domingo, 4 de agosto de 2013

LA ASOCIACIÓN DE ESCRITORES DE VENEZUELA.

 
            Amigos invisibles. Como ahora es tiempo de reflexionar, dentro del recuerdo histórico de una época dispar me voy a detener en ese punto de gran interés para recurrir a la memoria presente sobre hechos que viví con cierta intensidad y que siendo de relevancia no pueden pasar por debajo de la mesa a fin de que sirvan como ejemplo digno dentro de las instituciones venezolanas de largo aliento. Me refiero así a la Asociación de Escritores de Venezuela, organismo de intelectuales albergados dentro de ella con la calidad de escritores, periodistas, ensayistas, poetas, algunos bohemios ilustrados, articulistas, folcloristas, académicos, creadores de ficción, especialistas en literatura infantil, historiadores, maestros y profesores con obra determinada, y, en fin, toda suerte de hombres y mujeres de pensamiento y acción que con amplitud se cobijaban sin mayores aspavientos dentro de tan digno monumento creador que naciera con fórceps en los albores de una lenta democracia y  al tiempo que salido el país de la larga noche aletargada en que se vivió durante la insólita cuanto oscura vida del gobierno llamado gomecista (1908-1935).
            Para ir aclarando los aconteceres bueno es afirmar que Venezuela tiene fama de ser un país apto para las manifestaciones del pensar, por lo que a lo largo de su camino descollan figuras  como Andrés Bello, Rafael María Baralt, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri y otros reputados cultores de la lengua y la creación estética. Pero como los avatares posteriores a la Guerra de Independencia mantuvieron en vilo a sus habitantes, con escasos de medios para relucir facultades, ello impidió que muchos venezolanos demostraran aptitudes propias, esto aunado a la escasez de medios de comunicación y otras alcabalas perniciosas para expresar el pensamiento. Solo ya entrado el siglo XX el ejercicio mental constructivo comienza a tener cauce durante la larga y compleja dictadura del general Juan Vicente Gómez, quien en ejercicio de cierta brujería visionaria toma en cuenta a muchos hombres emergidos de las universidades, como del pensamiento positivista reinante, vayan como ejemplos José Gil Fortoul, Pedro Manuel Arcaya, Lisandro Alvarado y otros novatos, tal el caso de Arturo Uslar Pietri, viajeros de la nueva camada existencial, que tímidamente se iniciaban en el ajetreo de las letras para cuando el viejo caudillo de La Mulera tiene a bien fallecer, tranquilo, en su caluroso hogar de Maracay. Para ese tiempo de los años 30 y con el ajetreo mental de las  nuevas ideas sostenidas por personajes de la Generación del 28, se habían producido algunos brotes  de inconformidad entre las nuevos activistas del pensar, entre quienes algunos ya leían diversos textos incomprendidos de Marx y otros autores llamados comunistas, o anarquistas, cuya actividad para el momento no pensaba desestabilizar, sino que entre ellos y otros compañeros de la pequeña Caracas discutían sus ideas en casas familiares, reuniones de ocasión o en cualquier sitio bohemio de los alrededores de la plaza Bolívar, donde los pros y contras salían a relucir. Pero este largo paréntesis de espera que se sentía vino a cambiar al momento de la desaparición del susodicho general Gómez, que fue llorado, respetado y bien guardado con efusivas manifestaciones de dolor, como ocurre en estas ocasiones luctuosas del grupo que quedaba huérfano, permaneciendo a la expectativa de los hechos y de eso que en la ansiedad se llama cambio. Mas como la ciencia de la comunicación ya había avanzado bastante a través de la radio, el teléfono, la telegrafía y los impresos varios, y hasta ciertos periódicos conocidos al estilo propio de La Esfera o El Universal, no bien enterrado el militar tachirense y ocupando su puesto presidencial otro tachirense, o sea Eleazar López Contreras, con cierta libertad y gritos o despliegues en la plaza Bolívar comienza el regreso de los exiliados intelectuales al país, mas la nueva clase emergente, quienes se encuentran con que Caracas adolece de sitios para exponer ideas, salvo cualquier entrada donde funciona un periódico o una revista como Elite.
