miércoles, 15 de mayo de 2013

LA DISCUTIDA CASONA DE LA GUERRA A MUERTE.


        Amigos invisibles. El próximo 15 de junio de 2.013 en la venezolana ciudad de Trujillo se cumplen doscientos años de haberse firmado el célebre y controversial Decreto de Guerra a Muerte, que en términos mejor acertados es una proclama y mediante la cual el recién ungido Libertador Simón Bolívar en un trabajo medular oficialmente expresa ante el mundo que la guerra emprendida por los insurgentes contra el legítimo gobierno español y existente en estas tierras desde cuando el descubrimiento de América, iba a ser abierta y definitiva dentro del mensaje expuesto, en que no se piensa tener contemplación con nadie, ni con menores, mujeres o ancianos, para llevar ese combate ahora brutal que emprendieran los mantuanos desde Caracas, al límite de las posibilidades, o sea hasta el fin de la conflagración y al costo de lo que fuere, porque en verdad durante la década de esa matanza colectiva que aún mantiene fama en los fastos continentales genocidas, la población del país por varias causas decreció en un veinte por ciento y casi todo se paraliza, ya que el conflicto al volverse por demás agresivo cuanto radical impidió algunas muestras de desarrollo y estabilidad.  

Dejemos del todo aclarado, para evitar suspicacias y otras interpretaciones salidas de cauce, que quienes desatan los excesos cometidos en el campo de esta acción plural fueron los españoles, porque eran dueños del país, por delegación del monarca reinante, y a causa de esta ley que pretendía  acabar con la insubordinación punible, las fuerzas gobernantes de entonces no escatimaron esfuerzos para destruir a los revoltosos, y de hecho se excedieron en la aplicación de ciertos instrumentos necesarios, y aún más fueron llenándose de pasiones desatadas de diversa índole contra las personas y sus propiedades, que con el correr de los días indignaron a la parte adversaria para ir preparando lo que se llamó guerra sin cuartel, en que todo era posible de ambos bandos y a objeto de ir al fondo de la misión emprendida, con sangre sudor y lágrimas, como expresara crudamente sir Winston Churchill con el fin de exaltar los acontecimientos terribles de la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, para mejor entender aquella época tan dolorosa debemos añadir que la bendita guerra colonial en ciernes de un principio golpeaba muy duro a las fuerzas insurgentes, llamadas con eufemismo patriotas, mientras las contrarias monárquicas tenían el juego a su favor  desde el inicio ya que se consideraban a los revoltosos como desaforados y puesto que la lucha de la parte patriota fue difícil por falta de cohesión, de liderazgo y hasta de insumos necesarios paras enfrentarse a tropas ordenadas como las existentes y otras próximas a acudir. En ese maremágnum que se aprecia bien es sabido que el jefe principal no se las lleva bien con cuantos le rodean y a más de los reveses que se tienen, al extremo que Simón Bolívar debe salir en volandas de Caracas ya caída la Primera República, con miras a salvarse de un largo cautiverio, para decir lo menos, y manteniendo ideas aderezadas con algunos aspectos de la época revolucionaria en ciernes se escapa por Curazao y cuyo norte es llegar a Cartagena de Indias, bastante desorientado el caraqueño aunque con dichas ideas fijas para desarrollar a largo plazo, contenidas en el Manifiesto que allí redacta y publica en diciembre de 1812. Pero sucede que su acogida en este puerto fue poco calurosa, porque la Nueva Granada no estaba unida en un solo poder, al extremo que Santa Fe, Tunja y Cartagena, para solo mencionarlas, disponían de mandos separados, y por ello Bolívar entra en aquella contienda de poca monta, acaso intestina y todo desorientado, hasta que resuelve, como lo venía pensando y disponiendo, conquistar hacia el Sur, que pronto cae en sus manos, para emprender una seria campaña militar desde Ocaña con visos de llegar a La Grita, incluyendo planes aprobados, sitio en que subestima los mandos jerárquicos que lo autorizan. Y resuelto a una escapada triunfal y sin esperas, por cuenta y riesgo propios a la cabeza de un pequeño ejército de neogranadinos y venezolanos traspasa la frontera de La Grita rumbo a Caracas, al frente de la Campaña Admirable, y en Mérida, donde se detiene y lo estimulan con el pomposo título de Libertador, conoce de otros desmanes serios ocurridos en el campo monárquico, que lo hacen escribir “nuestro odio será implacable, y la guerra será a muerte”, de donde sin otras esperas resuelve continuar la contienda emprendida con aquel dicho expresivo y feroz que “en la guerra todo es valedero”, de donde prosigue rumbo a Trujillo, atraviesa la línea de Timotes, considerada de antiguo como la frontera natural entre Nueva Granada y Venezuela, y sin grandes encuentros militares, que son manejados con éxito por diestros oficiales acompañantes, se apersona en la importante ciudad de Trujillo, que había jugado un papel destacado desde la época colonial.

