Amigos invisibles. Uno de los grandes problemas a resolver cuando
alguien se enfrenta con el llamado “título” para colocar en cualquier
escrito que debe hacer mella, porque así lo requiere el autor y las
circunstancias, es precisamente aquel que impresione en el orgasmo
mental, como tantos atrevidos ahora lo definen, porque dentro del
espacio corto requerido la mente precisa de ser exacta sobre el
tratamiento de la materia a desarrollar dirigida al gran público, y en
este caso específico en cuanto a un hombre guerrero por antonomasia,
escurridizo por convicción, hecho a la medida del tiempo y de su ser,
que sin mayor cultura pero pleno de astucia se eleva entre los demás
para ocupar un sitio excepcional en el mundo que le tocó soñar y que por
ello fue transformándose en un ser entrado en el campo de lo
irracional, del mito, de lo imposible quizás, donde ha seguido viviendo
para beneficio de sus cultores y de los muchos que lo admiran debido a
las hazañas que rayan en lo fantasioso, como pudiéramos creer en un
Robin Hood montañero nacido para enaltecer al campo y a los
desprotegidos de ese entorno, por lo que algunos llegan a compararlo con
el fuego sagrado de Emiliano Zapata y otros tantos héroes de tal
talante emocional. Esa historia campesina en nuestra América tropical
fue construida a base de tropiezos pedagógicos que retoñan de tanto en
tanto para hacer proezas increíbles, dejando sembrado el corazón de la
esperanza entre los pobres de espíritu y otros despiertos que con los
buenos ejemplos fraguados en el combate diario sobreponiendo tantas
dificultades mediante la persistencia puesta arriba de sus ojos han
podido cambiar la geografía espiritual y la historia pendiente con el
claro propósito de llevar adelante la razón de la sinrazón, mientras se
lucha en beneficio de una idea y hasta de una humanidad compartida. Eso
creo yo que aquí se pueda entender, para utilizar pocos sintagmas.
Pues bien, este personaje de quien aspiro hablar sin palabras modélicas
aunque con hechos fehacientes, es alguien nacido en la plenitud de la
montaña andina de Venezuela, donde sobra mucha voluntad pero la pobreza
abunda azuzada por vicios lastrados coloniales que subsistían para el
tiempo en que Rafael Montilla Petaquero, que así se llamaba y llama el
que presentaré ante ustedes como un vástago nacido en medio de la
penuria ancestral en tiempos del conuco, la casa de palma, las gallinas
caseras y el puerco esperanzador para diciembre. Vino al mundo, pues, en
un triángulo de ventiscas sugestivo, enmarcado por el divisorio
territorial que agrupaba ciertos fundos establecidos con desamparo en
los límites estratégicos de los estados Lara, Trujillo y Portuguesa, en
el pueblo interior llamado Guaitó, suerte de montaña escondida donde se
podía perder hasta el sentido orientador que le sirviera a nuestro
infante como punto de conducción y de guarida en las tantas veces que
fue perseguido por causas políticas, sin que se diera con su
paradero, ya que por intuición y en aquel medio que dominaba entre las
sombras y los caminos, perdíase ágilmente para escapar de quienes
querían hacerle el mal.
Su nacimiento ocurrió el 16 de septiembre
de 1859 en San Miguel de Boconó, tierra materna, precisamente cuando
comienza la desoladora Guerra Federal y los caudillos liberales o
conservadores hacen de las suyas en tiempos de penurias y hambruna
provocadas por tal contienda, que nada produjo en positivo sino gran
cantidad de muertos, aunque en el aspecto político si hay algunos
ajustes que redundan en cambios de banderas no ideológicas sino de
compadrazgos caudillescos. Es el tiempo, por tanto, en que aparecen
otras figuras usufructuarias de los desastres, aunque por vías de la
buena suerte en los cinco años guerreros el mundo global de esos Andes
sufridos se mantuvo un tanto al margen de muchos horrores del recuerdo,
para de esta manera formarse grupos caudillistas regionales que detentan
el poder, como el caso de los Araujos, Baptistas, González, Saavedra,
Cañizález y muchos por el estilo que en la segunda mitad del siglo XIX
ahogaron en sangre, persecuciones y otros desmanes la tranquilidad del
paisaje trujillano. De allí sale precisamente Rafael Montilla, mestizo
de barba luenga, formado al vaivén del tiempo borrascoso, como nieto de
un soldado boyacense de la guerra magna, nombrado Gauma, quien ya
inválido aposentó su hogar en las serranías de Guaitó, por 1822, siendo
su madre la indígena Juana Natividad, casada con Custodio Montilla.
