Buenavista, que le coloco para
cambiar rejuveneciendo en la piel de las
arterias, tienen efecto positivo y acaso sea usted el primer varón sobre la
tierra que del éter ignoto vuelva a sentarse ante masas sumisas como importante Jefe liberal. Ahora
voy a trabajar con la saliva inserta del vampiro llanero, como los huidizos
espantados de Barinas y los cavernarios del río Guácharo oriental que no permiten la coagulación de la sangre,
para que circule sin tropiezos por el macizo cerebral humano.
Oído tal razonamiento sensato con secuelas, al instante de la respuesta
Lander no cabía del gozo que percibe, pidiendo excusas por la mala
interpretación de sus palabras, de donde sacó del chaleco en uso una reluciente
onza de oro inglesa que tenía y me la entrega agradecido, “que ahora a usted se
la obsequio”, mientras sigue hablando sin chistar, a veces en forma inentendible,
de los germanos testarudos y sus fabulosos proyectos ilusorios. Así afirma que
los alemanes siempre han querido permanecer en Venezuela, cual tierra nutricia
del oeste americano, desde cuando el batallador flamenco Rey Primero y Quinto a
la vez les dio con creces esta gobernación medio alinderada, que fue una locura
de viajes redondos e insensatos, de degollinas con el espejismo enfermizo de El
Dorado, como cuando sir Raleigh prendido de fiebre terciana, o mejor cuartana,
vio andar erguidos a los hombres sin cabeza por las riberas miedosas del
Orinoco, y otros de la misma camada demencial aventurera que entre el curvilíneo y selvático Amazonas
hallaron a robustas mujeres con clítoris hombrunos y superiores a los machos en
vanidad y perseverancia, en casos que realmente todavía sorprenden y
conmocionan.
----“Ellos, además, siempre han dicho que toda Venezuela les pertenece
porque el rubio y gotoso Carolus Quintus Rex cual dueño y señor terráqueo se
las entregó por documentos firmados, con sello de lacre puesto por escribano de
confianza en bando de buen gobierno, y de entonces acá la invasión creativa de
sus cerebros ha sido mucha, desbordada, con un fabulado lago Parima por delante
y desde cuando vagabundos cohabitaron largamente amancebados con las indias
corianas o caquetías y achaguas de Barquisimeto, todas con cara de luna llena
cubierta de ojos oblicuos, y vaya usted andando por esas tierras sementales como
sedientas del ayer, con el ejemplo artesanal de Quíbor, para que encuentre por
todas partes a los campesinos de ojos azules y la melena amarilla, iguales a
los que puede haber en Halberstadt o en la demás Sajonia, la alta o la baja, en
tierra bávara y en honor exclusivo de sus ancestros europeos. Luego, dentro de
estos relatos quisquillosos pero serios a contar por el camino de Sevilla arriba
anda otra invasión de fanfarrones
norteños esta vez, de Gante, Brujas o Lovaina, que viene a vender baratijas o
menudencias insólitas a cuenta del gotoso paisano y bienhechor Carlos, el hijo
de Juana La Loca ,
que era loca y testaruda de verdad, como
una cabra vieja vivaracha, y después con el gobierno secular de los seriotes y
vestidos de negro habsburgos austriacos, tan emparentados con los alemanes
ceñudos, esta provincia siempre tuvo una buena provisión de tudescos ambiciosos,
que en el entendido de ser otra lejana propiedad de las ganancias, cada día
trabajaron y roturan duro el terruño para mejorar aún a los labrantíos poco
productivos y abrirles de este modo palpable el seso a sus gentes ariscas.
Lápida del vampiro croata Jure Grando
en Istria.
12
Esa noche de una sola sombra,
larga, larga, al estilo poético, fue cuando protegido por los
consejos tibios de la almohada de plumas de ganso y ciertas ranas ínfimas que
croan entre la lejanía y el lontanar, decido sin mas la compra de una hacienda
montañera por Galipán, porque no me fue posible concebir el sueño reparador
guaireño mientras pensaba de sesgo o como quien no quiere la cosa pero de
manera recurrente y tan parecido en sus
agallas afiladas a la reina de
Inglaterra, sobre el tesoro áureo del caballero y noble sir Amyas Preston, pues
casi todos los conocedores mantenían
aquel hecho a la chita callando, o sea en suspenso, y a fin de que el efecto de
la hermosa por fantástica leyenda con deseos de ser ahora una realidad, no se
diluyera en onanistas contradicciones mentales. Para mí aquello fue otro descubrimiento fabuloso
del esotérico Santo Grial, el Santo Sudario turinés o los rollos proféticos
esenios que se esconden en nichos rocosos cerca del pesado y salobre Mar Muerto. Por todo este exordio
de detalles recurrentes al día siguiente
y repuesto de tantos presagios contradichos, desde la morada en que habito apuro los pasos perdidos rumbo al
hospital San Juan de Dios, cuando toca consulta a los leprosos lazarinos, donde
dicha horripilante escena desencadenada de muertos insepultos e imitadora de
zombis vacilantes creados por El Bosco
me malpuso de veras, al presenciar aquel cuadro dantesco en la claridad matinal
descompuesta, al extremo que en el impacto lastimero de esas imborrables
postales de pesadilla difíciles de escribir, como el recuerdo vivo de “¡Lázaro,
levántate y anda¡…”, con cierto dejo de inconformidad momentánea salto el almuerzo
ordenado en la fonda El Gato Negro, ubicada al frente del reducto sanitario,
para intentar con la abstinencia requerida el mejoramiento gastronómico de la
cena.
Dio la inefable coincidencia de conocer por casualidad a un campesino
despierto y más que vivo, osado, hecho ocurrido por entre los meandros
acomodaticios del mercado guaireño, hediondo a todo y menos a limpieza, con
quien pude entrar en santas paces de un coloquio amical sobre el tema predicho que al momento y por entero me absorbía. Este
hombre era pequeño, pintoresco, flaco de músculos como los personajes
quijotescos pintados por las alucinaciones de El Greco, pero de una picardía
absorbente, y mientras apuro algunos frutos del mar con el labrador montuno
bajo la sombra absorbente del agua de coco y el tarantín soleado de la playa,
le asomo el tema de Galipán, porque dicho analfabeto instruido en las artes usuales
de la sobrevivencia hizo gala de muchos conocimientos cotidianos. Y ya entrados
en materia serrana comenzó a encerrarse en un mundo verbal por no decir virtual compartido de fantasías deslumbrantes
que se tejen sobre las aventuras extrañas de aquellas tierras adyacentes donde
el viento ostigante sopla sin descanso y donde también parece que las almas
viven siempre en pena de los mundos ajenos y ateridas del frío invernal, a la
búsqueda de su precaria salvación. Fueron muchas anécdotas precisas las que en
tan poco tiempo pasó a referirme para aliviar mientras refresca la memoria tan en olvido, y a medida que
desarrolla la elocuencia primitiva de su agrado cabalgando entre el interés y
el contraste de las ideas, más me iba surtiendo de pasión por esas alturas
donde pendía el sol escondido tras las nubes robustas y en el horizonte se
divisaba el mar con angustia bucanera. Pero lo que más interesó en aquel
concierto de gestos expresivos circunloquiales y pleno de noticias lugareñas,
fue que para él era posible ceder y a precio de ganga como irrisorio por demás, una parte de las laderas
de su enhiesta propiedad celestial.
En el amanecer de la nueva jornada de trabajo y luego de impartir algunas órdenes severas para
evitar la peste o cólico diarreico, o el
“miserere” y el tabardillo reiterante, que se desenvolvía entre las calles atestadas
de cieno de La Guaira ,
montado sobre mula pequeña que más pareció burra, bajo llaves con cerrojo de
vuelta dejé las puertas del Hospital San Juan de Dios y acompañado del
campesino en mientes decido irme hacia el entorno de Galipán por el fiero camino
de Punta Mulatos, el viejo cementerio de mestizos ingleses cubierto de
osamentas lamidas por la sal y el pueblo anonadado de Macuto, que presume de
ciudad balneario, porque provisto de cocales adustos y algunas palomas
juguetonas bajo el temor absurdo de los halcones ya se habla de construirle en
la entrada cierto pequeño tren que bordeando aguas riesgosas inconformes por
los remolinos que surten el paisaje costeño, termine estacionado en el sitio
rocoso de Cabo Blanco, extensión salitrosa empujada hacia el mar y dispersa en
vaguedades de espuma, donde vive de apuros y suplicios molestos un leproso
hermético, didáctico y moreno de apellido Blanco.
La subida por el camino canjilón entre guijarros y piedras filosas o de
canto no fue nada fácil, por lo que la mula caminera harto iba sufriendo en la
cuesta pendiente, según podía distinguir en los ojos lacrimosos de la bestia,
mientras pienso con seriedad cómo hicieron los hombres del corsario sir Preston
para atravesar ese camino enrevesado de tunales puyosos, con salidas e ingresos
desconcertantes, donde hasta las serpientes culebreras en el delirio del desafuero inexplicable se equivocaban de ruta, y que los indios
habían hecho a propósito para sin pena confundir a tantos fanáticos españoles,
en medio de alguna lluvia de flechas envenenadas. Y pronto del ascenso comenzó
a mejorar el tiempo, pues la vegetación deja de ser raquítica o punzante , y
por entre ese sendero que atraviesa peñascos y cuencas secas de peligrosas
quebradas invernales nos fuimos acercando a la modesta casa de palmas del
campesino fabulador, al que llamara en
lo adelante Genovevo. En aquella vivienda, oscura y cohabitada con gallinas
diarreicas, excrementos gasíferos y cierto
mono coludo con arrestos circenses e imprudente además, allí habitaba de antiguo y falto de sindéresis simiesca,
como en exceso libidinoso por sustentar en firme el vicio que lo excita retenido en la mano y el que además con rapidez aprendió a fumar tabaco de
la siniestra cueva oriental llamada Guácharo, simio vejucón
y altanero que después vuelto célebre en
vida por lo del vicio reiterado que
menciono y a todas luces con condena al
averno por vecinos rabiosos, ya en el tránsito de la muerte aparente en sedación pasó a mi colecta animal de la experiencia en Buena Vista hecho una momia vengadora, aunque para darle más vida a su figura siempre en un doble papel lució con el rostro juvenil de
la apariencia. Debido al gélido tiempo que
marea en aquellas alturas parameras, por vez primera acepto de Genovevo un vaso pequeño con el licor de caña o aguardiente criollo llamado zanjonero, que se destila a escondidas
de escasos transeúntes y la corrupta guardia de licores escanciado dicho elixir dionosiaco en un paraje cercano y bien oculto cuanto
envuelto en el misterio de la naturaleza reinante, solaz guarida de venados
cachondos y mapurites pestíferos, bebida espirituosa con cierto sabor cúprico
gustoso a los malignos y desbordante que
casi me hace ver estrellas en aquel firmamento limpio como azuloso, mientras recorro corrales, despeñaderos, abismos y
nuevos entornos de riesgo a objeto de descubrir el sitio ansiado para apagar
todas las angustias acumuladas y reprimidas desde que supe la vaga historia del
tesoro escondido. Ahora por fin, luego de estos tropiezos y otros desasosiegos
momentáneos, llegué a un claro que a poco descarta el declive de la montaña
llevada a cuestas, y allí con noventa
grados de vista esplendorosa hacia el mar que nuca termina, no lejos del macabro camino de los indios
caribes antropófagos y muy cerca de las esperanzas áureas, por intuición y
estudios emprendidos comprendo que me
hallo en el sitio exacto donde por el
flechazo de la esperanza en ciernes decido
anclar tantas ilusiones frustradas, los sueños inhibidos y muchas fantasías de la
juventud en desarrollo, como intenciones y otras proezas inauditas a cumplir en
el campo experimental, para así, desenvuelto de amarras opresoras a la sombra de la reflexión metódica
poder realizar cálculos previstos con el ejercicio del tiempo y en busca de ese
elixir superior a la alquimia mental que llaman la eternidad de la materia, lo que
añoro como culminación de infinitas ansiedades pendientes desde la etapa creativa
del sabio por loco, pero a medias, Otto Fugger.
Una semana después y mientras
preparo equipajes en la construcción del castillo roquero o Schloss que pienso
habitar en Galipán, en el puerto guaireño se desató un desastre pluvial
mientras bajaban torrentes de agua lodosas, rocas enormes y centenarios árboles
sacados de raíz por las gargantas montañeras en crisis, al extremo que varios
osados gendarmes conocidos se ahogaron al pretender atravesar las crecidas
quebradas de Osorio y la de San Julián, entre puntos y restos de la gruesa
muralla colonial porteña que ahora yacía convulsa en silencio de siglos y muda sin cañones,
pétreos instrumentos guerreros que en momento oportuno defendieron al decadente
honor hispano ante el orgulloso almirante Knowles, que a poco pierde una
dolorosa pierna que le amputan con cuchillo ayuno de anestesia en Puerto
Cabello, acción tormentosa esta que fuera de la violenta marejada producida sin
pausa y en dos días de batalla ciclópea pero desigual, vino a lamer las propias puertas del nutrido
negocio de Herr Federico, al que tuve que asistir en la limpieza urgente de sus
ofertas mercantiles contagiosas, aunque se dañaran sin arreglo alguno todos los
presuntos bultos de bacalao noruego recién llegados para la rápida colocación
ventajosa y al detal de la Semana Mayor entre ojerosos vecinos por dolientes de tal
sacrificio. Aquello fue otra triste calamidad de mal presagio y peor augurio porque en las
horas siguientes al desenfrenado diluvio se fue elaborando un difícil balance
de la tensa situación, como la cuenta estimada de los muertos y desaparecidos
de esa catástrofe acuática, entre ellos
las pérdidas humanas en los pontones de reclusos detenidos, el perjuicio total
de las haciendas de caña, cacao y de
frutos menores, el arrase de los camburales y plataneras cargados de vástagos
creciendo, el lento ahogo de los semovientes, y se sintió más entre un corrillo
de vecinos el final alcohólico de dos prestigiosas rameras del barrio Muchinga,
que como agua cantarina corrían sumergidas en el desespero del alcohol barato al
creerse oriundas de macalacachimba o muchilanga, e igualmente fue motivo de
comentarios al margen el cochambroso por triste destino del adónico mozo Smith,
hijo de un jubilado cónsul inglés allí mal viviendo, quien con su presencia y
prestancia muscular, y también del trasero redondo que portara, mantuvo a
muchos sinvergüenzas de oficio en vanas especulaciones eróticas, porque entre
hechizos cerebrales somnolientos los llevaba por cualquier calle amarga de
Sodoma o Gomorra, y Herculano o Pompeya, aunque en sus devaneos cupídicos de
homosexual abierto el cabrito veinteañero sostenía sin relevos a un sobrino de Herr
Federico como único y exclusivo amor a consentir, según me contase en privado y
entre sudores pegajosos el encanto de mujer que era Priscila.
Delicada
hija Anna Knoche.
13
----“Hazte una
idea, Priscila, de cómo y porqué fue mi
llegada a Puerto Cabello, ciudad
de contrastes y de un pasado vacilante, pues luego de graduarme en Friburgo con honores académicos y
méritos suficientes en 1837, se hacía difícil mi presencia en ese territorio
bajo la égida militar de los prusianos ortodoxos, o sea apoyando las botas de
la guerra, y porque el temeroso amigo platero de la balanza predispuesta me
convenció para visitar a la simpática villa de Ausburgo, establecida en las montañas
verdosas de la Selva Negra ,
llena de palacios medievales, de muchos cuervos cegatos en invierno y de
evocaciones históricas sobre los antiguos banqueros Welser y los Fugger, de música
de Mozart, Händel, Bach, el austriaco Vivaldi, y el sordo Beethoven, de
imponderables lienzos de los dos Holbein, donde todo el vecindario sabía por
lenguas metafóricas y hasta metafísicas sobre
la existencia de Venezuela, territorio allende el mar océano Atlántico, y que allá permaneciera
intacto el oro de los corajudos prestamistas Welser. Ese sin cesar parloteo
sobre el tema de la errabundia americana, de una juventud ingrávida de ilusiones
que andaba en el cuarto de siglo y de otras brasas que atizan de verdad el
fuego emocional, como que tantas familias rurales de los contornos de esa Selva
Negra mudando sentimientos y necesidades que apremian se habían establecido en
Venezuela, con el recuerdo impávido del
licencioso naturalista Humboldt y el romántico decapitado de la testa mayor
Felipe von Hutten von Ebersburg, de la rancia nobleza de Franconia y hermano
del robusto e importante Mauricio, nada menos que obispo de Eychstatt y Würzburg,
decidí por estas y otras causas juveniles de imaginación emigrar a estas tierras
tropicales para abrir paso a las inquietudes sostenidas por entre las
investigaciones que pensaba seguir en el empeño de la ciencia paranormal, desde
cuando el amigo de infancia Otto me hizo poner bien despabilados los ojos altaneros
sobre el submundo de los fantasmas sin destino
y aparecidos abismales, que en el escándalo verneano podían venir de otros
planetas alejados donde todo da igual”.
“Con la misma idea pensante y
para aclarar conceptos extracorporales imagínate Priscila que luego del
fructífero viaje de despedida por los campos tornasolados de Halberstadt, con
las hojas caídas del otoño marrón que en Hamburgo viajan hacia el fondo marino
de los peces, abordo una goleta en su
interior poco marinera, pues casi nos
ahogamos cerca de las solitarias islas Azores y el mar de los sargazos, por
andar borracho de vodka hasta la coronilla el zafio capitán hanseático, y entre
muchas revueltas y rotos los velámenes del palo principal, hecho añicos la
jarcia y el trinquete de a bordo, amarrados a la potestad divina y a los sabios
consejos espirituales de Martín Lutero por fin arrimamos a las
tranquilas aguas de Puerto Cabello, aunque nerviosas esos días, cuando andaban
en una disputa pertinaz e incomprensión dañina los caudillos locales bajo el
mando del astuto general Páez y tuvieron en el peor desprestigio social al
pusilánime doctor Vargas, hábil cirujano con manos temblorosas, de los pupitres
y anfiteatros togados del nubloso Edimburgo, porque le endilgaban como rémora
dañina que durante todo el proceso de la guerra de Independencia anduvo muy
orondo por Europa embebido en néctares espirituosos y perfumes de marca,
cazando mariposas nocturnas o arrabaleras del montón y contando las tres clases
de nubes pasajeras, sin arriesgar el pellejo o salvar al herido en combate, y
que ahora, pasado el chubasco tenebroso de la contienda, sí disfrutaba de las
nada tímidas prebendas presidenciales paecistas.
Estuve por dos
años caminando en las calzadas ardientes de Puerto
Cabello, olorosas a pólvora, a sangre de contendores, a los diez norteamericanos
pendidos del pescuezo en su Plaza Mayor, a pescado seco puesto a la intemperie
moscosa por bastantes días, y a las
aguas sucias estancadas, que dieron siempre un tinte o color sobrenatural a la
activa población. Los manglares sueltos en los rompientes del mar, las negras
curazoleñas con dientes en contraste vendiendo frutas en tarantines plebeyos de
la playa, y la hermosa calle de La
Libertad , o mejor, del libertinaje, establecida en el casco
central donde me hospedo, contagian el espíritu inocente que conservo y lo
llenan de cándida emoción. Entre tanto el pueblo con embrujo africano permanece
cubierto de malaria, sobre todo proveniente de las tierras bajas e inundables
del serpentario río Yaracuy, y entre los desaciertos injertados allí había
cierta colonia alemana, con escudos nobiliarios de pertrecho, cantos alusivos
de las gestas heroicas y remembranzas germánicas de lo cotidiano, que en las
tardes del bochorno calcinante de taberna en cantina y conciliábulos privados
los capitostes lugareños procuraban para
sí buenas jarras de cerveza a fin de calmar el sufrimiento de la sed pendiente
y a la espera de los negocios portuarios oportunos, que tanto los ligaban a la
otra fuerte colectividad tudesca productora de Valencia. Mientras ello sucede
en altibajos, sus familias se mantenían unidas por el juego, la tarea o la
distracción en el aledaño burgo de San Esteban, el de las flechas mortales, pueblo
fresco, colorido, cercano a la montaña, regado por el río santo que plácido lo
atraviesa sin temores indígenas y donde a la sombra de los bucares, guamos,
apamates, araguaneyes y algunos aguacates cubiertos de pájaros migratorios,
ciertas terrícolas langostas castañas, o la nube de ardillas juguetonas, se
asientan en hogares connotados de
abolengo germánico para tejer leyendas alusivas y decires de hogaño como los
Römer, los Brandt, los Blaubach y los Kolster.
Había transcurrido once meses de mi estancia en el trabajo cotidiano como médico del
apostadero naval, y retirando de encima a cierta negrita dicharachera oriunda
de Urachiche que no me dejara tranquilo, siempre refiriéndose a una tal reina
María Lionza, a ratos embrujada, de largos cabellos dorados sin estar sedosos,
montada sobre un tapir o danta enorme en lo que cabalga contra el viento arriba
del lomo de la montaña agreste y a la que dentro del culto afroindígena le
atribuyen curas interiores milagrosas por increíbles en sus fenómenos naturales,
valga decir el arreglo de parejas disueltas, la convivencia de matrimonios en
triángulo, borrar el escudo negativo para zafarse del penetrante mal de ojo y
la mala suerte, hacer rentables los negocios malsanos, de cómo eliminar las deudas sin pagarlas, volverse
una cornucopia de suerte en el juego de pasión, desaparecer sin rastro alguno a
los enemigos peligrosos, sanar enfermos por arte de magia, nigromancia o brujería con los muertos
pensando hacia el futuro, percibir pingües ganancias en el manejo del amor
consentido y hasta del sujeto a
prohibición, atraer mujeres al instante con el aura calórica que se despide, y
otros no menos espectaculares hechizos creyentes en la posesión, los demonios
serviciales, y el manejo de lo extravagante, que tenían en vilo o esperanza a
una población en total desconcierto e inexactitud. Pues bien, durante esas
fechas caniculares por incómodas junto a un amigo de comparsa juvenil decidí
visitar otro dominio alemán que recién se estableciera tierra adentro, en el
intrincado macizo cordillerano aragüeño, por la vía belicosa del mar hacia el
burgo somnoliento de La
Victoria , al que ahora llamaban Colonia Bávara o Tovar en
honor del inspirado conde dueño de estos campos agrestes, hombre
de mucho dinero, títulos nobiliarios y
hasta de una esposa, María del Socorro, desquiciada mental como la mustia
emperatriz Carlota de México, tan afecta
en amistad a este conde de segunda mano don Manuel Felipe de Tovar, quien al
cartógrafo italiano Agustín Codazzi había ordenado la próxima traída desde
Europa de algunos conglomerados familiares, o sea de esos agricultores y artesanos en receso por
causa de la crisis y el miedo ya extendido, lo que ocurre desde la intrincada Selva Negra
bávara, para con los silvinegrinos
sembrarlos definitivamente en las umbrosas o mejor, brumosas laderas y
pendientes serranas de la costa central caribeña.
Priscila fue a mezclar un jugo papayero
de lechoza cubierto con canela, porque así era de mi preferencia, mientras doy
marcha atrás en el recuerdo de aquellos años iniciales en Venezuela, y luego,
ya hundido en el lecho pecaminoso junto a la descomunal morena, al contacto de
su piel fragante, con los muslos y senos ardientes al momento, decido continuar en el recuerdo del capítulo andariego, que la viva
barloventeña entendió con admiración y sin cansancio, porque siempre tuvo algo
ocurrente por jocoso para rematar situaciones extrañas, lo que había aprendido sorteando de memoria páginas agridulces en el picante Decamerón,
con Pietro Aretino y el oportuno califal Alí Babá, o Simbad, libros por cierto
impredecibles de mi continua usada propiedad. El viaje hasta la Colonia Tovar se
presentó difícil, ante la ausencia del camino pedestre y algunas veces de
equinos, de donde debí subir a un peñero preñado de angustias que entre
sobresaltos y despeñaderos cercanos peligrosos por la costa de acantilados nos
lleva a la discreta ensenada de Puerto Maya, y desde aquel misérrimo caserío de
palmas maltrechas, envuelto de montañas
agresivas y a la vez arenoso, fue preciso adentrarnos por una trocha indígena
kilómetros arriba para entre matorrales cubiertos de mosquitos o zancudos
alérgicos, saltando riscos a granel aventurarse en búsqueda de la vereda
tortuosa que nos condujese finalmente al sitio oportuno por conocer ahora.
Demás está decir que en el trayecto montuoso tuvimos hartas dificultades que
sortear, de donde calculamos que aquellas pobres familias aisladas de Baviera,
como venidas de Kaiserstuhl y Edigen, la estaban pasando mal en todos los
sentidos del espectro social. Y en verdad que el espectáculo a simple reparo de
la vista se desarrolla así, porque en el encuentro con la naturaleza y los
campesinos ausentes del disentir, perplejos y confusos, mucha fue la tristeza
que embargó a nuestros corazones, al escudriñar los rostros suplicantes de las
tímidas mozas y mozos apocados que salieron de míseras covachas con rasgos
caseros por extraños para asistir a la primera reunión, por cierto todos
parientes cercanos consanguíneos y deficitarios de la realidad, con las ropas
por demás zurcidas y en extremo marchitas, para no agregar palabra alguna sobre
los ancianos decrépitos y alelados, ahora más envejecidos por el envite
continuo de los desaires y la desesperación.
-----“Ese cuadro campestre, mi querida Priscila, dio realmente ganas de
llorar, porque en el bajo dialecto badeniano que en la entrevista usaron, todos
se quejaban de la mala ventura colectiva, pues fueron traídos bajo promesa de
tierras óptimas a sembrar, herramientas de labranza, obsequio de animales
domésticos, semillas de cosecha y de otras necesidades imprescindibles a
suplir, recursos que en verdad nunca aparecieron, de donde los selváticos alemanes
se encontraron con un mundo inhóspito, absurdo, imaginario, falto de
sindéresis, cargado de engaños manifiestos, sin poder producir a conciencia
alimentos conocidos como el trigo, suficiente avena o la cebada de estación y
donde en el abandono puesto a la buena de Dios los colonieros se mantenían por
obra y gracia manifiesta del Espíritu Santo, flacos y macilentos eso sí,
alejados del protector Ángel de la Guarda , sin poder retornar
a Alemania dada la ausencia de representantes consulares bávaros, por lo que el
destino manifiesto quiso que allí se consumieran durante generaciones en la inopia total y apenas
acompañados con algunos pequeños trastos ahora inútiles que habían traído desde
sus lejanos asientos ancestrales. Menos mal que por aquellos días de encuentro
familiar a este edén desapacible vino de visita
amorosa no sólo el joven
pizpireto Alfredo Jahn, promesa alemana de la investigación radicado en la
capital del país y especialista en añosos criptogramas, cuevas escondidas,
enigmas fetichistas, el culto del vudú y
jeroglíficos indígenas, que entonces se compadecía de aquellos parias del destino,
siendo una suerte de cordón umbilical caraqueño entre el pasado y el futuro
para cualquier emergencia, sino que por los mismos caminos indecisos apareció
de repente en aquel escenario deprimido un audaz aventurero y botánico igualmente enamorado del paisaje oriundo de Alemania, al que llaman herr Hermann Karsten, explorador,
hombre de monóculo, tic nervioso facial y corbatín de lazo con una tremenda
cicatriz en el mentón, que entre prisas y conversaciones jacarandosas mantuvo
sin traspasar la raya de lo exacto a la escasa población ahora enfermiza de
apatía, que en todo el valle estrecho como en los aledaños escarpados alcanzaba
a 145 familias, sin contar los perros o
gatos salvajes y quien mediando chistes sin risas de sonrojo y al recolectar de
muchas plantas del camino, hizo que por el momento con el conjuro determinante del buen humor germano los
habitantes irritados se olvidaran a medias de tantas pesadillas conjuntas en
que venían meciéndose sin otra alternativa.
“Pasé ocho días al calor de aquellos nuevos compañeros de tránsito terreno, alimentándome con
pan negro de centeno y viviendo entre milenarias cepas de helechos gigantes en
el molino grande de la fuente central -comento de estos hechos a Herr Willhem
Benitz, hijo de Carlos, el Vorstand o alcalde tovareño, en el encuentro de cada
semana que con él sostenía en alguna taberna concurrida cuanto alborotada del
puerto y el cabello tranquilos-, sitio agreste que utilizo donde a la clientela del granero presto
atención para recetar pócimas medicinales del acervo local y por carecer de otros auxilios necesarios de la farmacopea
en uso, esmerándome así en pacientes de calle aferrados apenas a la confiable fe
bíblica, a la caridad cristiana y al esfuerzo milagrero e inaudito de algún
santo del calendario agrícola caraqueño de Rojas Hermanos. En este lugar de
atracciones inesperadas, como el paso de una enorme y escurridiza serpiente
cuatro narices ante mis ojos aterrados, entre tazas de café que cultivaran
ellos mismos y algunas de chocolate espeso supe bastante sobre sus viejos abuelos
emigrantes, adentrados en el corazón germano de Alemania, y conocí a bellas
muchachas aparentemente serenas, pues alguna de madrugada friolenta osó abrir
“sonámbula” la puerta oscura de mi habitación y sus consecuencias siguientes,
cargadas eso sí de copiosos senos escondidos entre gruesos encajes oportunos,
todas con trenzas rubias y grandes lazos rojos cruzados de una oreja al otro
oído, que miraban fijamente con las retinas pardo azulosas de la atrayente Isolda
en un embrujo celestial como queriendo decir ¡llévame, Tristán¡, y a cuyos
padres y mamás nunca olvidaré, tales como Gertrude Kohler, Karl Moritz, amigo
sesentón, solitario y también naturalista apasionado, la panadera Josefina
Blank, Carlos Misle, socio permanente de
los néctares embriagantes, Alfred Koch, Isaías Newman, el fruticultor Bergman,
el salchichero Hans Antich, las familias Kanzler, Müssle y tantas buenas gentes
que quedaron prendidas para siempre en dichos parajes del olvido, por un gentilicio
de raigambre teutón.
14
Mis horas
estaban contadas en
Puerto Cabello –ahora acoto esta memoria impulsiva al canoso cuanto calvo doctor Lander y no a Priscila-, porque
sin darme cuenta siquiera aparecía en el ojo del huracán de la política, al ser
considerado sujeto peligroso por la representación de Su Majestad Británica
establecida en esa ciudad porteña, pues oportuno es recordar que desde finales
del pasado siglo XVIII ambas potencias, la inglesa y la germana en sus
modalidades específicas, por encima de ser todos parientes celosos en sus casas
reales vivían en un continuo pleito
enguerrillado por la implantación y sostén de los intereses mercantiles allende
el océano, a sabiendas que España más tarde o mejor temprano, iba a sucumbir
como entidad primaria de combate en estas colonias ardientes de ultramar, de
donde los fieros ingleses precavidos comenzaron a surtir de informantes,
sigüíces o espías entrenados con cara de
respeto y bolsillos de hombres de negocios, en el corazón de esas provincias
dispersas, y a Venezuela, que era de apetito desbordado por sus presuntas
riquezas minerales, la llenaron con dichos señorones de presencia, alcurnia
discutida, monóculo, leontina, cuello duro, puños de camisa almidonada,
mancornas, calva y de postín en sitios
estratégicos del comercio interoceánico, o sea el arriscado eólico La Guaira , el aparente
silencioso Puerto Cabello, la estrecha fluvial Santo Tomás de Angostura, de las
ricas zapoaras y el babandí, el cruce de caminos tortuosos llenos de mulas
viajeras por serranías y del llano que es Trujillo y el bien ubicado cuanto
animoso puerto cacaotero de Carúpano, amén del conocido Maracaibo, al tanto que
de la acera del frente los prusianos y otros alemanes visionarios enviaron
agentes encubiertos que con la cara limpia de sospechas se dispersan en mil
negocios embrujados por la anterior colonia de los Welser, y de esta forma
sabia fueron abarcando tráficos diversos y preponderancia en sitios de amplitud
como el recordado Puerto Cabello, La
Guaira , Carenero, Coro, los llanos, el mismo Maracaibo y la
serrana Rubio, rica heredad agrícola fronteriza cuanto abierta en el eje
lucrativo de la montaña andina tachirense.
Mientras las dos cuasi monjitas de las beatas
clarisas Lander me acercaban un pocillo grande de café caliente y un majarete
de coco recién venido del horno, el comedido doctor Lander, que al momento se halla muy
atildado y vuelto oídos en la conversación sobrevenida, agregó otros datos
precisos a las noticias que conservo, interesándose más en el asunto.---- “ ¡No, si no hubiera sido por el vagabundo
quita fueros de Antonio Leocadio, que
robó la primacía en el partido ideado por mí, y donde se reúne con sinvergüenzas
y malandrines de oficio o especulación, que ahora llaman liberales, yo hubiera
abierto las puertas del país a lo eslavos descendientes de Iván el Terrible,
quienes querían ponerle la mano a Curazao, por ser mercado de esclavos, aunque primero el paso corresponde a los
alemanes, por tener tantos vínculos de antiguo con ellos, y luego a los
socarrones ingleses, porque son avispados empresarios que ni duermen en el
empeño crematístico, y a fin de rematar el proyecto de población imaginaria
incentivaría a algunos franchutes que llamaran gabachos para establecerse
tierra adentro, de los que andan por allí en medio de la orfandad y viudez del
luto napoleónico, saltando de islas en archipiélagos
poblados entre los dispersos confines antillanos¡.
----“Sí, mi distinguido Godo, conozco sobre muchas historias de
luchadores germanos en Venezuela, pero lo que más llama la atención es el
esfuerzo insólito que al presente hacen para engullir la trata comercial
externa del país, desde joyas hasta pantaletas, importando cuantas fantasías y
baratijas pueden traer a fin de colocarlas a través de los mensajeros
negociantes que corren por el empinado monte andino, los llanos anegadizos y la
variada costa nacional, y hasta ahora mediante planes al detalle cocinados en
conciliábulos expresos, piensan establecer una cabeza de puente operativa en la
estratégica isla de Margarita, que abarque toda la extensión insular del
territorio caribeño, porque en los cuarteles activos del Reich en Berlín bulle
la imagen neocolonial de los banqueros Welser, como bien se retrata en la
prensa noticiosa manejada por algunos charlatanes agoreros de oficio y en
ciertos libros de aventuras extremas que dentro del texto caviloso contenido se
refieren a estos terrenos trasatlánticos en cierta cantaleta mordaz que los tildan
de incultos.
15
Las cervezas iban corriendo al desgaire en ese medio estar o medio ser porteño, porque al tanto que
saboreo un delicioso pargo rojo que los refinados gastrónomos sibaritas
británicos llaman redsnapper and chips, la tarde iba a tomarla para el descanso
aburrido de los fuertes bostezos y si acaso pienso darme algún chapuzón médico en las arenosas playas de
Quizandal, mientras Herr Benitz, quien
peina con la mano su bien cuidada barba
de lobo de mar, que por cierto no lo es, agrega chispas verdaderas a nuestra
conversación en calor sostenida, afirmando que allí no es nada extraño lo del
espionaje inglés, pues en la ciudad esta singular faena policial de seguimiento
a lo Sherlock Holmes se maneja de puntillas desde una venta de pescado frito
que da frente al rocoso castillo San Felipe, propiedad de cierto zumbón mulato
jamaiquino, y en las propias narices de sir Ralph Webster, el prestamista con
cara de leopardo atigrado y negociante vivaz establecido en la calle Lanceros,
que conoce de memoria y sin amnesia alguna la vida personal con los misterios
menudos de muchos oficiales venidos de sus encapotadas islas norteñas a la Guerra Magna , y quien tiene a
la orden del día dos matones de oficio para trabajos de matiz especial, que en
la última semana transcurrida con sangre debieron asesinar de frente y en el
bullicio escandaloso del mercado mayor, a un guardaespaldas del general Juan
Uslar, el mismo personaje hannoveriano que como extraído de un absurdo drama
emanado del erudito por sabio Shakespeare, pudo ser suegro de estimación porque
la hija primogénita con paciente locura literaria anduvo enamorada fugaz de mi
persona, a sabiendas de esta insana circunstancia adquirida que deprime el
espíritu por lo bajo desde los arrabales del pueblo, y a cuyo único
descendiente varón este legionario activo de rabietas puso por nombre Arturo,
en recuerdo del flaco con armadura puesta y sable “excalibur” de a dos manos
rey Artús, el de la leyenda medieval oportuna de camelot y de la rota tabla
redonda.
Quien sí pudo sacar la pata del barro eliminando la confusión somera en
que mi alma infusa se hallaba, fue el tendero Federico, el de la pipa olorosa a
zorruno, o tal vez de su cuerpo, una vez que entablara amistad de sostén con
este caballero teutón en el soleado puerto de La Guaira , y después de haber
subido bastimentos baratos a cierto buque surto con anclas ensartadas fuera del
malecón, perteneciente a la nueva flota de barcos metálicos y chimenea de
carbón que cruzaban con rapidez inesperada el Atlántico meridional, bajo la
bandera hanseática lucida entre tormentas cual escudo de guerra y garra del
imperio despierto, por la bizarra casa matriz de la Hamburg Amerika
Lynie.
