Amigos invisibles. 1. Para entrar de
lleno en cuanto al nombre atractivo de este artículo de información vivida quiero
dejar constancia que si bien refleja algo de mi postura intelectual y los
conocimientos adquiridos, para nada tiene que ver con la política que viviera oportunamente
y menos la que pude haber desarrollado con el transcurso de los años, porque
como independiente de visión razonada en cuestiones que obligan a cualquier pronunciamiento
interlineado soy capaz de asimilar hechos de actualidad y del pretérito, para
poder vivir en paz con mi modesto entendimiento, sin estridencias ni menos
acomodo, donde la imagen del vocablo amistad prevalece en lo íntimo expuesto,
aunque para muchos esa razón personal antiestresante ahora es poco requerida, más
cuando aún tal modo de ser lo considero como un baluarte imprescindible a tomar
en cuenta para acceder a una paz interior, donde todos caben en igualdad de
circunstancias, resultado que me ha permitido alcanzar algunas etapa de salud ideológica
tanto como para en la barca de Caronte atravesar las más ineludibles
circunstancias saliendo siempre a flote, que es mucho decir a estas alturas del
calendario existencial y en la situación por la que atraviesa Venezuela, país
de múltiples facetas atípicas y de lo que estoy seguro sobrevivirá proyectándose
luego mejor instruida del temporal por el que se transita.
Pues bien, utilizando este preámbulo
explicativo quiero decir que mi existencia por el mundo intelectual que cobija
la mente a lo largo de décadas, me ha permitido salvar tantas distancias e
inconvenientes que algunos llaman piedras en el camino, lo que ennoblecido por
un profundo deseo de conocer sacando experiencias de lo andado y del raciocinio
en ello puesto, porque mis padres fueron diplomáticos, ese conjunto de prendas magistrales
desde niño me concitó a sustraer del firmamento estelar una luz que conductora
hacia el más allá de la sabiduría fue útil para llevar a cabo los ideales que
siempre han estado presentes en el ideario cultural, lo que impulsara el
espíritu a vivir períodos de tranquilidad o de impaciencia, cuando debí trasponer
etapas necesarias para alcanzar los fines pretendidos. De aquí que desde la
infancia y cuando tuve uso de razón fue naciendo un deseo de viajar expansivo
para dentro del campo de la investigación in situ poder descubrir algún mundo
vedado y atrayente que con los pasos andados nutriera el mismo interés que
existió en Diógenes para así descubrir el mundo y su circunstancia. Con estos
ideales sostenidos en las dendritas estudiadas por Leibniz un buen día de
juventud temprana partí desde Caracas para con la imaginación racional y el
buen sentido que me acompañaran instalarme en París, entonces la capital del
mundo, así cumpliendo la mayoría de
edad, que para mí fue a los 21 años,
tiempo de buen soñar como de mejor aprender. En ese escenario de la cultura
mundial puse interés en darle vida a las bases de lo que siempre llevo por
dentro, pues fuera de mis serios estudios universitarios comencé a fraternizar
con diversos jóvenes del planeta que allí coexistían, de modo tal que ese primer
encuentro de culturas lo considero trascendente para la formación desprovista
de fronteras y muchos menos de gríngolas. Algo parecido a la filosofía
sartreana, llenando entonces conceptos filosóficos del ser en el debate, que igualmente
surcaban en aquel tiempo parisino (en verdad parisiense), bullía en mí desde
cuando comienzo a conocer quién soy y qué represento a través de las noticias sorprendentes
de la Segunda Guerra Mundial, hechos cartesianos que abrieron otro campo de
acción en el pensamiento formativo, porque la palabra marxismo, suerte de
religión mística y laica en boga por la época, tenía una connotación elaborada para
admirar dentro de aquel mundo pragmático e idealista que se viviera en el París
de los pasados años cincuenta. De aquí que con los motores imaginables
encendidos desde entonces pensé diferenciar la realidad kantiana de la ficción
novelística en cuanto a qué era el mundo comunista, representado entonces por
la enorme Unión Soviética rodeada de satélites, con sus pros y mayores
defectos, para así mantener en paz mi espíritu social sobre eso que algunos llaman
sabiduría del entendimiento, porque desde luego siempre he sido tranquilo, adecuado
a los tiempos, aunque la prevención la he llevado delante como coraza defensiva
y cual espada de Damocles que acaso sostuviera el buen ser creyente del
arcángel Miguel ante el malévolo enemigo y Satán tenebroso. En esos días
europeos pude leer el libro lacerante “La noche quedó atrás”, de Jan Valtin,
que impulsó más la vela para convertirla en otra suerte revelada de Cristóbal Colón. Por esta simple conclusión comienzo un camino al mundo enigmático asistido de un
razonamiento adecuado y contra el serio temor de algunos a quienes comentara
mi primer tránsito por la cortina de
hierro.
