Amigos invisibles. Dentro de los andares que transito
en este espacio histórico quiero ahora
referirme a un personaje como de
ficción, de quien siempre oyera bien hablar, es decir a favor, desde mi
infancia andina, en un terreno siempre cruzado por disputas intestinas y donde
la palabra empeñada era el mejor instrumento de relación, porque el honor se
mantenía en alto en aquella sociedad cerrada donde los caudillos de diversa
índole aparecían para el provecho personal y donde también las tribus
establecidas permitieron el encumbramiento de la política local en respaldo
posible de la nacional, con que se apaciguara
la región andina de Trujillo mientras por acasos del tiempo y la razón
no tocara a rebato otra fuerza militar en contrario. Pues bien, ese desangre
paulatino permitió a las huestes armadas trujillanas mantenerse en el poder
andino de Venezuela bajo la dirección de
recios militares cuyos títulos fueron
conquistados en los campos de batalla, unos con más disposición que otros, pero
entre los que descollaron se encuentra uno con suficientes méritos para ser
señalado en este escrito a una centuria larga
de su desaparición, dentro de ese tira y encoje que ocupó medio siglo de
historia regional, valiente e ilustrado hombre de quien me voy a referir porque
bien lo merece, en el presente escrito.
Como abre boca de este tema a tratar y para los desconocedores
del camino que recorreré ejerciendo el mandato de señalar la verdad, debo decir que Venezuela es posible sea el país
más convulsivo que se ha conformado en nuestro subcontinente latinoamericano,
quizás por el intercambio racial donde prevalecieron los recios indios caribes,
que a pesar de sus cultores sembraron una estela de canibalismo en aquel tiempo
colonial lleno de angustias, lo que sumado a la robusta raza africana importada
en calidad de esclava y de otros detonantes sanguíneos como la invasión de
piratas, filibusteros, corsarios y demás gentes advenedizas con poco escrúpulo
humano y de lo cual descendemos muchos, así sean escondidos algunos parientes,
por si acaso, de esa amalgama tremenda y sin olvidar a Lope de Aguirre, Bobes,
Ezequiel Zamora y tantos desadaptados que pululan en la historia patria, el
pueblo venezolano es recio, digo, muy duro si se quiere, como en estos tiempos
lo apreciamos, de donde han salido personas y personajes que guardan sitio
escondido en la razón diaria por sus
ejecuciones, y ya lo señaló Bolívar que
Venezuela era un cuartel, agregándole a
ello el pensar y la ejecución de lo que se tiene a flor de mente. Por eso nada
es de extrañar lo que puede acaecer en
cuanto a los desatinos y manera de vivir, que son bien conocidos por nuestros
hermanos y aún en lugares más apartados de todo acontecer. Por ello Venezuela
ha dado un Bolívar, un Páez, un aprendiz de brujo que fue Gómez y hasta un
Chávez acaso militar, de quien la historia se encargará de contar con pelos y señales del mundanal
ruido de sus ejecutorias inesperadas que harán un tomo aparte de esos pasos
terrestres, combates imperialistas, excentricidades estudiadas y tamaños
planteamientos ideológicos y de la economía en que buscando un fin como
realidad extraña navegó el país durante
su mandato pleno de interrogantes. Pero
el hecho de que hayan existido estos personajes mencionados no significa que
otros fueran expuestos al rezago de la historia y de aquí que después de la
hecatombe dejada por el fragor sanguinario de la Independencia como de sus
secuelas, comenzaron a aparecer todo un sin cesar de caudillos, caudillotes,
caudillejos, gente que se creyó la
sumatoria de esos estilos y toda una buena colección que entre olvidados y
presentes hallamos en las páginas del diario acontecer.
