Amigos invisibles. No otro señalamiento pude encontrar para describir con
largueza todo lo que aconteció desde el punto de vista histórico con respecto a
aquel hecho fundamental que ocurriera a las márgenes del río Guayas, cuando el
libertador Simón Bolívar atenaceado por su propia estructura inquieta y
desbordante de optimismo cuanto de enderezar entuertos, desde Bogotá decide marchar
rumbo a tierras sureñas incógnitas, llenas de desconocimientos absolutos, y comenzó
a pelear a diestra y siniestro hasta con la propia sombra, a objeto de acabar definitivamente
el imperio español, cosa que en verdad vino a suceder con la guerra hispano
americana ocurrida apenas en 1898, es decir como 70 y pico de años más tarde.
Sin embargo, frente el empeño de esta suerte de personas que imitaran al corso
Napoleón, aunque guardando distancias por el éxito y los fracasos, con ese anhelo
de luchar contra la naturaleza para hacer que le obedezca, según expresión suya
ante el terremoto ocurrido en Caracas durante marzo de 1812, que vivió en toda su magnitud, al frente
de una legión de colombianos y con el apoyo guerrero que tuviera desde Bogotá,
inicia tal dura tarea que va a producirle satisfacciones y alguna que otra
desilusión para entristecerle la vida, porque ya no es lo mismo combatir en
Colombia que al sur de ese Rubicón que encuentra al trasponer la cuenca del
Patía payanés para entrar en las rutas y senderos impresionantemente
monárquicos con que se tropieza desde Pasto, algo así como vencer o morir, pero
donde lo ayuda mucho el coraje y la brillantez imaginaria de esa promesa
militar que era el general Antonio José de Sucre, es decir el oficial más
grande que ha tenido Colombia para el momento en que anduvo cazando triunfos y
nada de tragedias. Salvo el detalle de Ambato.
Pero aquí dentro de
este episodio histórico que con alguna originalidad risueña vamos a abordar, utilizando
las nuevas ideas que nos ocurren para explicar lo ocurrido en el teatro de los
acontecimientos y hacer más ligero por entendible la trama sostenida en una relación
de causa-efecto a fin de obtener los frutos requeridos, con la sumisión
necesaria que no considero correcta para un serio investigador, vamos a
comenzar la materia de este estudio con un concepto clásico de diseño revestido
del ribete universitario, para que los alumnos sin chistar asimilen una tesis
ajustada a las conveniencias que se deben imponer, pero desde luego que alejadas
de la realidad histórica, cuya aplicación exacta en el estudio objetivo sobre
Bolívar estuvo vedada hacia el gran público desde los tiempos de su deceso
hasta los últimos decenios del siglo XX, casi como un dogma sujeto de pecado, por
lo que proliferaron es ese período de leyendas las enseñanzas escolásticas
primarias sobre la grandeza de Bolívar sujetas a los designios esquemáticos de
Larrazábal, Guzmán Blanco y Vicente Lecuna o Cristóbal Mendoza, entre otros,
para repetir con pelos y señales acomodaticias la doctrina icónica de un
Bolívar mesiánico que se sustentara hasta tiempos muy cercanos a nuestra
existencia donde la razón comienza a ser más clara. Y como la Historia se puede
entender de diversa manera, a pesar de las presiones o sesgos que puedan aparecer en el camino, voy
a señalar como ejemplo de estas diferencias sustanciales las ideas expuestas y estudiadas
en algo sobre la entrevista sostenida en Guayaquil por Simón Bolívar y el
argentino José de San Martín, repito, bajo la batuta oficial, pundonorosa,
intachable, con que nuestro admirado académico José Luis Salcedo Bastardo
analiza el tema tratando de no herir susceptibilidades o alguna reputación
consagrada, y la que modestamente haré mediante comentarios al margen en
referencia a lo que pasó con la tergiversada reunión de Guayaquil. En efecto
