Amigos invisibles. No es falso decir ni
menos caer en contradicciones cuando se anuncia que plantear el conversatorio
sobre una persona colmada de múltiples facetas en las ideas que comporta y en
la persona misma, de la que se está al frente como si fuera un espejo
retroactivo, per se es un caso verdaderamente difícil, porque en verdad esa
novela trágica para no llamar historia que viviera el personaje llamado
precursor Francisco de Miranda, con el pasar del tiempo que tanto nivela
corazones y apariencias se agiganta de secuelas contradictorias como salida de
la irrealidad de los espíritus para marchar a contracorriente de cuanto se ha
dicho sobre este caraqueño insigne y universal, que por mucho tiempo anduvo como
zombi andante y desconocido salvo por los acuciosos que no lo dejaban morir y a
la espera, caso dado, de una resurrección, porque con las aristas que portaba la
figura del general Miranda y a objeto apuntalar
la tesis oficialista que para mantener en auge sus estatuas, siempre ha sostenido
un velo de oscuridad que lo mantiene en vilo, porque con lo precavido y analista que es el pensamiento
actual de cuantos sostienen la verdad como algo axiomático e inescrutable, algunos
no interrumpen su empuje hacia la bondad de ese ser esclarecido, mientras otros
expurgan en los detalles impertinentes para sacarle punta a una bola de billar,
o mejor y más castizo, exigirle peras al olmo, en este mundo agitado y agrio en
que vivimos.
Dichos estos conceptos que usted debe
enhebrar frente al rompecabezas que debo hacer presente sosteniendo así los
juicios anteriores que quedan lapidarios en esta pantalla de sufrimientos y
bondades, para escoger, voy a comenzar el escrito presentando un panorama que
viene de lejos, del atrás de los tiempos, pero que pudo incidir del todo en la
personalidad de ese hombre condenado a muerte en vida por la traición de sus
propios amigos, sin poner esta última palabra entre comillas. Pues bien, para
empezar esta narración sobre el hombre y su circunstancia, con la manida frase
de Ortega y Gasset, debo decir que los orígenes genéticos de este personaje se
desprenden desde las míticas llamadas islas afortunadas que seguramente Estrabón
sacó de sus recuerdos, donde terminaba el mundo hacia lo incógnito del Más
Allá, pero que en el acá de la cercanía las islas canarias, que así se llaman y
no por los pajaritos, sino como un promontorio sumergido proveniente de la
cercana África, con quien siempre ha tenido estrechos contactos humanos y por
ende familiares con esa raza frontal que en el continente etíope o líbico, como
antes se llamara, fuera por aquellos lugares habitados por familias bereberes,
trabajadoras, de fuerte actitud debido al secano de ese norte africano y que
con el tiempo poblaron a dichas islas sembradas de incógnitas pero con una tenacidad
envidiable para sacarle fruto a esa tierra difícil, gentiles con estatura
elevada esos guanches llamados, que siempre miraban hacia el infinito marino
aunque sin saber en ello qué hacer. Pero
sucedió que antes del fin de la llamada Edad Media y con el invento de una
velas marinas más amplias de los portugueses, que por costumbre y necesidad
fueron hombres de mar, se les ocurrió
avanzar hacia el sur de sus vidas con buena suerte demostrada, y mire
que sus vecinos españoles, que ya tenían la manía de viajar por el
Mediterráneo, se les ocurrió seguir el ejemplo de los portugueses que ya
colonizaban a las islas Azores y Madeira, de donde se les enciende el bombillo
del interés e imitando a los “portus”
invadieron a las Canarias, acabaron con las autoridades allí habidas y se
adueñaron por siempre de esos territorios insulares. Y como suele suceder en
todos estos acontecimientos históricos los vencedores sometieron a la
esclavitud a los vencidos, lo que duró por varios siglos, pero siempre
considerándolos como gentes de segunda clase, salvo excepciones desde luego, y
porque vivían en la pobreza ya después del conocido descubrimiento de América como
forma de bajarse del yugo y para aspirar a cierta mejora de sus vidas y familia,
pronto empiezan a emigrar a esta América de los sue-
ños, con predisposición a
Venezuela y Cuba, integrándose de esa forma principalmente en el trabajo
campesino que conocen, pero sin perder esa condición secundaria impuesta por el
colonizador español, lo que da pie por consiguiente a los excesos de los
superiores que ya dentro de la corrupción existente incluso entre los Gobernadores
provinciales que abusan propasándose en el cobro de impuestos y gabelas, o del
