Amigos invisibles. Un tema trascendental para muchos de los que indagan en nuestro blog es el que ahora vamos a tratar, porque en el desconocimiento aún se encuentra esta materia histórica que dio origen legal a todos los países americanos como naciones independientes. El problema se plantea desde un principio cuando a raíz de los acontecimientos subversivos que hacia 1810 acaecen en estas provincias indianas con motivo de la detención de los reyes Carlos IV y Fernando VII por obra de Napoleón Bonaparte, y se insurreccionan las colonias en defensa de los derechos reales, que en síntesis fue una mascarada para conseguir cierta soberanía, como aspiraban las clases mandantes en estos países americanos. Pues bien, de allí arranca todo el rompecabezas puesto que a dichas clases dirigentes se les subieron los humos al cerebro, y con los líderes o caudillos que tal situación genera, comienzan a maniobrar en un zigzag para la liberación total de este continente hispano americano.
Como es de esperar que todos conocen las peripecias ocurridas durante la sangrienta guerra de liberación, en que un poder constituido en la metrópoli y en gobierno durante más de trescientos años sujeta al toro por los cuernos en estas provincias de ultramar, lógico era que con el desgaste político y económico ocurrido en la península española con motivo de tantos sinsabores que acaecen por aquellas tierras de la Mancha y con quijotes incluso, se fuera fortaleciendo el poder provincial americano cuando fallan los suministros para la guerra, se desprestigia la razón de ser de un imperio que puede dar pérdidas en una economía vacilante como la española y que, en fin, por obra de tantos tropìezos políticos que acaecen en el corazón hispano que tambalea por tanto chasco entre unas cortes desabridas que cambian constituciones por obra de la presión interna y la posición mal secuente –y valga el neologismo- del dominante Fernando VII, que en la miopía política no mira lo que existe debajo de la alfombra, todo ello da por resultado que fuerzas internas comiencen a pensar de muchas maneras y hasta de constituir a las Américas en reinos dependientes de Madrid, para así disipar temores fundados en la realidad y a la vez dar respiro a la tensa situación que se vive en las capitales y otras zonas de redención hispanoamericanas.
Mientras tanto la guerra de desgaste se mantenía tensa por estos lares de aquende el océano, con figuras como Bolívar que exaltados buscaban la independencia total a toda costa, en la contrapartida el ejército que comanda el pacificador Pablo Morillo anduvo en aprietos diversos y por falta de auxilio ya que de España nada venía en este sentido, al tanto que los patriotas de Venezuela se mantienen de capa caída en una guerra perdidosa, por falta de espíritu marcial y porque la contienda en muchos aspectos se expresa a favor del zamorano Morillo sobretodo desde 1816 hasta 1819, cuando manejaba casi todo el territorio la bandera hispana del “non plus ultra”, y los patriotas se refugian entonces a la sombra del caudillo general José Antonio Páez, que con sus hábiles lanceros defendía la situación en ese trienio de desastres. Por manera que dentro de la estrategia que traza el caraqueño Bolívar está la del aguante, mientras se recupera terreno, se puede incorporar más gente a las filas guerreras que se golpean con la falta de estímulo y la deserción, y porque hay que establecer nuevos planes de lucha, al tiempo que se pìensa en ataques decisivos al enemigo y en crear a la Gran Colombia para de esta manera poder destruir el poderío sempiterno de Iberia en este continente dominado por sus garras.
