Al doctor Francisco González Cruz, rector de
la Universidad Valle del Momboy, en
Valera, Venezuela. Dedico.
Amigos invisibles. Este tema a
tocar para mí es permanente, pues desciendo de aquel reino ficticio e indígena
donde nací y en parte me formé, de donde a mis años puedo escribir con sensatez
y claridad sobre tantos aspectos del hasta ahora poco conocido grupo cultural que
viene a ser un ícono dentro de esa Venezuela indígena entre la variedad de
tribus establecidas en el país, porque a
su desarrollo dediqué el libro “Diccionario general de los indios cuicas”
(Caracas, 1997) y otro trabajo condensado
con el mismo epígrafe identificador en este blog el 28 de abril de 2.012, siendo
producto del estudio respectivo y que ahora prometo ampliar lo necesario (con
el permiso de los pacientes cuanto interesados lectores) para que todos sepan los
intríngulis de ese mundo casi desaparecido entre un mar de leyendas y por cuanto suficientes
amigos me han pedido que insista sobre el trabajo realizado a fin de darlo a
conocer entre los antropólogos e indigenistas, académicos y otros amantes
extranjeros, lo que comienzo a imbricar en varias sesiones de enseñanza, porque
de otra manera no podría ser.
ORIGEN GENÉTICO.
La cadena de montañas que
conforman la parte andina de Venezuela, por lo contrario del macizo guayanés,
son las tierras más nuevas de nuestro
territorio, pobladas lentamente y quizás
desde hace unos cinco mil años, una vez que se retirara de aquellos lugares el período glacial. Desde luego que en el
contexto de esa masa autóctona americana y dentro de dos teorías, la mongólica
siberiana o la polinesia del etnólogo Paúl Rivet, gentes extrañas vinieron a establecerse
en los nuevos territorios, de donde a Venezuela entran por el Sur dos grandes
oleadas indígenas, arahuacos y caribes que con el curso del tiempo tomaron posición
en el entorno de las fronteras establecidas, para así irrumpir desde el llano
sabanero y hacia los escarpados Andes venezolanos parte de esa nación arahuaca,
entonces más desarrollados culturalmente, mientras los guerreros caribes salían
a través del río Orinoco para extenderse por el amplio mar al que dieron su
nombre.
Dentro de la superposición de sociedades y costumbres,
hacia el comienzo del segundo milenio aparecieron desde el Occidente y en
nuestros Andes venezolanos, pueblos de otra realidad cultural, más sedentarios
incluso, que provenían como desprendimientos avanzados de la fronteriza gran
nación muisca o cundiboyacense colombiana, que en la mezcla subsiguiente se
fueron aposentando en lo que hoy son los
tres estados andinos y otras tierras cercanas, con buen entendimiento de sus
habitantes, desde las montañas altas del Estado Lara hasta la extensa
altiplanicie de Cundinamarca, donde predominaba
la etnia chibcha, dueña de mucho oro por el trueque que hacía en la venta
de ricos placeres de sal minera (kuchafi o mumbúh). Pero ese negocio
interactivo vino a decaer cuando las aguerridas tribus caribes entran por
el lago de Maracaibo o de Coquivacoa y
se adueñaron de sitios estratégicos fluviales pertenecientes al hoy Estado
Táchira, con lo que en la ruptura habida se perdió aquel comercio tribal y el
entendimiento establecido de siglos atrás, de donde los indios mukus de Mérida y los cuicas de Trujillo (nunca unidos en una
sola nación, en la falacia y leyenda de lo absurdo comienzan a llamarlos timotocuicas)
despojados de ese cordón umbilical formativo, dentro de una nostalgia
acompañante quedaron apenas con una relación no muy dinámica entre ellos
mismos.
DOS NACIONES, DOS RÍOS.
Delineados así estos comienzos del estudio debemos
afirmar, por tanto, que dos grupos culturales indígenas afines por su
procedencia pero no iguales, existieron para el momento en que los
conquistadores españoles penetran por primera vez en territorio andino de
Venezuela, es decir, el extenso grupo mukus correspondiente a Mérida, y el
poblado cuicas, establecido en Trujillo. Ambas grandes naciones compuestas por numerosas
tribus mantuvieron buenos contactos étnicos y culturales sin perder su identidad,
e incluso en ciertos sitios territoriales se relacionaban de manera estrecha,
como fue el caso de los fronterizos indios timotíes.
