Al profesor doctor Mattias
Urban, de la Universidad de Leiden. Dedico.
Amigos invisibles. Como decíamos ayer, para utilizar el silogismo de fray
Luis de León, hoy seguiremos en el empeño de dar a conocer los valores
intrínsecos de un pueblo indígena venezolano bien identificado que a través del tiempo ha sabido mantenerse
defendiendo su patrimonio a la vez que demuestra una unidad de ser valiosa y representativa con que algunos han podido y
otros andan en el empeño de su estudio, como ocurre con el buen amigo y
conocido lingüista histórico profesor doctor Matthias Urban, de la Universidad
de Leiden (Países Bajos), especializado en los lenguajes indígenas de América.
Pues bien ahora nos toca proseguir este trabajo sobre la vida y permanencia de
la cultura aborigen, por lo que al continuar sobre su estudio de seguidas nos
referiremos a:
LA AGRICULTURA CUICAS.
La agricultura sedentaria o de
siembra (chuk), mediante convite o asociación de indígenas estaba referida al
sostenimiento familiar, y el remanente producido se usaba para el trueque o
permuta comunitaria. Cosechaban por el sistema de conucos el maíz (chja),
jojotos (tsaos), papas (tigueu), tomate pequeño, yuca (tokmósh) en las partes
bajas calientes, batatas (tikué), aguacates (katá), caraotas (trason),
cambures, el algodón fabril (chacho), chuvas, calabazas (kajubá), chayotas,
tabaco, apio (hent), auyama (naju), ocumos, morotungo, churi, guaje, guandúes,
fique (cocuiza) usado para cesterías y sacos, habas, etc. El cacao (ciré) era proveniente de las
tierras bajas y soleadas, cuyos frutos producían el aromático chocolate negro y
tostado, sin dulce (chorote), mientras su aceite sirvió para alumbrar en lámparas de
barro (como también el tártago o ricino), y además las semillas valieron cual
instrumentos de operaciones mercantiles. Mención especial debemos hacer del
pequeño pimiento “ají chirel”, estimulante gástrico muy ardiente para usar en
comidas (molido es el paspis) y que junto con el tronco sensible del maguey
(istú) y las flores aún no abiertas de esa cocuiza o kumbush (llamados
popularmente “diablitos”), forman parte de la cocina ancestral indígena, cuya
base principal eran las papas parameras y arepas de maíz. El tabaco (kohó) de
ristra además de usarse para fumar tenía suma importancia en la producción de
chimó (kikucó), suerte de hoja de coca o jalea gruesa obtenida
a base de su molienda que elimina el hambre y la fatiga mezclada con ceniza y
sal de alumbre en su composición, que mantenida en cajetas (coporo) de cuerno y
usada por peyas (pizcas), se introducía en la boca para luego fijarla a la
parte trasera de los dientes inferiores con el fin de insalivar (matú), proteger la dentadura
y obtener sanaciones o “contras” de culebras (momos), tradición heredada que
aún se conserva en el medio agrícola trujillano.
EL VESTIDO. LAS ARTES
MANUALES.
En cuanto al escaso vestido a manera de guayuco para tapar las partes
pudendas los cuicas usaban tejidos de algodón por encima de los dos mil metros
de altitud, mutatis mutandis, y en cuanto a por debajo de esa cota los
aborígenes preferían el guayuco hecho con materiales textileros naturales para
colocar en las entrepiernas sin pudor y menos intención sexual, adaptándose
todo ello a la condición de hombre o de mujer, estas con el pecho al aire y
algún say o abalorio de piedra, semillas vistosas o huesos en forma de collar,
pintado de preferencia blanco o verde
(tsbambas), que en el subconsciente les recordaba el color de las esmeraldas
usadas por los indios chibchas, establecidos más allá al occidente de Pamplona;
pero el hombre ya formado como tal se ponía alguna calabaza o totuma sobre el
miembro genital para resguardar tan importante órgano reproductor. En las tierras altas como dije fue necesario el
uso del vestido de algodón (chacho) de primorosos trazos y hasta con plumas de
animal, teniendo en cuenta el resguardo personal de los parameros (guates), pues
sabido es era tejido en fibra regional, donde despuntaron como diestros
trabajadores, con lo que elaboraban diversas prendas, verbigracia las mantas,
túnicas (sangói) y demás ornamentos textiles, ruanas decorativas y distintos elementos
de distinción tribal.
