Amigos
invisibles. Yo no sé porqué el concepto insular tiene algo de afrodisíaco, y quizás
ello proviene de la desnudez con que se despejan las almas en esos mares
insondables donde con la visión quisquillosa se desvisten ninfas y adonis que
dan toque de alegría hasta lujuriosa, pensativa y quizás de sueños coruscantes
a esos paisajes cubiertos de leyendas, de bastantes historias tildadas de
prohibidas que hacen sonrojar al más pintado y que, en fin, cuentan una suma de
capítulos suficientes como para dar comienzo a cualquier narración, por picante
que sea. Y de aquí se desprende la trama y las tramoyas que luciendo algo medio
olvidadas vengo a recordar, porque no es factible que dentro de tantas emociones
vividas en lugares como Cubagua, la mala memoria de muchos oscurezca el
panorama de una realidad tangible de la Historia nacional, que tiene como telón de fondo
nada menos que el nacimiento de Venezuela, porque de allí partió y cuajado de
siglos todo el “establishment” dominante de aquella isla colocada al sur de la Margarita y del Oriente
de Venezuela, que fue por donde entraron los primeros españoles que tuvieron la
osadía de meterse en trifulcas indígenas contra los feroces come gentes indios
caribes, pero que los movió simplemente la codicia de unas tales márgaras o perlas
que allí también había y que dieron comienzo, como dije a toda una historia
detonante y de placer. Que no de amor.
[que ahora reposa en el Museo Bolivariano de Caracas], o sea a Santiago de Nueva Cádiz, al tanto que los franciscanos chivudos abren su iglesia para la redención de tantos pecados cometidos y las prostitutas, barraganas y hasta mancebas iniciadas, nutren de muchas zorras los primeros lenocinios, lupanares, puterías o prostíbulos donde corren el licor, algunos ajustes de cuentas y negocios de toda índole, de los buenos y de los malos. Ya para esos momentos de la vida burlona se está llenando el paisaje con aventureros llegados en porción y con esclavistas que primero utilizan indios de la zona y luego indígenas traídos de las islas lucayas o Bahamas, por ser más fuertes ellos para zambullirse siete metros abajo en búsqueda del molusco ostral, aunque les estallaran los pulmones por la profundidad y mientras llegan negros africanos para estas faenas productivas y el fraile dominico Las Casas, el de
Pero siguiendo en este andar histórico cuajado de recuerdos que parecen novelescos vamos a comenzar con una técnica de paneo insular para que los lectores tengan conocimientos de las diabluras en esta sociedad perversa donde ya para 1515 “no hay doncella que no haya sido deshonrada”, mientras atacan bandadas de caribes y algunos franceses como Jacques Fain y Simón Ansed se atreven a depredar, aunque pierdan trece hombres.
A todo ello debe agregarse la corrupción
perlífera con que Don Dinero todo lo puede y por eso ya la justicia anda “de
compadres”, donde los atribulados indios pescadores trabajan de sol a sol, son
aperreados si no hacen caso, se les escama la piel por la sal contenida, el
flaco sustento estomacal es de restos acaso podridos y los capataces de tales
desmanes andan sueltos porque la complaciente
ley no existe. Entretanto, luego de la riada de caribes que medio acaban
con el pueblo, ya para 1525 se han
exportado de la isla 200.000 pesos de oro en perlas, lo que verdaderamente se
vuelve un record mundial y comparable a lo que contenido en el famoso libro Guinness
al respecto, mientras con prontitud Cubagua va convirtiéndose en el primer gran
mercado de esclavos herrados en la cara de manera candente, africanos e
indígenas, del Nuevo Mundo.
Es en ese tiempo cuando la vida insular está que
arde, pues el judío converso Pedro de Barrionuevo mata con puñal alevoso al adinerado
Alemán, rico “señor de canoa” y dueño de cantidad de indios y negros esclavos
que explotan sus enormes ostrales. Barrionuevo sin embargo no se salvó de la
vindicta pública, pues aunque se cobija bajo el alero del convento franciscano,
sin embargo por trastiendas se le saca a escondidas de dicho cenobio y luego en
España fue condenado a la horca. Entretanto en Nueva Cádiz para coger calor
natural el casado Pedro de Cuadros vive en mancebía pública con Isabel de
Aguilar, lo que es muy mal visto de reojo por el vecindario, de donde termina
en la cárcel por andar pasado de vivo, según las leyes de entonces. A Isabel,
ex de Lope de Montalbán, se le destierra, por lo que fue presa y condenada. A
Leonor Gutiérrez, “vendedora de gracia y encantos” sin pararle a la categoría,
se le condena a dos años de destierro, y otras que también caen en la causa del
amancebamiento fueron las libertinas Elena Delgado y Mencía Hernández, y así
también Juana de Aranda, tabernera de oficio, iniciada en el libertinaje de los
garitos de Sevilla, quien vive en Cubagua con el navegante Juan Zodo, a quien
le distrae el fastidio que posee y es “mujer ciertamente extraordinaria”, según
el decir de Enrique Otte, y como mi cabeza da vueltas, pienso a lo mala que
pudo ser por cuestiones de alcoba. Ya
para 1531 la fogosa Nueva Cádiz, con l.000 habitantes encima, anda inmersa en
fiestas, regocijos, torneos, galanuras, gritos, pendencias, bebidas, juego de
varias clases, como barajas, dados, etc., todo alrededor de las perlas y los
esclavos, y como afirma un autor contemporáneo a esos hechos “En las esclavas
mozas se desahogan los cubagüeses sus apetitos”. Pero el que le puso corcho a
la botella de los desmanes fue el propio alcalde Pedro Ortiz de Matienzo, quien
vivía públicamente con mujer casada, o sea Antonia Camacho, llamada “La Camacha ”, quien sacó de
quicio y sano juicio al tal Ortiz, pues “no hacía más de lo que ella quería”,
al extremo de obsequiarle para cierta armada, lo que le costó el cargo y se
dijo que hasta la muerte. Algo así como Sodoma y Gomorra.