apoyo solapado a la mal vista Compañía Guipuzcoana, lo que iene por consecuencia una sórdida conspiración contra las autoridades extralimitadas, y
de allí viene el importante alzamiento del canario Juan Francisco de León y de
otros más, entre ellos su hijo
Nicolás. Pero como ya andamos en el año 1750,
todo ello coincide precisamente con el nacimiento en Caracas de Francisco de
Miranda, quien viene al mundo, pues, en tiempos convulsivos y a la espera de
peores momentos, ya que a partir de aquel año comienza una serie de revueltas provinciales
de distinta factura que poco a poco minarán la estabilidad de la colonia y que
en vuelta de sesenta años más darán al traste con el gobierno español en
Venezuela, que servirá de ejemplo para otros alzamientos definitivos en
América, todo lo que desemboca en la independencia de los países
hispanoamericanos y desde luego la ruina como potencia de España. Mientras el
joven Miranda crece en aquella Caracas de 26.000 habitantes, llena de
controversias y de mantuanos o criollos españoles que dominan el medio,
considerándose la clase más importante, por otro lado va minándose la situación
imperante por obra de varios elementos que inciden en el conflicto, o sea la
dominación de los vascos guipuzcoanos, que disminuyen en sus negocios a los
mantuanos, principalmente en el tráfico del cacao, el añil y el tabaco, la
existencia de la real cédula de gracias al sacar por la que la clase de pardos
o mestizos puede alcanzar ciertas preeminencias y títulos mediante el pago de algunos
impuestos, lo que enfurece a la clase mantuana competidora, pues hasta
jurídicamente un mulato puede igualarse a alguien que tenga cualquier título o
distinción, de hidalgo para arriba y finalmente con la pugnacidad que existe
frente a ciertos cargos y desempeños en la provincia que solo pueden ser ejercidos
por los nativos de la España
peninsular. En medio de aquel brasero en
que se desenvuelve la sociedad colonial en sus distintas clases y estamentos,
aparece la figura del padre de Francisco de Miranda, don Sebastián de Miranda Ravelo, quien emigrado joven por
estas tierras caraqueñas del Señor, encuentra a una moza blanca de orilla y de
origen canario con quien contrae matrimonio y se pone a vivir de cierto
comercio secundario y al detal, mientras usaba preeminencias señoriales traídas
desde las islas Canarias, cosa que al estar en boca y oídos de los señores mantuanos
entran en furia y resuelven a través del Cabildo prohibir el uso de esas
preeminencias, como por ejemplo portar espada
y acaso sombrilla, fundándose en que una persona de importancia no podía
ser comerciante y menos de baja categoría, lo que don Sebastián ejercía sin
inmutarse en el centro de Caracas, pues incluso era capitán del Batallón Blanco
de Milicias de Caracas. Esta decisión condenatoria trajo consigo el desprecio
para sí y su familia al canario Sebastián, que ya por ser isleño sabemos era de
segunda categoría, como no le daban paso a su figura en el caminar diario y
otros desprecios enojosos y pertinaces que obligan al padre de Francisco, para
salvaguardar su honra introducir papeles ante el Consejo de Indias, a fin de exhibir
sus cualidades, lo que en efecto pudo demostrar oportunamente. Sin embargo todo
este jaleo que entre comidillas y
realidades se llevó a cabo en la pacata Caracas de finales del siglo XVIII,
mantuvo en ascuas a la persona del joven Miranda, quien por cierto estudia con
ahínco en la universidad caraqueña, lo que demuestra que es blanco, en diversas
materias correspondientes a una cultura general, pero ya a los veinte años y
como era costumbre para sobresalir en el campo militar decide viajar a España,
donde entrando por Cádiz va a prestar diversos servicios de cuartel como
Oficial de Ejército y hasta en la línea de fuego marrocoargelina, primero como
capitán en el Regimiento de la
Princesa, en Madrid, y
luego en la defensa de Melilla y la expedición contra Argel. De allí y para agrandar el currículo de
servicios se le traslada a América, o sea a La Habana, y de dicho puerto
bajo el comando del general Cagigal parte en auxilio de Bernardo de Gálvez en
Pensacola, arriba de La Florida. Regresado
a La Habana “por
intrigas injustas y para evitar la prisión”, en que se le vincula con los
autoridades inglesas de Jamaica, se va del mundo hispano con sus libros a
cuestas y ya como Teniente Coronel, para los Estados Unidos, y luego de permanecer
por poco tiempo allí sigue hacia Inglaterra, en busca de ayuda para sus planes
independentistas a la América Hispana,
que sigue en poder de la rival España en esas suertes marítimas.