Otra técnica manual desarrollada fue la cestería, de diversa factura,
hecha a base de palmas, cabuya o fibras finas, e incluso con carrizos (kinok)
delgados, de donde se fabricaban petacas, manares, canastos, (joros), marusas y
bolsos para guardar productos, como los existentes telares caseros de fique, éstos
con el fin de tejer sacos (yurures) y alfombras. Dentro de la elaboración de tantos objetos
útiles de barro (chiriguas, jícaras, tatuques, múcuras, cántaros (ktush),
vasijas boconas o bocoyes, chorotes, imbaques o tinajas, etc.), diremos que
también eran expertos en los budares (ispac) para cocer arepas (suridipa)
delgadas o de pan de maíz pelado con ceniza (nabush). Otras prendas de vestir
usadas por algunos indígenas como sus descendientes en el diario y diverso laboreo, fueron las
cotizas (aitoc), alpargatas que se elaboraban en forma manual con capellada
arriba tejida y una base de duro cuero de danta o de venado, curtido con
dividivi o say.
Buenos alfareros estos naturales americanos, de ellos además es bien
conocida la cerámica pintada, antropomorfa, figurativa y de utensilios, por lo
cual dichos indios expertos en el trajín cerámico mezclaban arcilla y caolín,
cocidos al sol o el fuego, coloreados entonces de amarillo, azul, marrón o
rojo, y donde abundara el signo “S” acostado. Piezas de valor se han podido
encontrar en sitios como Makarena, Chejendé, Mitimbuén y La Concepción de
Carache. Igualmente creaban pectorales
tallados como prendas, y por desconocer el viejo trabajo de metales pulían la
piedra, conchas, el cuarzo, azabache, la pizarra y el sílex en punta de flecha,
como herramientas de trabajo u ornamento. Urnas funerarias, vasos, sahumadores,
vasijas, lámparas, tripoides, candelabros (de tres pies y hasta imitando a
figuras de serpiente), porta ofrendas y muchos otros utensilios se elaboraban
con arte en aquella cerámica local.
Dentro de esa técnica a emplear, los ídolos y muñecos de barro se
fabricaron sedentes (para los jefes), de pie y en actitud de ofrenda, siendo
ellos carones, de cabeza achatada, tenían orejeras, los ojos cerrados y las
pantorrillas gruesas mientras algunos sonaban en lo interior, quizás por razones
esotéricas o tribales. En diversas figuras conocidas abunda el homenaje a la
muerte, que es algo determinante, copiándose también animales cercanos a esa
cultura como la serpiente, la culebra, el caimán, el cachicamo, el tallado murciélago
ancestral llevado sobre el pecho, y la rana o el sapo. Dentro de esta variada
cerámica cuicas, que permanece en museos o entre colecciones particulares, es
de destacar la pieza grande denominada “el hombre del collar”, cuya cara es una
máscara, que mide 58 centímetros de tamaño.
LA MEDICINA NATURISTA.