A objeto de mejor separarlos, basta decir que la nación
mukus tenía como vértice de su existencia el merideño río Chama y sus
afluentes, y dividido por la impar
cordillera nevada andina en sus altas montañas hacia el oriente de aquel
territorio se hallaba establecido el fantástico mundo de los cuicas, cuyo eje vital
también era el caudaloso río Motatán (Hitatán), que en un principio dio nombre
a esos terrenos de su cuenca, y a la vez el río Boconó, cuyas aguas son
servidoras hacia los grandes cauces
llaneros. Es menester aquí decir que los nombres para identificar tales
culturas no provienen de alguna superposición de jerarquías, pues la mukus (así
respeto la “k” determinante) o para otros chama, deriva de la toponimia
existente, y la cuicas se debe a la extensión lingual que dieron los
conquistadores a los pueblos situados en lo que hoy conforma el Estado Trujillo,
al haber penetrado inicialmente sus huestes por tierras de los indios cuicas,
pues en verdad estos lugares estaban poblados por cuatro importantes familias
indígenas al mando de caciques diversos, que se emparentaban entre sí y que por
cierto no anduvieron muy de buenas unas con otras parcialidades, lo que dio
oportunidad a ser pronto sojuzgadas por
el invasor europeo al mando del extremeño Garcia de Paredes, a pesar de las
oposiciones armadas que por cerca de dos décadas les hicieron algunos
connotados caudillos indígenas (ergo Pitijai) y sus huestes.
LOS CUICAS Y LA PENETRACIÓN ESPAÑOLA.
Para ampliar el concepto debemos señalar que la palabra
“cuicas” proviene del término chibcha “cuate quica”, que significa “tierras altas”,
y que esta nación se hallaba asentada sobre una superficie serrana de 362
leguas, según el cálculo español, mas las tierras bajas adyacentes, es decir,
algo así como 8.000 kilómetros cuadrados, correspondientes a un poco más del
hoy Estado Trujillo, tierras que corren desde el páramo Serrada hasta el macizo
de Comuñere, para llegar al portachuelo y llanos de Carora y Monay, la quebrada
Tafajes, hacia el occidente timotí, las aguas vertidas rumbo a los llanos
barineses y piedemontes andinos, y los otros
fluidos acuosos que encauzados por el Motatán, río padre de la nación cuicas, vierten
su caudal en el lago de Coquivacoa (Maracaibo).
Sea oportuno asentar que los primeros españoles que exploran terrenos de
esta nación andina son algunos soldados dispersos al mando del capitán y
justicia mayor Pedro de San Martín, de la soldadesca extraviada a cargo del
alemán welser Ambrosio Alfinger, que un
tanto perdidos deambularon por tierras
lindantes con el lago de Maracaibo. Años después y por alguna información
de confidentes indígenas sobre supuestas riquezas auríferas (que en verdad eran
vetas de mica o silicatos brillantes) se arma una expedición al mando del mestizo coriano Diego Ruiz
Vallejo, que sale de El Tocuyo en 1549 y con
adversidades presuntas va hasta el valle de Boconó, sin obtener mayor
éxito de riqueza en tal búsqueda apresurada. Y es al extremeño trujillano Diego
García de Paredes, hijo del famoso “Sansón de Extremadura”, a quien toca el
honor de incursionar de manera definitiva y oficial sobre el territorio cuicas,
quien desde El Tocuyo y a través de los Humocaros larenses da vueltas para al
fin hallar un sitio propicio a objeto del asentamiento humano requerido, en el
populoso sitio de Escuque, de donde una vez fundada la población llamada
Trujillo con el protocolo de costumbre, debió cambiarse aprisa de lugar a esta “ciudad portátil” rehecha en siete
oportunidades, de donde su cognomento nominal varió por causa de los traslados,
debido en casos puntuales como los latrocinios y violaciones con la población
autóctona, otros desmanes, malos terrenos infecundos para la agricultura y variadas
calamidades naturales como la invasión de grandes hormigas llamadas bachacos,
la salubridad, etc., hasta que al final el también extremeño Francisco de Labastida con olfato
zahorí la asentó en un pequeño valle pacífico de los indios Mucas, abrigándola
así contra las posibles excursiones y guasábaras indígenas.
POBLACIÓN Y FAMILIAS.
