jueves, 14 de febrero de 2013

EL VALIENTE EMPECINADO GONZÁLEZ PACHECO.



Amigos  invisibles. Dentro de los andares que transito en este espacio histórico  quiero ahora referirme a un personaje  como de ficción, de quien siempre oyera bien hablar, es decir a favor, desde mi infancia andina, en un terreno siempre cruzado por disputas intestinas y donde la palabra empeñada era el mejor instrumento de relación, porque el honor se mantenía en alto en aquella sociedad cerrada donde los caudillos de diversa índole aparecían para el provecho personal y donde también las tribus establecidas permitieron el encumbramiento de la política local en respaldo posible de la nacional, con que se apaciguara  la región andina de Trujillo mientras por acasos del tiempo y la razón no tocara a rebato otra fuerza militar en contrario. Pues bien, ese desangre paulatino permitió a las huestes armadas trujillanas mantenerse en el poder andino de Venezuela  bajo la dirección de recios militares cuyos  títulos fueron conquistados en los campos de batalla, unos con más disposición que otros, pero entre los que descollaron se encuentra uno con suficientes méritos para ser señalado en este escrito a una centuria larga  de su desaparición, dentro de ese tira y encoje que ocupó medio siglo de historia regional, valiente e ilustrado hombre de quien me voy a referir porque bien lo merece, en el presente escrito.
Como abre boca de este tema a tratar y para los desconocedores del camino que recorreré ejerciendo el mandato de señalar la verdad, debo  decir que Venezuela es posible sea el país más convulsivo que se ha conformado en nuestro subcontinente latinoamericano, quizás por el intercambio racial donde prevalecieron los recios indios caribes, que a pesar de sus cultores sembraron una estela de canibalismo en aquel tiempo colonial lleno de angustias, lo que sumado a la robusta raza africana importada en calidad de esclava y de otros detonantes sanguíneos como la invasión de piratas, filibusteros, corsarios y demás gentes advenedizas con poco escrúpulo humano y de lo cual descendemos muchos, así sean escondidos algunos parientes, por si acaso, de esa amalgama tremenda y sin olvidar a Lope de Aguirre, Bobes, Ezequiel Zamora y tantos desadaptados que pululan en la historia patria, el pueblo venezolano es recio, digo, muy duro si se quiere, como en estos tiempos lo apreciamos, de donde han salido personas y personajes que guardan sitio escondido en la razón diaria  por sus ejecuciones, y ya lo señaló  Bolívar que Venezuela era un cuartel,  agregándole a ello el pensar y la ejecución de lo que se tiene a flor de mente. Por eso nada es de extrañar  lo que puede acaecer en cuanto a los desatinos y manera de vivir, que son bien conocidos por nuestros hermanos y aún en lugares más apartados de todo acontecer. Por ello Venezuela ha dado un Bolívar, un Páez, un aprendiz de brujo que fue Gómez y hasta un Chávez acaso militar, de quien la historia se encargará  de contar con pelos y señales del mundanal ruido de sus ejecutorias inesperadas que harán un tomo aparte de esos pasos terrestres, combates imperialistas, excentricidades estudiadas y tamaños planteamientos ideológicos y de la economía en que buscando un fin como realidad extraña navegó  el país durante su  mandato pleno de interrogantes. Pero el hecho de que hayan existido estos personajes mencionados no significa que otros fueran expuestos al rezago de la historia y de aquí que después de la hecatombe dejada por el fragor sanguinario de la Independencia como de sus secuelas, comenzaron a aparecer todo un sin cesar de caudillos, caudillotes, caudillejos, gente que se creyó  la sumatoria de esos estilos y toda una buena colección que entre olvidados y presentes hallamos en las páginas del diario acontecer.