Por esa rebeldía racial tan característica y los desajustes sociales
con que se eleva, dentro de un país en permanente conflicto atenta
contra la vida del hacendado Francisco Baptista, de la estirpe
conservadora trujillana, y luego en 1875 ya libre de su conciencia sana
es asistente del general Juan Bautista Saavedra, mientras que durante el
llamado continuismo se afilia en las filas liberales, y en 1892, pasada
la treintena en la constante lucha y sin aparente porvenir, el robusto
“indio” Montilla se alista en las fuerzas del general Diego Bautista
Ferrer, defensor del presidente Andueza Palacio, con quien derrota en
Carache a fuerzas conservadoras de Federico Araujo. Donde obtiene por su
arrojo en el campo de batalla las presillas combatientes de General
montonero es ese mismo año en el páramo La Mocotí (1892), arriba de La
Puerta, en que junto a Ferrer, quien sale lisiado de la mano, sostiene
una enconada refriega con buen número de muertos de ambos lados y que
dura dos días luchando contra fuerzas araujistas, mediante terribles
cargas a machete, salvando así el ejército anduecista, con lo que ganan
la batalla y le hace decir a Ferrer “¡Viva el general Rafael Montilla¡”,
como queda escrito. Luego, al ser derrocado el presidente Andueza por
Joaquín Crespo y después de combatir grupos armados de araujistas y
baptisteros en Mérida y Trujillo, Montilla regresa al pequeño feudo
agrícola de las montañas aledañas de Guaitó para reunirse con sus
campesinos, cuando ya existe la división del liberalismo trujillano
entre moderados partidarios de cooperar con el guzmancismo en el poder
andino, e intransigentes, enemigos de toda colaboración, lo que
delata una hostilidad permanente por once años (1892-1903), cuando ya
se destacan dos figuras políticas regionales que fueron el liberal
Rafael González Pacheco y el conservador Juan Bautista Araujo y sus
oportunos conmilitones. A la muerte de Crespo en Mata Carmelera, ante el
desafío de los godos conservadores trujillanos los liberales de la
misma región se reúnen en Mérida y junto con Espíritu Santos Morales,
González Pacheco y Montilla asaltan el feudo de Jajó para destrozar in
situ el poderío conservador al mando de Blas Briceño. En abril de 1898
Montilla asiste en Trujillo a la Convención liberal en que toma la
batuta de esta facción de poder el general González Pacheco, en
reemplazo del veterano general Santana Saavedra, pasando Montilla a
comandar en Boconó a este grupo político, en medio de disensiones
internas, mientras este “tigre” el 20 de abril en fiero combate derrota
al ejército de Juan Bautista Bravo Cañizález en Sans Soucí, de Boconó.
Aquí el indio Montilla inicia una campaña de limpieza por la región bajo
su mando, que incluye cinco encuentros militares contra los opositores,
incluido el doctor y general Leopoldo Baptista, lo que coincide con que
el grupo conservador pierde su elemento fuerte de cohesión, al fallecer
en febrero de 1898 el conocido y respetado general Juan Bautista
Araujo, “El León de los Andes”, que ejerció un poder férreo durante 25
años.
