martes, 24 de enero de 2012

BOLÍVAR AMABA A LOS INGLESES.

Amigos invisibles. En verdad que las facetas de la vida de Simón Bolívar son inauditas, por acomodaticias. Ahora es cuando y debido al estudio pormenorizado que se hace,  han salido a relucir tantas características de la vida del Libertador que permiten con tranquilidad estudiar sin tapujos la variación permanente de su vida, aunque por esos mismos canales se puede entender su personalidad dual, o sea lo que había detrás y el verdadero pensamiento de este adalid latinoamericano. De un principio debemos asentar que las familias Bolívar y Palacios, de las que desciende Don Simón, eran mantuanas, oligarcas, es decir ricas en poderío económico y social, del grupo escogido entre los que forman parte privilegiada del gobierno colonial, ya sea en forma directa o tras bambalinas, de donde siempre se mantenía como la nata sobre la leche en el poder, de aquí que la educación y el porvenir de Simón Bolívar a pesar de su terquedad, que la tuvo desde un principio, siempre miró en este ejercicio superior, hasta que ya fue hombre. Pero como la fiesta no estaba para bailar joropos ni la masa para bollos,  después de los acontecimientos ocurridos en España por la invasión francesa de su territorio y el apresamiento de los monarcas Carlos IV y Fernando VII, el alerta naranja, expresada en términos actuales, vino a posarse sobre estas extensas regiones para defender los derechos conculcados tanto en la Península como en las Indias, y de allí que ojo avizor cada uno trató de buscar un refugio espiritual y de protección según su conveniencia.

            Y como el problema era entre potencias europeas pero con proyección hacia América, bien pronto se dieron cuenta los mantuanos conservadores del estatus y otros dirigentes de Venezuela que como con Francia no podía existir algún arreglo, porque privaba en ella el espíritu de la guillotina que le cortara la cabeza al borbón Luis XVI y a su esposa María Antonieta de Austria, queriendo imponer otra república para destruir la monarquía y acabar con la decadente Corte de Madrid, el peligro era tan grande que a pesar del entreguismo en las fauces del león inglés prefirieron pactar con este enemigo potencial, que ya tenía por dos siglos colonias en América. Por esta circunstancia a los revoltosos de Caracas que el 19 de abril de 1810 con la tramoya de la defensa de los derechos de Fernando VII dan el primer golpe de estado en Venezuela y destituyen al Gobernador Vicente Emparan, haciéndole preso y pronto expulsándolo del país, una vez puestos en el ejercicio del poder ilegítimo deben pensar seriamente en acercarse a Londres en busca de protección y ayuda, porque sabían lo que les esperaba. Y es aquí precisamente cuando aparece la figura no tanto conocida en esos predios rebeldes de Simón Bolívar. En efecto, si bien este caraqueño conocía en síntesis lo que estaba pasando, sin embargo su posición era un tanto neutra porque no creía que con eliminar a los españoles del mando colonial y entregar el nuevo poder a un grupo heterogéneo ávido de provechos y de asumir posiciones en ascenso, se iba a remediar la difícil situación atravesada, puesto que para sus adentros tal cambio seguía en detrimento de los intereses clasistas, puesto que el levantamiento acaecido distaba lejos de su grupo y solo algunos connotados de esa banda estaban acordes de verdad con este movimiento usurpador. Pero cuando hubo la necesidad de enviar una pequeña delegación a Londres con el fin de la ayuda inicial, el prócer allegado y pariente Martín Tovar Ponte  luego de mucha labia constructiva pudo convencer al señorito de Caracas para que fuera ante la Corte de San Jaime con un reducido séquito por él pagados en los gastos, para que abogara a favor de la colonia insurgida y deseosa de alguna libertad, pero en lo bisoño de su inicio no se dio cuenta o le tuvo poca importancia, que si bien tras corrales los ingleses luchaban contra los españoles por el dominio de los mares, de otra parte muy importante del juego y con las impertinencias del deseo libertario y no de defensa de los derechos reales, como inicialmente se esgrimió para lograr una entrevista secreta  y nada oficial con el Ministro marqués de Wellesley, de inmediato con la prudencia diplomática necesaria el gobierno inglés desestimó cualquier ayuda hacia Caracas, archivando el episodio, pues Inglaterra era una monarquía y andaba cerca de España en la lucha contra Napoleón. De este chasco diplomático y a pesar de todos los parabienes esgrimidos por Bolívar a favor de la Casa reinante de Windsor, que nada pudieron hacer hacia su causa, sí comprendió de inmediato que Inglaterra era la única solución para poder libertar a la América hispana, por lo que a partir de tal viaje comienza a desarrollar una suerte de admiración exacerbada por lo inglés, que mantendrá hasta los últimos días, sin calcular, no digámoslo por ignorancia, que con esa posición para muchos entreguista, solo quiso cambiar de patrón colonial, lo que ya es mucho decir y da pie a bastantes interrogantes sobre su persona e ideas verdaderamente libertarias.
