Amigos invisibles. En el
agite permanente de la vida uno se encuentra con problemas de diversa factura
que hacen necesario escudriñar, porque en ese revoltillo en que a diario se
sumerge la persona navega mentalmente desde lo más minúsculo hasta algo grande
como aquel buque Titanic, tan fuerte y poderoso que de titánico ni el nombre le
hizo mella en su estructura, ya que pronto y hasta de un susto de sus gélidas
máquinas con rapidez se hundió. Y traigo a colación esta metáfora de imagen
porque durante mis estudios primerizos cruzando allá esa docena de años
juveniles la pasión por la lectura en una vieja biblioteca de provincia
saboreando noticias tropecé con una serie de personajes simbólicos que hicieron
patria en mi pueblo natal, y tanto como bien cumplieran lo acabado que por esta
sencilla razón permanecieron en mi recuerdo de aprendiz y hasta de brujo, ya
que con paciencia del justo fui interesándome por los primigenios fundadores de
aquellos contornos familiares, que al entrecruzar como en el juego de ajedrez
las piezas útiles fueron perfilando personajes poco conocidos salvo por algunos
historiadores de antaño y uno nuevo que tenía metido en el corazón a su patria
chica, como fue el conocido Mario Briceño Iragorry, junto a su antecesor
Amílcar Fonseca. Con ellos a la cabeza de estos incipientes saberes me di a la
tarea tranquila de ir llenando ventanas de conocimiento sobre tales figuras, a
quienes durante varias décadas perseguí entre libros agotados y estantes de
bibliotecas lejanas, para finalmente
regodearme con esos candidatos a no morir de olvido que en cierta forma llenaron
mis saberes para por medios impresos en diferente forma transmitir su valía a
muchos lectores de los cinco continentes, como lo hago ahora mediante tales
indagaciones estructuradas en una forma entendible y provechosa.
De
esas secuelas y dentro de este blog han aparecido algunas personalidades de la
saga que forman parte propicia de cualquier investigación para ampliar, y entre
los indicados recuerdo al conquistador Diego García de Paredes, al corsario
francés Francisco Granmont de La Mothe, al sabio filósofo escotista y obispo
fray Alonso Briceño, al venerable y casi obispo que en verdad lo fue de manera
virtual y por bastante tiempo, Pedro de Graterol Escoto, y otro que se ha
quedado en la fila de los preferidos para una biografía a insertar, que es el
tenaz obispo González de Acuña, reiterando que estas figuras recuperadas con
pinzas pertenecen al período colonial trujillano, o sea del territorio
venezolano al cual estoy haciendo referencia. Pero como faltaba dentro de la
lista uno señero y por cierto muy importante ha llegado la hora de destaparlo
para el conocimiento y estudio de quienes repasan este blog sin afeites y con
lo que se desecha la sórdida tesis de muchos historiadores cataratosos o
creyentes a estas alturas que la patria apenas nació en 1811, cuando olvidan y
no por ignorancia que Venezuela a los ojos de la Historia y ante los vitrales
del mundo aparece cuando el almirante Colón descubre las costas orientales
de Trinidad y Macuro, abismado de indios
y escribiendo detalles sobre tal espectáculo en su registro de bitácora, durante
el canicular julio de 1498, lo que simboliza la partida de nacimiento del país.