Pues bien dentro de ese ajetreo posterior a la
quinquenaria Guerra Federal y porque los Andes venezolanos mantuvieron una paz
relativa en que emergen posiciones conservadoras y liberales (llamados ponchos
y lagartijos) bajo el manto jerárquico
del caudillo supremo, general Juan Bautista Araujo, Jefe indiscutido
puesto a la cabeza desde la sacrosanta Jajó por algunas tres décadas y bajo el
patrocinio caraqueño del guzmancismo alborotado, en este medio difícil y
empobrecido el 7 de enero de 1857 nace en Santiago de El Burrero Rafael
González Pacheco, hijo de abogado y político reconocido en los anales del
liberalismo de su tiempo. En 1874 se gradúa de Bachiller en Trujillo, junto con
el futuro Presidente Márquez Bustillos y el sabio Lisandro Alvarado, y ya en
1879 se alista en el ejército revolucionario de los generales Pulido y Ayala
donde estrena armas en la Campaña del Centro. Dos años más tarde recibe en la
Universidad Central los títulos de Doctor en Ciencias Políticas y Abogado de la
República, para de inmediato viajar a Europa a fin de adentrarse en la cultura
de esos pueblos y el mejor conocimiento del Derecho. A su regreso se encarga de
las haciendas familiares y del ejercicio profesional, mientras se afilia ya
dispuesto al calor del Partido Liberal, del cual su padre era uno de los
principales caudillos. A la muerte de este progenitor ya es Jefe de Estado
Mayor en las fuerzas del general León, mientras recorre la región boconesa y se le designa (1892) como Agente del Gobierno Central en la Sección Trujillo del Gran
Estado Los Andes. Imagínese usted todo lo que González Pacheco ya ha recorrido
en una escala de valores y a los 37 años de edad.
En 1896 y mediante acrisolados méritos a nuestro
personaje se le nombra Gobernador
de Trujillo. y al año siguiente con la personalidad cívica y de buen militar
que ostenta dada su vasta preparación
sustituye al veterano jefe liberal Santana Saavedra, proclamándosele así como
líder indiscutido del liberalismo trujillano, en Trujillo, el 6 de abril de
1898, jefatura que ostenta hasta la hora de su muerte, aunque para la
confirmación de ello tenga que abatir en
Boconó un grupo saavedrista que se aisla, capitaneado por los doctores González
Villegas. El 20 de junio siguiente junto a Rafael Montilla derrota en Sans
Souci, de Boconó, a los 200 hombres que acompañan a Juan Bautista Bravo
Cañizales, mas de seguidas, para los que estudian esta hoja de méritos, inicia
una nueva campaña por los páramos altos boconeses, en cinco sitios de la geografía
trujillana, enfrentándose en las alturas de Niquitao a las fuerzas
conservadoras del doctor y general Leopoldo Baptista. El 12 de mayo de 1898 se
encara igualmente en Chipuén a las fuerzas baptisteras, en unión de sus medio
hermanos los Baptista, toma luego a Boconó, en contra de fuerte resistencia,
para seguir en la montaña y unirse en Cacute con el ejército del andino
Espíritu Santos Morales. Aquí, el 6 de
junio junto a los generales Morales, Vásquez y Montilla en la madrugada atacan a Jajó, ciudad santa del conservatismo
trujillano, cuyos defensores luchan fieramente, mientras Morales puede entrar a
la plaza sitiada cuando González Pacheco
acomete en forma envolvente por Tuñame, combatiéndose hasta el medio día, con
la victoria liberal asegurada, en esta primera vez que dicha atalaya
conservadora es asediada. Luego de ese
triunfo valioso González Pacheco va a
Trujillo reincidiendo como Agente Ejecutivo Occidental, que ya lo era en la
práctica, y para ocupar una curul
legislativa del Gran Estado Los Andes.
En 1899, mientras permanece en Caracas y según órdenes
del presidente Ignacio Andrade, en ese mayo regresa a Trujillo con un ejército
de 1600 hombres que gracias a su carisma o capacidad recluta en 48 horas, para
oponerse a la invasión castrista, que desde la frontera occidental viene en
marcha forzosa, lo que le obliga ir hasta
La Ceiba para buscar un parque enviado por Andrade y el que recibe en
forma exigua, de donde disgustado pero con la palabra empeñada se dirige a
Mérida apenas al mando de 250 soldados, y de allí sigue con alguna escaramuza a
Tovar, donde bajo la conducción de 300 hombres el 6 de agosto de 1899 se
enfrenta a los 500 bien pertrechados soldados castristas, y en reñido combate
muere el segundo jefe revolucionario castrista, general José María Méndez, por
lo que el propio Cipriano Castro al frente de 1500 hombres va contra González
Pacheco, quien al abrir las cajas de municiones para cargar sus armas se
encuentra con que han sido cambiadas por otros calibres, de donde casi ganando
la batalla debe tocar a “honrosa
retirada”, “el militar altivo que no supo jamás capitular ni transar”.
De estas resultas disuelve su ejército y con nueve oficiales de a caballo se
retira hacia los páramos de Trujillo que le son de gran afecto y cobijo. Una
vez en Santiago la ciudad cuna del
liberalismo trujillano y para responder a la afrenta militar ocurrida que
provenía del mismo Ignacio Andrade, con algunas fuerzas montilleras que se le
unen, al comando de 900 hombres mal equipados el 20 de septiembre del 99 ataca
las fuerzas conservadoras en la capital trujillana al mando de Fabricio Vásquez, las que vence
en reñido combate luego de doce horas de verdadera lucha.
Vengada la afrenta militar y recuperado el honor se retira de
Trujillo y el 3 de octubre con 750 hombres ataca a José Manuel Baptista
en Carvajal y a su familia militar, que agrupa más de 1500 hombres, combate
feroz que dura tres días y sus noches, con 200 muertos y 400 heridos, retirándose
luego González Pacheco para ir en busca de un parque militar que llegaría por
tren a Sabana de Mendoza. Pero es en Isnotú, la cuna del beato José Gregorio Hernández, donde González
Pacheco trabará otro combate con los Araujos y Baptistas el 13 de octubre, en
igual feroz batalla “donde suceden
escenas dignas de las mejores páginas
militares”, en cuatro días de permanentes refriegas. El final trágico dejará en
el campo otros 300 muertos y 400 heridos, mientras González con poco parque y
menos soldados que alcanzan 150 hombres se repliega hacia Pampán, Monay y rumbo
al estado Lara, para seguir camino a Caracas, capital donde al reconocerle los
méritos el general Cipriano Castro, lo designa Auditor de Guerra en Maracaibo,
y luego se instala en Barquisimeto como Jefe Civil y Militar (3-1900), al lado
de sus oficiales de confianza, para así
dominar la revolución anticastrista en marcha. En este Estado Lara se desarrollará una
segunda etapa muy importante de su vida, pues al sustituir en firme al viejo
general Jacinto Lara en funciones de Presidente de Estado (4-1901), por
cuestiones de competencia se crean conflictos regionales, porque espada en mano
y con la serenidad ecuánime siempre debe imponer el orden necesario, frente a
algunos resentidos insurrectos como a otros partidarios del general José Manuel
“mocho” Hernández. También le tocará
perseguir al escurridizo general (nota: puede usted observar que sobran los
generales en estas guerras intestinas) Rafael Montilla, ahora enemistado contra
Castro, para luego seguir a Caracas y volver a su residencia en Barquisimeto.
Al estallar la conocida Revolución Libertadora, que
dirige a nivel nacional el banquero general Manuel Antonio Matos, el larense
Amábile Solagnie con su tropa se levanta para acompañar a Matos, por lo que el
trujillano entabla varios combates contra el insurrecto y su seguidor
Colmenares, sobretodo en la línea del ferrocarril que va a Tucacas y en el
propio Barquisimeto (1-6-1902), que defiende, mientras envía un ejército de
2.000 combatientes al mando del general Varela
para combatir a los alzados en la región de Coro. Bien pronto el
importante bastión que es Barquisimeto entra en delicado conflicto al ser
sitiado por 3.000 hombres al mando del viejo y corajudo Luciano Mendoza, en un
encuentro feroz sostenido en quince cuadras y trincheras abiertas por González
con apenas 400 soldados y en 13 días y 14 noches de tal hecho histórico, donde
el pundonoroso y valiente andino demostró su valía militar, no permitiendo caer
la plaza en manos enemigas sino luego de un honroso armisticio propuesto por
los mismos revolucionarios, en que sale de la plaza “a banderas desplegadas y tambor batiente”.
De allí va a El Tocuyo, Humocaro Bajo y se une con las fuerzas de Leopoldo
Baptista, pero al entrar a Barquisimeto se encuentra con que lo han abandonado
los revolucionarios. Luego, al aproximarse un numeroso ejército proveniente de
Coro al mando de Gregorio Segundo Riera y para evitar que el parque en custodia
caiga en manos enemigas, burla al mismo falconiano Riera y emprende una famosa
“retirada de Barquisimeto” que por la pericia militar y estrategia utilizada
fue noticia internacional, maniobra hecha clásica en estos anales de combate,
pues hace creer al enemigo que marcha hacia Trujillo y en verdad es que
sostiene una escaramuza contra Rafael Montilla para luego contramarchar entre dos fuegos por desfiladeros cubiertos
de una lluvia de balas, mientras sigiloso pasa por Cabudare con sus 900 hombres
y sin ser vistos, de puntillas, por las barbas del enemigo. Así conduciendo el
parque bajo su custodia con suma cautela cruza por Yaritagua, Chivacoa, con
pequeños encuentros bélicos hasta su total salvación, que lo hace en Nirgua
donde entra sano y salvo el 17 de agosto, en horas de la tarde. De allí sigue a
El Tinaco y Tinaquillo, sitio en que combate nuevamente, ya reunido con
Leopoldo Baptista, continuando rumbo a El Naipe, lugar en que se opone al
curtido Luciano Mendoza, cortándole toda intención invasora a los Valles de
Aragua, hecho que fue decisivo en el destino derrotista de la Revolución Libertadora.
En la misma guerra fratricida sigue a Valencia, al
duro batallar y decisivo en La Victoria (octubre y noviembre de 1902) y a
Caracas, donde con el general Juan Vicente Gómez personalmente revisan
posiciones militares defensivas de la ciudad, como el cuido de la vía a El Tuy
y su ferrocarril. El 19 de octubre continúa hacia Caracas a Los Teques, y con
apenas 200 hombres defiende la plaza
frente a un enemigo superior, donde quedan 100 heridos y cerca de 200
muertos. En el mismo empeño ataca a Los Canales y despeja tal posición rumbo a Tejerías, fundamental en la guerra
que defiende Castro. Luego en esta pelea de posiciones González por orden
superior invade a Falcón y atraviesa Coro para continuar al estado Lara, en
poder del enemigo. Así, como Jefe de Estado Mayor actúa en el cuerpo
expedicionario de 3.000 hombres que hacia allí dirige el doctor y general trujillano Leopoldo
Baptista, venido ahora de Falcón y que
una vez reunidos ambos jefes marchan a Quíbor, donde logran atacar a los
revolucionarios, y antes de seguir en campaña algunas de estas fuerzas
castristas continúan hacia el centro de
la república para reforzar el ejército
gubernamental, mientras los generales González y Batista en combate cuerpo a
cuerpo se enfrentan a los alzados revoltosos Rafael Montilla y Juan Pablo
Peñaloza, desde luego que con numerosas bajas en el campo. Después dentro de un
juego militar de posiciones González y Baptista andan en Caja de Agua
(Barquisimeto), siguen hacia El Tocuyo,
aunque por falta de parque suficiente Baptista va a Maracaibo en su búsqueda, y
luego de regresar Baptista ambos trujillanos van de El Tocuyo a Barquisimeto,
pero avisados los revolucionarios de la estrategia doble abandonan el Estado
Lara partiendo por la vía férrea. De la
capital larense mientras Batista con dos batallones regresa a Trujillo,
González abre nueva campaña militar rumbo a Tucacas y la vía del ferrocarril,
como Jefe del Ejército de Occidente, batiéndose en Yaritagua (15-2-1903), y contra el paisano
Montilla que allí lo espera con 1.000
hombres y a quien ataca con seis batallones y un cuerpo de fogosa artillería.
En tal encuentro hubo un total de 250 bajas, y contra pronósticos contrarios a
González, sobre el resultado de esa lucha, huye el presunto ganador “con los estruendos
de sus cañones” que lo acometen. El general Norberto Jiménez, hijo, sobre este
recio combate escribe “Allí vi por primera vez a González Pacheco en el fuego
y pude admirar su intrepidez, bajo el ala amenazadora de la metralla”
(de izquierda, derecha y centro).
