Al
doctor Kaldone G. Nweihed, embajador,
profesor titular de la Universidad Simón
Bolívar de Caracas,
experto en derechos
del mar y fronterizo.
Dedico.
Amigos invisibles. En esta tercera parte del trabajo
referido a los indios cuicas que en Venezuela ocupaban inicialmente el
territorio del Estado Trujillo y algo más de sus fronteras, abordaré nuevos
temas importantes para en su conjunto con el agregado que ahora se integra
referido a otros estudios interesantes, valga decir la vida mercantil, social,
cultural, religiosa, animista, jerárquica, lingüística, a lo que se suman algunas
estimaciones referidas al desarrollo popular como las constantes necesarias para
hacer alusión a la nación cuicas, todo ello sea suficiente a fin de darse uno cuenta
detallada de esa nación con sus atributos específicos de independencia y
trabajo sostenido desde el arribo de los españoles a su territorio y el lento
mestizaje que se inicia, hasta cuando a fines del siglo XIX ya en los
estertores de su desaparición racial apenas quedaban algunos ejemplos de sus
características mantenidas por la población acaso senecta que en las altas cimas
cordilleranas con valiente desafío temporal se mantenía y cuyos restos
culturales de identificación se salvaron gracias al paciente trabajo del
polígrafo trujillano Rafael María Urrecheaga, quien mediante el uso de la paciencia
se dio a rescatar en cuadernos que enseñan los vestigios de esa cultura a través de la madre
nutricia del lenguaje por ellos utilizado, así como de otras aportaciones requeridas
para que aún sepamos sobre la vida y misterios de esta importante nación
cuicas. Seguiremos pues en este empeño.
LA VIDA MERCANTIL. OPERACIONES ARITMÉTICAS.
Los cuicas se autoabastecían de las necesidades primarias,
pero con los caribes (jirajaras) tuvieron relaciones de trueque en la compra de
sal y el veneno curare. Producían además buenos tejidos de algodón, que
comerciaban con las tribus chamas y hasta con los españoles establecidos en El
Tocuyo, fuera de intercambiar por ese camino mayor andinas papas, cacao y maíz seco (puratí).
En cuanto a las transacciones comerciales intertribus y más allá de
ellas, usaban la permuta de manera
principal, pero además con los vecinos a ellos sacaban cuentas (saysay) con el valor de bolas de hilo, semillas de cacao, papas o
maíz, y en general sabían contar en montos pequeños, pero hasta la decena
(tabis), con el uso de las dos manos, y de allí seguían en múltiplos, por lo
que para expresar once, doce, etc., sumaban diez mas uno, mas dos, etc.; y para
veinte (gem), dos tabis, treinta tres tabis. El ciento era contado tabis,
tabis o diez dieces, el doscientos, gem tabis, tabis, y así de continuo, en lo
que también usaban múltiplos, como mavishuent, o nueve veces (tres en tres
veces) y mapivita (ocho suma dos cuatros, o gem piti). Para realizar estas
simples operaciones de cálculo aritmético
los indios utilizaban cuerdas anudadas de a cinco lazos, y el “cay” o sartal de
cuentas blancas y verdes (“quitero” en las realizaciones monetarias), hecho
principalmente de huesos, piedras y conchas perforadas. Con relación al mes (cumben)
de seis porciones, y a la semana cuicas (toshita), diremos que este era seguido
al paso de la luna y sus fases, de donde fue apenas de cinco días, contados con
la mano, pues al sexto movimiento lunar venía el cambio del astronómico satélite
acorde con el ciclo en función de esta luna y también de la semana.
ASPECTOS
ANTROPOLÓGICOS.
En el sentido
antropológico el cuicas era de vocación gregaria, familiar, viviendo en chozas
redondas de bahareque y palma, con preferencia en villajes al mando del cacique
respectivo, además con gran estimación comunitaria, sin ser en especial
monógamo, con tendencia matriarcal y donde el tío y el sobrino (cubakchó)
además tenían importancia en la continuación de la familia, por herencia
ancestral muisca cundiboyacense. Fueron de carácter callado, introvertido y
melancólico, como su música de siempre. No eran tampoco antropófagos o
belicosos, esto salvo en los casos de
salvaguarda de sus territorios y familias.