----“Mira, Godo, te salvaste de casualidad y vaina, porque hay desatada
una guerra disuasiva de episodios silvestres entre el Servicio Secreto Británico
y la Mano de
Hierro peluda que desde Berlín opera el gobierno al grado 33, muy en privado,
por cuestiones de competencia y primacía, pues los prusianos se disgustan frunciendo el ceño cuando los anglos no se
conforman con lo que a mansalva tienen en el mundo del intercambio lucrativo,
sino que estos gladiadores incluso atacan certeros a los intereses alemanes ya
establecidos, como ocurre a menudo, porque, vaya a precisar el dato, todo el
comercio y la producción interna de café, para no decir del cacao, salen
principalmente por Maracaibo, Carenero y la mafia de negocios que dirigen los
insulares corsos de Carúpano, embarcándose rumbo a los puertos del norte de Alemania, en
especial Hamburgo, Bremen, Rostock y Kiel, y ahora piensan absorber el enorme
tráfico especulativo de veleros por Angostura que manejan viejos reclusos
cayeneros de por vida, el llano adentro
y la selva endemoniada, esa que asustados de temor y miedo viendo fantasmas y cuentos por doquier llaman Canaima los entendidos guayaneses,
con olor a sarrapia, cueros o corambres y ganado en pie, caucho, balatá,
maderas preciosas, quesos, pieles de caimán, baba o serpiente y plumas heterogéneas
de garza, a través de los hermanos Sieguert, los Grüber y otras familias
establecidas en la estrecha, barrialosa e inundable capital del Orinoco. Por
cierto que al médico Johan Sieguert le va de maravillas en cuanto a ganancias
estrambóticas se refiere, con su descubrimiento del aromático elixir que llaman
Amargo de Angostura, elaborado a base de tónica genciana, corteza de cuspa con
sabor a quina, y ahora el brebaje acre que produce es de nombre universal, pues dicho producto
acibarado bajo diversas porciones y etiquetas influyentes lo adquieren con
fruición para expender en salones de alta sociedad y en varios continentes ya de
moda. Piense nada más en todo el café arábigo que por Maracaibo se exporta
desde el fronterizo territorio de Rubio, dominado por los asaltantes parameros
y por los enclaves activos de los clanes Breuer, Minloss, Steinwort Moller, Leefman,
Rode, mis parientes Blohm y tantos más, para darse cuenta del dinero enorme que
corre en este juego de posiciones escogidas. Es por eso que el éxito indudable
no lo toleran los rabiosos británicos y
tienen en mientes acabarlo de cualquier forma, hasta con una guerra de desgaste
atroz. Por ello ¡enhorabuena¡, cuando supe que con rapidez pudiste llegar a La Guaira , pues de otra manera
de la copla ni siquiera lo estarías
contando.
Parte de esta conversación sustanciosa la sostuve a solas con Priscila,
quien a base de paciencia severa se había hecho una suerte de intermediaria
culta de mi vida desde cuando la conocí, e incluso de tal hazaña inesperada
comuniqué en los resultados noticiosos a la incondicional Amalia, que tiembla
de emoción cautiva cada vez que oye sobre mis entrometimientos en estos
episodios llenos de peligro o fortuna riesgosa, mientras la hermana gemela plena de inquietudes latentes sueña radiante
casi boquiabierta con orgasmos viciosos y devaneos mentales en el establo
posterior de Buenavista y a la sombra fantasiosa
de las nutridas ubres lecheras y de los
largos penes asnales.
Aquel mediodía pletórico de luz y frente al mar enracimado de nubes
transparentes en un refugio palmero de pescadores sin atarraya almorzábamos
juntos algunas delicias afrodisiacas submarinas como ostras en su jugo, los
guacucos playeros, los mejillones fosforados y los chipichipes libidinosos, que
entre ellos en la suma morbosa llaman “rompe colchones” de lascivia, para con tales
ingredientes entonar el cuerpo de fuerza activa llenándolo así de reservas
potenciales, y a fin de no perder el hilo de la narración policial a sabiendas
del interés que en ello ponía la mulata de mis hondos quehaceres del espíritu,
recostados entre chinchorros colgantes en un rincón de ese lugar exótico bañado
por el ruido de las olas que en
algarabía mueven redondeando piedras marinas
en el choque perenne, al extremo de aquel rumor continuo exponerlas a un
eco enrarecido y con cualquier susurro interno, como si fueran caracoles
gigantes, mediante pormenores novelados continué explicándole de cómo había
salido del tenebroso y oscuro Puerto Cabello, sin que pudieran prenderme los
sorpresivos agentes ultramarinos como enmascarados o sin rostro, de la abusiva y novedosa Scotland Yard
inglesa.
----Aún no sé por qué extraña razón falta de lógica realista en Londres
surgió la falacia absurda de que mi nombre pertenecía al cuadro extranjero de la Mano de Hierro prusiana, y
que bajo el manto silente de médico graduado se me destinara a prestar
servicios de inteligencia y contrainteligencia en el difícil ajedrez caribeño
de Puerto Cabello. Es posible que este error malicioso provino por alguna
similitud confusa de nombres o de profesión, pero lo cierto del caso es que
desde el lugar de mi residencia transitoria yendo hasta el pequeño hospital de
los dolientes o el apostadero naval donde laboro, o a la seria reunión
dominguera habida entre ciertos luteranos profesos que leen con ahínco
repetidor algunos pasajes de la
Confesión de Ausburgo y oran compungidos para imponer a
cualquier precio las Sagradas Escrituras, texto elucubrado que sabiamente
interpreta sin dudar el recio monje agustino, o al mesón solitario donde sobre
tosco banco de cují almuerzo en medio de reflexiones autónomas agudas y el
Ángel de la Guarda
que sí cuida, o a la gallera con mezcla de cubanos y andaluces pleitistas, en
que por curiosidad sanguínea sus espuelas me atraen para estudiarlas y donde de
vez en cuando concurro entusiasmado con el amigo Benitz, o a cualquier paseo
campestre que en el escape a caballo suelto realice, o visitando la rebosante cantina
clientelar, para beber cerveza en tarros importados a lo alemán deseado, o
alguna cana al aire en los prostíbulos marinos que nutridos con rebosantes y
novedosas damiselas coloridas a escoger, concurro para en el descuido de dejar
la seriedad aparte, como buen prusiano de origen cultural allí consumir a
plenitud los apetitos juveniles faltos de sujeción, eso sí, previa las
invocaciones necesarias y cuidándome sobremanera de las enfermedades carnales
del común, mientras a todo instante y en los distintos escenarios señalados
noto siempre el acoso indirecto de dos hombres fornidos provistos de
características caucásicas prominentes, el uno fumador, y el otro quizás aguardando el momento
oportuno para silenciar mi resuello sin producir sorpresa y con el sucio puñal
de la grosera alevosía dramática.
VAMPIRO FAMOSO VLAD TEPES
Estos contratiempos en cadena vividos sobre detalles analíticos o
conjeturas rigurosas y a través de tantas ocasiones en que pude comparar por un
sano entender lo de la persecución incesante, los comenté al compañero Herr
Benitz, y éste apelando de la consabida suma prudencia y en el serio tanteo de
los hechos extraños que ocurren, al hallarse enterado mediante lecturas detallistas
y comentarios provenientes de cronistas voluntarios del lugar sobre los muertos
engullidos entre las marismas cercanas, recordó con crudeza la terca intención
de los británicos en cuanto a intervenir sin pausa dentro del territorio
venezolano, como lo demostraban los continuos ataques marineros de Gualterio
Raleigh, Hawkins, Waterhouse, Preston, Sommers, Keymis, Knowles, Mings, Parker,
Burg, Morgan, Warrick, Jackson y muchos más piratas atrevidos, sumados al ensayo
colonial por demás oprobioso del empecinado Welleshey, las tentativas invasoras
proinglesas de Miranda o las sibilinas ataduras diplomáticas de Ker Porter, y
ahora, dentro de las nuevas técnicas a utilizar, bien pagado de libras
esterlinas tenían a su servicio un vienés perverso de apellido Schömburgk,
venido en andanzas geofágicas del himalayo Afganistán, que vivía como loco pero
muy cuerdo levantando mapas falsos o mentirosos y extendiendo en carrera los
linderos imperiales de Albión en contra de Venezuela por el lado peliagudo del
territorio Esequibo, lleno de sorpresas cuantificables, para así adueñarse de
los ricas minas de oro del Cuyuni, el poético pero amenazador lago Parima, la rutilante Manoa, las cuencas
preciosas del Mazaruni y las diamantíferas del
atronador río Caroní.
“Si, apreciado Godo, aquí van a caer muchas cabezas, según lo puedes notar,
y lo mejor es que antes de aparecer el torbellino mortal de la desgracia empaques
pertenencias y te vayas a otro sitio menos ansiado por la corona británica,
como lo es este estratégico puerto, que puede servir en ello La Guaira , donde tengo varios
conocidos, y no comentes a nadie sobre el viaje, porque te pueden jugar al
secuestro y así volverte nada en las marismas cercanas, con mayor prontitud. Te
recomiendo, pues, el mutis absoluto y que hagas todo lo del paseo propuesto con
harta rapidez”.
Esa noche de angustias no pude concebir el sueño, ya lo supondrás, Priscila, porque en medio
de la oscuridad reinante oía pisadas felinas de lobos himalayos hambrientos también provocadas por monstruos invisibles cerca del cuarto de
descanso, teniendo que asegurar la
ventana con doble cerrojo por encima del calor excesivo y unas molestas
taras grises que revolotean sin cesar, el ruido cadencioso o rítmico de los
mosquitos lugareños y el balbuceo turbador de ciertas voces lejanas con acento extranjero, de donde imagino en soledad
cómo sicarios profesionales me seguían los pasos de acuerdo con órdenes
exactas, y en el divagar enfermizo de aquel martirio a cuestas e insomne sin
descanso supuse que para ellos, o bien para el Almirantazgo británico y su
Cuartel General establecido en las riberas londinenses del Támesis, yo debía
ser un individuo peligroso de primer orden, al que era necesario destruir o poner
coto a como diere lugar.
En el correr efectivo de la nueva jornada hice tareas comunes de mi
carrera hospitalaria según fue la costumbre, sin demostrar extrañeza del conflicto
y por encima de verme perseguido con cuatro ojos malditos situados bajo gorras
con viseras de espanto, pero en el despiste necesario que realizo al iniciar la
tarde, con ciertas dificultades insospechables, por la puerta de atrás de los
galenos pude introducirme a la fonda
“Baltic” que alguna vez concurro, tan visitada por la bullanguera marinería
allí de tránsito, y en un santiamén, mediante información precisa a cambio de
metálico que ofrece el tuerto Stanislaw, un polaco metido a brujo malparido y a porteño beodo durante largo tiempo, entro
en contacto directo con el capitán holandés Van Veelen, a quien explico lo de
mi situación riesgosa, y él, comprensivo al extremo de tamaño peligro, acepta
llevarme en calidad y pinta de polizón, para no ofrecer datos oficiales al
resguardo portuario, en el barco mercante “Rotterdam” que saldría desde el viejo malecón del puerto a las cuatro en punto de esa tarde lluviosa.
No abandoné más aquel albergue salvador, aunque con alguien de
confianza envío el pago correspondiente del alojamiento y por mi equipaje,
preparado ahora en forma de paquete comercial, y atrás, en el oscuro baño de
aquel sitio cervecero, hediondo a todo menos a perfume, bajo la dirección
artística del experto Stanislaw tiño la piel de carbón y corto el pelo, igual a
los que trabajan en las ardientes calderas de cualquier navío mañoso por senil.
De esta manera fragmentaria, por el portillo del fondo y con el bulto encima, bajo
el disimulo del renqueo que luce adrede la pierna izquierda, salgo de ese hostal de
cobijo y lentamente me voy acercando al libertario buque “Rotterdam”, para subir a bordo el miedo
demasiado que me escuece y así esconder el cuerpo con lógica prontitud.
Cuando el barco en silencio de pitos anunciantes y cambio de banderas
triangulares se aleja del conflictivo Puerto Cabello y lento va saliendo por
canales acostumbrados hacia la apertura del mar, le acosan unos delfines que
saltan de alegría rodeando el casco de la nave, mientras sentí otra vez nacer,
Priscila, porque los guardaespaldas atrevidos que querían asesinarme a
cualquier precio o en la ocasión precisa, con aquel vulgar cuento del espionaje
entre potencias se cayeron de un coco alto y quedaron bajo el matiz irónico
como dicen allá a las novias engañadas del pueblo, solas y con los crespos
hechos, o sea vestidas de ocasión, sin pretendiente alguno y por demás
alborotadas.
16
Genovevo, el fiel campesino de Galipán, una vez suscritos los papeles privados donde me cedía en venta más de cinco cuadras de vegetación áspera, que
eran parte opulenta de su querencia familiar, fue muy amplio en la ayuda que
aportara, pues fuera de que a la fuerza impuesta y sin excusas trajo a dos
sobrinos carnales desde el filo de la montaña arriba, por cierto mal nutridos y
flacos de prestancia, a pico, pala y sudor de tierra fría comenzaron a ordenar de otro modo el terreno escarpado en terrazas
al estilo indígena trujillano y de acuerdo con precisas instrucciones impartidas, que expuse
en persona cada fin de semana, al subir de La Guaira a Galipán por entre aquellos desfiladeros irritantes y a los que
luego mejoré con suficiente sombra de palmeras y holgada caminería animal. Así se fueron acomodando los nuevos
linderos del edén descubierto, al que de seguidas plantamos vistosos árboles
limítrofes, como el arábigo cafeto, con cascadas naturales surtidas de
batracios silentes, se arregla de manera romántica tudesca el paso del arroyo
que corre por el extremo divisorio del fundo, hacia el final, adquiriéndose una
yunta de bueyes más que mansos y tardíos que el mismo Genovevo con delicadeza genital
antes había bien castrado, para luego almorzar picado de
orgullo con estupendas criadillas a la brasa, junto a dos machos fornidos y sumisos que en todo
momento cargan los trastos necesarios, también se siembran pinos de necrópolis
aunque silvestres con semillas traídas de los lacustres Alpes suizos, algunos
abetos flexibles, raros eucaliptos de
montaña provenientes de la lejana Australia, y cualquier sauce plañidero, para
que una manada de pájaros insectívoros, estercolarios y fructífagos en lucha
con las mariposas del arcoiris o los voraces saltamontes inoportunos, solacen sus efluvios
dispersos fertilizando esas cumbres enhiestas, a veces dominadas por la niebla en
algodón y sin fin, mientras los zamuros, que muchos en esta América mestiza aún
por descubrir llaman buitres, chulos y otros gallinazos o zopilotes, de lo alto
del macizo cordillerano lamiéndose el pico regodean la visión mortecina en espera del tufo
nauseabundo conductor, que es cuando caen sin menores esfuerzos y en vertical picada
con el intento serio de devorar los
restos animales esparcidos.
Estaba seriamente enamorado de Galipán,
sus rosas, nardos y claveles, sus crepúsculos o arreboles tirando en amarillo
ocre hacia la insular Margarita, donde ahora permanecía por tiempos enteros de
placer pese a las lluvias tropicales hostigantes, algún granizo de esferas o
canicas moldeadas y los truenos violentos que siempre en su lenguaje explosivo
estremecen el cielo colgado de aguas verticales y auscultando realidades en el
horizonte de mis sueños, mientras iban creciendo algunas construcciones hechas
de argamasa o a cal y canto juntas con sangre de res caliente aunque fueren al estilo clásico del castillo
gótico sajón tan ilusorio, donde bajo mi dibujo y rumbo supervisor se elevaron
entradas y salidas jamás vistas por las almas en pena, estrellas y plenilunios con cualquier ocasión para variar en fuertes aguaceros, jardines colgantes experimentales
que lucían en paisajes como los de Babilonia, una arboleda exótica semejante a la que Karsten tenía prevista para la Colonia bávara de Tovar,
salas de visita sin concluir y los laboratorios ocultos a los neófitos
indecisos del deseo reprimido , con resguardo del tiempo separados, eso sí, de
la sacra estancia en familia mediante la erección de muros altos con campanas
altaneras para auyentar bestias nocturnas invasoras, y corrientes de aire sorpresivas que alejan
los pestíferos e insinuantes olores inoportunos, porque
haciendo cálculos a futuro que no fuere
lejano, pensé contraer matrimonio en primera oportunidad, como también se
incluye en este menester tan detallado la
enorme biblioteca científica que ya tenía en aumento por variada, al
adquirir libros originales de los pronto llegados en barcos extranjeros al
puerto guaireño, por ejemplo el famoso Balthazard para con ellos y a través de
las horas nocturnas entender de
cadáveres desconcertantes, sumando la
botica colmada de químicos farmacéuticos en uso como los Bayer, de pretérita y
última generación, además de cortezas, brotes ingenuos, retoños, hojas
superfluas, tallos, sahumerios, parches del diablo, flores de eterna primavera, raíces y
yerbas medicinales incluidas venenosas, el museo necesario para el resguardo in
vitro de las víctimas, y otras formas científicas manipuladas de mis
complejas conclusiones de estudio, el salón de acicalar difuntos degradando las
grasas corporales ya cubiertos de formol, y un extenso taller pleno de
herramientas como envases, pinzas, cuchillos, tenazas, sierras, taladros,
berbiquíes, bisturís, cucharas, martillos, escalpelos y cien cajas diversas,
lugar exquisito donde habría de
permanecer horas enteras de mi existencia complicada en la investigación
profunda sobre la vida terrena y algo más, la extraterrestre y el supervivir
eterno en la galaxia rodante del espacio después del fallecimiento aparente,
para así evitar pérdidas o extravíos
extemporáneos e inexcusables, según teorías orientales que
digiero mascullando los temas por
sesiones continuas, y hasta en la existencia vegetal, que entonces llevaba analizando años en un eficaz estudio
comparativo a través de los diversos enfermos sin dolientes conseguidos en los
hospitales y de ciertos muertos en descomposición acaso hallados a la vera del cuidado camino licantrópico o en el cementerio
ocasional de los escasos peregrinos regionales.
Fräulein Amalia esta tarde del jueves toda sorprendida se acerca por lo que le había
contado Genovevo, recién subido del escenario playero mediante algunas dos
horas de camino pendiente a partir de La Guaira , pues estaban solicitándome con urgencia
desde el vetusto Hospital sanjuanero, porque las diarreas coléricas o el cólico
miserere no cesaban aún escaseando el papel de estraza aliviador, como campea
la viruela también, escarlatina, el tifus, el sarampión molesto y la fiebre
tifoidea o el bendito tabardillo, teniendo en cuenta igualmente que los
episodios funestos de la
Guerra Federal iban acrecentando la suma y resta de los
muertos vivientes, parecidos a sombis, de
donde el martes anterior habían fusilado sin vuelta atrás a cinco enemigos
zamoranos regando su sangre en la subida de Maiquetía, no lejos de la quebrada
de Curucutí, todos cogidos infraganti, con las manos ampulosas en la masa, o en
la mesa, fuesen federales u oligarcas, que al fin y al cabo daba lo mismo en
esa contienda fratricida donde nadie entendía de ideas ni menos de principios, sino de bárbaros
caudillos y procedimientos bastardos. En la noche profunda, por costumbre
acogida de siempre mantengo el espíritu despierto realizando reacciones
postmortuorias sobre algunos cadáveres enteros que alivio con la estera de cal,
con antisépticos lavados y otras sustancias nítricas para la buena conservación
del trabajo emprendido, mientras que con
la ayuda de la sin par Amalia estudio el sostén circulatorio de la sangre, a la
manera del inmolado Servet, el sistema integral nervioso, el análisis al
bisturí de las circunvoluciones cerebrales, el tictac sistodiastélico armonioso
del corazón y otras rebeldías anímicas de los seres pendientes o en estado de
letargia vegetativa y hasta de catalepsia, según lo practican en común varios
altos gurús indostánicos, luego de un intenso ayuno vegetariano.
Ese sábado siguiente desde las dispersas
nubes galipaneras que pronto amenazaran
tormenta, bajo al puerto guaireño en compañía
del giboso Quasimodo, porque debía atender los negocios profesionales
pendientes, como visitar además a Herr
Federico y entrevistarme luego con Priscila, quien por encima de otras veleidades
masculinas que disfruté al momento de satisfacer el encanto genérico de la
fruta prohibida por madura, siempre me espera en el mismo nido de amor y a la
hora oportuna, así el retraso se prolongue por alguna fuerza inesperada o extraña
y hasta volcánica de ocasión. En el
camino inseguro del descenso voy en
franco parloteo con Quasimodo, a quien acompañan además una pareja ocasional de perros
afiebrados por la época del celo como por el olor almizclero del vecino, y siguiéndole
en parsimonia los dos burros birriondos
e intranquilos que admiraba con ansia Francisca Amelia, o doña Pancha, según
ahora la llamo por apego lexical, pues con toda certeza y si el tiempo lo
permite al menos en uno de los asnos el consentido contrahecho habrá de
transportar hacia Buenavista al difunto
menos solicitado del hospital, que él siempre en horas avanzadas y tenebrosas
de pesar cual momia faraónica extraía, envuelto con lianas y trapos avinagrados
en desuso, a través de la estrecha parte trasera del tenebroso solar mortuorio,
sitio sembrado de agrios naranjos escasos de utilidad y menos para comer por
causa de las aguas mortecinas con que riegan el plantío considerado fétido,
donde precisamente incineran de prisa a ciertos
cadáveres infectos de abandono, con lo que bastante se evita la hedentina y la
presencia de golosos animales carroñeros.
----“Guten Tag. Wie geht es
ihnen, Herr Federico, fue el saludo cordial que diera de inmediato al tendero y fortachón
prusiano, mientras lo invito a una Bier o cerveza de esas que mantiene frías conservadas
en tinas de madera entre pastas de hielo y sal, para prevenir que este sólido y
gélido elemento pronto consiga derretirse. De seguidas acomodo la humanidad que
sostengo entre las piernas en una estrecha butaca de cuero poco curtido casi a
las puertas del establecimiento mercantil, al tanto que un becerro como gordo rumiante me mira en desconcierto y el sajón
bien informado de odiseas y murmurios pasa a referir las frescas noticias de
ultramar, pero con dos meses de atraso velero, llegadas mediante esa rapidez
inusual y espera interminable en el vapor correo proveniente del virgíneo San
Thomas y más allá, dando tumbos cambiantes, de la extraviada Europa
continental.
----“Ando envuelto con bastantes preocupaciones, mi querido Godo, expresa
algo extraviado el fortachón, porque en los periódicos alemanes que recibo y
entre ellos Die Welt, Berliner Zeitung y Berliner Tageblatt, se habla sin
exageración de otra guerra germana a
iniciar contra los imperios aliados de Occidente, que lidera sin duda el poder
creciente de la real casa inglesa victoriana, o sea la matrona robusta del
castillo de Windsor, esta vez mediante unos barcos escupe fuegos que con acero templado
de la familia Krupp y las fábricas carboneras del Rhur ya se construyen a todo
trance y esfuerzo, sin medir consecuencias o desvaríos. Todo esto es deplorable,
insiste. Además, por su parte los astilleros navales como los habidos en Köenisberg
y Dantzig se aprestan a lanzar una moderna flota cargada de cañones y suertes
cartománticas que pueda darle la vuelta en redondez al mundo conflictivo, para
así defender las colonias que tenemos en África
y hasta en los archipiélagos lejanos de Asia, y en América cual punto
sublime de valía refieren detalles acerca de las pretensiones renovadas sobre la
piel hirsuta de Venezuela, a la que llaman Welserland sin temor a represalias
prematuras, lo que se materializa en un extenso editorial que trae inserto el
mismo diario berlinés Tageblatt, donde afirma con énfasis y sin titubeos que
Venezuela es “la más antigua de las colonias alemanas”. Para ellos, para el
Alto Mando alemán y para la
Central de Inteligencia teutona, Venezuela les pertenece
desde cuando el flamenco germanófilo Carlos V, rey de España y Emperador de
Alemania, en cuyos territorios heredados ni siquiera “se ponía el sol” por ser tan débil y menos era posible taparlo
con un dedo, dado lo extensos y esparcidos en los continentes hambrientos de
destino, esa tierra firme de un plumazo certero entregado, con lo bueno y de
obsequio con lo malo, con el vellocino de oro y hasta con las muchas envidias
que se insertan, por cuenta de deudas atrasadas e impagables que incluidos
sobreprecios y otras ventajas financieras detestables alcanzaron la bicoca estimable en 3.000.000 de florines, por lo que el desprendido monarca ahora enfermo de dolorosa
gota en el dedo gordo del pie derecho, sin medir otros daños se la entregó casta y virgen, hasta núbil, a la casa Welser,
cuya sede central estaba abarcando tantos negocios comerciales de altura que
iban en ascenso no solo desde una artística Florencia del Arno a la norteña y
entumecida Suecia de los renos boreales en apremio de ser luterana, y la Santa Rusia ortodoxa de los zares barbudos, sino
que entre vodka y vodka razonables permanecía por siempre produciendo cierta
clase de envidias escondidas en el
corazón de la otra inquieta Alemania, o sea, en la banquera Ausburgo que tú y
yo conocemos de antemano”.
LOS TEMIBLES ALEMANES WELSER
----“Y además en el intento de una reflexión consciente debo añadirte
para completar la historia fascinante ultramarina y ya inmerso dentro del género de la pesquisa
policial llevada a conciencia por la llamada Mano de Hierro del contraespionaje
berlinés, que erraron en dicho nudo de operaciones desconcertantes donde se ha
desmentido la muerte que con bombos y platillos pregonaban como éxito seguro
los sabuesos de Scotland Yard, o sea lo del sujeto que en calidad de médico
tratante manejó una organización pro germana en Puerto Cabello, de lo que tanto
se ufanaron los servicios secretos británicos en las lentas noticias europeas,
agregando por consecuencia el haber desmantelado toda esa célula dañina de
información cifrada o por clave que en
contra de los intereses anglosajones de manera permanente iba a establecer una
red de apoyo a los planes definitivos llevados con diligencia por el imperio
alemán en el antiguo territorio caribeño, que desde luego afectaban de manera
directa los negocios angloparlantes en la vasta zona marítima antillana, y
entre los planes definitivos aprobados por el eje prusiano aparece, según
dieron a conocer, la toma necesaria de Margarita, perla insular llamada con
sentido de raigambre la
Gibraltar germana, como igual adicionan algunas islas
guaneras en posesión pacífica de Venezuela, ricas en excrementos avícolas de
calidad fosfática, todo lo c ual impedía
los proyectos en curso de Albión o de John Bull dirigidos hacia la extensa
franja sedimentaria situada al oeste del río Esequibo, que llega a abarcar el
estratégico delta del Orinoco y hasta el anhelado Caroní, río emblemático que
cursa sus riquezas y hasta afrodisíacas por entre los entresijos y altas
llanuras del macizo guayanés. Imagínate
que por espasmos acomodaticios y las cavilaciones trasnochadas del mando
londinense, y sin pensar en la reacción americana monroista, que es algo de
temer, dan por muerto al médico germano jefe de la banda establecida en Puerto
Cabello, porque aparecieron ciertos restos humanos prendidos sobre una vieja
ancla en las afueras fangosas de la bahía portuaria, atribuyéndose esos
despojos óseos y algunos desperdicios textiles al fenecido galeno teutón. Te
repito, como expresa alborozado el galante Don Juan Tenorio, del sorprendido
Zorrilla: “Gozan de buena salud los muertos que vos matásteis”.
Esa tarde entre besos y
caricias mantenidos en la imaginación desbordada conté a Priscila sobre el rápido avance de las
obras a construir y edificando en
Buenavista, donde ahora con la original incorporación arquitectónica bávara se
podían ver patios cubiertos de piedra lisa, corredores de tierra pisada y
suelos con mosaicos importados o en arcilla cocida, caminerías rebosantes de
grama y yedras húmedas que daban vueltas y revueltas a gusto acordes con la
composición topográfica del terreno, sitios de estar adornados mediante
asientos de cemento gris irlandés, en la mezcla de mortero agregada por
costumbre local la correspondiente argamasa con sangre de buey caliente, y ya
había comenzado a disponer de un cementerio propio de parcelas a fin de inhumar
cadáveres predispuestos una vez realizados en ellos los análisis de
significación metabólica y otros avances necesarios de la época vivida con la
revolución industrial. Para entonces, a manera de como lo expreso, anduve
envuelto en estudios llevados hasta el fondo de los hechos sobre la cultura de
las momias esqueléticas ecuatorianas o del
Sudán inferior, algunas de viejas dinastías tártara-mongolo-turquescas y las
del largo incanato indígena suramericano, sujetas ellas en botijas de barro, a
objeto de extraer de estos serios exámenes biológicos nuevas experiencias en
cuanto al mantenimiento esencial y definitivo de los pobres difuntos, que
aunque no lo parezca permanecen casi en estado de levitación acaso por el
hambre perene.
La manera de actuar en aquel sitio de constantes ensueños inicialmente
fue un tanto primitiva, con techo provisorio y paredes de mampostería
inconclusas, mientras desde la próxima quebrada por caños de bambú se acometían
con celo inusitado las cristalinas aguas para servir al uso personal, como el
recoger las pluviales mediante tejas dirigidas hacia los chorrerones dispuestos
de la erosión, abajo del mismo inquieto riachuelo, y el embaule de los fluidos
restantes, a través de rústicas cañerías
o por intermedio de desagües cónsonos
que con el provecho de sistemas de tratamiento forzado y agregación de
cloro me sirvieron para enriquecer en
alimentos naturales a las frescas orquídeas del ambiente, los pozos rebosantes
de sonoros batracios saltones en el croar enamorado de los sapos, renacuajos y
ranas danzantes al impulso del tiempo, y a las múltiples variedades de helechos
y clases de bromelias oriundas de tan edénico sitio de vivir. Aquello en
realidad iba convirtiéndose en una verdadera fantasía, un embrujo visual,
mientras por turno acomodaba los
trabajos en ciernes al modelo de las viejas
casonas bávaras entretejidas por la niebla mediante simétricas tablas de
listón y horcones negros dispuestos sobre el blanco abrillantado entre sus
frentes espaciosos y con algunos toques barrocos característicos de la
construcción típica que por la época juvenil me rodeara con afecto en la altiva cuan amada por siempre
Halberstadt.
----“Pero debo añadirte algo
muy importante, Priscila, sobre aquel conjunto de la primera fase que cuidaron
pacientes Genovevo y lerdos sus sobrinos, lo que tendrás por vida escondido como
secreto de confesión, al decir de la fe católica que profesas, pues es realidad
tangible y sin ninguna duda por obra de encantos protectores, como ocurre con los enanos díscolos de la ánglica isla Man,
que una mañana dominguera y luego de los aleluyas dogmáticos requeridos mientras vaciábamos residuos de
material desechable a la orilla del zanjón abierto abajo por el correspondiente
arroyo caprichoso, de pronto, removida
una piedra por las mismas escorias estrelladas en el fondo de esa oculta oquedad
hallé un verdoso botijón artesanal muy bien cuidado, el que de inmediato
traslado hasta la casa de habitación que me guarda de noche en espera de obtener eso que llaman en léxico
casero “tesoros, guacas o entierros” escondidos, y allí, con las mejores
precauciones contra intrusos de oficio, procedo a perforar lentamente dichos
paquetes, sin inhalar efluvios dañinos, encontrando la sorpresa inaudita que en
lo interior del cuenco arcilloso cabía
un pequeño envase inglés, que estaba a la vista del conocimiento presumible por
sus características de ser hechura en vidrio soplado y de tono azuloso, como el
de Prusia, con tapa de corcho centenario
y viejo precinto especial, en cuyo seno permanece un mapa en deterioro e
impreso mediante cualquier punta de hierro candente y sobre tira de cuero
vacuno, según se marcan a fuego las
reses tendidas en campo traviesa, para con esta prueba señalada ubicar algún sitio
de entierro y desentierro, y a su borde de compañía apareció también un añoso al tiempo que corto papel del tipo
estraza de escribanos cubierto mediante garabatos signados en tinta negra de
hollín catayo y portando cierta aparente grafía gótica realizada con pluma
acaso de ganso benedictino, a la que estuve acostumbrado en manoseo literal por
un terco maestro gremial detallista desde la escuela primitiva de Halberstadt,
cuyo texto acaba dibujándolo con el cursivo alfabeto inglés de Gales, el que
por hallarse un poco enrevesado y difícil de descifrar debido a la hora oscura
de la tarde, casi al anochecer de los espíritus en vela y ya sobresaltados porque despiertan volando con
intenciones de matar, pues, en el mayor
sigilo y lejos de ojos y oídos acuciosos manejados entonces por quien para el momento
descansa en la Quinta Paila infernal, decidí
guardarlo ya a escondidas con la
intención de ser objeto de un mejor estudio ante el sosiego y la
tranquilidad del día siguiente.
----“En esas horas nocturnas y angustiosas, Priscila, sí fue verdad que
no pude dormir, por andar cubierto de muchas falsas interrogantes tanto sobre
el amarillento papel de trapo que acaba con mi tranquilidad como en referencia
al mapa tallado encima de la piel curtida que protejo a escondidas de mentes
curiosas y alarmistas. Por esta razón apasionada presto tomé un tranquilizante ansiolítico de las neuronas tratando de calmar
esa ansiedad que sucede al bochorno, luego me pongo de pies o de cabeza en el
lecho bruñido para dos usuarios donde otras veces nocturnas durmiera a pierna
suelta, en muchas ocasiones cambio la postura fastidiosa o costumbrista del
cuerpo en busca de descanso mental, elimino la dura almohada de rollo, los
malos pensamientos que se agolpan seguidos, me acurruco en trance fetal, yazgo
boca arriba o vuelta abajo cuidando no oprimir los testículos usados, alargo
las extremidades inferiores con los músculos en tensión, respiro profundo y
contenido a la manera de los faquires
místicos de Malabar, cuento más de mil ovejas dispersas que ahora saltan en mi
loco imaginario acorraladas por el lobo hambriento de balidos, tomo sorbos de
leche agria entrecortada, mastico terrones de azúcar morena, consumo lechugas
frescas producidas en Galipán, y nada, fue imposible concebir el sueño
requerido, de donde transcurrida la medianoche exacta y después de oír el
sonido acompasado del reloj de pared que a esa hora despierta temor reverencial
por el incomprendido Nosferatu, entro en estado de trance
Mehr Licht, más luz pide
el filósofo alemán de Köenisberg al borde de su tumba para entender todo lo que
está ocurriendo en la cuenca orbital, preñada de incógnitas superfluas y
claroscuros razonables, mientras por fin entre el filo de una apretada
conciencia y el canto de cualquier gallo
equivocado por la hora me voy
aletargando en cierto sopor mental a golpes de distancia, al comprender por el
paso de los segundos hacia atrás que el terrible demonio Mefisto, amo y señor de
oquedades profundas donde el calor por obra de los gases fríos poco se extiende, sin aceptar la tesis básica del
mago Merlín reclama la entrega del alma impura al astrólogo y nigromántico estudioso
doctor Johann Fausto, a quien le vende
el alma con detalles en los severos
términos convenidos por contrato, como ocurre
desde la misérrima cuanto sedienta urbe coriana y en epístola final casi
sin tinte ni tinta acaso de calamar, al apuesto caballero del cuello dolido De
Hutten recordándole así y cariacontecido
la escena sentenciosa a su hermano el poderoso rubio obispo de Würzburg.
---“-Mas, ¿cómo hiciste para
entender lo escrito?, pregunta presurosa la comprometida
Priscila, llena de ánimo y atónito interés.
----“Para mí fue harto y difícil penetrar en aquel laberinto de
palabras gastadas, como góticas antañonas, pues además de estar mohosos el
papel y el plano primitivo del escondite, debí primero someter la delicada prenda a un tratamiento a base de vinagre y
vapores de yodo, a fin de que los efectos desprendidos del ácido acético y las
exhalaciones químicas limpiaran huellas y caracteres velados, aunque con el pellejo
de la res fue necesario utilizar fuertes sahumerios compuestos por líquidos yodales, y luego de dejarlos expuestos al sol
por poco tiempo a objeto de eludir daños consiguientes fue imperante tratar
ambos instrumentos de prueba en el juego sutil con preciosas pinzas de
laboratorio, intentando por ello de que no más se maltratasen durante tan delicado
trabajo. Después, como quien nada quiere saber sobre el hallazgo
extraordinario, continuo en el empeño establecido a ritmo de rutina y en la mejora
permanente de la propiedad, a manera de no despertar sospechas mínimas sobre
este acontecimiento inusitado y entre los que me rodean, contándose dentro del
redil cercano al ahora astuto Genovevo, sus sobrinos gandules y un par de
negros bozales de la díscola nación mandinga traídos con argucias metálicas preconcebidas
desde La Guaira ,
para el empeño renovador que se pretende”.
