PREVIO
AGRADECER. Con el arribo de este blog a los 300.000 visitantes dejo constancia
afectiva a quienes con paciencia han estudiado en 130 trabajos incluidos mucho sobre
Venezuela y el mundo, visto claro está desde una interpretación precisa,
personal y no parcializada.
Simón Bolívar |
Es bueno ya señalar para rebatir tesis absurdas
sostenidas en mentes sugestionables y desactualizadas aún plenas de
romanticismo, que el libertador Simón Bolívar nunca fue estéril, como él bien
lo aclaró ante varios de sus acompañantes que siempre le rodeaban y
respondiendo al acoso del francés coronel Peru de La Croix, memorialista que
entonces se dedicaba a hilvanar un diario de actividades referidas al heroico
estilo francés sobre la vida de ese caraqueño ilustre, cuando el año 1828
permaneció un tiempo en la ciudad colombiana de Bucaramanga (departamento de
Santander), a la espera de noticias
provenientes de la controvertida Convención de Ocaña que se desarrollaba
en dicha cercana ciudad y de donde por cierto el general Bolívar salió mal
parado en los planes que allí buscaba, porque sus adversarios llevaron la
delantera votante en este congreso, con lo que se echó más leña al fuego
desintegrador de Colombia, en contra del caraqueño. Pues bien, el día domingo
18 de mayo de 1828 y en la tertulia posterior de sobremesa al almuerzo que
ocurriera, Bolívar siendo interrogado con suspicacia por el culto francés sobre
precisiones de su vida personal ante el grupo de oficiales de compañía y otros
amigos allí presentes, según lo determina con detalles el galo coronel,
entonces el caraqueño ante todo ese auditorio expresó de manera tajante y sin interpretaciones sesgadas, porque sabía
de los errores mantenidos sobre el particular, que le constaba que no era
estéril, porque desde luego en dos oportunidades había tenido hijos a la altura
del cielo o el frondoso valle santandereano, yo comento, o sea en Potosí de la
hoy Bolivia y en Pie de Cuesta santandereano, lo que cual personaje fuera de
serie al caraqueño daba otra connotación
de este hecho por demás humano. Sobre
esta circunstancia nunca he podido entender como reputadas plumas tergiversan
esta afirmación hecha por el propio Bolívar, y con intenciones en verdad
aviesas para no dañar el aura angelical (los ángeles son asexuales) del héroe
impoluto y así mantenerlo junto al empíreo inmaculado de Zeus. Esta prueba básica
emanada del mismo Bolívar es por tanto determinante en cuanto a la
investigación de la realidad observada.
María Joaquina Costas |
En cuanto a Don Simón, terrible por estos genes adquiridos y mayor
desarrollados en el medio estrecho cuanto erótico con las tres mezclas raciales y costumbres
salidas de lugar, digo que por esa vida suelta y rebelde tenida desde su
infancia, con cierta rapidez de principios avanzó con el conocimiento de su
cuerpo en aquella suerte de tímida apertura de las costumbres seculares y por
obra de los vaivenes revolucionarios que se veían venir, de donde nuestro
caraqueño desde temprana edad concibe un mundo distinto de pensar, aferrado a
los cambios solapados y con el ejemplo
galopante sobre la desarreglada vida de su padre, experto padrote con
vírgenes esclavas (vírgenes, para evitar serias enfermedades) en las haciendas
familiares, todo lo cual inquietara en su cabeza prolífica y lo que pronto le
hizo heredar con gusto el camino sensual de su progenitor. Así este vivaz
interesado con el bagaje recogido desde temprana infancia se lanza en la pesca de oportunidades
licenciosas. Simón Bolívar por otro lado era despierto, bien plantado, de
distinguida nariz aguileña, oloroso a perfume y repleto de ansiedad, con deseo
de ser mejor dentro del mundo solitario, huérfano en que viviera, como
esperando mejores oportunidades que pronto las tendría entre sus manos. Viene
entonces el período dinámico en que se lanza para conquistar el mundo, en las
distintas facetas presentadas. Y de
seguidas aparece un caleidoscopio de mujeres que en tropel se avalanzan a los
brazos del venezolano ardiente y a quien el temor lo mantiene socarrón, aunque ante
el arranque irrefrenable de su verbo y espíritu y tensiones pronto cual tenorio
enamorado buscando la exquisita manzana del deseo lujurioso lo lleva a estadios superiores de pasión,
unos pasajeros, otros estables, que es cuando inicia su heterogénea vida sexual
con el sabor picante de la famosa hetaira Guera Rodríguez del Méjico virreinal,
y de allí en desaforado intento de la cópula íntima sin escrúpulos ni detención
alguna se entretiene entre damas ligeras de diferentes edades y clases, las que
con ilusiones frustradas iluminan sus vientres con los albores del siglo XIX,
mientras este pichón de Casanova se pasea por las sábanas de Europa en la
coyunda permanente, que le produce tantos placeres como en el caso de una prima
en París, o la madre de la feminista
Flora Tristán, Teresa Lesnais, y cuantas otras fueron necesarias para saciar su
suerte ganadora, varias de las cuales según se conoce por cruces documentales
sometidos a estudio aunque no exentos de pasión, sin recato alguno declararon
ser madres de algún Bolívar escondido en tal vientre, de lo que hoy se tiene
conocimiento aunque siempre sumiso a un examen razonado donde florezca la
verdad, mediante documentos y otras pruebas evidentes en la mano, tal el caso del famoso ADN. Como un trabajo
de mi autoría sobre esos personajes femeninos que cobran cierta fama y
actualidad por haberse acostado con Bolívar, podrá encontrarse en este blog la
vida o los misterios de tantas mujeres que al caraqueño errante de una o de
cualquier manera le entregaron su amor,
que fue más deseo. Así mediante este camino tortuoso y nocturnal sometido a
presiones, el militar invicto por la vía de Bilbao sigue hacia la capital del
Reino que es Madrid, donde en un santiamén la flecha tentadora y el flechazo
del verdadero Cupido le hace añicos el corazón,
cuando conoce a la tristona María Teresa del Toro y de seguidas con el
seso prendido piensa en desposarla de inmediato, porque de esta manera aspira reconquistar las
malas sendas de su agitada cuanto disoluta vida y existencia.