Salcedo Bastardo asevera que las conversaciones entre ambos jefes patriotas
fueron secretas del todo y que por ello dieron ocasión a muchas interpretaciones
de lo ocurrido en tales conciliábulos a puerta cerrada. Mas la polémica se
enciende cuando Salcedo aduce la falsedad del escrito elaborado por un testigo
presencial de tales hechos, o sea del joven marino y acucioso investigador Gabriel
Lafond, quien llega a conocer personalmente a Bolívar, San Martín y a
Demarquet, éste muy vinculado al caraqueño general, allí presentes para
aquellas fechas de importancia. El todo de la charada consiste en que Lafond
asevera mediante carta exhibida y no
sujeta a experticia suficiente, que
Bolívar “le negó a San Martín su
concurso para libertar el Perú”, de lo que duda Salcedo en escrito suyo aparecido
en el Diccionario de Historia de Venezuela (Caracas, 1988), lo que no es del
todo cierto. Mas adelante y sobre este
mismo tema se agudiza el problema a través de documentos publicados por Eduardo
Colombres Mármol, que le echan más castañas al fuego, sobre las secas
relaciones sostenidas en Guayaquil entre los caudillos San Martín y
Bolívar. Y
Salcedo para cubrir ciertas tendencias que a su criterio expone, da fe
documental basándose en papeles poco exactos salidos de la pluma secretarial de
José Gabriel Pérez, Antonio José de Sucre, la relación que se le envía al
general Sucre y la carta de Bolívar a Santander con referencia al tema señalado.
Y aquí viene otra cuestión puesta en duda, porque el caraqueño libertador
pretende adscribir Guayaquil a Colombia, cosa que aspira también San Martín
para el Perú.
Al conocer Bolívar que
San Martín piensa visitar a Guayaquil, una vez que el rioplatense desiste de no
emprender tal viaje, pues llega a sus oídos la intención anexionista, el
caraqueño y como aclara José Manuel Restrepo a caballo vuela desde Quito a la
ciudad del Guayas para preparar la coartada que impida tal pretensión adherente
por parte del argentino, de donde se desprende todo el aparato dispuesto para
tal recibimiento, de modo que al conocer la noticia del hecho acaecido a favor
de Colombia, el rioplatense espera que a través del diálogo perspicaz pueda
convencer a Bolívar para llegar a un consenso viable y más por la tendencia
properuana de sus habitantes, tanto pueblo como adinerados, lo que según
sabemos no se lleva a cabo y todo queda en un saludo a la bandera, sea dicho la
frustrada idea de una confederación de las antiguas colonias españolas. Sobre
las formas de gobierno conocemos tras corrales que también difieren, pues el
monarquista rioplatense no puede siquiera intentar de persuadir al caraqueño en
este sentido de las viejas ideas, y menos Don Simón que por el momento esgrime
la tendencia republicana al estilo gatopardiano, para no sugerir maquiavélico. Y
sobre el resto de la entrevista fría, cortesana, acaso esquemática. dejando
afuera el problema de las fronteras por demarcar, Salcedo señala que todo quedó
muy bien y que fue satisfecha la expectativa programada, lo que en el fondo no
es verdad, pues a pesar del sesgo y la manipulación oficial manifiesta, todo
está escrito como para transitar un camino preconcebido en cuanto a los textos
escolares. Así, al regresar a Lima San Martín sobre el buque Macedonia, dirá a
su interlocutor que “Bolívar nos ha ganado de mano”, mientras guardando en el
fondo de su alma el efecto de la derrota ante el caraqueño, con cierto lenguaje
al estilo diplomático de Talleyrand expresará, como de dientes para afuera:
“Tuve la satisfacción de abrazar al Héroe del Sur de América. Fue uno de los días
más felices de mi vida”, sin recordar entonces que su estancia en Guayaquil había
sido contrariada y por muy poco tiempo, pues decepcionado con lo de la
entrevista y sus resultados, ante aquello expuesto de que los dos (San Martín y