El descubrimiento que acabara de hacer me tenía sorprendido mas no
turbado y porque era poco entendedor en esta compleja materia derivada acaso de
tesoros piráticos como producto de la rapiña clientelar en uso, dentro de las
precauciones necesarias sin muchos regodeos alusivos decido viajar a Caracas
para investigar sobre la escritura borrosa que tenía entre manos, hecha con
trazos rústicos, desconocidos al principio aunque a vuelta de revisarla tantas
veces, hasta con una lupa de buen aumento que subo presuroso de La Guaira , pude entender que
el breve texto extraño era vertido en castellano gótico andaluz pero mudéjar nazarí del tiempo quijotesco, aunque dentro del
estilo existente con algunas
contracciones ligeras utilizadas, y al final del apunte, de mucho descubrir en
la paciencia lazarina del santo Job con aquello vulgar y peyorativo de “paciencia,
piojos, que la noche es larga”, paso a entrever los signos aparentes de un año calendario
A.D., “agnus dei” o tiempo del Señor, realizado por alguien que garrapateó el
1595 en guarismos románicos (MDVC), y luego con el transcurso de las horas
indecisas dentro del enigma que aún se plantea limpiando bordes oscurecidos encuentro
una palmaria consonante “T” bastante clara
en el original, y después con el color en desgaste que aparece surge acaso parte
de la inacabada palabra “Villalp.”, que semejó un burdo apellido hispano con nombre de ciudad castiza,
a todas luces calzado en dicho escrito instructivo. Reunidos, pues, estos detalles someros aunque
tan útiles para entender tales registros encontrados, con premura emprendo el
camino resbaloso de Caracas, y aquel caballo Kaiser trotamundos como nuevo
Alburaq, el alado Pegaso, Babieca o Bucéfalo de los encantos equinos, en el
empeño no cesaba rápido de acercarme al
lugar placentero, hasta el momento que cinco horas después en que bajara friolento rumbo a la vega de los indios toromaimas, ahora cubierta con
nuevos techos rojos claveteados, indios por cierto gentiles pero antropófagos
de hábito en desuso, carniceros de herencia, según me había enseñado con
cháchara cordial Herr Federico, que otrora andaregueaban revoltosos y hambrientos en las faldas de la
enorme montaña avileña del Guaraira
Repano, divisoria de amor, precisamente en las alturas de Galipán, con el
extenso valle caraqueño como espejo.
El empeño de mi agenda en Caracas era proceder a las primeras limpiezas
o curas sobre el rostro adusto del llamado por el vulgo doctor Lander, que en
la inicial instancia conocida había “muerto”
de 58 años de trajín permanente, tan agradecido como andaba por el trabajo
delicado hecho en su cutis de manzana criolla, al tiempo también de visitar a ese serio caballero teutón de renombre y título doctor
Adolfo Ernst Bischoff, sabio alemán que me podía entregar alguna información
detallada sobre los hechos antiguos ocurridos, dentro de lo secreto del encargo,
y luego de ambas entrevistas amables procedí a enfrascarme en la vieja y
olorosa biblioteca pública de origen franciscano, establecida al lado de su
templo parroquial y de desconocidas y aún no selladas criptas cubiertas de calvos
cráneos monjiles, para en los repositorios añosos del seno frailuno allí
existente hurgar sobre otras probanzas
atinentes al embrollo por descubrir. No sé, pero a través del sentir de una corazonada de esas
que a veces bien aciertan o estimulan la inercia, me produjo el presentimiento
sincero que aquellos textos encontrados donde se incluye el mapa hecho mención,
tenían que ver con algo importante que
aconteciera en la ciudad también llamada de los techos rojos y en ello debí
hacer hincapié a objeto de descifrar el enredo gordiano que a través del
misterio insinuante no cesaba de aparecer en sus cabales. EL TEMIBLE CONDE NOSFERATU.
18
Como ya es costumbre de cierto arraigo cronológico toco la puerta del estratégico caserón
de Cipreses, luego abre con rapidez el servicio de adentro y mientras me
desplazo a regusto en la negra mecedora del recibo situado en el amplio
corredor de mosaicos producidos en terracota, y aprecio de cerca a dos manzanos
en flor que crecen con holgura en el patio presente ante mi vista, aparecen de
improntu las dos niñas casi gemelas, medio malcriadas y ya de cierta edad
engañosa que son hijas putativas del achacoso doctor Lander, quienes con agrado
ceremonial me saludan, al tiempo que deleito las papilas bucales con un espeso
jugo de guanábana, o de catuche, según llamaban a esta fruta blanca los indios
caribes de la región. Y luego de otras frases solícitas de cortesía paso a
visitar al ilustre político que yace en pena muy bien atornillado ante su
escritorio de trabajo para la vida eterna, hecho en fina caoba de artesanos
josefinos, por culpa y maldad esgrimidas de quienes no lo quieren dejar en
descanso con paz, ni siquiera de sepulcros, como piensan algunas mentes
perseverantes, que entre ellas no se cuenta la mía.
Al abogado sin título Lander por cierto que en aquella mañana de trabajo
lo encuentro por demás jocoso, bastante
optimista y hasta con chistes desairados cuanto satíricos e irónicos que me
abstengo aquí de traer al recuerdo, porque tiene noticias que su partido
amarillo liberal lucha contra las fuerzas conservadoras que atrapan sosteniendo
el gobierno, aunque con frases cortantes suelta ciertas pestes referidas al
socarrón o mejor fanfarrón de Antonio Leocadio Guzmán, el casado a última hora
con “La Tiñosa ”,
portadora de carare blancuzco en parches de su cuerpo, mujer de mala espina o
leche y peor augurio, según vuelve con insistencia a repetir el insólito doctor
Lander.
----“¡Es que tienen que rodar muchas cabezas, como las de los Farfán y
los Belisario, que en costales traídas en salazón desde el llano les
llevaron a Páez y a José Tadeo Monagas
en diferentes oportunidades¡. ¡Aquí no se salva nadie!”, y mientras esto apunta
con firmeza el político perfumado y yo le practicaba la toilette de sanación
respectiva, que le hace toser en varias ocasiones, busco la manera oportuna de
enfrentarme con cautela necesaria a la indagación enigmática que ansiosamente
anhelo a través de dilemas.
----“Doctor, con todo lo sabio que es usted, ¿acaso conoce de algún ataque extranjero que haya tenido Caracas, como los
ocurridos en el puerto de La Guaira ?”.
En ese momento preciso el jurisconsulto autodidacta movido por un
resorte espiritual levanta la cabeza, me mira sobre las antiparras a través de unos
ojos cavernosos, con la mueca de un demacrado faraón egipcio, y entreabriendo
los labios tostados por una piel reseca,
a pesar de la manteca de cacao que coloco en los rebordes extremos de la
boca, trata de erguirse en la intención aunque en la paradoja del momento luce
muy exhausto, y entonces sacando algo de los entrepechos de su conciencia, como
lo experimenta el joven vienés Sigmund Freud con cuerpos atormentados y los
enfermos del espíritu, echa a correr ideas para atar cabos firmes sobre muchos
asuntos colaterales que no le pregunto pero que en general desbordan la suma de
sus conocimientos sobre tantas materias filosóficas o eruditas por humanistas,
de donde al final del discurso enervante que pronuncia puedo reconstruir con
holgura la respuesta precisa a mis deseos.
----- “Muchos lo intentaron quedándose en el proyecto o el tintero -asienta con gravedad, pero al menos uno tuvo éxito por la astucia
tipo gordiflón Enrique VIII que esgrimiera, y me refiero a aquel británico
lancasteriano de ojos dormidos llamado Amyas Preston, quien al final del siglo
dieciséis y en respuesta a la triste farsa de la Armada Invencible , se las ingenió
con señuelos y espantapájaros para engañar a los incautos españoles que lo
esperaron con tiempo y mala calma por el
camino que venía a Caracas desde La
Guaira , y allí se
presentan enarbolando banderas castizas de guerra, mas falconetes, culebrinas,
pequeños cañones, morteros de Lepanto, adargas, caballos empenachados, cotas,
ballestas, arcabuces, picas y cuanta indumentaria de museo había para inferir
miedo o terror a los que pudieron encontrar, como también unos tizones al rojo
vivo en la candela expuesta de ocasión, pero ¡qué va!, el ladino inglés en un
aguafiestas perfecto los dejó aguardando como bobos descarriados, porque a
sabiendas de esta emboscada hispana mediante espías de avance que destaca el
invasor, con varios cientos de reclutas bisoños se las ingenia para subir a
Caracas a través del camino empinado y espinoso de los indios montaraces, por
donde nadie con cuatro dedos de frente transitara, al menos en aquellos tiempos
de peligro, y mediante el apoyo vil de un sinvergüenza peninsular rastrero de
apellido Villalpando y de nombre apostólico Tomás, que anduvo por todos lados de consulta en son de astrólogo pícaro, de marioneta
tarifado, vidente del futuro y de gato cazador de ratas perdidas, en la
traición impuesta a sus amigos falsarios y congéneres por la permuta de alguna
recompensa monetaria, el zamorano enfermo de los denarios de Judas Iscariote se
ofreció para conducir a los marinos bellacos de Albión por la senda
imponderable de la subida de Macuto, a través de los riscos de Galipán, El
Palmar y la pica de Las Aguadas”.
“Y así, dando vuelta en
contrario al cerro grande mientras cual conejos velando entre el tupido pajonal del monte
permanecen escondidos, en el engaño estratégico y osado de aquellos de la “Royal
Navy” logran descender a Caracas por el boscoso punto Ñaraulí de Sabana del
Blanco, en San José, sitio histórico cuanto emblemático donde ondeando a todo
trapo las insignias isabelinas del jabalí rampante sobre campo escarlata, al
son de repiques imperiales orquestados por chirimías, cornetas y gaitas
exclusivas, los marinos que vencen sin temores se enfrentan con un precursor de
ilusiones ópticas y quijote manchego que llamaban sonrientes Alonso Andrea de
Ledesma, y quien solo porque el miedo de terror es mucho, cuando menos enfermo
ya del alma por lo anciano, acaso cataratoso y lanza en ristre sobre titubeante
jamelgo ataca a los ingleses invasores, como si fueran molinos de viento, para
morir al mediodía cuajado de soledad el decrépito salmantino en la famosa pelea
medieval del burro contra tigre, posiblemente mediante infarto producido por el
susto. Y en la burla mordaz o moraleja del
caso, para también torcer el tono orgulloso del competido conquistador hispanohablante,
los anglosajones flemáticos recordando las tragedias inmortales de Juana La Loca y del épico joven
Shakespeare, que es parte activa de la saga milenaria británica, en tono
plañidero los duros descendientes de Albión cargan el vetusto cadáver hacia el
encuentro de Caracas, cual prócer de leyenda esparcida nacido de las entrañas
propias de Amadís de Gaula o de Tiran Lo Blanch, pues sujeto con amarras en su
flaco rocín y entre gestos breves alucinantes de decadencia del teatro de
corrales le hacen ofrendas guerreras ridículas de rendición de plaza, teniendo
como trasfondo de honor el descosido pendón de Castilla, cual si al momento
fuera la apagada caricatura espartana del propio Mío Cid Campeador. ¡De qué
ironías, de qué péndulo astral pende la vida”!.
----“Aunque lo que pocos conocen, doctor Knoche, o acaso tratan de
olvidar en el desprecio del coito con sorpresa mal habido, es que los insulares
norteños faltos de esos placeres a veces coruscantes, en el toque a rebato
desatado hacia el libertinaje y el
saqueo general se dieron el gran banquete con las vecinas núbiles y los haberes de Caracas, pues por encima de
las virginidades consumidas a placer como
el mejor botín de esa temporada, al andar el pueblo ausente de tropas de reserva y de
voluntarios defensores, que en la sospecha justificada y cual profetas del
desastre himeneo permanecían detenidos a raya en la estratégica entrada norte
de La Puerta
pastoreña, por un fuerte contingente inglés armado con largos pistolones, cualquier
arcabuz de la rapiña, macanas europeas continentales, armas blancas o sucias a
montón, para esconder los gritos angustiosos afinadas gaitas escocesas y
tambores rítmicos galeses, lugar de marras a donde por los vientos contrarios montañeros en medio del pillaje ya suelto quizás
no llegaron a oírse los alaridos infecundos de las doncellas en vías del vil
estupro y en trance de ser mujer, o los fandangueros lamentos gitanos
lacrimosos de sus madres a coro en otro flagelo síquico característico entonces
anegadas en un río de llanto exterior frente al crucifijo cejijunto y velas del
altar casero, o ante el risueño patrón San Antonio, tan bonachón, ahora con
oficio de árbitro racial, mediante el
rastreo acostumbrado andaban todas a una en vana espera esta vez de cualquier
milagro matrimonial en perspectiva. Que nunca existió.
“Digo, pues, que los invasores pasaron seis días con sus noches
placenteras dándose la mejor semana de su vida en la ciudad insolente,
escanciando el buen vino traído en garrafones desde las soleras de España y
recibiendo a granel toda joya, moneda o cuanto pedazo de oro pudieron
encontrar, de donde se afirma que en la mansión aireada por los sueños viciosos
del enjuto Garci González de Silva, el hombre más rico de la provincia, prisionero
de yacimientos minerales y fiero conquistador de firme armadura que por décadas
esquilmó a la población indígena en numerosas campañas cobijadas por el éxito
sanguíneo, hasta dejarlos sin un recuerdo áureo de su pasado y quien por cierto
ahora de los cuentos narrados para no
dormir se halla retenido ante los sorpresivos hechos de cautela imperiales de
la pérfida Albión e impotente rabioso en las afueras boscosas o entrada de La Puerta , en dicha casona
gonzalera, recuerdo, los piratas de la estrábica reina Isabel hallaron muchas
alhajas cubiertas de filigrana moruna y dinero de fino metal escondidos en
cajas especiales subterráneas, y que una vez cargado aquel valioso tesoro en
recuas de mal vivir, como el Nerón romano los intrusos ladrones dieron fuego
continuo a la indefensa ciudad de los techos quemados invadida, para más
asustar a los habitantes pusilánimes, llenos de temblor impotente, retirándose
luego en formación correcta estos facinerosos por el mismo camino intransitable
y medio abierto en el que habían venido, y así sin pausa aunque con cierta
prisa de descenso en dicho repliegue de campaña airosos corren hacia los barcos
anclados en aguas tormentosas playeras del indígena sitio de Guaicamacuto. De ese caudal acuñado en grande
que sacaron de Caracas, sobre todo de la residencia epicúrea del iracundo
depredador extremeño González de Silva, quien mordiéndose las uñas gemía cual
moro argelino de novela sarcástica por la pérdida de bienes y de sus tristes
vírgenes pichonas, condenadas ahora al murmullo sugestivo del fraile confesor y
al eterno celibato de la cama, que no quiere decir falta de distracción subliminal,
de todo ello con el silencio cómplice nada más se ha dicho, ni menos explotado,
aunque por allá entre papeles rugosos que alguna vez leyera, se anotó que los corsarios
isabelinos por extraña causa aún desconocida no cargaron en sus barcos
tramposos el cuantioso dinero amasado
del botín caraqueño.
Con lo oído puesto en aquellos detalles espeluznantes para sacar de
quicio era suficiente, pues ya había bien hilado el comienzo de la trama en
cuestión. Y para no perder tiempo por aquello de que es oro en verdad, encamino
los pasos hacia la residencia del coterráneo amigo doctor Ernst, quien luego de
la seria plática oportuna y una copa de vino Riesling tomada por tragos de buen
catador enólogo, me aconseja visite la estantería librera del monasterio
franciscano “caracensi” para informarme
con datos certeros de tal ataque tan doloroso, y que allí en aquel recinto del
sosiego creador aislado de polillas consulte algunos cronistas coloniales y
otros legajos concernientes al empuje o
desarrollo primario de Caracas, dentro de la orfandad en que se vive. Mientras
pienso, repienso y me da fuerzas de empuje ese soñador botín, para seguir en
tanto empeño con el recuerdo presente de la hermosa Priscila por calles
empedradas cual monje solitario budista tibetano y sin destino cierto voy
acercándome al cenobio vacío de los humildes monjes, de nuevo oloroso a
jazmines y nardos florecidos, sin la saya marrón y la barba florida por espesa,
salvo el molesto tufillo que repele una cloaca maloliente y cerca de la Plaza Mayor , la que
ahora quieren bautizar Bolívar, aunque otros la prefieren de Armas, para asumir
la prestancia de pesquisa en algunos
libros becerros, incunables, príncipes, vetustos, sin título o como se les
llamare en el lenguaje bibliófilo, a fin de buscar la verdad verdadera sobre el
caco pero elegante sir Preston y sus lobos marinos, una vez que me aclaran
conceptos necesarios las voces acrisoladas de Lander y Ernst, por lo que detengo
el resto del día en escudriñar sobando los archivos empolvados del Cabildo,
documentos perdidos de paleógrafos miopes o de malos calígrafos y escritores o
escribanos de antaño como los frailes Caulín, Simón, Gumilla, Aguado y el
fundamental Oviedo y Baños, sobrino del temible obispo santurrón Baños y
Sotomayor, por cierto desde antaño alérgico
a las abluciones continuas.
Ya al final de la cansada tarde que bosteza y antes de caer el sol al ser
tragado por un embudo en el horizonte de la cadena de montañas cercana, que no
pasa lo mismo con el mar, había podido entender parte del rompecabezas
planteado, del novedoso crucigrama victoriano, del jaque mate real de este vía
crucis jerosolimitano, o sea la síntesis de todo el enredo picaresco cubierto
de aventuras en trance o por capítulos vivientes, de donde cual hechos ciertos demostrables tuve por notorios que el marino
Preston se adueña de Caracas sin disparar siquiera un cohete festivo, y así
otros detalles concordados y concluyentes que sin presuntas envidias me
confiara asaz Lander, por lo que el británico bribón pudo sacar de la ciudad
indefensa un buen tesoro en oro, barras, pedazos, monedas y joyas de valor,
pero sobre aquel caudal de noticias historiales la visita lectora al recinto
franciscano me precisa en pormenores que el judas Villalpando vino con sir Preston y el después almirante de postín George Sommers,
y en calidad de guía experto sube hasta Caracas, que luego con los ingleses
resbalosos regresara rumbo al mar Caribe por el mismo camino bajante accidentado,
en espera de la infame recompensa y, como es de suponer, a la esquiva suerte de
que el jefe angloparlante lo montase en sus naves veleras sueltas al viento,
pero aún quedaba en trámites del suspenso los hechos de la muerte pendida por
el gañote de Villalpando y el misterio del pillaje cargado sobre bestias
hurtadas, que bien pudieran ser resueltos en los papeles a descifrar y en el
plano aludido incorporado. De todo ello me voy haciendo perfecta cuenta
mientras ando bajo una pequeña nube de paraguas, sombrillas habaneras,
sombreros anchos traídos de Veracruz y quitasoles en el camino sosegado rumbo
al cercano Hotel Klindt, donde luego de enterarme a ritmo labial del diario espectro noticioso
callejero allí reunido, habré de pasar la noche en la espera del mejor descanso,
placentero, una vez que se desenreda a medias, entre juegos de lógica y razón,
este complejo hilo de Ariadna, prima por cierto de Penélope, la tejedora
hechicera de los tiempos helénicos.
19
“Esa tarde para mi
tranquilidad fue de suficiente dicha, al ver finalizado
el techo corrido de suaves carrizos o cañabrava amarga y exento de fieros magnicidas pululantes que habría de albergar tantos
delirios, mareos e incitaciones experimentales, porque si bien ya fue fabricada
parte de los habitáculos para albergar la familia consentida, donde ahora
resido con palomas cucurrúes al frente, en forma un tanto rudimentaria y
atenido a los libros científicos, esotéricos y extracorpóreos que en cajones,
baúles o petacas trajera desde Alemania y alguno que otro proveniente de
Caracas, adquiridos de segunda y hasta tercera o cuarta mano en librerías de
viejo y raro a instancias propuestas del jurista Lander, el doctor Adolfo Ernst
y el temperamental cónsul de la
Alemania prusiana, pude darme por entero a la vivisección de
ciertas partes humanas y a tratar de unir yuxtapuestas unas con otras
extremidades, en busca de conceder la vida a nuevos cuerpos humanoides dentro
del proyecto futuro con lento desarrollo, en lo que ya el fiel Quasimodo ayuda
de una manera extraña por inteligente, pues del hospital y hospicio San Juan de
Dios, que no es lazarino, en forma callada cuanto escurridiza siempre me aporta
aquellos apéndices personales que le sugiero para investigar al detalle y sobre
la mesa de cadáveres. Por encima de estas faenas tan peculiares como científicas
de excepción, prosigo en el adelanto de las obras maestras a completar del
edificio, mediante dormitorios un tanto neoclásicos en sus crestas, estancias y
pasadizos del castillo o Schloss con gárgolas de monstruos legendarios y
murciélagos volando sin parar que conociera en Notre Dame de París, todo ello al estilo
fantasioso del templete elevado sobre un risco y frente a un lago azul primaveral
lleno de truchas construido por el suicida
orate y mi contemporáneo rey Luis II de Baviera, de quien con ironía oyese
tanto de sus locuras wagnerianas sobre un fondo sonoro de Vivaldi, que es
cuando envuelto en aquel torbellino de pasiones pendientes de inmortalidad en otro cuento de hadas marginales decido el
viaje de vuelta hasta Alemania, con fines de connubio o cosa parecida, y para
traer refuerzos humanos de cooperación que en la ayuda necesaria dentro del estro
cerebral alimenten el buen genio, como bien te lo he descrito en otras
oportunidades”, concluyo sobre el tema espinoso que le explico en pormenores y
florida prosa verbal exagerada a la
oyente y memoriosa aunque pocas veces olvidadiza Priscila.
Sin embargo y mientras voy de salida hacia el mar cavernoso como
contradictorio que me envuelve paso las noches intranquilas, con sueños
entrecortados por las pesadillas guerreras en
busca de respuestas a lo cierto, ya que lo incierto lo doy por
descontado, de donde fuera del trabajo cotidiano entre medio vivos sin peso
material y casi muertos transidos en el San Juan de Dios, o la rutinaria labor que
me ocupa en el “sanatorio” y purgatorio municipal, en esos días caniculares con hedor
de desechos diversos además de la perniciosa fiebre amarilla en boga y algunas
moscas sin rumbo que no faltan, atiendo muchos casos epidémicos de gonorrea
viajera contagiosa, llamada por el vulgo “gota militar”, que probablemente
trajera hasta el puerto guaireño un maltés vergatario ensimismado, hechos de
actualidad que analizo como obra deducible
de los estudios tropicales que he concluido en Caracas para hacer válido
el título académico universitario de Ausburgo, que data de 1837, cuando el
propio sabio Ernst en medio de cierta llovizna impertinente me examina con el
máximo de notas requerido. A esa angustia perniciosa se agrega una persecución
mental sostenida con que a la medianoche me acecha el recuerdo viviente del más
que horrible patriarca Nosferatu, flaco y chupado viejo príncipe vampiro y
cornudo de las aldeas campesinas germanas, sediento por buscar en estas tierras
ardientes de Welserland un nuevo apoyo vital que rodeado del espacio necesario
lo libre en lo recóndito del ser de ese acoso divino de su especie enemiga que
es la luz solar. Y cierta noche de placer espontáneo, sobre la misma onda hechicera
con la tierna vivacidad del Mefistófeles faustiano y tenebroso que colecciona
almas indecisas hundidas en el mundo escatológico de la oscuridad y las
tinieblas desesperantes, a sabiendas de las necesidades perentorias que tampoco
me dejaban cabecear ya durmiendo, fresco y sentado cual atlas novedoso susurra
cerca, a los pies de la cama con palio de dosel donde
yazgo intranquilo, mencionando apenas
sin penetrar en el diálogo fortuito que si lo cambia a hombre joven y potente de falo torrentoso o adonis atlético
estatuario, de inmediato me indicará el lugar preciso en que se encuentra
escondido el fabuloso tesoro del vengador catire inglés Amyas Preston, a lo que
yo me opongo desde luego, dejando a salvo los
pormenores a convenir sobre la
pista del famoso entierro.
----“Herr Federico, como
buen amigo que eres para abrir panoramas ocultos ahora quiero conocer detalles sobre muchos alemanes
científicos que han pasado por La
Guaira y que has tenido oportunidad de tratar en la memoria,
porque de esta manera insólita indagando en cada caso oportuno como que me
pongo un tanto a la altura y hasta por debajo de sus variados conocimientos,
que por corrientes sucedáneas de choque pueden servir a objeto de alguna
investigación posterior en Berlín, como el caso novedoso de la endemias tropicales”,
le sugiero mientras apuro otra cerveza de marca o buen origen de fábrica, en el
variado establecimiento que maneja a plenitud y antes de que volvamos al acogedor
casino familiar.
----“Pues bien, apreciado God, mediante la retentiva de elefante orejón
que aún conservo, entre cuantos, que son muchos, han surcado su inteligencia
por estas costas cambiantes guaireñas déjame decir que a un enjambre de
naturalistas investigadores de nuestra nación he podido frecuentar, y entre
ellos cito apenas a Anton Goering, que era ornitólogo y maestro de la acuarela
nacido en Sajonia y hasta pintor al óleo, al múltiple erudito por polígrafo
Ernst, que radica en Caracas al servicio exclusivo de la universidad, Wilhelm
Sievers, geógrafo consumado, Juan Linden, amoroso de paisajes y de naturalezas
muertas, el científico luxemburgués enamorado de las orquídeas, Karl Moritz, joven
naturalista de Magdeburgo establecido por siempre en la Colonia Tovar , Hermann
Karsten, de la fría Pomeramia, médico y
botánico también, que a lo mejor oíste hablar de él en Puerto Cabello y quien
viviera con Moritz entre neblinas surtas de la Colonia Tovar , Karl
Ferdinand Appun, natural de esa industriosa y minera Silesia que linda con
Polonia, otro estudiante del paisaje viviente y viajero de talla que muere en
Guayana, según se especula en forma no muy clara, Augusto Fendler, de Prusia
oriental, hidrólogo, especialista con honores académicos en el ramo de Botánica,
y al médico Carl Sachs, jacarandoso y hasta tímido quien vivía en los linderos
de Calabozo de Todos los Santos apasionado por el pez temblador y los recuerdos
del electricista autodidacto Del Pozo, también él nacido en la Alta Silesia aunque
muerto aún joven al precipitarse sin desearlo en un vacío montañoso tirolés, y
dejo para último de la lista viajera al genial Ferdinand Bellermann, originario
de Erfurt, extraordinario pintor decimonónico, mago de la paleta con detalles y
cuyos cuadros venezolanos costumbristas de esta Welserland o de bucólicos paisajes
nativos, como los bocetos de Galipán, ornan las salas de la Galería Nacional ,
en Berlín. A ellos hay que agregar la pluma limpia cuanto creadora del escritor
hamburgués Friedrich Gerstaker, y sus detalladas descripciones viajeras. Con
esta colección rutilante de personalidades y personajes precisos, según
sugerencia del inolvidable Manuel Kant, que pueden bien cantar y hasta poner en
alto el viejo himno cortesano de Deutschland über alles, por sus estudios y
caracterizaciones pulidas de trabajo al detalle la razón ignota de Welserland,
repito, en este siglo cambiante iba siendo una realidad, y porque además debo
agregarte, para cuadrar la información, que en el último censo de las
postrimerías políticas guzmancistas, para regocijo de nuestra bandera aguileña se logró contar
una valiente colonia germana establecida en Venezuela montante a 2.100 súbditos
conocidos, de ellos alguno moreno tostado, que gozan de alta reputación y capital sonante,
salvo otros pasados de copas que viven
en lo etéreo, estimados ellos en lo alegre sobre un millón y tantos habitantes de este
extenso territorio, y donde sin detener el espíritu creativo de muchas ciencias
y oficios, se mueven setenta y siete firmas comerciales de prestigio cual sucursales
abanderadas de aquel ennoblecido Reich. Por eso es el terror fundado y sin cortapisas que nos mantienen los
ingleses en cuanto a sus apetencias mundiales imperialistas”.
El viejo barrio donde conviven las muchas caras y caricias de Priscila se llama por
inveterada costumbre Muchinga, en
honor del fiero fantasma africano Mandinga, dios tenebroso del mal, con cornamenta y cola
que se dirigía a los fieles lacayos tribales bantúes en el dialecto fonético
bemba, porque en dicho sitio de siempre coexistían sembrados ciertos mandingos
africanos hasta senegaleses, sujetos a revueltas o golpizas cimarroneras que se
jactaron de tantas travesuras y la eterna crueldad con que imperaban en sus
maldades. Pasado el tiempo los grupos belicosos dejaron las pendencias y se
mezclaron a juro para formar una comunión zamba o mulata muy pobre, que en
momentos necesarios de hambruna utilizó la viveza para subsistir, sin importar
lo demás, de donde con excepciones resaltantes Muchinga era un suburbio polícromo
poblado de chulos, prostitutas y maricones, como se le reconocía, lleno de
escalinatas cursantes al infierno y calles escondidas que lindan el abismo, y
en cuyo seno poco o más, para la época venturosa de Priscila abundaban antros
de desgracias, música, alcohol y lujuria, entre ellos los bares de 24 horas
llamados Puro, El Chico, La
Chile , El Portugués, Mirador, Azul y Rojo, Tabarán, Cabaret del Amor y otros menos en
visita, que se heredaron de padres patrocinantes proxenetas a toda clase de
salteadores del camino. Allí se ejercitó la ocupación más vieja del mundo
conocido alternando con la incomodidad portuaria requerida, incluyendo para
variar la cama, el chinchorro o hamaca, el catre desvencijado y las comidas
irritantes de fuerte condimento, amén de ciertos recuerdos venéreos copulares
coronados de crónicos, todo este diapasón en medio del desenfreno, la pasión
calculada y el impulso hormonal libidinoso. Algunas clientas de los lenocinios en boga se hicieron famosas por sus
distracciones personales conocidas entre los parroquianos asiduos o forasteros visitantes
de encomienda, valga decir la inolvidable Reina Mora, toda ella estimulante, la Golondrina
contorsionista, la que realiza escenas pecaminosas de continuo con un joven perro
dálmata debidamente amaestrado, o la célebre Cantalicia cangrejera, pero
Priscila con cierto origen prusiano de estímulo no perteneció jamás a este
grupo aberrado de mujeres ociosas, equilibristas de circo, contorsionistas de
aposento, porque sostuvo a todo trance un sentido ético del ser que ronda en la
moral o el ego y además nunca se
inmiscuyó en esos contubernios de comadres sin oficio veraz y menos en el
manejo complaciente soez de cualquier hombre, el que siempre debía gustarle en
todas las consecuencias, de donde con picardía primitiva si se quiere guardaba
distancias y categorías suficientes para el momento en vida, que a veces
pudieron tildarla de presumida u orgullosa entre los vecinos de la cuadra o la
estancia, y porque fuera de otros cálculos viajeros o afines la ruta permanente
de su andar presumido y contoneado no cruzaba jamás por el eje sodómico de
aquella eterna perdición.
Cierta noche, luego del regreso de Alemania con Henrietta y su pesado equipaje que en parte me extrañaba
y junto con las sumisas gemelas acompañantes,
dentro del salón experimental sobre la vida eterna andaba de trabajo en cuanto
a ensayos físicos esta vez referidos a la hibernación e hipotermia criológica
con base a las aguas yertas venidas desde arriba de Galipán, cuando el fiel
Quasimodo se acerca para informar que en
aquello que se llamara a lo francés morgue del San Juan de Dios, yacía un
cadáver de hombre al parecer en perfectas condiciones de mantenimiento, es
decir no putrefacto, de cierto sujeto que llamaran en el vulgo José Pérez Ballestero,
bohemio acorazonado de costumbre, fallecido por mordida alevosa de bífida
serpiente cascabel en plena femoral, y que nadie iba en su reclamo al no tener
familiares, todos muertos en la sangrienta contienda zamorana, menos él, que se
salvó de vaina por instantes de honor, pues sin guardar la coronilla andaba
metido hasta los calzoncillos bajos y con tropiezos estomacales en el campo de
retaguardia de la guerra mantenida sin pausa.
Al momento despierta en mi razonar científico una llama precoz indicando que
estaba frente al primer caso de importancia sobre la experiencia adquirida y
mejor exitosa desde los tiempos del admirable Otto Fugger, de donde ordeno a
Quasimodo que de inmediato vuelva al hospital y con las seguridades del caso
regrese a Buenavista junto al finado José Pérez. Sería algo así como las cuatro de la madrugada,
por el cantar unísono de los hambrientos gallos en trasnocho, mas otros
aspirantes al banquete carnívoro de Pérez, cuando diviso cerca el ya cansado
mulo y la carga requerida que con harto esfuerzo por el sobrepeso alcohólico
del jinete conduce el jorobado Quasimodo hasta la propia mesa de operaciones y
donde de seguidas al difunto Pepe Pérez, que tenía amoratada la cara y algunas
extremidades por causa del potente veneno ofídico inoculado, lo abro en canal
de pies a cabeza para luego de lavarle en agua de creolina o acetona, con prisa
busco inyectarlo de formol, cloruro de cinc en la misma femoral y de ácido
fénico arriba, en la carótida, una vez
hecho el vacío o sangrado de sus venas y arterias, del acuoso material descompuesto
que ellas mantienen con ánimo de entrar en descomposición.
El tiempo se fue en vela como volando con lámparas
y cirios encendidos, junto a la hacendosa Amalia, mientras a través de una fina
cegueta trepanaba el duro cráneo para extraer la masa de los sesos, limpiándose
al difunto de las vísceras putrefactas, que después serían pasto alimenticio de
los zamuros carroñeros, y luego procedí a llenar de cal viva, creosota y sal
clorada aquel cuerpo yacente para el secado de la carne, al que por varios días
se fue tratando en mínimos detalles a fin de conservar la prestancia armoniosa
del occiso, los pelos y la barba negra de monje compartidos, la tesitura de la áspera
piel embalsamada, algo oscura por cierto, mientras en el desasosiego consabido
por el mal olor agridulce que desprende, Henrietta desvinculada de la realidad hizo
rienda suelta de los nervios alérgicos y no me deja en paz con gritos,
asegurando que la banda de zamuros que en círculo de vuelo giran en vuelta constante al hogar en zozobra, se la
querían comer viva y otras veces llevársela volando.
Por fin y luego de dos meses de arduo trabajo de
rescate la momia del llanero José Pérez estaba limpia e impactante, pues
parecía viva y despierta con la inserción de unas bolas de vidrio alemán que atornillo
en las cuencas orbitales, y para darle importancia a la faena cumplida decido
colocarla sirviendo de guardia permanente hasta para evitar ratones campesinos,
en postura de firme a la entrada del pasadizo que lleva al laboratorio de los
espíritus en tensión, valiéndome luego de los contactos de Herr Federico y su
clientela de desvanes en olvido, que llaman cachivaches, para vestirle en
consonancia al poder encontrar y a precio de subasta sin posturas, unas botas
guerreras de la época pleitista, cierto traje de luces de algún torero
descastado sin luces y acorde con la categoría de soldado federal, la usada
gorra de campaña bermeja que le quedó
por siempre corta, el viejo fusil inglés de los usados en la China del opio y su bayoneta
calada, la canana repleta con cartuchos de fogueo, y los guantes blancos
prusianos ceñidos a la manera caprichosa de una recia parada militar.
El
éxito del embalsamamiento perfecto corrió mejor que pólvora fresca en los confines de La Guaira y con mayor razón en
la capital de la república, donde ahora se me tuvo como persona de mucha
solidez científica y a quien había que tratar con cautela sobre su magia de
espectáculo silente, ya que era capaz de revivir cadáveres en la retrospectiva
máquina del tiempo, o de tenerlos en espera de otra secuencia inmortal para el
futuro, al estilo del faquir hindú aunque sin el reencarne necesario, porque a
través de los aguardientes vaporosos de Quasimodo ingeridos en las pequeñas
cuanto olvidadas tabernas o los tugurios pulperos de La Guaira , de este ser inofensivo se podía escapar cualquier desliz
etílico imprudente sobre las investigaciones cumplidas en Galipán, que llegaron
a Caracas ya magnificadas por la conjunción
errónea de los hechos. Y así alguien ocioso de la palabra vacía en cualquier
tertulia de intrusos opinantes, como ocurre en Cipreses, osó llamarme doctor Frankestein, pues con seguridad había leído a trozos
descontextualizados o de sesgo el difícil trabajo novelístico de espanto y miedo energético de la consumada escritora británica
Mary Shelley, doctorada en vampirismo y ciencias ocultas por una
cofradía tenebrosa de Senegal que come
tierra, tan llena ella de dificultades
circunstanciales en busca de soluciones armoniosas, como el hábil encanto de
los tropos. En resumidas cuentas el recurso del símil encontrado fue una verdad
a medias, ya que la vida perpetua del
hombre físico era para mí una consigna a mantener, por el empleo de implantes y
operaciones necesarias, en la intención de darle continuidad a la muerte
aparente mediante el uso de los conductos orgánicos y hasta con la ayuda útil de
ciertos reflejos eléctricos de tensión ocasionados por rayos convergentes, que
acuciosos expertos del momento perfilan con afán académico de éxito en
laboratorios de última generación, esparcidos a gusto por la inquieta Alemania
de los sabios perseverantes y de los
guerreros implacables.