Sea oportuno destacar aquí algunos
aspectos de esa suerte de macho man infalible que a Bolívar durante buena parte
de su andar lo mantuvo con cierta veneración.
Lo primero que debe interesarnos se refiere a la madrileña del Toro y
Alaiza, suerte de ángel caído del cielo cuando el cuerpo de Bolívar se debatía entre el mundanal ruido
de la incertidumbre. Y María viene a llenar el vacío de la orfandad maternal,
de los desaguisados del voluntarioso padre vestido con peluca rizada, y a
traerle otras esperanzas de ser, que dentro de aquella juventud en desenfreno
siempre lo mantenía en vigilia. Pero como los deseos no empreñan, según el
dicho popular, aquel shangri-la en que se viera sumergido pronto se desvanece
cuando la maternal María fallece en el horror de la asesina fiebre amarilla.
Lleno entonces de consternación mortal regresa pronto al mundo subrealista del
París lleno de fantasías, donde al dejar apenas en el panteón del recuerdo a la
única amada, porque Doña Manuela Sáenz fue otra cosa muy diferente, cual
caballo desbocado se lanza en el desorden lujurioso o fálico de la posesión
femenina. Sobre este punto importante en cuanto al estudio de su vida que ahora
se aclara, debo afirmar que en el mundo de la relación sexual freudiana Bolívar
no distinguía en separar las clases sociales, ni a la edad, ni a la etnia
proveniente ni a otras cualidades requeridas en este caraqueño del veni, vidi,
vici hecho razón de ser de las facultades eróticas, que no fueron más excitantes
y libidinosas porque no había nacido en lo que corre del siglo XXI. De esta
manera, pues, debo dejar sentado que Bolívar tuvo, según diversos historiadores
que mediante la lámpara de Diógenes esculcaran sus intimidades femeninas, que
yo conozca y digo sin exagerar, veintisiete (27) amantes de diferente condición,
que señalo con detalles en el libro sobre el fenómeno Bolívar, donde analizando
los variados casos de premura o pausa circunstancial se puede encontrar una
diversidad de mestizas aindiadas, mulatas claras y morenas, blancas orilleras,
viudas y separadas maritalmente, y otras especies diversas de la escogencia lasciva
que a lo largo de sus interminables viajes de acción se presentaron oportunamente
y a quienes de manera huracanada y sin respiro conquistó. Valga las excepciones
que por diversas causas existieron, aunque como vemos al pasar por los campos
de su existencia caminante bien ataviadas y cual ninfas griegas por preparadas escogidas
para el asalto en la ofrenda de sus virtudes tentadoras, cayeron en el enredo
del amor, lo que con la potencia espermática de este caraqueño famoso varias de
ellas concibieron hijos de tal centauro insatisfecho, en la balanza que
significa treinta y un años (31) de acción genital y desde los dieciséis (a 47)
en que comenzara la permanente batalla del sexo, cuando tuvo dieciocho amantes
conocidas de fugaz o recia temporada, así algunos desde luego disientan de la
calidad argumentando sin probanzas certeras la imposibilidad de la coyunda y
poniendo por ello a cronos en función, por ejemplo, y aquí debo remitirme a
numerosos historiadores que han esculcado sobre tales hazañas íntimas, quienes
sostienen como yo y desde luego ante la avalancha positiva de pruebas
aleatorias, que Bolívar sí tuvo descendencia clandestina, porque sabemos que legítima documental no. De esos
historiadores con criterio positivo señalemos a Cornelio Hispano, José María Espinosa, Ricardo Palma, Madariaga, Arciniegas,
Antonio Maya, Tomás Cipriano de Mosquera, José Fulgencio García, Antonio Cacua
Prada, Luis Subieta Sagarnaga, Fernando Jurado Noboa, Hugo Velazco, Héctor
Muñoz y muchos más de los cuales tengo conocimiento. Entonces para concluir en
este aparte de su vida privada ante el irrebatible estudio de todos estos
historiadores y sus pruebas a que me remito, ¿se puede entonces afirmar
olímpicamente o de un plumazo, como se acostumbraba en el siglo XIX, que Simón
Bolívar no tuvo hijos y menos que podía tener?. Absurdo y en desvarío sería
pensar en lo contrario. Y cuando el río
suena………., complete la oración, por favor.
Sobre ese tan cacareado análisis filial, debemos agregar otras fuentes y
pruebas que con el paso de los años de estudio pueden aparecer innovadoras, mientras la vehemencia sin
límites de un inicio influye con la misma pasión para determinar sin fundamentos
valederos y en base a la suposición, que Bolívar no dejó ni pudo tener
descendencia, y lo que en el absurdo de estos repitientes del monólogo mental esgrimen
a diestra y siniestra que Bolívar era infecundo sin describir o examinar por
qué, ya que a él en esta suerte de probanza paternal necesaria nadie lo
examinó, por ejemplo de si era o no débil espermático, porque eso incide para
el embarazo, y de otras circunstancias médicas apreciables como pudo ser una
lejana o juvenil enfermedad venérea que quizás le ocasionara cierta esterilidad
pasajera. Pero nada de esto, repito, se ha probado sin salir de la hipótesis o
el dilema, porque todos los argumentos a
favor que esgrimen los enemigos de su esperma, de la esperma de un Dios
omnipotente para muchos y muchas, no pudieron engendrar al hijo de Júpiter.
Así, en esta suerte de panteón consagrado aún andamos en tinieblas, y quizás
con eso no ha mucho aparecido que es la prueba
científica del ADN, habrá de tomar su tiempo veraz y por tanto debemos
seguir trabajando en este sentido con lo que reposa en nuestros estudios y
conclusiones. Pero lo que sí puedo afirmar es que en el campo de la relación
humana tanto la mujer como el hombre deben estar predispuestos, como el ciclo
de ovulación y los períodos fértiles del embarazo, el problema del moco
cervical, las infecciones vaginales y otras dificultades femeninas que frenan
la concepción, cuando sabemos que el 65%
de la imposibilidad para concebir corresponde a la mujer, y el 25% al hombre, de donde se demuestra lo
erradas que están las suposiciones inválidas
mantenidas por la escuela obsoleta y los de la vieja guardia. Otra cuestión aquí debemos recoger en cuanto a
Bolívar, que ni remoto se pensaba anteriormente, como sería la medición de poca
cantidad de espermatozoides sin llegar a
la esterilidad, la causa del estrés, la orquitis parcial, el
recalentamiento o fiebre testicular, infecciones, reacciones inflamatorias, traumatismos
como el largo cabalgar en caballo o mula que incide en el ejercicio seminal, y
otras situaciones pasajeras para impedir la cópula perfecta.
Para ser más exacto en los análisis que realizo dentro de lo escrito y
afirmado sobre el particular, anotamos que hechas las cuentas necesarias y por
las diversas fuentes tenidas a la mano podemos reafirmar que Simón Bolívar,
campeón en estos menesteres de alcoba, tuvo al parecer y contra prueba
fehaciente en contrario, treinta y un (hijos)
de diversas madres (muy importante en esto: recuérdese que los pretuberculosos,
en este caso hereditario, como Bolívar, son prolíficos y potentes para la
preservación de la especie), en treinta y nueve (39) sitios o ciudades que
acampara, según se ha podido esculcar en historias comarcales, principalmente,
y entre muchos historiadores y aficionados a la investigación, mutatis mutandis
y sin que usted se abisme. Pero ante
esta avalancha o cascada informativa que desde luego como ente pensante no
puede desechar con lo tanto expuesto, aquí reiterado, agregamos también que Bolívar
sí tuvo cierto comedimiento con la mujeres de las clases altas por el
compromiso que ello le podía enfrentar, por tanto midiendo bien sus pasos, pero
con las separadas y viudas de estas conocidas clases, otro gallo cantó en el
sentido del amor transitorio. De igual manera agregaremos su tendencia veloz a
conquistar los bellos y juveniles servicios femeninos que le prestaron ayuda en
los hogares que habitara al paso de su
estancia, de lo cual existe mucha, bastante información y hasta señalamientos
precisos de enredos femeninos, por esos
cauces locales (en este trance podría ceder los derechos de autor a publicarse en libro, si a usted le
interesa).
Sobre esas razones de fundamento aquí esgrimidas ahora sí vamos a demostrar
y en base a las diversas y numerosas pruebas presentadas como existentes, lo
referido con los hijos verdaderos de Bolívar, es decir los que hasta ahora son
fuera de toda duda, cuestión que aquí debemos resumir detalladamente.
MIGUEL SIMÓN CAMACHO.
