Amigos
invisibles. La verdad es que en
Venezuela han ocurrido cosas extrañas durante todo el desarrollo de su
existencia, que por boca de algunos se relataron con criterios propios o
convencionales, y valga aquí hacer señas sobre el paso de personajes que
llenaron de angustia los tiempos históricos, al extremo de dejar sentado un
precedente de incertidumbre o de capacidad en cuanto a sus ejecutorias, siendo
propicio el recuerdo en este paseo de aquellas vidas que forman parte de la
Historia, o sea de Simón Bolívar, por ejemplo, del cual tanto conocemos y lo
que seguiremos indagando o descubriendo a lo largo del tiempo, o la diversa
actuación de Francisco de Miranda, tan universal que se contiene en numerosos
tomos aferrados a la verdad o a esa
permanencia compleja en el mundo ilustrado de su época, y hasta en este
discurrir tan reciente otro ser digno de estudio pormenorizado y barinés de
cepa ha conmovido el mundo en el sentido de lo noticioso espectacular que
medrara entre el absurdo y lo quijotesco de burla, que ambos términos se
diferencian, para mantener en permanente emoción o suspenso de noticias
híbridas y en el desasosiego a buena parte de aquellos que medio leen, apenan
entienden y a ratos saben escribir. Pero entre ese mundo de idas y revueltas en
que encontramos a personas de leyendas y que transitaron por estos montes
colombinos, dejando su impronta y el recuerdo imborrable a más allá de
cualquier frontera que se puede escoger, existe alguien que si bien no naciera
en la tierra venezolana sí tuvo mucho que ver con ella, tanto en el acopio de
sus acciones y pasiones, como en el trabajo ejercido en este clima tropical y
porque además fundó familia en lo que se llamaba pomposamente Gobernación y
Capitanía General de Venezuela, a la cual dedicó muchos estudios de valía y
verdadero interés que compartiera hasta en los cenáculos reales madrileños que
posteriormente visitara ya establecido en esa Corte y donde dio a entender sus
múltiples conocimientos levantados a base de análisis, capacidad y calificación
conclusiva.
Pues bien, para desvelar la estatua
mental de quien me refiero, valga decir que Gabriel Fernández de Villalobos y
de la Plaza fue un aventurero por excelencia y crítico de su tiempo que le tocó
vivir mucho y profundo, de donde tuvo oportunidad de conocer medio mundo de lo
interesante para el espacio con poco explorar del siglo XVII y que por circunstancias del destino, de hijo
conquense provinciano y por tanto castellano manchego, mediante esfuerzo propio
y claro con inteligencia suficiente logró ir escalando posiciones no solo en
ultramar, sino que por su don de gentes y altivez demostrada llega a codearse en
Madrid con lo más granado de aquel tiempo para acercarse al propio Rey en apoyo
y consejo de su sabiduría. Nacido en Almendros (Cuenca, 1642), tierra de casas
adosadas hacia el cielo, con una estructura que impacta y en tiempos del
monarca Felipe IV, es hijo de los vecinos Pedro y Francisca, naturales del
lugar, que son “familia acomodada” pero de escasos ingresos, mas para enrumbarse en la vida y superar
cierta crisis de origen, desde muy joven prestará servicios al Rey, que se
suponen de poca monta. Mas como con ello no bastaba para atender sus
aspiraciones y a sabiendas de la riqueza que corría en América (Indias), a fin
de iniciar el periplo fantástico de su vida en 1654 aborda un barco cualquiera
mientras cruza el Atlántico para aprender las faenas marítimas, y luego trabaja
de mayoral en cierto ingenio azucarero de las Antillas, siendo vendido en
tantas revueltas como esclavo blanco en la isla inglesa de Barbuda (norte de
Martinica). En este arduo quehacer explotador tiene la suerte de evadirse para
servir de marinero o grumete, confidente, tabernero, y más tarde de traficante
de cautivos por el ávido mercado holandés de Curazao, cosa común en ese entorno
marítimo, y hasta conviene ser agente contrabandista, que sí le mejora el
bolsillo, porque en el caso de Venezuela gran parte del comercio de escala se
hacía a través de este negocio fraudulento, por encima de las leyes que
pudieran existir para su castigo. Sirviendo de soldado tuvo la fortuna de no
perecer bajo las aguas porque más de una vez naufragó (cinco en total, según
escribe, siendo la última frente al litoral brasileño, en 1663, donde cae
prisionero) salvando la vida, y en fin, allá en la Barbuda esclavista unos
comerciantes neerlandeses avispados se dan cuenta de su valer, de donde lo
rescatan por dinero con el acuerdo que colabore como intermediario en turbios
negocios establecidos entre Curazao y la costa de Venezuela o más allá, tan
activos como la trata humana, el comercio del cacao, tabaco y otros de pingue
remuneración. En el Curazao holandés y a poca distancia de la costa coriana en
1672 establece una agencia de comercio o factoría propia que al ser ampliada
con representantes abarca actividades iniciales en Venezuela (Apure, Orinoco y
zonas de influencia), Cartagena de Indias, Panamá, Santa Marta, Maracaibo,
Valencia y San Felipe (sitios estos últimos que por cierto ocupará años después
la dinámica Compañía Guipuzcoana), y hasta en el deambular que sostiene este
dinámico y observador hombre de visión negocial viaja por África subsahariana,
zona costanera en que adquiere negros encadenados y al mejor postor para vender
en el Caribe.
Es en dicho medio donde desenvuelve
su capacidad para el lucro, lugar propicio a fin de ampliar sus
conocimientos y la viveza generosa en la actividad de compra y venta, por cuyo
camino puede destacarse con suma rapidez en cuanto le compete, para ampliar sus
visitas en el sentido de las ganancias hasta al munificente virreinato del Perú
por vía de Panamá (1671), en dos oportunidades, y se sabe que vino a Venezuela
en este tiempo entre 1663 y 1668, lo que abarca cinco años de experiencia
interiorana, y luego entre 1672 y 1675, cuando se enfrenta al gobernador
Francisco Dávila Orejón (1674), quien le insinúa viaje a Madrid en sus
reclamos, lo que suma ocho años de vivir por estas tierras continentales cuyo
eje central era Caracas, mientras con prolija paciencia y dado que era culto y
leído de su tiempo, fue tomando apuntes para reunir gruesos tratados de
diversas categorías (geográfico, económico, social, etc.), que luego lleva a
España para el buen conocimiento de la corte y allegados. Habiendo hecho
fortuna en este quehacer constante viajó luego con esmero por Maracaibo y
Caracas, adentrándose a través de los caminos reales en las extensas planicies
o llanos caraqueños ya poblados de ganado, como el caso de la rica región de
Barinas que ha debido extasiarlo en la oportunidad de nuevos negocios y que
nunca olvidaría. Y hasta se dio el extremo que permaneciendo en la Caracas
frailuna y dicharachera a la usanza andaluza, su corazón fue herido mediante el
fuego del amor romántico, por lo que el influyente Don Gabriel sin tardanza
contrae matrimonio con la que supongo hermosa de su tiempo doña María Madera de
los Ríos, a quien con prontitud lleva a vivir en la opulenta Barinas,
donde al momento mantiene su cuartel
general de actividades llenas de prosperidad y ambición. Pero ese mundo no quedaba hasta allí, pues
con los apetitos que mantiene no solo de comerciante pronto se interesa en la política local y favorece el tráfico
clandestino de bienes que, por ejemplo, salen hacia Maracaibo por vía del
serrano Trujillo, en medio de una intriga local que lo favorece. Por ese
entonces y siendo ya conocido hasta en España, pronto es invitado a la Corte por la regente austriaca Mariana de Austria,
de donde en rápido viaje que efectúa en noviembre de 1675 llega a Madrid, en
momentos precisos de tensión política, por diversas causas y entre ellas con
ocasión de la mayoría de edad del futuro rey Carlos II, y las pretensiones al poder
tras el trono del noble y sagaz político Juan José de Austria (1629-1679), con
quien pronto se identifica el indiano Gabriel, al extremo de ser su asesor y
consejero especial para los asuntos de América, y por cuyo intermedio se logra
del Rey mejoras en la actividad colonial americana, como experto en navegación
de altura, en comercio exterior y ya cual hombre público conocido por la Corte
austriaca, aunque el carácter rudo y franco adquirido por sus tribulaciones en
América lo indisponen al extremo de para apaciguar tensiones y entre ellas las
disputas que sostiene y enfrenta con el
poderoso conde de Medellín (Pedro Portocarrero y Aragón), cuando lucha por ser
presidente del importante Real Consejo de Indias, de donde amenazado de muerte huye y permanece
un tiempo en Lisboa, refugio permanente de buscados, en defensa de su vida en
peligro.
En 1677 y ya pasada la anterior ola angustiosa en su contra,
es llamado a Madrid por su amigo Juan José de Austria, que es Primer Ministro
del rey Carlos II, a quien convence para el regreso a España del importante
Fernández de Villalobos. En Madrid el conquense a base de su experiencia y
relaciones expondrá ideas de reforma económica y política para aplicar en
América, según los grandes conocimientos prácticos que tiene, siendo ya
Consejero en la Corte, premiándosele luego con la Orden militar de Santiago, en
el grado de Caballero, que después se amplía a Comendador y Almirante, como
queda escrito, y mientras continúa en Madrid al servicio real ahora por
intermedio y función del reformista y valido 8°Duque de Medinacelli (Juan
Francisco de la Cerda), hasta 1683. Tres años más tarde y en agradecimiento a
su dedicación el rey Carlos II con fecha 30 de noviembre de 1686 le otorga el
blasón honorífico de Marqués de Varinas y Vizconde previo de Guanaguanare
(Guanare), que recuerda dos ricos territorios americanos en los que el referido
marqués poseía grandes extensiones de terreno y otras propiedades, mientras que
con este importante título tan cercano al Rey lo convierte en Grande de España.