20
A través de mensajero especial por esos días de ajetreos del espíritu
volteriano recibo una discreta esquela en tinta roja del honorable cónsul Ulrich Vollmer, quien ahora en cura de
mariscos por ratos del disfrute playero permaneciera muchas veces alojado en la
posada guaireña de El Caballo Blanco, para que lo visite
en su céntrica oficina de Caracas, y con la prestancia germana de las
citas luego de besar tiernamente a la impar princesa rubia que es Amalia y antes de
alejarme de Buenavista hago otro tanto de cariño expresivo en los labios
carnosos de Priscila, y después, durante tres horas sin descanso corridas emprendo
y culmino el viaje alrededor de una
montura a caballo, mediante tretas que ocurrieron por atajos del nuevo camino, y
ahora precisamente fuera del lodazal lluvioso que esto inhibe, llegando así de prisa a la fresca capital del Ávila, graciosa
por ende y de muchos vaivenes citadinos.
Finalizando la media mañana y en medio de un sol resplandeciente que hace sudar
la piel ya estaba, pues, anunciándome en casa de Herr Ulrich, mansión rodeada de pájaros estreñidos en jaulas de
metal inexpugnable y de cualquier ave
calva prisionera, establecida a la sombra musgosa de los cafetales de Blandín, mientras la
amable pareja anfitriona de ancestros germanos a las puertas de hierro fundido me
recibía en tono de saludo, para pasar con ellos de inmediato hacia el salón
principal, y con otra rapidez característica de su rancia estirpe heráldica conocer
el tema cumbre de la conversación que requiere mi presencia apremiante.
---- “Lo he mandado a llamar, Herr Gottfried, porque me han exigido las
señoritas hijas de Tomás Lander, recién huérfanas de padre y por demás el
extinto buen amigo nuestro, para que usted proceda de inmediato al arreglo
inmortal de su ilustre cadáver mediante la fórmula secreta de momificación que
ha descubierto, fallecimiento imprevisto en la tarde de ayer al más que
cincuentón, de modo que interponga mis buenos oficios en el consentimiento suyo
sobre tan importante encargo renovador y en función a la pericia que ellas ya le
reconocen según las revelaciones caseras que por andar informadas de cuanto
ocurre adrede, han llegado presto a sus oídos. Por este motivo que me ocupa,
luego de degustar la infusión de café moca arábigo que anda preparándose al efecto, le encarezco
las visite de cortesía en el encierro orfelino de la esquina de Cipreses, sitio
donde yace en su espera el esclarecido finado,
y si no es molestia por premura del tiempo que escasea, luego nos veremos tranquilos en el recibo alfombrado del casino
central, para entre trago y gusto de papilas escanciar una copa de fino vino oporto
de los de vieja cepa lusitana, mientras me indica sobre los resultados del
encargo mortuorio, pues de todo ello y su conducta profesional tanatopráxica
informaré oportunamente a las autoridades de Berlín”.
El inicio de la nueva tarde caraqueña permanecía tenso,
lleno de nubes electrostáticas y con deseos fervientes de llover, habiendo descendido
la neblina para caminar sin tregua de fino algodón sobre los tejados o aleros
de aquel sector mantuano citadino, cuando ingresé por vez primera a la casona
de Cipreses, olorosa a sahumerios de incienso yemenita eclesial, pero en su
interior sí llovía lágrimas angustiosas de esa pareja gemela llamadas Juana
María y María Juana Lander Machado, hijas
de la extinta doña Manola, de ancestros bolivarianos quiteños, las que cerca de otras plañideras alquiladas
de oficio, de velo, mantilla, cruz pectoral, escapulario de san Malaquías, bozo
senil y rosario con pañuelo a la mano bordado en canutillo, vestidas de luto
riguroso como aquellos zamuros campestres de grandes alas copiados de los
buitres del Greco que siempre acosan pervirtiendo la mente ofuscada de mi
nerviosa e imprescindible Henrietta, aparte
de las tenaces tertulianas del grupo en chismorreo continuo que mantenían
húmeda de saliva la habitación sin sillas de descanso, donde sobre un catre de catalana
lona desvaída yace el cadáver paralítico del terrible tinterillo picapleitos o
pleitista de nombre comarcal reconocido entre adversarios, cómplices, traidores
y hasta de muchos enemigos solapados, que lo fueron por demás gratuitos. Para
dar inicio a la faena en mientes ordeno de inmediato el desalojo del recinto
sombrío, busco el socorro asistencial de algún estudiante de medicina académica
que guste la presencia aterradora de los muertos nada confesos, y así a duras
penas alcanzo a contratar un enfermero
sin clientela que por meterse a vaquero sanador ignorante, desconoce de todo
por olvido, quizás por acaso de su trabajo mal vivido y peor pagado, como luego
del sabio galimatías a comprender envío recado escrito a la infaltable Amalia,
para que con la rapidez del rayo jupiterino suba a Caracas, en ésta su primera visita a la cantada sucursal del cielo por un
curruñatá juglar que es sastre medio
loco, o al “ombligo del mundo”, calificativo espontáneo del insigne polemista
Juan Vicente González, al viaducto espirituoso de los poetas malditos del estilo francés, o al plácido
oasis de los copróticos techos rojos, como luego con el gélido hijo pródigo de
la lira versátil, Pérez Bonalde, algunos suavemente usan este adjetivo
calificador alfafero, en claro eufemismo de la jerga coloquial.
Hacia la medianoche de las luciérnagas encendidas y mientras
otros lucen atónitos la oscuridad que se esparce por doquier, a pesar de muchas velas y cirios que se encienden, previo
el aseado cadavérico de vinagre y salmuera del occiso comenzó la operación para
hacer del discutido Lander un espectáculo de feria, “sentado en su escritorio
como siempre estuvo”, según expresiones arrogantes de las huérfanas y ahora más
disparatadas niñas Lander. En función de subalterna consecuente Amalia
permanecía a mi vera, cuando en un descuido del galeno ella percibe con cierto
sobresalto que al realizar la primera incisión sangrante de dos por los
contornos del cuello lívido presente, de pronto el finado patriarca liberal abre
unos ojos enormes de alerta contra la mala praxis, para mirar severo al doctor
Knoche, y luego de seguidas en gesto de acatar complacido los vuelve a torcer hacia
lo profundo, abismal, como aceptando de buen talante el trabajo de
embalsamamiento que andaba en ejecución, lo que me dio a pensar de estas
resultas que el político ahora sometido a una total cirugía reconstructiva
mayor, por el uso de la onda telepática en marcha no quiso desaparecer ante el olvido del
presente, pues en el camino de la resurrección hacia la eternidad sus ideas o
máximas antañonas eran perdurables, según le oyera decir para buen entender en
el curso o discurso y la desmemoria siempre activa del tiempo, a la sordina
precisamente de muchas entrevistas melancólicas que con calma rigurosa me lo
comentase.
La tarea de arreglar acicalando el
cadáver con aromas,
extractos, bálsamos, ambrosías, resinas purificadoras y perfumes exóticos del
tiempo faraónico de Osiris, para darle otra forma de vida, es decir, la de los
inmortales, de acuerdo con mis estudios analíticos fue arduo, por encima de que la muerte física la ocasionó cierto aneurisma cerebral con la
sangre regada debido a un fuerte
disgusto de negocios políticos durante
la digestión grasosa de un pernil de cochino adobado, y luego en varias
ocasiones puntuales debí subir hasta Caracas
para hacer los retoques artísticos a la obra maestra en etapa de culminación,
mientras Lander muy en privado iba aprendiendo el lenguaje de la cortedad, el
silábico o críptico de los muertos vivientes, en las profundidades de las cavernas
sombreadas de marasmo, para entenderse de singular manera y sin un mayor esfuerzo con su creador, que lo conforma
por siempre inmortal. Y ya cuando estuvo otra vez “como nuevo”, al decir
malicioso de las mellizas Juanas, se brindó tranquilo con champaña escondida llevada
de La Guaira y
unas ricas empanadas con guiso de cazón hechas por la viejita Cleo, ojeruda sirviente
martiniqueña de la vecindad, aunque el desconsiderado bribón o bellaco de
Antonio Leocadio Guzmán, en burla de aquel suceso inaudito envió una enorme
corona de flores amarillas o liberales, de esas que el vulgo sin entender llama
“de muerto”. Por esta desfachatez inicua en algún momento providencial dentro
de los sostenidos diálogos socráticos pero no de Platón que mantuvo Lander,
apuntó en tono de sorna cauta que al sinvergüenza de Guzmán debían momificarle
la lengua viperina, los riñones punzantes y sus sobras de cerebro macaco
maniqueo. Dos días pasados y a fin de nada desperdiciar de los restos del
ilustre difunto, en extraña procesión medieval con indios liberales macheteros
y llena de lamentos fingidos que parecieron emitir gitanos granadinos de
Boabdil, como otros lloros extemporáneos surgidos de la turba, por orden
expresa de sus severas hijas las vísceras descompuestas aunque apenas
preservadas del político en pena dentro de una estrecha caja metálica de zinc fueron
llevadas lentamente hasta el sombrío panteón
familiar cubierto de incertidumbres, establecido bajo un sauce llorón rodeado
de geranios en flor, para sepultarlas en “entierro rezado con cruz alta”
siempre a pasos marciales, mientras algunos dolientes ofuscados o bufones
intrusos de ocasión, dentro de un teatro de corrales dieciochesco seguían aquel
cortejo inútil y en todo caso lleno de mísero cinismo.
Esa tarde, luego de un chaparrón tropical casi diluviano que empapa las altas
paredes de tierra y antes de volver al querendoso hotel Klindt, de amigos alemanes, visito el
casino principal en dicho momento pleno de socios, para la cita amistosa con Herr
Ulrich, magnate recién venido de los frondosos fundos agrícolas de Aragua, al
que informo en detalles del éxito de la gestión mortuoria y con quien en medio
del licor germano que brindamos converso sin retenes de alcabalas sobre algunos
tópicos oportunos referentes a ciertos cementerios caraqueños y otros templos
amantes del culto a los desaparecidos, como el caso nombrado de Cleopatra y
Nefertiti, o de las “ñatitas” bolivianas que yacen por entero en el sobrio
reino de las penumbras níveas.
----“Si, mi apreciado amigo, por herencia española del
terror dentro del pensamiento inquisitorial que aún perdura, en Caracas
resistiendo a morir de mengua con capítulos de tristeza vesperal persisten
varios camposantos en descuido, donde se entierran o abovedan a los muertos de
acuerdo con sus lugares de origen, por lo que cerca del onduloso río Guaire,
como en La Guaira
también, se encuentra un espacio delimitado para albergar cadáveres de ingleses
o anglosajones, en mayoría anglicanos, con todas sus características y prebendas luctuosas, en cuyo interior
habitan para la eternidad varios miembros de la legión británica venida a
luchar durante la independencia de estas tierras revoltosas, como igualmente
con pared gruesa y camino de por medio a su frente en aquel sitio incómodo del
Más Allá subsiste nuestro cementerio
alemán, lleno de eucaliptus redondos, araucarias silvestres y pinos elevados en
pico, cubierto de capillas mortuorias, panteones familiares, pebeteros, rejas,
lápidas del recuerdo ancestral, monumentos cinerarios, cristos prendidos en la
cruz bizantina, alguna cruz gamada, floreros, jarrones, bancos de soledad, y el
escudo imperial aguileño con lambrequines y otros ornamentos de suyo convenientes
al recato del recio protocolo germánico. Allí, bajo parcas tumbas alusivas que
le ambientan esencias orientales a base de canela y clavo, reposan los restos
esparcidos de numerosos comerciantes arios muertos en plena actividad de lucro
y sus deudos directos o colaterales, como de igual forma hasta con indumentaria
militar yacen muchos de los trescientos legionarios alemanes hannoverianos
llegados junto con el teutón Juan Uslar para intervenir con pago retroactivo en
la primer guerra libertadora, quienes se lucieron estoicamente en el furioso
encuentro oriental del morro de Barcelona, en 1819. A dicho sitio en
romería gregaria es donde la numerosa colonia de negociantes tudescos va de
preferencia en días domingueros y algunos festivos del calendario para visitar
a tantos muertos de aprecio o consideración y a los que les siguen también,
mientras nuevos grupos despreocupados y oriundos de las cambiantes fronteras de
Germania andan en este casino de novela picaresca ingiriendo cerveza o en el
ensayo pendiente de varios sitios de placer carnal, sin acordarse para nada del
precepto bíblico cristiano que reza “polvo eres y en un polvo te convertirás”.
“Además de
estas fantasías perplejas de la mortandad, que recuerda el culto mejicano y
esotérico de los no vivientes, distinguido doctor, fuera de las necrópolis Los
Hijos de Dios, construida por extramuros de La Pastora , el protestante de Santa Rosalía, el Militar de Santa Bárbara,
el de San Simón que festeja a los muertos cada 28 de octubre, y los que toda
orden religiosa mantuvo ocultos dentro de sus instalaciones monacales, hay un
curioso cementerio llamado de Los
Canónigos, en la esquina de su exclusivo nombre, donde afirman que hasta a los más despiertos relamidos espantan silbando a toda hora, y
supongo que ello ocurre por lo espeso de la arboleda interior de mangos y
mamones y en cuyo espacio taciturno o medular colocan juntos pero no revueltos
a los personeros eclesiales de rango, de presbíteros hacia arriba, en la larga
espera de ser llamados cada uno y previa cita para ajustar cuentas milimétricas en el
terrible ocaso del Juicio Final, con sus resultas características. Y en cuanto
a los desprejuiciados suicidas de cualquier género o manera de serlo, por
disponer de su vida en contra de los sabios preceptos divinos, no se les recibe
en las necrópolis respectivas, sino que asientan la huesa maldita fuera de esas
paredes o linderos de lo anormal, en la condena eterna, y a los pobres diablos
del montón o la gente de orilla, como a los blancos de este origen humilde, por
ser faltos de toda precaución material y hasta de espíritu selectivo, anónimos se
los entierra en cualquier recodo del camino o en las entrañas de la fosa común,
y cosa igual ocurre por tiempos de epidemia pestífera, aunque las cenizas de
los obispos encopetados y ciertas
dignidades escogidas del clero católico romano, perdurarán con lápida
laudatoria cargada de latines macarrónicos en la iglesia catedral o en otra de
menor rango, siempre bajo el clemente cuanto piadoso manto de Dios”.
----“Razón aparte de este recuento de horrores, espantajos y aparecidos
corresponde al edénico Tribunal de la Santa Hermandad o
de la Inquisición ,
que tenía a su cargo y bien surtido de placeres infernales el cementerio contiguo
a la catedral caraqueña, hogar diabólico donde los tozudos y temibles frailes
dominicos de Torquemada, a cargo de aquellos desmanes atrabiliarios, con
anatemas forzados sostenían toda suerte
y lujo de torturas o tormentos, a base de hambre, de dolor continuo, de agua
por goteo, de fuego, cadenas, flagelos, crucifixiones, tortol, colgaduras, jaulas,
cepos, desollar penitentes, potros, ruedas, sobrepesos, golpes, candados,
levantamiento de uñas, quiebre de huesos, desprendimiento de miembros,
mutilaciones, venenos de apariencia pasiva, sed perdurable y otros utensilios asiáticos
tártaros o mongólicos de alta refinación introducidos para conducir a la muerte
pausada, incluso con el agregado sabroso
de gusanos carroñeros para la lenta
putrefacción cárnica, al estilo ferviente del culto de Osiris y el por satánico marqués de Sade, antro de
purgatorio que alguna vez me dejaron visitar a escondidas en cierto instante de
mal recuerdo y en búsqueda de la verdad sospechosa confesada, según decían,
cuyos cuerpos cubiertos de exorcismos, tanto como los ultimados en la hoguera
purificatoria, eran destruidos con pesar, y hasta a otros descuartizan en el
drama continuo, sin compasión ninguna. Así apreciarás, lieber God y entrado más
en confianza, que dentro del contexto general de la tortura los caraqueños a través de los pleitos guerreros y la
angustia de los cementerios, a la zaga o espera han permanecido buen tiempo de
sus existencias en aquel inframundo, o sea, según piensa y aclara nuestro gran
Schiller, que ello es parte de entretener la vida para conquistar oportuna la
muerte.
En el regreso al hotel Klindt, de la iluminada esquina
La Marrón , con
el recuerdo acuciante del cementerio inglés de La Guaira , iba cavilando sobre
la herencia imperceptible de los muertos, tan entrometida en la estructura
genética de lo hispano, en buena parte aportada por los tristones reyes
Habsburgos oriundos del Austria conflictiva y muy complacientes para utilizar el fondo
negro hacia lo oscuro de sus realidades en cuanto a la incertidumbre de los
pasos a seguir, como siempre acostumbran darle el visto bueno al sonido musical
de ultratumba y a su tarareo, en buena porción de las mentales actividades
cotidianas. Allí, en el patio decorado con guirnaldas de flores de cosecha y abundosas
hojas tropicales, sentada en mecedora solitaria y con abanico manual que
utiliza, la tierna blonda Amalia me espera leyendo esta vez extasiada las
Cartas de Berlín del ya famoso hebreo Heinrich Heine, tan amante en pensares del
dialéctico Georg Hegel y cuya pluma cubierta de poesía primaveral absorbe por
entero la mente cándida aunque reflexiva de mi recatada bella amiga. Esa noche de
los recuerdos la pasamos envueltos en calurosas cobijas de lana, por el frío indiscreto
que recorre el perímetro del valle caraqueño, aunque el amor presente de la
alcoba emanado de la propia líbido en suspenso que juega a los delirios del éxtasis,
o el fuego que se extiende con el correr de los orgasmos cruzados y del deseo
fáunico o satiriásico proclive del recinto, cual complemento perfecto de la
escena juntos aderezan el transcurso erótico de unos largos ratos tenidos en lecho
de pasión. 21
La lectura insólita de “El
Capital”, es decir, fuera de
“boutades” memoriosas incomprensibles, la construcción por demás complicada del
granítico castillo de Buenavista,
lleno entonces de almenas y miradores especiales donde se auscultan serenas las estrellas nocturnales y esconden seres desconocidos de la vida anormal,
había llegado a su fin, luego del ardoroso trabajo que costó cavar entre rocas
afines para la pétrea erección del mausoleo, o cementerio nuevo ligado a la
resta de los éxitos obtenidos, que representa como el Hades infinito de la definición por excelencia de esta vida, el
que según cálculos pesimistas podía albergar hasta veinte cadáveres familiares
reunidos en parcelas idóneas, realizadas con gruesa mampostería a objeto de
recluir y sin rencilla alguna de posada a dos difuntos en cada hoyo concluido,
para el sueño terminal. Ahora el espectáculo que al simple sumatorio de la nave
se percibe por encima de sus almas en pugna, era una extensión sensible de la Selva Negra traída en
buen tiempo sin paz a esa Venezuela del Welserland, para mi goce y los estudios
consiguientes, aunque la visión fresca del entorno quimérico mire empujado hacia
el mar azuloso e infinito, que no a la fiera montaña y el picacho de Galipán,
por El Palmar de la vertiente norte, ellos sembrados de rosas en primavera,
ortigas y frutales, pintura bucólica con barniz flamenco que ofrecía otra
dimensión extraña aunque original al espectáculo reinante. Pero lo que mantiene
la mente en fiero devaneo salido de casillas, casi trescientos años después, es
el mapa a retazos y la explicación original del tesoro encontrado por azar un sanguinario
martes 13, a
los que doy vueltas y distintas lecturas a objeto de ir comprendiendo las
grafías y el escueto sentido orientador de su flaca enseñanza. Así, en medio de
una constancia cautiva demostrable pude
ir tejiendo aquella telaraña y maraña de noticias dispersas, nuevos rompecabezas
a construir o enigmas a descifrar sin el acoso de intermediarios, con los
informes precisos del doctor Lander y las investigaciones secretas que en
Caracas obtuve entre infolios lisibles, papeles en deshecho y libros coloniales no
exentos de comején extraño, de donde ya
versado en el asunto y mediante las conversaciones certeras por el sexto
sentido labial que poseía la infaltable Priscila, pude sacar bien claro que en
el análisis minucioso de varias sesiones diurnas y nocturnas el papel en
estudio vino a decir, sin mayor aspaviento y con el entender avanzado de
fonemas gráficos y de estos tiempos lexicales: “El tesoro de Caracas se consigue
en el mapa, abajo del barranco izquierdo a una vara de profundidad. Yo ví
cuando sir Amyas enterró por ...mor bajo
una piedra negra en ..... cajas de metal. AD. MDVC. T... de Villalp...”.
El contenido de la nota escrita era suficiente para el
esclarecimiento del misterio tantos
siglos guardado, por lo que esa tarde con Priscila festejo la realidad de una riqueza
que tocaba a fondo aunque a flor de piel, a las puertas y narices de la suerte, pues la diosa fortuna
tan cambiante permanece allí, al acecho, a la espera del hallazgo final. Ahora
había que determinar los pormenores incluidos en el plano, porque el barranco
izquierdo y la vara de profundidad a pesar de los cambios temporales no eran
motivo de duda sino de búsqueda, y los otros tres detalles incompletos del
texto pude averiguarlos a través de los estudios hechos y el ensamble de las
herramientas de auxilio, la deducción analítica y los exámenes comparativos con
otros casos alternos, ya que el pirata Preston ante el “(te)mor” de la
emboscada por otras fuerzas españolas, al descender hacia las díscolas playas
de Macuto prefiere ocultar a recato y buen resguardo el producto del pillaje
con carácter de botín para en próxima oportunidad fuera de dudas venir en su
rescate, cosa que tal vez nunca ocurrió, debido acaso por algún naufragio, todo
sacado a buen flote mediante las numerosas investigaciones y cálculos que sobre
el particular de aquel destino incierto yo acometiera en el curso de los años y
bajo el observante calendario astral babilónico, más predecible en estos
asuntos nada quiméricos que el azteca tribal. Lo del número de cajas escondidas
ya era algo de menor importancia a escoger, pues sabía con certeza diáfana que
todas ellas estaban enterradas “bajo una piedra negra y a una vara de
profundidad”, acaso bajo una cueva estrecha
de las que tallan los desastres geológicos, de donde digamos, con el
circunloquio que aflora, más claro no canta un gallo y menos si es de baja
sangre o calidad.
Y en lo tocante al personaje que escribiera estos indicios
esclarecedores necesarios ya conocía que era el tal y vil Tomás de Villalpando,
renegado español lleno de envidias colaterales, que se presta a la traición más
sucia por el ajuste de monedas falsas, mas como supimos a ciencia cierta y para
no dejar huella delatora, a poco el inglés Preston por intermedio de su segundo
a bordo, el noble de sombrero en tricornio y hombre de mar sin vértigos George
Sommers, de quien hemos hablado bajo buenos modales, lo manda a colgar un buen
rato balanceándose del pescuezo y no por los cojones testiculares en respuesta
cónsona de su trabajo incómodo, y nada tiene de extraño que suspendió también
por los gañotes del guargüero a otros malucos que lo acompañaron compungido en el
discreto entierro áureo y argentado, a objeto de que el sabor de esta riqueza pillada
con rapiña permaneciera bajo el entero
secreto de ultratumba. No es casualidad, pues, que el británico y los cachorros
imperiales suyos acamparan a escondidas para vivaquear en ese mismo sitio menos
pendiente de Buenavista, mientras en misterioso trámite nocturno y alguna luz lunar con aullidos de lobos prepara el entierro de las ricas joyas y la
soga libertaria de los condenados, pero por un descuido apremiante como mensaje
cruel de la escena patética de tal crimen, que desde luego no sería perfecto,
el zamorano Villalpando con todo a la
carrera en provisión de nuevos hechos por venir, pudo dejar escrita para su
imperdonable historia de tramposo la venganza de esta botella oscura con que
tres siglos después me tropezara.
Vuelta la página referente al
episodio del pirata que no pudo
narrar Walter Scott, llegó el día de cumpleaños de mi dilecto compañero y
paisano Herr Federico Blohm, un domingo en la tarde, cuando su casa llena de
paisajes invernales al óleo, del águila imperial acuartelada, figuras del
procerato germano y antigüedades dispersas, como de algunas ratas correlonas
vistas a escondidas en el ancho salón,
con premura se vio colmada por una parte de la colonia teutona residente en el
puerto, entre ellos los conocidos Stürup, Neumann, Winckelmann, Leisse, Raibrer
y Rohl, mientras que con las familias numerosas de estos negociantes y agentes
aduanales de consignación en medio de caras risueñas se cortó la gran torta del
festín onomástico en rebaja de precio, cubierta ella de miel de Alsacia
azucarada y el avispero carnal circundante,
permaneciendo todo el festival manejado al
compás de la música alegórica en acordeón con mañas y los germanos cantos guerreros
populares.
Los convidados agradecidos se complacieron con la comilona aceitosa que cundiera y por el final vengador cuanto
justiciero de la contienda franco-prusiana, en que habían salido airosos los
estrategas de Berlín, mientras dentro de aquellos augurios pacifistas se
esperaba venir mejores oportunidades con la paloma herida tanto en los estados
principescos alemanes como en la ruidosa Venezuela, donde el mitad calvo y otro
tanto barbudo caudillo Guzmán Blanco iba reconstruyendo con lentitud
premeditada a Caracas, como dijeron la capital del cielo, en el remedo y
retintín de un “Petit París”, todo al compás afectivo de sus arcas particulares
que se acrecientan y mientras la nación acogotada vive por entre el desarrollo pasmoso
de cualquier Liliput hecha pigmeos, o
bajo el engaño cierto de un país subdesarrollado.
Todo es alegría entonces y al tanto que los niños e
infantas juegan y socavan caramelos posiblemente ingleses, las damas gordas
viajan de regusto en las conversaciones espinosas por entre los dimes y cotilleos
sociales, y en cierto aparte del jardín sombreado de pájaros flautistas Herr
Federico y un grupo de presentes atentos nos sentamos en sillas rústicas de
cuero a la llanera para oír de su mejor chispa
vernácula o conversación sucesos versátiles guaireños, como la vez que los
molestos generales Bolívar y Páez en 1827 visitaron la ciudad subidos en un
coche de dos ruedas metálicas y tirado
por un forzudo gringo de Luisiana que a tanto peso se prestó, pues los negros
requeridos para el transporte original habían muerto esa tarde anterior a causa
de la persistente pero oculta fiebre amarilla, aunque otros juiciosos dijeran
rebuscando el recuerdo epidémico, que el deceso se debió a la peste bubónica
permanecida en boga sin algún retroceso.
El
convite como era de esperar incluso con cohetes encendidos siguió su curso fijo
hasta el final, entre comedia de opereta bufa y circo de payasos sanos, por
encima de las ocurrencias humorísticas muy personales de los oportunos e
imaginarios Fritz y Franz, que hacen reír a carcajadas rumbosas sin aguantar el lloro compulsivo incluso a los
más sordos tudescos, donde mediando otras anécdotas salidas a la palestra de
los cuentos picantes Federico hace mención de las casas llamadas “de engorde”,
que durante la colonia española existieron
en el puerto guaireño a objeto de que la esclavitud activa tuviera en esos
sitios pesebreros refocilaciones
sexuales o remedios concupiscentes escabrosos por excesos y acabados de amor,
con el fin de la reproducción prevista hacia
los nuevos bienes humanos comerciales de la trata negrera, así como con ánimos
etílicos encima Herr Blohm recuerda también el arribo en un viejo galeón de Herr
Markus Gedler y su oronda familia pecosa de piel rubia en exceso, oriunda de la
villa bávara de Kempten, siendo enviado a estas tierras salvajes en calidad de
Gobernador y Capitán General de Venezuela, en tiempos coloniales de la Península. Lo
simpático del caso que llamó al chascarrillo fue que por arriba de tener muy
presente la idea de Welserland, al bajarse del barco y tratando de montar en un
caballo enjaezado de postín, por cierta concha de mango o de cambur pisada a la
ligera el catire sajón sufre una aparatosa caída que lo mantiene en un “¡ay,
ay, gitano¡, durante mucho tiempo, dificultándole por entero el orinar pausado como cualquier acción solícita al respecto, y
los dolores le surgían de pronto, cuando menos espera, hasta que haciendo no se
qué por aquellos contornos extraviados, fallece de un síncope mortal cojeando por los lados tórridos y lacustres
del relampagueo fluvial marabino.
Las
relaciones amorosas cuanto
sentimentales con mi reina preciosa Priscila Krassus continuaban a las mil
maravillas, habiéndole planteado incluso que en pareja visitáramos algunas importantes
ruinas vetustas de las defensas militares guaireñas, mientras con Amalia y el
fiel Quasimodo atiendo las labores
nocturnas de embalsamar momificando cadáveres de personas anónimas o simples
animales, como fue el caso dramático de un perro pastor alemán coprófago y
escatológico además, que siempre quiso a dentelladas bajarle los pantalones
sucios al soldado Pepe Pérez, algo
parecido a lo que me aconteciera en la lejana Alemania juvenil, del que debí
defenderlo de esos afilados dientes caninos mediante el uso de una reja
especial con cerradura de corazón, y al que luego de sucumbir añoso por el
cariño que siempre le mantuve, lo arreglo con rellenos pertinentes alcanforados
y en su misma prestancia, para situarlo de guardián mal encarado ante la
entrada primera de la casa, tiempo en que la dulce Henrietta con afán cariñoso y nada
suspicaz estuvo haciendo maletas
revueltas y otro equipaje para irse definitivamente del país. Sobre este viaje
inesperado y curioso como era investigador de un tiempo atrás había comenzado a
sospechar ciertas actitudes de ella en
cuanto a su manera de ser llena por ende de tratos anormales en que se la veía con sueños desordenados, gritos en la noche
desde su cuarto de dormir, falta de apetito, anemia pronunciada, ausencia de voluntad hacia las cosas, que le molestaba el sol sobremanera, que
adoraba comer carne cruda, que a veces
andaba neurótica en exceso, que casi no salía de su cuarto para mí desconocido,
prefiriendo en ello las horas nocturnas, que tenía excusas
disociadas y olvidos sistemáticos para los hondos rezos luteranos, y tantos
detalles de su vida que me ponían en duda
sobre el estado real de su pensamiento, y entonces para salir de dudas y
conflictos con respecto a la estabilidad
mental de la viajera en el bien de los
dos y mediante el sigilo necesario a la callada decidí abrir con cierto remordimiento de exploración algunas maletas que la
acompañarían en el viaje acaso sin retorno hacia Alemania, detalle que se
retrasó por epidemias y enfermedades algo extrañas que ocurrieron esos días en La Guaira, lo que me tuvo por demás ocupado
en el concurrido Hospital Guaireño de San Juan de Dios, y cuando pude liberarme
de esas calamidades del trabajo hipocrático,
coincidió con el día de su viaje rumbo a Hamburgo, por lo que apenas guardé una maleta de Henrrietta para después abrirla
con tranquilidad. Pero aquí viene lo sensacional de este caso sorprendente que
amplía la personalidad escondida de la viajera, porque
al abrirla días después me encontré para mi honda sorpresa que Henrrietta durante su estancia anterior en Alemania había mantenido estrechas relaciones personales y de correspondencia permanente con numerosos personajes germanos de labores ocultas y prohibidas por estar dedicados a la magia negra, el conocer
diabólico y al vamprismo en general, o sea principalmente para quedar tranquilo
con mi conciencia en cuanto a la búsqueda sospechosa cuanto aclaratoria
realizada. Demás está decir que duré varios días en completo trasnocho
con la falta de sueño y el dilema planteado, porque las imágenes dantescas de los seres que podían rodearme entre aquella visión infernal y maraña interminable de detalles que a pedazos pude reconstruir y ensamblar con
lentitud, me impedía de cualquier forma comunicar de ese descubrimiento hipersensacional,
o sea que mi esposa era también vampiro,
aplicando igual mudez o comentarios por demás secretos en referencia con Priscila y Amalia, tan unidas a mí, para no
decir de los cinco hijos habidos con
Henrrietta, lo que dio por resultado que
todos esos saberes obtenidos con la
apertura de tal maleta endemoniada, de total secreto, bajarían conmigo hasta la tumba,
Como repito, pues, muchas noches me sentí en pscosis extraña de todo lo
acontecido, y si no fuera por mis aprendizajes
médicos
que pudieron ayudarme de este imborrable traspiés emocional no sé qué hubiera pasado conmigo porque me
hallaba en verdad exhausto y sin horizonte a escoger, mientras iba catalogando los por demás muchos escritos y correspondencias atesoradas
por mi esposa para poder desentrañar
este hilo de Ariadna que casi me asfixiaba, Llegando a una reflexión sistematizada
sobre tales papeles que recuerdan la muerte por momentos, para no perdernos en sus peores
atajos bueno es que me detenga a señalar una síntesis dentro de lo allí encontrado en una
suerte de vademécum ingenioso con algo de los personajes del vampirismo actual sin mencionar el tiempo, como de sus
hazañas y de otras peripecias históricas
a realizar Henrrietta con personas de
esa talla o valor, a objeto de ampliar
el panorama necesario que conlleve a ese conocimiento en el intento de entender sus insospechables
hazañas secretas y (con vampitos, lobos, etc.)
extrayendo así a muchos de esos personajes del destierro histórico en que se les mantenía,
vale decir para sacarlos hacia la
posteridad del angustioso closet en
que siempre vivieron.
Y ahora como
andamos un tanto alejados del tema
central de este trabajo heroico encercado
por la vida subyacente, de las tinieblas y la noche insondable en que
yacen y conviven esos seres vivos alados pero
que pueden asustar a su manera y en estos tiempos cuando
más se desplazan desde lejos por causa del cambiante mundo que rodea y la cercanía de sus intenciones expansivas en desarrollo, vamos a ampliar el conocimiento de estos valiosos
personajes tratando de dar claves fuera de los misterios existentes
para entender mejor el estudio de esos
seres divinos con permanencia estática de algunos conocida, colocados por Dios
en el universo total como equilibrio del
sistema donde prestan un valioso trabajo
en ese mundo de los vampiros que
trabajan y en cuanto los rodean.
Martin Lutero
Reformador
Religioso Alemán
UBICACIÓN DE LOS VAMPIROS.
En cualquier parte que les sea cómodo
dormir (cuevas profundas y sin luz) hasta
entrada la noche cuando salen a sus visitas nocturnas de amistad con seres animales vivientes que sacrifican o no.
Pueden recorrer grandes distancias porque carecen de peso, sin ser vistos y atraen con su presencia y
cercanía en busca de la presa escogida
de antemano, para reanudar su fuerza y el vigor.
1.
Países de vampiros. Hay muchos alrededor de la tierra, en los cinco continentes y en
especial en África y Europa. En Asia hay
otras variedades de vampiros, como igualmente en la India y países musulmanes. Gustan
mucho también de Escocia, donde realizan tenidas culturales y escogen el
vestuario oportuno. Son presumidos, enamoradizos a su entender y viven
disgustados porque no se pueden ver en los espejos, por algo de la refracción interior,
2.
Clases de vampiros .
También los hay bastantes y diversos, en
gustos y costumbres, como los que prefieren frutas en sustento y eliminan lo
picante, por hacerles daño en su estructura física. Aman
alimentarse de sangre caliente, lo que les aporta una atracción sexual y hasta eyaculan exaltados varias veces en ese intento.
3.
1) Historias
verdaderas. El más antiguo conocido de los vampiros en Europa es el célebre JURE
GRANDO (alias “Vade retro Satanás),(foto foto lápida) de origen croata, nacido en Istria, antigua
Yugoeslavia, cerca del mar Adriático, cuya lápida mortuoria en mármol de Carrara es venerada. (1.646) como vampiro ilustre aún se conserva y rindiéndole culto en el
cementerio local, para el homenaje de admiradores permanentes.
Vampiros de
importancia.
1.
Vlad Tepes. O Vlad III, (foto) Príncipe de Valaquia. Salvo excepciones todos chupaban sangre de sus
víctimas. Vlad era Héroe rumano y figura de la historia de su país conocido por
conde Drácula , quien luchara contra grandes imperios cercanos y
enemigos, mayoritariamente del Islam. De bigotes gruesos y entorchados, ojos muy atractivos que despíden fuego, con turbante rojo especial cuajado de rubíes y perlas traídas de Golconda.