De mediana estatura, tenían la cabeza redonda, la tez
morena, en las mujeres el busto y la cadera desarrollados, los ojos oblicuos y
negros, con los cabellos lacios y largos. Prácticamente no existían calvos, pero sí muchos
barbilampiños.
LA JERARQUÍA TRIBAL.
Dentro del ordenamiento igualitario primitivo de los cuicas,
no por ello existió una jerarquía que
permitiera la convivencia pacífica, en la que destaca el tabiskey (“el de las
diez plumas”, que las usaba en la cabeza como símbolo de alto rango), indígena
principal (su mujer o pareja concubina es la kushunduk) en el que prevalecían
elementos especiales de fortaleza corporal, probada en circunstancias oportunas, como igualmente de descendencia, rasgos
característicos que incluso se transmitían a través de tíos y sobrinos a raíz
de cualquier fallecimiento, lo que venía a ser otra de las costumbres de origen
ancestral muisca. Por debajo del
tabiskey en un gobierno masculino existían el hijo mayor (kushik) o sus
hermanos, los jefes subalternos ayudantes y los chacoy o caciques temporales de
cada tribu, que tenían preponderancia en el mundo cuicas de acuerdo a lo
importante de la parcialidad autónoma que dirigían, y por algunos aspectos
personales. El consejo de los ancianos de la tribu también era tomado en cuenta,
debido a su larga experiencia y memoria de los hechos, a veces heredados.
EL MOHAN.
En aquel mundo indígena que aquí se determina también era de
destacar la figura del “mohán”, voz de origen chibcha, que hacía las veces de
hechicero, brujo, piache, sacerdote (toy) y curandero o médico tribal, quienes se
acompañaban a través de ceremonias de carácter religioso, el uso de ingredientes
ocultos en una suerte de esoterismo entre las tribus, y el empleo además de
medicinas naturales y alternativas. Herramienta fundamental de su escenario
creyente fueron los “chorotes” o ídolos de barro con diversas formas humanas,
que hacían sonar, correr, andar y bailar, por obra de la superstición y el
movimiento. A ellos debían “pasar” o ingresar la enfermedad del paciente, por
medios taumatúrgicos de soplos e
invocaciones. Su trabajo lo realizaban
indistintamente en adoratorios, casas y cuevas (por ejemplo la Teta de
Niquitao), donde se servían de plumas, maracas o sonajeros de calabazos
(totumos) y fetiches de barro para las ceremonias hechiceras, en medio de un
ambiente propicio. En aquel mundo de la magia y lo desconocido esta valiosa
figura sacerdotal tenía una importancia destacada, pudiendo ellos ser polígamos
y andar con vestimentas de rito especiales, incluidas las placas pectorales en
forma de murciélago. Contra algunos influyentes mohanes, que detentaban el
poder ancestral de la raza, fueron muy duras las autoridades españolas,
persiguiéndoles a fondo y destruyendo toda su magia cautiva y los conocimientos
aplicables, en una transculturización enfermiza y secular.
Entre otros notables hechiceros, que se resistieron hasta última hora en
defensa de la memoria de sus pueblos y creencias, podemos contar a las
siguientes figuras perseguidas: 1) La curandera de origen tostós y apellido
Biafara (sic); 2) La mohana boconesa Mauricia Bolsones; 3) El boconés Pablos, santero
de fama e idólatra consumado, recibiendo por ello numerosos azotes, “atado al
poste (de ignominia) de pies y manos”; 4) El mohán siquisayero Mateo Frontino,
castigado duramente por ser hereje conocido; 5) Salvador Pérez, a quien se le
siguió severo juicio punitivo inquisitorial, también por causa de idolatría; 6)
El principal indígena Santiago de Esnujaque, por hacer “diabólicas ceremonias”
de culto; 7) Lorenzo de Urbina, famoso cacique hecho sacerdote mohán, quien
reverenciaba a un muñeco de oro junto a muchos de su comunidad, y que por brujo
y supersticioso en la tortura característica debió cargar una pesada cruz a
cuestas y siendo arrastrado con una soga al cuello, mientras que por orden de
la condena impuesta en el cumplimiento exigido recibía sobre su cuerpo
cincuenta duros azotes, siendo por ende excomulgado, a lo que se sumara diez
años de presidio y otras sentencias adicionales; 8) El mohán boconés Juan
Bautista Vásquez, a quien se le enjuicia severamente porque mediante fórmulas
mañosas cuanto prohibidas “hacía llover sobre los conucos”; 9) El curandero
indio Juan Benito Vásquez, quien en una mezcla sincrética de santerismo indígena
y religión cristiana, se autotitula obispo y por ende ordena sacerdotes,