En ese andar de la convulsiva situación nuestro Montilla
en el mismo 1898 se alza contra el débil presidente Ignacio Andrade, y
ya gustoso de la duradera contienda emprendida enfila su caballo hacia
la frontera colombiana y en Cordero se bate contra el invasor Cipriano
Castro, mientras siguen las rencillas políticas en Trujillo, uniéndose
luego a González Pacheco para con 1.000 hombres ambos atacar a la ciudad
de Trujillo el 20 de septiembre de 1899 y en doce horas de brava lucha,
mandada entonces por el conservador Carrillo Guerra, a quien le imponen
condiciones para liberar dicha ciudad. Después con el mismo Ferrer ya
reunidos pronto también peleará en la batalla de Tocuyito (9-1999), en
inolvidable carga de arma blanca (machete), al estilo del peruano Junín,
que prácticamente abre al victorioso Castro las puertas de Caracas. Con
la llegada del tachirense al poder, que derrumba aspiraciones a muchos
interesados, entre ellos a ciertas huestes andinas, da pie a que al
carácter caudillesco del nuevo entronizado tome más arraigo, lo que
arrastra inicialmente a su favor el grupo afín liberal de trujillanos
como forma de lucha, al tiempo que Montilla se distancia de González
Pacheco por disensiones internas, hasta que en 1901 este guerrillero
trujillano rompe definitivamente con Castro, saliendo así del
estratégico Guaitó con 150 hombres, y el 20 de octubre ocupa El Tocuyo;
después en ese andar rinde a Carora, se bate en Las Cocuizas contra
González Pacheco, adquiriendo entonces gran relieve popular y campesino
con efigie propia y para ser temido en la lucha abierta sostenida,
erigiéndose de esta forma en campeón de leyendas, al que se estrellarán
muchos batallones enviados por Castro para perseguirle. Una vez iniciada
la Revolución Libertadora que comanda el aristócrata general Manuel
Antonio Matos, se afilia a ella por el hecho de ser anticastrista,
realizando muchas campañas principales (1901-O3, como Los
Bucares, La Victoria, Barquisimeto, San Felipe, Guama y Aroa), con
sistemas tácticos de guerrilla, marchas y contramarchas en que aparece y
desaparece de la escena, siendo casi imposible sorprenderlo. Ataca y
derrota en Humocaro Alto, se une al viejo general Jacinto Lara,
contribuye al triunfo de la primera batalla de Barquisimeto, penetra en
el estado Guárico y para rematar regresa triunfante a Guaitó.
En
1902 abre otra campaña exitosa, cuando derrota ejércitos contrarios
trujillanos, y en agosto con el célebre Luciano Mendoza por Cerritos
Blancos al mando de 1.000 hombres toma a Barquisimeto, que en el vivac
guerrero vuelve a manos de González Pacheco. El mes siguiente como
Comandante del 10° Cuerpo de Ejército combate en Los Pegones, y junto a
Luciano Mendoza emprende otra refriega exitosa contra los castristas en
Tinaquillo y El Naipe, hasta ser destruidos. Cambia entonces de
derrotero estratégico y va a Coro, donde en Tarana Y Aracagual vence a
Ceferino Castillo, tomando un gran parque de guerra. Baja luego a Lara, y
en diciembre cerca de Barquisimeto (Caja de Agua) derrota a fuerzas
opositoras truijillanas, y el 15 de febrero de 1903 en terrible
encuentro al mando de l000 hombres en Urachiche bate al temible rival
González Pacheco, se repliega luego como tigre adiestrado para volver a
combatir, que lo hace triunfar otra vez contra González en persecución
que hace desde El Tocuyo a Humocaro Bajo. Cumplida la tarea vuelve al
inexpugnable Guaitó, anda en Carora, y engaña al ahora opositor Ferrer,
con lo que esconde buena parte de su nutrido armamento, mientras
permanece intacto y dispuesto al eterno combate. Y visto el peligro que
ocasiona la libertad de Montilla, el presidente Castro mediante halagos
anteriores y otras artimañas convence al indio para que en la trampa
esgrimida sea Jefe del castillo de San Carlos, cerca de Maracaibo,
prisión dorada donde en abril de 1901 se finge enfermo grave para
regresar a la montaña, en una escapada sin igual, y hasta tiempo después
se atreve aceptarle la Jefatura militar de la frontera con Colombia,
cuando le acompañan 60 oficiales de confianza, íntimos y espalderos,
instalándose en Capacho Nuevo, “aprovechando que Castro no lo ha llevado
allí por amistad”, mientras espera oportunidades y contactos valiosos
con anticastristas residentes en Colombia, porque sabe que lo vigila muy
de cerca el hermano de Castro y célebre confidente, Don Carmelito,
hombre curtido en inteligencia de fronteras, por lo que viendo la celada
tendida Montilla con rapidez se esfuma por la frontera colombiana
entrevistándose con figuras anticastristas, de donde luego prosigue al
llano de Apure, Barinas, Desembocadura del Portuguesa, y regresa
sigilosamente a las montañas sagradas de Guaitó, salvando así su
preciado pellejo.