Su especialidad con los numerosos prisioneros
que obtenía en campos de batalla era el empalamiento entre gritos estentóreos que realizaba con infinidad de cautivos caídos en sus manos para desollarlos vivos y bebiendo
su sangre, principalmente otomanos, algunos húngaros y turcos, en
medio de suplicios espantosos provocados a los prisioneros cuando les penetraba un palo encebado por el
recto para salir en el cráneo a destrozar, o cortando la yugular
del cautivo para extraerle bebiendo más
sangre caliente, como atractivo que llega a lo sexual. Hoy el bello castillo de su residencia cerca
de Bucarest, de torres almenadas y salones cubiertos, es
digno de una seria visita
histórica. Se desayunaba siempre con
yogur agrio y sangre de las víctimas,
extraída del cuello para servirla en tarros de plata. Señor todopoderoso de los Cárpatos, asesina a
más de cien mil personas durante su largo gobierno, y a algunos descuartiza.
Drácula en rumano significa Diablo. Sus restos reposan en el monasterio de Snagov.
2. Gilles de Rais. (Foto)Barón
de Rais. De noble cuna y asesino empedernido, violento y ambicioso, como muchos
de su tiempo. Adorador del Diablo en sus diversos grados y de todo el conjunto diabólico que corre por
el universo. Vivía enclaustrado en su HERMOSO castillo de Tiffauges , algo escondido de la
realidad HISTORIA DEL CASTILLO DE TIFFAUGES . (Foto).Poderosa y bella construcción
medieval . Gilles de Rais, su dueño y
señor sufrió de claustrofobia. Sacrificaba carne joven, en
especial a niños y niñas, como alimento ejemplar. Lucha en la Guerra de los
Cien Años, junto a la francesa santa Juana
de Arco DE QUIEN ANDABA LOCAMENTE ENAMORADO, dejando una estela de muertes.(Foto)
hay.
·
CONDESA ISABEL BATHORY. De origen húngaro y de belleza
excepcional. Nacida en 1.660 en el
castillo de Tren y de una familia poderosa, fue llamada la Condesa Sangrienta, pues se envicia mediante los alucinógenos usados para soñar con lo raro o perfecto y de allí con
su belleza física que le impedía pensar
en otra mujer más bella que ella, sacrificando así a numerosas
inocentes doncellas que caían en sus redes perturbadas de donde con la
obsesión que tuvo de ser la mujer más
bella de su país con el record guinness
sostenido como asesina humana ordena ejecutar en el martirio a 650 doncellas más, y en seis años que se
agregan torturó a 612 jóvenes en el
castillo imponente donde vivía, hoy en ruinas, aunque también viviera en el
castillo de Cachetice. Buscaba a jóvenes de 9 a 16 años para sus rituales sangrientos (foto
castillo). Al regreso de una de sus incursiones militares en tierras otomananas
o islámicas su marido, el valeroso Gilles de Rais y conocedor de los crímenes
monstruosos efectuados por su esposa,
ordenó emparedarla allí hasta morir para
terminar con esta sangrienta cuanto
demente condesa.
·
ejecuta numerosos crímenes
1. Características
de los vampiros verdaderos. Enemigos acérrimos de los crucifijos, Por su
fragilidad conveniente no pueden ser detectados. Duermen de día y salen de
visita durante la noche, en especial a oscuras, en silencio absoluto y acorde
con el plenilunio. Tienen una saliva espesa que adormece el cuerpo, dejándolo insensible. Odian sobre todo el olor a ajo que lo encuentran repugnante y les
produce vómitos y malestar. Son muy instruidos y de conocimientos históricos.
Aman la música clásica europea y alguna ligera. Se recogen
en sus tumbas alejadas y lugares oscuros escondidos hasta antes de amanecer, porque el sol con los rayos calientes les puede dañar su verdadera imagen
alabastrina. Adoran la vida nocturna, asistiendo a esas reuniones, son
enamoradizos en sus escapadas sin fronteras a lugares remotos, admiran la familia propia y aman en verdad a todo lo sanguíneo por el olor intrínseco que
les despierta la llamada Sangre
de Cristo. Muy sociables, asisten comúnmente a los fastuosos aquelarres que
luego transformaron en halloweens.
2. Degustadores de morcillas tiernas, frescas, que les atrae grandes recuerdos nada picantes,
y otras carnes preparadas.
3. De miradas fijas, penetrantes, de dominio, observadoras. Prefieren visitar a sus amantes y otras
amistades especiales a partir de la
medianoche en lugares lejanos dirigidos por magnetismo de alta velocidad,
porque cambia la cuenta horaria del reloj solar, cuando se aprovechan para absorber sangre que digieren con
prontitud, principalmente de la yugular y antes de coagularse en bajas
temperaturas. Luego de haber muerto Henrrietta, la esposa del doctor Knoche, hay constancia de que un vampiro amigo germano proveniente de comunes reuniones
vampíricas en Escocia, a Knoche lo estuvo visitando en varias oportunidades y en su mansión de Buena Vista, como digo, a
este distinguido galeno alemán, donde
4. hablaron buen tiempo con lujo de detalles sobre
líquidos y sueros momificadores, y pormenores de sus experiencias
profesionales de que dejaba cuenta primordial para el avance de la ciencia de
entonces. Igualmente Knoche asesora
después a un vampiro establecido en San
Cristóbal de Venezuela, que asesinó, devoró y bebió sangre de ocho personas a
quienes quita la vida (la carne que cocinó de las víctimas le sabía un poco dulce, según confiesa al Diario El Nacional, de Caracas,
por los años ochenta del pasado siglo.
5. Príncipes
del averno que se los llaman Diablos. Son numerosos y de diversas
categorías o procedencias florentinas hasta del infierno más hondo (Ahriman), que es el séptimo de ellos, pasando
ya la quinta paila, pudiéndose contar entre los ´principales a Mefisto
o Mefistófeles,
así conocido por pensadores románticos
que han dejado huella en el camino de las letras como el doctor Fausto
de Goethe, que le vendió su alma al mismísimo diablo en momentos desesperados de hipnosis mental y a cuenta de sabiduría delegada. Para elevar a estos personajes de la extensa leyenda local venezolana existe
un estudio pormenorizado sobre la presencia fantasiosa de los llamados Diablos de San
francisco de Yare, en los alrededores de
Caracas (Valles del Tuy), que bailan
enmascarados sin descanso con su arte delicado
y diabólico, con cuernos y otras máscaras simbólicas, en recuerdo de ese ser antagónico y terrible de su corte. a quienes en conjunto se festejan en día de corpus (junio) por lo alto y entre copas alcohólicas y toques
de maracas con repiques de tambor en
tierras afrovenezolanas de calor
acentuado, en momentos propicios de comparsas y embriagueces sin
término, todo en honor a estos diablos
cornudos (que también se festejan en Higuerote) y enmascarados que creemos para tal fin suben conducidos por un cancerbero especial desde
el profundo averno, según anotan algunos antropólogos especializados.
·
5 . Príncipes y diablos importantes. Dentro de estos nobles príncipes y diablos o demonios importantes de que hablamos podemos citar entre los de mayor categoría que han hecho carrera internacional por su culto estrambótico y especialidad inusual, citamos, pues, al
conocido y maligno Satanás, o “El Maligno” llamado
por los huastecas miedosos Don Satan, o
simplemente Satanás. De origen iraní monoteísta. Después metió la pata o pezuña en los
conflictos internos de poder . Ángel caído, pendenciero, pleitista permanente y
rebelado contra Dios. En disgusto permanente como guapetón de barrio es engañoso,
perverso y revoltoso, siempre
permanecerá en el séptimo infierno. Lo
sigue en importancia
Belcebú, orgulloso y pedante, de origen filisteo, que
aúlla como un lobo y vomita llamas, aborrecido por falso príncipe que vivía en pecado mortal y alejado de muchos. En su orden preeminente lo continúa Astarot, cegato y muy detallista nombrado por aclamación Tesorero del Infierno,
que anda volando de preferencia sobre un dragón cornudo y siempre se
olvidaba por entero
para rendir las cuentas
necesarias del trabajo ordenado. Asmodeo,
suerte de brujo y demonio erótico de sexo, abusa con cadáveres, estudiado por persas
y judíos, recordando a Belial,
íntimo amigo de Lucifer y del galés Merlin, como también Luzbel, el de la bella luz, quien contaba a diario las diecisiete clases
del Leviathan orgulloso,
por si faltase algún maligno, luego caído en el descrédito de su palabra, sin que tenga
nada que ver con el demonio de Tasmania. Tiempo después y por lo complejo del
servicio marino prestado,, según cuenta la Biblia, se nombró un gobernador
adjunto, como representante propio del Demonio, ese que según está escrito era una bestia tirana
de siete cabezas, mitad cocodrilo y mitad serpiente, como se asienta en el
libro los Vedas hinduista. Lo sigue en esta lista confidencial el demonio maligno y lujurioso Asmodeo, otra especie de dios de
los brujos, acompañado siempre de una cabra macho, que no es la terrible
zuliana de Josefita Camacho, demonio
feroz de origen marino y con hermosas alas,
quien llevaba un diario detallado
de sus hazañas, conocido aquel entre sabios
persas por Zaratustra
y además de ser padre
del afamado mago Merlín, que todo lo sabía, sin olvidar igualmente a otro Belial,
bestia grande caído en desgracia,
por esencia mentirosa y también harto corrupto,
íntimo amigo de Lucifer, a quien luego traiciona de manera irritante. Ammón es dios de los bosques, que andaba siempre mal reunido con
lobos negros licantrópicos que pululaban cerca de Knoche en Buena Vista,
carniceros amantes de la carne de chacal, en procura de presas indefensas. Además trató con el Demonio mayor en negocios
referidos a las famosas minas del rey Salomón. Engendró demonios desaparecidos con nuestra madre Eva, primera
mujer de Adán y madre del abyecto Caín, ya dentro del escenario paradisíaco, y allí tuvo
al famoso sinverguenza de Caín, de
mirada turbia, padre de tres hijos según asienta El libro de NOD, quien se
acompañaba siempre de una quijada de burro pulida.
1. Bacanales en Halloween. En las grandes fiestas DE
CUMPLEAÑOS que realizan los vampiros, de las llamadas “a
todo trapo”, los demonios importantes ofrecen
celebraciones de alto vuelo y a su
costo, incluida la champaña francesa y los finos pasapalos carnívoros, como también los saraos
recomendados por americanos de
origen irlandés gaélico expertos que llaman, “halloween” a la fiesta, con mil o más calaveras danzantes escogidas en cementerios con luces internas acopladas, rociadas ellas de
infinitos licores
supremos, de músicas extrañas
provenientes de cementerios concurridos por almas en pena y de fantasías inesperadas que despejan la mente sin problemas, hasta
sexuales aún hoy consideradas delitos, para menores y mayores con orquestas típicas
provenientes del más allá sepulcral, o sea del infinito, con el rumor o rigor clásico
y gótico emanado del inmortal y lujuriante mausoleo franco de Saint Denis, cerca de París, hecho todo ello en honor al beodo y delirante dios Baco,
y otros elíxires famosos de renombre que
anteriormente eran muy comedidos entre blasfemos
calvinistas y por tanto con sobrias razones puritanas, pero que ahora por la ligereza del tiempo que
acogota para su mejor venta o sobria comercialización muy calvinista o seria,
de las que hoy en la juerga y pachanga desatadas por inexplicable encanto llaman con
razón aparente “cojonudas”, para terminar el festejo
extraordinario en un festivo tiempo de bacanales y orgías pompeyanas, todo ello
permisado al estilo del galo De
Musset, donde desde luego y según se expresa en el argot moderno la carne toca y el diablo
manda sin pensar dos veces, mientras el cornudo Satanás
con su cola enrrollada que lo entorna baila y toca viejas canciones turcas e iraníes
en desuso, con derviches expertos, sin equivocarse junto a las demás comparsas de estos chulos intrusos, empericados y vividores de oficio que de entonces acá se
divierten con bombos y platillos a las
mil maravillas en busca de consuelo con cualquier
despelote de placer inusitado.
RESIDENCIAS
DEMONÍACAS DE LUJO Y SUS OCUPANTES.
1)Condesa Elizabet Bathory. FOTO. Esposa de Gilles de Rais. Llamada La condesa Sangrienta.
Engreída por demás se consideraba la mujer más bella del mundo y por ello ordena
asesinar a sus competidoras. Era sanguinaria, (Aquí dos fotos WIKI) Para recordar esos pasajes
siniestros de la vida diabólica y nocturna en este aparte de la reseña extremada señalaremos a personajes diabólicos que tienen gran repercusión en ese submundo por ser bastante conocidos
mediante sus atroces orígenes
y vidas criminales.
CASTILLOS FAMOSOS.
Imagen
Castillo de Vlad Tepes. Foto.
Castillo
de Bran,
Castillo
de Drácula o Brasov.
Mansión, hogar y propiedad del Conde
Drácula, lleno de lujo y esplendor, tapices, salones, biblioteca (con un
ejemplar inédito de “La Guerra de las Galaxias”), lujoso comedor y otros aspectos de poder, con escultura de
perro cancerbero a la entrada. Consta de seis plantas, con separaciones para
visitantes invitados. Allí descansa muerta
en mausoleo especial la reina María de Rumania, acorde con su disposición final. Rumania es tierra
especial de vampiros.
Castillo
de Franquestein. Ubicado
en Darmstadt, Alemania. Por sus grandes relaciones vampíricas en dicho bello
inmueble celebraba famosos y perennes ágapes rumbosos llamados de “Halloween”, a los que asistía con
regularidad el conde Nosferatu.
Castillo
de Nosferatu (foto).
Castillo
del Barón Gilles de Rais. (Foto) Situado en el Valle del Loira francés, del
departamento de Vendée. Llamado de Tuffauges, con
más de siete siglos de historia en sus paredes. Vivía obsesionado de amor hasta el delirio en sueños con la luchadora
Santa Juana de Arco. Además rodeado de mujeres diversas, se le conoce en estos
menesteres como terrible Barba Azul.
Castillo de Víctor Franquenstein, el de la mirada
penetrante.
Castillo del
conde de Orlok Escondido entre los montes Cárpatos RUMANOS.
Castillo
de Elizabet Bathory (ruinas)..
1. Y soslayando otro mundo
infernal cuya cabeza es el demonio otros
papeles importantes que pude recuperar
para la intimidad de mi trabajo en este campo del MÁS ALLÁ se refíeren, como lo escrito por Henrrietta en
el mundo vampiresco a ciertas fiestas de
brujas y brujos con exorcismos incluidos en esa hermosa capital marina del
extraño reino belga que es Brujas, perteneciente no solo
a vampiros y vampiras entrañables de su
tiempo sino a toda la intimidad gótica animada en Bélgica y Rumania, o sea en su
paso transitorio a nuevos países
abiertos hacia estos saberes
extraordinarios, como Ecuador y Chile, donde ya coexisten de
tiempo atrás otras manifestaciones de alto valor y categoría o sea el caso de la extraña momificación corporal.
Volviendo con el
tema gótico que nos atañe diremos que años después embalsamé al curioso
por masturbador enfermizo y perro
de apodo Galo, que ladraba fuerte cuando
yo releía el mundo oscuro de Edgar Alan Poe, Sí, Edgar Alan Poe y sus pensares de terror poético, empedernido perro
alocado que como dije llamara Galo, y sea
dicho de verdad era un mono tití con
ceño estrecho y gruñón que me obsequiaran en los ventisqueros de Galipán, pero
que luego le ladraba acosando como un
desesperado a Henrrietta, posesa de cualquier demonio en sus entradas o salidas
al castillo de Buena Vista, y que para sedarlo hacia su muerte tantas
agujas experimentales e hipodérmicas sufriera en mi presencia, en una de las
cuales murió intoxicado con mercurio y arsénico para honra de la sabiduría
científica, al que luego como ser viviente imaginario y ojos bien abiertos coloco
en la parte de taxidermia delantera del laboratorio, e igual suerte mortuoria ocurrió con unos agresivos loritos parlanchines
de minucias silábicas y parientes cercanos de los que pronto de nuestros contubernios
o amoríos iniciales obsequiara a la sensual Priscila, ya que por no dejarme en sosiego
con mis incógnitas y ser a ultranza monótonos groseros de lenguaje procaz,
fueron a vivir la eternidad visual en la misma vitrina de ese departamento de emoción
compartida que alberga mis mejores sueños en trance de ser realidades.
De otro lado de
la balanza cotidiana proseguía en las investigaciones sobre el tesoro
enigmático de Preston, haciendo cábalas
minuciosas y cálculos aproximados sobre el mapa en estudio o ante el área a
rastrear por un círculo de seguridad referido al barranco, donde Villalpando
como puntos de referencia escasa indica un arbusto raquítico de onoto, algún
lechozo en desamparo del vendaval intruso y otras piedras amarillentas visibles
en la vasta hondonada, lo que da tiempo suficiente a que ante el necesario
descarte probatorio pueda ir avanzando a toda vela al estilo del navegante
mental Stevenson en los complicados Mares del Sur y aunque con tardanza del
contraviento, rumbo al encuentro ansiado
de tan considerable oculta riqueza secular.
En
esos estivales días del lluvioso 1883, centenario del nacimiento del libertador Simón Bolívar, el Gobierno
llamado Nacional bajo la égida patriarcal de Guzmán Blanco y dejando a San
Simón tranquilo decide rendir homenaje por lo alto a dicha efemérides única, al
darle curso a fiestas rumbosas con motivo de esta ocasión significante como
patriótica. Y por las exaltadas relaciones que el caudillo de largo turno
mantiene con los prusianos triunfantes en el globo terráqueo, que amplían sus
fronteras por doquier, el muy joven y ansiado marino don Alberto Enrique de
Prusia, hombre de patillas estrechas e hijo consentido del Kaiser o emperador
Guillermo Iº, a quien en sinonimia acertada también llaman El Conquistador, por
Puerto Cabello ingresa de penachos en la elegante corbeta “Olga”, nutrida de
cañones diferentes, pues viene invitado especialmente a Caracas para así
enaltecer dichos festejos bolivarianos, de donde la colonia entera se prepara a objeto de
agasajarlo como se merece según el rango dinástico que ostenta, y por ende
convoca a las familias germanas residentes en lugares cercanos como el propio Puerto
Cabello, Valencia, Los Teques y La
Guaira para el gran sarao nocturno que se va a ofrecer en la
señorial residencia de nuestro representante diplomático, cubierta de salas
espaciosas, ahora alumbrada con hachones encendidos y de inicio el sonoro y
tamborilero himno alemán. Es de suponer que con mis mejores atuendos y deseos
reprimidos viajo a Caracas para dar correspondencia positiva al convite del que
todos comentan, y en el vestíbulo del recibidor principal de aquella mansión recién
pintada con colorines despiertos y un
enorme oso parado berlinés en vigilancia, me presento en coche de tiro por
caballos al paso, estrenando el traje de frac dispuesto a la medida por el
libanés turcomano Karam, pumpá sedoso y borceguíes de charol gris que aprietan
por lo nuevos, pero calzados a la mejor moda europea del momento crucial que se
respira en la vivaracha capital del imperio austrohúngaro.
EL HORROR DE LA MUERTE
La
fiesta fue de calidad o
significación, casi inolvidable, para rendir tributo al mostachudo tierno príncipe imperial venido por barco
eólico de tan lejos entre rubios escoltas de día y rubios también de noche, y a
ella asistió el barbudo y calvo Presidente
de la República
con su gentil y entrada de carnes esposa Ana Teresa, abriendo los honores del
protocolo festivo a través de un concierto magistral, en que mediante largos fagotes y arpas escondidas por el susto
de posibles balas enemigas entre el eco silbado de la noche se oyeron sonatas melodiosas
de Beethoven y Mozart y románticas canciones de Mendelssohn y Schubert. De
seguidas el festín tranquilo en apariencia continúa con la música de salón
bailable, donde las danzas y contradanzas, los minués barrocos, valses vieneses,
polkas con aires de Varsovia, mazurcas de Chopin y otras exquisiteces rítmicas en
boga de tal época, estuvieron por lista o compromiso a la caza de las parejas
casadas que forman el telón de fondo en la velada, y otro tanto asumieron los
aspirantes jóvenes solteros con ansia de mover el esqueleto, mientras prosigue
sin nuevos comentarios o sacrificios del traje estrecho que a alguien deshila
en este fragmento melodioso de la ofrenda, y ya desinhibido el propio príncipe
Alberto Enrique, con el calor que le entorna a un edecán cercano entrega su
espada oficial cubierta de diamantes, para con la pizpireta señora del Ministro
alemán acreditado en Caracas, que lo
analiza con suave guiño de reojo, danzar en corro dos sincopadas y amenas
piezas del escogido repertorio clásico, todo en medio de miradas traviesas y
suspicaces como de capciosos comentarios protocolares. Esa noche de júbilo pude
encontrar allí presentes a familias poco vistas y menos visitantes que en esta
Welserland alegre querían rendirle cortesía y tributo de amistad al apuesto príncipe
ojiazuloso en aras de conocimiento del imperio, como a la amable comitiva civil
y militar, por lo que fue posible toparse
con caras conocidas aunque en el silencio del olvido de algunos o los cambios
en el almanaque colorido, o mejor colorete, de gentiles damas y rostros bonachones
de honrados caballeros de la colonia germana, valga decir los Scheicz, Schael,
Daumen, Wulf, Rocken, Engels, y algunos de carrera vecinos procedentes de
Valencia o Puerto Cabello, contándose entre ellos los comerciantes Römer,
Degwitz y los Stelling, los tequeños Knopp, los guaireños Blohm y el muy
despierto por impulsivo Julio Leisse.
Había ido a pasar unos ratos inolvidables de fin de semana y junto con Priscila, por
las cercanías pastoriles de Naiguatá, en la finca de un conocido negociante
holandés de apellido Van Praag, ubicada en Tanaguarena y toda ella cubierta de
cacaotales, iguanas, flamencos rosados, camaleones y cafetos, cuando de repente
se escuchan varios tiros de fusil que en el fragor producido por confuso se
entiende provienen del sector Punta Mulatos, lugar de cruces de sepelios y
cruce de lugares al oeste del apacible encanto de Macuto, de donde el sagaz y
novel mayordomo de la granja en papiamento entendible de las islas nos aconseja
retornar sin esperas a La
Guaira , ya que los disparos pueden ser el comienzo de otra
revolución, por lo cual luego del abandono de la cabaña playera de nuestro amor
truncado, como del buen desayuno dominguero a base de arepas, cachapas y
morcillas de marrano recién hechas, emprendimos el pronto retorno de nuestra
corta y frustrada misión sentimental.
La mañana lucía espléndida a la vez que fresca,
acompasada por la luz, cubierta de mariposas azules tornasoladas y un airecillo
de solsticio veraniego, mientras Priscila Krassus cabalga de amazona al estilo
del buen jinete dominando el equino y en un jugueteo verbal de sonrisas
excitantes y miradas capciosas con capricho hacia mí, cuando a la vez expresa:
----“¿Oíste hablar en el puerto que el Presidente de la República viene de juerga
con la firme manía de pactar alianzas para luego desconocer tales acuerdos, con
fieros caudillos políticos regionales?”, a lo que respondo en forma positiva lo
del viaje, agregando a la vez:
----“¡Ahora comprendo lo de las descargas de fusil, porque el general Presidente
tiene muchos enemigos por estas costas caribeñas!”.
En tanta charla animada de noticias locales entramos a
La Guaira , al
tiempo que guardias milicianas de confianza se notaron por todas partes,
mientras en un susurro popular y de voz baja sin descanso del murmullo
colectivo corría la especie preocupante que el recién llegado primer mandatario
la noche anterior sin obstruir apetitos fuera de órbita había engullido cierta cantidad
de pulpa de lechoza que al atragantarse la papaína en el pie de la garganta y
molestar interrumpiendo la digestión, le resultó dañina, según opinaran legos
intrusistas yerbateros, por sentirse ahora con serios quebrantos de salud.
Subí a caballo la cuesta rumbo a Buenavista y al tanto
que regaba el jardín de madreselvas en flor atendido con su recia presencia por
la momia despierta del montonero José Pérez y unas chicharras altaneras no
cesaban de cantar, como anunciando lluvias tormentosas y más que tempestuosas
seguidas de algunos truenos ocasionales, de improviso aparece en la puerta
hogareña un guardia presidencial, visto por el atuendo guerrero que porta y lo
bien planchado del uniforme ceñido de dril, al que acompañan de cerca y en
formación tres soldados aragüeños de a pie con alpargatas y bayoneta calada, quien
de continuo me anuncia sin rodeos la
comisión que lleva, aunque en el trato
marcial sea por demás amable:
----“¡Doctor Knoche, vengo a buscarle de orden de mi comandante Parejo,
porque el presidente Linares Alcántara se encuentra muy enfermo y por ello debe
usted atenderlo¡”.
De inmediato tomé el maletín de las urgencias
paramédicas y sobre el caballo correlón Bismark, pues Kaiser en un ahogo
insostenible había muerto de manera repentina, con precaución debida desciendo
la pesada pendiente que en cosa escasa de hora y media sobrepongo a objeto de
llegar ahorrando dificultades mayores a La Guaira , y sin tiempo a perder encamino los pasos
de la espera hacia la vetusta Casa Guipuzcoana, olorosa a un pretérito vasco
mercantil, ahora sede gubernativa del general con pelo ensortijado Francisco,
toda ella rodeada de partidarios idólatras del caudillo moruno y de algunos
reclutas macheteros en tono agresor, y antiguo almacén, granero o refugio de
esa compañía tan especuladora como monopolista de cacao e importación de
esclavos, para en amplio salón del primer piso de maderas crujientes asistir de
prisa al ilustre paciente que adolorido en todo y hasta de su propia
conciencia, yace como turulato cualquiera en posición de boca arriba. Allá, a
su lado de cabezal, frente a la cama de
no dormir permanecían cuatro tristes galenos con caras lánguidas y también
pálidas por asustadas, casi en signo de peor agüero, uno alterno anestesista,
medio loco e intoxicado por teorías esgrimidas fuera de tiempo, confuso y compañero
del hospital San Juan de Dios; el que sigue, de mucha confianza del indispuesto
hombre de balas y combates, en apariencia arrecho, de rostro pesaroso y sable
al cinto que venía hecho el loco en el séquito de resguardo acompañando por la
despedida al ahora débil magistrado marrullero, y otros dos colegas dispersos
en la prisa ferroviaria recién llegados de Caracas.
Aquella habitación gélida
olorosa a formol viejo cual cementerio epidémico de pueblo
desgraciado ya olía también a muerto, sintiéndose en la
aurora velada este mismo tufo de cadáver, mientras trece monjitas francesas de la Orden misionera de San José
de Tarbes recién llegadas como escondidas a La Guaira , cabizbajas rezaron
a coro y bajo estricto mandato sepulcral en un rincón adrede del enorme
aposento cuajado de misterio e interrogantes posteriores. Ahora me tocaba
intervenir en la Junta
de médicos sin concierto que apenas saludaron al garete por lo obligado de
aquella amarga situación. Tomé el pulso del invicto general, amo y señor de un
rosario de batallas, le abro la boca con un tapa nariz y una lengüeta acorde
que portara en el maletín lleno de pócimas, lo golpeo con dos dedos dispuestos
a nivel del hígado esclerótico, donde siente dolor de los que llaman impulsivo,
reviso por si acaso el esternocleidomastoideo, miro sus ojos ahora taciturnos,
desencajados, que ya no ostentan para nada el refulgente relámpago del
Catatumbo o el triunfo inobjetable del combate a machete, sino el rayo
demoledor del ostracismo, de profundis le exploro enguantado el recto visceral
y ni siquiera chista, anda ausente de reflejos estimulantes, veo sus pies
retraídos y al sobarlos entiendo que están yertos cual lápida de camposanto
hebraico, la cara permanece entumecida por el frío hospitalario en aquel lugar
caliente, uso el estetoscopio para sentir ruidos del corazón y la arritmia tan floja
me conmueve, se orina solo y apenas defeca bolas estreñido, el pelo grueso de
mulato hirsuto con robacorazones y entrecano anda en tono de grasa aceitosa, y
el bigote afilado dentro de la cara mestiza está en un más allá, de donde
deduzco se le ha vencido la partida de bautismo eclesial y que a toda carrera viene
agarrado de una guadaña en la cuenta regresiva de la insólita desaparición.
Después de este examen de conciencia hecho al hombre
más importante del país, que en la bajada de Caracas y al punto del zigzag
ferrovial había chupado unas docenas de mamones dulces, los médicos presentes
llamamos a los oficiales subalternos y al gordo primer ministro de confianza,
para informarles de la penosa noticia que conlleva la pronta despedida de este
líder gamonal y por ende de los iniciales preparativos mortuorios. El caudillo pandillero
anduvo de mal en peor aunque guapeando durante otras seis horas de agonía
angustiosa, con la bacinilla a su entorno llena de esputos multisápidos y
multicromados a la espera de llegar algunos familiares modestos, bastardos e
interesados, y cuando el reloj de péndulo alemán establecido encima de la
almohada o las orejas del paciente con su explosión sonora estremeció los aires
mefíticos a la altura de las ocho en punto de la noche, el terco militar
triunfador de batallas sin nombre, rey del abigeo llanero, enemigo acérrimo de
las cercas de alambre afincadas en hondos botalones, señor de apuestas onerosas,
barón del negociado aguardiente claro y eterno amigo de los impuestos
inescrupulosos y de algunos beneficios
personales chanchulleros, como de otras gabelas despreciables, de pronto abre
los ojos en forma por demás desorbitada, pide sus gafas medio rotas, con la voz
de ultratumba y dentro de aquella penumbra reinante con visión ya borrosa de la
eternidad miró a todos los presentes y hasta los ausentes en un ángulo que
abarca al menos los ciento ochenta
grados circulares, logra contemplar con susto no de horror un cualquier alacrán
que ronda cerca de su cara, y al cumplir lento el recorrido de los rostros
asombrados, hacia la izquierda de su hombro antes herido en un lance de honor y
con cicatriz bien marcada se deslizan para caer los lentes ya inservibles, cuando
abre la boca en una mueca carnosa y tras breve estertor que acompaña honda ronquera de matiz afónico abandona el respirar por siempre, al tiempo que en el
espacio ya tardío viaja hacia el imperio
de las sombras para enjuiciarle en la
brevedad, mientras desgonza el cuerpo con rápida pereza.
CEMENTERIO DE VAMPIROS
Las monjitas ¡Mon Dieu¡, todas asustadas y casi en ayunas de cuaresma fueron las primeras
que comienzan a llorar en francés, alguna se hace aguas por perpleja, mientras ciertos
familiares directos y otros de oscura raíz genética andan en un lamento bobalicón
de mezquita sin techo que trasciende las ventanas de la calle y el pueblo
arremolinado ante la puerta mayor intuye la desgracia del desastre colectivo y
gimotea en otro susurro sin descanso. Me acerco al espacioso balcón de algunos
largavistas o los negocios navieros, y mis pupilas ya pendientes logran
percibir entre aquella escuálida manifestación comprometida los acaes retineros siempre vivos y la prestancia sobresaliente de Priscila, quien al notar con
asombro que por debajo de la luna llena puedo divisarla sin mayores esfuerzos,
alza los brazos altaneros, gozosa, en nueva señal de irresistible amor. Vuelto
a la reunión de los galenos perdedores de tan preciada presa, procedimos a redactar
el certificado de la muerte, y allí sí fue Troya germana, como dice en Caracas
el doctor Ernst, porque apenas avanzada la primera línea de esa carta de
defunción se apagó la azulosa luz
intermitente sostenida en las lámparas de carburo, acaso por ausencia gasífera
de este material carbónico y al instante quedamos por entero en la penumbra, a
oscuras y la sombra imperceptible del muerto, de donde fue necesario sin
permiso reabrir cierta pulpería cercana para apartando insectos rastreros y
hasta voladores sustraer al recinto invadido una docena de velas de sebo,
hediondas por la grasa como es de percibir, y ante aquel escenario desorientado
e inverosímil, que al claroscuro de los
hechos pudo bien pintar el delicioso pincel de un brillante flamenco de la
talla de Rembrandt, a la lumbre de candiles mugrientos y cualquier inservible
candelabro de estaño amartillado casi nos desacordamos en cuanto al origen de
su deceso, que era algo así como un contrasentido, pues algunos doctores
opinaron disertando ser de grave malestar estomacal, debido a causas
parasitarias y al pésimo aroma expulsado en las flatulencias rectales, otros
dentro del mismo tono académico por eternas molestias amibiásicas de víscera
maltrecha, cualquiera de infección extraña adquirida cuyo origen pulmonar es
violento, con géneros mórbidos y en consecuencia la baja repentina de tensión;
pero yo pensé y a ciencia cierta dije
ante tan augusta asamblea minoritaria, que el deceso podía provenir de algún
extraño envenenamiento corporal y con anemia aguda, de donde se resuelve que el
doctor Knoche no solo proceda a embalsamarlo para el traslado a Caracas del
cadáver aún tibio de ese invicto y nunca superado guerrero aragüeño, sino que a
las entrañas de la digestión y a parte sustanciosa del cerebro se haga un examen
concienzudo o fisiológico, a fin de conocer el origen exacto de la muerte, con
la parálisis total del sistema cardiaco.
----Desde luego que aquella noche de trajín no pude bien
dormir, aprovechando el tiempo para maquillar el mentado caudillo mulato que
yacía como en estado de sopor o de sueño profundo, casi de catalepsia,
mientras el acompañante y segundo asistente retira las moscas de temporada que
hasta tan tarde del trabajo no lo dejan tranquilo, y ya en el alba aparecida al
este que rompe con los tenues trazos oscuros de la noche, una vez bañado dicho difunto
en agua de rosas y oloroso a la colonia germana 4711 de Glockengasse, que era
su preferida, lo entrego envuelto en gasa aséptica para llevarle con cuidado a
Caracas, ahora desprendido de color y
más que pálido, con uniforme de gala pomposo y la espada de oro sujeta por sus
manos, y porque no había cureña disponible en tan augusta ocasión fueron
trasladados esos restos marciales a paso lento de ganso militar y en carreta de bueyes, hasta el estrecho terminal de la estación del tren, entonces
ennoblecida con la bandera tricolor puesta a media asta en señal de reverencia.
Además de formarse un alboroto mayúsculo en el momento de su entierro, cuya
urna ostentosa los lanceros de turno la dejan tendida en mitad de la calle
cerca del Panteón guzmancista, por el despliegue de cierta balacera inusitada,
días después, liebe Priscila, confirmo que el poco sortario general por alguno
de los íntimos confianzudos que le sirven de inmediato, fue lentamente envenenado
antes de hacer crisis, primero a través del parco suministro de compuesto
arsenioso, sin que abundara el fósforo o hidrargirio, y luego para rematar esta
dulce faena traicionera hacia el más allá, con algún polvo químico violento que
junto al azúcar de papelón le rociaron en la última papaya tan a gusto
consumida en aquel momento dramático de su trágica existencia viril.”
“Y para concluir lo funerario, te comento Priscila,
que poco tiempo después me salvé de vaina en cuanto a embalsamar otro muerto de
ilustre prosapia política, como se debe, de la misma materia y confianza de Guzmán, que era el doctor Juan
de Dios Monzón, colega hipocrático quien como todo buen trujillano se metió a
político, y en busca de un máuser acerado paseando sus arreos militares por los
médanos de Coro termina adherido en las fauces caudillescas del hijo de Antonio
Leocadio, que lo supo bien amansar, al extremo de colocarlo en las alturas del
poder, cerca del pináculo de la gloria, para así codearse con el vivazo del señor
Presidente, a quien le preparaba un famoso “ají picante con diablitos de
magüey”, y como el andino en privado le empujara sabroso al néctar de la cañandonga,
vale decir licor, a la juerga combinada de otras rarezas y siempre le gustó ese
pan exquisito que por allá llaman cucas y otros paledonias, ya sesentón y
cargado de estos tres menesteres misteriosos fue tranquilo sin pensar en la
muerte, a otra comilona y bebendurria, que así la califican los gallegos
cultos, para festejar el nuevo arribo a la primera magistratura del calvo
general de quien te hablo. Y fue tanta la emoción del momento sostenida por el
galeno a sus cumplidos años, que dándole la mano al calvo general en ese acto
preciso le sobrevino un patatús, soponcio o violento síncope, de que dio dos
vueltas por redondo en un baile de
balalaika cayendo ya aturdido al suelo
bienhechor, entonces sin ningún pulso que delatara lo ocurrido, por lo
que el atribulado mandatario de la escena vivida en sus narices y vuelto un
etcétera escrito al revés, del caso no dispuso sino de mi persona para
embalsamarle y también colocarlo como miembro egregio de la Adoración Perpetua ,
en los escondrijos inadecuados plenos de ilustres desconocidos o matones
yacentes que habitan el Panteón Nacional, pero erró en los cálculos conmigo, ya
que Guzmán se había hecho el loco amnésico para cancelar la deuda necróptica de
400 pesos por el serio trabajo realizado en el cadáver de Linares Alcántara, y
entonces en contraprestación a tal demencia amnésica me hice el muerto, el sordo, el
enterrado, el perdido, el loco claro está, el qué se yo, pues se cansaron de
buscarme por Galipán o sus contornos, y hasta algunos deslenguados dijeron con buena sindéresis mentirosa, que me
había ido volando para Alemania. Ojo al cristo, que es de plata, pensé de
inmediato, y para no aguantar el aguacero de los rencores por venir, me adentré
en la escondida senda conocida por el camino español de Villadiego.