De otro contexto a sabiendas Morillo de su avance y su seguridad de un triunfo acaso pírrico porque el corazón de la contienda por lógica razón se mantenía del lado republicano, sin embargo como buen militar no daba el brazo a torcer y más cuando conoce que en Hispania se prepara un ejército de 6.000 efectivos que vendrá a socorrerlo (entonces se decía como ardid militar que iba para Méjico) en sus menguadas tropas, lo que le mantiene el espíritu tranquilo y consciente de que la misión emprendida anda en el camino correcto. Pero dio la mala suerte para el Pacificador que como en la Península seguía en ascuas la situación política con los desmanes insensatos de Fernando VII, este ejército ya formado y que a punto de embarcar rumbo a la América se mantenía presente en Cabezas de San Juan, cerca de Cádiz, esa tropa de regimientos preparados reacciona en contrario, pues como el jefe masón de dicho contingente militar, teniente coronel Rafael del Riego, tiene otras ideas en mente, en mala hora junto con otros tres militares de mando que allí se encuentran deciden dar un golpe militar en el sentido de rebelarse contra el viaje, exigir la puesta en vigencia de la constitución liberal de 1812, lo que consigue, y dispersar a los combatientes, situación en la que casi ahogado de tal empresa inesperada acepta el pusilánime Fernando VII, mientras el rebelde asturiano Riego se convierte en héroe nacional.
Como era de suponer y previo los preparativos del caso para realizar la famosa Semana Diplomática a realizarse en Trujillo, que como vemos anda en manos patriotas, la delegación española arribó sin contratiempos a la vieja ciudad en la tarde del día martes 21 de noviembre de 1820, cuya patrona es Nuestra Señora de la Paz y que hoy ostenta una estatua de la Virgen montante a 47 metros de altura, la que se hospeda con sus respectivos servicios en la amplia casona de dos pisos del andaluz malagueño José de Gabaldón, establecida en la parte baja de ese poblado de algunos 15.000 habitantes, mientras que la delegación republicana de Colombia, que así se llama el nuevo país, ya había llegado a Trujillo y se aloja con el séquito acompañante en un ángulo de la Plaza Mayor y frente al edificio del Estanco de Tabaco, en cuya parte interior se acomodan porque los dos amplios salones que miran a la calle se habilitan con muebles y escribanos para que allí funcionen por separado tanto la delegación española como la patriota. No es de extrañar que esa misma tarde ambas comisiones se hayan saludado de manera informal, de acuerdo con el protocolo y la etiqueta sustentados, en el hospedaje de la delegación monárquica recién llegada, por ser en este caso anfitriones los republicanos.
El miércoles 22 de noviembre, día segundo del encuentro y ya reunidas oficialmente ambas embajadas, se procedió a realizar el canje necesario de los poderes plenipotenciarios, una vez revisados los documentos respectivos, mientras que por los representantes de cada parte se procede a conformar como a dar el visto bueno de la agenda respectiva, al tiempo que los agentes del general Morillo hacen entrega al general Sucre, en larga y detallada comunicación, de las bases o proyectos contenidos en los convenios para aprobar en dicha controversia, los que de inmediato se comienzan a revisar, por la parte republicana. En la tarde y de nuevo reunidos, los diplomáticos colombianos y por escrito contestan a la pretensiones españolas, agregando a su vez los objetivos, propósitos o enmiendas con que se empeña la delegación republicana, lo que deriva en conferencias intergrupales, largas y penosas de un principio, pero cortesanas, cordiales y distinguidas.
El 23 de noviembre, día jueves y tercero de las entrevistas, se inicia con un arduo debate que ocupa buena parte de la jornada, con el tira y encoge de las peticiones mutuas, en el ámbito diplomático, cuando la delegación colombiana acuerda modificar sus pretensiones y luego, cediendo posturas en la discusión al ver que los delegados españoles agotada la materia en mesa amenazan con regresar hasta Carache, su punto de partida (“regresamos inmediatamente”), donde se aloja el conde de Cartagena, Pablo Morillo. Mas vista la nueva posición colombiana, expuesta por boca del diplomático general Sucre, se apaciguan los ánimos caldeados, con lo que los hispanos aceptan seguir en las conversaciones respectivas. El cuarto día de las entrevistas, viernes 24 de noviembre, continúan las conferencias para aclarar aspectos conflictivos, afinando los términos de una posible resolución, “sin que tuviesen ahora los términos [de parte y parte] ninguna proposición exagerada”.