Para que usted, amable investigador, pueda estar de acuerdo en cuanto a concluir sobre su certeza filial,
según el análisis interpretativo de realidades demostrables, y más con la plena
aceptación familiar, que en este caso guarda la calidad de ukase, lo que
resulta acorde con las costumbres conservadoras de aquel tiempo referidas a los
hijos fuera de matrimonio o naturales, podemos afirmar entonces que Bolívar en
su incesante caminar libertario, el 11 octubre de 1819 ya entrada la noche el caraqueño
con su comitiva arrogante llega a la fresca villa santandereana San Carlos de
Pie de Cuesta, del perímetro de Bucaramanga (Colombia), hospedándose con
regocijo en la hacienda El Puente, de esa localidad. En el baile de agasajo popular realizado en
los amplios corredores de la casona, que le ofrecen las autoridades como
homenaje al líder libertador, en medio de deslumbrantes damas acogedoras que
avivan el cerebro fáustico, por aquello de la empatía fulminante como del
entendimiento instantáneo de la presa, de parte y parte brilló una luz
interior, encantándose así Don Simón de
la bella y coqueta vecina presente en dicha fiesta, quien para la ocasión usara
dos trenzas largas con adornos en su cabellera, llamada esa beldad cariñosa Ana
Rosa Mantilla, distinguida joven llena de encantos desconocidos y con la que
Bolívar sostuvo una o dos noches de intimidad absoluta, al extremo que por
estos hechos irrefutables de coyunda a
los nueve meses siguientes, o sea por julio de 1820, Ana Rosa parió del
caraqueño un niño lleno de gracia, “que era el vivo retrato de Don Simón”. Poco tiempo después y en conocimiento de tal
parto, reconociéndolo ipso facto como hijo suyo el viajero Simón debió
comunicar a la hermana María Antonia, su más segura confidente en la familia,
lo del alumbramiento de este su hijo que por tanto lo aprecia. En mayo de 1828
y con ocho años de edad Miguel Simón, el libertador Bolívar anda de vuelta
fugaz por Pie de Cuesta, cuando lo reciben con otro homenaje de bienvenida y
donde con seguridad, siendo tiempos de la Convención de Ocaña, Bolívar debió
entrevistarse en privado con su hijo menor, y suponga usted lo que pudo existir
allí, de ese fugaz encuentro. Al regreso
de la hermana María Antonia a Caracas,
luego del exilio habanero tenido, a su ciudad natal vuelve con varios
familiares entre los que se cuentan su hija Valentina, casada antes en Curazao,
en 1816, con Don Gabriel Camacho, mientras ambos hermanos con la seguridad
necesaria previo consenso y como parte de la escena en marcha, en el hogar
mariano integran al hijo del Libertador y de nombre Miguel Simón, segundo
apelativo preciso de este Simón de lo cual se infiere suficiente y aquí lo
opongo como prueba necesaria fundamental, el que traído de Colombia y con las
seguridades del caso llega a Caracas acompañado
de su madre Ana Rosa Mantilla, siendo trasladados a la morada de María
Antonia, su tía, para así cuidar de una mejor crianza y al mismo tiempo prever
lo de su educación. Debo advertir que entendiéndose la pareja de padres, Don
Simón no opuso resistencia a que su hijo se llamara Simón, aunque para guardar
apariencias y defenderlo de un posible ataque traidor se le llamaba Miguel,
hasta cuando en Caracas y por acuerdos eclesiásticos en su asentada partida
natal fue nombrado Miguel Simón Camacho, apareciendo como hijo de Gabriel
Camacho y Valentina Clemente, yerno e hija de María Antonia, respectivamente. Y
así se soluciona el espinoso caso de su nacimiento, por lo que desde entonces
se le llamó, reitero, Miguel Simón Camacho. Este hijo de buena educación lo instruyeron muy bien y por acuerdo de su
padre, quien tenía buenas amistades en Lima, y como es de suponer, para limar
recuerdos o suspicacias hasta esa importante urbe fue enviado el párvulo Miguel
Simón, a quien acompañara un moreno de servicio y confianza llamado Lorenzo
Camejo, hijo del célebre “Negro Primero”, soldado de la Independencia,
metrópoli ésta donde debió educarse en colegios de categoría.
Miguel Simón, más alto que su padre Bolívar, de faz morena, frente alta y
elevada, nariz aguileña, ojos negros y mirada penetrante, fue un hombre culto y
de afición literaria, el que pasados los años y siendo mayor ejerce el comercio en Quito, donde se radica
y funda una familia de importancia en la comunidad, aunque nunca se casó. Allí
muere el 10 de julio de 1898 a cuyas exequias asiste el Presidente de la
República general José Eloy Alfaro, al ser hijo de Simón Bolívar. Por
comunicación afirmativa con dicha familia, establecida de años en París, pude
armar el árbol genealógico de Miguel Simón Camacho, quien tuvo como hija a
Margarita Camacho, la que después desposa con el comerciante Manuel Benalcázar,
quiteño, teniendo entonces cuatro hijos, que fueron Antonio, Carlos, Manuel
(padre de una hija, María Eulalia, y cuya nieta Martha A. Ordóñez Benalcázar
aún vivía en Paris, el año 2008. Completan los cuatro hijos señalados otra
llanada Margarita. Como abundando
pruebas adicionales que adornan la paternidad de Miguel Simón Camacho, el padre
de éste y fuera del grupo familiar tuvo a Don Aquilino Camacho, de larga
actuación en el campo pedagógico. Dentro
del contexto probatorio y según correspondencia epistolar suscrita por ese hijo
de Simón Bolívar (Miguel Simón), existe algunas en que incluye cartas
personales firmadas por el mismo caraqueño,
“y por mi tía María Antonia”, según afirmó Miguel Simón ante testigos
para mayor veracidad del venerable anciano, en 1889. Otra prueba alusiva e
importante proviene del ilustrado Arzobispo de Quito, Federico González Suárez,
suprema autoridad eclesiástica y reconocido historiador ecuatoriano quien en
julio de 1900 admite poseer documentos donde constaba que “el Libertador
(Bolívar) no era estéril”, certificado concluyente y referido desde luego a
Camacho, y de esa autoridad superior provienen testimonios indudables del mismo
arzobispo, para bien leer y mejor comprender, sobre que el Libertador dejó en
Quito “un hijo….. de apellido Camacho”. Por otra fuente el honorable Don Rafael
María Guzmán, dirigiéndose en carta a los nietos de Camacho, Antonio y Manuel Benalcázar Tamayo (4 de mayo de
1928), les afirma que en 1874 conoció en Quito
a su progenitor (Miguel Simón Camacho), “que era voz aceptada, como
verdad inconcusa, …. que el señor Camacho era hijo natural del libertador Simón
Bolívar” y que “uno de ustedes (Manuel) tenía los rasgos fisonómicos del
Libertador, en la frente, la nariz y la boca”. Como respuesta de ambos hermanos
el 11 de mayo siguiente por carta expresa dirigida al señor Guzmán, confirman solemnemente su
descendencia de Simón Bolívar. Para
conocer sobre otros datos esclarecedores es bueno visitar mi libro “Los amores
de Simón Bolívar”, aquí señalado y los trabajos en este blog “Los mujeres de
Simón Bolívar” y “Los hijos del estéril Simón Bolívar”, publicados a fines del
año 2.011. Pues bien con estas pruebas
contundentes y libres de rencores e intereses mezquinos espero que en lo
adelante nadie por abusivo insista en
contrario sobre la verdad por demás aquí demostrada en varias fuentes
originales, aunque también estamos claros que venga de donde provenga, la
ignorancia siempre es agresiva. Huelgan las palabras.