            Es por esta razón coyuntural que en los pocos días del cambio político habido a finales de 1935 un grupo de intelectuales entre los que se cuentan principalmente escritores, se reúnen en Caracas para constituir de seguidas la Asociación de Escritores Venezolanos, que con pocos cambios de sitio vino a funcionar en lugar alquilado de Palma a Municipal, y con asistencia de un numeroso grupo que copaba el lugar, entre los que sobresalían periodistas, pintores, profesionales diversos, críticos, artistas y otras figuras de ingenio que entonces conformaban un círculo de importancia en el diseñar del nuevo país que nacido ya en el siglo XX pero en los avances de su tercera década, era grupo de actualidad  y de mucha valía para tener en cuenta. De esos arranques consabidos de importancia las Juntas Directivas que comandaron su organización fueron escritores de primera línea entre los que podemos recordar a Miguel Acosta Saignes, Mariano Picón Salas,  Pascual Venegas Filardo, Ramón Díaz Sánchez, Miguel Otero Silva, Paz Castillo, Gerbasi, Rojas Guardia, Pálmenes Yarza, Elena Dorante, Benito Raúl Losada, el eximio novelista Rómulo Gallegos, quien figuró entre sus primeros presidentes, y el candidato al premio Nobel de Literatura Arturo Uslar Pietri, que es gloria de las letras hispano americanas.  En ese tiempo de diversas actividades, que pudo durar alguna década, esta institución cultural era punto de referencia permanente, como podía serlo la Universidad Central de Venezuela (por ejemplo, la AEV tuvo gran vinculación con la puesta en marcha de la Escuela de Periodismo de la Universidad Central), mientras la batuta de la institución por otros años estuvo manejada por el periodista y profesor universitario poeta Pascual Venegas Filardo, tiempo ya en que la Asociación convoca a premios anuales de categoría, que conforman la conocida colección de los Cuadernos Literarios, ésta alcanzando más de 200 títulos.  Entretanto por sus salones y principalmente a la tertulia dominical de las once siempre asisten valiosos escritores entre los que recuerdo al inmortal William Faulkner, pequeño y de bigotes, que me impresionara en su disertación rural, tiempo cuando yo desembarcara al regreso estudiantil de Europa.
             A la emérita labor de Pascual Venegas Filardo, como de otros asociados se debió el adquirir un inmueble céntrico  y digno para su trabajo en el campo de las letras o de los escritores, por lo que gracias a la actividad desarrollada en esta asociación de intelectuales y el apoyo financiero que dispensa el comandante Carlos Delgado Chalbaud, quien preside la Junta Militar de Gobierno, el gremio se instala en sede propia, situada de Miseria a Velásquez, para allá sostener en el curso de muchos años el ejercicio de la cultura, con las puertas abiertas. Fue durante este tiempo de cambios en que la democracia venezolana transita por obra de la libertad implantada dentro de lo que llamaron Cuarta República, cuando en horas disponibles con bastante interés me acercaba hasta el inmueble sede de la Asociación  establecida en la Avenida Lecuna para dialogar con numerosos intelectuales de ambos sexos que allí discurrían,  una mañana de 1961 en que mi dilecto amigo y paisano  poeta Amable Sánchez Vivas me anuncia que junto a los escritores Angel Mancera Galetti y José Ramón Medina habían propuesto mi nombre para que en calidad de Miembro formara parte de dicha institución. Para entonces y quizás avalado por libros iniciales que circulan, el primero publicado en París, en 1953, seguido de otros cuadernos de poesía, conferencias dictadas en Europa y algunos trabajos históricos editados en España, fueron suficiente prueba para ser aceptado en tal condición de membresía, circunstancia que desde luego me halagara en cuanto a la obra de más de sesenta años que en este campo iba construyendo, de diferente manera y arquitectura.  Mi transitar por aquel mundillo variopinto de valores humanos interesados en la prosperidad del país y de su estructura me fue atrayendo más, al extremo que posponía otras citas de rigor para asistir a las continuas tertulias o encuentros donde se incluyeran numerosos intelectuales venezolanos y extranjeros que le daban relieve a esta institución nacida dentro de la  joven democracia en que se conducía el país. Por ese entonces y hacia un mejor provecho tomaron las riendas directivas de esta casa de sueños los ya laureados poetas y futuros académicos Luis Pastori y José Ramón Medina, muy vinculados a las letras en creación, como a los diarios El Universal y El Nacional, quienes dentro del renovar permanente siguieron en los pasos creativos a la conocida generación del Grupo Viernes.
            Para estos tiempos que recuerde en que Pastori y Medina ejercían alternadamente el mandato gremial, ya Caracas como gran capital andaba en plena expansión hacia los terrenos circundantes del Este y con ello el interés de sus habitantes miraba hacia aquel lugar, por lógica atracción, temporada en que el doctor Medina, que entonces era Fiscal General de la República, por su relación gubernamental consiguió un terreno en comodato situado en la céntrica urbanización San Bernardino y al lado de lo que hoy es la Fundación Humboldt, para construir allí la nueva sede de la Casa del Escritor, porque estos hombres de pensar también se desplazaban del centro hacia el Este capitalino. En ese período recordado le acepté al presidente Medina el cargo de Secretario de Finanzas, acéfalo al renunciar la poetisa Carmen Delia Bencomo por establecerse en Maracaibo, y pronto, en la elección siguiente de Junta Directiva, mediante los votos de sus miembros presentes fui ratificado en este puesto, que por cierto para dicho momento no tenía mucho ajetreo. Es en esta oportunidad cuando por obra del cambio necesario Pastori y Medina se alejan de los cargos directivos para dar paso a las nuevas generaciones de miembros, lo que ocurre con la designación  del poeta, historiador y profesor universitario Manuel Vicente Magallanes, quien al tomar posesión como Presidente da un empuje especial a este centro un tanto adormilado, porque conocido es que desde la década de los sesenta se establece una revolución diametral en el campo de la cultura, de protesta, cuya expresión más típica es el nacimiento del mundo de los hippies y el pensamiento lascivo e irónico que ello conlleva, siendo de esos razonares estéticos y vanguardistas aunque con raíces viejas (Baudelaire, Sade, Rimbaud, Lautréamont, etc.) los grupos intelectuales y bohemios conocidos como El Techo de la Ballena, Sardio, La República del Este, etc. Con Magallanes de Presidente la Asociación de Escritores comienza un nuevo rumbo más acorde con los tiempos, cuando además se piensa en el escritor en sí de sus necesidades y amparos, como también de la escritura, por lo cual mediante gestiones necesarias el doctor Magallanes consigue con el Gobierno Nacional un aporte necesario permanente que al menos cubre las necesidades propias de la institución, que es cuando una tarde y luego de la reunión directiva, de manera privada y en salón amplio de la biblioteca recién inaugurado el Presidente y este Secretario de Finanzas se conviene en crear el Instituto de Previsión Social del Escritor (Inprescritor), que mediante estatutos queda bajo mi dirección creativa por dos años, acompañado en ello de otros escritores como el académico doctor Gabriel Briceño Romero, la poetisa Graciela Torres y el académico historiador Héctor Bencomo Barrios.