Para entonces también se le ha designado Contador Real, cargo a servir en
Caracas y Maracaibo, lo que nunca ejerció debido a su intensa actividad en
España.
Pero los recelos, las
intrigas de palacio, habladurías cortesanas y otros males del alma no se dejan
esperar para con el “indiano”, por lo que el Rey oyendo malos consejos de
envidiosos adversarios lo destierra al sureño puerto de Cádiz (1689), con las
preeminencias que mantiene, mientras desde allá escribe sobre sus vastos saberes
adquiridos de América, en especial de política, geografía o economía, poniendo
en conocimiento de ello al propio Rey (así predice la disolución del imperio
colonial español cuando le dice a Carlos II° “De un cabello está pendiente la
desunión de las Indias…”), o las veces en que opina sobre el peculado allá
existente, el acaparamiento de tierras y otros bienes, el desarrollo del
comercio, la creación de una flota mercante, sobre la administración de
justicia, la protección de los indios y el trato para los negros esclavos. En
su obra general por él expuesta se destacan descripciones geográficas referidas
a Venezuela, la fortificación de ciudades y sitios para la defensa del país,
sobretodo de piratas y naves extranjeras, el incremento de la producción de frutos,
etc. Pero ya la indisposición y la envidia habían hecho mella en su alma, pues
aunque llamado por tercera vez a la corte de Madrid, vuelve a dicha villa mas
resuelto con carácter y altivez, que lo demeritan entre aquel conjunto de
interesados palaciegos, optando por su regreso entonces a la cálida Cádiz,
donde aún lo alcanza la maledicencia y desconfianza sembrada por algunos, y
porque a sabiendas que el marqués conoce mucho en los asuntos de Estado y con
ello puede ofrecer datos claves sobre América a potencias extranjeras, en
previsión al indiano se le envía como detenido especial al castillo gaditano de
Santa Catalina, y después para mayor seguridad es remitido en calidad de
prisionero de alcurnia al enclave militar oranés de Mazalquivir, en el África
española (actual Argelia), de donde por los sufrimientos que recibe intenta
fugarse, para luego de ser descubierto se le recluye en el penal más seguro o
castillo de San Andrés, de donde ya como reo de Estado y perdida toda
influencia por carta al Rey se queja de las condiciones de tal prisión, por lo
que se ordena sea trasladado el marqués a un presidio más cómodo y decente,
para el 7 de abril de 1697, cuando ya ajustara los cincuenta años de edad, con
los achaques de esa dura existencia que era avanzada para aquel tiempo, de
donde por su condición distinguida pide
y se le concede volver a tal castillo, hasta enero de 1698, en que es
trasladado el conquense a una casa de la cercana Orán, supongo que por aumento
de molestias y penurias, residencia que le servirá de cárcel y con estricta
prohibición que tenía de salir de la ciudad este anciano enfermizo y luchador
idealista. Mas como el indiano era
rebelde y siempre altivo no olvida el empeño libertario, y el 8 de febrero de
1698 escala muros de la prisión para embarcarse en una frágil y pequeña nave de
pesca que pronto se va a pique, y se salva el noble náufrago porque este
arriesgado combatiente con fuerza inaudita nada hasta el pequeño puerto de
Arceo, donde con ayuda de alguien generoso puede ocultarse de los enemigos que
le acechan. Pero Don Gabriel ya no está para tantas aventuras riesgosas y
porque anda casi ciego. Sin embargo invoca la protección del alcalde de
Mostazan en aquel mundo berberisco, pero sintiéndose traicionado huye, mientras
le persiguen los sabuesos policías al servicio del débil rey Carlos II, quien
acaso sigue pensando que su sabiduría sobre las Indias puede servir de buena
ayuda en la conquista de territorios indianos dado el interés de potencias
interesadas como Inglaterra y Francia. Por esta causa se refugia en tierras de
la morería, cuya cultura y hábitos bien conoce, estableciéndose en la ciudad
norafricana de Argel, donde permanece para el año 1700, y el posterior 1702
sintiéndose desamparado el marqués de Varinas escribe con estilo al geófago Rey
Sol francés, Luis XIV, ofreciendo sus conocidos servicios. En última instancia
para recibir más desengaños igual lo hace con el monarca español Felipe V,
pocos meses después, acaso ya desfalleciente de abandono y con cierta miseria que
le da hasta a los poderosos, aunque algunos opinan dentro de la neblina que
finalmente lo envuelve, que murió en cautiverio.
El marqués de Varinas pasó 22 metafóricos abriles de su vida
en América y regresa a España con 34 años de edad. Murió triste y en el olvido
de la grandeza este dadivoso ser, en el puerto magrebí argelino de Mostaganem,
el año de 1702, tiempo de disputas dinásticas en España. Allá, en tierras de
Alá el Sublime deben reposar sus restos históricos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario