Amigos
invisibles. Acaso el término calificativo les parezca extraño, como
venido de las cavernas y de esos tiempos primitivos donde escaseaba el
condumio, al extremo de practicar ciertas rarezas para poder sobrevivir en
medio de un ingenio natural, como el caso de comer hormigas, el banquete
necrofílico, algo de carácter asqueroso pero necesario para la subsistencia, o
el extremo conjetural del que vamos a hablar, referido a la carne humana, de
que se alimentaban nuestros ancestros bien mediante guerras sostenidas o a
través de las razzias efectuadas entre diversas tribus, aprovechando el tiempo
para robar mujeres jóvenes con fines que su imaginación entenderá, porque las
viejas sí servían para fabricar arepas o tortas de casabe. Así de simple.
Pues bien,
hecha esta introducción tan gráfica de lo que trataremos, bueno es decir que
nuestro país salvo excepciones determinadas y por razones mayores como fue la
necesidad de subsistir bien por problemas ambientales ocurridos en tiempos de
sequía o de inundaciones, o por costumbres inveteradas de raigambre ancestral,
que se hicieron de uso permanente, para soportar tanta impertinencia ecológica
o social aplicó este sistema fácil con el paso del tiempo y de allí que para el
momento de la llegada de los conquistadores españoles entre los pleitos
permanentes ocurridos en los dominios territoriales, que a veces se extendían
en muchos sitios por esta causa del vivir, la necesidad de cortar cabezas de
tribus enemigas fue imperiosa, y en eso Venezuela fue de fama porque en buena
parte de su territorio predominaban ya para dicho tiempo inicial los feroces
indios caribes, que llegaron a nuestro país por el Sur, provenientes de ese
subcontinente que es Brasil, donde tuvieron en derrota acabados a los arawacos
y otros indios menos beligerantes, porque se los comían asados en la necesidad
oportuna, y aunque muchos no puedan entender esta situación comprometida deben
asimilar tal dictamen doloroso, que llegó a mayores males porque no crecía la población debido a esta esta
causa, como si ocurriera por ejemplo en los cercanos países andinos, al extremo
que los propios caribes, que eran los más temibles, de antaño se lanzaron a
cazar seres humanos en ese mar insular que lleva por recuerdo su nombre y que
se extiende en tal deseo voraz para hacerlos más fuertes por ingerir carne y no
tubérculos o granos de baja cualidad. Sobran los ejemplos de esta matanza
anterior y posterior al arribo de los españoles, porque los cronistas de aquel
tiempo tan interesados del detalle y amigos de la vida noticiosa, dejaron
suficientes narraciones de estos hechos sangrientos y dolorosos. Pero no solo
esa manera de subsistir ocurrió entre las tribus indígenas del continente
descubierto para los europeos, sino que en muchas ocasiones, estos mismos
visitantes extraños tuvieron que caer en iguales prácticas de la antropofagia
voraz y luego de haber comido perros, caballos y otros animales o sabandijas
para no morir (recordemos el canibalismo ejercido en la americana Virginia y
entre los propios ingleses, a fin de sobrevivir, en la hambruna de 1609), de
donde dicha manera de relacionarse fueron prácticas comunes en aquellos tiempos
heroicos que arrancaron con el siglo XVI hasta entrado el XX en comarcas
alejadas y selváticas. Así que quienes se sientan indigenistas, del Green Peace
o algo por el estilo, deténganse aquí a leer las peripecias y micro relatos de
aquellos tiempos por la gracia de los
hombres superados. ¡Ah, se me olvidaba, como aún añora ese aparente cuanto nada
agresivo preso que en San Cristóbal de Venezuela se sostenía con colegas
hervidos en sancocho para darle fuerzas, en lo que llegó a sacrificar ocho de
sus amigos, sin nada inmutarle, porque la carne sabía bien, como señala, un
tanto dulce eso sí, según asienta a la prensa internacional y que aún anda tras
rejas para no decir sanatorio donde se refocila con el recuerdo sabroso de los
digeridos. Voy a ir señalando, pues,
estos casos de novela terrorífica, para no olvidar, de acuerdo con una
cronología oportuna y pintoresca, que a todas luces auyenta las ganas de comer.