Pues bien dentro de ese ajetreo posterior a la quinquenaria Guerra Federal y porque los Andes venezolanos mantuvieron una paz relativa en que emergen posiciones conservadoras y liberales (llamados ponchos y lagartijos) bajo el manto jerárquico  del caudillo supremo, general Juan Bautista Araujo, Jefe indiscutido puesto a la cabeza desde la sacrosanta Jajó por algunas tres décadas y bajo el patrocinio caraqueño del guzmancismo alborotado, en este medio difícil y empobrecido el 7 de enero de 1857 nace en Santiago de El Burrero Rafael González Pacheco, hijo de abogado y político reconocido en los anales del liberalismo de su tiempo. En 1874 se gradúa de Bachiller en Trujillo, junto con el futuro Presidente Márquez Bustillos y el sabio Lisandro Alvarado, y ya en 1879 se alista en el ejército revolucionario de los generales Pulido y Ayala donde estrena armas en la Campaña del Centro. Dos años más tarde recibe en la Universidad Central los títulos de Doctor en Ciencias Políticas y Abogado de la República, para de inmediato viajar a Europa a fin de adentrarse en la cultura de esos pueblos y el mejor conocimiento del Derecho. A su regreso se encarga de las haciendas familiares y del ejercicio profesional, mientras se afilia ya dispuesto al calor del Partido Liberal, del cual su padre era uno de los principales caudillos. A la muerte de este progenitor ya es Jefe de Estado Mayor en las fuerzas del general León, mientras recorre la región boconesa  y se le designa (1892) como Agente del Gobierno  Central en la Sección Trujillo del Gran Estado Los Andes. Imagínese usted todo lo que González Pacheco ya ha recorrido en una escala de valores y a los 37 años de edad.
En 1896 y mediante acrisolados méritos a  nuestro  personaje  se le nombra Gobernador de Trujillo. y al año siguiente con la personalidad cívica y de buen militar que ostenta  dada su vasta preparación sustituye al veterano jefe liberal Santana Saavedra, proclamándosele así como líder indiscutido del liberalismo trujillano, en Trujillo, el 6 de abril de 1898, jefatura que ostenta hasta la hora de su muerte, aunque para la confirmación de ello  tenga que abatir en Boconó un grupo saavedrista que se aisla, capitaneado por los doctores González Villegas. El 20 de junio siguiente junto a Rafael Montilla derrota en Sans Souci, de Boconó, a los 200 hombres que acompañan a Juan Bautista Bravo Cañizales, mas de seguidas, para los que estudian esta hoja de méritos, inicia una nueva campaña por los páramos altos boconeses, en cinco sitios de la geografía trujillana, enfrentándose en las alturas de Niquitao a las fuerzas conservadoras del doctor y general Leopoldo Baptista. El 12 de mayo de 1898 se encara igualmente en Chipuén a las fuerzas baptisteras, en unión de sus medio hermanos los Baptista, toma luego a Boconó, en contra de fuerte resistencia, para seguir en la montaña  y  unirse en Cacute con el ejército del andino Espíritu Santos Morales.  Aquí, el 6 de junio junto a los generales Morales, Vásquez y Montilla en la madrugada  atacan a Jajó, ciudad santa del conservatismo trujillano, cuyos defensores luchan fieramente, mientras Morales puede entrar a la plaza sitiada  cuando González Pacheco acomete en forma envolvente por Tuñame, combatiéndose hasta el medio día, con la victoria liberal asegurada, en esta primera vez que dicha atalaya conservadora es asediada.  Luego de ese triunfo valioso  González Pacheco va a Trujillo reincidiendo como Agente Ejecutivo Occidental, que ya lo era en la práctica,  y para ocupar una curul legislativa del Gran Estado Los Andes.
En 1899, mientras permanece en Caracas y según órdenes del presidente Ignacio Andrade, en ese mayo regresa a Trujillo con un ejército de 1600 hombres que gracias a su carisma o capacidad recluta en 48 horas, para oponerse a la invasión castrista, que desde la frontera occidental viene en marcha forzosa,  lo que le obliga  ir hasta  La Ceiba para buscar un parque enviado por Andrade y el que recibe en forma exigua, de donde disgustado pero con la palabra empeñada se dirige a Mérida apenas al mando de 250 soldados, y de allí sigue con alguna escaramuza a Tovar, donde bajo la conducción de 300 hombres el 6 de agosto de 1899 se enfrenta a los 500 bien pertrechados soldados castristas, y en reñido combate muere el segundo jefe revolucionario castrista, general José María Méndez, por lo que el propio Cipriano Castro al frente de 1500 hombres va contra González Pacheco, quien al abrir las cajas de municiones para cargar sus armas se encuentra con que han sido cambiadas por otros calibres, de donde casi ganando la batalla debe tocar a “honrosa  retirada”, “el militar altivo que no supo jamás capitular ni transar”. De estas resultas disuelve su ejército y con nueve oficiales de a caballo se retira hacia los páramos de Trujillo que le son de gran afecto y cobijo. Una vez en Santiago  la ciudad cuna del liberalismo trujillano y para responder a la afrenta militar ocurrida que provenía del mismo Ignacio Andrade, con algunas fuerzas montilleras que se le unen, al comando de 900 hombres mal equipados el 20 de septiembre del 99 ataca las fuerzas conservadoras en la capital trujillana  al mando de Fabricio Vásquez, las que vence en reñido combate luego de doce horas de verdadera lucha.
