lunes, 4 de febrero de 2013

EL NEFASTO CLAN DE LOS MONAGAS.



            Amigos invisibles. Cuando cualquiera entra a esculcar en los meandros de la Historia se tropieza con situaciones agradables que algunos transforman en cuentos de hadas, y en otras ocasiones, acaso las más variadas, nos hallamos con etapas esperpénticas salidas de imaginaciones calenturientas que a veces pueden provocar risa o en su defecto llanto, dadas las excentricidades y terrores que tales etapas conllevan, donde ni las ficciones más aterradoras pudieran enderezar los hechos circunscritos esta vez puestos en función de verdad, pero que por debajo de la manga o costura zurcida con intenciones dirigidas hacia un fin, demuestran lo irracional de sus posturas.
            Pues bien, sobre esa clasificación frontal a la que dirijo cierto análisis freudiano desprendido en cuanto a los hechos y personajes que saldrán oportunos en esta pantalla representativa de su tiempo, no es de extrañar que aparezcan situaciones difíciles de comprender en cuanto a la evolución de una familia formada con la punta de sus lanzas que desde los albores de la Independencia se enrolaron en la lucha carnicera entonces llevaba a cabo, pues en principio no había otra cosa a qué dedicarse porque los campos nutricios de que al tiempo se vivía por causa de los conflictos permanentes fueron arrasados de ambos bandos en disputa y como sucede en toda guerra, para beneficio de quienes participaban en ella dejaron siempre como un principio consagrado a eso que denominan pillaje o vulgar saqueo, variedad delictiva que podía enriquecer a algunos, aunque otros sí combatieran por aquello que llaman una bandera con convicción idealista y toda la parafernalia seguida, fuesen monárquicos seculares o patriotas republicanos, aunque muchos cambiaron del campo de batalla según las circunstancias y el manoseo o avance del conflicto. Dentro de estas causas mencionadas al recuerdo y con la mentalidad llanera tan característica, zorruna, astuta, acomodaticia, cuyo fin último es el de los intereses personales, en ese vasto mundo del llano oriental de Venezuela, que algo difiere con los llaneros occidentales, aparece de pronto la figura de un cualquiera llamado José Tadeo Monagas, despierto, valeroso y que cuando sus afines sean personas de valía alejados de los detalles intracendentes y con ánimos de seguir adelante, este caballero de sangre criolla mezclada  liderará a cierto grupo que iba a dejar una huella o roncha no muy brillante en la trascendental Historia de Venezuela.
El inicio de esta refistolera familia Monagas que se cría al vaivén del tiempo y la soledad llaneras haciendo proezas vitales de subsistencia en esa grandes extensiones de sabanas difíciles de dominar salvo con la llamada “ley de la selva”, que equivale a la del más fuerte y sin contemplación alguna para resolver las pendencias, por los meandros de un caño ubicado cerca de  Maturín y a la sombra oportuna de cualquier árbol frondoso nace, pues, José Tadeo (en verdad Judas Tadeo), al más avispado de los tres jefes montoneros, y junto con el  fraterno José Gregorio constituirán la dupla para sobrevivir de cualquier forma, mientras se extasían viendo crecer a la familia que en aquel llano adentro y por la pobreza de algunos existente desde que calzan lanzas o palos con estacas hicieron una labor simple de cuatreros, asaltadores de viandantes que vuelan al más allá, y todas las picardías necesarias para la sobrevivencia en aquellos lugares donde la verdadera ley  prácticamente no existía. Como bandoleros a lo Sierra Morena acordes con este axioma definitorio crecen José Tadeo y los suyos, hasta cuando la revolución o la guerra en causa  que para aquellas mentes analfabetas no se entendía del todo,  fue tomando calor al frente de su banda de malhechores, y para lavar culpas terribles que impliquen impunidad, quien había sido peón de haciendas y hasta administrador (caporal) de propiedades junto a esa caterva pendenciera de criminales, para señalarlos en algo, de lleno entraron en la guerra colocados en ese tumultuoso bando patriota, donde iban a continuar en sus pilatunas perversas. Allí en el trasegar  de las campañas y por la experiencia que da la vida José Tadeo y quienes lo rodean irán aprendiendo “au jour le jour” entre el vivac de la postura diaria, mientras recorre el tiempo y este llanero se hace más importante. Así inicia la carrera militar con el fragor de la lucha a las órdenes patriotas del hispano Manuel Villapol, y como hábil jinete y magnífico lancero en estos avatares marcianos es herido varias veces por lanzazos y disparos, como en La Puerta y Aragua de Barcelona, ascendiendo a general de división en 1821, y pronto se le inunda la cabeza de aspiraciones políticas por lo que junto con personajes siniestros conspira contra el Presidente José María Vargas en la Revolución de las Reformas, en 1835, que lo llevarán en 1854 a ser General en Jefe. Sin embargo en el transcurrir de su larga actuación fue una figura contradictoria, entre el rechazo y apoyo a la Gran Colombia y el nacimiento del sedicioso Estado de Oriente, efímero, separatista, que cristaliza apenas con Santiago Mariño en 1831, siendo Monagas el Segundo Jefe de este sueño perdido. Luego en las volteretas políticas que efectúa aliado con Páez y Soublette, como algo impuesto triunfa en las elecciones presidenciales de 1847, de donde salta a la Presidencia de la República. Sin embargo a poco se distancia del general Páez, lo que desemboca en una inestabilidad política que tendría un grave desenlace para Monagas.