Siempre en el ajetreo marcial, porque
le bullía la sangre con el olor a pólvora, en diciembre siguiente va a
Barquisimeto contra los alzamientos “mochistas” del general José Manuel
Hernández, que los derrota en Burere, mientras para ese tiempo por
tantas jugarretas como dije ya ha despegado su apoyo afectivo al
despierto Presidente Cipriano Castro. Vuelve otra vez a su bastión
montañero y en octubre siguiente se une a la nutrida Revolución
Libertadora (1901-03) que conduce Manuel Antonio Matos, participando en
combates ocurridos en Lara y Trujillo, habiendo perdido en buena lid la
dura refriega de Barquisimeto (5-1903), por lo que regresa transido de
angustia a sus montañas de Guaitó este peligroso militar curtido al que
con un machete le siguieran montones de indígenas que lo sabían apreciar
como un verdadero líder campesino. Allí con 300 hombres escogidos y
fieles servidores el indomable indio armará nueva guerrilla poniendo en
jaque al gobierno central, principalmente en la región boconesa y un
extenso territorio que le es adicto, con nueve ciudades y campos
aledaños, por lo que Caracas preocupado y temeroso refuerza con tropas
entrenadas la región, e inicia un largo movimiento envolvente llamado
por el vulgo “la cacería de los tigres de Guaitó”, que durará muchos
meses y sin resultados positivos, porque se le conoce, aprecia y respeta
hasta en las toldas enemigas. Incluso en la osadía siempre demostrada
el año 1906 Montilla toma a Humocaro Bajo y se acerca hasta El Tocuyo,
por lo que ante el nuevo peligro demostrado el presidente Castro decide
movilizar numerosos contingentes militares creando una fuerza coaligada
al mando del valiente Emilio Rivas, reuniendo para ello tropas en cuatro
estados cercanos que envía a esas indómitas montañas, donde se bate
Montilla “haciendo evocar en sus proezas al héroe de Las Queseras del
Medio”. Para entonces el indio guarda escondidos suficientes
pertrechos, elabora otros, desentierra algunos, almacena alimentos, de
donde lucha por doquier, sin que valga que el gobierno corte
comunicaciones, desaloje a campesinos, detenga sospechosos, prohíba
vender sal, y otras medidas que no hacen mella en la voluntad de estos
montañeros. Incluso la fuerza de mayor empuje que penetra en los lugares
montilleros, es la del coronel Lagos, Jefe de las tropas provenientes
de Portuguesa y Cojedes que en octubre de 1906 llegan hasta Guaitó,
donde en respuesta una terrible carga de machete los recibe, con que van
cayendo uno a uno los expedicionarios en causa, sin que ni el mismo
Lagos se salve de esta carnicería. Entonces el gobierno nacional ante
tremenda derrota emplea otra estrategia retirando las tropas para dejar
apenas pequeños pelotones a fin de evitar que el indio pueda extender su
guerra en otros estados vecinos. Así el valiente general es dejado en
paz, entre los campesinos que por tanto lo admiran. No incursionarán
más contra él. Le temerán porque ha vencido, con las armas y sin ellas, a
todo un ejército expedicionario. Y solo el general Juan Vicente Gómez,
cuando llegue al poder verdadero y cual otro zorro cubierto de prestigio
pactará con este guerrillero campesino, el invencible Montilla, a
través del confidente Leopoldo Baptista, con mensajes cruzados
entre ambos Jefes. Así vendrá la paz en aquella primera década alargada
del siglo XX.