Por
este tiempo y en plan de su cultura universal mientras ve pasar el badajo horario
altisonante de la Torre
de Londres, como aventurero por esencia que es y quizás con alguna ayuda especial
que le otorgan, y eso de especial se lo agrego porque los servicios de
información imperiales son grandes y diversos, decide emprender un largo viaje
por Europa, donde a la par de los libros y lenguas que va a conocer, continuará
llevando un minucioso diario de su vida, esto a través de papeles y documentos probatorios
que guardará con celo a lo largo de su vida. Así comienza este viajero
universal y en la gran universidad de la existencia, que es para algunos la que
más enseña y que ahora se toma mucho en cuenta, por Holanda, Prusia, Italia,
Grecia, Asia Menor y el imperio turco, lo que para entonces significa una
verdadera hazaña. De allí sube por el mar Negro a Crimen y Ucrania, donde en
Kiev conoce e intima con la sesentona y muy liberal cuanto culta zarina
viuda
Catalina, por cierto de nombre sugestivo, mientras los espías españoles andan
en su derredor, al extremo que gracias a los favores prestados por Miranda en
recompensa hacia el fornido oficial y para evitar dificultades con estas
alimañas que hasta asesinas pueden terminar, le nombra coronel ruso con el
permiso de usar el ostentoso uniforme zarista que luego lo defiende. Así sigue
a Moscú, San Petersburgo, Finlandia, Suecia. Noruega y Dinamarca, continúa por
Hamburgo, Bremen y Holanda, mientras prosigue la ronda de los espías españoles,
al tanto que Miranda para evadir tal persecución usa los nombres de Meroff en
Bélgica, Alemania, Suiza e Italia, donde ya usa el apelativo de Meyrat, y así
continúa a caballo por Ginebra, Lyon y finalmente París, en una larga odisea de
tres años y que yo en los siete años de permanencia en Europa pude transitar en
forma muy parecida [en mi libro “50 veces yo” narro muchas de estas peripecias
juveniles] que buena parte de ellas fueron transitadas por ferrocarril o
aereotransportado.
Una vez de vuelta en Londres prosigue en
las relaciones con altos oficiales imperiales en busca de la independencia de
las colonias españolas de América, pero como es militar de aventuras y no le
tiene miedo a la contienda, a sabiendas de los graves conflictos que ocurren en
Francia se dirige otra vez a ese país, donde se enrola en las fuerzas
republicanas, siendo designado como mariscal de campo Segundo Jefe del Ejército
del Norte, donde combate derrotando a los prusianos, y ocupa a Amberes, aunque
por la traición palpable del general Charles Domouriez se le detiene en Paris durante dos años, luego
se le libera libre de cargos, conoce a Napoleón Bonaparte, pero previsivo de
los nuevos sucesos que estallan permanece en la clandestinidad y presto regresa
a Londres. En dicha capital británica, donde mantiene buena residencia con su
gran biblioteca de muchas lenguas vivas y muertas y en la que recibe a
numerosos hispanoamericanos revolucionarios y masones, como él mismo, vive a la
vez con la ama de llaves Sarah Andrews, con quien tendrá dos hijos, debiendo
aquí decir, para liberar tensiones y el stress consiguiente, que si leemos la
nutrida colección “Colombeia” en sus numerosos
tomos que abarcan el mundo mirandino, podemos hallar con filigrana
muchos episodios del mujeriego Miranda y a lo largo de tantos países, con pelos
y señales [los vellos que le obsequió la emperatriz Catalina en un pequeño
cofre ad hoc, se conservan en el Archivo General de Caracas], que en este
sentido sí le hace competencia al casanova de Simón Bolívar, en lo que a
mujeres se refiere.