23
´
Cierta mañana hacia las ocho, mientras me encontraba griposo, la molestia
nasal y tomando una infusión caliente de panela negra mas algunas gotas de limón,
que con cariño me prepara la incomparable Amalia, sentado en mecedora holgada frente a la
pizarra aérea espectacular que cuenta los tiempos malvividos y envuelto con
cobijas de lana en eso que algunos a la moda de Filadelfia llaman “hall” o
porche del ingreso a Buenavista, al tanto que ella en voz alta y quebrada
devora varios textos místicos del acucioso aunque peleón fraile Lutero, o acaso
las profecías enigmáticas del hebreo Nostradamus, que tanto me sorprenden, de
pronto y a través del catalejo oportuno tenido a la mano, subiendo la cuesta de
Macuto descubro a una figura menuda de mujer, seguida por algún hombre mayor
mas un par de cargadores indígenas cansinos atrás del cortejo, y para otra
sorpresa del momento estelar una vez que se interna en la casona conocida, al
verme recogido en tal estado de frialdad aparente la pequeña fémina recién llegada del otro mundo por
instinto y olfato naturales sin interrumpir los ladridos añosos de un can que simula
ser septuagenario, de seguidas con el
fin de abrazar al padre descubierto se abalanza como en aquel lejano cuento
bíblico de Lucas el apóstol, sobre el escarnecido vástago pródigo por lujurioso
e ido de sus querencias bien pronto desde
niño.
RUINAS RUMANAS DE CASTILLO VAMPIRO
En verdad que al principio de la trama filial
incomprensible no reconocí a mi hija Brunilda, pues más de veinticinco veranos y tormentas diversas habían pasado de ausencia enteramente muda,
incluida la epistolar, desde cuando ella en arranque insólito con Adolfo,
Catalina y Henrietta y junto con las amigas generacionales Eva y Rebeca
Schneider, decidieron partir mar de por medio para nunca volver a estos conucos
de Welserland. Los años continuaron la derrota particular del camino a seguir y
jamás supe de ellos, ni por medio de los sueños o angustias mal vividas, aunque
las pesadillas no faltaban, hasta cuando recibiera una carta con lacre
certificando la viudez mía dado el deceso prematuro de liebe Henrietta,
fallecida loca, paranoica, esquizoide embrujada e insana y a quien Dios guarde en su gracioso
seno u hospital misericordioso de orates
y dementes. De seguidas la compungida Brunilda, con la cara muy roja por el
trajín viajero, algunas picaduras de insectos plurialados y el sol canicular
que le tuesta la piel, pasó a contarme por capítulos incompletos tantas
calamidades e historietas de relatos cortos en aquel regazo de memoria total
que desde pequeña la caracterizara, de cuyas escenas casi reales salpicadas de
lo extraño e inentendible teatral, se podían sonsacar con cierta habilidad algunas
novelas cubiertas de suspenso inaudito y
otros cuentos aún más horripilantes o quiquillosos, al ejemplo de Saladino y
Tamerlán.
Acto continuo me presenta a su marido, Heinrich Müller, un vejete cualquiera
veintiocho años mayor que ella y con cara otoñal de abuelo disecado, pariente
de los Müller de Puerto Cabello, exhibiendo un semblante ocioso, de poco
trabajar, de quien supe por excepción entre los prusianos guaireños, que era
flojo de nacimiento y perezoso de oportunidad.
----Brunilda rinde cuenta primero de su madre, que
deschavetada por la ausencia de juicio fue perdiendo más la cordura en la casa
paterna de Halberstadt y quien en medio de las sinrazones de una vaga expresión
continua, seguida de pataletas, cantaletas y temores del alma, en las últimas
etapas del martirio suicida se considera gemela con algún marciano, y dio por
llamar a gritos adrede al marido distante, hasta cuando luego del desmayo
previo en que dura medio día despierta, de tal escena al margen de la trama resuelve
soltar una carcajada trepidante oída con estupor cuanto de angustia en las ventanas del cercano vecindario, y después
del monólogo crispante e inalterable mantuvo callada y para siempre su voz contestataria, en medio
de cualquier diatriba imprecisa de soldados que a lo lejos anuncia el fragor de
una nueva batalla por demás indecisa. La
pobre Catalina, no muy despierta por cierto y de ideas fijas machacantes desde cuando
abre los ojos pequeñines, durante varias temporadas de continuo tejer manteletas
luego se dedica a cuidar a la enferma mental, y entre ellas cubiertas de pacientes
faenas lanudas cultivaron díscolos soliloquios desprovistos de tal juicio que
ni el más versado intérprete onírico pudo jamás comprender ese galimatías
mental. Luego de fallecida Henrietta en el albergue natal, un semestre después
tocó el turno a Catalina, quien muere a consecuencia de depresiones histéricas sucesivas
con los nervios destrozados al no
disponer de un hombre capaz en fortaleza
física ejemplar para servir al remedio completo de la concupiscencia que
de pronto le arrebata del todo, como lo
dijo a voces altas en muchas oportunidades de distintos momentos del verano
interior, y vivía enfebrecida y enteramente demacrada pidiendo una docena de
hijos y pensando en el mismo tema del
ataque sexual, hasta el preciso instante en que falta de precaución por lo indecisa
en que vivía, un coche desenfrenado de caballos sin auriga diestro la atropelló mortalmente en
la propia puerta callejera de nuestro calamitoso hogar prusiano.
----En cuanto al buen Adolfo, que tuvo en gana
agregarle el atributo “von” al apellido paterno y que era el segundón de la
familia, en los claustros del Berlín universitario no pudo pero sí terminó de
carreras la ciencia memoriosa de Hipócrates, en la exitosa facultad médica de
Friburgo de Brisgovia donde estudiara usted, y después se enreda en amoríos
livianos con una dama triste de apellido Fugger, aunque sin la fortuna del
poderoso Jacobo, estableciéndose en el puerto hanseático de Hamburgo para
ejercer la medicina tropical, especialidad que desconocemos cómo la obtuvo,
mientras algunos murmuran que le vieron viajando con red trenzada a la caza de
sónicos mosquitos altaneros por los entresijos inundables de Puerto Cabello, la
tierra raigal de los Müller, y otros comentaron alegremente en Alemania que
Adolfo de andarín a su costa y mochila al hombro vivió por dos cálidos años
arrepentidos en hambrientos territorios africanos del extenso Camerún guineo.
Después yo le pierdo todo resto de traza, y por los malos negocios de mi terco
marido, que nunca supo hacer nada, ni menos desembarazarse de los peores
hábitos, en Halberstadt debí hipotecar el techo protector de la abuela, y en
medio de tanta desgracia y con el peligro de otra guerra germana por venir
decido vender la propiedad a todo trance para liberar el rosario de calamidades
presentes, pero con el restante de la bolsa en mano, antes de concluir en la
indigencia resuelvo volver al suelo originario colombino, aunque “con el turco
atrás”, como asientan los libaneses maronitas o derviches de La Guaira , y en ese otro
trajinar desconcertado gracias al poder del Altísimo que no tuvimos hijos ni
menos sucedáneos.
Todos estos detalles minuciosos y otros más que se esconden
a menudo converso en ocasiones con Priscila, la mujer de mis entrañas y en
especial la vez que con mayor desenfado le presento a la tierna Brunilda, allá
en los callejones maltrechos de La
Guaira , ésta sola al momento porque el marido cual romántico lirón
o marmota enfermiza vivía acompasado de una pereza demoníaca absoluta, ido a lo
abstracto vegetal, adormitado o escondido entre gruesas cobijas burreras en el aislamiento
epicúreo y sibarítico de Galipán. Brunilda era una mujer insigne, de cara redonda
y ojos oblicuos achinados, rubia de trenzas dominadas con lazos de color en
forma de media luna, vueltas un rollo atrás de la cabeza que le imprimían
prestancia y hermosura al mismo tiempo, como en la ocasión que fuimos a
fotografiarnos con el artista Federico Lessman, venido expresamente desde
Caracas a La Guaira
para hacer constar en el retrato argentado y estruendoso de la cámara a fuelle
y lente cristalino Leica, el estilo o la elegancia de cualquier personaje
tomado en cuenta, y en especial de la colonia alemana allí establecida.
Recuerdo que en dicho momento crucial ella posó sentada sobre hermoso cojín
aterciopelado, ante un adorno de cortinas convenidas a la espalda, con el traje
ancho de campana, vaporoso y tejido, la camisa en rayas de dos tonos y una
abotonadura central indiscreta, portando la presencia distinguida y con cierta
belleza clásica que desprende su cuerpo el olor a gardenia, en cuyo rostro se
dibujaba una sonrisa serena y angélica al estilo gestual toscano como el de la
tierna coquetona Gioconda o Mona Lisa.
En esa oportunidad calva cuanto única y por el empeño inquebrantable de la
impar Brunilda, bajo el mismo telón de fondo que usa el retratista discípulo de
Daguerre, posé para el simpático Lessman, sentado en silla torneada de estilo imperio francés, con
un brazo firme puesto encima de la alta mesa de mantel, arreglado para la
ocasión con chaqué negro, solapas en seda francesa de Lyon, chaleco impecable
al estilo lord inglés, barbilla en punta, corbata de lazo sobre blanca pechera
almidonada, el pelo aún negro y revoltoso vuelto de un lado que resalta en el
rostro la frente ancha, el bigote bien mantenido con tijeras solingen y los
ojos azules, casi de la saga nórdica, al
gusto siempre estimulante de la consentida Priscila.
Priscila, la de los bellos ojos
verdes, y Brunilda hicieron buenas migas de un comienzo y todo parecía andar über alles
o sobre ruedas, hasta cuando Herr Müller enfermó primero de parótidas y luego
de cuidado, y mire que por mi hija hice todo cuanto pude para en los dos meses
siguientes de martirio tratar de salvarle la vida, pero el corazón del
desempleado eterno le fue fallando y luego que le estalla de verdad, sin motivo
aparente, porque la cara se le puso cianótica, Amalia y la estoica Brunilda me
ayudaron a embalsamarlo, después de los rezos luteranos e invocaciones
respectivas para la orientación hacia el
éter del alma, habiéndole aplicado resinas contra la putrefacción cárnica y en
la irrigante yugular introduzco el suero descubierto, mediante dos punciones
verticales paralelas poco antes de morir, todo a base de elementos químicos
inmunes contenidos en hierbas y hasta afrodisíacas, a fin de que la mezcla
pudiera correr sin obstáculos por el torrente circulatorio del prusiano,
evitando así sacarle las vísceras a este cadáver para racionar con antelación el
alimento de los insaciables buitres carroñeros.
NOCHE DE ESPANTOS EN RUMANIA
Buenavista, de antemano semejaba a cierta garita
cubierta contra el mal tiempo----- “Fíjate, Priscila, con el don nadie de Herr
Heinrich inauguro el mausoleo de los seres vivientes, como lo bautizaste a mi
gusto, agregando el mundo de los
espíritus en vela, de los cuerpos bajo tormento, porque quedó enterrado para
siempre con la boca sellada mediante un pañuelo sedoso verde oliva en la
primera fosa del necrocomio, por ese tiempo revestida de mármol travertino traído de la casa Roversi, de
Caracas, y además con una ventana de vidrio o postigo de visita, donde mi
querida Brunilda en el desconsuelo inevitable pasara horas enteras limpiando de vahos empañantes aquel espejo retrovisor
casi encantado, porque me aseguró en varias ocasiones que el mostachudo difunto
le abría los ojos aún celosos de la luz, y con ello derramando sobre el nicho
toda suerte de lloros de amor, pues en verdad mi hija mucho lo quiso a su manera,
y quizás emulando las historias acarameladas
por románticas de Tristán e Iseo, Romeo y Julieta, Ginebra y Lanzarote,
Eloísa y Abelardo, Paolo y Francesca, Don Juan y Doña Inés, Laura de Noves y
Petrarca, los amantes de Teruel y tantos más que desfilan con la flecha hendida
de Cupido por ese campo nimbado de lo imposible amatorio en el camino directo
hacia la eternidad. Para cuidar con buen
tino o tiento a la momia bigotuda de Heinrich y los futuros inquilinos
perpetuos del panteón, que estaba erigido frente al abismo de las esencias
insondables y en lugar rocoso a unas cien varas castellanas y por decir
doscientas toesas gálicas, ante la mansión de oro y hasta del mal de ojo dejo por
si acaso, en posición de centinela firme del Más Allá a cierto centinela puesto
sujetando un hacha guerrera apache, o sea al célebre ratero de puercos y gallinas que
con sorna jocosa llamaron los porteños juerguistas Pescado de Oro, bandolero
muerto sin reclamos en el ya abatido Hospital de La Guaira y de donde a hurtadillas
en otra senda oscura de pesares en lomo de asno rebuznón me lo trajo amarrado el inconfundible
Quasimodo. Además agrego, Priscila, que fue de pesadillas esa noche intranquila,
porque en la subida a Galipán el cadáver pescadero por descuido del asno se soltó del
jumento y rueda sin contención entre un barranco solitario, de cuya profundidad
y lianas que lo albergan con esfuerzo inaudito y sudoroso pudo alzarlo el
portador, aunque sin cabeza, al ser decapitado en la brusca caída, y por esta
razón impostergable debí encaminarme de inmediato al punto del suceso en
compañía del asustado Quasimodo, pero después, entre lámparas flamígeras de
aceite de tártago junto al perro rastrero con cara de mefisto que aullando a
cada rato por causas baladíes nos persigue,
debimos encontrar la testa sanguinolenta del además monstruo asesino y violador
de huérfanas infantas en el mercado
guaireño, para sin otras esperas dudosas colocarla en su sitio vertebral,
aunque luego de coserla con remates de aguja curva cirujana, a la facha
lombrosina que portaba el malencarado cabrón debió agregársele un propio rictus
de odio y furia de primer grado, que al maleante repetitivo no pude disimular
por entero, suficientes para la función protectora de su destino básico, pues
al pensarlo dos veces con prontitud determinante le sitúo al frente del prototipo creado para sepulcro de los vivos o
bóveda de los muertos con arrestos de cenotafio, como sepulturero de almas y en
la asistencia vigilante de las tumbas, esta vez sólo y por concordancia con el
perruno acompañamiento de un rústico can callejero que ya no era el Galo libidinoso anterior, embalsamado en su oportunidad
también”.
Mientras Brunilda se deshace en
tristeza continua y lloricona
por la desaparición de su galán amado al tiempo que cada día adelgaza,
recordándome en ello el caso genético de su madre Henrietta, a fin de cumplir
el compromiso contraído un día en que no amanece más temprano bajo a La Guaira para en calidad de
intérprete conducir a Priscila hacia esos sitios históricos que ahora derruidos
y oxidados como fantasías temporales formaron la defensa española militar a
objeto de un buen abrigo de montañas combatir y defenderse contra los fieros
piratas, corsarios, filibusteros, forbantes, bucaneros, felones, y ladronazos
de mar que por tantos períodos de tiempo pretendieron hacer su agosto de
ganancias mal habidas o de gallinas flacas con las riquezas que se hallaban al tortuoso
lado americano del Mar Océano, de donde por mis estudios continuados sobre el
particular pleno de datos y las conversaciones disfrutadas con los acuciosos
amigos Lander y Blohm, pude empaparme a gusto de tantos acontecimientos casi
extintos que ahora yacen en el submundo de los hechos nimios y el abandono
ofuscador de la desmemoria. Esa mañana dominguera, a caballo y cogidos
tiernamente de las manos emprendemos, pues, la visita a estos templos heroicos rebosantes
de la dinámica eternidad local.
----“!Godo, a ver, cuéntame lo máximo que de estos sucesos familiares has averiguado!”, advierte Priscila
interesada, a cuyo ruego cariñoso de inmediato el alemán responde:
----“!Jawohl!, querida amiga, andemos por partes, pues
al ser imposible pasar revista de tantos descalabros que ocurrieran en esta
sola ocasión de la visita, ahora apenas te enseñaré los restos esparcidos de
edificios seculares que los españoles empeñosos con mano de obra esclava y
hasta servil hicieron para defender duramente sus querencias frente al peligro
marítimo de ataques con rapiña y demás excesos en los terrenos escarpados de La Guaira , ciudad edificada
sobre un cerro agresor que la hace única o exclusiva en cuanto a construcciones
tácticas de la época se refiere por estos ardientes contornos americanos. Sin
embargo, en la actualidad muchos de esos blindajes oportunos ya no existen, por
el paso demoledor del vecindario en cuanto a la materia prima hurtada, o porque
los terremotos de horror, temporales y abusivos, las lluvias inclementes, el
cólera maldito y la cólera humana, la desidia y el empuje terrible de las
quebradas secas o crecidas, provenientes de la alta montaña arisca por
selvática tupida, siempre han hecho de las suyas con gusto y perversión, pues
aquí la naturaleza áspera aparece en temporadas por demás obsesiva en sus
quehaceres”.
----“Vamos a
comenzar este seguimiento de los diecisiete grandes y pequeños castillos y
fortines encantados del lugar, por la altura visible de Punta Mulatos, donde
entre tunales agresores y otras plantas xerófitas estaba construido el macizo
baluarte San Miguel del Príncipe, del cerro divisorio El Gavilán, para seguir
en el camino de cascajos puntiagudos con ciertas defensas montañosas a manera
de avizores muros militares y luego descender continuando esas trincheras
protectoras contra el miedo tenaz a fin de culminar en el temerario río San
Julián, lleno de lampreas y de piedras enormes juguetonas como leyendas
saturnales frente al empuje de las olas continuas, donde permanecía anclado y
al garete del mejor postor el fortín guerrero cristiano del Santo Cristo de la Trinchera. De allí
en adelante prosiguen unas paredes al parecer defensivas de primera línea, que
después en un deporte censurable de fuerza fueron destruidas por el pueblo
ayuno de recursos para el uso ilícito de sus elementos materiales, y a todo lo
largo de la costa cubierta de arrecifes continúan, con almenas y torres en
vigilia, los bastiones de artillería pesada llamados La Plataforma , San
Fernando, Palomo, San Agustín, San Carlos, el Real de Santiago, San Blas, San
Diego, el protegido La Pólvora
que como su nombre indica guarda la santa bárbara explosiva de toda aquella
extensa fortaleza, el sediento San Jerónimo del Colorado, establecido en un
alto montuoso como estéril, atrás de la iglesia parroquial de San Pedro, y por
esa banda de las gruesas murallas carcomidas que corrían ociosas entre
lagartijas y escorpiones en trance de competir por sus vidas, hacia el oeste
del paisaje rural costanero apreciaremos el enano castillete de La Caleta , la atalaya
estratégica El Zamuro, y el pequeño fuerte de La Puerta o pórtico de gloria,
por la ruta arrabalera de Maiquetía, después del sitio táctico de Curucutí, que
ya con algunos esmirriados camburales y topochos en producción defiende el
camino principal que se inicia hacia Caracas”.
----“Como verás los españoles mucho temían que esta
franja de tierra a pesar de lo fragoso accidental pudiera caer en manos
enemigas y los intrusos de ocasión hacerla por ende inexpugnable,
mientras a su capricho cortan la vía que comunica con la
capital de la provincia, por cuya causa pendiente los centinelas de turno extremaron
cuidados como planes precisos a objeto de que frente a sus muros y armas
mortíferas de fuego ofensivo fracasaran cuantas expediciones osaron enfrentarse
en desventaja, entre muchas otras la del frustrado y mútilo almirante inglés
Knowles, y de donde no pudo seguir rumbo a Caracas el voluntarioso corsario francés Granmont, hombre
de mar en tierra que vestido de adornos con plumas resaltantes,
cual mosquetero del hábil Rey Luis, uno
de tantos en la lista pudiente, por empecinado
y expuesto a tremolinas aquí fue herido de flecha arquera en el cuello efusivo
y sanguíneo, con suficiente molestia por supuesto, durante el arduo combate
molinero del momento campal.
El día
permaneció fresco y ventilado, en medio del sofoco continuo que ocurre en el
sitio de la visita comarcal y con el aporte de un sol esplendoroso que a veces
derrite la espesura, mientras íbamos recorriendo los emplazamientos de interés
dentro de eso que se llama la revisión a vuelo de pájaros playeros, por lo
extenso del trayecto en disputa a reconocer, al tiempo que mediante la
explicación formalmente enhebrada del Godo allí aquejado de retórica, Priscila recibía
tantas reflexiones sensatas de un pasado y un presente que nos vincula en
positivo por eterna memoria con la más cruda realidad. En aquel trayecto del
descanso mental no faltó un desayuno criollo en el propio puerto guaireño, a base
de arepas con chicharrón caliente, caraotas negras refritas, huevos revueltos o
pericos y chocolate espeso en pocillo azul holandés de Delft, como muchas
bebidas refrescantes consumidas a escoger entre los tarantines del camino en
andanzas, para evitar la combatida e infesta deshidratación sudorípara, siendo
de recordar entre esos manjares hídricos del olvido algunas chichas de arroz
tostado o maíz cariaco con guayabitas, limonadas caseras insertas en clara de
huevo, el singular guanábano rey de las verdosas frutas, sorbetes acanelados o
el delicioso jugo espeso indiano de tamarindo, y ya exhaustos de tanto esfuerzo
muscular y hasta de ingerir delicias artesanales, en el curso de la tarde que
declina durante el regreso costanero del abanico costeño de paisajes que desfilan sin cese, preferimos alquilar
un coche de caballos lentos que entre brincos y sobresaltos, hasta por una
culebra insidiosa presentada, nos acercó a la plaza central de la Casa Guipuzcoana ,
para que de esta forma ligera o permisada y sin el peso requerido descansar en
nuestras complacientes cabalgaduras de tal trote.
Esa noche seguida y al tiempo que frente a la chimenea humeante
puesta al fondo de la gradería rústica de ingreso al hogar galipanero me
hallaba leyendo en letra gótica cursiva y conventual uno de los cuentos
anecdóticos germanos de los fraternos
Grimm, que Brunilda jocosa trajera de Alemania, inexplicablemente mi querida
hija desde su cuarto de habitación sale y expresa que la gripe le continúa con
mucha tos, que siente fiebre y calofríos, además de una rara opresión en el
pecho que se refleja sobre el rostro y los ojos enrojecidos. Las horas siguientes
a este trauma imposible fueron para mí como las más amargas que he llevado en
la existencia terrenal, pues a medida que avanzó el tiempo relojero batallando
hacia la aurora en forma trágica pude entender sin cortapisas y en el terreno
de la realidad que este ángel de la vida grata sin esperarlo por la premura
acontecida iba despidiéndose de la angustia reinante, donde los remedios
caseros que tenía al alcance de los primeros auxilios de gabinete no surtieron
efecto alguno, para luego su cándida figura entrar en coma de la conciencia con
el tórax que se comprime, baja la respiración y un febril estado que le devora
el ser, hasta cuando en el alba de aquel infausto día con ganas indiciosas de
llover, desde los pulmones marchitos por el fin Brunilda se fue rindiendo a
solas con la muerte, sin lamento alguno y acaso con un frío crepuscular de
suspiro agónico que bien pudo salirle de las entretelas del alma, ya en estado
de suspensión con todos sus presagios atinados. Entonces Amalia me abrazaba
besándome y gimotea largamente sobre mi hombro, mientras doña Pancha prepara
comidas ligeras oportunas y llega Priscila con el pronto viento del mar, que en
la loca carrera del instante sin atender pedruscos ni barrancos abiertos, sube
la fiera cuesta de Galipán.
Al entierro de Brunilda asistió Herr Federico de riguroso luto, como Genovevo
contrito, Quasimodo el incólume, una columna de pájaros viajeros en derrota, y parte de la colonia alemana por parejas,
todos compungidos y golpeados del alma, para luego insertarla embalsamada con
tragaluz translúcido en el sarcófago situado al flanco derecho del incapaz
marido Heinrich, a quien por cierto dos días antes ella remueve el vidrio del
portal cadavérico, pues por atrás del marco que lo encaja éste se hallaba
cubierto de hongos de color aceitunado como de pronta reproducción, y digo allí
permanecerán mientras resuelven lo
contrario, juntos pero no revueltos. A partir de este sepelio filial pude notar
que mi vida había variado en demasía, porque la muerte de Brunilda destroza
buena parte de la esencia que permite renovándose el empeño de continuar
existiendo, y todo lo miro ahora con desdén, mayor calma y reflexión sofocante
que permite ahogar el calendario de los astros sublimes. Me inserto por horas
en los estudios anatómicos, gasíferos e inmortales que prosigo con ahínco
para el avance de la ciencia, y a fin de
calmar la ansiedad sostenida a veces doy hasta dos lecturas básicas, sin
retroceso, a obras maestras del campo literario o la filosofía alemanas, de esas
muchas que nutren la escogida biblioteca de Buenavista, cuando no marcho a visitar a Brunilda frente al acoso regañón del
tal Pescado de Oro y el perro Cavalier o
el Galo compañero que lo sigue, y estoy a solas compartiendo con ella durante
buenos ratos de profilaxis mental, mientras permanece dormida en el nicho definitivo
a la espera de un príncipe de ensueños, aunque no sea azul ni menos colmado de
brujerías socarronas extrañas, y porque me solaza su presencia yacente al punto
que por la textura exhibida, así de simple la tomo como si estuviera viva.
24
Andaba paseando tranquilo por el
bosque cercano, oloroso a menta, a frescura de perfumes alpinos y hambrientas
ardillas juguetonas, al tiempo de visitar el apiario monárquico que luego del
espacioso invernadero y junto del barranco mantenía, cuando de pronto, en la
búsqueda incierta de un trébol de cuatro hojas tropiezo con algo inmóvil que
impide caminar, y en esos segundos del traspié patidifuso diviso la punta de una piedra negruzca
y lisa como de azabache que en franco disimulo emerge del terreno pero
sobresaliente, lo que de inmediato aviva el efecto de la luz interna que
recuerda el tesoro escondido de sir Preston,
y sin mayores esperas, mediante el uso de una barra sonora que ayuda en el afán
del éxito separo con cuidado el mineral, en cuyo fondo encuentro otra botella ánglica
de matiz azul turquesa semejante a la que contuviera el escrito y el mapa
primitivo del ahorcado Villalpando, y al abrirla con rapidez en la esperanza de
descifrar el enigma complejo, encuentro otro papel que mal escrito apenas dice
“esta no es”, de donde concluyo que el zamorano en el juego de la vida y
desviando caminos perceptibles tuvo tiempo de mejorar su oferta, para impedir
confusiones, reforzando así la existencia áurea del caudal oculto.
Hasta ese momento conflictivo era mucho lo que había
estudiado sobre el entonces hombre más rico de Venezuela, Garci González de
Silva, el de las muelas de oro puestas en Sevilla, sinuoso guapetón, autor de
razzias sangrientas e incursiones inauditas por los vericuetos e intríngulis del
país y a lo largo de los años para recoger a sangre y fuego todo el oro
disperso en la provincia, y así esquilma el real de minas de Buría, como las
vetas brillantes de Baruta, de donde la emprende con éxito y arrojo contra los
indios cara pintados de las cercanías caraqueñas, destroza a los temibles
jirajaras antropófagos de Nirgua, obnubilados por asar carne europea, que andaron durante setenta años entre cantos tediosos o chillones
y la rebeldía guerrera, en buena gana al mando del despierto y dominador cacique
Pore, quien empala por el recto sangrante a cuanto indígena caribe encuentra
suelto en las márgenes arenosas del río
Guárico, la vez que estos viciosos caníbales hambrientos tenían presos a muchos
lugareños y en jaulas obligadas de engorde, para luego dorar en barbacoas y
comer con casabe o yuca de almidón, castigando de bárbara manera a los conchudos otomacos de
Barcelona, resistentes a toda esclavitud, y vence bajo severas condiciones
mortales, que incluye la venta como materia negocial, a quienes en guazábaras
etílicas e inenarrables orgías arremetieron contra los tranquilos pero
asustados vecinos de Valencia del Rey. Este
señor de marras feudatario y el máximo latifundista de la región provincial,
creyéndose el delicado monarca Midas todo lo convertía en oro y piedras
preciosas o en su defecto invocaba la tenebrosa muerte, a escoger eso sí, de donde
por las presiones ejercidas entre fuerzas dispares fue llenando cajas y cajones
del ansiado vil metal y estiércol diabólico, desde zarcillos, pendientes,
pulseras, pectorales, sonajeras, anillos, ídolos, collares y gargantillas,
hasta gruesas cadenas y bastoncillos de mando trabajados en perlas de valía.
Todas esas informaciones pertinentes las conversé en privado con Priscila,
mientras acaso y a conciencia sana ensayábamos con el amor sexual en tropel de
vertientes, o de otra grata manera nos divertíamos de lo lindo en hondos ratos
de placer.
La peor crisis espiritual y
síquica que a medias pude
soportar luego de la desaparición trágica de Brunilda fue el por orden superior
suprimir y sin excusas la egregia momia viviente
del docto pensador Lander, y eso llenó de sombras y de mucha negrura a mi
corazón, porque sea verdad dicha para la historia hacia el largo futuro que a
ese ilustre hombre público autodidacta de empuje y novedad le tenía demasiado
aprecio en casi cuarenta años de tratarlo en calidad de paciente escogido, al
extremo que con mayor ahínco en el laboratorio de mis esperanzas pendientes
ensayaba traslados de sangre inyectada con saliva anticoagulante de murciélagos
jóvenes y bebedizos antiguos diversos y
hasta de tradición maya, para devolverle a plenitud la vida, a base de plasmas
y yerbas nutrientes que un hechicero indio antes de inmolarse y desaparecer por hambre me encomienda con recato, pero todo
este experimento en marcha se truncó hacia el fallido momento final, porque fui
llamado por el propio presidente de la república, general Guzmán Blanco, donde
el barbudo a la francesa, de palabra chillona, manos tiernas de mujer y calvo
monseñor me exigió de inmediato diera fin a su figura casi viva, o sea la de
Lander, porque debía enterrarla con todo el ceremonial requerido para un hombre
de Estado, en el Panteón de los Héroes, que así él llamara en las fantasías
elucubrantes, caprichosas y reprimidas, equivalente al albergue nacional
parisino que entre rejas flordelisadas y frases escogidas guarda junto a la
bella Marianne los mudos testigos del
descorrer de Francia. Aquella noche sombría y por demás oscura, en medio de la
depresión incomparable que me acoge cualquier tiempo perdido, desconozco
cuántas copas de ron añejo de Barbados en barrica de pino ingiero a plenitud,
mientras me arrulla el consuelo inaudito de Priscila, para calmar la violenta
tempestad interior del subconsciente que ahora aflora homicida.
Con esa terrible pauta imperiosa a ejecutar, e incapaz
de volver atrás ni para tomar impulso, y como en la prudencia necesaria me lo
aconsejara el ministro alemán von Papen, recién llegado al cargo diplomático en
el país, casi sin sentido en la dirección escogida y no pudiendo siquiera
hablar sobre la trama pues se cortaban las palabras deteniéndose adredes, bien
de mañana y porque la faena era larga y digna de insertar en cualquier novela
misteriosa de terror o en los cantos wagnerianos de Sigfrido y Parsifal, me
encomiendo a Jehová y a los rayos de Júpiter furioso mientras penetro en el
sombrío hogar de las niñas Lander, de la esquina de Cipreses, que ahora debiera
pertenecer a la ultratumba de los sombies haitianos o al sueño de los hados
destinistas. Aquel cuadro que percibo de seguidas parecía haber salido de los
lienzos alucinantes del aragonés Goya, porque todas dos en cierta forma
complacientes de los deseos marchitos al unísono se me echaron apretándome encima,
en un llanto mocoso imposible de contener, pues conocían en los detalles
picantes sobre el mandato exacto guzmancista a cumplir, del hijo soberbio de
Antonio Leocadio que no siendo Moro y menos Beckett, era el más enemigo y casi
archienemigo de Tomás dentro del partido liberal.
Aquello era inaudito, fuera de sitio, ver a esas
viejecitas y en cierta forma peligrosas más chupadas que una nuez vómica
implorando piedad, puesto que la noche anterior alucinadas con meteoritos
extraterrestres la habían pasado al frente de su padre en el mea culpa final
pidiéndoles perdón y misericordia, mientras busco la manera de penetrar en el
reducto asesino donde tranquilo aguarda opuesto al dictamen imperial el furibundo
doctor Lander. La conversación convincente fue breve pero sustanciosa, casi con
arrestos de moraleja, pues dolía convertir en pedazos cualquiera a ese muerto
viviente que cuidara con dedicación extrema durante tanto tiempo y ante los
devaneos inesperados de la política que edifican y destruyen. Ahora iba a
perder un consejero de confesionario y mejor amigo, cuando mediante la certeza
interior del éxito estaba más seguro con que los encarnados sueros vitales y
restos silenciosos de arsénico no tóxico a inyectarle podían hacer andar a este
paciente excepcional, aunque fuera ayudado por muletas, a través de la pronta
recuperación de los músculos encogidos y el ejercicio pleno de la reciente
fisioterapia. Y Lander conocía de estas mis últimas investigaciones, incluso de
la amarga cicuta a ingerir con calma, mas por encima de todo convencionalismo privaban
principios éticos necesarios de guardar, a la manera estoica de muchos sabios atenienses.
Fue necesario entonces discurrir
con Don Tomás sobre la
supervivencia del hombre grande, que
jamás pudiera darse por vencido y menos muerto, ni siquiera aparente, como bien
lo recuerda Nietzsche y especula Engels, de donde al argumentar que reposaría
por siempre en el Panteón de los Dioses supremos, en el nuevo Olimpo caraqueño
y para veneración de las generaciones en marcha, en el non plus ultra de lo
eterno, se dejó convencer con cierto apremio en eso de la inmortalidad y la
gloria, que es cuando afirma entrecortado que procediera a lo más conveniente con
respecto a su persona. Luego de
despedirse de todos en el cuarto de los escaparates viejos con muñecos de
cuerda y durante cinco espaciosos minutos orar contrito junto con las hijas
sollozantes y entonces hasta malcriadas, procedí a colocarle en los tegumentos
livianos de la piel un bálsamo adormecedor a base del consabido arsénico y la muestra
de estricnina adicional, y mirándome fijo mientras con sus cartílagos óseos se
aferra a las manos de las hijas gemelas, fue quedándose en la nostalgia
inacabada este condenado mortal que dentro de un gran circo humano por obra y
gracia del abuso supremo se expone a las hambrientas fieras romanas de
Espartaco, al tiempo que los párpados le cerraban para otra vez morir.
Lo más difícil y molesto en cuanto al trabajo específico
a emprender de inmediato, fue desvestirlo con precaución, eliminando orines a
fin de guardar las pertenencias íntimas en el museo específico que aspiraban abrir los
descendientes, y luego en el cuero tostado del político yacente proceder sin
reparos, cual tallador vasco de maderas y mediante una hojilla filosa de
dientes, a serruchar con justa cautela todo el cuerpo esquelético de Lander a
fin de no herir susceptibilidades de las hijas que aún gimotean y oyen,
desprendiendo así su ilustre cabeza, que rememora la del doctor Guillotín, los pies casi de niño, los brazos que tanto moviera en peroratas
partidistas, el tronco del que hago
tiras, y ni qué decir del aparato espermático, para después insertar las piezas
organizadas bajo inventario en un cofre especial enviado por la Presidencia de la
república a objeto de recuperar tales despojos mundanos del ilustre ciudadano.
Al día siguiente de estos hechos sujetos a seria reflexión y en
medio del mayor recogimiento protocolar pero no exento de pompa, abierta la
ceremonia Guzmán, entonces de chistera puesta y seguido por los acólitos
genuflexos vividores de la llamada Adoración Perpetua, en medio de una música
fúnebre variada del “Popule Meus” y bajo el suave alivio de exquisitos trombones, tambor, trompetas
celestiales, bombardinos, cornos, violas, clarinetes, flautas mágicas de
vergel, y otro anuncio anticipado de aguacero celeste, desde la catedral
primada en el juego jerárquico de curas sacerdotes todos serios mediante cierta
procesión interminable de sumisos se procede a conducir con pompa los pocos
restos de la momia hecha trizas, ahora envuelta en incienso y cohetes festivos,
hasta la que fuera iglesia foránea de la Santísima Trinidad ,
que al momento huele a templo masón, para en su remanso novelesco donde privan
los espantos de tantas almas en pena y luego de un discurso gracioso de huecas
veinte páginas no exento de ditirambos o exaltaciones efímeras y hasta
exabruptos, que en compañía del doctor Ernst debimos con paciencia soportar,
por fin y siendo hora de almuerzo, nuevamente despiertos del letargo impuesto se
pudo esconder en un nicho a exprofeso y con
la paciencia de Job, en medio de tantos aplausos compulsivos de la Adoración Perpetua
guzmancista, los sobrantes cadavéricos del inolvidable doctor Lander.