Bolívar) no cabían al mismo tiempo en su famosa “Sur de América”, o sea el
Perú, según le dice a Tomás Guido, el
Protector San Martín hace pronto equipaje para salir aún disgustado con los
hechos ocurridos ]y que nadie espero diga lo contrario], para irse no solo del
Perú, donde reina la anarquía, según también expresa, sino de América, y hasta
siempre. Salcedo agrega también que Bolívar auxilia al Perú “con tres de sus
bravos batallones”, cuestión que pudo ser posterior a la ida de San Martín,
pues es conocido mediante información emanada de los mismos acontecimientos realizados
por aquello de la filtración de noticias entre los allegados, que cuando San
Martín le pidió colaboración material para proseguir su campaña del Perú, recordándose
que el rioplatense le envió buena porción militar de 1.600 hombres equipados al
mando del coronel
De Santa Cruz, y de bastimentos al general Sucre para el triunfo de Riobamba y de Pichincha, olvidando esta importante contribución el general Bolívar sacó a relucir su imposibilidad, y que caso dado de alguna ayuda tendría que ser para tropa colombiana que siguiera hacia el Perú, pero nunca para el ejército de San Martín, a lo que se agrega otras cosillas e impotencias, mientras Bolívar para ablandar aquella situación tirante le obsequia con un medallón contentivo de su efigie, según relata el propio Salcedo Bastardo, quien parece no conocer sobre este capítulo de la Historia americana el libro que el ecuatoriano A. Darío Lara ha condimentado sobre el asunto espinoso, grueso volumen que fue tema para obtener su doctorado en la Universidad de París. Lo demás de la infructuosa entrevista preparada por Bolívar, que en verdad fue un “desencuentro” o desacuerdo, porque algunos así la describen, se redujo a otro manejo más de la diplomacia, como poco antes lo había hecho con el general Pablo Morillo en Trujillo de Venezuela, mientras el Santo de la Espada, título con se le llamara a San Martín, apretando los dientes por los hechos consumados y una tristeza en lo interior que demuestra, hace el mutis de aquella fiesta estéril y sin que nadie vea la falta de pañuelos despidiendo a la una de la madrugada alza los mástiles del velero zarpador y se encamina con rapidez rumbo a El Callao. En verdad, como en el dicho popular para bailar el tango se necesitan dos.
De Santa Cruz, y de bastimentos al general Sucre para el triunfo de Riobamba y de Pichincha, olvidando esta importante contribución el general Bolívar sacó a relucir su imposibilidad, y que caso dado de alguna ayuda tendría que ser para tropa colombiana que siguiera hacia el Perú, pero nunca para el ejército de San Martín, a lo que se agrega otras cosillas e impotencias, mientras Bolívar para ablandar aquella situación tirante le obsequia con un medallón contentivo de su efigie, según relata el propio Salcedo Bastardo, quien parece no conocer sobre este capítulo de la Historia americana el libro que el ecuatoriano A. Darío Lara ha condimentado sobre el asunto espinoso, grueso volumen que fue tema para obtener su doctorado en la Universidad de París. Lo demás de la infructuosa entrevista preparada por Bolívar, que en verdad fue un “desencuentro” o desacuerdo, porque algunos así la describen, se redujo a otro manejo más de la diplomacia, como poco antes lo había hecho con el general Pablo Morillo en Trujillo de Venezuela, mientras el Santo de la Espada, título con se le llamara a San Martín, apretando los dientes por los hechos consumados y una tristeza en lo interior que demuestra, hace el mutis de aquella fiesta estéril y sin que nadie vea la falta de pañuelos despidiendo a la una de la madrugada alza los mástiles del velero zarpador y se encamina con rapidez rumbo a El Callao. En verdad, como en el dicho popular para bailar el tango se necesitan dos.