Pacificado el estado Yaracuy nuestro valioso militar
vuelve al Barquisimeto que gobierna, oponiéndose con 700 hombres a los restos
inútiles de Solagnie que pululan cerca del ferrocarril. Viaja con rapidez a
Agua de Obispos, cerca de Carache, para dialogar con Leopoldo Baptista, y de
regreso a Barquisimeto pasa su ejército por entre el fuego nutrido contrario,
aunque fuera desmontado por la bala
certera que derribó a su caballo. El 20
de mayo de 1903 extenuado de tanto quehacer se entrevista en Yaritagua con el
Jefe Expedicionario Juan Vicente Gómez y el numeroso ejército que lo acompaña,
y juntos ambos jefes siguen para atacar la plaza de Barquisimeto, que otra vez
deja innumerables muertos y heridos, mientras Gómez luego sigue en persecución
del enemigo hasta vencerlo definitivamente en Matapalo. Así termina González Pacheco con sus deberes de soldado,
con que también acaba esa lucha de armas y entra el pacificamiento de la
región, volviendo luego a la vida civil para ejercer el gobierno del Estado
Lara, o sea a la paz que con arduo tesón ha construido, y como buen magistrado,
realiza numerosas obras culturales, asistenciales, viales y otras de carácter
público. Mas en premio a su conducta el Gobierno Nacional lo nombra Presidente del Estado Carabobo (2-6-1903), en
cuya capital dura poco tiempo, pues el general Castro lo requiere nuevamente en
ese estado Lara al que González siempre admira y ama, de donde regresa como
Comandante de Armas del Estado Lara, y por las grandes simpatías que allí
mantiene las fuerzas vivas le ofrecen un extraordinario recibimiento, a lo que
se acompaña una manifestación insólita
en los anales de esa entidad, pues muchos miles de personas fueron a recibirle en la estación de ferrocarril, cuya
periferia no podía contener la multitud asistente. Así era el casi postrero
tributo al trujillano caudillo de la valentía y del pueblo. Y como corolario,
en el siguiente diciembre el primer magistrado
general Castro lo designa de nuevo Presidente del Estado Lara. Pero ya
su salud andaba deteriorada y por ello en septiembre de 1905 viaja con su
familia y en ferrocarril hasta Caracas, acompañado “con treinta fuertes por
todo capital”, tal era su pulcritud administrativa y ya aquejado de la gravedad
final, que le impide regresar a Barquisimeto porque la tuberculosis común mina
entonces su delgada figura.
Finalmente Rafael González Pacheco muere el 17 de
diciembre (como Bolívar) en Caracas, de 47 años (como Bolívar). Apagó su luz en
la hacienda Tócome, aunque hubo decreto de duelo nacional y de los Estados,
mientras el Presidente Gómez luego ordenó colocar sobre la tumba del ínclito
militar un monumento conmemorativo, con su busto, en recuerdo del héroe y
mientras él reconoce que González “lo sacrificó todo por su patria, por su nombre
y por su gloria”. Considerado el Sucre
de nuestras guerras civiles, como político y militar “probaba su gran valor, pues intrépido
entraba en el fuego y daba aliento a sus compañeros”, por lo que “supo
mantenerse en el digno nivel de la justicia”. Alto, delgado, pálido, de gran
personalidad moral, hombre de soluciones inteligentes, como dije vivió y muere en la pobreza, a la sombra de su
bandera y rodeado de intelectuales, a quienes como militar culto y abogado
gustaba oír para sacar conclusiones oportunas. En su tiempo era de otra visión
política, siendo un verdadero hidalgo de la guerra con la gentileza y el heroísmo de un caballero medieval. Aunaba a la
disciplina la caballerosidad, siendo un táctico, un estratega, de concepciones
originales, vivo y astuto como su padre, sin que nunca le faltase la cinta
amarilla liberal en el sombrero de fina jipijapa que utilizara. Vestía siempre
de negro, usando levita larga y calzado de esmero, y bien se le recuerda en
Barquisimeto con un busto y una plaza en
su honor, aunque debo decir que en el hogareño Trujillo no existe alguna
estatua en lo llamado Parque de los
Ilustres, que ya es buena hora para colocarla, porque “es una gloria nacional”,
como asienta Gonzalo Picón Febres. Y
para completar agrego que usaba barba castaña, con los ojos negros dormidos
como en ensueño. Conciliador, demócrata, pulquérrimo en el manejo de los fondos
públicos y de una fuerza moral avasalladora, ahora dirigiéndome a los
trujillanos que esto leen recuerdo que existe una autopista o eje vial entre
Trujillo y Valera que arranca desde la plaza Cruz Carrillo en adelante y que
con toda razón superadas las rencillas antiguas debe llamarse con suficiente
justicia y recuerdo RAFAEL GONZÁLEZ PACHECO,
porque los trujillanos tenemos en alto el aprecio de los nacidos en esa tierra
de María Santísima, según se la conoce y porque ustedes como yo, leyendo estas
líneas escritas sobre el personaje nacido en Santiago de Trujillo, bien, con el
ejemplo de su dignidad pero muy bien se lo merece. Honrar, honra.
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