1534. Escribe el gobernador alemán Jorge
Spira que en visita a los llanos por Boraure se le pierde un soldado, del que
encuentra días después parte de la cabeza cocida a objeto de comerla y
aderezado el casco craneal para beber en él. En el mismo viaje vio como una
tribu portaba ollas de barro para atar a los españoles y guisarlos y comerlos.
Más adelante sus soldados ya con el hambre y el furor encima se apoderaron de
un indiecito de un año, tierno y mantecoso, y se lo comieron.
1537. En el viaje posterior a la muerte
del gobernador interino de Venezuela, Antonio Navarro, quien narra estos
hechos, afirma que la soldadesca entre tanta miseria sufrida, debió comer carne
humana para poder subsistir.
1541. En la expedición del germano Felipe
de Hutten por no encontrar qué diferente comer algunos devoraron carne humana,
contra la naturaleza de sus costumbres, y “un cristiano fue encontrado cuando
cocinaba con hierbas un cuarto de muchacho indio”.
1567. En la campaña sobre Caracas
realizada por Diego de Losada, este español cerca del objetivo final encuentra
una olla de cocer con carne y batatas, mas con el hambre que portan mucho
saborean de ese condumio en cuyo interior hallan luego uñas, pellejo con una oreja pendiente y otros
restos del banquete, lo que al conocer que era carne humana lo comido, “volvían
a lanzar con fatiga lo que habían gustado”. Días después y por la misma causa
del hambre los españoles tratan de capturar algunos indios desprevenidos, que
se echan a correr menos uno “al cual lo mataron y despedazaron y asaron en
barbacoa…”. Para continuar en el terror bebieron sangre estos expedicionarios,
“porque en abriendo el muerto con las manos la sacaban y la bebían y aún se
quedaban lamiendo las manos”. El antropófago Francisco Marín no aguantó la gana
y lanzándose sobre un miembro genital masculino como “cosa más inmunda” ya
desprendida, “alzándolo del suelo sin esperar a poner en el fuego se lo comió así
crudo”.
1569. El acaudalado capitán Diego
Fernández de Serpa hace una extraña amistad con el piritense cacique Caballo (o
Diego Cavare Leal), al tiempo que con Guayaquerúa, también cacique feroz que
era bien conocido como caníbal o aficionado a la carne humana.
1570. El conocido conquistador Garci
González de Silva en la guerra emprendida va a Valencia, amenazada por los
temibles indios caribes, y el ver el desastre cometido por ellos como enviado
por el gobernador Juan de Chaves, lleno de ira empala a los indios
criminales al notar un montón de
más de doscientas cabezas humanas puestas sobre una barbacoa ya fría, en
las orillas del río Tiznados, como restos de víctimas devoradas antes. Para
continuar en la misión encomendada y siguiendo rastros llega hasta el río
Guárico, donde encuentra un poblado destruido por esos fieros indígenas, con
sus habitantes unos vueltos cuartos y otros asados para comerlos, por lo que
ordena empalar a veintiséis indios caribes, mientras otros lograron escaparse
en canoas río abajo, hacia el Orinoco.
1574. El agrio capitán Pedro Maraver de
Silva, de vuelta del Perú con 170 hombres y dos hijas emprende la segunda
conquista de El Dorado, región mítica que cree estar entre los ríos Amazonas y
Orinoco, donde todos los expedicionarios perecen entre otras causas por caer en
manos de los antropófagos indios Caribes, y salvándose apenas el español Juan
Martín de Albújar, digno de una novela, quien después de vagar diez años con
innumerables peligros, logró salir de la espesura para contar esa historia de
terror, en la boca del río Esequibo y en tierra de los indios aruacos.
1575.
El teniente de Tácata, no lejos de Caracas, de nombre Francisco Carrizo
y para vengar sus muertes, al frente de noventa hombres armados va contra los
indios de ese lugar serrano, por la muerte de los españoles Juan Pascual y
Diego Sánchez, “ya que en convite se comieron sus cuerpos”. Por esta razón
clara y justiciera de entonces mediante un ardid traicionero Carrizo detiene el
cacique Camaco, a quien ordena para escarnio cortar las orejas y su nariz,
mientras se dispuso la pena de garrote a treinta y seis de esos indios
antropófagos, amén de otras torturas y suplicios idóneos.
1581. El cronista Fernández de Oviedo
deja constancia que en tribus de la Guayana interior se encontró gran cantidad
de cabezas de hombres que allá esos naturales habían devorado o comido, mas dos
presos en un bohío mantenidos para también comerlos, y estaban muy gruesos,
“porque así los engordan (con yuca) allí…”.
1585. El valetudinario y conocido
conquistador Alonso Andrea de Ledesma, declara en juicio como testigo y
agraviado que los indios tomuzas de San Sebastián de los Reyes lo asaltaron a
él y a otras gentes, en la traición acometiéndolos a flechazos, de donde en
dicha refriega Ledesma perdió un negro acompañante que le mataron “muy hombre y
dos indios ladinos”, “y se comieron al negro asado en barbacoa”.
1590. Simón de Bolívar, abuelo lejano de
El Libertador, va ante la Corte de España como Procurador, presentando en
consecuencia una Instrucción al Consejo de Indias cuya sede está en Sevilla y
donde cursan diecisiete súplicas en beneficio de los cabildos de Venezuela,
donde entre las que resalta se halla el poder tomar de diez años para arriba,
“a los indios de Miría”, “que se resisten a los españoles y comen carne
humana”, lo que de por sí ya existía la orden
de su exterminio por numerosas denuncias recibidas, según resolución o
Real Cédula de la Corte española emitida en 1503.
1660. En la primera expedición de
misioneros capuchinos a las riberas del
río Guarapiche (Maturín) y sobre los naturales de la región, asienta en escrito
el observador fray Agustín de Frías: “Son estos caribes más inhumanos porque
llegan a comer a sus padres y parientes;
y cuando los miran muy enfermos, los matan antes que naturalmente
mueran, porque con lo dilatado de su enfermedad no se enflaquezcan”.
1679. Se asienta en escrito alusivo que
los indios palenques de Higuerote y
Capaya, en Barlovento, aún eran “comedores de carne humana”, por lo que
atacaban haciendas y vecinos, yendo además contra los indios tomuzas y los
negros de Capaya, mientras por tres noches consecutivas “echaron arco y flecha”
contra los negros del lugar, imaginando ustedes con qué intención, detenidos
apenas por los perros que ladran y los centinelas que vigilan.
Con estos
ejemplos tan claros que no forman parte de esa eterna discusión sobre las
leyendas negra y blanca o dorada en cuanto a la formación histórica de
Hispanoamérica, que de ambos lados tienen sus admiradores y adversarios, como
es lógico suponer y que todavía se devanan los sesos en ese sentido especulando
ideas para llenar tesis y reflexiones apasionadas sobre el tema, en este blog
antes agregué con detalles más específicos
un trabajo intitulado “Los indios caribes, asesinos caníbales”, donde amplío la
información en cuanto a estos indígenas
que luchaban por su libertad o para el buen comer en barbacoas o asados
de sus enemigos, que los especialistas sobre el tema saben entender de los
desmanes. No quiere decir que otros naturales fueran tan peligrosos como para
incluirlos en esta semblanza, pero sí dejaron una impronta específica en cuanto
a su adecuación al momento que se viviera con el tremendo vuelco que dio la vida
americana en tiempos del llamado descubrimiento, cristianización,
asentamientos, encomiendas y otras mixturas que ocurrieron sobre todo en los
dos primeros siglos del encuentro racial, que con sus más y sus menos fueron
superados para dar una cara nueva al mundo que nos cobija. Pero lo que sí no
debemos nunca olvidar es que de parte y parte los banquetes humanos fueron a
montón, por diferentes causas, y de aquí que no se puede inclinar la balanza
para ningún lado, porque el hombre de cualquier latitud siempre ha sido
carnicero antes que vegetariano, como que así se las ha ingeniado para matar el
hambre o sacrificar seres humanos. Así es de que vayamos enterrando las falsas
tesis aún sostenidas sobre estas acuciantes excitaciones ideológicas que me recuerdan
aquello de “¿quien fue primero, el huevo o la gallina?”, en la más pueril
trastienda mental.
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