Vengada la afrenta militar  y recuperado el honor se retira de Trujillo  y el 3 de octubre  con 750 hombres ataca a José Manuel Baptista en Carvajal y a su familia militar, que agrupa más de 1500 hombres, combate feroz que dura tres días y sus noches, con 200 muertos y 400 heridos, retirándose luego González Pacheco para ir en busca de un parque militar que llegaría por tren a Sabana de Mendoza. Pero es en Isnotú, la cuna del beato  José Gregorio Hernández, donde González Pacheco trabará otro combate con los Araujos y Baptistas el 13 de octubre, en igual feroz batalla  “donde suceden escenas dignas  de las mejores páginas militares”, en cuatro días de permanentes refriegas. El final trágico dejará en el campo otros 300 muertos y 400 heridos, mientras González con poco parque y menos soldados que alcanzan 150 hombres se repliega hacia Pampán, Monay y rumbo al estado Lara, para seguir camino a Caracas, capital donde al reconocerle los méritos el general Cipriano Castro, lo designa Auditor de Guerra en Maracaibo, y luego se instala en Barquisimeto como Jefe Civil y Militar (3-1900), al lado de sus oficiales de confianza, para así  dominar la revolución anticastrista en marcha.  En este Estado Lara se desarrollará una segunda etapa muy importante de su vida, pues al sustituir en firme al viejo general Jacinto Lara en funciones de Presidente de Estado (4-1901), por cuestiones de competencia se crean conflictos regionales, porque espada en mano y con la serenidad ecuánime siempre debe imponer el orden necesario, frente a algunos resentidos insurrectos como a otros partidarios del general José Manuel “mocho” Hernández.  También le tocará perseguir al escurridizo general (nota: puede usted observar que sobran los generales en estas guerras intestinas) Rafael Montilla, ahora enemistado contra Castro, para luego seguir a Caracas y volver a su residencia en  Barquisimeto.
Al estallar la conocida Revolución Libertadora, que dirige a nivel nacional el banquero general Manuel Antonio Matos, el larense Amábile Solagnie con su tropa se levanta para acompañar a Matos, por lo que el trujillano entabla varios combates contra el insurrecto y su seguidor Colmenares, sobretodo en la línea del ferrocarril que va a Tucacas y en el propio Barquisimeto (1-6-1902), que defiende, mientras envía un ejército de 2.000 combatientes al mando del general Varela  para combatir a los alzados en la región de Coro. Bien pronto el importante bastión que es Barquisimeto entra en delicado conflicto al ser sitiado por 3.000 hombres al mando del viejo y corajudo Luciano Mendoza, en un encuentro feroz sostenido en quince cuadras y trincheras abiertas por González con apenas 400 soldados y en 13 días y 14 noches de tal hecho histórico, donde el pundonoroso y valiente andino demostró su valía militar, no permitiendo caer la plaza en manos enemigas sino luego de un honroso armisticio propuesto por los mismos revolucionarios, en que sale de la plaza  “a banderas desplegadas y tambor batiente”. De allí va a El Tocuyo, Humocaro Bajo y se une con las fuerzas de Leopoldo Baptista, pero al entrar a Barquisimeto se encuentra con que lo han abandonado los revolucionarios. Luego, al aproximarse un numeroso ejército proveniente de Coro al mando de Gregorio Segundo Riera y para evitar que el parque en custodia caiga en manos enemigas, burla al mismo falconiano Riera y emprende una famosa “retirada de Barquisimeto” que por la pericia militar y estrategia utilizada fue noticia internacional, maniobra hecha clásica en estos anales de combate, pues hace creer al enemigo que marcha hacia Trujillo y en verdad es que sostiene una escaramuza contra Rafael Montilla para luego contramarchar  entre dos fuegos por desfiladeros cubiertos de una lluvia de balas, mientras sigiloso pasa por Cabudare con sus 900 hombres y sin ser vistos, de puntillas, por las barbas del enemigo. Así conduciendo el parque bajo su custodia con suma cautela cruza por Yaritagua, Chivacoa, con pequeños encuentros bélicos hasta su total salvación, que lo hace en Nirgua donde entra sano y salvo el 17 de agosto, en horas de la tarde. De allí sigue a El Tinaco y Tinaquillo, sitio en que combate nuevamente, ya reunido con Leopoldo Baptista, continuando rumbo a El Naipe, lugar en que se opone al curtido Luciano Mendoza, cortándole toda intención invasora a los Valles de Aragua, hecho que fue decisivo en el destino derrotista de la Revolución Libertadora.
En la misma guerra fratricida sigue a Valencia, al duro batallar y decisivo en La Victoria (octubre y noviembre de 1902) y a Caracas, donde con el general Juan Vicente Gómez personalmente revisan posiciones militares defensivas de la ciudad, como el cuido de la vía a El Tuy y su ferrocarril. El 19 de octubre continúa hacia Caracas a Los Teques, y con apenas 200 hombres defiende la plaza  frente a un enemigo superior, donde quedan 100 heridos y cerca de 200 muertos. En el mismo empeño ataca a Los Canales y despeja tal posición  rumbo a Tejerías, fundamental en la guerra que defiende Castro. Luego en esta pelea de posiciones González por orden superior invade a Falcón y atraviesa Coro para continuar al estado Lara, en poder del enemigo. Así, como Jefe de Estado Mayor actúa en el cuerpo expedicionario de 3.000 hombres que hacia allí dirige  el doctor y general trujillano Leopoldo Baptista, venido ahora de Falcón  y que una vez reunidos ambos jefes marchan a Quíbor, donde logran atacar a los revolucionarios, y antes de seguir en campaña algunas de estas fuerzas castristas  continúan hacia el centro de la república  para reforzar el ejército gubernamental, mientras los generales González y Batista en combate cuerpo a cuerpo se enfrentan a los alzados revoltosos Rafael Montilla y Juan Pablo Peñaloza, desde luego que con numerosas bajas en el campo. Después dentro de un juego militar de posiciones González y Baptista andan en Caja de Agua (Barquisimeto),  siguen hacia El Tocuyo, aunque por falta de parque suficiente Baptista va a Maracaibo en su búsqueda, y luego de regresar Baptista ambos trujillanos van de El Tocuyo a Barquisimeto, pero avisados los revolucionarios de la estrategia doble abandonan el Estado Lara  partiendo por la vía férrea. De la capital larense mientras Batista con dos batallones regresa a Trujillo, González abre nueva campaña militar rumbo a Tucacas y la vía del ferrocarril, como Jefe del Ejército de Occidente, batiéndose en Yaritagua  (15-2-1903), y contra el paisano Montilla  que allí lo espera con 1.000 hombres y a quien ataca con seis batallones y un cuerpo de fogosa artillería. En tal encuentro hubo un total de 250 bajas, y contra pronósticos contrarios a González, sobre el resultado de esa lucha, huye el presunto ganador “con los estruendos de sus cañones” que lo acometen. El general Norberto Jiménez, hijo, sobre este recio combate escribe “Allí vi por primera vez a González Pacheco  en el fuego  y pude admirar su intrepidez, bajo el ala amenazadora de la metralla” (de izquierda, derecha y centro).