En el mundo de la medicina naturista y alternativa debemos asentar que
dentro de un repertorio amplio de esta ciencia los cuicas admitían las
propiedades curativas de las yerbas, frutos, hojas, flores, raíces, árboles,
cortezas y hasta de ciertos animales, todo ello protegido por la magia
ancestral homeopática heredada también de los muiscas a través de hechiceros
(mohanes) viejos (cundoc) conocedores de las tribus y hasta con imposición
religiosa, todo ello ejercido sobre un
culto dogmático y bajo una fe profunda de la sanación, donde se aplicaban
sistemas de la liturgia indígena, rezos y tristes cantos sacramentales. Entre estas medicinas ambientales podemos citar el uso del algarrobo
(antiasmático), ají (estimulante del apetito y antihemorrágico), la hoja de coca,
como lo escribo (calmante de los nervios y dolores óseos, antidepresivo),
algodón (antirreumático, antidiarreico, para las paperas y el dolor de oído),
maíz (sus barbas contienen sustancias diuréticas y desinflamatorias), el tabaco
(protector dental, contra la sarna y antiinfeccioso), el paramero díctamo real
(panacea dionisíaca para atender muchas curaciones y prolongando la vida, que
hace fecundas a las mujeres y mantiene la potencia sexual), guaco (contra el
veneno de culebras), guaramaco (antihemorrágico), indio desnudo (vigorizante,
contra las hernias), isfuque (disuelve las gomas de las muñecas), aguacate (katá),
desinflamante y para el dolor de estómago o diarrea, ñongué (efectivo en el
dolor de muelas), mucutema (cañafístola, de efectos calmantes), ocumo
(anticatarral), onoto (afecciones del hígado y estomacales), tártago (purgante),
totumo (anti-infamante y para afecciones dérmicas), la sábila, de muchas
aplicaciones medicinales, el ajo (vermífugo), la albahaca diurética, el apio igualmente
vermífugo, y tantos otros compuestos médicos tradicionales conocidos a través
de un uso ancestral.
EL CAMPO GUERRERO.
PRINCIPALES CACIQUES.
En el campo de las armas diremos que los cuicas fueron
comunidades mansas pero prevenidas, que se relacionaban entre sí sin mayores
problemas, aunque no faltaron algunas rivalidades y enojos familiares entre los
caciques (autoridades que al inicio de la conquista hispana sumaban unos 130,
denominados “chacoys”, de ellos 50 importantes o disfui), escogidos bajo
ciertas preeminencias tribales, como aconteciera al momento del arribo de los
españoles al suelo trujillano.
Estos indios para ejercer la caza y la guerra utilizaban
lanzas o jaras, los arcos y las flechas, de preferencia, así como dardos envenenados,
macanas, garrotes, hachas pulidas de obsidiana y cerbatanas, siendo utilizadas
ciertas maderas duras para su elaboración, como la mapora y el tijó.
Entre los once (11) caciques principales (tabiskey) de
cuya existencia tenemos conocimiento, se cuentan el valiente cuanto prófugo enguerrillado
PITIJAY, último para rendirse en la lucha contra los españoles, luego de
diez años de combate tenaz sostenido entre las serranías trujillanas (1575); el
forzudo PITIJOC, “el de las cuatro macanas”, que murió enfrentado y
peleando contra el invasor hispano en el cerro escuqueño “El Conquistado”; TEREGUEZ,
osado cacique idólatra de San Jacinto que disputó fueros propios en resguardo
de sus creencias, ante el propio Rey de España; el cuicas AMERUZA, quien
se uniera al cacique Jaruma de los escuqueyes para ir en guerra contra los
españoles, en el inicio del combate, que en suma duró diecisiete (17) años, o
sea de 1558 a 1575; JARUMA, famoso tabisquey escuqueye el del “penacho de las diez plumas” (plumas o
“kiastí”, obtenidas de la elegante ave paujil), quien al frente de los suyos y
en unión de otros tres caciques regionales (de caraches, timotíes y tostóses)
logró derrotar a los libidinosos españoles ya establecidos en la recién fundada
Trujillo, europeos que para salvar la vida del cerco realizado y protegidos en
la oscuridad de la noche tuvieron que evacuar los palenques y el sitio ya
fundado, mientras para despistar dejan hogueras encendidas y perros ladrando,