Casa deFrancisco de Miranda y Sarah Andrews en Londres |
En Londres entra en contacto con el
gobierno de quien vive mediante pensión suficiente y con otros interesados en
la plata y el oro de Méjico y el Perú, como de diversas riquezas continentales,
por lo que bien aviado en estos menesteres viaja a Nueva Cork, donde arma el
viejo bergantín Leander y junto con dos goletas menores emprende viaje rumbo a
Venezuela, sin conocer que el ministro español en Washington, marqués de Irujo,
con sus secuaces lo vigilan de día y de noche, mientras prosigue el viaje que
termina en fracaso porque ni en Ocumare le reciben y menos en Coro, donde
encuentra la ciudad vacía de personas, de donde resuelve ir a Barbados y
Londres mientras muchos de los marineros de las dos goletas apresadas son
ahorcados en Puerto Cabello. En Londres permanece tranquilo cuando un buen día
es visitado por su desconocido paisano Simón Bolívar,
de visita en Londres en
busca de ayuda económica y militar para la Venezuela soliviantada contra España en tal
momento álgido. Y Bolívar, con ese carismático don que la naturaleza le ha
otorgado, o por arte de birlibirloque, prometiéndole villas y castillos a un
señor que tiene cuarenta años fuera de su país, o sea que no conoce de las
intríngulis diarias, se deja convencer por el inquieto Simón y con el
desprendimiento que siempre llevara para lograr la independencia de su patria acepta
el reto ofrecido y pronto aparece en La Guaira, cuando desciende del bergantín Avon que
lo transporta vestido de mariscal francés, con bicornio puesto y mucho sudor
encima para seguir a Caracas donde le reciben muchas personas resistentes a su
autoridad, porque es masón, porque parece y habla en francés o inglés, por la manera
de vestir y pensar y muchos más defectos que le encuentran, mientras Caracas parece
una marmita de Papin por la presión elevada que sostiene entre anárquicos como
Coto Paúl, monárquicos de estilo que andan o simulan de bajo perfil, exaltados
como la bulliciosa Sociedad Patriótica y las logias masónicas a quienes se
respeta y dan consejo, a tiempo que se prepara una constitución inaugural de la República, donde Miranda
tendrá cabida como representante por la ciudad oriental de El Pao y donde se
discuten las más inverosímiles historias pero que al final se ponen de acuerdo
quizás por cansancio y aquello de que “sea lo que Dios quiera”, mientras el sacerdote
Manuel Vicente de Maya con los testículos arriba siendo el único de toda la
partida dice que no aprueba tal constitución porque no tenía poderes para ello.
Y nadie lo irrespetó, hasta su muerte años después, mientras siguió siendo monárquico.