2. Con la cabeza ilusionada en
diciembre de 1951 salí desde París, emprendiendo la ruta a través de Suiza e
Italia para seguir a Trieste, puerto adriático donde aterido de frío debí pasar
sentado una terrible noche en la vieja y sonámbula estación de tren, para luego
continuar en cierto vagón yerto, con las puertas abiertas al viento invernal y
casi colmado de soldados que esperaban la invasión estaliniana a su territorio,
siguiendo en ese camino infernal hasta Zagreb, bella ciudad croata cubierta de
abandono y temor, donde comienzo a entender la realidad del mundo titoista en que la gente pobre apenas
vivía, mientras el que esto escribe se hospedaba como rico y por cualquier escaso
dinero sin circulación en el suntuoso y alfombrado mejor hotel de la ciudad, el
Balkan, donde por cierto únicamente morábamos dos empresarios venidos de Milán,
y yo.
Con la tristeza a medias de aquel primer
contacto, incluso personal, por la vía ferroviaria continuo hasta Belgrado, capital
serbia algo reconstruida del combate antinazi, donde también encontré miseria
arrastrada por la guerra anterior, desventura y resignación para evitar nuevas
matanzas, mientras todos los hombres vestían traje grueso de soldados, ante la
hecatombe soviética que se veía venir y que por circunstancias políticas sobrevenidas
no ocurrió. De aquí con estos ejemplos a la vista como realidades que me
conmovieron, embargado de la pena vivida regreso a París, por vía de la
señorial y paralítica Viena, donde por cierto me hospedo pocos días a una
cuadra de la Kommandatura soviética, cuando esa capital timorata y callada
permanecía dividida entre las cuatro potencias triunfantes de la guerra mundial
recién concluida. Años después y ya como Presidente de la Asociación de
Escritores de Venezuela, de nuevo allí en Belgrado me detuve para asistir a un Simposio
internacional de Escritores, cuando´ proveniente de Sofía, donde había asistido
a un Congreso de Escritores que albergara algunos cuatrocientos invitados,
almorcé en esa capital con el distinguido y amable embajador venezolano Moisés
Moleiro, y cuando también pude vislumbrar cierta mejoría de aquel pueblo y país,
todavía sumido en lo melancólico de la situación embargante que soterradamente los
eslavos no aceptaban pero que entonces era como de imperioso respeto. 3. Otro recuerdo de estos años corrientes y referidos a mi
estancia detrás de la Cortina de Hierro, como así la definiera Winston
Churchill, se retrotrae al verano de 1953, cuando luego de los exámenes
universitarios sostenidos en la alpina Universidad de Grenoble, durante esa
canícula temporal decido viajar por Insbruck para luego alojarme en la imperial
Viena, con la seria intención de entender el idioma alemán. Y sucedió que
dentro de los pocos latinos que alguna vez nos reuníamos en los cafés vieneses, o en el bello paisaje
cervecero de Grinzig, al que luego dedicara un poema, en cierto momento un
amigo de confianza me dijo que si yo no iba a participar en el Congreso Mundial
de la Juventud que en los días siguientes se desarrollaría en Bucarest. Y como apuntó
este amigo, sin mayor problema fui a la Embajada de Rumania para obtener la