Al parecer todo lució bien acomodado y muy bonito, con la salvedad que sobre el mismo tema he escrito un trabajo que permanece inédito, con profusión de datos, donde desvirtúo algunos hechos a partir de sólidas razones, así como señalo en anteriores blogs aquí aparecidos esta tragedia de teatro griego que se viviera en esas casi cuarenta horas de suspenso, o sea el tiempo que permaneció San Martín en Guayaquil. Ahora vamos a referirnos, y dejando de lado la oscura obra del embajador Colombres Mármol, a otra visión disímil de esta entrevista, para que cotejando opiniones situadas desde ángulos distintos, como puede ser la oficial y la de quienes no dependen de un estatus previamente establecido por compromisos académicos, como ya dije, puedan ser salsa para un mismo aderezo. Pues bien, deslastrados de compromisos emocionales aunque forman parte del conocimiento que pueden tener ciertas inclinaciones o tendencias de las escuelas y hasta de grupos que piensan a su libre albedrío, por esa vía me encaminé para dentro de un juicio menos solemne poder mejor discernir lo ocurrido en Guayaquil y sus secuelas, razón que aún anda dando por ahí tumbos históricos porque como se dice es mucha la mies pero pocos los escogidos. En efecto, bien es sabido que la primera parte de la campaña militar del general San Martín en el Perú, tuvo su éxito al extremo que las tropas monárquicas españolas luego de combates aguerridos y con un nuevo plan en desarrollo se atrincheran en la montaña andina, mientras San Martín, investido de Protector, maneja la parte baja que confina hasta el mar y el Perú es declarado independiente un año antes de los acontecimientos que se indican. Sin embargo, en el supuesto firme que el combate libertario podía continuar y San Martín andaba ya escaso de elementos para satisfacer otra campaña, y por cuanto Guayaquil y su provincia querían adherirse al Perú junto a sus riquezas, desde luego, el rioplatense piensa viajar hasta aquel puerto en busca de la unidad anhelada, que es cuando Bolívar se atrinchera en la serranía quiteña en espera de realizar otra campaña esta vez hacia el deseado puerto de Guayaquil, que espera integrarlo con Colombia, pues sacando cuentas antes con fines emancipadores
se había enviado a un grupo de separatistas colombianos (Luis Urdaneta, Letamendi y Febres Cordero, etc.), para declarar la independencia, y luego bajo apremio protector y después en la presión necesaria se incorpora anexando la Provincia Libre guayaquileña a Colombia, el 31 de julio de 1822, o sea horas después del regreso de San Martín al Perú. Al principio y mientras el argentino triunfador prepara el viaje rumbo a dicho puerto disputado, conoce de las maniobras bolivarianas sobre Guayaquil, quien con el “diktat” le escribe el caraqueño que “Guayaquil era suelo de Colombia” lo que le indica no viajar a ese sitio porteño porque la entrevista, o el desencuentro, terminaría en un fracaso, mas sin embargo analizando mejor la situación emprende la travesía marítima a bordo de la goleta chilena Macedonia, encontrándose con el detalle que Bolívar se le antecede a su llegada en quince días y que al desembarcar en dicho puerto es el propio caraqueño quien lo recibe y no la Municipalidad, allí mismo, en la Casa Luzuriaga. De este inicio en adelante comenzará el juego diplomático lleno de interrogantes y de suposiciones, ya que de ambas partes y porque el momento lo merecía los personajes importantes de la escena una vez descubierto el telón fueron muy parcos y filósofos al buen entender, llevando las cosas con calma, pero prevenidos, el que viajara por la vía marítima al analizar el pensamiento y la disposición del caraqueño, y este astuto llegado por tierra, quien se encuentra ante sí con un caballero de postín, reservado, militar de recta carrera y no hecho a la carrera, como podíamos definir al argentino, y desde ese momento del viernes 26 de julio de 1822 y de temprana hora, es cuando se empeña la jornada con cara de comedia al estilo de Aristófanes, pero también con algo de tragedia a la forma de Sófocles.