En esta capital llamada de antaño “Portátil” debido a las siete fundaciones que tuvo, hasta aposentarse en el estrecho valle de los Mucas, ya tenía morada donde permanecer algunos días dentro de su programa de acción, para lo cual escogiera la casona familiar de Don Jacobo Antonio Roth, de origen judío pero converso, cuyos abuelos habían salido de Irlanda para Venezuela y se establecieron en los hatos guariqueños de la familia Bolívar, donde cerca de Tiznados naciera el distinguido comerciante y adinerado Jacobo Roth, quien hubo de contraer nupcias con dama de aprecio de la localidad y tenía establecida su casa de familia en el divisorio estricto de la población blanca y la indígena, de que se componía el vecindario trujillano. A esa residencia construida en un solar adquirido previamente, de ancha fachada con cuatro ventanas a la calle, se le agregó a su costado superior los surtidos negocios y depósitos comerciales del señor Roth, hombre de carácter sobrio y austero por cierto, en que se almacenaban productos principales como cacao y tabaco de Barinas, provenientes algunos de sus extensas posesiones de Pampanito y Monay, desde donde en recuas exportaba frutos o artículos hacia el Nuevo Reino y el lago de Maracaibo. La casa era amplia y se extendía desde el camino real de enfrente hasta el piedemonte serrano de atrás, terreno dividido apenas por una acequia que viniendo de arriba por Carmona surtía de agua para riego a los huertos y solares traseros ya existentes, terminando ese caño más abajo, en el centro de la Plaza Mayor, para dar de beber a los equinos allí sedientos en días feriales de mercado. Por otra parte la estructura de la mansión se subdividía en dos porciones separadas con un patio anterior atravesado por bestias que circulaban hacia atrás del inmueble y unas celosías de aspecto andaluz que impiden la visión hacia un largo corredor interno, con estancias para familiares y el servicio femenino, ubicado atrás, mientras a la peonada indígena y la esclavitud oportuna se les disponía una porción del lugar posterior de este inmueble, en su lugar más bajo, ya que la calle cubierta de lajas era en pendiente. La fachada externa de la casa se formaba de cuatro ventanas, tres arriba y una debajo de esta casona construida por el señor Roth, quien mantenía muy buenas relaciones de negocios e información con otros comerciantes establecidos en las Antillas y principalmente inglesas, en la ruta isleña hacia el puerto de Veracruz. La entrada principal estaba cubierta de un piso a base de piedras canteadas que impedían resbalar las bestias a ingresar hacia el interior de la mansión, como a su mano izquierda podíamos ver el salón del señor Roth que tenía dedicado a las actividades privadas y el recibo de algunas personas. Igualmente a la mano derecha de la entrada una vez traspasado el portón interior, que aún se conserva original y que es una pieza de alto valor histórico,  por el pequeño corredor que existe frente al jardín allí también establecido, se ingresa a la gran sala familiar con dos ventanas amplias dispuestas hacia la calle, debidamente cubiertas con cortinajes y otros aditamentos de la época, como también existen cuatro colgantes del techo de estilo morisco que pendieran de sus vigas, sitio donde recibía en grande la familia Roth a sus amistades, parientes e invitados especiales, en las épocas oportunas.