con que así confundieron a los atacantes; BOCONÓ, cacique aliado de los escuqueyes,
que desde al valle de Tostós trajo sus huestes enardecidas para combatir a los
hispanos ocupantes de la heredad cuicas; BOMBAIS, cacique cuicas de Estabayao que en la larga lucha de diez años fue
hecho prisionero en el valle de Pampán, en 1575, al final de la lucha, y luego
ajusticiado por el capitán Francisco Gómez Cornieles, trujillano ya de
Venezuela; ISNABÚS, jefe guerrero muerto en combate contra los indios aliles, en las vegas
del río Misturnucú (Jiménez); BUCAY, cacique hostil de Boconó, castigado severamente en forma
aleccionadora por el conquistador Diego
Ruiz Vallejo; el valiente BUSEBI, detenido de igual forma en la derrota
de Pampán, como Bombais, cuya culpa libertaria debió pagarla en igual forma
extrema; y el rebelde caudillo CARACHY, de origen jirajara (caribe) y “autor de grandes alborotos”, preso sin
escrúpulos nocturnos en la derrota de Pampán durante la última y gran revuelta indígena
conocida de 1575, de las cuatro o cinco (1558, 1562, 1575, etc.) que
sostuvieron contra el invasor español “y
muerto mucha gente” (sic), siendo ejecutado en forma ignominiosa junto a otros
prisioneros indígenas, mediante la decapitación y el empalamiento. Sin embargo para aplacar las
insubordinaciones tribales en América el monarca español mediante una pronta
Real Orden isabelina suscrita en Valladolid, dispuso y otorgó el título de Don y el bastón que simboliza poder y mando tribal, hecho en
cedro por tallistas de nota, a los caciques de Indias, de donde así fueron “recompensados”
los titulares de la etnia cuicas, para con ello aplacar el latente espíritu
guerrero.
Algo que llama poderosamente la atención entre los cuicas es
la existencia de fuertes o fortines armados que se ubicaran en lugares
estratégicos, para el caso de la guerra, que sin lugar a dudas son herencia de
culturas avanzadas no existentes en nuestro territorio, vale decir la muisca.
Estos fuertes eran palenques o estacadas a base de horconaduras y piedras (teunch) establecidos
en tácticos pasos o aberturas entre las montañas, incluso sobre precipicios y
cimas, algunos con fosos defensivos y puentes colgantes (kabeuch) levadizos,
donde además de guarecer alguna población disponían de provisiones de combate y
hasta de piedras grandes (galgas) para
precipitarlas en el camino contra el invasor.
Entre los más importantes de estos fuertes se cuentan seis
(6), es decir a) el de BUSARAI,
construido en abrupto y empinado lugar, el cual incluso tenía gruesos paredones
y que finalmente luego de un asalto fue rendido por el osado capitán Juan
Rodríguez de Porras, “con grande riesgo de su persona”, por enfrentar una
lluvia de flechas y de piedras galgas; b) el de BUCAQUE, situado en territorio
timotí, de grandes dimensiones y bien dispuesto en la arquitectura, que
albergaba en su interior muchas viviendas, con numerosa población indígena; c)
el ESTEQUINDAL, fortín de proporciones pequeñas dada su ubicación, pero
construido a base de una buena defensa militar; d) el BUSONDI, recinto
montañoso también de buenas defensas castrenses, en cuanto le incumbe, bastión
el que por fin y durante la revuelta indígena de 1562 fue sometido tras rudo
combate de sus ocupantes, con las bajas ocurridas en esa oportunidad. Igualmente
y tras fiero encuentro entre las partes, en el
mismo año de 1562 fue ocupado el fuerte indígena e) MOHOMA, luego de
oponer la consabida resistencia de los naturales americanos. Una fortificación grande y de buenas
defensas, identificada como f) JUBERO, mantuvo
igualmente en actividad la valiente tribu de los tostóses, establecida por la
parte baja de la sierra de Jocó, cerca de las márgenes del río Motatán. Es
bueno agregar que estos sitios luego de
ser ocupados en su momento no fueron destruidos o desmantelados por los
españoles, sino que les sirvieron después para el servicio de vigilancia, peatonal y fronterizo.
NOTA. En la semana próxima continuaremos
con la tercera parte de este trabajo antropológico
e indigenista.
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