Pacificado el estado Yaracuy nuestro valioso militar vuelve al Barquisimeto que gobierna, oponiéndose con 700 hombres a los restos inútiles de Solagnie que pululan cerca del ferrocarril. Viaja con rapidez a Agua de Obispos, cerca de Carache, para dialogar con Leopoldo Baptista, y de regreso a Barquisimeto pasa su ejército por entre el fuego nutrido contrario, aunque fuera desmontado  por la bala certera  que derribó a su caballo. El 20 de mayo de 1903 extenuado de tanto quehacer se entrevista en Yaritagua con el Jefe Expedicionario Juan Vicente Gómez y el numeroso ejército que lo acompaña, y juntos ambos jefes siguen para atacar la plaza de Barquisimeto, que otra vez deja innumerables muertos y heridos, mientras Gómez luego sigue en persecución del enemigo hasta vencerlo definitivamente en Matapalo. Así termina  González Pacheco con sus deberes de soldado, con que también acaba esa lucha de armas y entra el pacificamiento de la región, volviendo luego a la vida civil para ejercer el gobierno del Estado Lara, o sea a la paz que con arduo tesón ha construido, y como buen magistrado, realiza numerosas obras culturales, asistenciales, viales y otras de carácter público. Mas en premio a su conducta el Gobierno Nacional lo nombra  Presidente del Estado Carabobo (2-6-1903), en cuya capital dura poco tiempo, pues el general Castro lo requiere nuevamente en ese estado Lara al que González siempre admira y ama, de donde regresa como Comandante de Armas del Estado Lara, y por las grandes simpatías que allí mantiene las fuerzas vivas le ofrecen un extraordinario recibimiento, a lo que se acompaña una manifestación insólita  en los anales de esa entidad, pues muchos miles de personas fueron a  recibirle en la estación de ferrocarril, cuya periferia no podía contener la multitud asistente. Así era el casi postrero tributo al trujillano caudillo de la valentía y del pueblo. Y como corolario, en el siguiente diciembre el primer magistrado  general Castro lo designa de nuevo Presidente del Estado Lara. Pero ya su salud andaba deteriorada y por ello en septiembre de 1905 viaja con su familia y en ferrocarril hasta Caracas, acompañado “con treinta fuertes por todo capital”, tal era su pulcritud administrativa y ya aquejado de la gravedad final, que le impide regresar a Barquisimeto porque la tuberculosis común mina entonces su delgada figura.
Finalmente Rafael González Pacheco muere el 17 de diciembre (como Bolívar) en Caracas, de 47 años (como Bolívar). Apagó su luz en la hacienda Tócome, aunque hubo decreto de duelo nacional y de los Estados, mientras el Presidente Gómez luego ordenó colocar sobre la tumba del ínclito militar un monumento conmemorativo, con su busto, en recuerdo del héroe y mientras él reconoce que González “lo sacrificó todo por su patria, por su nombre y por su gloria”.  Considerado el Sucre de nuestras guerras civiles, como político y militar  “probaba su gran valor, pues intrépido entraba en el fuego y daba aliento a sus compañeros”, por lo que “supo mantenerse en el digno nivel de la justicia”. Alto, delgado, pálido, de gran personalidad moral, hombre de soluciones inteligentes, como dije vivió y  muere en la pobreza, a la sombra de su bandera y rodeado de intelectuales, a quienes como militar culto y abogado gustaba oír para sacar conclusiones oportunas. En su tiempo era de otra visión política, siendo un verdadero hidalgo de la guerra  con la gentileza y el heroísmo  de un caballero medieval. Aunaba a la disciplina la caballerosidad, siendo un táctico, un estratega, de concepciones originales, vivo y astuto como su padre, sin que nunca le faltase la cinta amarilla liberal en el sombrero de fina jipijapa que utilizara. Vestía siempre de negro, usando levita larga y calzado de esmero, y bien se le recuerda en Barquisimeto con un busto y una plaza  en su honor, aunque debo decir que en el hogareño Trujillo no existe alguna estatua en  lo llamado Parque de los Ilustres, que ya es buena hora para colocarla, porque “es una gloria nacional”, como asienta Gonzalo Picón Febres.  Y para completar agrego que usaba barba castaña, con los ojos negros dormidos como en ensueño. Conciliador, demócrata, pulquérrimo en el manejo de los fondos públicos y de una fuerza moral avasalladora, ahora dirigiéndome a los trujillanos que esto leen recuerdo que existe una autopista o eje vial entre Trujillo y Valera que arranca desde la plaza Cruz Carrillo en adelante y que con toda razón superadas las rencillas antiguas debe llamarse con suficiente justicia y recuerdo  RAFAEL GONZÁLEZ PACHECO, porque los trujillanos tenemos en alto el aprecio de los nacidos en esa tierra de María Santísima, según se la conoce y porque ustedes como yo, leyendo estas líneas escritas sobre el personaje nacido en Santiago de Trujillo, bien, con el ejemplo de su dignidad pero muy bien se lo merece.  Honrar, honra.                  

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