Comenzamos por decir que el imperio chino tiene 4.000 años de existencia, desde tiempos de los Sumerios y Mesopotamos, cuando lucharon en fronteras exteriores con tártaros, turcomanos, hordas bárbaras, Ghengis Khan y hasta el mismo Alejandro Magno, para poder sobrevivir entre dinastías perversas y una muralla china que es la mejor construcción del mundo, con 4.000 kilómetros de extensón, o sea que iría desde Venezuela hasta el sur del Perú sin interrupción y que se puede ver desde los propios satélites orbitales.
Pues bien, a través de una vida comercial, a través de la ruta de la seda, de la pólvora que descubren y de los negocios, por donde anduvo Marco Polo, fueron marcando espacio, con fines imperiales a lo largo de los siglos y siguiendo el ejemplo de una espada que camina con intenciones hegemónicas, sin detener en la contienda. Pero he aquí que otro imperio codicioso y sutil los pudo embolsillar de una fácil manera a través de sus costumbres ancestrales del ocio y el juego, sin dejar atrás el comercio, como fue la implantación del gusto por la cannabis indicia, es decir, el opio, lo que llevó a su pueblo a una especie de aletargamiento y desidia que, mutatis mutandis, paralizó las proyeccions imperiales por un tiempo. Pasada esta Segunda Guerra Mundial y con la implantación en su país del comunismo maoista, como la terrible revolución cultural que acabó con miles de personas, un bien día sus dirigentes para sobrevivir intentaron un nuevo comunismo, no a base de palabras huecas sino con mezcla de capitalismo, para cambiar el derrotero planteado. Y fíjense que con tal voltereta histórica quedaron tristes recuerdos, porque de pronto entre tanta cohetería dispersa despertó el Dragón soñado y con sus 1.300 millones de seres que la habitan (algunos en la mayor pobreza, otros hoy en la mayor riqueza) se han lanzado a la conquista del mundo, alcanzando ya a ser la segunda portencia del orbe, en ciertos aspectos. Pasaron los tiempos en que los chinos hacían dulces para vender y gelatinas, o carritos de latón, con aquella frase popular de "si no hay leal no hay lopa" (porque eran buenos lavadores de ropa), para con una gran emigración adelantada utilizar un sistema vertical de producción, comercio y consumo a través de los chinos desperdigados por el mundo, como nadie lo podrá hacer. Entraron así en lo continentes más pobres, como África, y con préstamos muy asegurados y vivezas sin igual en países con cierto desespero monetario penetran para ofrecer y suscribir préstamos, como han hecho en Venezuela en varias oportunidades, incluso con uno de 20.000 millones de dólares, la mitad en yuanes sobrevaluados y no convertibles, o sea de obligatoria moneda china en la compra, y otra mitad de la deuda en diversas obras, como un tren de baja velocidad, baratijas y artefactos del común, al igual de electrodomésticos traídos de aquel país y que muchas veces carecen de repuestos. Como se nota lo leonino de un circo, viéndose a las claras que la intención es quedarse por estos lares, porque hay petróleo y otros intereses estratégicos más, sustituyendo así al imperio español, y luego al inglés y luego al americano que siempre han manejado nuestra economía.
Repito, pues, el imperio chino viene para quedarse, en este cambio de manos que se efectúa. Así, grandes cadenas de automercados chinos y oros abastos perecederos aparecen por doquier. hasta bajo la protección del gobierno, donde desde un cepillo hasta una lavadorta se puede encontrar, sustituyendo a los que venían, por ejemplo de Inglaterra o los Estados Unidos. Y no solo eso, sino que la enorme población asiática, con mucho dinero eso sí que pululan en las calles, habrá de mezclarte con los mulatos y la otra gente criolla del país, que eso nadie lo duda, para producir un híbrido que hablará y no en spanglish sino en criollo mandarín, poco entendido pero con sobrado dinero. No sabemos con este cambio de imperio subyugante qué podrá pasar aunque la rueda del tiempo corre con rapidez, porque la era del petróleo, que de 1917 a 1983 trajo prosperidad a Venezuela para colocarla en la tercera posición de desarrollo dentro de América Latina, hoy con las posibilidades materiales que aún subsisten pero con una fuga de cerebros por la insegurisdad en que estamos viviendo, como se dice en criollo, se mantiene en pico de zamuro. Sin embargo los acaso treinta millones de venezolñanos que existen mantienen la frente esperanzada por lo alto, a la espera de mejor ocasión porque el venezolano tiene una gran conciencia de sus riquezas materiales y sobretodo espirituales.
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