            Sería muy largo y tendido elaborar un artículo con infinidad de detalles  concluyentes donde se demuestra este amor permanente, ardoroso, hacia lo inglés, que se podrá ver en el libro escrito por mi amigo Aarón D. Truman, pero sí voy a traer a colación muchos pasajes de esto que sostengo, y como para la muestra vale el botón, valga decir que en los años álgidos de la Guerra de Independencia y casi destruido como andaba Bolívar, porque el general Pablo Morillo había reconquistado buena parte del país, al Libertador solo se le ocurrió traer un contingente mercenario que se llamó pomposamente la Legión Británica, que en buena parte eran irlandeses, lo que dio mucho que desear en su comportamiento, aunque sí pudo sacar de esa menestra humana algunos buenos oficiales que le sirvieron como ayudantes, edecanes y para algunas misiones difíciles, como el paso de los Andes, la batalla de Carabobo y el sometimiento del general José María Córdoba, que terminó en su injusto asesinato. Así, por estas vías de su entrega hacia lo inglés de entonces siempre consideró que “Inglaterra tenía que ser el árbitro de los destinos de Suramérica”, por lo que en este apoyo sumiso el caraqueño escribe “liguémonos de cuerpo y alma a los ingleses… no podemos existir… sino con el beneplácito de Inglaterra”. Y para más ahondar en la cuestión espinosa escribe al general Santander en junio de 1824: “Nuestra América no puede subsistir, si no la toma bajo su protección la Inglaterra… si nos ligamos a la Inglaterra subsistiremos, y si no nos ligamos, nos perderemos infaliblemente”. Y ya en la conocida Carta de Jamaica, que redacta,  sostiene que el gobierno a instalar  debía ser (“podrá”) a imitación del inglés, y en su discurso ante el Congreso de Angostura, en 1819, con aquello que esgrime del presidente vitalicio, o rey sin corona, (luego escribirá Rafael Urdaneta a Sutherland, refiriéndole que “Bolívar tenía la intención de formar una monarquía, bajo la protección inglesa”) afirma: “Así, pues, os recomiendo, Representantes, el estudio de la Constitución Británica (“la más digna de servir de modelo”)  que es la que parece destinada a operar el mayor bien posible a los pueblos que la adoptan…”. Y sostiene “En nada alteraríamos nuestras Leyes fundamentales, si adoptásemos un Poder legislativo semejante al Parlamento Británico”, de donde el señor Hamilton recuerda al Duque de Essex que “la Constitución propuesta por el General Bolívar [está] formada  sobre el modelo de la Gran Bretaña”, lo que me recuerda el modelo utilizado en la India, Canadá, Australia y otras colonias británicas, que en el delirio esgrime el caraqueño en abril de 1829, sosteniendo ideas de un protectorado británico, y así dice: “Albión es la dueña de las naciones”, por tanto bajo su sombra podremos crecer, hacernos hombres, instruirnos y fortalecernos”, porque la intención entonces era a cambio de ayuda entregar concesiones territoriales a dar en Centroamérica (Panamá o Nicaragua), saliendo así de un amo para caer en otro.