Hombre de barba imponente, ojos con fuego eterno,
frente despejada, de temperamento fuerte que “sujetaba un toro por los
cuernos, tenía gran viveza, era activo, oportuno y valiente sin igual”,
así fue el “indómito tigre de Guaitó”, como lo llamara el buen conocedor
de esas luchas José Rafael Pocaterra.
Ahora toca narrar lo más
triste de su existencia como exitoso hombre y soldado, porque en verdad
no se encuentra razón alguna para que este representante de la raza
americana que se decanta en el transcurso de las generaciones, haya
perecido de una forma tan absurda, o mejor, extraña, porque alguien de
su categoría debió desaparecer al filo de su espada o en medio de alguna
de las salidas espectaculares que viviera en esa suerte de misterioso
andar a lo largo de su exitosa biografía. Pues bien, nuestro personaje
de pronto, como el rayo desaparece aunque dejando rastros, para sin
saberse a ciencia cierta el porqué de su extraño despedir, y hasta
alguno habla de faldas, pues sin son ni ton, como se expresa y casi
ajustando los 48 años, en la flor de una vida que lo marca para la
posteridad, el miércoles 20 de noviembre de 1907 este apacible caudillo
de campesinos, paternalista, asimilado al medio, comprendido pero con
odios desatados por su origen, bien pudieron crear una grieta en la
muralla del afecto. De esta manera séase por el interés de baptisteros
regionales o por descontento primitivo y rencoroso del peón de hacienda
Florencio Rodríguez, como lo reseña el Boletín del Archivo Histórico de
Miraflores, en ese mundo introspectivo lleno de problemas para plantear
al doctor Sigmund Freud, en medio de una rabia descompuesta y
sorpresiva, como producto de disputas banales este desquiciado asesino
que le tenía la vista puesta, cosa que no lo pudo hacer ni el más
perspicaz de sus enemigos, en un descuido del valiente trujillano y
amparado por la sombra tardía de la montaña traicionera, fue a
“aguaitarlo” a quien aspiraba con razón sentarse en la silla de
Miraflores, para en mala hora el vengativo criminal como se hizo con
Sucre en Berruecos, asesinarlo en un pequeño puente misterioso de la
quebrada Agua Blanca, que Montilla debía cruzar. Y allí al hombre que
transformara una derrota en victoria y un victoria en derrota, que como
fantasma aparecía en lugares imposibles, el traidor Rodríguez cae con el
machete desenvainado, a mansalva, sin espera, sobre el cuerpo del
intrépido general, quien en el trance inesperado tuvo escaso tiempo de
defenderse mientras le disparó con la errancia del tiro y la agonía,
aunque el filo del arma cortante y la pasión venenosa desatada pudieron
más que todas las batallas y encuentros que había ganado el bravo
general. Rodríguez de inmediato pagó también con su vida, por obra de la
peonada que castiga. Allí termina su grave existencia física y se
consolida esta figura de leyendas, adversario de las oligarquías
regionales, cuyo nombre no ha muerto porque fue popularizado por
numerosos corridos musicales que relatan sus tantas aventuras
exitosas. Y entre la copla y el amor al estilo Zapata sigue viviendo en
el corazón de los admiradores trujillanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario