El siglo XIX está signado por un acontecer de revoluciones originadas desde la francesa axial de 1789, y donde dentro de la anarquía del pensamiento, atizada por filósofos y políticos de interés, mediante la vía de los atajos y caminos dispersos buscan una suerte de piedra filosofal que los ilumine en tanto desmadre entre lo ateo y lo religioso, la obsolescencia del nuevo Estado con subsistencia feudal, y una lucha continua que va de los viejos conceptos del trabajador en busca de un salario justo hasta la aparición de la sociedad industrial que los conmueve, donde destaca aquella Inglaterra que pone entre cavilaciones extrañas a figuras analizando conceptos o principios que pretenden conocer lo que pasa, sin encontrar el verdadero cauce.
La persona más resaltante de aquel cruce de ideas sin lugar a dudas y por lo novedoso de los planteamientos dentro de la ilusión que lo persigue, viene a ser un hebreo alemán de buena formación académica que con sus trabajos publicados estremece los sólidos cimientos de aquel mundo de la segunda mitad del XIX, entre duros adversarios y algunos catequizados con el famoso libro “El Capital”, que al coger fama y sin recostarse a dormir en la intención pronto es llamado para que con el pensamiento de avanzada sostenido colabore en publicaciones de especial interés internacional. Una de estas aportaciones importantes que mantiene por un tiempo se refiere a los escritos salidos de su pluma que se imprimen para muchos lectores en la llamada “New American Ciclopedia”, enciclopedia actualizada que en 16 volúmenes publica D. Appleton &. Company, en Nueva York, entre los años 1857 y 1866. En esta valiosa tabla informativa el doctor Marx, cuya fama ya desborda lo pintoresco para mirar en serio, fuera de otras implicaciones alusivas entre fines de 1857 y febrero del siguiente año, como historiador en plan de psicólogo, aunque con inexactitudes lógicas por desconocer estos emergentes países del Sur, publica un extenso trabajo dedicado al “mantuano” Simón Bolívar, donde convirtiéndose en el más acérrimo detractor bolivariano no solo lo descalifica en sus actuaciones emprendidas, sino que en parte llega a destruir su obra realizada, cuando no se tiene conocimientos suficientes sobre la trascendencia de un ser que de carne y hueso tuvo éxitos, pero también errores que ahora con nuevas dimensiones se estudian, todo lo cual es objeto de análisis en la obra que estoy leyendo sobre este caraqueño y salida de la pluma de Aarón Truman.
Pues bien, en el juicio insólito que Marx hace del personaje sudamericano, realiza una serie de apuntamientos que a Don Simón no lo dejan bien ubicado, como tantos que al contrario y a favor le han hecho críticas cual figura mítica digna de veneración y de los altares de la gloria. Comienza el barbudo alemán por denigrar al Libertador cuando comparándolo con el caudillo corso muerto en Santa Elena, lo tilda de “pequeño Napoleón”, de “Napoleón de las retiradas”, como después lo identifica el general Manuel Piar, y que “sus campañas castrenses fueron un alarde de mediocridad”. Para continuar en estas interpretaciones tan sui géneris emanadas de este combatiente socialista pero que recogen un malestar europeo frente a la figura díscola del mantuano, continúa en el descrédito necesario de mejor investigar, cuando afirma siguiendo a Ducoudray Holstein, y también al militar John Miller, que este caraqueño fue disoluto y procaz, vil dictador que “tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco”. En la continuación de las saetas esgrimidas, que quedaron bien grabadas para tomar en cuenta por ser quien las escribe, sostiene que él era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y que su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar. Sobre estos considerandos tan agresivos yo considero, por ejemplo, que la Campaña Admirable de 1813 no tuvo nada de mediocre, aunque sí de temerario y sangriento, por las circunstancias del momento. Lo de dictador sí lo fue en varias ocasiones pero un tanto a la manera griega y en el empeño centralista que siempre tuvo, de fortaleza, para evitar el caos y la anarquía militar, ya cuando regresa de las campañas del Sur y va rumbo a la muerte.
Un colaborador de las páginas de opinión del diario El Universal, que se edita en Caracas, o sea José Toro Hardy, el 27 de julio del 2010 indica que Marx escribe a su fraterno Engels sobre el afamado oligarca caraqueño, afirmando que era “el miserable bribón”, “inescrupuloso líder de la aristocracia”, y que “las campañas de Nueva Granada y de Quito se debieron a las tropas inglesas y no a Bolívar”, lo que es una verdad menos que a medias, para no entrar en detalles. Sobre el particular podemos agregar que el padre de la doctrina comunista, que debe haber estudiado al general triunfante con algún detenimiento, asienta en frase rencorosa, sin rodeos y llena de desprecio hacia aquello que se llama burgués, cuando expone que Bolívar es “el canalla más cobarde, brutal y miserable”, seguido de otros conceptos peyorativos por demás irrespetuosos. Sobran los comentarios.
Pero aún no se detiene la descarga de este personaje prusiano teórico de la izquierda y autor de tantos escritos materialistas, sobre el “pequeño burgués de ideas reaccionarias”, a quien en la comparación denigrante lo califica en carta a Engels del 14 de febrero de 1858, como “rey Souluque” o Faustino Iº (“Bolívar is a veritable Souluque”), déspota esclavo negro de origen mandinga, analfabeta, sanguinario y vitalicio, que se erige pomposamente emperador de Haití, cuando se corona y vestido con capa de armiño anduvo rodeado de una esplendorosa corte, mientras siempre tuvo ganas y hasta intentonas fracasadas, de ponerle la mano a la república Dominicana. Pero con las vueltas que da el mundo y más la política, esa idea esgrimida por el filósofo creador del comunismo y a quien se seguía sin chistar de sus reflexiones en la Unión Soviética , por necesidad de congeniarse con los países bolivarianos y otras causas vistas de lejos, a partir de 1956 y dentro del revisionismo que en Moscú se ejecutaba, el nombre de Bolívar se decanta de toda sospecha reaccionaria, para la complacencia de muchos.
Vuelto con las ideas aquí someramente expuestas, el economista venezolano José Guerra en artículo de prensa opina que “Marx considera a Bolívar como un traidor, cobarde, desleal, militarmente inepto, racista y dictador”, lo que contradice en toda su extensión con el pensamiento de derecha que lo ensalza, como existen ciertos grupos radicales en Colombia y Venezuela, donde la posición oficial, tergiversada y revisionista a su vez de la Historia lo considera como un héroe impoluto. En el otro bando crítico aparecen connotados historiadores que razonadamente y dentro de un juicio ajustado a comprobación, analizan según criterios personales al verdadero Bolívar. Valga recordar, por ejemplo, al médico José Domingo Díaz, que bien le conoció, a Level de Goda, al catedrático español Salvador de Madariaga, al peruano Morote, y al pastuso jurista doctor Sañudo. Pero hay un trabajo capital que ha deslindado ambas posiciones extremas, publicado en 1970 por el académico venezolano Germán Carrera Damas y que es necesario leer y subrayar. Me refiero a su libro “El culto a Bolívar”. En lo referido a la cuestión del odio enfermizo de Marx sobre este Libertador de tanto quehacer, saquen ustedes las personales conclusiones.
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