            En este tono del entreguismo o algo por el estilo el Libertador al argentino Bernardo Monteagudo en buenas paces escribe, en agosto de 1823: “Luego que la Inglaterra se ponga a la cabeza de esta Liga, seremos sus humildes servidores”, de donde por siempre calló lo relativo con la ocupación británica de la venezolana isla de Trinidad. ¿Porqué nunca habló de ello?.  Es otra mancha que se debe analizar a la luz de estos descubrimientos, pues dentro de la alabanza a lo monárquico inglés don Simón sin aspavientos expresa: “No hay país más libre (?) que Inglaterra…. Inglaterra es la envidia de todos los países del mundo y el modelo que todos debiéramos imitar…  y si viniera del Gabinete británico una propuesta para que se estableciese una monarquía o monarquías en el Nuevo Mundo, hallarán (en mí) firme y  seguro apoyo… a sostener el soberano  que Inglaterra propusiese…”. Por ello expresa Carlos Villanueva “Bolívar pensó en una monarquía criolla, disfrazada o declarada, bajo el protectorado de Inglaterra”.  Y así el caraqueño demostraba el amor por Inglaterra, incluso antes y después que lord Arthur Welleshey en 1807 trajera un ejército inglés de ocupación hacia Puerto Cabello en Venezuela,  pero que en el camino, con una contraorden sobrevenida los expedicionarios se desviaron hacia la sevillana Cádiz, por causa de la guerra sostenida con los intrusos franceses.
            Y volviendo sobre el tema colonial sostenido por Bolívar asentamos que en marzo de 1825, en una conversación mantenida con el inglés T. Mailing, éste le confirma sin rodeos: “… estoy dispuesto a ofrecer mi apoyo a cualquier soberano que nos dé Inglaterra”…”. Por ese estilo al Mariscal Antonio José de Sucre, en enero de 1826 el Libertador le asienta también “La alianza con la Gran Bretaña es una victoria en política  más grande que la de Ayacucho, y si la realizamos… nuestra dicha es eterna. Es incalculable la cadena de bienes que va a caer sobre Colombia si nos ligamos a la Señora del Universo”.  Y en el banquete que le ofrecen en 1827, en Caracas, admirándolos sobremanera “todos sus elogios fueron para Inglaterra”, e incluso hace saber  al importante George Canning (éste había dicho “Hispanoamérica es libre… y será inglesa”) que como compensación que él reciba  de ese imperio, Cuba y Puerto Rico caerían bajo el dominio británico. Y en el colmo de la zalamería dirá el 30 de abril del mismo año, que los ingleses “poseen el patrimonio de la libertad y de la gloria”.  Pero eso sí, lo que para nada aborda el caraqueño sobre esta posible y triste relación que piensa entablar con Albión, es lo referido a su revolución  industrial en boga, con el invento de la máquina de vapor, “lo que no toma en cuenta a lo largo de su gestión política para el desarrollo sustentable de su proyecto nacional”.  