Dentro de un territorio poco
poblado (500.000 personas) como era Venezuela, el número de los habitantes
cuicas para aquel tiempo de la colonización española podía exceder algunos
20.000 naturales, si tomamos en cuenta la alta mortalidad de sus miembros
debido a causas comunes como enfermedades infantiles (diarreas), sarampión, deficiente
ingesta alimenticia (tuberculosis) y a la relación con el hombre barbudo,
blanco (karachu), que produjo encuentros guerreros, trabajos extenuantes y nuevos
padecimientos, por ejemplo la terrible viruela, para la cual no tenían defensas
corporales los nativos, de donde fallecieron por miles a causa del terrible
flagelo transportado. Otros padecimientos que se ensañaron con el elemento
indígena fueron el ancestral bocio, el importado tifus, la malaria o paludismo,
la fiebre amarilla de las tierras bajas, y la terrible lepra, sobre todo en las
regiones altas o parameras trujillanas.
Cuatro importantes familias conformaban
esta nación, que fueron : 1) Los tostóses, identificados por boconoes, con
quince parcialidades (majunt); 2) los timotes, con ocho parcialidades en
Trujillo, estos muy consustanciados con los demás cuicas, y otras doce parcialidades
del lado merideño, aguas arriba del río padre Motatán, que hacía de franja
divisoria y que sirvió durante la colonia como frontera entre Santa Fe y Venezuela; 3) Los valientes
escuques o escuqueyes, conformados por doce parcialidades habitantes de tierras
altas por las montañas del emblemático cerro El Conquistado, y las bajas hacia Betijoque y
los llanos cercanos al lago marabino; 4) Los propiamente cuicas, más cercanos a
El Tocuyo, con veinticinco parcialidades. A este linaje característico hay que
agregar la peculiar familia cuicas de los tirandáes, con catorce parcialidades principales centradas alrededor
de lo que hoy se llama el emblemático Santiago (chachí). Esas familias principales dependían
anímicamente de los villajes o centros
indígenas (kustomós) de Boconó, Jajó, Escuque y Carache. Dentro del sedentarismo existente a que
estaban acostumbrados, en dichas tribus podían contarse diecisiete pueblos
aborígenes con dialecto común, salvo localismos y algunas influencias exógenas
fronterizas, de donde bien se entendían en la diaria relación social. A estos pueblos aborígenes una vez llegados
los españoles pronto los reubican en lo que ellos llamaron “asentamientos”, que luego algunos cambiaran
de emplazamiento por disposición legal española, siendo así otros indios
repartidos y colonizados mediante las llamadas encomiendas.
En definitiva los cuicas se componían de cinco grandes familias y un
total de ochenta y seis parcialidades, que le dieron característica y presencia
a esta nación y que por rara concordancia como caso especial siempre ha
identificado in extenso a su pueblo con el territorio trujillano. Debemos
indicar igualmente que la nación cuicas
estuvo rodeada en sus fronteras de otras tribus indígenas, entre las que
señalamos: A) Los fieros jirajaras y betoyes, de origen nómada caribe,
establecidos hacia las zonas de los llanos de Monay y Carora los primeros,
quienes emparentaron mezclándose en
algunos casos con los cuicas caracheros (verbigracia el caso de Pitijay), y al
Sur del Estado en el piedemonte portugueseño y barinés, los segundos; B) Los
quiriquires, motilones y aliles, también de origen caribe, a través de
contactos mantenidos por el lago de Maracaibo, como expertos navegantes en curiaras;
C) Los caquetíos y homocaros (humocaros) larenses cuyo hábitat correspondía por
el piedemonte andino y caroreño; D) Los aracayes, gayones y cambambas, hacia
las estribaciones llaneras; E) Los caratanes y calderas, también vagabundeando
en el piedemonte barinés; F) Y los chamas, mucuchíes y chachopos, hacia las
alturas de la cordillera andina, una vez traspasado el río Motatán. Otra penetración indígena también
existió por parte de la nación mukus, es decir los timotíes, que algunos se establecieron
en una faja desde las márgenes del río Motatán hasta Castil de Reina, cerca de
Mendoza Fría, con prácticas culturales muy influenciadas por la cultura cuicas.
AMBIENTE GEOGRÁFICO.
Con respecto a la materia geográfica podemos agregar que en el mundo territorial
de los cuicas hay treinta ríos principales o cursos de agua, con buena
contención de líquido para aquellos tiempos debido al espeso follaje de sus bosques,
y que además se podía divisar treinta y cuatro picos montañosos, algunos
parameros (gank), con más de tres mil metros de altura, donde reinaban las
plantas mágicas como el frailejón de hojas aterciopeladas (fho) y el vigorizante díctamo real (drossera
condeensis), el reino mágico de la neblina y el silencio mayor entre bellas lagunas
existentes, y donde pasearon sus imponentes cuerpos territoriales el característico
oso frontino y el alado cóndor altanero, que también domina el escudo de armas
trujillano.
El río Motatán, caudal emblemático de aquellos indios cariñosos porque
era fuente de vida y esperanzas, de un inicio separó el territorio dependiente
de Pamplona en Colombia y el que correspondía a El Tocuyo, cabeza colonial de
Venezuela, según la división de sus aguas, lo que se hiciera ley mediante
convenio firmado en el valle de Tostós (Boconó) a principios de 1559, entre
representantes de ambas partes jurisdiccionales, o sea al inicio de la
conquista de este territorio indígena. A
ese río padre (kombok) que desemboca por rico delta en el lago de Maracaibo, le
son afluentes muchos cauces y quebradas, como el Momboy, Misturnucú (Jiménez) y
el Carache, y dentro de la división
colonial que separaba a Santa Fe de Venezuela en la orilla granadina se
hallaba establecida la floreciente
Mucurujún (Timotes), en la vía que parte de los Cuatro Caminos (op)
indígenas para después unidos atravesar
el territorio cuicas, mientras el natural indígena entre bucares y cedros milenarios contempla la
belleza paramera de Cabimbú y Tuñame, con el Musi por frente (Teta de Niquitao),
y donde mediante otras veredas ascendían las calzadas indígenas encontradas por
Barinas, en la senda lenta pero segura hacia el intercambio permanente con Mucuchíes
y Tatui (Mérida).
VIDA SOCIAL.
En cuanto a la manera de ser de estos indígenas trujillanos diremos que
eran sedentarios por esencia, agricultores y también practicaban la cacería con
trampas y flechas envenenadas (o la pesca con plantas ponzoñosas usando así el
tóxico llamado barbasco y la lanza delgada), pero lo que excediera en riqueza
natural dentro de sus diversos territorios fríos, templados o calientes fue la
abundancia de venados, chiguires,
picures, conejos, lapas, joques (hurones pequeños), dantas, loros, monos, aves
(kchú) y otras carnes para el diario consumo. En materia de agricultura
tradicional se valían de los sistemas andinos heredados de esos ancestros
muiscas para practicarla mediante terraplenes o vallas de piedra (catafós) con
riego incorporado (tobaley) a través de guaduas, árboles huecos de yagrumo y
acequias trabajadas, utilizando también estanques de almacenamiento (quinpués)
y trojas para guarecer productos de la tierra. Usaban igualmente las hachas talladas, picos y la coa, duras y puntiagudas, chícora o barretones hechos
con maderas fuertes y afiladas para sembrar, teniendo a la mano marusas,
manares, cataures, sacos de henequén y otras bolsas artesanales a fin de
transportar los productos, muchas veces llevados a la espalda (kasembeuch), la
frente o el hombro (kukutan), hasta cuando llegaron los españoles y aportan el
valioso uso del burro, el mulo y el caballo.
Por tradición ancestral toda la propiedad era colectiva, aspecto también
de origen muisca, y se vivía de preferencia en aldeas o grupos comunitarios, en
chozas grandes o pequeñas (kfok o kurokotas) de tierra y palmas (kúrkutas) o
bahareque, pero en las regiones parameras era necesario utilizar la piedra
(teunch) a objeto de resguardarse del frío (cheúch) tenaz. Para el dormitorio
(tetmuí) utilizaban como camas (kuaken), las tejidas esteras (petates) de plátano, cubiertos con
mantas (cupak), las trojes (kaken), barbacoas, y en lugares calientes los espaciosos
chinchorros o hamacas de henequén o cabuya sostenidos por cuerdas y mecates. En
las casas usaban además de cuernos (shiayá) de venado para colgar, el fafoy con
que recoger agua a mantener en fresca pimpina, la paleta o curandún, un fogón
primitivo o anafe con tres topias y leña (tishep) de carbón, prendido con
tizones o mediante el frotamiento de maderas secas, para en ollas (nayú) hacer
los hervidos de carnes y legumbres
(kozó) con cambur cocido y arepas abundantes, mientras la piedra de moler maíz
(“kiangue”, y “metate”, o sea la piedra labrada redonda, más pequeña y mejor
alargada), para hacer arepas en el budare, las vasijas de barro cocido, algunas
a manera de botijos, y otras con asas o agarraderas, eran indispensables con la
necesaria jícara y totuma para líquidos calientes como el chocolate, a fin de así
revivir la vida social e intimista de esa nación indígena de los cuicas, en
Venezuela.
ESTE TRABAJO SOBRE LOS
INDIOS CUICAS CONTINUARÁ PRÓXIMAMENTE.
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