En el entretanto de estas historias crudas,
aparece un fogueado marino canario tinerfeño, por el centronorte de Venezuela,
que es Domingo de Monteverde, quien inicialmente anda por las costas de Coro
mientras Miranda es enviado con rapidez por el Congreso para reducir el alzamiento
monárquico que sucede en Valencia, el que luego de duras penas y porque Miranda
desconocía entonces el sistema de lucha imperante en América, aunque logra
detener la insurrección sobre todo frailuna, con que corría peligro el destino
de la república, que es cuando Miranda adelantándose a los acontecimientos
percibe y cae en cuenta que Venezuela es herida en el corazón, como lo dice en
francés el general Miranda, pues recibe la terrible noticia que Simón Bolívar
ausente de la plaza militar de Puerto Cabello, donde está el grueso del armamento
de que se dispone para defender la patria recién establecida, por andar Bolívar
en el puerto y no cumpliendo sus funciones mediante un golpe de traición
efectuado por el también canario Francisco Fernández Vinnoni, vuelve a manos
nuevamente del poder monárquico todo el tren militar, y de lleno sin armas nada
se puede hacer, y con mayor razón cuando viaja avanzando hacia el centro de la
república ese fogoso e inquieto militar que era el capitán de fragata Domingo
de Monteverde. Todo está consumado diría yo y la tristeza embarga los corazones
de los venezolanos, al tanto que Bolívar escribe a Miranda disculpándose por
haber tenido “el día más triste de su vida”. Mientras el canario ya anda por Valencia y
Miranda mide sus esmirriadas fuerzas que no se pueden oponer a Monteverde, dentro del caos sobrevenido no queda otro
camino sino suspender la guerra y entrar en una capitulación para evitar más derramamiento
de sangre, cuestión que Miranda delega como jefe del parlamento en el
Secretario de Guerra José de Satta y Busi, militar peruano de carrera al
servicio de la patria venezolana, quien firma con Monteverde tal capitulación
en San Mateo, la que de inmediato fue desconocida por el orgulloso y vencedor
canario.
De aquí en adelante las palabras sobran
pero los hechos no, porque sintiéndose el peso de las responsabilidades que atañen
con la guerra cada quien cogió por su lado para salvar el pellejo. Por ello,
una vez que arregló sus cuentas y delega poderes el general Miranda emprende el
viaje de Caracas a La Guaira
donde debe abordar el navío británico de la Union Jack “Shappire”
rumbo a Curazao y luego a Londres. Mientras tanto esa tarde anterior al viaje
diversas personas notaron como izaban hacia la cubierta y las bodegas del mismo
barco muchas cajas contentivas de la biblioteca con que viajaba Miranda, como
otras maletas contentivas de su numerosa ropa y efectos personales como gran
señor acostumbrado a su uso, de donde con eso que el vulgo venezolano llama
“radio bemba”, que por tanto no se puede callar, terminó tal equipaje siendo
bultos contentivos del oro que le había entregado Monteverde a Miranda para la
capitulación del ejército, habladuría chismosa que llega a oídos de Bolívar,
Peña, Soublette y otros que andaban buscando como salir de dicho puerto, por lo
que sin medir la razón y consecuencias de la Historia que condenara
tal barbaridad, dichos complotados deciden entre gallos y media noche detener a
Miranda en la fonda donde dormía, por traidor y vende patria, como lo tilda el
exaltado Bolívar, manteniendo dicha sentencia mental por mucho tiempo, al extremo
de asegurar que si por él fuera lo mandaba a fusilar sin contemplación alguna.
¡Que de cosas hay que leer, Dios mío, en las páginas de la verdadera
Historia. Lo cierto de la charada fue
que Miranda es entregado a De Las Casas, el Guardián de La Guaira, quien en contra de
lo que se acordara guarda al general para hacer nueva entrega de él al mismo
Domingo de Monteverde, hombre de sangre fría y calculador quien lo retiene por
poco tiempo en la ergástula o pontón de La Guaira, luego lo envía al castillo San Felipe de
Puerto Cabello, y de allí continuará en el via crucis a la cárcel El Morro de
Puerto Rico para finalmente y siempre engrillado continuar rumbo a la prisión
de Estado Las Cuatro Torres, situada en el arsenal de
La Carraca, en San Fernando
de Cádiz, donde vivirá como prisionero con máxima seguridad, con solo la
atención del servidor Morán, que le acompaña desde Caracas, hasta que muere de
disentería y se le entierra envuelto en una estera, sin servicio cristiano por
ser masón y a pocos días de ser liberado según planes bien concebidos que se
tenían dispuestos al otro lado del estrecho, en el inglés Peñón de Gibraltar. Y
ahora me pregunto ¿A quien corresponde este crimen? El ¿porqué de la misma estupidez?.
Hay que aplaudir a Bolívar por el engaño, por su fracaso de Puerto Cabello y
por haberlo traído desde Londres para entregarlo en holocausto a los feroces
carcelarios. Solo resta decir mucha pero mucha paz a sus restos, y recordando
otra vez como aquella película de mis años mozos ¡Que el cielo lo juzgue!.
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