Y la oportunidad se dio, precisamente, el lunes en la tarde del l4 de junio de 1813, cuando el Libertador en medio de vítores es recibido como era costumbre con demostrado aprecio en el camino de ingreso por La Plazuela a Trujillo, donde se ofrece un corto saludo de las autoridades en la Plaza Mayor, y luego en las puertas de esta casona que a partir del día siguiente jugará un papel crucial en la Historia de Venezuela. Imagino ver la imagen cansada pero despierta de Bolívar al descender de su cabalgadura frente a dicha mansión donde le esperan, con otras autoridades del lugar y entre ellos algunos parientes de apellido Briceño, el neogranadino Atanasio Girardot, como las cuatro hermosas hijas solteras de Don Jacobo (Francisca Antonia, Nicolasa, María del Rosario, Mercedes y Juana), enjambre de mujeres que debió sobresaltarle el corazón al caraqueño apasionado, lo que igual ocurriera con las Ibáñez de Ocaña o las Garaycoa de Guayaquil. Y valga acuñar que durante las otras tres ocasiones que Bolívar pernoctara en Trujillo, como siempre fue acomodado para su reposo en el cuarto de huéspedes que el inmueble tenía con este fin, conectado él con una puerta y dos peldaños, en el salón de recepciones de dicha casa colonial.

Para aquella ocasión en que ya conocía Bolívar el fusilamiento en Barinas del doctor y coronel trujillano Antonio Nicolás Briceño, su pariente, y otros detalles que le afiebraron el espíritu, y como la Historia no anteriormente narrada y en las lagunas que pueda tener debe reconstruirse sujeta a varios elementos probatorios, como los testificales, entre otros, debemos presumir a ciencia cierta que el Libertador venía preparando algún documento fundamental que diera cuerpo de respuesta a las atrocidades cometidas en el campo monárquico, para contrarrestar ese fuerte impulso de españoles que como el canario Yáñez, y antes el canario Monteverde, mantenían en terror el territorio que ocuparan. Por ello para darle cuerpo a tal documento y sobre la base de su magnífica memoria que iba grabando los comentarios atinentes, en Mérida debió oír opiniones sobre el particular con el trujillano y también pariente doctor Cristóbal Mendoza, y en Carmania, cerca de Valera, igualmente supo tocar el tema sombrío con el presbítero y hombre de conocimientos Francisco Antonio Rosario, quien lo acogiera para pernoctar en su casa de habitación. Nada de extrañar tiene, pues, y sí de lógico, que Bolívar sostuvo algún diálogo pertinente y en presencia de su Secretario Pedro Briceño Méndez, quien mucho lo acompañó en estas faenas guerreras y de ordenar sus papeles documentales, digo, con el dueño de la casa señor Roth, no ha mucho venido de la prisión española por su calidad de patriota, lo que le impulsa en definitiva para tomar la tremenda resolución de suscribir personalmente en esa ciudad histórica el documento de la Guerra a Muerte (“españoles y canarios, contad con la muerte…”, que así cumplió con rigor tal mandato), y siete años después (noviembre de 1820) con la rúbrica estampada del aceptante Bolívar allá en dicho histórico sitio se conviene la paz con España, por cuyo motivo o consecuencia legal se crean todos los estados que hoy forman la comunidad hispanoamericana de naciones.

Como mucho se ha comentado sobre este momento tan vital y discutible en la vida de Bolívar, aquel que siempre tuvo especial cuidado de “su gloria”, según lo asienta sin duda en tantos documentos que suscribe, es bueno recordar lo que sucedió aquella noche y día siguiente trascendental para la vida de América y la intervención de nuestro Libertador, algo parecido a lo que ocurriera con San Martín en la encerrada Entrevista de Guayaquil, en Ecuador, ya que nadie ha escrito con documentos a la mano sobre los detalles previos que desencadenaron la firma de tan importante pieza histórica, debiendo por tanto apelar interpretando elementos probatorios tenidos a la mano, sobre el ambiente que se vivió en las horas previas y los personajes que intervinieron en tan trascendental acto político. En efecto, el Libertador esa noche del 14 de junio de 1813 y luego de consumir una cena frugal, debió retirarse a su habitación, surtida sobriamente con armario, espejo y aguamanil, para dormir en la cama doble y de copete, leyendo previamente algún papel de importancia o libro de los que siempre le acompañaban, pero aquella noche la debió además pasar en un casi insomnio ante la determinación que había tomado de suscribir allí el famoso decreto o proclama sobre la Guerra a Muerte. Por esta circunstancia en que después de las nueve de la noche la mansión entrara en total reposo, salvo alguna guardia normal a su frente, por la presencia del Libertador, y ya que el Estado Mayor acompañante y demás oficiales reposaban en otras casas cercanas, a las tres de la madrugada del día 15 el servicio de confianza comienza una faena lenta previa al despertar del día, tiempo en que también Su Excelencia el Libertador llama al asistente inmediato, coronel Pedro Briceño Méndez, quien descansa en el gran salón casero que lo divide de una puerta en los peldaños, porque Bolívar había dispuesto rubricar dicho trascendental documento para antes del amanecer del día 15. De seguidas también Briceño Méndez despacha algún oficial que tiene a la mano a objeto de traer hasta dicho salón al patriota trujillano Andrés Aldana, quien en años de su larga longevidad daría cuenta de algunos de estos hechos, e incluso al historiador Amílcar Fonseca, a objeto de pasar en limpio y con letra adecuada el susodicho documento que haría temblar el escenario americano y guerrero de ese tiempo. A la vez y como era costumbre se trajeron de las cercanías y ya previstos para ello a tres escribanos que con su letra cursiva imprimieron al tiempo este documento, mientras durante el día otras personas escogidas  hacen diversas copias debidamente exactas, para a través de mensajeros enviarlas a las autoridades neogranadinas y venezolanas, especialmente.