Y
ya explicados estos pormenores introductorios señalaré a las claras que el
personaje al que me refiero es un trujillano de buena cepa, a quien en la pila
bautismal se le llamó hacia la posteridad Juan Pacheco Maldonado. Nació en
Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, ubicado en el valle de los indios mucas
en su séptimo traslado poblacional de esta “ciudad portátil” para pertenecer
con el tiempo a la llamada nobleza criolla que se forma con el cruce de
familias conocidas y el valimiento meritorio de sus faenas. Por esta razón
sencilla al cabo de los años y luego de una correcta carrera militar en donde
debe luchar contra la fiera naturaleza envolvente, o en el campo civil mediante
el ejercicio de serias funciones encomendadas, ya en las postrimerías de la
vida podrá disfrutar en su natal ciudad y en medio de la paz, aquello que ha
sembrado y cosecha, es decir una familia por demás reconocida y otra amistad
que en sus valores intrínsecos lo destacan entre los descollantes del Trujillo
colonial. De aquí que Briceño Iragorry
lo definió con toda certeza como “el primer gran criollo
venezolano”. Por la rama de su padre fue
hijo del extremeño Alonso Pacheco Jiménez, ilustre apellido conquense que
entroncará luego con la descendencia de nuestro biografiado para formar
mediante matrimonio una familia caraqueña con el rango condal que hasta se
relaciona con la independencia de Venezuela. Don Alonso debe luchar duro contra
la larga rebelión indígena desatada y con razón vista desde el ángulo de su
conquista, por lo que desde joven sin demeritar combate a los cuicas, itotos y
caparis, es importante personaje municipal en Trujillo, funda a Ciudad Rodrigo
de Maracaibo, en honor a su terruño natal y como hombre culto entre tantos
desconocedores de aquel término que lo rodean en un mundo semisalvaje, escribe
una primigenia “Relación geográfica de la ciudad de Trujillo”, en 1576, que incluye sus lejanos términos lacustres,
de fino entendimiento y que lo acreditan entre los primeros geógrafos del país.
Por la rama materna de quien hablamos es nieto del veneciano capitán Francisco
de Graterol, de las mejores familias de aquel ducado itálico, según constancia
que a través de testigos conocedores el propio Juan Pacheco levanta en Madrid,
en diciembre de 1622. Hombre culto también el veneciano, escribano oficial de
profesión, que está entre los fundadores de Barquisimeto, alcalde y regidor
perpetuo de Trujillo y uno de sus fundadores. Casó con la andaluza Juana de
Escoto, de reconocida familia también y cuyo hijo el ejemplar presbítero Pedro
de Graterol Escoto, de gran valimiento intelectual y honor de la Iglesia
venezolana, ya fue analizado en este blog (vid.
PEDRO DE GRATEROL ESCOTO: EL OBISPO QUE NO FUE).
El
joven Juan Pacheco por deducción lógica de los hechos y costumbres de su tiempo
debió nacer el 24 de junio, día de San Juan Bautista, el año de 1578, siendo
bautizado el 4 de julio siguiente. Con la rapidez necesaria, condición y linaje
que ostenta, el padre lo inscribe en la Escuela Superior de Artes y Teología
fundada en Trujillo por el obispo fray Pedro de Ágreda, suerte de seminario
menor y para la educación de las buenas familias regionales, es decir de sus
vástagos. Ya para los 17 años vividos y por la condición de hijodalgo es
Alférez Mayor de Trujillo, con los derechos que de él derivan, según título
expedido en Madrid, en 1598. Luego con ese cargo de valer y en servicio del Rey
combate a los indios jirajaras, de fiera nación caribe, que “ infestaban” las
bocas del navegable río Motatán, atemorizando a los cercanos establecimientos
españoles, y en el 1600 recibe una de las varas de Alcalde de Trujillo, mas
debido al fallecimiento del gobernador Piña Ludueña asume directamente la Gobernación
de Trujillo, con lo que se ejecuta, por primera vez, el “gobierno de los
cabildos”, hecho tan importante en el desarrollo colonial venezolano. En 1606, por despacho del gobernador Sancho
de Alquiza le ordena que vaya a contener la extensa sublevación indígena
desatada en el lago marabino y que puede afectar a Trujillo, guasábaras en que ya habían perecido más de
200 españoles, por lo que al frente de cincuenta hombres llevados de Mérida y
Trujillo por el puerto de Moporo entra al lago para enfrentarse al natural,
casi sin pérdida de vidas. Para entonces
los belicosos zaparas, que habitan en la barra marabina y que desde 1598
andaban sublevados al mando de los caciques Nigale y Tolemigaste poniendo en
permanente aprieto a Maracaibo, en este 1606 acaudillan un levantamiento
general de las parcialidades aliles, toas, anzales y arubaes, seguidos por los
parautes, misoas y quiriquires, dominando ya gran parte de la región lacustre,
pues previamente los zaparas habían vencido a los tomoporos, moporos y misoas,
fieles entonces a la corona española. Era tal el peligro existente que las
autoridades hispanas calculaban una fuerza de 500 hombres para luchar contra
tal rebelión, acaudillada durante nueve años por el feroz Nigale (antiguo
criado de Alonso Pacheco), en las bocas del lago, y por Tolemigaste igualmente,
quienes barrían con sus piraguas a la extensa región acuífera. Así las cosas
presentadas entra para actuar en la revuelta el corajudo Pacheco Maldonado,
quien somete primero a los toas y luego a los parautes, cerca de Lagunillas, en
cuyas montañas aledañas vence y detiene a sus caciques Juan Pérez Mateguelo y a Camiseto, quienes
llevados a Maracaibo por tantos crímenes cometidos según la probanza
respectiva, fueron ajusticiados.
Luego
para dar término a las órdenes de Alquiza, sobre la rebelión extensa con miles
de indios en campaña, en la estrategia que traza el trujillano Pacheco ataca y
somete primero a los temidos zaparas, con una flotilla que levanta, y en junio
de 1607 junto a los suyos desembarca en la isla de Zapara simulando que andan
desarmados, mientras del otro lado isleño desemboca otro grueso contingente
bien armado, con lo que en rápida maniobra envolvente detienen a Nigale,
Tolemigaste y sus cuadrillas de ataque, mientras otros expedicionarios por la
fuerza sacaban de los manglares y pantanos vecinos, como del caño Oribor, a
muchos que allí se escondían, siendo ejecutados en breve y sumario juicio.
Igual suerte tocó al intransigente Nigale, que no llegó con Pacheco a un
entendimiento de pacificación, por lo que fue de seguidas ahorcado. Finalmente
Pacheco ataca a los aliles en dos ocasiones, a quienes arrebata cien piraguas,
con inmensas pérdidas de los naturales en estos seis meses de campaña que
buscando el fin apaciguador dirigiera con éxito el mencionado Pacheco
Maldonado. Así el trujillano acabó con el permanente peligro indígena en el
lago, donde habían muerto tantos españoles. Por su parte el gobernador Alquiza
mediante documento en agosto de 1607 lo felicita, terminando con catorce años
de zozobras, como al gobernador escribe al Rey el 24 de septiembre de 1609.
Previamente este monarca Felipe III y a sabiendas de la hazaña militar el 23 de
mayo de 1608 congratula al trujillano “por el señalado servicio que había
prestado a su real corona”. De otra parte los cabildos de Maracaibo, La Grita,
Mérida, Pamplona, Tunja, Cartagena y Santo Domingo lo recomiendan al monarca,
por la merecida aureola conquistada y su augusta personalidad. A mediados de
1608 Pacheco Maldonado con tropa también acompañará al prelado Antonio de
Alcega, para que sin angustias pueda atravesar la región infestada de los
belicosos jirajaras y en su regreso a Caracas de la visita pastoral, nación
indígena aún rebelde que se mantenía en pie de combate desde el sureste
marabino hasta las montañas de Nirgua y donde intervinieron muchos trujillanos
en su apaciguamiento. Como resultado de estos éxitos el Rey por Real Cédula del
21 de agosto de 1612 concede al trujillano una renta vitalicia de mil ducados
anuales, en oro, con indios vacos, por dos vidas, renta que se pospuso entregar
por no haber al momento encomienda disponible de estas características. Pero
como en la penosa campaña del lago marabino y las regiones insalubres enfermara
de cuidado, de esas resultas posteriores
Pacheco debió recluirse un tiempo para convalecer en Trujillo. Este
período de reposo no fue óbice para que el Real Consejo de Indias de Sevilla lo
proponga ante el Rey en sustitución de Domingo de Erazo para ocupar el cargo de
Capitán General de la Provincia de Muzos y Colimas, ubicada en el Noroeste de
Santa Fe del Nuevo Reino de Granada y entre los valles calurosos del río
Magdalena, territorio habitado por muchos indios pacíficos (salvo algunas
tribus de muzos) y donde aún existen provechosas minas de preciadas esmeraldas,
que Pacheco estimula su producción, como el cultivo del cacao, empleo que
desempeña con éxito “tino y probidad” en los cinco años de su mandato
(1614-1619). La actuación de Pacheco al
frente de este trabajo delicado fue ejemplar y brillante, al extremo que en
carta al monarca hispano (8-2-1619) se expresa que es una de las personas más
confidentes que tiene el Rey en Indias, solicitando los cabildantes de Muzo que
le prorrogue su mandato “de cuya absencia queda esta ciudad lastimadísima”.
Como protector de los menesterosos, pobres y oprimidos “Muzo llora su
ausencia”, según escriben los siete sacerdotes misioneros que laboran en la
ciudad y sus contornos, “porque ha aventajado a los demás gobernadores que en
esta provincia hemos conocido”.
Antes
de su regreso a Venezuela el reputado e importante Pacheco Maldonado en la Real
Audiencia de Santa Fe levanta probanza de méritos y servicios, pidiendo en
consecuencia el hábito militar de Santiago, honorífica orden establecida en el
siglo XIII (como también el pago de 2.000 pesos de oro de 20 quilates de la
caja de Su Majestad), por lo que esa Audiencia bogotana el 15 de enero de 1616
al Rey escribe que analizada tal petición “se juzga merecedor de las mercedes
que suplica se le hagan”. Sin embargo,
ante la nueva insurrección de naturales, como el caso de los motilones, “gente
feroz y cruel” que durante 20 años ha sembrado zozobra en el río Zulia y costas
marabinas, impidiendo el comercio normal de la vasta zona, Don Juan de Borja,
Presidente de la Real Audiencia santafereña en 1620 pacta con Pacheco Maldonado
una capitulación encauzada al sometimiento de los revoltosos indios motilones.
Para obtener la confirmación de este pacto el trujillano a fines de 1621 viaja a Madrid a objeto de “entrevistarse con
el Rey, presentarle su solicitud y pedirle mercedes”, en lo que le acompaña su
hijo Lucas, que va a cursar estudios de Leyes en la conocida Universidad de
Salamanca. Una vez que se entrevista con el Rey, Pacheco mediante la Real
Cédula del 3 de noviembre de 1622 obtiene que sea creada la Provincia de La
Grita y Mérida, que ya había agenciado con la Real Audiencia de Santa Fe,
cabiéndole el honor de ser nombrado por 8 años como Primer Gobernador y Capitán
General, a comenzar su función luego que
se retire el Corregidor Juan Pacheco de Velasco (1625). La nueva extensa
provincia abarcaba seis ciudades y sus territorios, con residencia en Mérida, y
en Madrid (9-11-1622) presta debido juramento del cargo, con un sueldo anual de
450.000 maravedises, al tiempo que en su
regreso a América trae licencia para
fundar en Trujillo el importante convento de religiosas dominicas de clausura
“Regina Angelorum”, donde convivirán ilustres damas de la sociedad trujillana y
que tuvo importancia hasta en los sucesos independentistas de 1810.
Establecido
en Mérida, cabeza de la Gobernación y de donde era nativa su esposa Doña Juana
Serrada y Mejía, nieta de conquistadores neogranadinos de postín, emprende una obra que será de mérito y recuerdo. Pronto inicia otra
campaña para someter a los insurrectos motilones que infestan el río Zulia,
arteria vial para trasladarse hasta Pamplona y Tunja, a los que somete luego de
afanosos combates y cambio poblacional, aunque estos aguerridos e indómitos
naturales siempre se mantuvieron en una lucha sorda, hasta que decidieran
pacificarse en los finales del siglo XIX. Por otra parte este Gobernador ayuda
en algunos aspectos sociales a los indígenas de esa jurisdicción, como propende
a su mejoramiento vital, cargo en el cual permanecerá por nueve años de acción
constructora. En dicho ejercicio
administrativo organiza encomiendas, impulsa la producción del famoso tabaco
barinés, de gran demanda en Europa, activa la función benéfica, propende al
proceso de transculturización indígena y africana a fin de acrecentar la agricultura, hace visitas a
sitios de la Gobernación, corrige abusos y mejora con empeño el puerto de
Gibraltar, de buen desarrollo para su época, y además traslada a mejor área la
ciudad de Barinas, lugar donde hoy radica la próspera urbe de Barinitas.
Finalizado su gobierno y como en el caso del neogranadino Muzo, muchos de los
pobladores contentos de la administración del trujillano pidieron al Rey que el
mandato fuera vitalicio, en lo que Pacheco no hizo empeño, porque ya cansado de
tanto trajín prefería regresar a la paz y el cariño de la tierra que lo vio
nacer. Por esta causa en 1635 vuelve al lar nativo para como buen terrateniente
encargarse de sus numerosas propiedades agrícolas, pecuarias, hatos y encomiendas.
Sin embargo con el trabajo activo que desarrolla en julio de 1639 asiste a la profesión de las
primeras quince monjas del convento Regina Angelorum, en el que había puesto
tanto empeño, es Teniente Gobernador de Trujillo durante cuatro años, y como Capitán
a Guerra “por sus muchos portes, calidad, abilidad (sic), suficiencia y
servicios” debe reclutar un importante contingente de trujillanos que se
desplazan a Maracaibo para combatir la incursión pirática del almirante y
corsario inglés William Jackson (1642).
En Trujillo, donde había
casado el 14 de abril de 1606, volverá a las labores pastoriles de aquel
Cincinato de ese tiempo, rodeado de su importante familia, en que “los hombres
estudiaban en Salamanca y desposaban a hijas de virreyes”. De donde con el
carácter aristócrata de la estirpe que forma y desde luego que con el consejo
paterno, su hija Doña María del Águila casó con Don Juan Meneses y Padilla,
marqués de Marianela, Caballero de la orden de Santiago, último fundador de
Nirgua, Gobernador y Capitán General de Venezuela (1624-1630), del Consejo de Guerra de
Flandes, gentilhombre de Archiduque Alberto, etc., etc., que terminó con
relevantes cargos y muere como Gobernador de Murcia, Lorca y Cartagena. Pero
otra hija de este aristócrata señor, Doña Juana, se desposa con el Gobernador
del importante puerto Cartagena de Indias, Francisco de La Torre Barreda,
Corregidor de Tunja y del hábito de Calatrava; más tarde, al enviudar, casó con
el madrileño Manuel Felipe De Tovar y Mendieta, sobrino del célebre obispo
Mauro de Tovar y Caballero de la Orden de Santiago. Una tercera hija, Doña Josefa, contrae
nupcias con el acaudalado mayorazgo y maestre de campo trujillano Francisco
Cornieles Briceño, cuyos bienes materiales en su tiempo (1610-1672) fueron de
los más importantes que hubo en esta parte de las Indias, caudales
inmobiliarios que perduraron hasta 1883, por desamortizarlos el general
presidente Guzmán Blanco. Y para agregar, el bisnieto de Don Juan Pacheco
Maldonado será el primer Conde de San Javier (título expedido el 11-2-1732, y
su blasón familiar proveniente de Trujillo es: Dos calderas de oro con sierpes
de sinople, en campo de plata), de la nobleza colonial venezolana en cuyo
palacio caraqueño posteriormente se inició el Congreso que proclamara la
Independencia a Venezuela. La “más
destacada figura del Trujillo colonial” murió en esa ciudad andina el año de
1655, revestido como Caballero de la orden de Santiago (fundada como dije en el
siglo XIII, para nobles figuras sin tachas), rodeado de un inmenso cariño, y se
le sepulta en sitio preferente, por cesión sepulcral del obispo Antonio de
Alcega, como benefactor que fue de la Iglesia de dicha ciudad, en la capilla de
San José, construida a sus expensas. Ahora, apreciado amigo lector, en su propio
pensar haga un balance de este personaje tan audaz, perseverante y acomodado al
peligroso siglo en que viviera, para que observe a la opinión pública aceptando
al trujillano como personalidad reconocida de Venezuela y de su patrimonio
histórico.
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