En efecto, el 19 de enero de 1848 varios congresistas seguidores del caudillo Páez deciden cambiar el Congreso de la República alejando su sede de Caracas, para así enjuiciar al propio Presidente Monagas,  por lo que José Tadeo en prevención de lo que espera con rapidez y nocturnidad mueve una muchedumbre adepta y la establece frente al Congreso, que piensa de todas sesionar en Puerto Cabello. La situación va poniéndose tensa, color de hormiga, mientras el insomne José Tadeo vela nervioso por los acontecimientos que ya están a vuelta de la esquina. Así las cosas el 24 de enero, frente a una guardia amodorrada por el cansancio y la falta de sueño, a las 3 de la tarde en traje de etiqueta ante el Congreso se presenta el monaguense Ministro del Interior, Tomás José Sanabria, e ingresa al recinto, mientras entre el populacho establecido ante el edificio legislativo se corre la voz falsa que los godos (paecistas) han asesinado al portavoz Sanabria, lo que de inmediato mueve a la enfurecida plebe con ansias de ingresar a este recinto, que incita a la guardia de custodia a efectuar disparos en su defensa, mientras con bayoneta y de gravedad se hiere al director del grupo centinela, coronel Guillermo Smith, cayendo en la refriega iniciada tres miembros del pueblo allí aposentado y entretanto se pelea con toda suerte de armas mortales. Así, al tiempo que se amenaza de muerte con puñal al mensajero Sanabria, ante el pavor desatado los representantes allí reunidos se lanzan por escaleras y balcones para salvar la vida, y el obeso pensador Juan Vicente González salta una pared como si fuera gamo, al hacendista Santos Michelena lo atraviesan con otra bayoneta, de lo que pronto muere, y los representantes  Salas, Argote y García también son sacrificados en la reyerta. Pero al aparecer bajo fuerte escolta y montado a caballo el presidente Monagas, este populacho se contiene cediendo las iras del tumulto desatado, mas ante el deseo  presidencial de asumir entonces la dictadura, bajo el consejo prudente de Diego Bautista Urbaneja baja la presión suscitada convocándose a una asamblea espuria del asaltado Congreso, donde temerosos del mal algunos miembros deciden asistir. Este hecho sangriento, el más vil del monagato en causa, sería continuado mediante frías relaciones mantenidas con la Iglesia católica, que llevan a enemistar al prelado Fernández Peña con el gobierno, a tal punto que en acalorada discusión suscitada con el ministro Antonio Leocadio Guzmán, de la furia que le envuelve el prelado arzobispo sufre un violento ataque cerebral, que lo lleva al sepulcro.
Bien pronto el general Páez se alza contra Monagas  pero la suerte le es adversa al centauro José Antonio, que por ello se exilia del país, mientras jubiloso entra a Caracas José Tadeo, acompañado de su grupo y del alter ego José Gregorio Monagas, que para entonces ejercía “mientras tanto” la Presidencia de la república. Recuperada una segunda presidencia republicana, el caudillo de marras se alía con grupos autocráticos, para seguir mandando de forma dictatorial mientras escoge como Presidente del Senado al manipulable arzobispo Guevara y Lira.  Fueron tiempos entonces de conflictos producidos por Monagas cuando se malpone con Holanda porque este reino somete a posesión propia la isla guanera de Aves, venezolana situada al sur de Puerto Rico, de donde buques neerlandeses  bloquean a La Guaira presionando con intenciones aviesas, al tiempo que Tadeo alcanza diez años de gobierno tiránico y por ello guardando las espaldas elige Vicepresidente del país a su hijo político Francisco Oriach, aunque siguen los pleitos diplomáticos con Francia y Gran Bretaña, que ocasionan otros bloqueos de puertos venezolanos, hasta que Monagas se va del país muy rico pero considerado traidor a la patria y siendo degradado, como también se le priva de todas las condecoraciones, alejándose por tanto de su añorado refugio o hato El Roble, y de la casona caraqueña familiar de San Pablo, que fue por mucho tiempo centro de conspiraciones y madeja de problemas políticos, como el caso en que allí indulta al peligroso enemigo Antonio Leocadio Guzmán, condenado a muerte y a quien dos años después lo hace Vicepresidente de la república. Lidia todavía con la suerte, pero ante la insurgencia del inepto y sortario Julián Castro se exilia por seis años, a través de la Legación de Francia en Caracas que lo acoge, para regresar ya de 84 años este anciano tozudo que reúne diversas mesnadas de variopinto origen y al frente de la Revolución Azul, para rendir a Caracas en medio de