Para
entonces y siguiendo el mismo hilo conductual de la fiera reseña, candidata no
a cualquier Premio Nobel pero sí para que un sesudo maestro del terror con cualquier
tétrico guión cinematográfico pueda elaborar un trabajo capaz de obtener
laureles en este plano de la cultura no salida de los conventos sino de los trotaconventos
cabrones o de las trotaconventos alcahuetas, burdeles y las cárceles,
añadiremos que el vivaracho Tesorero real de Cubagua es quien primero construye
una casa de piedra de canto rodado en la infértil Cubagua, posiblemente con la
mano de obra gratuita de 46 indios esclavos a él pertenecientes y a quienes
marca con un hierro en la frente, como signo de dicha propiedad, lo que
acontece en 1532.
Pero eso es lo menos de lo más a suceder el susodicho año en
la tornadiza comunidad, porque allí mismo muere en prisión y envenenado
mediante orden del rico Alcalde insular Pedro Ortiz de Matienzo, “por cierta pócima
que en Cubagua preparó un boticario genovés”, el célebre comendador Diego de
Ordáz, membrudo y tartajoso que da su nombre a la mejor ciudad actual de
Guayana y quien deja una estela de recuerdos inolvidables en el antaño Méjico
como ascender primero al enorme volcán poblano de Popocatepelt, y en Venezuela
con la célebre expedición por Cubagua y hacia Paria, hecha un fracaso, de donde
luego salían los que pudieron regresar “a pedir por Dios para su sustento”. En
la ergástula insular lo mantenía preso con cadenas el temible gobernador
trinitario Antonio Cedeño, pero quien lo envenena es el conde milanés Luis de
Lampiñán con unos “bocados” que le da en dicha cárcel, para echarlo luego a los hambrientos y cebados tiburones playeros. El
medio loco conde inventor “para pescar ostrales” fue atacado por la población
enfurecida, se llenó de deudas, tornóse más loco aún por la mala suerte y cinco
años después murió allí deprimido y en la mayor miseria, como escribo en mi voluminoso
libro “Historia oculta de Venezuela”. Mas pasados estos trances malignos agregaremos
que ya para 1535 Nueva Cádiz tiene casas torreadas y de piedra, de tapias y calicanto,
suntuosas y solariegas, con algunos 220 vecinos adinerados que tranquilos viven
en su interior, mientras se centra la
activa producción perlífera, con tantas bajas humanas desde luego, que poco
antes había alcanzado a la insospechable cifra de de 2852 kilos de este rico y lujoso
manjar de perlas
del que el soberano Carlos V tenía una obsesión por las márgaras
cubagüenses, recordando en este instante que en el monasterio extremeño de
Guadalupe pude extasiar mi vista con una capa virginal celosamente
guardada y cosida con bellas perlas insulares traídas de
Cubagua, como me lo expresara en aquella oportunidad el fraile curador de tan
excelsa reliquia y obra de arte colonial venezolano. Pero como no todo lo que
brilla es oro, aquí afirmo lo contrario, pues a pesar de tanta corrupción que
reina en aquel estrecho territorio insular lleno de pájaros que peligrosamente
defecan, ciertos sensatos cabildantes prefieren enseriar su trabajo y así crean
las primeras Ordenanzas municipales venezolanas, que algunas cosas ordenan,
como la salida de esclavos y lacayos por la noche, y usted piense el porqué, el
manejo del vino por los amos, la punición de no ir a misa los domingos, la
certeza del llamado toque de queda, que se entierren los indios muertos, pues
los echaban al mar, y del castigo con los negros levantiscos o alzados, a base
de azotes y hasta la muerte, según sea de grave lo cometido, a lo que se une
una Real provisión sobre el control específico de las mismas perlas, siendo las
penas ordenadas para el indio o esclavo contraventor de cien azotes en público,
y si reincide, se le cortarán las orejas. Así de simple. Mas como los sucesos
se mantenían en ascuas por los desenfrenos permanentes y el comercio esclavista
aumenta [27 negros vendidos allí en 1527, 180 indios de Paria, que se adjudican
a Ortiz de Matienzo, los 50 indígenas herrados que introduce el Alcalde Mayor
insular, los casi 30 negros esclavos
traídos sin permiso por los vizcaínos
Sancho y Juan de Urrutia, etc., para frenar los desafueros la Audiencia de Santo
Domingo envía como juez de residencia y hasta pesquisidor al licenciado Juan de
Frías, a quien el jefe de armas insular detiene, encarcela y bota sus cédulas
reales a la basura del mar, matando con espada al escribano y el Alguacil
acompañantes de Cedeño, mientras confisca todas las propiedades que llevan
encima. Antonio Cedeño a su vez luego morirá hinchado por obra de veneno lento
que le propina la morisca embrujada Francisca Fernández. El que la debe, la
teme.