JOSE ANTONIO COSTAS BRAS
MORANDO.
El otro vástago seguro de Simón Bolívar fue el señor José “Pepe” Costas,
hijo muy conocido y reputado de la bella y amorosa dama María Joaquina Costas,
llamada en Ia intimidad “Muta”, cuyos padres fueron el francés Pedro Costas y
Bras y la criolla doña Morando
Almendrar. Como anticipo de esta
biografía serena, deslastrada de equívocos, debo asentar que quienes tratan el
tema en forma parcial y subjetiva, con la pretensión de un saber inexpugnable y
en ello por faltos de humildad, que en sí es cualidad de los sabios, dejaré de
lado las respuestas merecidas por la presunción poco analista y sesgada de lo
escrito, cuando voy a tratar sobre la importancia de estos personajes
históricos (madre e hijo) que por su ingreso total en la vida del Libertador
Simón Bolívar le dieron gloria compartida, dentro de esa suerte de aureola que
sostuvo el caraqueño en la ejecución de sus hazañas públicas y privadas.
La entonces juvenil María Joaquina Costas, madre de su único hijo José
Antonio, “Pepe” Costas, había nacido en la muy rica villa imperial de Potosí (1.794-1.877),
en la altura del mundo, donde también falleció, siendo de familia reconocida y vinculada a la vida mundana y
oficial. Para el año de 1825 estaba casada (contrajo nupcias en Tucumán) con el
general rioplatense Hilarión de la Quintana (1774-1843) mayor en dos décadas que ella y quien alejado entonces
del hogar andaba sumido en la guerra independentista del Sur, dirigida por el
general José de San Martín, por cierto gran amigo de luchas de Quintana y
casado con una sobrina suya. El martes 4 de octubre de 1825 el general Bolívar con traje militar
apropiado entra a esta por demás esplendorosa ciudad minera altoperuana, y
entre otros festejos alusivos, siete bellas damas locales le ofrecen el
homenaje citadino, presididas por la esbelta, de ojos azules y boca pequeña, en
corazón, María Joaquina Costas, cuando entre galanterías la potosina María le coloca a Bolívar una
corona de oro tachonada de diamantes, momento en el cual se cruzan las miradas
por pecaminosas al ser mujer de otro, cuando allí se conocen los futuros
amantes. En la Casa de Gobierno también
la despierta dama que frisa en los 31 años de edad, le acomoda una significativa
corona de laurel sobre las sienes, para seguir con un Te Deum religioso,
entrevista fugaz que pudo ser objeto de comentarios, repito, por el hecho de
ser ella casada. Maria Joaquina era por demás atrayente y frisaba en la bella
edad del entendimiento, por lo que esa noche en el baile de la Casa
Consistorial entre galanteos diversos, polkas, minuetos, danzas, contradanzas y
una empatía absoluta en que el caraqueño con ella baila sin cesar, con las feromonas
alborotadas se define la existencia de un sentir profundo y por ende la
aceptación del sí en cuanto a la capacidad amatoria, porque luego, entre los
corredores cómplices, la oscuridad reinante y el silencio alcahuete de la
mansión donde habita en la Plaza Mayor el caraqueño, se consuma lo que ambos
seres flechados por Cupido tienen en mientes, valga decir la copula de los ya
amantes, que es cuando Maria Joaquina con sensibilidad de mujer aprovecha el
momento para susurrar en los oídos de Bolívar que debe cuidarse ya que piensan
asesinarlo con puñal alevoso (el potosino historiador Subieta Sagarnaga asienta
que el susurro fue posterior, luego de bajar el Cerro Rico de Potosí), siendo
el autor de tal crimen abortado un militar vizcaíno y tío suyo, que es el
teniente del ejército León Gandarias, quien a ruego de la señora Muta (María
Joaquina) es apresado pero no se le sentencia a muerte, y en su lugar el
caraqueño previa entrega de dinero y
salvoconductos acuerda el extrañamiento de este oficial y tío para sitios
remotos del océano Pacífico, en algún
puesto militar español.