25
La vida en Buenavista para mí continúa en un quehacer inacabado,
aunque no con la fortaleza de antaño o de la juventud quimérica, puesta la
atención que resalta en la búsqueda del tesoro escondido, por lo que luego de
entretejer conceptos ideales que consigno en estas vivencias estremecedoras y
cierto diario manuscrito de a bordo llevado con prolijidad para el
esclarecimiento de la fortuna, entre la montaña galipanera y mis estudios ando provisto
de una copia del mapa aproximado y algunos utensilios de labor diáfanos con que
remover los obstáculos presentes, mientras entre la yerba del matorral veo
crecer la distancia hacia el porvenir y prosiguen las investigaciones y
experimentos del suspenso no en la búsqueda de aquella fuente dionisíaca,
erótica y faustiana de juventud, como
aspiraba por su lado el delirante y
obeso vallisoletano Ponce de León, sino en la persistencia de la vida, que es adversa
a la terrible por inaudita muerte física, en donde se apagan todas las luces e ilusiones pendientes. Ahora leo páginas escogidas de los que llaman
clásicos, riéndome en ellos con las salidas quijotescas, me solazgo a plenitud
entre los libros didácticos que cultivan exquisito el espíritu del Más Allá con
sus acechos, siento cercanos a filósofos
como el germano Leibniz con sus dendritas mentales y a lo inexplorado del maestro
Schopenhauer, al romántico de galería
Fichte, al Werther epistolar de Goethe, el excelso poeta Hölderlin tan
diferente al flautista roedor de Hamelin, la humanidad erudita que representa Mommsen y el no menos valioso dramaturgo von
Kleist, que en su conjunto me clavan el raciocinio de recuerdos lejanos. Alguna
vez detengo el paso frente a la tumba de Brunilda, que yace en la esperanza de
la búsqueda cual otra Margarita Gautier, coloco flores idóneas en su derredor y
me adentro en el bosque rodeado de
mariposas románticas en baile confuso de ballet al estilo Bolshoi que saltan a
la vista, al tanto que las luciérnagas fosforescentes o el chillar de los
grillos altaneros encienden el camino de cristal y las orquídeas compañeras son
fuente obsequiosa de perenne inspiración.
----“Priscila, mañana a las
siete espérame en el sitio de
siempre”, fue el mensaje enviado que con arriero de confianza transmito a mi cálida
pareja, recado dirigido y con la misma precisión copernicana durante esos años de saberla apreciar y mejor
entender, ya que con el debate propio aún falta por enseñarle la cuesta arriba
parte montañera de la ruta pedregosa rumbo a Caracas, que se desprendía
lentamente y sin tropiezos desde el matorral litoralense para enredarse luego entre colchones extensos
de neblina y musgo montañeros. Ese domingo junto a ella lo pasé envuelto en un
coloquio maravilloso, olvidado de tantos sinsabores y de otros achaques surgidos
de los años transmigrados de vida, porque luego de atravesar las aguas
quebradeñas o el río Curucutí, según vengan los tiempos invernales, voy
mostrándole con datos y detalles el sendero empedrado como calzada colonial,
que pasa precisamente ante las defensas beligerantes de El Vigía y más arriba
de El Salto de Agua, construidas sobre piedras sillares en la montaña virgen y
ahora vistas ornamentando haciendas colmadas de café, con el fin ellas de
acomodar a cuadrillas de soldados en la mejor holgura, que estuvieren prestos a
defender hasta con armas en desuso a esas atalayas rocosas contra la intención soberbia
de presuntos asaltantes, o para reunir en un plan de batalla a cualquier tropa
dispuesta al viaje invertido hacia La
Guaira , a objeto de enfrentar sin miedo pero con temor
precavido, el agravio funesto de los recalcitrantes invasores.
Asidos nuevamente de las manos saladas cual muchachos
quinceañeros saltamos con interés
notable por entre aquellos restos del pasado reciente, en el observador
castillo El Vigía, vigilia concurrida desde el cual sin interrupciones temporales
se podía divisar la franja costera de La Guaira y más allá hacia el término del horizonte
marino, o al otro lado del sendero a
emprender donde aparecía el cenizoso
verde valle de Caracas, y aún hacia arriba de la caminata en marcha, con el
nacimiento de las aguas lustrales de cascada fuera de otras tres defensas
visibles que aún perduran en la mayor ruina y dejadez, y así encontramos de
sesgo el bastión llamado Salto de Agua, cuyo nombre lo indica y desentraña en
la galería de espejos acuáticos circundante, pétreas fortalezas cubiertas de torreones,
barbacanas, aposentos, fosos secos, garitas, puentes levadizos, paredes
almenadas, ventanas con cualquier signo morisco o mozárabe de la aljamía,
cocinas, comedores, despensas, oscuros calabozos, cisternas, arsenal, patios,
miradores dispersos, puertas, rejas de seguridad, y restos de cañones, falconetes, caballotes, bombardas,
culebrinas, serpentinas, viejos morteros, y toda una fantasía guerrera
alegórica de esa ilusión en sueños, por
el impulso o desarrollo de las artes marciales. Para rematar esa tarde
alegórica envuelta a veces de bruma contagiosa, otras del sol de los venados, y
antes de devolvernos a los estrechos callejones de La Guaira , por el sitio de
Torrequemada subimos a la calurosa fonda de La Venta , cubierta de humo leñoso en su interior y
propiedad de una noble familia canaria de apellido Hernández, reconstruida
antes del alto sitio de La
Cumbre y para calmar el apetito voraz nos sentimos a gusto con la sustancia carnívora de una rica lapa pintada que preparan en salsa de naranja agria, jugo de parcha natural y café bolón
recién colado, todo ello compuesto con el aderezo necesario a las papilas
bucales por expertas cuanto ventajosas cocineras de la región.
EL SIGNO DE LA MUERTE
Me había levantado muy temprano en Buenavista y provisto de un tazón de
peltre oscuro esportillado dirijo mis intenciones lácteas hacia una vaca
mariposa para con suave vaselina ordeñarla a cuatro dedos atrás del establo,
sitio establecido luego de la caballeriza, cuando ayuno de presentimientos al recorrer el camino gramíneo que cruza
frente al lugar de los tranquilos asnos,
tirada en el suelo y nada preparado a ello encuentro el despojo tendido en posición
decúbito dorsal de Doña Pancha, la fiel Francisca Antonia que luego de un
regreso estudiantil a Munich la convenciera
en Halberstadt para venir conmigo hacia el infierno agreste del paraíso
tropical americano, y quien durante por seguidos años con una mansa culebra
acariciándole en redondo el grueso cuello lleno de lunares, atendió de
maravillas la limpieza del hogar y el cuido y manutención de los asustadizos
animales caseros que fueron muchos, tantos como pájaros gonzalicos, arrendajos
y turpiales, canarios cantores traídos en canastos de la propia Alemania,
perros lanudos mas friolentos, gatos de angora o siameses, equinos nada
díscolos o correlones, loros de diverso plumaje y alboroto, gallinas pirocas,
guineas y otras de su familia plumífera, pavos gritones, cochinos salvajes,
abejas peligrosas cruzadas con avispas, , y cuantos seres vivientes consentidos
de la prusiana pasaron con esmero o
devoción por sus manos artríticas, e igual aconteciera a un discreto
serpentario hundido en círculo con ratones y sapos habitantes como alimentos a tiempo calculado para los ofidios cascabel,
mapanares, (y una de dos cabezas que conservo retenida en alcohol), rabo
amarillo, sabaneras, corales, cuatro narices, tragavenados, bachaqueras, loras,
macaguas, bejucas y cuantos bichos ponzoñosos eran mantenidos aparte, como
también las arañas peludas, en especial la viuda negra y los alacranes escorpiónicos
negroides o pardos en posición de
alerta, que con ganas de engullirse unos con otros en el juego mortal servían de solaz
y hasta atractivo al panorama viviente, en el encuentro diario de
aquella terrible realidad bíblica.
La desaparición impresionante, pues, de la mentalista doña
Pancha, tendida ahora en el suelo virgen e ilusa mirando de lado persuasiva a los asnos en una santa a la
vez que ritual comunión esotérica, según solía hacerlo, fue para su hermana
Amalia y también a mi persona, tanto como el sacudir de cualquier terremoto
devastador, por aparentar ella un tercer brazo del proyecto científico y otra
porción de vida que se va, porque con Brunilda ya era mucho decir. Y luego el
embalsamamiento del rubio cadáver consumido, al que junto con Priscila
rociáramos el litro de bálsamo francés “Joie de Vivre”, que solía utilizar para
esconder fuertes miasmas nada atractivos, fue bastante difícil, pues la
delicada Amalia en tres momentos del trabajo intenso se nos desmayó, y por fin
a la muerta insepulta pudimos levantarle las rígidas pestañas de los ojos con
el artificio de palilllos dentales y después enterrarla cual faraónica momia
perfumada en el mausoleo particular, con el decimonónico atractivo coqueto traje
de novia bien planchado que siempre guardó a pesar de su fealdad coqueta, porque bien
lo merecía esta prusiana de ensoñaciones eróticas jamás realizadas pero
sin vencer la tentación. Un mes continuo
por las noches convulsas encendimos rústicas velas de ballena a su único
retrato, el que colocamos en sitio destacado de la biblioteca, cercano al
cuadro reverente del episodio bélico de Waterloo, donde con denuedo apostólico combate
el intrépido mariscal Blücher, y
contiguo a la imagen en plumilla de Federico El Grande, amen de ciertas efigies
de nobles decadentes próximas como grotescas de la Casa real de Prusia, en
momentos de sana actividad, mientras con aleluyas y vade retros contagiosos mediante
un rudo alemán de convento sajón cantábamos a dúo algunos salmos propios de la
corregida Biblia luterana, para intentar
salvarle a Doña Pancha el alma casi pecadora e infantil que poseía.
26
Ahora poco concurro al puerto pescadero de La Guaira cruzado de diestras gaviotas enamoradas en conjunto de golondrinas
veraniegas, pues el trabajo en el antiguo reclusorio hospitalario de San Juan
de Dios había puesto fin debido a la competencia intrusa y
desleal descarada, incluso de la casta de brujos hechiceros, vestidos a la cubana para mayor impacto, como
también sucediera en el viejo Hospital Municipal, destinos ejercidos de tiempo atrás
o de la rememorada época llanera de Páez, desde cuando luego de la debilitante peste bubónica otra terrible
epidemia de cólera morbus a través de dos años traicioneros estremeció de pujos
a ese conglomerado en pánico absorbente por
tanta evacuación intestinal y hasta en
la propia calle reinaba su hediondez mefítica al regar otra estela fétida de cadáveres
descompuestos. Los andantes rostros macilentos parecían de serafines o querubes
venidos sobre el carro del empíreo cristiano a penar culpas desconocidas y en esa crisis diarreica acompasada de
algunas náuseas por encima del arroz tostado prescrito a los pocos pacientes,
al contar el desastre temporal acaecido no tuve tiempo de comer y menos de
dormir, visto el acoso de las edentinas mortuorias y en la ausencia de sábanas
y esteras para envolver atados a los difuntos en proceso de cremación
chamuscada o bajo sepultura de gusanos
instalados en la fosa común. En cambio la inseparable Priscila, que jamás
sufriera ataques de celos con Amalia, y menos esta angelical madonna con la
agraciada morena Priscila, en aquel matrimonio erótico que en los mejores
tiempos de lujuria pompeyana excitante llegó a tres tálamos de placer,
respetando desde luego algunos preceptos coránicos del savoir faire, ella sí venía de continuo a
Buenavista, y porque con el fin de aliviar la alzada caminata para el
transporte equino a recorrer le obsequiara al generoso caballo Bismark, tan
correlón o mejor en ello que el profético Alburaq, ganador en millas sin
cansancio al Bucéfalo de la canción alejandrina. Además, entre otros
avocamientos al estudio en su esencia del alma y el espíritu terrenal, como
parte sustancial de la materia a retener las vidas, no pocas fueron las
sesiones sostenidas de espiritismo familiar con la cartilla del iluminado Allan
Kardec, que mantuviéramos a puerta cerrada en el salón opaco del castillo
interior de Buena Vista y alumbrados con
velas de triste luz mortecina, para a través del médium invitado y
adormecido por infusión de yerbas soporíferas en momentos de trance y frente a
tres espejos mercuriales de pared con imanes ocultos en el cuerpo trasero,
invocar encarnando el espíritu sacrosanto nada burlón de Brunilda, o casi el
torcido de doña Pancha, en lo que se empeñaba de continuo su gemela Amalia, andando
en esa ciencia abstracta como dije de lo profundo del alma o emanación de la
esencia que me hizo comprender y como a respetar al amigo Herr Federico Blomhm,
por cierto ahora ya hemipléjico y siempre sentado en pose estatuaria de trance meditabundo al frente de su próspero
negocio de víveres y hasta de inservibles viejos trastos en subasta, a pesar de
no poder ahora discutir o mejor discurrir palabra alguna por su lengua muerta,
fósil o en completo reposo, y menos a
tratar de moverse en tan incómoda posición abstracta.
Por encima de imaginarias fantasías utópicas o de indisposiciones
de esa edad calendario que a todos nos persigue, fue triste para mi conciencia
y el ego juvenil poseído el poder apreciar con los ojos y menos de espejuelos
que aún conservo sanos pero fuera de la razón,
el paso inexorable para algunos de los años vividos, porque la amable Amalia
cual muñeca gentil de mayólica Meissen y sensible como el cristal traslúcido de
Bohemia, no era la misma que cuando la trajera casi virgen de Halberstadt, y
así también la encantadora Priscila, a veces llena de remilgos pero aún
manteniendo el fuego encendido de su lozanía en las pupilas verdes aceitunadas
que el acucioso doctor Mendel le obsequiara marcándola para siempre, las que si
bien acarician con ternura mis entrañas desnudas, en un rictus crucial
indetenible andan a la zaga de tantas primaveras vencidas.
Mi amigo el doctor Karl Moritz, naturalista solitario embebido y botánico
prusiano como nemotécnico afortunado a quien conociera de antemano durante mi
permanencia de la colonia Tovar, imitando en esto la correría científica y
necesaria del propio Karsten, cualquier
buen día por hora tempranera vino a visitarme con ocasión del arribo a La Guaira de un coloniero
tovareño proveniente de la lejana Selva
Negra, tierra de deliciosos dulces manjares cremosos, y para mí fue de especial
contento poder compartir con este ilustre sabio experiencias tenidas en cuanto
al cultivo y cruces genéticos del orquidiario situado cerca de la casa de las
abejas asesinas, de la cueva
experimental de los criollos y ensimismados vampiros asesinos de gallinas
dormidas, como también por ser especialista en los estudios que encamina
procedo a enseñarle la serie inalterable de hojas y plantas tropicales de la
región circundante, al estilo del severo sueco Linneo, especímenes que cuido
con esmero y estudio entre grandes láminas encuadernadas de pergamino, e
igualmente él se sintió feliz al momento en que le muestro describiendo otras
colecciones apasionadas de mariposas sutiles y de insectos ariscos, entre ellos
escarabajos verdes, bermejos y violáceos, los que se conservan insertos en
agujas apropiadas al tamaño de la especie y debidamente identificados por sus características
de clase, colores y nombres que nacen del latín macarrónico medieval. Con este
buen señor de la alcurnia germana en medio de cervezas espumantes estuvimos
varios días imborrables en el recuerdo ejemplar de nuestros trabajos que
agobian y de las patrias chicas, allá,
en tierras de cuatro estaciones a escoger, como de acosantes lobos carroñeros
por hambre y algunos osos con caras
siempre de malintencionados.
Pasaron por la casa de los
alares cuajados de musgos y
neblinas, en rápida sucesión visitante muchos conocidos y amigos de verdad, por
encima de algunas especulaciones
terroríficas pero reales que a
escondidas entre seres obtusos se hicieron sobre el tránsito terrenal de mi
persona astral, de donde a ciertos visitantes pusilánimes recubiertos de pelos
hirsutos temerosos no enseño para nada el extremo al poniente del castillo en vías
de hacer historia, donde se ubica el incalculable laboratorio material con los
experimentos más acabados y alucinantes de esta porción de trabajo científico,
en que ensayo la vida después del Más Allá, hacia Marte, y otros imperios infinitos, la máquina del
tiempo y el resucitar de la primera muerte establecida, antes del inicio definitivo
viaje a lo insondable en el espacio que
ojalá pueda yo acompañar. Entre los que corriendo
vienen a la mente están von Pilgrim, sucesor de von Papen, a Herr Federico
varias veces, a Heinrich Vollmer, el doctor Ernst y demás figuras de la variopinta
colonia germana, que se extasiaron una y otra vez con la maravillosa visión
periférica de Buenavista y de su clima espectacular, por encima de las brumas
oscuras que junto al rocío matinal muchas veces inunda los espacios lugareños, y de las parásitas originales en forma de
algodón desprendido, que cuelgan ondulando desde lo alto de los troncos
arbolados más viejos del entorno avileño. Un despierto mozo joven que no conoce
padres por ser hijo expósito y muy inteligente se empeña en que debo enseñarle
a toda marcha o pulmón el idioma gutural germano, y porque me cae bien dada su
imaginación precoz mas retraída, con paciencia casi senil y en lapsos sabatinos
y dominicales, en que puede llegar por tren desde Caracas, de acuerdo a los
consejos oportunos del repetido sabio
Nietszche con gusto me dedico a inculcarle la instrucción necesaria y la fuerza
espiritual de la lengua doméstica con ánimos expansivos fuera de cauce, en la
misma que inspirado cual poeta de fuste
escribía el Goethe de Weimar, quien con los inmortales Dante, Shakespeare y
Cervantes para algunos y no pocos son los más grandes especuladores de eso que
llaman todos la cultura occidental. Ese
aprendiz de brujo pequeñín por cierto se llamó César Zumeta, quien al subir
rumbo a Buenavista ya era cifra descollante en los campos musicales de la prosa
romántica, la imaginación definida y la mejor poesía americana.
Con el reposo del guerrero voy pescando horizontes
lejanos, comienzo a evocar presencias extrañas o paranormales, en la periferia
que atañe siento algo extraño cerca de mí, me miro en el espejo y no me veo, de
donde se me ponen los pocos pelos rígidos de punta porque conozco lo agorero, hago
ejercicios múltiples de calistenia para mantener el cuerpo sano y a ver si
encuentro por fin la piedra filosofal
ansiada por el mago galés Merlín, de resplandeciente color azul turquesa,
en que andaban empeñados los alquimistas
de antaño como los profetas absortos de siempre, busco también con anhelo inusitado
frutas y verduras a punto de consumo en el edén del jardín hogareño, y muchas
veces por la tarde serena y antes de la
cena frugal, junto al cuerpo blanquecino de Amalia y además con la presencia emotiva
de Priscila nos sentábamos a viajar en escape mental por la cortina del
universo de los conocimientos, en una fantasía onírica de recuerdos y de
anécdotas cercanas, donde casi siempre saliera a colación la tierna infancia de
los trompos, las cometas y caballitos emplumados circenses de la época, o del
sonoro por grave órgano de la iglesia colindante, en la acurrucada y tan
sensible querencia de Halberstadt.
---- ¿Te
acuerdas, Amalia, de las rabietas generosas de mi padre y la dulzura de mi
madre, de Henrietta cuando aún era virgen, temerosa y no tenía desquicios de posesa
mental, de los paseos por el campo invernal en épocas nevadas con los cuervos
encima picoteando o en el azuloso amanecer del entretiempo en primavera, el
juego del papagayo en que se las ingenia el gringo Franklin para concebir el
pararayos salvador, o cuando pasaron
tantas tropas bigotudas del príncipe Guillermo que dejan atrás una estela de cadáveres
descompuestos y hediondos, imagen que después me persigue y perseguirá por siempre en la
sombra del trabajo profesional, y además la amistad tan fraterna y juvenil con Otto Fugger, o el recuerdo emotivo
de aquel traficante de monedas falsas que me incita en el viaje creador de la fantasía
a la tierra baja de Welserland, y así muchos acontecimientos sorprendentes que en
ocasiones con detalles tangibles he narrado a ustedes dos en el curso valioso de la vida transmigrada?.
----¿Y acaso olvidas Priscila de ciertas travesuras de mocedad, de tu hogar
cariñoso en Muchinga, que a veces para
variar el estilo incisivo llamas Muchilandia o Putiland, de las rameras
variopintas del vecindario que entraban por la calle de arriba y los escándalos
nocturnos marineros asediados de whisky barato y hasta de ron adulterado, de
los interminables viajes alrededor de la esperanza vuelta realidad o espejismo,
de cuántos hechos vividos entre tú, yo y un rosario de sombras vivientes en los
escenarios tan cambiantes de La
Guaira , con las enormes inundaciones barrialosas, las pestes
epidémicas de mediados de siglo y los tiempos transcurridos con careta de
guerra incorporada, y los pocos momentos
de paz?.
EL CUERVO DE ALLAN POE EN JAULA DE KNOCHE
La pelea entre caudillos
suspicaces había vuelto a ser
comidilla diaria en el trajinar lento del país, porque esos jerarcas armados de
violencia no se entendían para nada en
medio de las aspiraciones sempiternas de poder, y mientras la exportación
global de cacao y café nos salvó apenas
del desastre y la hambruna consiguiente, a pesar de tantas deudas inciertas contraídas
sobre todo con el empresariado industrial centroeuropeo de Alemania, desde
épocas marchitas de la feroz Independencia y acrecentadas prontamente por los conflictos bélicos internos, un nuevo
signo de combate vino a sumarse a estos sutiles elementos en pugna, cual fue el
asalto de extraños advenedizos lanudos, llamados chácharos por la jerga
parlante, o andinos dolicocéfalos del confín fronterizo colombiano, que a
machete sin vaina rociados de aguardiente miche y canelita decidieron invadir y por
primera vez en la extensión gregaria
nacional que nada conocían, ni siquiera durante la lactancia mental parvularia. Por ello, en
el revestido con madera de cedro salón edificado
al estilo bávaro, que utilizaba otras tablas regionales y troncos preferidos de
talla, que no del perfumado sándalo, junto a la tierna Amalia y con la chimenea
encendida mediante algún leño oloroso que impregna el ambiente de placer
exquisito, me di a la tarea de soñar al estilo del vidente Julio Verne en lo que podía ser y no fue, en tantos
experimentos inacabados, como el mal de
rabia canino, que no permite cuajar la sangre del herido, y en los próximos a emplear,
como el suero permanente de vida que ofreciera al extinto doctor Lander cuando
se opuso a dicho experimento, en el cuido de los jardines colgantes que
no de Babilona cubiertos de naranjos, melocotones,
floridos durazneros, mandarinos chinescos, begonias, claveles, jazmines
andaluces, hortensias, helechos, avispas en son de guerra, nardos, rosas o
pálidas azucenas, y en la búsqueda apetecida del valioso tesoro metálico de sir
Preston con los signos enigmáticos aún
por descifrar, lo que llegada la hora de los ejemplos críticos con pelos y
señales consideré prudente a la prusiana Amalia poner en el justo conocimiento de esta
cascada de hechos y circunstancias en
tandas aparecidos con pasión..
27
El servicial Genovevo, a quien en la chapa familiar doña Pancha le decía sin
ambajes D’Artagnan, había muerto tiempo atrás, por causa de la edad y casi ciego
aunque dedicado al regodeo carantoñoso del alcohol, y el gentil Quasimodo, que
se mantuvo siempre etílico entre calientes tragos amargos de alambique
zanjonero para evitar el frío coruscante habido en el cuadrangular torreón observatorio cargado de veinte y tantas escalinatas
maltrechas, que domina con garra opresora
aunque deprimida el abismo y el mar, allí
se encontraba por cierto tan enfermo tendido sobre el casi pesebre belenita en
que durmiera, que hasta la giba le había
decrecido en tamaño, y el corto espinazo
se hizo casi recto en un certero encanto o milagro de la naturaleza, sin contar
aquello de que continuó siendo desagradable
en su aspecto facial, todo picado de
viruelas, de donde pensé a veces colocarlo en la mesa del laboratorio operativo para practicarle una serena cirugía reconstructiva, aunque ya mis fuerzas manuales y el temblor sucesivo
no daban con el intento o afán exacto del asombroso bisturí. En las últimas
jornadas en que lo pude ver y conversar mediante
monosílabos, sostenido entonces con un garrote de algarrobo macho entre las manos,
e incluso conocedor a fondo del estado de su salud declinante por las razones
pragmáticas y sicológicas provenientes de Amalia, le encontré cabizbajo pero no
del ajustado cuerpo, justo antes de morirse de nervios, profundamente triste en
medio de la crisis catársica y vicisitudes que de continuo sucedieran en su ya
menguada existencia retraída, con el sueño pendiente de un cadáver encima, pues
desde la amplia ventana de la torre de Pisa e inclinada bastante en el olvido
absoluto de su ser, en momento de absurda
incontinencia razonable imitando
al propio Ícaro decidió bajar rasante en vuelo exacto del otoño
fetichista como paloma distraída con el
plomo bajo el ala y con ello en la suerte
que le toca decidió saltar al
vacío tan distante, pero tan distante, que ya nadie supo más de él, acaso ni
los mismos zamuros mafiosos y eternos visitantes del castillo que tanto en vida
le rodearon. Por ello, para el alivio de
sus restos si acaso aún existían, supliqué a Priscila que como buen católico
romano que era el suicida emocional jorobado, por encima de tantas convicciones y vicisitudes excluyentes en nuestro nombre le mandase a ofrecer una eucaristía rezada y a la vez con
ciertos cantos litúrgicos alegóricos sumados para su paso astral a un segundo
nivel, todo ello a efectuarse en el
ennegrecido y salitroso pero reverenciado oratorio del Santo Cristo de Maiquetía.
En las siguientes noches no pude más dormir, porque con signos
premonitorios en derredor me atenaceaba
el coro de las almas perdidas en el reino de los muertos desterrados, el dedo
erecto acusador de mi severo padre y atrás mi madre sugiriendo un consuelo
lacrimoso, la inefable cariñosa Brunilda, cuya figura enhiesta a través de
diversos símbolos de cita percibo claramente por encima de los cristales de la estancia, el
arriesgado Quasimodo con una risa sarcástica, satírica, onírica e irónica, y el
borracho ejemplar Genovevo apurando siempre otro trago grado 33 a pico de botella; pero lo
más desgarrante de aquellas continuas y
fundadas secuencias de terror, entre las
que destaca la batalla a palos de escoba jinetera de las hadas madrinas contra
las brujas quisquillosas, fue la procesión
de vampiros viajeros y enormes de
color violáceo, entre ellos divisando a la papisa Juana, vecina de Aquisgran, que en este Galipán confuso mediante el
círculo cerrado a mi entorno y dirigidos por el astuto viajero príncipe de las
tinieblas Nosferatu, siguieron en un
concierto de música ligera, a lo Vivaldi
o el Fausto de Gounod, y en el telón de atrás, el último de la macabra escena
caprichosa en desarrollo pude ver definidas las cabezas sangrantes de
Villalpando, que en curso de posturas
aberrantes varias aparecían en el juego de bolos a tumbar, y un saco de monedas
maldicientes, como los claros perfiles de Mefistófeles, Belial y Lucifer,
negros de la cintura para abajo, ardidos cual genios emprendedores del mal
sempiterno, saliendo apenas de una gótica catedral compuesta de momias, esperpentos
andantes en el recargo de lo grotesco y absurdo, de cráneos petrificados, otra
galería de espejos en secuencia sin retratos o sombras y música de las
estrellas espaciales, todo ello como parte de pesadillas recurrentes del maltrato digestivo que me despiertan en sobresalto
luego de caminar como ciego sin lazarillo, con los brazos de frente en calidad
de sonámbulo, dormido entre laureles o dando vueltas circulares en la oscura habitación
y sobre el filo del machete que guardo
en el recuerdo, conformando todo ello la simple manera
de un enajenado acróbata sonámbulo.
Aquel señuelo depresivo en que me encuentro inmerso aunque
una banda de mariposas rosadas y otro
enjambre de golondrinas azules pululen en juego zafio por doquier, lo comunico
de inmediato a las siempre parejas de mi vida en cautiverio, o sea a Priscila y
Amalia, que entonces para detener
encantos y bajezas me atiborran de elixir paregórico y gotas 5 fluidos, mientras
reflexiono a fondo e ingiero un té hirviente del Himalaya, allá en el Indostán
de las nieves perpetuas,, surtido con galletas de avena fibrosa al estilo
prusiano y ahora viviendo horas perdidas
arrellanado en cómodo sofá, frente a la escasa chimenea ausente de calor.
Es tiempo de lanzar estandartes al aire, gaviotas al desgaire,
mis pacientes amigas, en este inicio vigésimo del siglo a descubrir, porque las
horas se van venciendo agolpadas en el implacable almanaque del tiempo y desde
la lejanía oigo con insistencia que me llaman los ángeles premonitores del firmamento
astral, atenaceados por el demonio
precursor en cuatro patas con pezuñas, de
todas las calamidades frontales existentes. Con el horrendo terremoto
que acaece ese día decembrino anterior y
la gente enterrada medio viva, entre alaridos subterráneos y estampidas del Más
Allá presiento entonces que más temprano que tarde en la otra faz universal del
arco iris voy a despedir el discutido reino del ying para durante la carrera a
emprender meterme de relleno entre tropiezos en la fabulosa corte del yang, del shangri-la
donde acaba sedado el dolor, para ingresar en la catarsis aristotélica de los
deprimidos sin espera. Estoy pues tan cierto como Aníbal navegando en incómoda
barca, con los dados batidos hacia arriba para poder cruzar al sur del Rubicón crecido. Por eso, presento
en el remanso de locos las ideas
dispersas o de las almas extraviadas entre el éter espacial, suplicando que así como fuimos felices durante el
ejercicio del tránsito terreno, lo seamos mejor para el momento en que calculo partir sin retroceso hacia el confín de
la esfera celeste, al más atrás del universo infinito, al imperio real de la
luz fluorescente y después de las
estrellas rutilantes, donde nadie puede desaparecer
porque todo es visto y apreciado sin dificultad en aquel mesiánico y extraordinario valle de Josafat. En ese cofre de los éxitos personales que custodio
escondido a cuatro llaves de clave, en el laboratorio de los afanes científicos,
como amparo también la manoseada y presunta calavera de Villalpando que
encontrase protegida bajo el colchón de
retazos donde reposó caliente por ajados
años el imberbe Quasimodo, y a buen
resguardo allí quedan cubiertos de toda
perturbación ambiental los tres sueros
vitales que impedirán descomponer la materia terrícola del finado aquí presente,
mediante la inyección oportuna e instruida para colocar en el punto exacto de la vena yugular, todo acorde con el pacto previo a fin de que seamos eternos en el trío por siempre a reunir
dentro de la vida galáctica, una vez atravesemos el filtro espacial rumbo a otra
etapa de la presencia superior, quedando
la huesa de despojos en el cementerio perpetuo o cripta de las momias en
Galipán, donde en ese huerto de lágrimas
y y hondos suspiros monjiles o
monásticos acorde con el decir sagrado del bendito
fraile Lutero, habré de descansar sin
reclamos junto a mi incomprendida hija
Brunilda. Y luego de este discurso improvisado e hiperbólico por impecable,
global, casi lapidario, convertido en el aviso último de las trompetas de
Jericó, apuro un bistec de hígado crudo y viviente, de mi predilección, como lo
que he saboreado en tantos años de trajín,
mas un par de rones añejos rones añejos de Barbados para pasar el rato en
la partida, y algo del jamaiquino de sir Morgan con que satisfacer el orgullo
niestszcheano interior, al tanto que
deleito el espíritu supranatural tocando lo subyacente de Bach en clavecín y
retirándome de inmediato como buen soldado de la ciencia hacia el teatro palpitante del laboratorio que ocupo, el de los triunfos y
los avatares entre la oscuridad en sobresalto y el ansia del desafío perenne, mientras ambas
mujeres de mi afecto en un juego de palabras pueriles se quedan remendando
conjeturas polémicas, frente a la hoguera ahora incesante de la terca chimenea familiar.
Luego
de trasponer el retablo ocultista y visionario que con amplitud preside el guerrero Thor, tan parecido con los rasgos
volátiles y la cara agria, infernal y
convincente del valeroso conde Drácula, cuya
mirada profunda en amistad debilita al interlocutor,
me siento en el cómodo sillón del escritorio estilo victoriano perfumado
entonces con buena cantidad de alcanfor, jugando en ello con dos estimadas runas nórdicas,
siempre bajo el impulso soporífero del
clavo ardiente y laberíntico sumido de lleno en el tesoro de Amyas Preston,
porque afirma la mente comprensiva que la respuesta está clara en el mundo de
conceptos estimados y el juego de esas runas que conservo por siempre, de donde
reconozco al instante que preciso de la
ayuda de alguno convencido para desentrañar el camino pendiente hacia el minotauro, como de algún imitador del
sortario Champollion, maestro en descifrar situaciones imposibles, o acaso de
la calavera pensante del ahorcado al estilo Rodin, al tiempo que comienzan a
desfilar mediando la vista remota una constelación
de episodios marchitos y otra
muchedumbre de circunstancias personales en que por algún nuevo canal apropiado
de la telepatía y la evocación de los muertos con la fuerza nigromántica, casi
encuentro el fondo del entierro hurtado a perpetuidad, mediante la emisión de
fuegos fatuos o gases luminosos superfluos,
que en la transparencia del enigma el metal escondido despide serios vestigios confirmantes de nuestro
empeño firme y en la tranquilidad sorda
del lugar, respuesta por demás evasiva en esta noche oscura
y tempestuosa a más no poder, repleta de un concierto pletórico de truenos,
rayos, tempestades o centellas modulares y tinieblas en que me
hallo todo cubierto de medusas vivientes, figuras quiméricas y de gruesos
ofidios marinos envueltos en el croar acompasado
de las ranas y el violento chillido de los grillos, como si vivieran cantando en el desgarrador mito de Lacoonte. De
continuo, en altos del camino recorrido y
a vuelta de de una realidad
imperceptible aparece Brunilda resplandeciente, siempre hermosa, adivinatoria,
toda llena del esplendor de los cometas rotatorios, que con cierta vara mágica
de prestidigitador y tomando con suavidad mi mano que ya no es, en fatal
despedida de lo hogaño sobre carroza de caballos tersos donde percibo a Kaiser
y a Bismark palafreneros, me sube en ese
medio iluminado fosforescente, y el nuevo profeta Elías con rostro de cocinero siamés que evoca a alguno conocido de La Guaira , en esa carrera veloz hacia la infinita
bóveda celeste va apartando la noche confusa, opaca y sombría, reina del
enclave de los malos espíritus y el
averno insondable, como del tiempo de
los sueños hipnóticos en retardo, a objeto de penetrar sin otras batallas compulsivas
en el imperio universal de la aurora.
A las doce en punto, para ser más puntuales con el cenit, dadas por un reloj cuco de Basilea y algo descompuesto en el uso, al comienzo de aquel día gris
encapotado, miércoles dos de enero de 1901, el de los tercos reyes magos
orientales a punto de llegar, para traer una manta calurosa con los pies
descalzos y en la intención de eludir el ruido impertinente por extraño,
Priscila y Amalia cogidas de las manos
frías ingresan al recinto del laboratorio cubierto de expectativas cinerarias,
donde me encuentran en posición inusual durmiendo el descanso eterno frente a
la calavera ahora garbosa del inglés Villalpando, aún con el pecho velludo colocado
encima de la mesa del despacho laboral, y al acercarse en lo posible animosas
de curiosidad femenina perciben asustadas la falta de respiración ante un
espejo manual allí encontrado, que no marcaba el rostro, con el hallazgo
indudable de otro muerto insepulto. Esa parte de la larga noche apagada aún por
desenrollar fue en adelante confusa y de sollozos múltiples para ambas ninfas
que me amaban de diferente manera, porque ya desprendido y vuelto al recinto
eterno por el largo túnel escasamente iluminado de la paz y armonía védica que
ahora transito separado del santón profeta Elías, en el recorrido a la inversa
voy volando por encima del drama en
moraleja que percibo y puedo verlas a
ellas por demás nerviosas e intranquilas, mientras descartada la catalepsia que pudiera de pronto acaecer,
inyectan el cadáver con el suero momificador y me visten y arreglan de rigurosa
etiqueta familiar para recibir en
Buenavista algunos amigos alemanes de la intimidad, que vendrán a certificar lo
del entierro a un lado del osario pulido de Brunilda y con vidrio indiscreto
como visor complejo de la posteridad que
ahora por fin encuentra definitiva posición.