            No menos cierto es que Bolívar recibió veladamente y hasta por compras  armas y bastimentos de aquel imperio opresor, que mira a la América como un negocio lucrativo de amplio espectro, sobretodo desde el siglo XVIII y en el contexto del imperio español que se derrumba, al tiempo que dentro del desastre fiscal en que se encuentra inmersa la república colombiana, el centro de la corrupción financiera de los préstamos que se reciben bajo la orden de Bolívar persisten radicados en Londres, lo que dará pie a un próximo artículo en que trataremos con pelos y señales tal suma de desastres bancarios, porque el desconocedor de finanzas que es Bolívar daba “facultades ilimitadas” en este sentido, por lo que el vivazo  y “bon vivant” paisa Francisco Antonio Zea, con ese aval ilimitado del caraqueño hizo de las suyas en el aquel predio de la raponería y el descaro plutócrata. Valga recordar aquí lo que vino a ser el desastre de la Legión Británica, mercenarios traídos con paga y pertrechos, pero luego dejados a la bartola y a las anchas mientras unos murieron de enfermedades como la fiebre  amarilla, el paludismo o las diarreas, otros saquearon sin detenerse como acaeció en Río Hacha, y del total de seis mil cien que vinieron en los viajes muchos eran aventureros borrachos, insurrectos, desertores, busca pleitos enfermizos e inadaptados de fortuna, con condenas en su país por servir a otros gobiernos sin permiso, por lo que Bolívar en el desencanto y el fracaso de los hechos, a pesar de la valentía del algunos, en julio de 1820 adolorido sobre ello escribe a Mariano Montilla: “…verdugos que si no los pagan no matan y que son como aquellas cortesanas que no se rinden sino después del cohecho”. Pero por encima de este amor desenfrenado y con la óptica que miraba el Libertador aquel futuro, desde luego triste para él porque murió abatido por el desengaño, no debemos olvidar que algunos jóvenes incursos en tal grupo llamado Británico, porque con él también vinieron soldados en el paro forzoso pero valerosos procedentes de Escocia, Gales, Hannover y otros lugares sin trabajo, y algunos jóvenes dinámicos y llenos del romanticismo de su tiempo al estilo Lord Byron que en grupo se unieron al Libertador y de los que saca provecho teniéndolos bien cerca de su actividad, sirviendo muchos en su Estado Mayor, o como Edecanes, que hasta coloca por encima de la oficialidad criolla, dados para algunos sus conocimientos y estudios, o bien su conducta guerrera, como acontece con el íntimo O’leary, O’Connor, Robertson, Devereaux, Peru de Lacroix, Boussingault, Mac Gregor, el infaltable para muchos Henry Wilson (de quien por cierto se dijo, infundadamente, que “era un espía español” infiltrado, a la orden del Duque de San Carlos), Belford Wilson, Sandes, Miller, Ferguson, el héroe Rooke,  el  recio  Ferriar y tantos otros que dieron lustre a los salones bolivarianos con su prestancia, que en buena parte sustituyeron a los ayudantes del General caraqueño y que algunos inmolaron la vida al servicio patriota de ideales dispersos.   
            En conclusión, vistas estas exposiciones sobre el cariño compulsivo que Simón Bolívar sentía por todo lo inglés y en especial sobre la política y el poderío militar de ese imperio que domina el siglo XIX y parte del siglo XX, hecho a punta de vivezas y hasta de genocidios y donde ante tantos intervinientes  aquí señalados,
como la propia palabra de Bolívar, que de manera escrita plasman la realidad de lo planteado, no debemos sino reiterar nuestro punto de vista en el sentido que el Libertador por intereses propios o de aquel Estado un tanto artificial que creara, porque pronto fue disuelto, de acuerdo con la documentación que en síntesis se aporta se extralimitó sin medir consecuencias, como era natural en su persona, puesto que analizados uno a uno el substrato contenido y la pasión con que lo expone para buscar los resultados, dentro del espíritu que tiene dominante deja muy en claro el comportamiento personal frente a ese enorme imperio absorbente que de haber caído en sus fauces hoy practicaríamos el  apharteid dentro de un calvinismo a la manera anglicana y utilizáramos todos los sistemas que dicho imperio hizo uso en forma sibilina para con los subordinados. Que Dios nos ampare en estas cavilaciones que ahora se nos presentan. Por manera que, dejando a mis pacientes lectores para que piensen a las anchas o mejor mediten sobre lo expuesto de esta importante faceta del Libertador, para el buen desenlace de esta crónica afirmaremos una vez más que Bolívar amaba a los ingleses, pero supongo que nunca quiso nada con el británico doctor Jaime Thorne, que era el marido de su mujer Manuela.

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