Y
volviendo sobre el tema candente diremos que la dinámica Cubagua tampoco se
salvó de los asaltos de la naturaleza embravecida, porque en 1530 sobre Nueva
Cádiz se produjo en violento terremoto con epicentro cerca de Cumaná, de tal
intensidad diría yo y con réplicas
sísmicas que sucedieron con temor por 45 minutos, al extremo de provocar algún
desplazamiento de la tierra hacia el mar, grandes inundaciones en tierra
continental y una suerte de tsunami con altura de las olas calculada en más de 20 pies , o sea siete metros
aproximadamente, que amplió la fosa profunda de Cariaco, cerca de Cubagua, y en
la isla desprotegida para estos inesperados cataclismos provoca no solo la
inundación general sino la ruina o el estrago de esa activa ciudad, como
también el ahogamiento de muchos de sus habitantes, ciudad que es reconstruida
en parte por su valor como mercado de esclavos, aunque ya la producción de
perlas había bajado debido al exceso extractivo de los ostrales y a la invasión
de tiburones en el lugar, que a las anchas hicieron de las suyas. Sin embargo,
de lo que pudo salvarse existe un documento, porque al llegar el nuevo Tesorero
de Cubagua, Francisco Castellanos, una vez posesionado del cargo ordena abrir
el “arca de tres llaves donde se guarda
lo perteneciente a S. M.” (Su Majestad), en cuyo interior se halla oro
guanín, perlas comunes, perlas redondas, aljófar común y redondo, pedrería,
cadenillas, etc, todo según inventario desde luego. Para entonces y a objeto
del tratamiento enfermizo de su gota ya se había enviado al emperador Carlos V,
que residía en España, una barrica con oloroso aceite negruzco y pesado, extraído
de la punta Oeste de la isla, llamado mene por las indígenas y “stercus
demonis” por los letrados medievales, que no era sino el primer manadero de petróleo
conocido en Venezuela y que fue a prestarle útil servicio al adolorido
emperador. En 1539 llegó a Cubagua el deshonesto licenciado Francisco de
Castañeda, enviado de Santo Domingo para vengar afrentas y poner un parado en
los excesos del cruel Jerónimo de Ortal. Pero fue peor el remedio que la
enfermedad sobre la “fábrica de maldades” que se avecinan, pues Castañeda
encarcela, atropella y a diversos reos
ordena dar cien azotes a cada uno, como el corte de narices, y hasta al
más culpable ordena le cercenen parte de
un pie, en esta que “era una tierra perdida”, por los vicios y desórdenes que
encuentra, como las revueltas de indios que la acechan,, lo que parece pronto
olvidar el Castañeda ya que de vengador que fue, se queda en Cubagua “entre los
brazos de una cubagüesa”, “detenido por ciertos amores”, en fiestas que no
cesan, y el muy pillo cuanto vicioso “en parlar de mujeres”. Entre tanto la
ciudad se había recuperado bastante de los desastres acaecidos una década
atrás, cuando de improviso en la navidad de 1541 una tempestad o ciclón de
aguas seguido de temblores y vientos huracanados, asola de nuevo a las isla de
Cubagua, “sin dejar casa de piedra sobre ella”, por lo que se ordena evacuar la
isla y muchos de los moradores se van a vivir en Margarita, porque otros, en años
anteriores se establecen por Río Hacha y el Cabo de la Vela en Colombia, donde se
descubrieron nuevos ostrales. Nueva Cádiz no se levanta más de sus cimientos y
el comercio de esclavos vegetó, aún miserablemente hasta l550, cuando ya
cansados los últimos remolones al desahucio natural, decidieron irse con sus
familias y petacas a cualquier otro lugar acogedor.
En este ínterin
definitivo el esclavista y marino
italiano Girolamo Benzoni la visita con otros tratantes, mientras el
capitán Pedro de Cádiz (Cálice, en italiano de entonces) anda por esas aguas
tenebrosas con 400 esclavos indígenas que porta a su llegada, al tanto que
asesina a cuchilladas al perdidoso Pedro Hernández, por cuyo crimen horrendo
apenas pagó una nominal “multa de seis pesos”. Ojalá que alguien se apiade de
estas historias verdaderas y desde otro criterio las envíe por los medios que
hoy existen, a tantos escasos de estos conocimientos referidos al ser y a su íntima
perdición.
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