            En el curso de los dos años siguientes y con oficinas en el mismo edificio nos dimos a la tarea de formar una institución de calidad, con 170 afiliados escritores, que en tan poco tiempo y como partiendo de cero logramos prebendas tipo montepío para los asociados valga decir descuentos en consultas profesionales de medicina, libros y útiles escolares, papelería, mueblaje de oficina, pago de secretaria, donación de afiches, llaveros, libros de notas, etc., para los afiliados, agasajo gremial de fin de año, ayuda profesional en materia judicial, pago de gastos de entierro del afiliado y su cónyuge y algo muy importante: la adquisición a bajo precio de diez (10) parcelas en el privado Cementerio del Este, que se mantenían para el sepelio de los escritores pobres (recordando entonces al poeta Rafael Olivares Figueroa o al novelista Julio Garmendia), y que después fueron adjudicadas a otros miembros del gremio, por precios irrisorios. En el curso de la actividad que semanalmente desarrollábamos en Inprescritor, en cierto momento el directivo Briceño Romero y por ser tiempo próximo de elecciones en la AEV, en dos o tres oportunidades y de manera muy firme sugirió presentar mi candidatura para la Presidencia de esta Asociación de Escritores, pero fue tanto el empeño suyo y de la benevolencia innata que a sabiendas de sus numerosas amistades, muchos de ellos miembros de nuestro gremio intelectual, me prometió que buena parte de estos, o casi todos, votarían por mi  y por la plancha que me acompañaba, para el día de la elección de esa nueva Junta Directiva, que estuvo concurrida a lo máximo, porque desde luego y con el empeño necesario me dí a la tarea de llamar por teléfono a cientos de compañeros escritores, quienes cumplieron con su palabra para que nuestro grupo triunfase de manera holgada.  
            La labor a desplegar como Presidente y acompañado de la Junta Directiva en los dos años a seguir fue amplia y variada, porque como hombre joven que había visitado muchos escenarios del mundo de las letras y sin tener ataduras extrañas de ninguna especie me di a la tarea de desempolvar un poco la institución y de hacerle algunos agregados a la vetusta casa, por lo que fue necesario mejorar la sala inicial con una cabida de 200 personas sentadas, en cuyas refacciones colaboró la Gobernación del Distrito Federal, como igual se hizo techando y amoblando el pequeño bar de los escritores, al que se agrega un almuerzo con el menú ejecutivo, en patio tipo andaluz que se acondiciona, lo que atrajo numerosos miembros, entre ellos abogados litigantes, por andar cercanos a los tribunales. Igualmente se terminó de amoblar el espacioso salón superior de recepciones con aire acondicionado, biblioteca especial y cómoda mesa de puestos para recibir personalidades nacionales y extrajeras, entre ellas diplomáticos, ampliándose igualmente el depósito de libros y el apartamento residencia para los conserjes o cuidadores de esta Casa del Escritor. En ese tiempo, con mi política de puertas abiertas volvieron al seno institucional muchos autores alejados, como ingresan también grupos de jóvenes poetas que han hecho historia ya en las letras nacionales valga decir los grupos Tráfico y Guaire, o el liderizado por los poetas Alfonzo y Vargas. Era entonces agradable hallarse dentro de la AEV con escritores de todas las tendencias en una permanente tertulia amical, donde se podían encontrar algunos funcionarios diplomáticos acreditados en el país y miembros de otras instituciones culturales, como el de Amigos de la República Democrática Alemana, bajo la batuta del profesor periodista Manuel Isidro Molina y el abogado Arturo Cardozo, o el del doctor maestro David Ferriz Olivares, escritor de importantes obras esotéricas, discípulo de Sergio Reynaud de Laferriére, bajo la tutela éste  del sabio fundador de la conocida Gran Fraternidad Universal.