Fueron muchas las mañanas y tardes en que Priscila con sus penetrantes ojos
verdes mendelianos y Amalia a través de
los azules nórdicos vikingos, se acercaron
al cristal de la fosa hendida para verter copiosos lamentos glandulares del recuerdo permanente, los que
al penetrar incisivos por las rendijas vidriosas del sarcófago me pusieron en guardia permanente no fuera yo a dañar el
cuerpo de mi momia con la presencia
específica de tanta humedad humanizada. Y mientras Buenavista se cubría de luto
reverencial mis dos amigas angelicales no sabían que esa noche, luego de
encendida la penumbra del espacio informal para el mundo que ahora represento iba
a iniciarse todo un homenaje sin fronteras en mi honor. A donde concurrieron personajes tan distinguidos al festín
preparado de los cuatro puntos
cardinales artistas, hombres y mujeres
de ciencia, como espectadores de valía que en el terraplén superior interno del laboratorio iban a festejar mi liberación
exterior de ese mundo tan complejo en el que viviera para ser ahora transportado hacia las
estrellas sin límites, , pudiéndose así encontrar en este supremo homenaje al
imprescindible conde Drácula, venido de París, oloroso a perfume y de origen napolitano aunque viviendo preferible en su amada Rumania, al
impresionante suizo Víctor Franquestein, de origen mejor napolitano, el
famoso austriaco y padre por ser primero del vampirismo titular, Jure Brando, una representación grande del vampirismo escocés,
otra representación importante del mundo
islámico, incluidos de famosos bailarines derviches turcomanos, el bien amado y terrible Nosferatu, venido de
Eslovaquia, presente con sus
características orejas grandes y manos descargando terror con las pezuñas, el
imprescindible terrorista y sabio
conductor Boris Karloff, la despampanante condesa y asesina de origen
rumano y lésbica Isabel Bathory, el valiente pero tirano destructor
gabacho Giles de Rais, venido de París, el tan amigo de Knoche, conde de Orlok venido de su castillo cárpato
y con quien mantenía una correspondencia
valiosa, el sabio caraqueño militar y excéntrico conocedor a fondo de la
masonería gálica y de ciencias ocultas africanas (magia, alquimia, astrología)
Antonio Ros de Olano, quien se excusó de su presencia por enfermedad, su amigo el rey Carol de
Rumania y Madame Lupescu, anfitriones de excelencia en otras ocasiones, y
tantas otras personalidades mundiales de ese mundo especial que en lujosas
carrozas aerodinámicas y por demás silenciosas asistieron estando allí presentes en esa noche inolvidable de recogimiento y la amistad armónica, donde hasta
los perros lobos gritones de Knoche esta vez lucieron de un mutismo absoluto, todo
lo que continuó con este lujo de detalles hasta cuando el primer gallo cantó
para despedir a tan ilustres y valiosos visitantes.
28
Ahora
vueltos a Buena Vista diremos que Priscila y Amalia entonces parecían hermanas casi gemelas en la ausencia
total de doña Pancha, con la visita constante y laboriosa de lo morena hija de
von Krassus, aunque tiempo después la enfermera que siempre tuve de compañía
los años por ende la vencieron, muriendo muy delgada y por consunción extrema
anoréxica en brazos protectores de Priscila, un bisiesto 29 de febrero, quien
de acuerdo con el pacto convenido de atrás y aceptado por los tres soñadores
del espacio frente a los rescoldos cenizosos de la chimenea y mediante el
oportuno ceremonial luterano, con lápida de mármol, colocando el nombre en olvidados caracteres góticos, y hasta el cristal
retrovisor sepulta de verdad al último de los cuerpos en tormento de los
faraones aquende embalsamados, o sea al postrer de los
habitantes de aquel nocturno castillo pétreo y tenebroso por no decir dantesco, ahora relleno de espantajos, con una redentora y
oval cruz copta en la escalera, símbolo egipcio de la vida eterna, ya rotos sus
vitrales artísticos, cubierto de malezas
hasta en patios por decir rupestres, siendo el jardín un desolado asiento de lagartos
y de ruinas con historias de amor, a punto de convertirse en cementerio de ilusiones decapitadas,
mientras Priscila en rito alegórico de dejación entrega las llaves terrenas de
aquel reino fantástico al cónsul porteño de Alemania o sea, el musiú Herr Welker,
allí presente, según sabia decisión preparatoria
de la recién fallecida.
----Jamás quise pisar de nuevo tal recinto acastillado
o mansión color azul turquesa, nimbada de arco iris extraterrestres, de leyendas escalofriantes y de muertos en
pena, aunque cubierta de melancolía
parte de mi vida quedara allá enterrada por siempre para cerrar la
puerta de su memoria legendaria, agregó
tiempo después y por escrito la hermosa mulata
barloventeña.
----Vuelvo así al transcurrir rutinario y ardiente de La Guaira , me escondo bajo un tamarindo frondoso,
rodeada de marinos sin fronteras y menos de banderas, en un medio que ya no es
el mío ni cosa parecida, las arrugas corren
como hormigas punzantes por la frente y el desaliento circula entre la sangre
en alboroto. Ando en cosa parecida como otro sombie de cartuja, sin aguja de marear, perdida la bitácora, separada
del éxtasis, porque los anhelos y el ánimo terminan donde cunde lo
imposible, la nada, mientras la comadre que apoya disparates de enantes viene a
menos con lo absurdo, en un cronógrafo sin brazos, badajo ni cadena. Ya no sé o
entiendo quién soy, aunque sigo pensando en God, el dios de los escandinavos e hijo de Odín, que me atrae sin cese en los
confines de la existencia, en un desandar ayuno de sentido. La vida, la de aquí
no vale apenas un comino o riesgo de tomín y ni siquiera leo papeles amarillos
salpicados de angustias pasajeras, mientras dirijo los aturdidos ojos desde abajo y aferrada en la atracción
magnética imposible de olvidar, hacia las alturas opacas de Buenavista. Es hora
de la última cena, de escuchar o mejor entender la escasa melodía del telúrico
violín, el aliento armónico y la pasión mística ensordecedora de Juan Sebastián
Bach.
Ahora siento un frío horrible, telúrico, mágico, angustioso que trasciende las entrañas
marchitas, y entonces, ausente de razón
verdadera , en ese escaso recorrido hecho con fragmentos de soledad enciendo
otra marcha nupcial y me alejo en rumbo divagante
hacia las altaneras playas del tranquilo balneario de Macuto, harto de soledad,
siempre impregnada de un amor interior, imposible por ahora de describir.
Sonámbula, cual la deslumbrante hechicera y pitonisa que joven conocí en los
meandros inefables de La Guaira , hija de cocinero
luganés y experto cual ninguno en concebir postres caseros de elegancia, a
quien llamaban en la profana fauna lugareña Alfonsina, al momento colmada de
una de fantasía poética como de prestas alas
aguileñas para sobrevivir en el entorno, mientras repienso entre lágrimas y misterio que duran tres minutos,
aceptando el grito de dolor intenso y
entonces alzo las córneas cristalinas y
afilo la nariz por enésima vez hacia el enhiesto castillo de Buenavista, envuelto
al instante por un doble arco iris espectacular de múltiples colores, al tanto
que corriendo el tiempo inexorable antes del anochecer de la vida, con los
senos al aire e iluminada por los cantos silenciosos de las caracolas en
tensión, seguida luego en caravana por
un ejército improvisado de serviciales caballitos
de mar y otras medusas complacientes, ahora ando deslumbrante y de espaldas al mundo que se fue
erecto como aquella mañana de febrero mantenida entre rocas, pues voy así penetrando desnuda en la arena atractiva,
con cálida apariencia y nada exenta de riesgos, para concluir arropada del remolino turbio que en
la locura atravesada siempre con el oleaje pertinaz empuja y arrastra la materia hacia lo hondo del misterio abisal,
la ilusión cromática oculta en el cuerpo de otra sirena, el torbellino de los
recuerdos ahora en ebullición, donde por fin vaya al encuentro sideral de God,
y así, cubierta con la gala imponderable del sacrificio dentro de la decisión
desplegada corro para envolverme en un beso infinito o eterno donde fije mis
entrañas con aquel hombre misterioso que a la buena de Dios conocí la mejor
mañana de mi vida, en el esquivo e impetuoso malecón guaireño.
¡Auf
wiedersehen!. Amalia Weiismmann
semejando en el vestir a una monja ursulina de capucha con el pelo cubierto, luego de recibir en su
cumpleaños a la colonia alemana de La
Guaira, ya muy vieja y quejosa murió en
Buena Vista a mediados de 1925, en edad provecta de unos 110 años y en el mismo lugar, para no volver jamás, quedando
de recuerdo imborrable el bello e
imponderable misterio de su amor prohibido con Knoche, pero eterno
para nunca acabar. ( foto en Galipan con colonia alemana.)
RESUMEN ANALÓGICO DE ESTE TRATADO
EXISTENCIAL.
SANTERÍA.
VUDÚ. CREENCIA NEGROIDE MEZCLADA CON
PRÁCTICAS CRISTIANAS Y RELIGIONES AFRICANAS ESTABLECIDAS EN CUBA POR SEGUIDORES CUBANOS.
LA
MARCA DEL DIABLO.
CULTO DE MARÍA LIONZA Y SUS ESPÍRITUS. ES UNA REINA CON CULTO AFROVENEZOLANO EN UNA MONTAÑA
DE SORTE YARACUY, RINDIENDO CULTO A HÉROES NATIVOS Y CACIQUES DE EXCEPCIÓN, CON RITUALES DE ELEMENTOS
YARUROS Y MÍSTICO TEOLÓGICOS. ES CONSIDERADA DIOSA DE LAS AGUAS Y COSECHAS Y
SIEMPRE MONTA DESNUDA SOBRE UN TAPIR O
DANTA, NO SIENDO AGRESIVA. TIENE EN SU
HONOR QUE LA VENERAN A VARIAS CORTES CON CACIQUES SUMISOS Y SIRVIENTES.
SE
ORIGINA DE UNA REALEZA ENDEMONIADA Y POR TANTO SACRÍLEGA.
RELACION
HISTORICA Y CARACTERÍSTICAS DE LOS
VAMPIROS.
EL INFRAMUNDO DE LOS GRANDES VAMPIROS.
NO SOPORTAN LOS SÍMBOLOS CRISTIANOS Y MENOS LA
CRUZ.. También su naturaleza es demoníaca Y POR TANTO SACRÍLEGA. EN CHILOÉ Y GALÁPAGOS HAY PRESENCIA
DE VAMPIROS, COMO EN CAYENA FRANCESA. NO PUEDEN SER VISTOS NI OÍDOS CUANDO
ESTÁN DORMIDOS.
EL LIBRO DE NOD. ESTABLECIMIENTO AFRICANO SITUADO AL ORIENTE DEL EDEN. EL TEXTO FUE RECOPILADO EN CINCO TOMOS.. ES LA
BIBLIA DE LOS VAMPIROS. REMONTÁNDOSE AL PRIMERO DE ELLOS EN SUS ORÍGENES, DESDE
CAÍN CON LA MUERTE TRÁGICA DE SU HERMANO ABEL, SIENDO EL PRIMER ASESINO DE LA
HUMANIDAD. DENTRO DE UN TERRIBLE EQUÍVOCO PROBADO EL CRONISTA NOD VIVÍA ENTONCES. ASÍ CAÍN SACRIFICÓ
AL HERMANASTRO ABEL COMO UNA OFRENDA A DIOS. HABÍA ENTONCES VAMPIROS MATUSALENES MAYORES
QUE SE ALIMENTABAN DE HUMANOS.
CAÍN CONOCE A LA MAGA Lilith EN EL EXILIO, ,
tiene tres hijos VAMPIROS QUE LUEGO
ASESINAN, FUNDA A ENOCH QUERIENDO HACERSE REY, Y DESPUÉS DESAPARECE EN EL DESIERTO.
VAMPIROS DETESTAN LOS SÍMBOLOS CRISTIANOS Y SON INMUNES AL HIELO, FUEGO Y VENENO..
LA VAMPIROLOGIA.
COMO SON
SERES SIDERALES MUY UNIDOS QUE VIAJAN
POR ENCIMA DE LA VELOCIDAD DEL SONIDO,
CON HISTORIAS RESALTANTES QUE AHORA Y A TRAVÉS DE ESTUDIOS PORMENORIZADOS
SALEN A FLOTE PARA EL CONOCIMIENTO DE LA HUMANIDAD, TRATARÉ A ESTOS PERSONAJES
EN CONJUNTO, MIENTRAS USTEDES COMO AMANTES DEL SABER RACIONAL ATAN CABOS Y ANALIZAN LA IMPORTANCIA DE LOS MISMOS,
TRATANDO ASÍ DE UNIR O COMPACTAR ESTOS SABERES ESCONDIDOS DESDE TIEMPO ATRÁS
POR INTERESES BASTARDOS FUERA DE LA REALIDAD QUE SE OPONEN A ELLO PERO QUE EN NUESTRO MUNDO
ACTUAL DE LA RAZÓN NO SE PUEDEN ESCONDER.
IMÁGENES
DE BRUJAS, BRUJOS FAMOSOS SE ACOMPAÑAN DE TELEQUINESIS.. EL PRESIDENTE CHÁVEZ, QUE ERA SUPERSTICIOSO,
USABA BRUJERÍA Y SANTERÍA CUBANAS CON SESIONES DE ESPIRITISMO en su palacio de
Miraflores.), DIABLOS, FANTASMAS Y VAMPIROS ETC.. LA BRUJERÍA ES ENERGÍA
NEGATIVA CON POTENCIA ASTRAL, PARA HACER DAÑOS MEDIANTE HECHIZOS. BABALAO ES SACERDOTE AFRICANO YORUBA, AHORA ENTRENADO
EN CUBA.
IMAGEN
DEL DIABLO O MEFISTO, SATANÁS (ADMIRABA AL IRANÍ ZOROASTRO EN SUS ESTUDIOS DE
LA ETERNIDAD), DEMONIO. MANDINGA, BELCEBÚ, ASMODEO, ETC. MANDINGA O ESPÍRITU DEL DIABLO ES DIOS
AFRICANO FUNDADOR DE IMPERIOS, HOY MUY EXTENDIDO SU LENGUAJE DIALECTAL POR
AFRICA DE GUINEA, MALI Y SENEGAL, BAJO
LA INFLUENCIA ISLÁMICA. SU LENGUA PATRIMONIAL
ES LA MÁS DIFUNDIDA POR EL ARDIENTE ÁFRICA.
CASTILLOS
DE WESTFALIA Y RENANIA, SON MUCHOS VISITADOS EN SU MOMENTO POS ESPÍRITUS ALADOS, ZOMBIS TRAÍDOS DESDE
HAITI O NIGERIA Y OTROS SERES DE
ULTRATUMBA..
CANAIMA.
TEMIDO DIOS DE LA SELVA. LUGAR MÁGICO EN EL CORAZÓN DE LA SELVA VENEZOLANA.
CONCURREN ALLÁ ÁNGELES Y DEMONIOS PARA EFECTUAR RITOS MÁGICOS SOBRE UNA CASCADA O SALTO ÁNGEL, EN
CATARATA SIMBÓLICA QUE ES LA MÁS ALTA DEL MUNDO.
PERSONAJES VAMPIROS
JURE GRANDO. NACIO EN KRINGA CROACIA MAR ADRIÁTICO (FOTO). PRIMER VAMPIRO HISTÓRICO DE
LOS NUEVOS TIEMPOS RECONOCIDO A NIVEL MUNDIAL. ES VENERADO EN LA REGIÓN, DONDE
SE LE VISITA Y COLOCAN FLORES, MANTENIENDO LÁPIDA DE MÁRMOL Y AÑO DE SU MUERTE 1664, CON
LOS TRES SIGNOS DE LOS CUALES SEIS DESCENDIENTES (6, 6, 6), TALLADOS EN
VERTICAL SOBRE SU CABEZA.
NATURAL DE ISTRIA, MAR ADRIÁTICO. ES
CONSIDERADO EL PRIMER VAMPIRO CON marcado HISTORIAL HISTÓRICO RECONOCIDO.
NOSFERATU (FOTO).
CONSTRUIDO
SOBRE TRES ROCAS AL LADO DE ESTE CAUDAL, HOY RENOVADO POR ENTERO (FOTO). TIENE
VARIAS TORRES DEFENSIVAS, FOSO Y PUENTE LEVADIZO, CON CAPILLA BARROCA DE ORLOK
O NOSFERATU.
BELLA
CONDESA TERRIBLE y llena de odio QUE TERMINÓ EN LESBIANA CORROMPIENDO MUJERES POR
CREERSE ÚNICA EN BELLEZA Y LLEGANDO A SACRIFICAR A MILES DE COMPETIDORAS, EN
ESPECIAL CON DONCELLAS VÍRGENES. ADEMÁS PRACTICA LA MAGIA NEGRA. SU ESPOSO Y APUESTO BARÓN GILLES
DE RAIS (FOTO), SICÓPATA SANGUINARIO LLAMADO BARBA AZUL Y CONOCEDOR DE TAL DESASTRE AL REGRESO DE UNA CAMPAÑA
MILITAR CONTRA LOS OTOMANOS POR ELLO LA
CONDENA A MORIR EMPAREDADA EN SU PROPIO CASTILLO.
DE ORIGEN HÚNGARO Y FAMILIA PODEROSA. SE
BAÑABA EN LECHE COMO POPEA.
AMIGO
DEL DOCTOR KNOCHE
VÍCTOR FRANQUESTEIN. EL ERUDITO DOCTOR FAUSTO (FOTO)
LE VENDIÓ SU ALMA AL DIABLO A CAMBIO DE
CONOCIMIENTOS Y SABIDURÍA..
KNOCHE
MURIO EN BUENA VISTA EL secular amanecer del VIERNES 2-1-1901. CANCERBERO, ERA UN PERRO VIGILADO POR CARONTE, CON DIENTES AFILADOS
CUIDA DEL INFIERNO EN SU ENTRADA CASUAL TANTO DE NOCHE COMO DE DÍA. DE 1844 AL
46 KNOCHE, QUE ERA ALQUIMISTA CONSUMADO, construye SU PALACIO DE Buena Vista AL ESTILO DE SELVA NEGRA, MIENTRAS
ESTUDIA EL FLUJO SANGUÍNEO SIDERAL DE MIGUEL SERVET.. TRAJO MUCHOS INVITADOS A
LA INAUGURACIÓN. MEDIANTE VÍAS DESCONOCIDAS POR SATELITALES Y ACASO FESTEJANDO
CON LA CEREMONIA ORGIÁSTICA DE HALLOWEEN. LOS PERROS QUE CUSTODIABAN EL MAUSOLEO DE
KNOCHE ERAN TRISTÁN E ISOLDA, LLAMADOS MEDIANTE
UN SONIDO EN DECIBELES PENETRANTE, LENTO Y ESPECIAL
PLANES
CIENTÍFICOS DE KNOCHE. ESCUDRIÑAR EN LA GUERRA MICROBIANA DE LAS
GALAXIAS YA EMPRENDIDA, COMO MEDIR DISTANCIAS MATEMÁTICAS ESPACIALES PARA FUTUROS VUELOS ALEJADOS DEL
COSMOS RUMBO AL FIN DE NUESTRA GALAXIA. ESTE CIENTÍFICO ESTUDIOSO PREPARABA UN LÍQUIDO A BASE PRIMARIA DE ALUMINIO MALEABLE, PARA ALARGAR LA VIDA EN SOLEDAD ESPACIAL.
JURE GRANDO,
CROATA. ES EL PRIMER VAMPIRO CONOCIDO. QUE SECUESTRABA
NIÑOS. HOY ES VENERADO EN ISTRIA MEDIANTE ROMERÍA POR CREYENTES. FRENTE A SU LÁPIDA LOCAL, DE 1656. Natural de ISTRIA.
CERCA DEL MAR ADRIÁTICO.
Preservar cadáveres para CONVERTIRLOS EN
MOMIAS. Momificándolos. Príncipe de las
Tinieblas. Mula Tirolesa y caballo
KAISER, blanco, OBSEQUIO DE Knoche ENVIADO DESDE LAS ALTURAS DE GALIPAN PARA EL CONDE DE ORLOK, QUIEN VIVE EN LOS
MONTES CÁRPATOS DE TRANSILVANIA. EL SUERO USADO POR KNOCHE EN ESTE CASO ERA EL
CLORURO DE ALUMINIO, INYECTADO CON LENTITUD.
.
CASTILLO
DE BRAN. (FOTO) ORTODOXO, ERIGIDO POR LA ORDEN
TEUTÓNICA EN LA ACTUAL RUMANIA, ENTRE TRANSILVANIA Y VALAQUIA DE CONSTRUCCIÓN GÓTICA, DEFENDIÉNDOSE CONTRA
LAS HORDAS TÁRTARAS Y PARA AUYENTAR AL
DEMONIO ISLÁMICO. LLAMADO SHAITAN, CONTRA LAS
TENTACIONES ABSURDAS DEL MUNDO, DEMONIO Y LA CARNE
OLEO DE
VLAD TEPES (FOTO) PRÍNCIPE DE VALAQUIA, SUR DE RUMANIA. DESAYUNA
CON SANGRE DE CERDO FRESCA, DESOLLABA A SERES VIVOS PARA BEBER SU SANGRE, PORQUE ELLO DABA FORTALEZA. CON EL SOBRENOMBRE
DE DRÁCULA Y SU ESPADA BLANDIENDO SE HIZO INMORTAL. AL FINAL FUE DECAPITADO.
IGUALMENTE TENÍA FRENESÍ POR LA CARNE DE CHACAL, AL ESTILO DE LOS LOBOS
LICÁNTROPOS.
MONSTRUOS ALADOS. MUY PELIGROSOS, PORTADORES DE
VIRUS, CON ORIGEN INCIERTO, ACASO VENIDOS DE VENUS, PROVIENEN
EN BANDADAS DEL MAR, CON GRANDES GANCHOS
DE PICOS, DESDE TIEMPOS PREHISTÓRICOS. HAY VAMPIROS
VERDES, AÚN DESCONOCIDOS Y YA EN ESTUDIO
DETENIDO.
NACIDA EN 1.660. CONDESA ISABEL BATHORY (FOTOS). EJECUTÓ A 650 MUJERES MÁS BELLAS
QUE ELLA. ELLA A SU VEZ LUEGO FUE EJECUTADA.
HENRRIETTA, ESPOSA DE KNOCHE, Y POSESA MENTAL, DE UNA
BLANCURA ANÉMICA INIGUALABLE ESTUVO 16 AÑOS
VIVIENDO EN VENEZUELA. ALLÍ EL DIABLO LUCIFER SE LA GANÓ CONVIRTIÉNDOLA EN
ESCLAVA.
LUCIFER TOMA CHAMPAÑA EN REUNIONES DE COLEGAS. ERA ÁNGEL
POR DÍSCOLO CAÍDO Y EXPULSADO DEL CIELO. DADA SU REBELDÍA A LAS LEYES DIVINAS,
CORTÁNDOLE PUNTAS DE LAS ALAS PARA EVITAR QUE HUYERA.. DEMONIOS Y DIABLOS.
CANCERBERO. PERRO CUIDADOR DE LA ENTRADA AL
INFIERNO. MANDINGA,
DIABLO DE AFRICA OCCIDENTAL ESTABLECIDO EN AMÉRICA,
CASTILLO
DE NOSFERATU. FOTO. Alto,
giboso, de paso lento, orejón,
CASTILLO
DE DRACULA, LLAMADO DE GRAN.
FOTO.
PRISCILA DE OJOS VERDES. DE ACUERDO CON ANTIGUAS FÓRMULAS EGIPCIAS KNOCHE USABA POLVO DE MOMIA (MUMIA) MEZCLADA CON RUIBARBO PARA MOMIFICAR. LA CRUZ CRISTIANA PARA EL
VAMPIRO ERA TERRIBLE, QUE LO DEFORMA EN
VIDA.
FORMOL, ABUSA CON CADÁVERES. VAMPIROS SON ERÓTICOS DE SEXO.
CONDE
ORLOK. AMIGO DE NOSFERATU, EN CUYA CASA
LLEGA A VIVIR. DUERME EN SARCÓFAGO
ESPECIAL. ERA TRANSILVANO. PASABA TEMPORADAS EN SU CASTILO SITUADO EN WISBORG. ESTUVO DE VISITA EN BUENA VISTA, EN DIÁLOGOS
CIENTÍFICOS CON EL DOCTOR KNOCHE.
BELA LUGOSI (FOTO). DE MIRADA ELECTRIZANTE E HIPNÓTICA EN VERDAD POR CAMBIOS GENÉTICOS
FAMILIARES DE ANTAÑO SE TRANSFORMA EN EL FAMOSO
CONDE DRACULA. TENÍA SOCÍAS PARA CIERTOS MOMENTOS OPORTUNOS.
MANDINGA. (FOTO) O MANDEN. ESPÍRITU DEL MAL DIABLO DEL
OESTE AFRICANO QUE APARECE Y DESAPARECE DE PRONTO. FUNDADOR DE IMPERIOS. POR SU
EXTENSO Y DIFÍCIL TERRENO ALGUNA VEZ VIENEN ACOMPAÑADOS DE BUITRES. DE LENGUAJE
ABSTRACTO IRRECONOCIBLE SU CULTO PASÓ A AMÉRICA EN EXTRAÑOS RITUALES DE SOSTÉN
DISEMINADO EN ISLAS DEL CARIBE
(SANTERÍA, ETC.).
MOLOCH. DEMONIO DE FENICIOS Y LADRÓN DE EXPERIENCIA,.
CON CABEZA DE TORO SACRIFICABA NIÑOS. KNOCHE
PENSANDO EN LA GUERRA DE LAS GALAXIAS QUE VENDRÁ ESTUDIABA LA ATMÓSFERA Y LAS
CUMBRES BORRASCOSAS ESCOCESAS QUE LO INSPIRABAN EN LA TIERRA DE LOS VAMPIROS.
DANZA DIABÓLICA EXISTE EN HIGUEROTE (YARE) DE
VENEZUELA, COMO TAMBIÉN APARECEN MONSTRUOS ALADOS EN CAVERNAS COMO LA DEL
GUÁCHARO. EN LA ISLA DE MARGARITA A MUCHOS MENORES LES LLAMAN (“HIJO ER
DIABLO”).
HOMBRES LOBOS EN LUNA LLENA ERAN FEROCES E INSATISFECHOS, DE OJOS
VERDIAZULES QUE AMAN LA NIEVE ANTES DE PERSEGUIR A VÍCTIMAS. GLORIFICADOS
ELLOS POR EL MENTALISTA LON CHANEY. ALGUNA VEZ BAJO CIRCUNSTANCIAS EXTRAÑAS LLEGARON
A CIRCUNVALAR LA MANSIÓN DE BUENA VISTA AULLANDO
SIN CESAR Y CON GRITOS ACOMPASADOS DE HENRRIETTA. SE ENTENDÍAN CON LOS VAMPIROS VIEJOS..
DERVICHES ERAN TURCOS
QUE BAILAN POR HORAS SIN FIN. EDGAR ALAN POE LOS CANTABA EN MEDIO
DEL TERROR CUANDO DANTE VIAJÓ CON BEATRIZ AL FONDO DEL INFIERNO.
LISTA DE VAMPIROS FAMOSOS.
ALGUNA VEZ EL PRESIDENTE AMERICANO ALBRAHAN
LINCOLN TUVO QUE VER CON ELLOS.
LOS VAMPIROS DE ESCOCIA (viajan por Groenlandia
vía el Canadá y los Estados Unidos. YA AMAESTRADOS HACEN COFRADÍA PARA DIVIDIRSE
EL MUNDO HUMANO. ERAN TAMBIÉN CANÍBALES. SE ORIGINAN EN HAITÍ con el Vudú africano DESDE TIEMPOS DE LA
ESCLAVITUD. NO TIENEN CONCIENCIA DEL
DOLOR NI MENOS LO SIENTEN.
ZOMBI ES
EL MUERTO VIVIENTE REVIVIDO MEDIANTE
RITOS MÁGICOS EN ESTADO DE MUERTE APARENTE. CARECEN DE ALMA Y DE VOLUNTAD.
VICTOR
FRANQUESTEIN. (FOTO) MÉDICO ANATOMO PATÓLOGO. NACIÓ EN 1816. INVESTIGA EL PRINCIPIO DE LA VIDA. ERA SUIZO DE GINEBRA. VISITA A KNOCHE EN BUENA VISTA Y ÉSTE
LE DEVUELVE ESA ATENCIÓN ESPACIAL POCO
ANTES DE MORIR.. FRANQUESTEIN CREA EN INGOLlSSTADT un ser con restos humanos
y animales. APASIONADO POR LA CIENCIA Y LOS SECRETOS DEL CIELO Y DE LA TIERRA. FUE
UNA PERSONA CREADORA DE TERROR, O SEA UN VERDADERO MONSTRUO MECÁNICO QUE USABA
CIERTAS DROGAS O RECETAS ANTIGUAS Y
TENÍA VIDA MEDIANTE DESCARGAS ELÉCTRICAS
AL ESTILO CREADOR DEL VISIONARIO JULIO
VERNE, PENSANDO EN EL ASESINATO COMPULSIVO Y
CRUZÁNDOSE MISIVAS PARA ELLO CON SU ALTER EGO Y BUEN AMIGO BORIS KARLOFF.
ERA PROFANADOR DE TUMBAS. TIENE SU CASTILLO EN DARMSTAD, ALEMANIA..
GILLES DE RAIS. APUESTO DE PRESENCIA Y GRAN LUCHADOR CON SU
ESPADA. (FOTO)
FOTOGRAFIAS.
NOSFERATU. FOTO.
GILLES DE RAIS FOTO.
DRACULA FOTO.
ELIZABETH BATHORY, (FOTOS)
CONDE
ORLOK. TRANSILVANO. Vivía EN su castillo de Wisborg (LUBECK,
ALEMANIA). HABITA EN LOS MONTES CÁRPATOS. SOLO Y EXCÉNTRICO, SE
ACTIVA DURANTE LA NOCHE OSCURA PERO NO DUERME. ES BUEN AMIGO DEL CONDE DRÁCULA.
TIENE UN MUSEO ESPECIAL CON CAPILLA, SALA DE ARMAS, BIBLIOTECA, PINACOTECA. ALLÍ VIVÍA
ORLOK RODEADO DE FIELES VAMPIROS A SU SERVICIO, QUE LO RESPETABAN EN SUMISIÓN.
ADEMÁS MANTUVO UN FIEL DRAGÓN ASIÁTICO
ESCUPE FUEGOS A SU SERVICIO ESPACIAL, HERMANO DE OTRO LLEGADO DE
INDONESIA AL QUE LLAMARA KOMODO, PARA SUS
ESCAPADAS NOCTURNAS Y OTROS ENCARGOS ÍNTIMOS CONFIADOS.
ÍNCUBOS Y SÚCUBOS. SON DEMONIOS SEXUALES QUE
ATACAN A MUJERES Y TIENEN PODERES MÁGICOS. ROBAN SEMEN ANIMAL PARA SU PROPIA FECUNDACIÓN.
CASTILLO
DE PELES (FOTO) CONSTRUIDO EN SINAIA, RUMANIA, RESIDENCIA
VERANIEGA Del rey CAROL DE RUMANIA Y SU
PAREJA REAL MADAME LUPESCU. ESTUVO PROHIBIDO VISITAR DURANTE LA OCUPACIÓN RUSA
DE RUMANIA. BELLO PAISAJE MONTAÑOSO. SU EDIFICIO TIENE TODAS LAS COMODIDADES
REALES POR SU ALTA INVESTIDURA Y CONSTRUCCIÓN (ELECTRICIDAD, SALONES DE BAILE, DE JUEGO, SALÓN DE RECEPCIONES, COMEDOR DE INVITADOS,
TELESCOPIO, ETC. NOTA. EL AUTOR DE ESTE LIBRO VISITÓ DICHO CASTILLO EN 1953, EN COMPAÑÍA DEL DIRIGENTE Y
LÍDER UNIVERSITARIO CUBANO CHILO.
SATANÁS EN SU COMBO.
SATANÁS. foto
ENCARNACIÓN SUPREMA DEL MAL. ORGULLOSO Y PEDANTE, CORNUDO, PLEITISTA, GUAPETÓN,
VIVE EN EL MUNDO INVISIBLE ESPIRITUAL
AUNQUE EN DECADENCIA. ES SÁDICO Y PERVERSO CON LOS SUYOS, PROVISTO CON COLA DE SERPIENTE, POR LO QUE SE
LE CONDENA A VIVIR EN EL AVERNO SOLITARIO DEL INFRAMUNDO, MORADA DE LOS
MUERTOS, donde conoce al Dante. KNOCHE VISITÓ AL MALIGNO CON TRAJE ESPECIAL PRESURIZADO ANTES DE MORIR.
LUCIFER SALE POCO Y VIAJA MENOS HACIA EL ESPACIO EXTRATERRESTRE RUMBO A
ESTRELLAS LEJANAS DE LA CUARTA GENERACIÓN..
Lápida funeraria del doctor Knoche en Galipán.
LA MARCA DEL DIABLO ES INDELEBLE. PARA CERRAR
EL PACTO A TRAVES DE HECHICEROS.
EL LIBRO ROJO DE SATAN. PACTOS CON SELLO REAL DEL AVERNO..
ISABEL LA CONDESA SANGRIENTA VIVIÓ A TODO LUJO
EN EL CASTILLO DE CACHETICE.
TEXTOS PARA INDAGAR SOBRE VAMPIROS: FANTASMAS. BRUJERÍA. LEVIATAN. SANTERÍA AFRICANA.
ASMODEO. VIENE DEL ZOROASTRISMO PERSA E IRANÍ. TRATÓ CON EL REY SALOMÓN EN BUSCA DEL DEMONIO.
ENGENDRÓ DEMONIOS A SU VEZ CON NUESTRA MADRE EVA, LA MUJER DE ADÁN, INCLUIDOS
DE ORIGEN CELTA Y NACIDOS DIFUNTOS.
HOGUERAS FRENTE A CASAS ENCANTADAS PARA SACAR
ASÍ AL SOCARRÓN Y TRAVIESO DIABLO COJUELO, SATÍRICO, REVOLTOSO, PICARESCO E INFERNAL, QUE SE
AMISTABA CON BRUJAS Y HECHICEROS,
MEDIANTE CONJUROS EXPRESOS. LEVIATAN Y
MOLOCH ERAN DIABLOS TRAVESTIS, AMANTES
DE LOS JUICIOS DE BRUJERÍA, LO QUE APLICABA
MUCHO EL TRIBUNAL JUDICIAL DOMINICO EXISTENTE EN TRUJILLO DE VENEZUELA.
EROTICO, RAÍZ DE ORIGEN GRIEGO. SÍMBOLO DEL
DESEO CARNAL
EXISTE EN AMÉRICA UNA GRAN COLONIA DESCENDIENTE DE NATIVOS DE ÁFRICA OCCIDENTAL, QUE PACTAN
SU ALMA CON MANDINGA. VIENEN DEL NIGER Y DEL CONGO. (POSESION DEMONIACA. ESTUDIAR
A GRIMORIOS). VER AQUELARRES, EXORCISMOS (“HIJO ER DIABLO”, ENGAÑOSOS EL
MALIGNO, DICHO EN ISLA DE MARGARITA. EL DÍA DE LOS MUERTOS SE CONMEMORA EN AQUELARRE,
PADRE DE LA NEBLINA.
MOLOCH O DIOS FENICIO CON CABEZA DE TORO. TRES
INTÉRPRETES DEL MUNDO, DEMONIO Y CARNE. SON ÁNGELES CAÍDOS FUERA DE JERARQUÍAS.
GRIMORIOS DE MAGIA OCULTA, PERSEGUÍAN A LAS
BRUJAS. QUE ERAN SOMETIDAS A MARTÍRIOS. LOS DEMONIOS ERAN PROLÍFICOS EN LA
DESCENDENCIA. LA CAZA DE BRUJAS ERA EN COMPETENCIA PERMANENTE.
LA BATALLA
ERA CÓSMICA CONTRA LO MALÉFICO. ASÍ ESPÍRITUS ADVERSOS ATACABAN A JOB PRETENDIENDO COMPRARLO. Y
ARHIMAN EN OCASIONES DE TRANFORMA EN SATAN. LA GUADAÑA SIGNIFICA MUERTE
PRESENTE.
LOS DE CULTURA GÓTICA DE TERROR SE VISTEN CON
TRAJE NEGRO. EXISTEN VAMPIROS VERDES EEN OTRAS GALAXIAS.
Ojo VER MÁSCARAS DIVERSAS.
BUSCAR ALTERNATIVAS DE DEMONIO SOMBI, BRUJERÍA,
RITOS SATÁNICOS PRECEDIDOS DE MISAS
NEGRA, CON CALAVERAS INCLUÍDAS, Y
SAHUMERIOS EXITANTES, CON ORACIONES
COMPUESTAS A SATANÁS,