En esa estancia de veintisiete días (siete semanas) con sus noches
románticas, la consentida potosina y Bolívar se sienten más enamorados, y por
eso Don Simón le escribirá que “Cupido derrotó a Marte en buena ley… en lo más
profundo o íntimo del arsenal de nuestros corazones “. Y como respuesta a la
galantería bien pensada del caraqueño, a su vez la potosina cariñosa podrá
exclamar a cuatro vientos que Bolívar era “mi único y solo amor en el
mundo”. María Joaquina ahora, como fiel
compañera del Libertador el 26 de octubre siguiente junto a él asciende a la
cumbre helada del argentado rico cerro Potosí, por encima de cuatro mil metros
de altura y donde se celebra otro homenaje de estilo griego, cuando la impar
amante potosina igual procede a colocar una guirnalda de laurel en filigrana de oro, “sobre las
sienes del campeón de la Libertad”. Y dos días más tarde, de vuelta en Potosí,
en el baile de gala ocurrido en las Cajas Reales para festejar el santo de Don
Simón en su fecha onomástica, el caraqueño allí se presentó en traje de frac
donde cuelga apenas la medalla de George Washington, obsequiada por la familia
del padre de la nación norteamericana, y con la novedad de haberse rasurado por
vez primera, los bigotes.
Pero el tiempo pasaba y Bolívar debió regresar a Lima por vía marítima, y
cuando el Libertador supo lo del parto de María Joaquina, que fue un fornido
varón, de inmediato ordena al general José Miguel de Velasco, y pronto
Presidente de Bolivia, que con la precaución debida y la rapidez necesaria
atravesando leguas de camino trajera hasta Lima, y a la quinta virreinal La Magdalena, a su hijo, lo
que prueba la aceptación de este infante que le trajo según su encomienda, el valioso
oficial De Velasco. En Lima Bolívar ordenó a su retratista favorito y ya de
fama, o sea al mulato José Gil de Castro, que realizara una pintura al óleo a
María Joaquina, pieza artística de valor que se encuentra al menos en sitio
desconocido, aunque otro retrato suyo se halla en el Museo de Arte de La Paz, ella
ya de mayor edad, abultada de cuerpo, pero también existe otra pintura de la
señora Muta en la localidad de Contagaita, en manos de algunos herederos. Además,
a la madre del párvulo antes de su regreso a Potosí Bolívar le obsequia un
medallón con su busto y un fino relicario de recuerdo, alhaja colgante
entregada como “prenda de amor y agradecimiento”, que la señora Muta conservó
hasta el momento de su muerte para ser enterrado con él, según lo escribe el conocedor de estos
detalles mediante confesión particular de
doña María, sacerdote presbítero Ulloa, también versado por boca de María
Joaquina sobre otros hechos referidos a su vida con Simón Bolívar.
De vuelta a Potosí con el paso del
tiempo y la estrechez económica vivía sencilla de las artes manuales, para
sobrevivir. En 1855 mejora un poco en este sentido al regentar el Colegio de Niñas Santa Rosa,
mientras también confeccionaba disfraces
para las fiestas religiosas. Y el lunes 17 de septiembre de 1877 y de 83 años,
pobre, abandonada de la suerte y en el olvido murió María Joaquina en Potosí,
en su casa de la Calle del Hospital y cerca del templo de San José, con el
recuerdo siempre presente de “mi único y solo amor en el mundo”.
En cuanto a su hijo José Antonio Costas (Potosí-1826-Caiza 1895) su padre
es Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte, Palacios y
Blanco (a tener en cuenta que el señor Camacho,
ya referido en el capítulo anterior, fue nombrado Miguel Simón, y éste era José
Antonio, hijo de Simón José Antonio, otra prueba más de su origen paternal
bolivariano). El hijo de la señora Muta y del Libertador fue hombre elegante,
de buena voz acompañada de la guitarra que toca, quien se educó en el afamado
Colegio Pichincha potosino, abierto por el general Antonio José de Sucre y que
aún se conserva con sus gratos recuerdos. José Antonio, o Don “Pepe” Costas,
como solían llamarle, tuvo una descendencia conocida llegada hasta los tiempos
actuales. Cuando fue a contraer matrimonio in artículo mortis con Pastora Argandoña
(2-10-1895), de 69 años, se asentó en dicho Libro de Matrimonios como documento
probatorio, al folio 112, que además vox populi era “hijo de la señora Muta
(María Joaquina Costas) y del finado señor Simón Bolívar”, hecho ante tres
testigos, como reza sin dudas el documento manuscrito, que fue firmado por el
presbítero Juan F. Pérez y existe en Caiza D, ciudad situada a 40 km. de
Potosí, donde Don Pepe vivía dedicado a
las faenas campestres. Duró seis días
casado antes de fallecer. De la vida de este descendiente de Bolívar se han
ocupado varios escritores, historiadores o no, entre los que recuerdo a Luis
Augusto Cuervo, Benito Cardaos, Vicente Lecuna, Julio Jaimes Lucas, Gastón Montiel Villasmil,
Pedro de Répide, Ángel Grisanti, Subieta Sagarnaga, coronel Hippisley, etc.,
como lo asienta también Gerhard Masur.
Ahora vamos a levantar el árbol genealógico correspondiente al hijo de
Bolívar José Antonio Costas, según se desprende de estudios realizados, de
análisis familiares y de la imprescindible colaboración de la familia Costas,
por intermedio de Herlan Piter Fernández, segundo tataranieto de Simón Bolívar.