realizando el hereje actos no permitidos y misas condenables ante un emplumado
“muñeco de monstruosas formas”, rito que ejecuta este curandero en horas
avanzadas de la noche, al son de la música, chichas embriagantes y solicitado aguardiente
catalán; 10) Don Agustín, cacique tirandae, a quien igualmente por sus desmanes
religiosos condenables se le azota y hace abjurar de la mohanería, so pena de
mayores castigos; 11) Los caracheros Don Cristóbal y Don Domingo (éste en
septiembre de 1713 (recuérdese que la reina católica Isabel había otorgado a
los caciques el título de Don), a quienes en conjunto por ser parte interesada la
autoridad tribunalicia les sigue juicio inquisitorial al considerárseles
idólatras consumados, por “tener “74
ídolos y 24 casas de adoración y ofrenda”, que se les confisca y destruye, para
después de ser presos y enjuiciados mediante rituales cristianos hacerles duros
exorcismos a objeto de sacarles a estos posesos el demonio que tienen integrado
en su ser, como también se les encadena y azota
innúmeras veces, en forma ignominiosa cuanto cruel.
Todos estos mohanes actuaban “por obra del espíritu malo o del demonio”,
según la versión frailuna inquisitorial que manejaba con rigor en el mundo
católico romano la Orden de Predicadores, la que por cierto para estos juicios
especiales tenía establecido un Tribunal en la ciudad de Trujillo y sufragáneo por
ende del radicado en Cartagena de Indias. Sea oportunidad a fin de recordar que
el pirómano obispo franciscano fray Antonio de Alcega, horrorizado por el
predominio idólatra de los cuicas, solo en 1.608 quemó personalmente “3.000
ídolos de los que adoraban los indios”, destruyendo a su vez 1.114 fervientes santuarios
de veneración pagana, por considerarlos
casas y sitios indígenas para sostener esos diseminados cultos prohibidos, a lo
que se agrega otros 400 ídolos que por orden e instrucción del duro Alcega se
quemaron también, todo según rezan documentos de la época.
ASPECTOS RELIGIOSOS
INDÍGENAS.
Una demostración del ambiente cultural de esta nación cuicas
identificada, sin lugar a dudas la de más desarrollo social en la Venezuela
prehispánica, fue lo tocante a la religión que profesan, aspecto importante
para aglutinarlos como un conjunto orgánico social. De aquí que con sus experiencias
y recursos ancestrales dentro de un
sincretismo religioso pudieron sobrellevar la carga de lo ignoto hacia el mundo
mágico de lo sobrenatural, que es uno de los rasgos difíciles de toda sociedad
primitiva en cuanto al ser y el más allá
de sí mismo. Por ello dentro de la herencia
muisca cundiboyacense y dialectal muisskkbun adquirida y en contacto con las realidades fácticas
dentro del entorno animista en que vivían, los cuicas eran respetuosos de su
ambiente, del medio que los rodeaba, y temían la carga de los excesos del mundo
que también los cercaba. Por ello el sol
y el agua, es decir la sequía o las inundaciones, fueron elementos a recelar
siendo fundamentales en la vida cotidiana de aquel pueblo importante. Además,
en el ambiente de lo esotérico los cuicas transmitían mensajes recordatorios por medio de cuerdas anudadas.
Dentro de una teogonía fundamental, en la creencia del Ser
Supremo, de Dios (Wo), o Gran Espíritu creador (kachuta narambeuch), dichos
indígenas rendían culto al Sol como divinidad especial (naurepa) y al tiempo
para adorarlo por ser dios superior (reupa), igual a como lo hacían los
chibchas colombianos en el Templo del Sol, éste construido en forma circular y
horcones de madera y techo situado en
Sogamoso (Boyacá), o el homenaje al dios Xue (por cierto Sue es apellido familiar existente en Trujillo),
de forma cónica angular. En otro contexto la luna (chaseugn) era divinidad o madre que ampara. Y luego venían algunos
cultos menores cuanto nocturnos, como el del mortuorio murciélago (tontsú), de
otros animales y en especial la rana cantora (figura intermedia, símbolo
chibcha de la lluvia y espíritu de las aguas, ambos reflejados en prendas
ceremoniales. Igualmente aparecen del entorno sideral la luz (shep), el día (tshabú),
el calor (sbúts), las siembras (suruk), la tierra (tapó), las estrellas
(tscheuch) y los cuerpos radiales del universo, el peligroso viento (heurkuch),
que arrasaba con las cosechas (taspa), la temerosa lluvia (sok, srendeu), que
destruía o anegaba los plantíos, el agua (shombuch), elemento primario y parte
fundamental de la vida, y la centella (wasré), entendida como ira desatada del
cielo.
