viernes, 13 de mayo de 2011

LA MAGIA DUDOSA DE SIMÓN RODRÍGUEZ.

Amigos invisibles: Como siempre me ha gustado esculcar sobre la revolución de las ideas, porque allí se encuentra material fino y suficiente con qué tejer conceptos que nos pueden ser útiles, miren que en el diario deambular del pensamiento desde hace muchos años me he encontrado con un personaje venezolano de los llamados fuera de serie, que para mí todavía constituye el enigma indescifrable, aunque gracias a la bondad de un amigo de veras, es decir del americano Aarón Truman, tan versado en temas regionales, he podido introducirme en sus saberes para tratar en cierta forma de desvelar a tan contradictorio personaje que, sin quitarle sus cualidades excéntricas que siempre lo hicieron ver como una “rara avis”, por eso de no entender sobre su ciencia infusa y menos de sus cualidades de enredar las cosas, y porque fue “maestro” de Simón Bolívar, por aquello de la sicóloga ley del menor esfuerzo y para más complicar la patraña tejida, ciertos contestatarios lo elevaron a la calidad de mito y como uno de los grandes sabios de América. ¡Esto es sorprendente!.
Como voy a permanecer en suelo blando sobre su origen convulso, de donde proviene por lo genes heredados y lo complejo de su infancia para hacerlo un ser rebelde, que no docto a mi humilde entender, amanece en Caracas como hijo expósito aunque  la gente conociera que el divino padre era un sacerdote de apellido Carreño, y eso desde pequeño le cambió la mente para llenarlo de rechazos contradiciendo todo, pero como era despierto y salido de aquella orfandad misteriosa, para poder sobrevivir hacía humildes oficios de maestro de escuela, donde atendió cánones muy personales de la chifladura ancestral que lo representaba como extraño en el medio, para aplacar entonces a un desaplicado e irredento joven que no tenía cura por lo terrible, de donde alguien aconsejó reunirlo con aquel “sabio”, y mire que dentro de los experimentos terribles de la vida ambos congeniaron en la mutua empatía, y así Simón Rodríguez pasó a ser ”maestro de Simón Bolívar”, convirtiéndose a la larga en otro mito viviente, por lo que pudo penetrar a trochemoche en las páginas novelescas de la Historia, porque de otra manera su historia se hubiera escrito, acaso, con “h” minúscula.
Lo primero que le introduce este pastor en la mente a Bolívar, fue no creer en dogmas ni en el medio imperante, en olvidar el cariño a la familia, que ya se lo tenía olvidado hacia él, que la vida era contemplativa y había que convivir de esa manera pero rebelde, sujeta a cambios, como aparecía en los pasquines circulantes sobre la revolución francesa, y que aprendiera apenas de los ejemplos de la naturaleza, vale un pájaro o un cocodrilo, para estar atento a los cambios, aunque ellos fuesen lentos. Pero ese amor del ventrudo y cegato Rodríguez, que en el desconcierto de un hondo dolor originario muda el nombre por Samuel Robinson, pronto va a tener un paréntesis vital, porque entonces el masón de Robinson deja atrás al tocayo Simón, a la esposa por siempre, y para no terminar preso por contrario a la ley se esfuma en un barco que lo lleva a Jamaica, Filadelfia, y más loco que nunca, acaso porque el hambre aprieta, empieza a conocer oficios dispares y entre ellos el de tipógrafo para subsistir, mientras aprende lenguas muertas y vivas, y un buen día se desaparece del mapa, como acostumbró hacerlo a lo largo de su cotidianeidad confusa.
Luego de 1804 anduvo por Alemania, Holanda sumergida, Austria, Prusia, centroeuropa y la zarista Rusia, ejerciendo los viles oficios y hasta enseñando párvulos de ocasión, en medio de la  mayor miseria, desaliñado como siempre y con algunas amistades desconocidas, acaso de bajos fondos pero no maleantes, porque su bolsillo no daba para más. En aquel trajín de los caminos europeos, muchas veces pedestre y porque Francia con su revolución guillotinesca era caldo de cultivo para gentes de mente exaltada, pues  Robinson fue para allá, en 1801,  a patear las calles de París que aún sonaban a sangre, y miren que un bien día de 1804 andando por las cercanías del río Sena, que era lo más posible, se encontró con Simón Bolívar y aquello fue digno de una obra teatral, aunque como las de Beckett, por el mutismo de su ejecución, y de allí ambas mentes afiebradas se dieron  a soñar complejidades ya salpicadas por el eje napoleónico en boga.
De aquí en adelante la pequeña historia robinsoniana se vuelve una novela que los panegiristas han tratado  adecuar a  sus intereses propios, mediante signos y señales con visos de realidad, como es el viaje de ambos próceres de lo inaudito atravesando los Alpes en plan roussoniano para ver de lejos a Napoleón en Milán, y de allí hasta Nápoles del Vesubio, mientras se monta con seriedad de show pero en la fantasía de Rodríguez, todo el episodio teatral acaso romano del juramento en el Monte Sacro. Vueltos así en esta caminata que es pura poesía, con visos de revolucionaria, pero que no miramos en ese contexto, el abrazo final de París habría de separar por veinte años la sombra de Bolívar y el rudo bastón de su tocayo Simón Rodríguez.
Pero he aquí que el hambre y las condiciones difíciles de vida en aquellos albergues o posadas friolentas y hasta heladas debieron cambiar el seso a este Don Quijote ansioso de enderezar entuertos, porque dentro de ese abismo de su oscuridad más bien pensante un buen día arrimó a la Colombia bolivariana de una república sin sentido y de papel, pasadas las batallas formativas pero llena de caudillos que no le entienden, por lo que agarra su equipaje o mochila en busca del pupilo Bolívar, para que en el amparo lo acoja dentro de un  Perú lleno de traidores y de tropas de ocupación. Esto es la verdad sin tapujos, y allí el maduro Simón sigue en la caravana para establecerse en Bolivia, y en Cochabamba mantiene grandes pleitos “con cuantos se le enfrentan, llamándolos ignorantes y brutos”, donde además comete muchas pilatunas y disputas con iglesias, sacerdotes, frailes rezanderos a quienes aborrece, diciendo que va a destruir la religión de Jesucristo, autoridades, como a Sucre detesta, y pare de decir que va con esos cuentos ante Andrés Bello en su reposo de Chile, para regresar cansado al Ecuador y el Perú, al fin del periplo vital, donde vivirá sus últimos días rodeado de penurias y de sobresaltos.
La tercera parte de este escrito se refiere a lo más trágico de su personalidad, ya senil y acaso esquizofrénica, donde sobran los comentarios negativos de muchas personas que lo conocieron y hasta trataron, que por motivos de extensión acortaré para el examen del lector, que debe sacar desde luego propias conclusiones. Dicen que fue desorbitado, de dudas metódicas, excéntrico, rabioso, quimérico, áspero, vulgar, misógino, lleno de utopías (principalmente en el ramo de la enseñanza), que prepara a Bolívar “para enredarlo todo”, de ojos burlones, gitano por demás, fabulador e intolerante, sicopático, famoso charlatán, de risita sarcástica,  irónico, “alocado hedonista y vagabundo de profesión”, desgreñado,  hediondo a tabaco de fumar, con un poncho sudoroso y los zapatos claveteados, ateo, despedido de todas partes, quien escribe al general Morán “estoy como las putas en cuaresma: con capital y sin réditos”. Y quien recita entonces a un amigo, a medias: “Haced el favor de devolverme mi mujer porque la necesito para los mismos menesteres a que vos la tenéis destinada”. Y hasta el cuerdo montaraz en el colmo de lo irreal sirve en “orinales” una comida al mariscal Sucre y sus acompañantes. Además, con ánimos de desasnar conciencias, se pasea desnudo ante sus alumnos asustados.
Rodríguez no devuelve cuentas pendientes, fabrica aguardiente casero a objeto de evadir impuestos, produce hediondas velas de sebo para buscar personas idóneas, sirve de miserable pulpero, tañe el violín rústico en momentos depresivos e instruye indios analfabetas con intenciones nada académicas. Dentro de su vida privada, para completar el recuento de lo que se calla para exaltar al mito a este “sabio” de marras, designa  hijas bastardas con nombres estrafalarios de Remolacha, Maíz y Tulipán. En Ibarra del Ecuador con la india Teresona había tenido a tres hijos ilegítimos,  o asea a Choclo (mazorca), Zapallo (calabaza) y Zanahoria, En Chile vivía con la pizpireta Lirio del Sena, a quien enseña “las más grandes escabrosidades del castellano”. Esto he podido averiguar por las plumas aireadas  de escritores como Pedro Cadena Copete, Guillermo Morón, Rufino Blanco Bombona, Ibsen Martínez, Paúl Marcoy, José Trinidad Morán y Eduardo Arroya Vélez, entre otros papeles resaltantes que guardo sobre el particular.
Pero en la exaltación a los altares de la fábula no se dice que dejó muy poco escrito, y algo en alabanza de Bolívar. Que su desplante y excentricidades llegan al paroxismo mental cuando dice con sentido crítico, pero no figurado y más burlón “O inventamos o erramos”, o con la frase enigmática, hueca, descontextualizada “más vale errar que dormir”, que nos deja en el limbo, y que “solo la barriga llena enaltece el espíritu”. Supongo que a los ochenta años caducos, cuando fallece en el pueblo olvidado de Amotape, murió dos veces, porque murió asustado de sí mismo.   

2 comentarios:

  1. le puedo asegurar que los admiradores del mito que yo conozco personalmente tienen las mismas características de su ídolo

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  2. le puedo asegurar que los admiradores de este mito a los que he tratado personalmente tienen las mismas caracteristicas de su ídolo sobre todo por lo de ateos, misoginos, hedonistas, intolerantes y desequilibrados.

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