            La Asociación de Escritores de Venezuela, ahora llamada así para acoger a otros escritores no venezolanos, como se planteara en su momento,  durante el bienio procedió a consolidar las sedes del organismo en el interior de la república y a establecer un Secretariado permanente, bajo la conducción del poeta Helí Colombani. Igualmente a celebrar convenciones nacionales, con delegados provenientes del interior del país, y a visitas de esas seccionales (Barquisimeto, Guanare, Trujillo, Maracaibo, Ciudad Bolívar, Valencia, Coro, Pampatar, San Fernando, San Carlos, etc.), mientras que con el manejo de la Presidencia se realizaba un intenso intercambio y visitas que abarcaron numerosas asociaciones de escritores existentes en el extranjero, mediante los acuerdos respectivos. Igualmente dentro del dinamismo existente en la institución, que ya era necesaria noticia de sus actividades, se procedió a crear el Sindicato Nacional de Escritores, bajo la conducción del diputado al Congreso Nacional y galeno doctor Emigdio Cañizález Guédez, el Inprescritor que funcionaba ahora bajo la presidencia del poeta margariteño Pedro Celestino Vásquez, como también se abre la Oficina sobre el Derecho de Autor, para prestar esos servicios, bajo la dirección del publicista Salvador Cambreleng (a cargo también de la Revista AEV), grupo de despachos independientes que funcionaban con toda comodidad, con muebles adecuados y secretariado en cubículos del edificio de la Asociación de Escritores. Otra importante obra realizada en esta actividad permanente, fue la puesta en marcha de la “Federación Latinoamericana de Sociedades de Escritores” (FLASOES),  bajo la conducción del que esto escribe y del poeta Marco Ramírez Murzi, que luego de las invitaciones requeridas y para lo cual ofrece ayuda la Secretaría de la Presidencia de la República, en tiempo del doctor Jaime Lusinchi, se inauguró solemnemente esta FLASOES, con un Congreso especial e internacional (más de 50 delegados presentes) realizado en la caraqueña Casa de Bello, lo que tuvo una duración de tres días, Federación que agrupa a diecisiete instituciones de escritores latinoamericanas, mas la sahuaraí admitida, por ser del mundo español, la que ha tenido congresos en Caracas, Santo Domingo, Guatemala y Río de Janeiro, fuera de otras reuniones necesarias, en medio de sus permanentes actividades. No olvidemos en este recuento la concurrida Cena Anual del Escritor, para conmemorar su fecha, que se hacía con gran despliegue informativo en los salones del Hotel Tamanaco Internacional de Caracas, y la dotación de una Galería completa de Presidentes de la AEV en cuadros a plumilla que produjera el conocido pintor aragonés Alfonso Marín Bixquet, lo que se agregó a la importante Galería de Arte (valiosas pinturas, esculturas, piano de cola, etc.) propiedad de esta institución, así como un naciente Museo del Escritor, con valiosas adquisiciones al momento.
Aunque dentro de la ruta creadora no estaba en el proyecto una nueva  candidatura para ejercer la Presidencia de la AEV, me vi forzado a ello cuando supe que un grupo pensaba politizar la institución, cosa grave desde luego, de donde tomé nuevos bríos para no perder el trabajo en marcha realizado, y en mes y medio de actividad telefónica para contactar a muchísimos miembros (más de 400) se desbarató aquel complot con tendencia unipartidista y sus secuelas. En lo adelante junto a la Directiva que entraba nos dedicamos a consolidar el trabajo con éxito realizado, como hacer los estudios, proyectos y  maqueta del nuevo edificio de la Casa del Escritor, con el movimiento de tierras hecho en San Bernardino (proyecto inicial del arquitecto Carlos Celis Cepero), y tuve tiempo de aceptar otras diversas invitaciones personales a congresos por parte de entes corporativos u oficiales de escritores y para enaltecer a Venezuela y sus hombres de letras fuera de las fronteras de la patria tanto en Europa, Asia y América Latina. En resumen, cuando entregamos las riendas de la AEV, pasados los 50 años de su existencia, que festejamos igualmente, era una institución por demás activa, con infinidad de publicaciones, premios y un Boletín mensual, con capital dinerario en sus diversas instituciones que funcionaran en la Casa del Escritor, casa que por cierto recibiera con dos empleados y una supuesta cobradora y que ahora dejábamos con un total de catorce dependientes y saneadas en todas sus cuentas. Dejé en manos de escritores jóvenes y conocidos (el grupo soñador La República del Este) el alma y trabajo de la institución, cuando el Presidente de la República Luis Herrera Campíns junto al ministro Orlando Orozco y por mi mediación, habían ordenado a la Constructora Lorsa continuar la hechura del edificio sede de San Bernardino, destinando para ello el presupuesto necesario. Hasta allí puedo dar fe de estos fundamentales hechos para la Historia de la AEV, que es parte de Venezuela, pero de lo posterior a nuestra versada gestión en equipo, no he tenido conocimiento.  Eso será otro capítulo que alguien con suficiente análisis ponderable habrá de desarrollar.   

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