1)
MARIA JOAQUINA COSTAS MORANDO. Hija
de Pedro Costas y Bras y de doña Morando
Almendrar, muerta longeva, quien en unión de Simón Bolívar Palacios tuvo a
2)
JOSE ANTONIO COSTAS (Don Pepe), casado con Pastora Argandoña,
in artículo mortis, cuya madre, María Joaquina, de 31 años en octubre de 1825 queda
embarazada de Simón Bolívar y procrea a su hijo José Antonio, en Potosí, a
fines de junio o principios de julio de 1826, o antes. José Antonio con su mujer
antedicha tuvo a dos hijos, llamados Urbano Costas y Magdalena Costas, nietos
de Simón Bolívar, ambos con numerosa descendencia Costas y Rosso. Don Pepe
Costas vivía en Potosí, pero al morir su madre se trasladó a Caiza, donde como
se sabe ejercía trabajos rurales. Urbano Costas fue padre de
3)
ELIAS COSTAS BARRIOS (bisnieto de
Simón Bolívar) casó con Salomé Valda, y de allí su hija María Teresa Costas
Valda. Don Elías era empleado de Correos en Caiza, y en 1925, ya nonagenario,
de Caiza fue llevado a Potosí, donde el Círculo de Bellas Artes le rinde
homenaje en el Teatro Omiste, por ser bisnieto de Simón Bolívar. Tal honor le
fue conferido dado que el 26 de octubre
de 1925 el gobierno nacional dirigido por el Presidente Felipe S. Guzmán, mediante decreto ejecutivo
reconoció a las familias Costas y Rosso (grupo parental enriquecido acaso por
las famosas minas de plata y oro del Cerro Rico de Potosí), como descendientes
de Simón Bolívar, otorgándole entonces una pensión vital a Don Elías. Para
finalizar, durante el gobierno del Presidente de la República (segundo mandato
1960-1964) Víctor Paz Estenssoro, dictóse una resolución por la cual se pensionaba
a un heredero de Don Elías, con doscientos (200) bolivianos mensuales, “atendiendo
a su condición de descendiente del Libertador”. Como diremos sobre este asunto
resuelto, y lo repito, “más claro no canta un gallo”.
4)
Por otra parte Don Elías Costas
Barrios guardaba certificados parroquiales, partidas de bautismo, de matrimonio
y de defunción, donde se evidencia que José Antonio era hijo de Simón Bolívar y
María Joaquina Costas. Y el mismo Don Elías dijo que su abuelo Don Pepe no
llevaba el apellido Bolívar entre otras causas por razones de seguridad y para
así evitar venganzas o hechos parecidos, lo que se cumplió también en su
descendencia.
5)
Elías Costas Barrios tiene como hijo a Efraín
Fernández Costas (su madre María Teresa Costas Valda, es tataranieta de Bolívar),
quien a su vez este Efraín tiene por hijo al descendiente llamado Herlan Piter Fernández
Fernández (segundo tataranieto del Libertador), familia establecida aún en
Potosí (Bolivia).
CONCLUSIÓN.
Con el presente trabajo investigativo damos fin a casi doscientos años de
zozobra para conocer la verdadera historia de ese punto focal que fue la
descendencia directa del Libertador. Ante tantas e irrebatibles pruebas que
aquí opongo a las mentes serenas para enterrar el infundio de que Bolívar no
pudo tener hijos, ni menos ilegítimos, cuestión que el propio caraqueño dejó
correr en la incertidumbre porque le convenía y solo en 1828 ante el selecto
grupo que lo acompaña en Bucaramanga y quizás algo presintiendo su muerte,
afirmó de manera clara que nunca fue
estéril, porque desde luego conocía la verdad
y no deseaba dejar dudas sobre el particular. Pero he
aquí que como ocurre tantas veces con criterios absurdos, engorrosos y nada
probatorios una secuencia de historiadores de la vieja escuela deslumbrante al estilo de Jules Michelet, con
mente acomodaticia y porque a la memoria de Bolívar no se le podía tocar ni con
el pétalo de una rosa, en cadena repetitiva de frases prefabricadas se dieron a regar la consigna de la
esterilidad ante los pocos conocimientos de la época y pudiendo así creer en esas ficciones
equivocadas, con que hasta la propia Iglesia mediante las ideas conservadoras a
repetir entonces sostenidas en contra de
estos hijos inmersos en un limbo, por
boca del ilustrado monseñor Navarro mantuvo en forma negativa tal consigna, lo
que siguió repitiéndose como música antañona hasta bien entrado el Siglo XX, cuando
se destapa esta incógnita condenable, en
base a los planteamientos positivistas de la época.