Los cuicas creían de antiguo en el culto a los muertos
(quizás por el origen muisca y este de los mayas y otros pueblos
centroamericanos, de donde provienen), la imagen dolorosa de la muerte y la
inmortalidad del alma. Profesaban igualmente la veneración a los cuerpos
celestes y temían (cuiqui) a la noche (chfeui), los temblores terráqueos (añeu)
(Trujillo es zona sísmica), también a los seres maléficos, es decir a Keuña,
ente perverso o diablo elevado en esa potestad. En cuanto a Quiaque, diabólico
también, es un ser sobrenatural de uñas grandes
y cabellos largos, de ronca voz y barba patriarcal, que azotaba a los
indígenas cuando sin causa dormían fuera del bohío, siendo así un símbolo recordatorio
y atemorizante del extraño barbudo por venir (pues de antes, en las viejas creencias
ancestrales se esperaba el arribo invasor de un ser blanco y barbado) y de la
cohesión familiar tan necesaria. En un nuevo contexto el temido Quirachú era otro
ser dañino que se hallaba presente en las sesiones del templo sacramental, esta
vez expuesto como signo de negación.
El mundo iconoclasta o de la imagen de sus dioses se le
representaba mediante ídolos huecos cocidos de barro, los que produjeron por
millares y en diferentes formas de presentación, parecidos a los “tunjos” de la
cultura muisca que desprendían sonidos, como insuflados de un alma profunda,
por tener para ello guijarros sueltos o cuentas en su interior hechos en formas
de jefe sentado, viril, sosteniendo recipientes en las manos y el totémico
órgano genital o el reproductor femenino, etc. Dentro de aquel ambiente mágico
y religioso debemos hacer mención especial
del templo (kchuta) que se dedicó a la diosa Ikaque, hecho con horcones
y palmas, situado en Quibao, altiplanicie cercana de Escuque, donde por cierto
debido a causas naturales en ciertas épocas del año allí se concentraban
algunos sorprendentes arcoíris (tisteu), los truenos o relámpagos (wasré) y las
aguas celestiales (mimbok). Ikaque era la diosa protectora de las cosechas,
ella de espíritu bondadoso y fertilizante, a quien se dedicara el gran
santuario de tres naves en forma de caney revestido de palmas y en cuyo
interior central entre porta ofrendas decoradas, tripoidales, candelabros y lámparas
o braseros realizados con cabezas de animales y encendidos tales signos
religiosos con manteca de cacao, en dicho lugar los indios adoraban a un ídolo
de oro de buena dimensión, esférico, sedente, en postura ritual, con el sexo
femenino visible, como recuerdo a la continuidad de la especie. Ikaque
representaba el agua, el emerger de la vida y la cosecha, a la que reverencial
hacían ofrendas de ovillos de hilo, quiteros, sal, piedras labradas, mantas,
plantas medicinales, etc., y hasta sacrificios de seres vivientes, como venados
(kumbay), con cuyas numerosas astas adornaban el caney de los ritos. Este
templo de ceremonias y obsequios tribales, fue saqueado en su totalidad por los
españoles intrusos al mando del criollo coriano Diego Ruiz de Vallejo a fines
de 1548 y en su viaje descubridor rumbo
a Boconó, quien para esta operación destructora se acompañó del renegado
cacique Combute, indio perverso (ualipó), vengativo y principal carachero, que
mantenía enemistad con los naturales escuqueyes.
En próxima emisión de este trabajo
abordaré como final algunos nuevos temas
necesarios para el conocimiento de ese importante pueblo indoamericano, a quien
hoy los especialistas en la materia tanto aspiran conocer.
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