invitación con la fecha de la hora y el tren que en lento recorrido me llevaría
hasta Bucarest. Por fin en aquel transporte ferroviario lleno de humo que duró rodando
todo un día, la tropa de muchachos invitados y de distintas ideologías, como lo
pude entender en algunas conversaciones, aunque desde luego muchos comunistas,
llegamos al destino deseado, donde se nos hospedara en lugares previstos para
tal congreso mundial. El primer día lo dediqué a comprender el objeto del
Congreso, con las consignas de izquierda acostumbradas y otros temas mantenidos
a nivel internacional, que es cuando comienzo a preparar lo que pudiera hacer al
segundo día para conocer aquel país danubiano que había sido de mucha
importancia antes que Anna Pauker y luego el consabido tirano Ceaucescu
tuvieran las riendas del poder y de la destrucción. Mas como se entra en el
período de lo imprevisible mi sorpresa fue mayor cuando en el Congreso encontré
a dos amigos universitarios de Grenoble, ambos italianos (la mujer había
visitado poco tiempo antes al Rey Humberto de Italia, en su exilio de Niza), y
que por la confianza y el plan esbozado al día siguiente emprendimos un viaje
hasta la costa, a la importante y portuaria Constanza, sobre el Mar Negro y su
playa solitaria de Mamaia, en que fuimos bien atendidos al descubrirnos en el
intento por una esbelta ayudante joven que desde luego pertenecía al régimen, llevándonos
entonces a almorzar en cierto restaurante de la marina rusa allí establecida,
donde se sentó casi al frente un grueso almirante de aquel país. Dos días
después los tres repetimos la hazaña desplazándonos en igual forma a las montañas
cercanas a Hungría, a Sinaia, lugar de caza de ciervos por el destronado rey
Carol con la amante Lupescu y donde visitamos el bello Palacio Real, que se
clausurara para todo público. Al retorno a Bucarest los mosqueteros atrevidos nos
despedimos para regresar a Viena luego de la semana del Congreso, mientras en
el tren lento donde viajaba conocí a dos profesoras chilenas que habían ido
como yo para informarse de la situación, y de esta conversación amena partió mi
idea de quedarnos en Budapest, porque allí paraba el tren, de donde cada uno
por su cuenta decidió bajar y con el poco equipaje portado encerrarse en el
cuarto de baño hasta que se oyera el pito de la partida de dicho transporte,
que fue cuando luego nos reunimos y avisamos que el convoy estudiantil nos
había dejado porque estábamos en el baño. Y créase o no por las autoridades,
fuimos conducidos a un hospedaje para esperar el tren del día siguiente, por lo
que los tres avispados pudimos andar y conocer muchos lugares de la bella
capital húngara del Danubio, con lo que el trío unido coincidimos en la suerte
de miseria que se vivió en aquellos
países y por cuyo motivo allí pronto aparecieron los nuevos líderes
anticomunistas Imre Nagy y Pal Maléter y el cardenal de Hungría, József
Mindszenty (a quien pude conocer en la Iglesia Chiquinquirá de La Florida, en
Caracas, pocos días antes de morir), prelado que se salvó de la masacre
desatada al exiliarse por largo período en el interior de la Embajada americana
establecida en Budapest.
4. Años pasados y dentro de la vida gremial que llevaba como Presidente de la Asociación de
Escritores de Venezuela, la Sede Central de estos intelectuales por mi
intención de puertas abiertas se colmaba de público y de miembros, de donde en
esas reuniones acostumbradas tuve ocasión de dialogar con muchos diplomáticos
de los países del Este, vinculados desde luego en sus teorías políticas con
algunos socios de la institución que por obra de ese contacto intelectual
fueron haciéndose amigos, como de confianza, y cito entre ellos a la Unión
Soviética, con quienes como Presidente firmé un tratado de colaboración, que
permitió el arribo a Caracas del jefe de la Unión de Escritores Lituanos y la
visita gremial del reconocido poeta Eugenio Evtuchenko, a quien desde el hotel
en que lo hospedáramos en Las Mercedes viajó conmigo hasta Valencia para embelesar
con poesía a los presentes, mientras en la cordialidad hablábamos demostrándome
su disidencia con respecto a ciertas posturas políticas emanadas del Kremlin,
lo que le posibilitaba alguna independencia de trabajo y viajes al extranjero correspondientes
a su figura mundial que, por ejemplo, le permitía reunir enormes
concentraciones de oyentes de esa timbrada voz, por decir l5 mil o más, lo que
le hizo una suerte de intocable dentro del régimen. Pero como voy narrando la
amistad diplomática ello me dio pie para aprovechar las buenas relaciones
mantenidas al extremo que en las vacaciones judiciales de 1982 solicité ante
cada uno de los países comunistas y por separado, (salvo Albania, que no me interesó)
la obtención de una visa para visitar oficialmente a los tovarich o camaradas
de esos países soviéticos, lo que de inmediato se me concedió, de donde preparo
equipaje y pronto inicié el largo viaje que por Holanda me llevó a Berlín
Oriental. A esta ciudad la había conocido en la primavera de 1952, cuando viviendo
en París hice una fugaz visita que me trasladó a los países nórdicos europeos,
por lo que desde Hamburgo en avión de cuatro hélices viajo al aeropuerto Tempelhof,
en la zona americana de Berlín, capital de ruinas históricas donde paso varios
días intensos de conocimiento, y después regreso a Hamburgo por el mismo
corredor aéreo donde días atrás ocasionado al desvío del avión de la Pan
American de dicho corredor que sobrevolaba territorio en manos rusas, fue
abatido por cazas soviéticos, muriendo todos los pasajeros y la tripulación.
5. Provisto así de los respectivos visados, salvo
el de la Unión Soviética que me sería entregado en Varsovia, aterricé esta vez
en Berlín Oriental, donde estuve con los escritores alemanes muy de pasada, o
sea en una sola entrevista, por ser tiempo de canícula, de donde muchos estaban
fuera de la ciudad. Sin embargo, fue momento oportuno para estrechar alguna
relación con la bailarina de ballet y embajadora (María Enriqueta) Nena
Coronil, con quien junto a su marido Pagelson almorcé en algún restaurant del
sector oriental. Luego de la visita lógica a grandes edificios históricos, como
la Catedral, que muchos aún se encontraban en ruinas y como iba para aprender
sobre diversos aspectos acuciantes y sus dirigentes, decidí bien pensado no
utilizar el cupo del boleto que tenía para continuar por aire, sino que resuelvo adquirír un ticket
de transporte saliendo de Berlín rumbo a Varsovia, pues deseaba atravesar por
tierra la franja fronteriza que siendo parte de la cuenca del Oder, en ese
lugar se había iniciado la Segunda Guerra Mundial, sitio donde se divisaban aún
ruinas militares, y así siguiendo llegué de tarde a la inmortal Varsovia, reconstruida
totalmente como antes era y donde me esperaba en la vacía estación ferroviaria
el excelente embajador de Venezuela, Antonio Casas Salvi, vinculado a mi
persona por nexos regionales y quien estaba al tanto de mi arribo, porque
prevenido había informado a nuestra Cancillería de Caracas, los puntos y
señales a transitar por el largo viaje en las entrañas del mundo comunista. Al
día siguiente de mi llegada con Casas
fui a la recepción de despedida del Embajador español Sangronis, quien años
antes había prestado servicios en Caracas, y donde por cierto conocí la muerte
de mi gran amigo universitario Julio López Oliván, quien luego de dirigir la
agencia de la línea española Iberia en París, fue ascendido al máximo cargo de
Gerente General en España, donde falleció por derrame cerebral. Como quiera que
debía recibir allí la visa soviética solicitada en Caracas con la aceptación
respectiva, en dos oportunidades fui a esa Embajada en Varsovia, mientras me
informaron que nada había llegado, y por tanto como era fin de semana, el amigo
embajador Casas me sugirió fuera a Cracovia, en avión Antonov, donde me maravillé con el cuido que se tiene
al detalle de una ciudad antigua y algunos aspectos del papa Juan Pablo
II, nacido en los alrededores de esa
capital.
De vuelta a Varsovia y porque aún no se recibía la visa aprobada
en Caracas, el embajador Casas ante el problema que tenía para continuar dicho
viaje aéreo, me afirmó en lenguaje coloquial “Mira, Urdaneta, si hoy no llega
la visa de Caracas llamaré al embajador nuestro en Moscú, para que de inmediato
obtengas una visa oficial por solicitud del gobierno de Caracas, pero para
salvación del impasse muy de mañana visaron mi pasaporte los funcionarios rusos
y así pude continuar hasta Moscú. Llegué en la medianoche a uno de los cuatro enormes
aeropuertos que circunvalan la ciudad, para luego tomar un taxi que en cuarenta kilómetros me acercó
hasta el Hotel Russia, con cuatro mil habitaciones y sus radio escuchas
respectivos, detrás de la Plaza Roja del Kremlin y la catedral de San Basilio.
En los días subsiguientes sostuve una apretada agenda, en cuyo caso me acompañó el amigo y traductor
Yuri Greidig, a quien antes había conocido en Caracas junto al amigo y Agregado
Cultural Andrés Braguin. Con este buen interlocutor visité la enorme Sociedad
de Escritores, establecida en un palacio expropiado a la nobleza Romanov, donde
almorcé en medio de tallas de madera impresionantes, y en ese mismo camino de
conocimiento visité la tumba de Lenín, las bellas y ortodoxas iglesias
existentes en el Kremlin, la famosa galería de pinturas Tetriakov y asistí
a la presentación de una ópera, “Ivan
Gudinov”, en el teatro del Kremlin, que podía albergar 4.000 personas, como
también fui huésped para una cena hogareña a la que me invitara el distinguido
embajador nuestro Guido Bermúdez Briceño. En esos ocho días que transitara en
el máximo país comunista, al que una década después con sus filisteos se encargan
de derribar los personajes Gorbachov y Yeltsin, realicé dos rápidos trayectos
de conocimiento, uno por ferrocarril hasta San Petersburgo, para conocer la
bella ciudad del Neva, donde siempre acompañado de la bella funcionaria Larissa
visité algunos sitios de pintura, por lo que adquirí un cuadro melancólico de
la antigua Russia, alguna casa residencial de conocidos escritores, como la del
afamado Alejandro Pushkin, el palacio de invierno de los zares, construido de
diversos mármoles jaspeados, que hoy es el inmenso museo Le Hermitage (por cierto
allí encontré un retrato del general Pablo Morillo, desconocido en Venezuela) y
luego viajé en ferry por el inmenso río
citado, para conocer el palacio de verano de los zares rusos, lleno de ingenuas
atracciones, y a fin de culminar este trayecto, frente al noble hotel que me
hospedaba, en cercano sillón especial fui invitado para oír a la Sinfónica de
San Petersburgo, concierto sublime que de verdad extasió mis oídos, como pocas
veces me ha ocurrido.
Una vez ya de vuelta en Moscú Yuri Greidig me
preparó para al día siguiente viajar hasta Alma Ata, entonces capital de
Kazakhstan, a cuatro horas de vuelo en el avión Ilyushin, tierra de las mejores
manzanas que he comido y cerca de las grandes
instalaciones militares de la era espacial rusa, como de las montañas himalayas, para así
retribuir y de acuerdo con el convenio firmado, la visita de mi amigo Kalthay
Ulujamedzkanov, presidente de los escritores kazajos, quien nos visitara en
Caracas con poca antelación. Kalthay por cierto junto a su distinguida esposa y
médico, de origen chino, me ofreció un verdadero agasajo de alta categoría
donde en una carpa beduina instalada en el jardín de su residencia me ofreció
una fiesta íntima rodeada de carnes y múltiples postres, que no puedo olvidar,
como también obséquiame una bata de lujo acaso mongol y preciosamente bordada
sobre pana, que guardo con enorme cariño.
6. Regreso a Moscú de este largo
periplo para al día siguiente viajar a Sofía, en Bulgaria, donde me hicieron
otro recibimiento inolvidable, tanto los escritores (un libro mío iba a ser
editado allí, lo que se frustró ya en este trajín con la caída de la Unión
Soviética) como nuestro embajador allá acreditado, Eduardo Morreo, quien como
intelectual me atendió con fino agasajo en la embajada, mientras yo viajaba
hasta la ciudad de Plovdiv, en la vía mahometana hacia Estambul, donde
residiera el reconocido poeta galo Alfonso de Lamartine, en tanto que con el
uso de otra oportunidad de las varias que tuve, acompañado de traductora por
tierra y en tiempo de un otoño impactante, pude conocer el preciado y satánico
Monasterio de Rila, sobre cuyo cenobio medieval escribí un trabajo alusivo. Valga
aquí hacer memoria que desde Caracas asistí en tres oportunidades al Congreso
Mundial de Escritores (en el Segundo encuentro, donde conocí a Jorge Amado y a
Juan Rulfo, estuvo también el poeta venezolano Luis Pastori), que anualmente reunió
en Sofía algunos cuatrocientos conocidos literatos, donde por cierto presidí
una mesa de trabajo, bajo la conducción del excelente caballero y Presidente de
los Escritores Búlgaros Liubomir Letchev, tiempo que en grupo, incluida mi
amiga Lada Galina, fuimos recibidos en palacio por el presidente Todor Zhivkov,
y al cuarto encuentro, suspendido, no pude asistir por el desmoronamiento de la
Unión Soviética, que repercutió en aquellos festivales. Para cerrar mi
permanencia allá almorcé con el amigo Ivan Satchev, a quien conocí en Caracas
de Agregado Cultural y estaba ya jubilado, siendo oportuno también recordar a
la excelente persona que es Kiril Kirilov, luego embajador búlgaro en Buenos Aires
y con quien me reunía algunas veces para almorzar o a cenar, en Caracas. Otro
búlgaro inteligente que ascendió a embajador de su país en Caracas, fue mi
excelente amigo Slabomir Guerguiev, su esposa Mariam y su hija Cristina, con
quienes nos reuníamos algunas veces al año. Slabomir, falleció inesperadamente en
Caracas por infarto, en la avenida Francisco Fajardo.
7. En el vuelo de
Balkan Air Lines seguí el viaje hasta Bucarest, donde me recibe la embajadora
venezolana y gran amiga poetisa Lucila Velásquez, quien me acompañó en buen
trecho de mi andar rumano, como fue la visita a la Unión de Escritores (por
cierto me esperaban para incorporar algún
poema propio en la edición de la revista gremial), establecida en bello
palacio expropiado anteriormente, e incluso en su residencia la diplomático
ofreció un almuerzo para agasajarme, junto a distinguidos escritores invitados.
De ese país agradable seguí camino a Checoslovaquia, la primaveral y
libertaria, donde en Praga, exquisita ciudad, fui hospedado en la suite de lujo
de un hotel reservado para altas figuras comunistas (Praga era un centro de
primera fila en el acontecer marxista mundial), con jardín particular y una bella vista sobre
Praga (por cierto cuatro canales de televisión, o sea de Praga, Moscú, Berlín y
Varsovia tenía a mi mandar, como algo increíble en el mundo soviético), hotel escogido
para las visitas de trabajo de jerarcas comunistas que visitaran el país, pues
esta bella ciudad era un centro por demás importante de los destinos marxistas intelectuales
de Occidente, que en ocasiones allí se congregaban en congreso, coordinado lo
correspondiente a Venezuela por mi buen amigo y profesional hoy fallecido,
Jerónimo Carrera Damas. En dicha ciudad cuna de Juan Hus fui atendido por una
dama cincuentona que me acompañaba en todo momento de la visita, quien por
cierto al final me comentó no era de pensar comunista. Luego de visitar esta urbe
extraordinaria que es una verdadera joya del pasado, en unión de la señora que
menciono me trasladé hasta la Mansión de los Escritores checoslovacos, fuera de
la capital, donde podían vivir a su guisa, mientras prepararan escritos de
vuelo intelectual e incluso para realizar algún trabajo encomendado a su sabio
entendimiento. En este tour suburbano fui acompañado también del poeta caroreño
Alí Lameda, bardo de altura quien fungía como Agregado Cultural de nuestra
embajada, en la que por cierto era Embajador mi amigo de la caraqueña nocturnal
Sabana Grande, y político como también periodista, Orestes Di Giácomo. Para cerrar este capítulo
checo debo indicar que fui invitado para tal visita principesca por el reconocido
novelista Jan Kósak, Presidente entonces de los escritores checoslovacos, al que encontré en el Congreso de Sofía y antes
había estado en mi hogar caraqueño, con quien entonces departiera bajo un manto
de cordialidad.
8. Desde Praga volé a Budapest en un segunda visita, donde la Unión de
Escritores me recibió con vehículo y chofer a la puerta del hotel, para los
desplazamientos que requiriera, mientras me reuní con escritores diferentes,
como fueron los encargados de la Editorial Albatros, y no pude encontrarme con el
embajador Juan Uslar Pietri porque andaba fuera de ese país, aunque recibiera
muchas atenciones del personal de dicha embajada, y por otras causas descubrí
que el gran comercio paralelo y prohibido con monedas del Comecon, allá tenía
su asiento .
9. Finalmente en avión con destino de Zúrich por el aeropuerto de Praga y
no de Budapest inicio otro vuelo para abordar un avión de Suissair, que desde Zúrich
me trasladó de nuevo a Caracas en este largo periplo observador, el que creo
que en la forma expuesta y tan llena de secuencias particulares nadie había
podido realizar, porque además de que era difícil penetrar en la Cortina de
Hierro, que por excepción admitía esta hazaña, yo pude viajar a las anchas por
este entonces imperio ideológico que repito nadie y en mi condición de
escritor, pudo hacerlo en un solo y largo viaje. Para dar término a esta amplia
y explicativa crónica debo señalar, además y como lo señalara antes, que respeto
las ideas personales para un buen entendimiento, pero que nunca fui comunista o
cosa parecida, porque en el fondo esta idea por ellos expuesta y para
conquistar el mundo, no me llamó la atención al ser caduca. Ah, y si desean
algo más de lo explicado sobre este famoso viaje deberían consultar mi libro
“50 veces yo”, editado en Caracas el año 2.005.
10. Se me olvidaba expresar que he visitado en tres oportunidades a La
Habana, la primera vez cuando aquello no era comunista, el año 1958, a mi
regreso de Europa, tiempo del general Baptista en que La Habana era centro
internacional del turismo diurno y de la vida nocturna, y luego en el mundo social
marxista del país fui invitado a celebrar los 25 años de la nueva literatura
cubana, y después como miembro de la Unión Latinoamericana de Juristas, del Capítulo
Venezuela, cuando almorzara
en el este de Caracas en compañía de mi paisano y buen amigo Arturo Cardozo, con ocasión que el doctor Menelao Mora, alto directivo de la misma, visitó a Caracas con el fin de convocar a una reunión internacional sobre temas jurídicos de actualidad a desarrollarse en 1987. Fuimos por Venezuela delegados como invitados especiales, o sea los jueces doctores Abreu Burelli, Pedro Elías Hernández, a quienes se uniera Fermín Toro Jiménez, y yo, además de otros 42 abogados acompañantes. En el agasajo que se nos ofreció en el Palacio de la Revolución pude bien estudiar la personalidad de Fidel Castro, como así lo expuse en el libro “50 veces yo”. Y fui además invitado a un simposio en La Habana sobre problemas monetarios en América Latina, al cual no pude asistir dado que en Caracas y la fecha coincidente había un Congreso Internacional de Escritores donde yo debía estar allí presidiendo tal evento, como Presidente de la invitante Asociación de Escritores. That´s all.
en el este de Caracas en compañía de mi paisano y buen amigo Arturo Cardozo, con ocasión que el doctor Menelao Mora, alto directivo de la misma, visitó a Caracas con el fin de convocar a una reunión internacional sobre temas jurídicos de actualidad a desarrollarse en 1987. Fuimos por Venezuela delegados como invitados especiales, o sea los jueces doctores Abreu Burelli, Pedro Elías Hernández, a quienes se uniera Fermín Toro Jiménez, y yo, además de otros 42 abogados acompañantes. En el agasajo que se nos ofreció en el Palacio de la Revolución pude bien estudiar la personalidad de Fidel Castro, como así lo expuse en el libro “50 veces yo”. Y fui además invitado a un simposio en La Habana sobre problemas monetarios en América Latina, al cual no pude asistir dado que en Caracas y la fecha coincidente había un Congreso Internacional de Escritores donde yo debía estar allí presidiendo tal evento, como Presidente de la invitante Asociación de Escritores. That´s all.
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