martes, 4 de junio de 2013

EL ÚNICO INVASOR DE LOS ESTADOS UNIDOS.


Amigos invisibles. De las tantas vueltas que he dado a la cabeza o el entendimiento puedo asegurar que esta afirmación es desde luego verdadera en cuanto a ser único y peligroso cierto invasor de los Estados Unidos, el grande e impugnable territorio jamás profanando y agredido por extraños exitosos en la suerte de guerra hoy superada mediante fases asimétricas y de alta evolución tecnológica que permite al momento exposiciones crudas capaces de obtener resultados terroristas como los acontecidos en las Torres de Nueva York y ahora con los explosivos chechenos en Boston, digo, eso aconteció con un humilde mexicano, que lleno de bravura y para saldar cuentas pensadas a su modo, con un grupo de asaltantes armados decidió romper barreras de esos que llaman de antemano hilos fronterizos que hoy han sido superados por otras modalidades de contención, para a manera de venganza adentrarse en el extenso territorio de Nuevo México, que antes del general Santa Anna fuera mexicano “y muy macho”, para cumplir su palabra y volverse airoso a las tierras de Benito Juárez o del cura Miguel Hidalgo Costilla, habiendo practicado su cometido a las anchas para darle a entender a los Estados Unidos de entonces que la fuerza no reside en la vulgar potencia, sino en aquello que se llama astucia.

Pues bien, a fin de referirnos sobre este personaje pintoresco y aherrojado, que si estuviéramos en Francia lo compararían con Juana de Arco o el mismo Napoleón, es necesario asentar que en todo el tiempo de nuestra existencia han pululado caudillos, buenos o malos, retrógrados o adelantados, que en una u otra forma han conducido sus pueblos e ideales por sendas personales, dejando sentir su peso espinoso o digno de interpretación dentro de lo que se llama Historia, ciencia colmada de aristas por cierto, y donde en el desmenuzamiento de la persona se va entendiendo lo que pudo hacer o destruir. Y viceversa. Mas como complemento del tema los tenemos en nuestra América sufrida que siempre se ha dividido en dos partes, porque según el ojo avizor con que se otea el horizonte, podemos explicar muchos razonamientos y circunstancias que con el tiempo decantado se pueden asumir a este respecto. Así vemos la línea hipotética del Río Bravo como cualquier frontera huidiza del “no man’s land”, de lo imposible a suceder, que fue una suerte de piedra de tranca donde en variados sentidos se desataban las mayores pasiones y los peores encuentros, porque a decir verdad el inmenso imperio español abarcó buena parte de lo que es hoy los Estados Unidos, refiriéndome a su territorio en sí, donde a partir de una concreción ideológica rezandera calvinista y cuáquera se admitía todo sin escoger para después en las recias iglesias protestantes lavarse las culpas y hasta la impunidad, fuese el genocidio aborigen de sus praderas y montañas, el holocausto indígena, la extirpación de los millones de búfalos mandando el gran “Bill” a la cabeza, hasta el ansia sedienta del oro con los cementerios adosados y sus burdeles aguardientosos, el caso emblemático del severo Gerónimo, héroe natural de ese pueblo cautivo, la emigración dolorosa de caravanas hacia el Oeste, rodeada de bandidos de toda especie, que llegaron hasta los tiempos de Al Capone, para recordar aquel tiempo de lucha, y el eterno enfrentamiento racial ante lo proveniente del Sur, es decir con los herederos disminuidos del imperio que comenzara en 1492, durante Felipe II sigue con Lepanto y la Armada Invencible, que sumando derrotas y desastres, termina en la triste aventura perdedora a que se obliga España con la Guerra Hispanoyankee de Cuba. Y para no seguir este diálogo sordo citaremos apenas los tantos episodios que se acumulan desde cuando los Estados Unidos le cercenan al imperio mexicano algo así como la mitad de su territorio y sin chistar, porque la ley y el orden o como quiera llamarse se imponen desde el Norte impulsor por los conductos naturales de la presión, algún puñado de monedas y de la muerte.

Sobre ese espectáculo de miseria aparente en que para el momento se desenvuelve México, con cuyo aporte se va a construir este trabajo dominado por una población mestiza con fuerte preponderancia indígena, que no entiende sino de la rapiña para poder sobrevivir y del desconocimiento del mal a su sana interpretación, donde desde luego abundan caudillos menores y mayores por obra de la oportunidad en que se labran estrategias y desafueros, esta saga de lo restante de la Independencia vamos a reconstruirla finalizado el largo período porfirista, que a su caída desata toda una presión social basada en los problemas del agro, la explotación del latifundio, la baja productividad, el apetito desordenado de la clase emergente sobre bases de lucha y odios ancestrales, y en lo que atañe al norte de México, a la continua mala comunicación mantenida entre las dos fronteras, llena de pleitos permanentes, o sea entre el aprovechador norteño esperanzado en mayores ganancias, y el afligido sur, vacilante, dominado por castas saqueadoras de una sociedad polarizada que impedían con la miseria y el caudillaje una mejor visión hacia el futuro, de donde aparecen con cierta premura algunos ideólogos reformistas y sus aspiraciones al poder en 1910, luego de despedirse de la escena suprema el porfiriato y el gestor inmaculado Don Porfirio Díaz, el de los bigotes entorchados, lo que da cauce a que se desate una lenta revuelta interior provocada, como dije, por la miseria y la rapiña de ciertos conductores populares. En este caldo de cultivo va a aparecer bien pronto y como consecuencia de la beligerancia, un hombre venido de abajo, o mejor de muy abajo, pero que con prontitud en aquel medio donde todo puede ocurrir, será el personaje que como dije osó invadir a los Estados Unidos, para triunfar en la acción, y luego burlarse de sus perseguidores por mucho tiempo en la hazaña más grande de aquel período histórico vivo y transitorio, al extremo que cansados en esa búsqueda infructuosa los ejércitos dirigidos contra él decidieron cerrar la operación coronada de fracasos y por otros sucesos de carácter mundial que estaban prestos a suceder.

Y  como ya me estoy refiriendo al célebre Francisco Villa, que en realidad era Arango, someramente diré que nació para vivir 45 años intensos en aquel México de fronteras inconclusas y donde la vida no costaba nada, un día de julio de 1878, para dejar sentado su nombre como guerrillero  y fiero invasor de los Estados Unidos, en aquel tiempo en que el combate diario era la razón de existir, como ocurría en toda la América Latina y en especial en Venezuela, plagada de esta gente que conducen con sabiduría campesina personajes envueltos en decires, tramoyas y fantasías que recuerdan a Antonio Guzmán Blanco, Francisco Linares Alcántara y Joaquín Crespo. La infancia de este Pancho Villa fue pobre y como todos aprende por necesidad imperiosa en el Durango natal y otros sitios escogidos a subsistir, mas como la guerra permanente era buen oficio para crecer, desde muchacho se agrega a ella en una etapa desconocida a raíz del exilio lejano del general Díaz, que desata toda suerte de pasiones e intereses, como de desastres a partir de entonces, en que destacan intelectuales de poco fondo, políticos mañosos y sobre todo militares de diversa estola cuando ya nuestro Pacho Villa hace conocer su nombre por los desfiladeros, montañas, gargantas y sedientas planicies norteñas, porque cabalga en briosa mula o caballo amaestrado, cubierta su cabeza del típico y alón sombrero, y cuyo pecho está rodeado en equis con cartucheras de cientos de balas para herir o matar.  Así en este tiempo de andanzas tan pintorescas en que era seguido por subalternos o peones de a pie y con machete en mano, su nombre se hace conocido para entrar en disputa conformando una serie de personajes que con rapidez desfilan por la Historia de México, tan controversiales y distintos entre sí, la mayoría de poca duración en las alturas de aquel poder endeble  en que muchos no murieron en su cama, y dentro de ese vaivén permanente de una guerra que nadie comprende porque no tiene fondo sino consignas al garete, el agraciado Pancho Villa une su mesnada y en múltiples combates que son conocidos apoya la causa que sostiene el indeciso doctor Francisco  Madero, por allá desde 1910, mientras propaga sin sentido un “agrarismo” como problema de la tierra y su reparto, sin base alguna científica y menos filosófica, también la necesidad de una ley agraria, en lo que tiene coincidencias con el líder Emiliano Zapata, mientras va creciendo cual estratega y jefe campesino este “Centauro del Norte”, así llamado. Y en peleas intestinas que terminan frente a numerosos cadáveres, no se entiende para nada con Victoriano Huerta (después muerto preso y envenenado en Fort Bliss, Texas) quien lo condena a muerte, pero Madero le salva en 1912, y también Venustiano Carranza en las rencillas del poder lo despreciaba “por bandolero”.

Como buen líder de esta revolución con causa su época dorada transcurre entre 1911 y 1920,  con los altos y bajos de la contienda permanente, donde se asaltan numerosos trenes y las “adelitas” compañeras no dejan de aparecer, al tiempo que Villa en las andanzas fronterizas tan cercanas a su mundo trafica con armas y municiones para sostener al ejército personal, por lo que ante la requisa del comercio de esas armas que emprende la adiestrada tropa fronteriza americana, el general Villa violando disposiciones pese al embargo existente decide adquirir para su ejército un cargamento de revólveres, pistolas y rifles que le suministrará en un paso fronterizo el gringo proveedor Sylvester Berger, lo que le es pagado en oro y plata de contado al recibir la mercancía, pero como quiera que al utilizar este importante cargamento Villa se da cuenta que ha sido estafado por el tal Berger, pues la pólvora no sirve y menos la munición, de donde lleno de rabia por el engaño que utiliza el inescrupuloso comerciante y sin poder canalizar el reclamo por vías  legales, con su numerosa tropa apertrechada que llega a 1.500 “villistas”, en algo desconcertante e insólito sin pensar sobre las consecuencias sino para desquitarse de la afrenta y a sabiendas de la disputa permanente tenida con los fronterizos americanos, al verlos y tratar a los “manitos” como gente de segunda, discriminatorias, poniendo dificultades diversas en los pasos y el comercio internacional, agregado a ello el parcializarse los gringos en favor de sus fuertes adversarios Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, ambos apoyados por el presidente americano Woodrow Wilson, entonces, y a sabiendas que los americanos le han congelado sus cuentas depositadas en el cercano Columbus State Bank, sin otra espera y con las bolas de Jalisco bien puestas el corajudo guerrillero en reciprocidad a este múltiple malestar que sufre resuelve disponer a un grupo suyo sobre la detención y muerte de dieciocho americanos que viajaban en un tren chihuahuense, hecho acaecido el 10 de enero de 1916, y luego tras el estudio de un plan de ataque riesgoso a la cabeza de su hueste invade los Estados Unidos en la búsqueda del malhechor Berger y a sabiendas por inteligencia que el traficante era protegido adentro del territorio americano, aplicando en este caso el proverbio de que lo que es igual no es trampa.

El histórico miércoles 9 de febrero de 1916 de madrugada Pancho Villa al frente de una desconcertante acción militar y acompañado de 600 hombres iniciales, entre ellos cientos de jinetes, por la frontera norte de Chihuahua y atravesando el Río Grande invade a los Estados Unidos, en territorio de Nuevo México para vengar afrentas seculares y en búsqueda de fines preestablecidos, por lo que penetra en la tranquila y fronteriza villa de Columbus enfrentándose de seguidas al 13° Regimiento de Caballería americano, que defiende la plaza desde el campamento Furlog, ejército que finalmente es batido por Villa, contándose una baja de treinta muertos en el sitio, sin incluir a los heridos, instalación que duramente castigada queda en ruinas. Luego del éxito obtenido y por temer ataques posteriores Pancho Villa en la estrategia desplegada dispersa su tropa por grupos de combate dentro de ese inmenso territorio americano, a la espera de nuevos enfrentamientos oportunos. Entretanto en Washington se armó un debate de marca mayor  en el seno del gobierno que trascendió a la población, explotando esa noticia la prensa americana, como el grupo del multimillonario William Hearst (recordar el filme Ciudadano Kane), mencionando en titulares que nunca luego de la guerra con Inglaterra (1812) el territorio de los Estados Unidos había sido invadido por nadie.  Ante esta situación que toma impulso el Presidente Wilson para detener comentarios con la rabieta considerada en expedición punitiva decide enviar rápidamente al sitio y al frente de un ejército moderno (3.000 hombres que llegan luego a 10.000, 28 piezas de artillería, 200 ametralladoras y un novedoso escuadrón aéreo) como bien pertrechado y a fin de detener a Pancho Villa para luego fusilarlo, encomendando pues la tarea al muy conocido general John Joseph Pershing, héroe guerrero, uno de los más grandes militares de ese país que dos años más tarde se luciría al mando de las tropas americanas en Europa, durante la Primera Guerra Mundial, y donde por cierto utilizará técnicas o tácticas aprendidas con el novedoso material y equipo de guerra dispuesto en la persecución del inolvidable Pancho Villa. Por este motivo y orden presidencial el general invicto al frente de su tropa viaja hasta Nuevo México y sin pedir permiso el 14 de marzo de 1916 penetra en territorio mexicano, al sur del referido Río Bravo para permanecer en constante movimiento, como 600 kilómetros tierra adentro en los tres meses iniciales, con la ayuda inmediata del joven oficial George Patton, héroe de la Segunda Guerra Mundial, hasta el 17 de febrero de 1917, o sea once meses después, en que de forma incansable y violando la soberanía territorial de ese país persiguió infructuosamente los pasos perdidos de Villa, porque según las cuentas populares a él con su ejército se los había tragado la tierra, pues nadie burlando a sus perseguidores le prestó colaboración, ni siquiera informantes, y no pudieron aclararle algo sobre la vida o misterios presentes de este caudillo simpático que como el célebre Zorro de Hollywood desaparece, amado por el pueblo y que en cierta ocasión junto a Emiliano Zapata se sentaron en el Sillón Presidencial de México.  Fue triste, por tanto al honesto y gran militar Pershing, regresar del fuerte empeño con las manos vacías.

Villa era un hombre carismático, legendario y amigo de ayudar a los pobres y humildes, amante de las cosas extrañas de su tiempo, hasta que firmó un contrato con la Meca del cine americano para filmar escenas especiales de sus batallas, con el guión respectivo. Tenía una memoria fotográfica, en que recordaba los nombres de centenares de sus soldados. Llegó a acaudillar una revolución heterogénea que agrupaba unos 40.000 hombres, y lo más pintoresco de su persona romántica es que tuvo por sobre 65 mujeres conocidas en la vida, harem con las cuales se casó, obligando en ello a los pobres y aterrados curas, porque no quería tener tantos hijos naturales ni andar por extrañas sendas del pecado. Al final de ese trajín de vida firmó un convenio con el poder central mexicano para desmovilizar su ejército y luego se retira a vivir en la casa que le obsequia el gobierno en premio a sus hazañas. Pero la envidia y el resquemor quedaba como el rescoldo de las cenizas, pues pronto su enemigo Álvaro Obregón llega a la presidencia de México, y temiendo que Villa volviera a alzarse, porque había dicho que contaba con los 40.000 hombres listos a su llamado, de donde le tiende una trampa mortal, que ya venía desde Washington montada, cuando el millonario rey de la prensa Hearst ofrece 5.000 dólares por la cabeza “del bandolero”, y la inteligencia americana en supuesta ayuda secunda el proyecto, de donde el coronel Lara, tan cercano a Obregón, le tiende una emboscada en Parral de Chihuahua, cuando en su vehículo a motor se desplaza yendo a una fiesta familiar el 20 de julio de 1923. De estas resultas su cuerpo recibió sentado 47 balazos de pistola, y el sicario Lara obtuvo por ello 50.000 pesos en efectivo  y el ascenso a general. A Hearst le fue enviada la cabeza susodicha, “en dantesco trofeo”, según reza la pequeña historia de este acontecimiento inigualable.

Y como de un gran personaje de ese tiempo tan convulso las canciones y corridos que le aluden quedan para recordar su figura, que por encima de todo reposa con buen tino en los libros de Historia mexicanos.

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