Luego del abrazo del
oso que en verdad fue un apretón de manos con que se inicia tal encuentro, y
siguiendo en ello el relato del general Jerónimo Espejo, testigo presencial de
aquellos acontecimientos, vamos a descansar sobre lo dicho, para acordarnos en
tal relación cuando señala que al descender a tierra el general San Martín dos
edecanes de Bolívar lo saludan en su nombre y de seguidas por entre una guardia
de honor estacionada al paso del visitante, San Martín camina por entre ella en
formación rumbo a la puerta de la Casa
Luzuriaga, sitio en el que se hospedará, sita frente a la
calle del desembarcadero, y donde entra a un vestíbulo amplio mientras le
espera Bolívar para arreglado de ocasión saludarlo de manos e iniciar el
protocolo, subiendo entonces ambos las escaleras rumbo al gran salón allí
ubicado y de seguidas, luego de las presentaciones respectivas y los saludos
fraternales, después de almorzar “se
encerraron los dos en una pieza solitaria”, con cerrojos por dentro, cuando
sentados en un sofá conversan a solas
durante hora y media a puertas cerradas, dentro de cierta habitación misteriosa
cuya entrada es ya prohibida, que cuidan dos edecanes del general Bolívar, para
después de un receso tardío entablar media hora más del parlamento privado.
Al día siguiente y hacia el mediodía San Martín devuelve la visita que horas antes le había hecho el caraqueño en su morada, y luego se retira a la casa o Palacio Luzuriaga, donde “cena” de manera frugal y luego descansa por treinta minutos. La segunda entrevista tuvo lugar en la misma residencia donde se hospedaba el Libertador Bolívar, realizándose ésta desde la 1 de la tarde de manera informal hasta las 7pm. del sábado 27 de julio, seguida de un banquete oficial de cincuenta invitados que cuesta ocho mil pesos a la Municipalidad y con numerosos brindis, acto que se prorroga como se atisba hasta las siete de la noche, cuando comienza la reunión cerrada de ambos caudillos que se realizará en un salón aparte, igualmente aislados, repartiéndose el mundo, solos, por media hora más dentro de aquel formalismo singular y con la guardia de dos edecanes bolivarianos que se oponen al paso. En definitiva lo resuelto entre ambos generales americanos, salvo algunos comentarios de credibilidad escasa, porque aunque las paredes tienen oídos y nada se oculta bajo el sol, las conversaciones y comentarios que se pudieron suscitar a raíz de las entrevistas fueron vanas, escasas de contenido susceptible de entendimiento,
por el mutismo de los interlocutores en cuanto a temas básicos, sacándose apenas algunas conjeturas que pudieron estar amañadas dados los intereses que circulaban alrededor de este episodio histórico y por lo poco que pudieron escribir sobre dicha entrevista algunos oficiales presentes que luego de tantos años comentaron de soslayo aquella situación en que intervinieran de lejos, como fueron del extremo bolivariano el Secretario José Escolástico Andrade, el muy íntimo Eloy Demarquet, Tomás
Cipriano de Mosquera, el mismo José Joaquín de Olmedo, José Gabriel Pérez, Miller y otros de la cohorte cercanos a la figura del Libertador, como algunos por el lado complementario de San Martín. Sin embargo, con el curso de los años aparecieron comentarios diversos sobre la entrevista, emanados de ambos generales en causa o de sus adláteres del momento, y ciertos escritos de historiadores críticos e interesados. Además bueno es traer al recuerdo que entonces Bolívar escribió al general Santander varios oficios para aplacar al Presidente Encargado, a fin de darle sosiego a sus sentimientos por la recepción de varias solicitudes de ayuda, noticias en ellos contenidos que no se ajustan en todo a la realidad vivida.
Al día siguiente y hacia el mediodía San Martín devuelve la visita que horas antes le había hecho el caraqueño en su morada, y luego se retira a la casa o Palacio Luzuriaga, donde “cena” de manera frugal y luego descansa por treinta minutos. La segunda entrevista tuvo lugar en la misma residencia donde se hospedaba el Libertador Bolívar, realizándose ésta desde la 1 de la tarde de manera informal hasta las 7pm. del sábado 27 de julio, seguida de un banquete oficial de cincuenta invitados que cuesta ocho mil pesos a la Municipalidad y con numerosos brindis, acto que se prorroga como se atisba hasta las siete de la noche, cuando comienza la reunión cerrada de ambos caudillos que se realizará en un salón aparte, igualmente aislados, repartiéndose el mundo, solos, por media hora más dentro de aquel formalismo singular y con la guardia de dos edecanes bolivarianos que se oponen al paso. En definitiva lo resuelto entre ambos generales americanos, salvo algunos comentarios de credibilidad escasa, porque aunque las paredes tienen oídos y nada se oculta bajo el sol, las conversaciones y comentarios que se pudieron suscitar a raíz de las entrevistas fueron vanas, escasas de contenido susceptible de entendimiento,
por el mutismo de los interlocutores en cuanto a temas básicos, sacándose apenas algunas conjeturas que pudieron estar amañadas dados los intereses que circulaban alrededor de este episodio histórico y por lo poco que pudieron escribir sobre dicha entrevista algunos oficiales presentes que luego de tantos años comentaron de soslayo aquella situación en que intervinieran de lejos, como fueron del extremo bolivariano el Secretario José Escolástico Andrade, el muy íntimo Eloy Demarquet, Tomás
Cipriano de Mosquera, el mismo José Joaquín de Olmedo, José Gabriel Pérez, Miller y otros de la cohorte cercanos a la figura del Libertador, como algunos por el lado complementario de San Martín. Sin embargo, con el curso de los años aparecieron comentarios diversos sobre la entrevista, emanados de ambos generales en causa o de sus adláteres del momento, y ciertos escritos de historiadores críticos e interesados. Además bueno es traer al recuerdo que entonces Bolívar escribió al general Santander varios oficios para aplacar al Presidente Encargado, a fin de darle sosiego a sus sentimientos por la recepción de varias solicitudes de ayuda, noticias en ellos contenidos que no se ajustan en todo a la realidad vivida.
Para terminar sobre la frustrada entrevista, si así debiéramos llamarla, diremos que el general San Martín hacia la media noche de ese día sábado 27 y previo el conocimiento de Bolívar, una vez despedidos, por una puerta trasera de la mansión abandona el edificio y el ágape en cuestión, para encaminarse de seguidas a la goleta Macedonia y viajar, “para nunca más volver”, como dice la canción. En resumidas cuentas y a objeto de concluir lo que he emprendido, diré, que aunque muchos afirman tras bambalinas pesimistas que “Bolívar no quería a Guayaquil”, y si acaso a su consentida y juvenil porteña Joaquina Garaicoa, en cuanto se refiere a dicha reunión efectuada en dos oportunidades y sin libreto aparte, se puede afirmar: a) Que con ello el futuro Dictador del Perú, utilizando suma prontitud desmembró esa importante provincia que en lo espiritual y económico era peruana, para anexarla a Colombia. b) Que las conversaciones habidas no fueron del todo secretas, porque con cierta rapidez ambos generales incumplieron el pacto del silencio y dando a entender lo contrario, con los datos que luego se pudieron filtrar c) Que Bolívar sí le negó la colaboración exigida por San Martín para poner término a la campaña, en base a las excusas aquí expuestas. d) Que en nada se pusieron de acuerdo sobre la forma de gobierno a establecer en el Perú. e) Que de un principio se conoció que la entrevista iba a resultar en un fracaso, por las posiciones firmes cuanto encontradas esgrimidas, y que el bueno de San Martín terminaría en ser el perdedor. f) Que en nada se trató el asunto de las fronteras, dejando así abierto este problema acuciante para desembocar luego en una guerra fratricida.
Todavía recuerdo los intentos de Carlos
III, de Floridablanca y de Godoy para hacer de estas ricas colonias españolas dos
o tres grandes países asociados a la Metrópoli. Hoy seríamos como Brasil o los
Estados Unidos. Pero tal cual dicen en mi tierra “por algo Dios no le dio
cachos (cuernos) al burro.” Y antes de cerrar el presente capítulo gracioso de
historia americana les recomiendo el trabajo editado del argentino Pablo Andrés
Chamis, sobre la Entrevista
de Guayaquil.
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