tantos incrédulos, y convocar a nuevas elecciones presidenciales, mientras la longeva Parca le pisa los talones y luego en otro desacierto decide entregar la presidencia que ostenta a su menguado hijo José Ruperto. Pero con la edad provecta José Tadeo enferma de cuidado, al extremo que 18 galenos le atendieron en su última gravedad, que le arrebata la vida con distintos desarreglos para rematarlo con una bronquitis aguda. El cadáver fue velado en casa de su sobrino y ministro de guerra Domingo Monagas. Al morir Tadeo era el segundo hombre más rico de Venezuela, donde manejara el peculado en gran escala por más de once años, como también el nepotismo y el gobierno tribal, de esta “partida de ladrones”, según lo señalara el gobierno americano. Ese clan de sinverguenzas monagueros estuvo constituido principalmente por siete socios, agregándose entre ellos al cuñadísimo  Francisco Oriach y el sobrino Lino Marrero, su hijo el doctor José Tadeo, Pío Ceballos y el medio hermano José Gerardo, incluyendo a Tadeo y Gregorio, José Ruperto (con quien se extingue el clan por querer mantenerse en la cabeza del poder por seis años más), Domingo y Gregorio, hijos de José Gregorio, amén de otros rufianes consentidos  que promovieron nueve insurrecciones a favor. A su muerte el país queda en completa anarquía regionalista donde privan los saqueos y atentados a montón.
El clan fue además inmoral, peculador, mediocre, demagógico, tracalero y engañoso (dirá Tadeo “La constitución sirve para todo”), terrorista, tribal, tiránico, perseguidor, alevoso, asesino (como las cabezas de los hermanos Belisario), inmoral, incapaz, creador de empréstitos forzosos, que aplicó en múltiples veces la llamada “ley de fugas”, y como buen llanero fue intrigante, maniobrero y experto en el arte de la comedia humana. En fin, estos Monagas pasan a la pequeña historia como despóticos, oligarcas y tenebrosos dueños de vidas y haciendas.
En cuanto a José Gregorio Monagas, que fue el menos malo de ellos, era blanco, quemado por el sol, generoso y convive lejos de toda educación siendo campechano y hasta campuruzo. El menos tiránico del clan, su ley era la fuerza del machete y de la lanza, aunque vivió siempre amparado por el ala protectora de su hermano José Tadeo. Sencillo, aldeano, mujeriego, campesino y rudo militar que comía con las manos chupándose los dedos, formado en el vivac al que aprecia la tropa y quien en el fondo despreció a la política, donde fue arrojado por el interés de su propio hermano. Es el otro yo e inseparable de José Tadeo, a pesar de pequeñas divergencias políticas que tuvieron, y el segundo en casos de poder, el suplente necesario, pero de gran fiereza, por lo que adquiere el cognomento de “Primera lanza de Oriente”.  Nació en el caserón del hato El Roble, cerca de Aragua de Barcelona, el año 1795, para elevarse entre el trabajo ganadero de la estancia y el calor de los nueve hermanos del matrimonio Monagas Burgos, formándose allí buen jinete en tiempos del bandolerismo que practica para terminar agregado a la sanguinaria guerra de Independencia que se lleva a cabo, y ya de oficial de caballería combate a favor y en contra en acciones recordadas de Guayana, La Puerta, Aragua de Barcelona, Los Magueyes, Urica, Maturín, Maracay, Semen, Ortiz y otras escaramuzas, que le dieron nombre militar y de ellas en muchas anduvo con su hermano mayor, José Tadeo, que era un protector y ángel de la guarda en sus ejecutorias. Comandante General de Barcelona, en 1822, a pesar de ser hermano de quien le nombra al puesto, de nada vale este impedimento dinástico o nepótico, y como General viaja al Perú incaico con un refuerzo militar que no triunfa en Ayacucho porque ya está dada la batalla, y apenas por estos ya escasos fines guerreros aparece en el sitio de El Callao, bajo las órdenes del general Bartolomé Salom. Con ese aval poco valioso regresa a la querencia familiar de Barcelona. Allí el fraterno José Tadeo, como “padrino” con el poder que ostenta lo hace General de División y a quien pronto mediante el apremio ejercido designa Presidente de la República, en febrero de 1851, con lo que Caracas se invade de orientales, de la estrecha confianza monaguera, ellos en busca de nombre oportuno y de algún buen dinero por detrás, mientras Gregorio debe enfrentar revueltas de facciones conservadoras, en que se fusila y asesina en las cárceles, distanciándose algo del protector, aunque sin romper la unidad familiar. Mientras prepara con cuidado y debates el famoso decreto de la abolición esclava a favor de la negritud, fechado el 24 de marzo de 1854, que en realidad fue un negocio más de muchos comerciantes y que poco ayudó en la verdadera liberación de los oprimidos, abarcando a algo menos del dos por ciento de la población nacional, entre esclavos y manumisos. Gregorio apoya además la Unión Grancolombiana, en tiempos que ya no privaba tal deseo, y se aleja de Tadeo cuando a este lo  secundan los conservadores  para aspirar a la Presidencia, que también desea Gregorio y sus compinches “gregorianos”, aunque con el amparo de los liberales, de donde al final quien obtiene el pendón en esta lid es desde luego que José Tadeo.  Mientras gobierna Gregorio apoyado ya a las trancas anda en auge el agio, el cuatrerismo, el contrabando exportador de cueros, la venta de los sueldos, y se especula con las tierras baldías, cuyo once por ciento diferencial  para  entonces fue a parar en sucias manos monagueras. Finalizado su período presidencial entrega el poder a Tadeo, que aprovecha para “despedir de las prebendas” a algunos gregoristas, aunque nombre al hermano cesante y para tranquilizarlo Jefe de las Fuerzas Armadas, hasta que el “boss” fue derrocado en 1858. Así regresa Gregorio a Barcelona, pero las autoridades recelosas lo hacen preso para enviarlo a la húmeda ergástula de Puerto Cabello, donde enferma, y luego al lúgubre penal de San Carlos, en la barra de Maracaibo, muriendo allí como olvidado en julio de 1858. Tuvo nueve hijos de matrimonio, uno de los cuales, Domingo fue educado en la academia militar americana y muy conocida de West Point
Y para recordar a José Ruperto, el menos importante de la troika, era avinagrado, áspero, lacónico, entregado a los hatos del despotismo tiránico, usaba bigote caído y barba en perilla descuidada. Hijo de papá, inepto, ignorante cuanto incapaz descendiente  del monarca José Tadeo. Y como la ignorancia es agresiva creyéndose omnipotente  es decir todopoderoso por la elección a dedo, repasa algunos cargos públicos como diputado por Maturín, Comandante  de Barcelona, donde por desconfiar en su persona termina preso, el burocrático cargo de Jefe del Estado Mayor, y quien en medio de este desbarajuste por salvarlo la suerte de la Revolución Azul, a ese híbrido sin sujeción  el octogenario padre para salvar la asonada, su país y la dinastía por no encontrar otro a escoger en última instancia le deja el coroto o fardo pesado del poder porque viendo que el barco se hunde del reñido clan de familia no hay interesado alguno en suplantar la tentativa de intención sucesoria, por lo que sonándole la flauta mágica el menguado Ruperto ejercerá funciones presidenciales por pocos meses en medio de la anarquía nacional en vigor y hasta del separatismo regional grave que se presenta con la proclamada “República del Zulia”, que durará más de un mes en estas funciones trágicas.  Y porque no le ratifican el nombramiento vacuo el tristemente recordado Ruperto en la venganza vil disuelve el Congreso,  en medio de una gran crisis fiscal que no permite pagar sueldos, mientras se convierte en un tiranuelo más, las fincas son de nuevo saqueadas y las doncellas entre alaridos pierden su virginidad, en medio de un gobierno guerrero, caótico y lleno de desastres. Pero muy pronto y a fin de zanjar diferencias el pretendiente caraqueño Antonio Guzmán Blanco invade el país, en febrero de 1870, y en el próximo abril ya es asaltada Caracas por 8.000 bárbaros guzmancistas insensibilizados por el aguardiente, mientras el “imbécil” Ruperto lleno de miedo por lo que le espera se refugia en el palacio arzobispal, firma la rendición de su efímero gobierno  y se va al tacho de la basura con los restos podridos de aquella dinastía por demás corrupta y miserable, que entra en decadencia y poco tiempo después habrá de desaparecer. Su esposa, ex Primera Dama de la República y ya en Barcelona, para poder subsistir habrá de ejercer trabajos manuales de muy baja condición. Imagínelo usted. Así son las cosas, diría el periodista caraqueño Oscar Yánez.
No quiero sacar conclusiones de este tiempo nefasto republicano cuando mandaron en el poder los llaneros, pero su argucia, como avisado lector, podrá hilar fino para atar cabos calientes, porque mucho de este período que trazo a mi manera es como una copia fiel de lo que en los últimos años ha ocurrido en Venezuela, claro, guardando las distancias y el reparto escénico. Vale la pena una segunda lectura de este artículo para entender cómo es que se bate el cobre, según el oportuno refrán castellano. Y hasta pronto.    

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