Ya en el siglo XX y al aparecer en Venezuela historiadores de nuevo cuño alejados
de consignas sensibleras, por principio en forma tímida comienzan a dentro de
la Historia incorporar estudios científicos que cambian la realidad de los
hechos presentes, admitiendo así como materias apropiadas nuevas
interpretaciones de análisis y aplicación a esta ciencia fecunda de la Medicina
en todos los ramos que van extendiéndose, porque los descendientes de
Hipócrates abastecen un cambio sustancial en cuanto a la vida del ser humano
con el medio ambiente que lo rodea. Y aquí entra la nueva concepción histórica
que da pie a pensar con seriedad sobre aquellos equívocos de repetición sostenidos por años y
más años en cuanto al tratamiento médico de las personas, que es cuando entra
Bolívar en este cauce deslumbrante porque ya no se puede trabajar con ideas
falsas o metafóricas sobre la paternidad. Por eso a partir de los años ochenta
del siglo pasado y mediante el interés de algunos historiadores de la nueva
escuela, dejando atrás tantas mentiras o equívocos, se avocan al estudio de personalidades,
para deslastrarlas de tantas falacias que las rodeaban, de donde surgió mi
interés por investigar a fondo muchos aspectos de la vida de Simón Bolívar que
a las claras se notaba eran por demás oscuras. De aquí que, valga el ejemplo, y
fuera de los varios trabajos que sobre el particular he puesto en este blog,
con cierta preferencia me di a explorar sobre la vida privada de Bolívar, que
mucho permanecía en otro limbo de atraso, y porque la actividad pública, con
interpretaciones personales adecuadas a sus autores, ha sido hecha del
conocimiento general. De aquí que me
puse a repensar sobre ese cuento de
Calleja copiado tantas veces de que Bolívar era estéril, y buscando por ello
entre papeles comprometedores pronto caigo en la cuenta de que viéndolo bien en
realidad no existían argumentos precisos e imbatibles sobre el particular, sino
referencias laudatorias para favorecer
el mito, y más cuando estudio sobre aquello tan humano que es la procreación,
que en verdad por algunos fue tocada de sesgo, para no herir susceptibilidades.
Pues bien, en la base de esa incongruencia
nutriente del pensar ahistórico, me di a
la tarea de ir analizando al personaje de carne y hueso, como se ha dicho, para
despojarlo del mundo irreal y colocándolo en su sitio donde pueda ser bien
comprendido y hasta mejor amado.
En ese dilema en que me encontraba y ante la suma inmensa de féminas que con
nombres, apellidos, fechas y sitios son vox populi (por algo suenan como piedras
de río, repito) pudieron acostarse con el caraqueño, de lo que se guardan
historias populares en parte con muchos asideros históricos, y porque he podido
indagar, como lo dije, sobre más de treinta damas y damiselas que en esta
carrera del tiempo acompañaron fugaz o con alguna permanencia al caraqueño hedonista, que no
medía distancias para el acoso de su corazón, entré en este examen sorprendente
cartesiano para revelar todo lo que allí se escondía pues ante dicho muro
infalible de treinta damas, conocidas a medias pero existentes en persona, ¡caramba¡
con el dedo de la mano no se podían esconder como para tapar el sol, pues si
bien existen fenómenos médicos referidos al tiempo de la fecundación, al ciclo
menstrual que maneja el óvulo femenino, y a otras características humanas como
los casos masculinos de impotencia casual, de cierta esterilidad parcial, de la
escasez de semen, de la baja presencia de espermatozoides, de alguna enfermedad
venérea mal tratada también parcial, de inflamación escrotal, la fiebre de testículos,
y de otras circunstancias pasajeras sobrevinientes como podía ser la misma calamidad
a causa de largas fatigas a caballo, digo que ya se exponen y analizan en la ciencia
moderna, todo ello por tanto me hizo pensar a fondo en la frase bolivariana de
Bucaramanga de 1828, la cual se reflejaba en varios aspectos, unos de tipo
físico, otros de carácter social y algunos de resonancia política, fuera de los
agregados que todos deben ser tenidos en cuenta.
Por eso el famoso cuento del gallo capón que tanto algunos esgrimieran con
cierta insensatez dentro de la realidad histórica, se cae de por sí ante la
abrumadora demostración de las damiselas que se acercaron a su lecho febril, dejando
como muestras reales una legión de hijos escondidos, por demostrar desde luego,
como en este trabajo la prueba va adelante, y a tantas desconocidas del harem que
por otros motivos cuestionables no aparecen como poseedoras del semen imperial fertilizante, lo que dejo así sobre el tapete
de la suerte para ser objeto de nuevas investigaciones en el campo amoroso de
Bolívar. Sí me complazco ante las numerosas pruebas aquí consignadas, el haber
destruido ese mito insostenible de la esterilidad en cuanto al caraqueño
Bolívar, el hijo genético del padrote fecundo Juan Vicente, porque todas las distintas evidencias
testimoniales, de familia, escritas y oficiales, así lo comprueban. Y punto.
Ahora, si pueden acceder en este trabajo esclarecedor voy a colocar algunas
fotografías recibidas de Herlan Piter Fernández (segundo tataranieto de Bolívar,
quien cuenta por email que su padre Efraín Fernández Costas está dispuesto a
hacerse el ADN cuando alguien sufrague el monto de esos gastos, por carecer de
ello), a quien se le ve en una con dos de sus menores hijas. Otra instantánea
corresponde, a la izquierda, de mayor edad a Carmen Teresa Costas Valda, tataranieta
de Bolívar, seguida por una hija y al centro aparece Efraín Fernández Costas (primer
tataranieto), con dos hermanas a sus costados. Y la que está a la izquierda de
él afirman tiene el mismo perfil aguileño de Bolívar (ver cuadro del Libertador
en Potosí, que incorporo en mi libro Los amores de Simón Bolívar y sus hijos
secretos (pág. 92). La otra fotografía corresponde a dos descendientes también
de Bolívar, una con el dicho perfil bolivariano, donde se muestran ellos en
trajes de gala del lugar potosino.
Familia Costas |
Agradecimiento especial al licenciado Raúl
Quevedo, miembro del staff de este blog, por su participación activa en la conformación del ensayo bolivariano.
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