En el quinto día de las reuniones (sábado 25 de noviembre), luego de afinar términos y de achicar pretensiones coincidiendo ahora en lo fundamental, ante escribanos y amanuenses diestros que deben realizar los sendos documentos con premura y “bella” letra, sin tacha y menos enmiendas para la firma y refrendo de cada parte en litigio, se procede a firmar, iniciándose ese día con el básico Tratado de Armisticio, que contentivo de quince artículos en los detalles revisa en su morada el propio Bolívar, recién venido de Sabanalarga, con duración de seis meses y extensivo a los tres departamentos de Colombia, con el que concluye la horrible Guerra a Muerte, que había descendido en intensidad desde 1816, tratado que se firma a las diez de la noche de ese sábado, y que una vez ratificado por Bolívar el domingo siguiente, y cuando lo hace también el general Morillo, de inmediato se envía a los cuarteles generales de ambos bandos, para el cumplimiento definitivo.
Ese domingo 26 y luego de los servicios religiosos de rigor se procede a concluir los protocolos de un Segundo Tratado, acordado en las mesas de debate y desde luego que con el beneplácito de Bolívar y Morillo, o sea el de Regularización de la Guerra, contentivo de catorce artículos referentes al ejercicio de la misma contienda (prisioneros, muertos, etc.), el que se firma también a las diez de la noche de ese día festivo. Una vez concluido este ejercicio de honda repercusión histórica para todos los países hispanoamericanos, en que dejaron de ser simples insurgentes para considerárseles a la luz del Derecho Internacional Público como beligerantes, con todos los derechos que el término conlleva, el principal brigadier y amigo Ramón Correa insinuó a Bolívar, presente en la asamblea, que accediese a la invitación que le hacía el general Morillo para entrevistarse en el cercano pueblo de Santa Ana, equidistante de los cuarteles de ambos opositores, lo que se lleva a cabo el lunes siguiente y 7º de los Tratados, donde finalmente el zamorano allí rubrica en el refrendo y por España, tan por demás importantes documentos, que dados su contenido explícito e implícito son base de la independencia de cada país americano y desde luego que el reconocimiento tácito de Colombia, según lo escribe el jurista Nemesio García Naranjo, porque cada uno de tales instrumentos bien claro comienza “Deseando los gobiernos de España y Colombia manifestar…”. Allí en Santa Ana se conocieron esos dos grandes hombres y luego del abrazo y la recepción ofrecida por Morillo no se volvieron a ver (donde estaban presentes grandes figuras del momento como don Miguel de La Torre, ya designado Conde de Torre Pando, el futuro Mariscal Sucre, el distinguido patriota coronel Diego Ibarra, el coronel Tello, el comandante Pita, oficiales ingleses, el Secretario Caparrós, y acaso los Estados Mayores de ambos Generales, como otras distinguidas personas), porque sus destinos eran diferentes.
En resumidas cuentas y como se comenta tras corrales, de esta historia muy cierta la intención de Bolívar con aquella Semana Diplomática y sus resultas fue obtener más tiempo para reforzar sus tropas y así disponer mejor al ejército, con miras a triunfar en Carabobo, y luego en Boyacá, y en Pichincha, y en Junín y con su pupilo Sucre al frente, en la inmortal batalla de Ayacucho. Como dicen muchos historiadores aquello fue una mascarada, una comedia más de Bolívar para ganar la guerra. Pero no se crea que el cazurro Morillo había caído en la trampa, porque como está escrito en sus memorias la famosa Orden Real de abril de 1820 decapitó la historia española en América, y Morillo, como hombre vertical, debió cumplir esa orden para los españoles maldita, porque con ella se perdió América.
ramonurdaneta30@hotmail.com
interesante blog
ResponderEliminarsaludes desde honduras