El documento en sí y ya punteando el amanecer (cinco de la mañana) se firmó en el interior de ese salón en una mesa que se presta al efecto, de fina elaboración al parecer francesa (las monjas dueñas habían venido de la isla de Santo Domingo, con fuerte penetración cultural gala), según afirmó con datos que guardaba la familia Fonseca y José Amílcar, uno de ellos, luego me lo comunica personalmente, mueble que conservara en guarda de sus propietarias. Otros opinan y con razón igualmente valedera por veraz y supongo estudiada, que la sin mayor trascendencia mesa era baja  (un poco tosca como se nota así en cierta fotografía algo borrosa incorporada), y se viene a saber de ese dato contradictorio único (pues salvo el del iluso viajero Benet otros no existen) sin analizar acaso debidamente y mediante el cotejo con otras fuentes rastreadas (que omiten conocidos historiadores trujillanos), cuando un súbdito aventurero español de los tantos “descubridores” por las Indias, a sea Francisco Benet (su nombre no queda bien parado en Google), al servicio y tarifa del régimen dictatorial gomecista, que anduvo a tientas y locas fantaseando de oídas mientras rellena cuartillas por Venezuela y publicó un grueso libro adulador al respecto, pagado por la administración del general Gómez, comentario en detalles que me hizo llegar el historiador y jurista local Rafael Ángel Terán Barroeta, con un juicioso y acertado trabajo de su autoría.  Volviendo ahora sobre el tema aludido esa mañana mediante pregón oportuno y con tambor batiente dicha proclama fue debidamente leída en algunos sectores y esquinas de la ciudad trujillana, para su debido conocimiento, lo que da frutos en muy poco tiempo, cuando el coronel Atanasio Girardot al triunfar en el rudo encuentro de Agua de Obispos, para cumplir por primera vez con dicha proclama, todos los oficiales españoles y canarios detenidos en tal combate, fueron pasados por las armas.

De mi parte debemos decir que la proclama de Trujillo antes de sumar resta prestigio en los anales del civilismo a la figura inmortal de Simón Bolívar, que no en el aspecto guerrero y militar conocido. Y como ya la guerra a muerte había sido desatada bien pudiera haber firmado o puesto en conocimiento ese documento a través del coronel Briceño Méndez, “por orden de Su Excelencia El Libertador”. Y así salvar la gloria que el caraqueño tanto amaba. Acorde con esta apreciación escénica de duro contenido muchos pensadores mediante trabajos de fondo han opinado en contrario a lo suscrito en Trujillo durante esa oportunidad riesgosa, y entre ellos citaremos a Eduardo Blanco, Juan Vicente González, José Gutiérrez, Nieto Caballero, Tomás Straka, César Cantú, Rufino Blanco Fombona, Vicente Tejera, José Gil Fortoul, Joaquín Ricardo Torrijos, José Rafael Sañudo, Bartolomé Mitre y otros que señalo con sus opiniones en mi trabajo “La Guerra a Muerte que desata Bolívar”, aparecido en este mismo blog con fecha 19 de noviembre de 2.011.  Espero que el presente escrito haya aclarado algo más sobre tal hecho de suficiente relevancia histórica, con que muchos por intereses aviesos y parcialidades políticas o parroquiales trasnochadas, en vez de mejorar dañan la personalidad del Libertador y sus hazañas.                

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